• Subcribe to Our RSS Feed
Tagged with "rubio de bote Archivos - Página 39 de 48 - Patxi Irurzun"

CENA DE EMPRESA

Dic 21, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en el suplemento ON de los periódicos del Grupo Noticias (19/12/15)

—Bueno, ya pueden pasar a cenar —dijo el camarero, y la barra del bar se transformó en una pole position.
De repente, todos mis compañeros de trabajo, que hasta entonces charlaban tranquila y amigablemente de sus cosas, el running, la última entrevista de Bertín Osborne, el uso de las figuras retóricas en los debates electorales, salieron derrapando y se convirtieron en esguinces andantes, retorciéndose para pasar todos a la vez por la puerta que conducía al comedor.
A sus espaldas solo quedaron algunos corronchos de vino sobre la barra, como manchas de neumático quemado, y un becario atropellado, al que ayudé a ponerse en pie y que una vez que lo hice me correspondió con un valentinorossi, es decir, empujándome y tirándome al suelo. Aquel chico llegaría lejos.
A mí siempre me ha costado arrancar, pero cuando por fin entré al comedor comprendí qué pasaba. Todos se habían sentado ya y la única silla que quedaba libre era la silla eléctrica. La silla que quedaba al lado del jefe. No espabilaba. Todos los años el mismo error táctico. La experiencia, al menos, era un grado, y sentado a la derecha del jefe había aprendido a moderarme, a beber como él, mojándome solo los labios, a diferencia de muchos de mis compañeros, que lo hacían como si al día siguiente se acabara el mundo y de hecho para muchos se acababa porque terminaban la noche subidos sobre algún barril de cerveza, descamisados, haciendo guiños con los pectorales o dándose de hostias o el lote con algún otro compañero, incurriendo, en definitiva, en comportamientos que no ayudaban precisamente a que les renovaran el contrato.
Pasé, pues, la cena como buenamente pude, intentando que no se me notara mucho que ya le había oído a mi jefe contarme el mismo chiste todos los años anteriores, aquel que decía que de joven había sido rojo y había corrido delante de los grises, y después, a los postres, cuando lo del amigo invisible, también estuve bastante relajado, porque este año al sacar el papelito me había tocado yo mismo y me había callado como un perro y así, además de no tener que devanarme los sesos, me iba a ir a casa con un libro, la Historia universal de los hombres gato, de Josu Arteaga, en lugar de con una diadema de pollas de goma o un tanga con un gorrito de Papa Noel para tapar el huevamen.
Vino también entonces, mientras cada cual iba desenvolviendo su regalo, el lamentable momento de los discursitos. El becario resultó uno de esos tipos que hablaban de la empresa en primera persona, como si en lugar de un empleado fuera un accionista; el delegado sindical habló de la empresa como si en lugar de una accionista fuera un empleado; a uno con coleta y pendientes, cuando intentó hablar, le cortó el jefe; y cuando habló el jefe dijo que “este año las cosas no han ido muy bien, ya lo sabéis, así que toca apretarse el cinturón y vamos a empezar dando ejemplo con esta cena, que, lamentándolo mucho, vamos a pagar a escote”. Y después de un silencio algo tenso, mientras todos nos palpábamos la carteras y por lo bajinis nos cagábamos en los que habían pedido chuletón con suplemento y vino del caro, alguien propuso hacer un brindis y todos nos levantamos y chocamos las copas, tan amigos, igual que siempre, igual que pasaría el año siguiente, en la próxima cena de empresa, o al otro, o dentro de otros cuatro años, cuando tocaran otra vez elecciones.

DÍAS DE INSTITUTO

Dic 7, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  1 Comment

Publicado en Rubio de bote (magazine ON ,Grupo Noticias) 5/12/15

 

En segundo de BUP en mi clase del instituto éramos 34 chicas y solo dos chicos.

Había elegido una asignatura optativa que se llamaba “Hogar”, en la que te enseñaban punto inglés o a pintar figuritas de porcelana y a la que –eso no yo no lo sabía— apenas solían apuntarse chicos.

—¡Vaya potra! —me decían los otros chavales, pero ellos se matriculaban en “Electricidad”, otra de las optativas, mucho más masculina.

Yo había elegido “Hogar” porque decían, y era cierto, que daban aprobados generales y apenas había que aparecer por clase.

Recuerdo que en una de las evaluaciones había que hacer una bufanda y yo solo fui capaz de tricotar una de poco más treinta centímetros. Y que cuando me llegó el turno de presentarla, me la puse al cuello y estiré con todas mis fuerzas de los dos extremos. Y que la profesora me miró con cara de “a quién quieres engañar”, pero luego me puso un suficiente (aunque aquella bufanda solo era suficiente para David el Gnomo).

La verdad era que conmigo aplicaban una especie de discriminación positiva, que también tenía sus inconvenientes, porque en el resto de asignaturas, cuando los profesores preguntaban resultaba mucho más difícil pasar desapercibido y siempre me tocaba salir a la pizarra a declinar algún genitivo latino o resumir El laberinto de las aceitunas.

Me pegué todo el curso en tensión, por ello, y por las chicas, que para mí eran poco menos que extraterrestres, pues yo provenía del apartheid sexual de los colegios de curas. Pasar de los escolapios al instituto supuso para mí un cambio brutal. En el instituto se fumaba en los pasillos, se faltaba alegremente a clase para ir a beber claretes al bar (¡que estaba dentro del propio instituto!), teníamos huelgas, asambleas, manifestaciones, broncas con la policía casi cada semana. ¡Y había chicas! Chicas con el pelo cardado y pantalones ajustados y chupas de cuero —con hombreras— y chapas antinucleares o de Barricada o de Kortatu. Chicas por todos los lados ¡Chicas en la clase de gimnasia!…

Aquellos días de instituto están grabados en mi memoria como si los hubiera escrito con los dedos sobre cemento fresco. Salir en los recreos a la panadería a por un bollo de pan y a la carnicería a por quince pesetas de chorizo. Comprar cigarrillos sueltos. O gorronearlos. Ir a clase hecho un zakarro, como decía mi madre, por ejemplo, con chupa vaquera, pantalones de mahón —o de arrantzale, como los llamábamos— y macuto militar (en el que, sin embargo, había escrito con boli Bic “MILI KK”); o con una carpeta forrada con pegatinas anti-OTAN o con fotos del monstruo de Iron Maiden o de Julius Erving o de Maki Navaja.

En el instituto empecé a sentirme adulto, dueño de mí mismo, libre y a saber que la libertad en realidad no consistía en tenerla, sino en perseguirla, en buscar respuestas a preguntas que nunca se resolvían y que bullían en mi cabeza, aquella cabecita confusa de quinceañero que era como un puchero de pisto hirviendo, o como una acera recién cimentada. Y eso a menudo solía suceder, además de en el bar del instituto o escapándose de los antidisturbios, en las clases de literatura o de filosofía, esa asignatura que ahora quieren cargarse, puede precisamente que para eso, para que seamos menos libres, para que no nos hagamos preguntas que no tienen respuesta, que no sirven para nada, para que nos convirtamos en ciudadanos prácticos, que votan y consumen y ven la tele y si se indignan ya tienen emoticonos con el ceño fruncido en el facebook y en el whatsapp. Para que, cuando volvamos a las cavernas,  ya no nos quede el fuego ni las sombras, pero podamos optar entre “Hogar” o “Electricidad” (o entre ir al instituto o estudiar una FP para ser toreros).

NUEVAS AVENTURAS DE PUTOSO

Nov 9, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
10419066_705940406119734_2852445682824991681_n

Publicado en ON, suplemento de los diarios de Grupo Noticias (7/11/15). Foto: Patxi Irurzun

Escribir es a menudo como enviar mensajes en botellas que nunca sabes si llegan a alguna orilla, si, por el contrario, son destruidas contra las rocas por el oleaje o si se pierden confundidas en un océano de cristal y éter, poblado por millones de náufragos con whatssap y cuentas en redes sociales que tampoco dejan de arrojar al vacío sus corazones y otras vísceras embotelladas.

Hace algunas semanas contaba desde esta isla la historia de Putoso, el enorme oso de peluche que me encontré abandonado una mañana junto a unos contenedores de basura. En la habitación de mi hijo había un oso exactamente igual a él, uno de sus quinientosmilillizos, y cuando subí a casa el muñeco me miró con los ojos del revés, clavándomelos como alfileres, de modo que tuve que volver a la calle a rescatar a su hermano. Demasiado tarde. Para cuando llegué aquel oso sintecho había desaparecido, no supe si engullido por el camión de la basura o adoptado por alguien con un corazón más ágil que el mío —y así terminaba el artículo, lanzando aquella duda al mar—.

Para mi sorpresa, durante las semanas siguientes recibí varios emails en los que me decían que habían visto a Putoso aquí y allá, durmiendo sobre la cama de un albergue en Bilbao, colgado por las orejas en un tendedero en Tudela o secuestrado por un hombre con una furgoneta en todas partes. Putoso, pues, o un plantígrado que se le parecía mucho, se había hecho mochilero, había escapado al triste destino que según pude saber aguarda a miles de sus congéneres (durante aquellos días recibí también unas cuantas fotos de osos de peluche desahuciados, abandonados en la basura, e incluso pude saber que hay una especie de subgénero fotográfico dedicado a ellos). Pero lo más curioso sucedió hace unos días, cuando en el autobús se me acercó un señor y me preguntó si yo era rubio de bote:

—Sí, hombre, el que escribe esa sección en el ON—me dijo, mientras yo me mesaba algo ofendido mis canas naturales—. Pues yo soy el que encontró a Putoso—se presentó a continuación, y en su cara se dibujó una sonrisa como un sol de invierno, que se nubló cuando añadió que, por desgracia, algunos días después él también tuvo que deshacerse del peluche…

No pude preguntarle el motivo (quizás Putoso era un oso conflictivo, con el que no resultaba fácil convivir, un oso pedorro o al que le gustaba el reggaeton) porque justo en ese momento el hombre llegó a su parada y tuvo que bajarse del autobús.

Daba igual. A mí casi se me saltaron las lágrimas. Alguien recogía mis mensajes en una botella. Alguien leía mis historias e incluso las prolongaba, las hacía suyas. Escribir es un oficio solitario, un oficio de náufragos, que requiere de alguien que lance el flotador de su lectura. La literatura es un diálogo extraño, complicado, en el que los interlocutores están separados por una mampara de papel. Por eso, de vez en cuando, es estimulante que alguien abra una brecha en ella y que se deje ver, que permita que entre el aire, ese aire que ventila la habitación del escritor y hace que huyan los fantasmas que la habitan: la soledad, la inseguridad, el preguntarse si lo que haces tiene algún sentido, vale para algo, para que alguien se ría o se emocione o se indigne… Yo, al menos, recibo entusiasmado ese tipo de mensajes o comentarios y los agradezco con toda mi alma de rubio de bote. De hecho, estoy esperando más emails o fotos que me informen de las nuevas aventuras de Putoso, el oso de peluche con el corazón vagabundo.

 

UNA CABRA CON GORRO

Oct 26, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
tanque MOC

Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal en ON, semanario de Diario de Noticias (Navarra, Gipuzkoa y Álava) y Deia. 24/10/2015

Sacar a pasear a Pablo, la cabra de la legión, para que a su paso se cuadre un tipo con el pecho lleno de chatarra y cruzado por una banda de Miss (un tipo que, además de jefe de estado, es jefe de las fuerzas armadas y rey, menuda estampa para una democracia) nos sale más caro que la mortaja. 800.000 euros fue el presupuesto asignado a la parada militar del pasado Día de la Hispanidad. 800.000  monedas con el rostro del monarca cupro-niquelado. Una cagarruta, en todo caso, comparado con los presupuestos para el desfile de hace solo unos años, que triplicaba esa asignación (¿qué hicieron, les pagaron una noche en el Ritz a cada legionario?) y una ristra de cagarrutas, como las que la cabra transexual Pablo fue sembrando en el Paseo del Prado, comparado con las montañas de bosta y de dinero que mueve el Ministerio de Defensa, las empresas armamentística, la industria de la muerte, en definitiva.

España es el séptimo vendedor de armas en el mundo, y entre sus clientes se cuentan la pérfida Venezuela (a la que sin embargo, se vende, entre otras cosas, material antidisturbios) o Israel (si bien el suministro de armamento durante una ofensiva militar de este país contra la franja de Gaza, el pasado año, fue suspendido; se ve que antes de eso pensaban que los misiles los iban a utilizar para una fiesta de cumpleaños).

Por otra parte, según el colectivo antimilitarista Utopía Contagiosa, el presupuesto real destinado a Defensa en España (real porque los gastos militares se disimulan derramándolos por doce de los trece ministerios restantes), supone 500 euros por habitante al año, 700 euros volatilizados cada segundo, todo para calzarle un gorro a una cabra o para que miles de novios de la muerte maten las horas en los cuarteles sacando lustre a fusiles y sables.

Nunca se sabe, dirán, no hay que descartar que una guerra estalle en cualquier momento (para ello, de hecho, trabaja la industria armamentística). Como tampoco hay que descartar que en algún momento una pandemia se extienda por todo el país, y sin embargo no tenemos acantonados a miles de enfermeros y médicos, vacunando monos o montando y desmontando jeringuillas.

Por si eso fuera poco, en España al frente del Ministerio de Defensa está, sin ningún disimulo, uno de los más destacados representantes de esa industria militar, Pedro Morenés, que trabajó para Instalanza hasta solo un mes antes de ser nombrado ministro. Instalanza, entre otras lindezas, fabricaba bombas de racimo y cuando España suscribió un tratado internacional que prohibía el uso de estos explosivos, diseñados para multiplicar el daño, pidió al gobierno una indemnización de 40 millones de euros. Morenés, además, ha firmado durante su cargo de ministro contratos por valor de 28 millones de euros con esa misma empresa. Puertas giratorias, pues, en las que el aire envenenado se estanca con la densidad de la sangre.

Cuando alguien menta este tipo de datos corre el riesgo de que lo fusilen al alba, tras retratarlo como un jipi ridículo y trasnochado que pone flores en los cañones de las ametralladoras, o de que califiquen sus argumentos de pueriles, acertadamente, por otra parte, pues cualquier niño de primaria se da cuenta de que algo funciona mal cuando el gasto militar rebasa de una manera tan obscena los de educación o sanidad y de que con ese dinero se podrían hacer muchas cosas verdaderamente útiles (quizás por ello, para arrebatarles esa aplastante lógica,  las fuerzas armadas hacen “didácticas” exhibiciones en los patios de los colegios). Se mire por donde se mire,  es evidente, en fin,  que las armas son artefactos diseñados para matar y, por tanto, que quien se lucra con ellas, y quien saluda esa industria de la muerte, es de la misma familia que la cabra Pablo y con aumentativo.

 

 

JUEGO DE TRONOS

Oct 13, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

 

Publicado en «Rubio de bote», ON (Suplemento semanal de los periódicos del Grupo Noticias) 10/10/2015

Había comenzado ya el invierno infinito y Juantxo el gorrón volvía a casa de madrugada, es decir a las siete de la tarde, solo, triste y sereno, porque todos sus amigos, los que solían invitarle en los bares, tenían que madrugar para que los asesinaran al amanecer. Era jueves, pero los bares del casco viejo estaban desiertos y muchas de sus calles cortadas por culpa del rodaje. Juantxo debía de ser uno de los pocos habitantes de la ciudad que no se había hecho extra de Juego de Tronos.  “Se buscan personas de piel morena y de complexión delgada”, exigían en los castings de la serie. Y ahora las únicas luces que brillaban en la noche eran los rayos uva de los centros de bronceado. Aquello era una debacle, el fin de pintxopotes y juevintxos, sacrificados por una serie que al parecer todo el mundo, menos él, veía y adoraba y que, sin embargo, pronto se volvería vulgar y terrenal, cuando los espectadores reconocieran, además de a sí mismos haciendo de eunucos,  al vecino que aparcaba pisando la raya de su plaza de garaje, a la cajera que siempre intentaba sisarle unos céntimos o a su jefe, disfrazado de esclavo (bueno, esto, por una vez,  quizás no estuviera tan mal).

Para llegar a su casa Juantxo tuvo que dar un rodeo y tomar una calle sombría, vericueta y poco transitada, y que sin embargo a él no le daba miedo, porque era por la que solía escurrirse cuando le tocaba pagar la ronda, con la excusa de ir a mear fuera, “que en el baño hay mucha cola, ja, ja”, hacía siempre la misma gracia, y sus amigos le dejaban ir porque Juantxo era un gorrón pero muy profesional, de los que se ganaban esforzadamente su frito de pimiento y su zurito, haciéndoles reír con sus chistes y chascarrillos. Tampoco le asustó demasiado la sombra que vio recortarse frente a él a la luz tenue y amarilla de una farola, como una contusión en la piel de la noche, ni siquiera cuando  se plantó ante él y extrajo de debajo del abrigo negro un cuchillo jamonero, que blandió con un gesto teatral.

—No, no, que yo voy para mi casa, que no soy de los de la serie —dijo Juantxo el gorrón.

—Muy gracioso, venga saca todo lo que lleves — reveló su verdadera identidad y sus intenciones la sombra, apretando la punta del cuchillo en el vientre como un globo de Juantxo.

—No llevo nada — se le desinfló a este la voz.

—Mira, que como estés mintiéndome te pincho —dijo el otro.

—De verdad, que estoy en paro desde hace tres años.

El atracador registró todos los bolsillos de Juantxo. Sus manos parecían animales hambrientos, pero no encontró nada que llevarse a la boca.

—Está bien, vete —se rindió finalmente.

Y Juantxo echó a andar a duras penas, con las piernas temblorosas y los esfínteres palpitantes.

—¡Eh, tú! —escuchó aún, cuando ya se creía a salvo— ¡Y perdóname, que ya veo que estás peor que yo! —se disculpó el atracador.

Cuando la sombra se desvaneció, Juantxo rompió a llorar. Por la situación en la que se encontraba, pero emocionado también por el gesto de aquel tipo. Pensó que ojalá sucediera lo mismo cuando quien colocaba el cuchillo en su vientre vacío era el banco. Pero el banco nunca retiraba sus armas, ni tenía compasión, al contrario le exigía más cuanto menos tenía. Ese era el verdadero Juego de tronos. Juantxo el gorrón echó a andar de nuevo. Flaco y moreno, con la piel curtida por muchos lunes al sol. Pensó que quizás al día siguiente también él se presentara al casting de la serie.

Páginas:«1...36373839404142...48»
ga('create', 'UA-55942951-1', 'auto'); ga('send', 'pageview');