¡¿PERO
QUIÉN SE VA A QUERER TATUAR MIS MONIGOTES?!
El tatuador
iruindarra Mikel Edorta López de Vicuña ha recopilado y llevado al
papel −y a la piel de
decenas de su clientes−
los dibujos de su abuela, Josefina Altuna, una artista navarra
autodidacta de arte outsider que lleva medio siglo dibujando
en secreto y que ahora es descubierta para el gran público en el
libro “Una ventana. La luna. Mis luceros” o en la exposición que
le dedicó recientemente el Salón del Cómic de Nafarroa.
Patxi Irurzun. Publicado en 7ka (06/10/24)
“Dibujando a los
políticos me meo. Hace tiempo que no he pintado a ninguno. Siempre
pinto a los asquerosos. A Trump también le pinté porque era tan
malo…Me sale bien su peinado. Pero no me parece que mis dibujos
tengan valor para nada. Pienso que la gente se va a reír”, dice
Josefina Altuna, la joven promesa de la ilustración navarra. Tiene
92 años. Lo dice Josefina y lo transcribe su su nieto, Mikel Edorta
López de Vicuña, en el libro que autoeditó hace dos años y en el
que recoge la obra y la historia de esta sorprendente artista
outsider, nacida en 1932 a las faldas del monte Ezkaba, en
Berriosuso, y vecina del pamplonés barrio de la Txantrea durante
buena parte de su vida.
Vergonzosa y desenfadada
Mikel Edorta nos recibe en Aizkora, su estudio de tatuaje en la Plaza de la Navarrería de Iruñea, de donde han salido decenas de personas con uno de los diseños de Josefina Altuna impresos en la piel, después de que Mikel los diera a conocer, primero en las redes sociales, y luego en su libro “Una ventana. La luna. Mis luceros”. Además, durante la última edición del Salón del Cómic de Navarra, celebrada el pasado mes de septiembre, una de las exposiciones estuvo dedicada a la obra de esta autora secreta, que durante cincuenta años ha pintado para sí misma, llenando sus libretas de coloridos dibujos, con un aire entre naif y gamberro. En ellos aparecen mujeres que fuman − “Cuando me salen con el morro feo les pongo un cigarro”−, chicas con cabeza de pollo −”Chicos no, porque no me salen”−, gente en pelotas − “Porque así venimos al mundo”−, y también pájaros con barba, animalitos defecando, lobos con jersey…
El
Salón del Cómic programó también una charla sobre este original y
fecundo imaginario de Josefina Altuna, charla en la que, como en este
reportaje, fue su nieto, Mikel, quién actuó como portavoz:
“Josefina es ya muy mayor, está bastante sorda, es muy
vergonzosa…”, explica,
pero también
añade que la
visibilización de su trabajo le ha hecho muy ilusión: “Ella vive
todo esto con
felicidad, con orgullo,y está encantada, a pesar de su timidez. A
mucha gente le sorprende cuando digo que Josefina es vergonzosa,
porque sus dibujos son muy desenfadados”.
Un
viaje en el tiempo
La
historia de esa proyección pública de la obra de Josefina
Altuna arranca hace cinco
años, cuando a Mikel un
redescubrimiento de los dibujos de su abuela
lo transporta en una
máquina del tiempo hasta su infancia: “Tengo
un recuerdo de los
sábados,
que era cuando íbamos a casa de mi abuela, en
la Txantrea, muy cerca de la nuestra,
y después de comer nos pegábamos como cuatro o cinco horas pintando
con ella.
Luego, en la
adolescencia, cuando empiezas a interesarte por otras cosas, yo dejo
de ir a comer a su casa y todo eso queda un poco enterrado, aunque sí
me sonaba que ella seguía dibujando, y también escribiendo poemas.
Más tarde, a los diecinueve, yo empiezo
a tatuar. Era
todavía muy joven y al principio, en los primeros años, estás
aprendiendo el oficio, dando bandazos. Pero
allá por el año 2019, poco
antes de la pandemia, ya
con un bagaje como
tatuador, en una visita a
mi abuela veo otra vez
sus dibujos y es cuando tengo ese viaje en
el tiempo, me acuerdo de mis
vivencias con Josefina
y me doy cuenta de que esas imágenes podrían funcionar muy bien
como tatoos.
Se lo digo a ella y,
aunque
no recuerdo exactamente
su respuesta, debió
de ser algo así como:
“¡¿Pero
quién se va a querer tatuar
mis monigotes?!”. Despúes
puse los
dibujos en las redes, e
inmediatamente comencé a
recibir mensajes de gente interesada, que querían reservar cita. Así
es cómo comenzó la rueda”.
Arte
outsider
Mikel recuerda también al primero de los clientes que llevó del papel a la piel una referencia de Josefina Altuna. Fue Ibai, un chico de Unzué a quien él ya había tatuado anteriormente, en aquella ocasión un dibujo de Henry Darger. “Era una especie de niño con alas de mariposa, cuernos de carnero. Es curioso, porque ahí ya me empezaron a resonar cosas de mi abuela. Luego ya he comprendido que el mundo artístico de ella tiene mucho que ver con eso que se denomina arte outsider o marginal”.
Henry
Darger es, en efecto, uno de los artistas más destacados del llamado
arte outsider
o marginal, aquel que
surge fuera de la academia o la cultura oficial, por medio de
artistas autodidactas o naif, colectivos marginales, racializados,
etc. y en el que también tiene cabida el Art Brut, un término para
describir el arte originado en instituciones psiquiátricas,
carcelarias…, en definitiva, un arte que describe la obra de
personas ajenas al mundo artístico, sin formación académica. “Me
parece gente muy
interesante”, señala
Mikel, quien sí estudió un grado superior en la Escuela de Artes,
“porque no están
contaminados, es algo muy puro, la gente cuando crece o entra en
centros de enseñanza, aprende muchos conceptos, imágenes, y a veces
es difícil
recuperar esa
esencia, esa
naturalidad que tienen
los artistas outsider,
que son gente muy libre.
Todo eso es lo que hace
tan especiales,
tan
llenas
de imaginación y de corazón esas
obras de artistas como Darger o mi abuela”.
El
tatoo de
Hofe
Si
la primera de las personas en tatuarse un dibujo de Josefina Altuna
fue Ibai −quien
repitió después en cuatro o cinco ocasiones más, calcula Mikel−
uno de los últimos ha sido el artista y cantante Igotz Méndez,
Hofe, autor de temas como “Joven lehendakari”, o “Vampireando”,
incluidos en sus EP “Amodioa” y “Amorrua”, y a quien
preguntamos qué fue lo que le llamó la atención de los dibujos de
Josefina Altuna: “Yo tengo bastante cercanía con Mikel, somos
colegas, y supe de la historia de Josefina a través de él y su
hermana Izaskun. Me fui interesando mucho por el tema, más todavía
cuando Mikel publicó el libro contando su historia. Vi también un
vídeo, un reportaje en EITB Kultura en el que explicaban no solo esa
historia, sino también el proceso de dibujo, cómo Mikel llevaba
después eso al tatuaje. Me pareció muy guay ese gesto de Mikel de
trasladar el arte de su abuela a la piel de mucha gente y hacer de
esa manera que se conociera, por eso lo hice, porque me interesaba
ese relato y quería contribuir a hacerlo más grande. Y, bueno,
además de todo eso porque me gustan mucho los dibujos de Josefina,
claro”.
Hay, como señala Hofe, un componente intergeneracional en esa transmisión entre abuela y nieto de un relato y unas imágenes que también ha contribuido a que algunas personas decidan tatuarse los dibujos de Josefina: “El de Josefina seguro que no es un caso aislado, hay mucha gente que dibuja y no lo muestra, el otro día, por ejemplo, vino un chico con un diseño de un dibujo que había hecho su abuelo. Ha venido también gente que tenía vínculos muy fuertes con su abuela y esta historia les ha llenado el corazón. Ese factor también existe”, explica Mikel.
Las creaciones de Josefina Altuna despiertan, en efecto, el interés entre aquellos que deciden tatuarse uno de sus diseños por diferentes motivos: “Hay clientes a los que les ha gustado algún dibujo concreto, otros se tatuan alguna de las mujeres que ella dibuja, porque ven en ellas una especie de fuerza implícita, a otros les ha hecho gracia un diseño porque descubren un estilo o un aire de cierta época… Yo, por ejemplo, cuando veo esos personajes que mi abuela dibuja de cuerpo entero me transportan un poco a los 80, me recuerdan el vestuario de las pelis de Almodóvar… Tiene un universo muy rico, con diseños fantásticos, otros más divertidos…
El
dibujo como terapia
Al
respecto de esto último, una de las vertientes más llamativas de
las creaciones de la artista navarra son sus dibujos más
desenfadados, con un toque gamberro e incluso punk, que son una
expresión de su carácter, aunque introvertido, alegre, o que
funcionan como espita o mecanismo de compensación para esa timidez:
“Sí, el sentido del
humor que tiene, su felicidad, es algo que yo creo que le ha hecho
estar viva hasta esa edad tan avanzada, ella es una persona a la que
conoces y desde el minuto uno está echando carcajadas, sonriendo, y
es algo que se refleja
en su obra. Ella, de
todos modos, se ha sentido en todo este proceso no
diría
contraria a enseñar sus
dibujos, pero sí que le daba cierta vergüenza, porque cree
que no valen nada. Es
algo que comparte con todo este tipo de artistas que
mencionábamos antes, que
dibujan al final como un
hobby, y
no dan valor a lo que
hacen. Aunque también es
cierto que cuando empezó
todo esto ella empezó a motivarse un poco, por ejemplo si yo
tatuaba una cara de una
chica y se lo decía,
iba a la semana siguiente a
su casa y
había dibujado muchas
caras de chicas, porque veía que interesaban a la gente… En el
libro cuento que todo esto ha sido algo que le ha dado vida, un
pequeño fueguito al que hemos ido echando leña, y que Josefina ha
cogido como fuerza, de hecho ahí está con sus
92 años y sigue
dibujando.”.
El
arte, y la escritura, esas vocaciones tan arraigada e intuitivas de
Josefina Altuna, han tenido, pues a lo largo de su vida cierto
carácter terapéutico. En “Una ventana, la luna, mis luceros”,
el libro editado por Mikel, se recogen, por ejemplo, algunas de las
cartas que ella escribió a su marido, cuando este falleció:
“Querido
Santi: Han pasado dos años. Una eternidad. El pasado aporta la vida
que pasamos juntos criando una familia maravillosa. Pero hace dos
años que nos dejaste. Nunca te olvidaremos. Siempre, hasta en los
sueños, te hablo y no me contestas. Te quiero, te quise, siempre en
el corazón como árbol fecundo para el presente y para el futuro de
esta tierra exigiendo justicia y libertad. Eso es lo que decía
Santi, quien no se perdió una manifestación recogiendo el testigo
de la lucha por la dignidad, porque al fin y al cabo esta es es la
historia nuestra del 36”.
Josefina
y la fuga del monte Ezkaba
La
trayectoria vital de Josefina, que contaba cuatro años cuando tuvo
lugar el golpe militar, se recoge también en una de las tres partes
en que está dividido “Una ventana. Las luna. Mis luceros”.
Josefina recuerda, por ejemplo, la histórica y multitudinaria fuga
del Fuerte de San Cristóbal, en el monte Ezkaba, cuando todavía
vivían a las faldas del mismo, en Berriosuso. Su casa era la primera
al bajar del monte y a las puertas de la misma se juntaron diez o
doce fugados. “El que mandaba en el pueblo, que trabajaba en
Diputación y era más malo que el sebo, le dijo a mi madre: “Benita,
no cures más, que nosotros los vamos a curar enseguida”. Los
llevaron al cementerio y empezaron: pim, pom, pim, pom… Antes de
eso, mi padre había escondido a uno en casa, entre la paja. Estuvo
toda la noche sin dormir, mirando por la ventana. Cuando estaba aún
oscuro, mi padre le dijo por dónde tenía que ir para escaparse y el
hombre se marchó. Años después, cuando mi padre murió, se lo
volvieron a encontrar. Vivía en Pamplona y tenía dos hijas”.
Rememora
también Josefina cómo le arrebataron el euskera: “Me gustaba
mucho, lo aprendí de pequeña, porque mis padres no hablaban otra
cosa. Pero cuando vinimos a Pamplona dejé de hablarlo. No nos
dejaban usarlo, estaba prohibido y en el colegio nos pegaban con la
regla si lo hablabas”.
Tal vez por eso, Josefina recuerda también como uno de sus paraísos perdidos las temporadas que pasó con su tía en Ultzama, aquejada por una enfermedad provocada por las humedades que sufrió en su infancia en los pisos de Iruña en que vivió, en la calle Nueva o en la de la Merced. De aquella época tiene un gran recuerdo y una profunda añoranza, ligados a la vida en libertad y en comunión con la naturaleza y los animales. “En sus dibujos también refleja esa vida rural, en ellos salen pueblitos, animales, de hecho ella tiene todavía algo de paquete a la ciudad, a Pamplona, incluso a la Txantrea, donde se instaló más tarde, cuando se casó”, señala Mikel, quien recogió todos estos recuerdos transcribiéndolos tras una larga y fluida conversación con Josefina que grabó sin que ella lo supiera. “Si lo hubiera sabido se habría puesto nerviosa, no habría sido lo mismo, la transcripción es una selección de sus propias palabras, con la naturalidad que ella habla, y también con ese punto poético que tienen alguna de sus frases”.
Una
ventana. La luna, Mis luceros.
Esa
pequeña biografía de Josefina Altuna conforma uno de los tres
capítulos en que se divide “Una ventana. La luna. Mis luceros”,
el titulado “La Luna”, en el que también se da cuenta del
momento en que Josefina comenzó a dibujar, a una edad en realidad
bastante avanzada, con cuarenta años, ayudando a su hija, la madre
de Mikel, en una tarea escolar: “Yo nunca en mi vida había
dibujado. Cogí un papel e hice un dibujo. Le dije: “Esto es muy
fácil. Empiezas por el río, después la orilla del río, después
las chozas, luego los negros, el misionero…”. Hice el dibujo con
lápices de madera y… ¡ganó el premio del colegio!. Pero era más
feo… Eso es la pura verdad”.
En
otro de los capítulos del libro, el primero de ellos, “Una
ventana”, Mikel introduce a los lectores contando cómo ha sido el
proceso de redescubrimiento de la obra de su abuela y cómo llevo
esta a su salón de tatuaje, así como lo que ha supuesto para él
toda esta experiencia. En el tercer capítulo, “Mis luceros” −una
referencia al modo en que Josefina se refiere a sus nietos−
se incluyen dibujos y poemas de Josefina, y en la parte final hay un
apéndice con fotografías de tatuajes realizados a clientes, como
muestra de agradecimiento a estos.
El
libro fue autoeditado en 2022, con la ayuda de diferentes amigos del
tatuador navarro, en una pequeña tirada que Mikel Edorta López de
Vicuña no tienen intención de reimprimir, a pesar de que ya apenas
le quedan ejemplares: “Era como un pequeño secreto, no quería que
circulara demasiado”, dice, aunque algunos de los ejemplares han
llegado a otros países, como Estados Unidos: “La edición es
trilingüe, en castellano, euskera e inglés. Lo del inglés me
interesaba porque en Estados Unidos, que es con diferencia el lugar
de fuera al que más libros he mandado, tienen mucha más cultura del
tatoo
que aquí, y también porque está más familiarizados con el arte
outsider,
han tenido más artistas de ese tipo…”, dice.
Una historia, en definitiva, la de Josefina, única y al mismo tiempo universal, que nos abre una ventana a la historia de una mujer que de un modo natural e intuitivo consigue encontrar en el arte uno de sus fundamentos y sus razones de ser: expresar un mundo interior, una trayectoria vital, un modo de estar en el mundo y transmitirla, en este caso, primero a los seres más cercanos y queridos y a través de estos, de su nieto y sus tatuajes, a otras personas. “El título del libro viene de ahí. A mi abuela le gusta dormir con la persiana subida porque de ese modo ve a través de la ventana la luna. Me parecía que era una buena metáfora, que a través de la ventana podías entrar al universo de Josefina”, concluye Mikel.
“Quiero
que la manzanas tengan vodka”. La pinturitas y otros ejemplos de
arte outsider
local
Los dibujos de Josefina Altuna, como señala su nieto, el tatuador Mikel Edorta López de Vicuña, pueden catalogarse dentro del llamado arte outsider o marginal, una corriente a la que dio nombre el historiador Robert Cardinal, ampliando el concepto de Art Brut que etiquetó el pintor francés Jean Dubuffet y con el que se refería al arte realizado por enfermos mentales (si bien antes psiquiatras como el portugués Miguel Bombarda o el alemán Hans Prinzhorn ya habían trabajado en ese campo). Cardinal amplia el espectro para referirse a todo tipo de artistas que carecen de formación académica. Uno de los exponentes más destacados del arte outsider es el estadounidense Henry Darger. Darger fue un anónimo trabajador de la limpieza a cuya muerte fueron encontrados en su cuarto, en Chicago, cientos de acuarelas y dibujos que constituían las ilustraciones de un manuscrito de más de catorce mil páginas, “La historia de los Vivians”, a la que dedicó toda una vida. Batallas épicas, fugas imposibles, brutales torturas a niños esclavizados… La obra de Darger revela un don natural para el dibujo, que lo convirtió en uno de los artistas marginales más destacados. Pero no es el único. Entre nosotros también podemos apuntar varios ejemplos que podrían incluirse dentro de esta corriente. Por ejemplo, el artista donostiarra José Luis Zumeta ilustró en su obra “Oi! Bihotz” 38 poemas de varios de los internos del hospital psiquiátrico de Arrasate, publicados en la revista Globo Rojo de dicho establecimiento (en la que también participó activamente el poeta Leopolo María Panero). “Quiero que las palabras tengan vodka/ Quiero una manzana negra”, escribe, por ejemplo, uno de los pacientes. Aunque si hay un ejemplo notorio y cercano de Art Brut es la obra de María Ángeles Fernández Cuesta, más conocida como La Pinturitas, una artista que a lo largo de varios años ha pintado las paredes de un antiguo restaurante abandonado en la carretera nacional que atraviesa el pueblo navarro de Arguedas. Los dibujos de La Pinturitas (un colorido y caótico entramado en el que se mezclan rostros grotescos y superpuestos de enormes pestañas, labios con forma de pez, nombres de personajes famosos escrito con tipografía animal… y que renueva cada cierto tiempo, como un enorme palimpsesto) llaman la atención de conductores y curiosos. Hasta hace relativamente poco no era extraño encontrarse a La Pinturitas trabajando en su “estudio”, ni que ella accediera a contar su vida a quienes se acercaban al mismo (o a cantarles un tema de Rocío Jurado), pero desde hace algún tiempo el antiguo restaurante aparece cercado, según nos cuenta el propio Mikel Edorta López de Vicuña, que a partir de la obra de su abuela Josefina Altuna, comenzó a interesarse por otras manifestaciones de arte marginal y ha visitado de vez en cuando Arguedas, sin llegar a toparse con La Pinturitas. Hace apenas unos días, sin embargo, se encontró con las vallas que protegían la obra de la artista ribera. “Nos dijeron que solían entrar chavales, que habían quemado un colchón… Pero, cuando preguntamos por La Pinturitas, nos llevaron hasta su casa y estuvimos hablando un poco con ella. Ha pasado una racha mala, está cuidando a su marido y lleva sin pintar un par de años”, nos cuenta. No sabemos, pues, si la artista volverá a retomar su obra, pero esta, en todo caso, ya ha sido reconocida y recogida por artistas como el fotógrafo Hervé Couton, quien publicó un libro recopilando la obra de La Pinturitas, o de galerías como la parisina Galerie Du Moineau Écarlate, especializada en Art Brut, que le dedicó una exposición en 2022.
“Es muy fácil cantar proclamas, pero menos llevarlas a cabo”
Santi
Escribano (periodista)
Santi
Escribano reúne en “La hoguera” varias historias de canciones
que usan la música como herramienta de combate o hablan de luchas
políticas y sociales
Patxi
Irurzun/ Iruñea
La
hoguera, editado por Ovejas Negrax, forma parte de una trilogía que
se inició con “La Mecha” y culminará con una tercera parte en
la que sumará nuevas “Historias de política y rock”, ese es el
subtítulo de esta serie de libros. El periodista madrileño desglosa
en esta segunda entrega qué relato se esconde o cuál fue el
chispazo que hizo prender temas como “Solidarity”, de Angelic up
stars o “Bahía de Pasaia”, de Barricada, entre otros… En la
selección, por cierto, hay canciones de varios grupos vascos: La
Polla, Negu Gorriak, Piperrak… o se hace alusión a otros como los
estadounidenses Body Count, con el conocido rapero Ice T al frente,
quienes decidieron ofrecer su único concierto en Europa en 1994 en
el Gazte Topagune de Zaldibia.
Cuéntenos
cómo surge este proyecto y con qué objetivo.
Lo que busco es reivindicar cómo el rock – y variantes – han sido una parte fundamental en la formación política, cultura, social, personal… de mucha gente. En mi caso, vería el mundo de un modo distinto de no haberme topado en mi adolescencia con Reincidentes, Negu Gorriak o algo después Sin Dios. Desde entonces me divierte buscar, ampliar, qué nos contaban esas canciones en tres minutos, qué referencias tenían explícitas u ocultas. Y para no darle la barrila a mis colegas, desde 2016 lo hago en “100Fuegos, política y rock” programa que ahora emitimos en Radio XATA, emisora comunitaria de Pinto, y quise llevarlo al formato libro porque lo impreso luce mucho más y creo que escribo mejor que hablo.
El
rock, o una parte del rock ha sido a menudo una herramienta política,
o una manera de denunciar, mostrar disconformidad… ¿Cree que eso
se sigue manteniendo?
Creo
que sí, aunque también haya un rock conservador, reaccionario,
comercial e individualista. Cada generación de gente protestona ha
tenido su banda sonora: coplas antifascistas en los años 30,
cantautores y folk en los 70… y el punk rock ha sido en buena parte
la de quienes nacimos en los 70 u 80. Sigue habiendo rock de
denuncia, aunque (salvo quizá en el streetpunk) la media de edad es
alta. Ahora la chavalería con ganas de mostrar esa disconformidad lo
hacen con la música urbana o el indie. Y bien que hacen.
Además
de hablar de diferentes luchas, también hay un componente
sentimental o biográfico en muchas de las historias que cuenta.
¿Cómo ha sido la selección de las diferentes canciones?
Hay
canciones que te ponen la historia en bandeja: “Ustelkeria” de
Negu Gorriak, “Bahía de Pasaia” de Barricada, “Reggae fi
Peach” de Linton Kwesi Johnson o “Solidarity” de Angelic
Upstarts… Otras veces es menos obvio: Agua Bendita contando cómo
“Billy Joe” se engancha a la heroína me lleva a narrar cómo lo
hizo el que era mi mejor amigo de adolescente; Extremoduro
mencionando “Cáceres II, Alcalá Meco, Puerto de Santa María”
me sirve para hablar del sistema penitenciario español; o descubrir
que “Canto” de El Último Ke Zierre era el último poema de
Víctor Jara fue la excusa perfecta para recordar su nada rockera
pero muy política figura.
En
esa selección llama la atención que haya varias historias
relacionadas con grupos vascos, ¿el Rock Radikal Vasco, por ejemplo,
ha sido un referente para mucha gente, también fuera de Euskal
Herria?
Desde
luego, el rock vasco, y mucho más allá de la etiqueta del RRV, es
un referente imprescindible. Por hablar de mi entorno, Madrid, somos
muchas las personas que en un momento dado hemos sufrido de
“vasquitis”, viendo con envidia sana esa combinación de “jaia
ta borroka”, esa fuerza para dotar de contenido social lo musical y
lo lúdico, que hay en EH.
¿Piensa
que el rock, o cierto tipo de rock, puede estar ligado a una clase
social, a la clase obrera, en concreto?
En
su momento el punk, el rock, el heavy… eran cosas de barrio obrero,
aunque siempre hubiera pijos disfrazados. Ahora es todo muy raro, ves
precios de festivales, las zonas VIP acotadas para Metallica ¡o a La
Raíz! y piensas en qué momento esto se nos fue de las manos.
Imagino que en el mismo en que alguien por tener una hipoteca a
treinta años para un pisito pasó a creerse clase media y más
cercano al patrón que a quien friega las escaleras.
¿Y
cree que las canciones pueden ser una herramienta de transformación,
que pueden llegar a cambiar algunas cosas?
A
veces nos flipamos, porque es muy fácil cantar proclamas, pero menos
llevarlas a cabo, y llega la decepción al ser tres mil en el
concierto y treinta en la manifestación. Pero, cuando me puede el
pesimismo, recuerdo que el enemigo sí tiene claro que lo cultural es
una herramienta política de primerísimo orden: el rock como arma
contra el bloque soviético con “Wind of change” de los Scorpions
acompañando la caída del muro de Berlín, Israel haciendo
“pinkwashing” en Eurovisión… Si a ellos les sirve, ¿por qué
no a nosotras?
¿Hay
alguna historia de las que recoge por la que sientas especial
predilección?
Del
volumen 1, “La Mecha”, mi favorita es la del peluquero Vidal
Sassoon pateando fascistas en el Londres de posguerra, a la que metí
con calzador la canción “Antinazis” de KOP. En este volumen 2 me
gusta cómo hilo lo personal y lo local con una causa mucho mayor, la
de los deportados de Pinto, Pego y Guiamets a campos de concentración
nazis, con banda sonora de La Gossa Sorda. También la fascinante
historia de la anarquista vizcaína Julia Hermosilla, que “casi nos
libra de Franco en dos ocasiones” y sale en el himno feminista “Las
que faltaron” de Mafalda. Y “Bahía de Pasaia”, porque es un
buen ejemplo de cómo, a través del rock, se ha conseguido que no se
olvide un caso gravísimo de guerra sucia y represión.
¿Y
alguna que se haya quedado fuera?
Quise dedicar un capítulo al 3 de marzo de Vitoria-Gasteiz, con Betagarri, S.A. o Mossin Nagant como gancho; y uno a Comandos Autónomos con Hertzainak, pero como finalmente hay un capítulo dedicado a los crímenes de la Transición con los leoneses Hachazo de percha, me pareció redundante. Quizá vayan al tercer volumen, como otras historias que tengo en mente como Banda Bassotti y los años de plomo italianos, los Rolling Stones y Angela Davis, Estopa como héroes de la clase obrera o la revolución que supuso la fecundación in vitro cantada por Toy Dolls.
Hace unos días, en una entretenida y divertida conferencia sobre la
relación de la pelota vasca con la Iglesia, el ponente, Santiago
Lesmes, iniciaba su intervención botando una pelota contra el suelo
(que era además el del refectorio de la Catedral de Pamplona) y
hablando del poder evocador de los sonidos, capaz de retrotraernos a
otras épocas de nuestra vida, de remover recuerdos, de unirnos
incluso de una manera atávica con la tierra o con nuestros
ancestros… Hay algo de todo eso en el repique y el eco, como un
disparo, de una pelota contra el frontón: la piedra, el cuero, el
impacto contra la chapa cuando se yerra el golpe (los errores siempre
resultan más estruendosos).
Al escuchar a Lesmes comencé a pensar en mis propias magdalenas
acústicas de Proust y me acordé, por ejemplo, del bote de un balón
de baloncesto. Durante muchos años de mi infancia y adolescencia el
baloncesto fue mi vida, todo giraba alrededor de él, y ese sonido lo
percibía como el latido de un corazón. Años más tarde viví
durante algún tiempo en un piso cuyas ventanas daban a unas pistas
con canastas en las que a todas horas había grupos de chavales
jugando. A algunos de mis vecinos aquel ruido les molestaba. A mí,
por el contrario, me gustaba, me tranquilizaba, era una especie de
cordón umbilical que me conectaba con mi juventud. A nadie le
molesta el sonido de su propio corazón.
Las evocaciones acústicas, no obstante, no siempre o no solo traen
buenos recuerdos, a menudo dejan en la memoria un regusto agridulce.
El ruido de una llave en la cerradura puede suponer un alivio para
quien espera con los ojos abiertos y el alma en vilo el regreso de
una hija o un hijo desde los abismos de la noche, pero también puede
ser angustioso para quien ha vivido algún infierno doméstico.
El inventario de sonidos terroríficos o inquietantes podría ser
interminable: el tic-tac de un reloj de pared en una noche blanca de
insomnio, el murmullo peligroso de las muchedumbres, la canica o la
moneda rodando en el piso superior, el rumor del viento despeinando
los árboles antes de la tormenta, el rugido de los estómagos en los
exámenes, las toses recorriendo los pasillos en las noches de
hospital, el ulular de las ambulancias atravesando la ciudad, la
llamada telefónica en mitad de la madrugada…
Aunque puestos a evocar, ¿por qué no quedarnos -volviendo al
baloncesto- con el suspiro de la red tras una canasta limpia? ¿O por
qué no con el aplauso fervoroso y unánime al artista talentoso, con
la carcajada contagiosa como un virus, con el chorro vigoroso de la
orina largamente contenida? ¿Y por qué no, en fin, con algunos
sonidos en peligro de extinción: el crujido de la aguja sobre el
vinilo, el chiflo del afilador, el remache de la tecla de la máquina
de escribir poniendo el punto final de un artículo?
Entre el 6 y el 28 de septiembre se celebra en Iruñea el Salón del Cómic de Nafarroa. Es ya la decimoquinta edición y en esta ocasión han bordado, literalmente, el cartel, con la presencia de invitados como la autora de dicho cartel, Bea Lema, una docena de exposiciones o algunos descubrimientos sorprendentes, como el de la joven promesa local Josefina Altuna, de 91 años.
Mientras a solo unas horas del inicio del Salón del Cómic de
Nafarroa, su director Javier Pérez de Zabalza, atiende alguna
llamada o da los últimos toques a alguna de la exposiciones que
ocupan las tres plantas del Palacio de Condestable de Iruñea, su
cabeza está ya puesta en la edición del próximo año. Esta es la
decimoquinta cita del que es ya un evento cultural asentado en la
ciudad y también en el mundillo del cómic estatal, pero que a pesar
de su veteranía mantiene toda la efervescencia, frescura e ímpetu
propios de los quinceañeros. Pérez de Zabalza no cree que sea él
quien deba decir que el Salón es un festival de referencia para los
autores y aficionados al noveno arte pero sí reconoce que a los
artistas no les cuesta demasiado acercarse a una capital de
provincias, pequeña y apañada, como Iruñea. “Creo que en parte
tiene que ver con que los tratamos muy bien. Como el festival es
largo, dura casi un mes, podemos recibirlos por separado, llevarlos
de un lado a otro, incluso a veces emborracharnos con ellos.
Nosotros, en el fondo, somos fans y estamos encantados de conocerlos,
esa es de hecho una de las principales motivaciones para invitarlos”.
El kiliki Demonio y los bordados de Bea Lema
Por el Salón del Cómic, organizado por la Asociación de ilustradores navarros TIZA, además de la nutrida y talentosa escena local, han desfilado a lo largo de sus diferentes ediciones lo más granado del cómic estatal (Paco Roca, Alfonso Zapico, Flavita Banana…) y también estrellas internacionales como Edmond Baudoin. Y este año la programación no le va a la zaga. La gallega Bea Lema, autora de la premiadísima El cuerpo de Cristo, una novela grafica publicada por Astiberri en la que aborda una dura historia familiar utilizando de manera brillante recursos gráficos como el bordado a mano, ha recurrido también a esa técnica artesanal para elaborar el cartel anunciador, en el que ha elegido como protagonista al kiliki Demonio de Irurtzun. “Ha sido una sorpresa, nosotros esperábamos una ilustración y nos hemos encontrado con este bordado, que ella misma ha hecho, al igual que en su cómic. En el Salón vamos a aprovechar ese recurso y a Bea Lema la tendremos impartiendo un taller de arpilleras en Condestable el 14 de septiembre, y el día anterior en el Museo del Carlismo de Lizarra dialogando con Esther Vital, directora de cine navarra que también está utilizando bordados en sus obras de animación”.
El increíble Hulk en el balcón de Condestable
Talleres, charlas, firmas y encuentros con autores… La lista de eventos es larga. En lo que se refiere a las exposiciones, este año son diez, “doce si tenemos en cuenta los escaparates que algunos ilustradores locales están pintando en comercios de la ciudad o la expo virtual que recogerá las crónicas gráficas que van a realizar alumnos de la Escuela de Artes de las diferentes charlas”, aclara Pérez de Zabalza. El Palacio de Condestable, en la Calle Mayor de Iruña, a uno de cuyos balcones se asoma durante estos días una figura fallera del Increible Hulk, será la sede que acogerá todas estas expos, como por ejemplo la del humorista gráfico e ilustrador Riki Blanco, “un autor brillante, muy versátil y superocurrente, con una mente muy loca”, quien junto con Candela Sierra ofrecerá además una performance sorpresa -ni siquiera los propios organizadores saben en qué consistirá- titulada Nanoespectáculo el día 18 a las 19:00h.
Los tatoos de Josefina Altuna Otra de las exposiciones, la dedicada a la artista local Josefina Altuna, es una de las más sorprendentes y entrañables de este año. Iruindarra de 91 años, Josefina ha dibujado desde que era una niña. Su obra fue redescubierta por su propio nieto, Mikel Edorta López de Vicuña, quien se recordaba a sí mismo de txiki compartiendo lápices con su amatxi y que, ya adulto, se sorprendió al comprobar que Josefina no había abandonado nunca su pasión y quiso compartir las ilustraciones de su abuela -pequeñas y coloridas ilustraciones de carácter naif, cercanas al arte bruto u outsider– en redes sociales. Mikel Edorta regenta un estudio de tatuaje, Aizkora, en el barrio de la Navarrería de Iruñea, y de inmediato comenzó a recibir encargos de clientes que querían tatuarse los dibujos de Josefina. Recientemente, sin ir más lejos, uno de los artistas más destacados de la pujante escena de música urbana de la capital navarra, Hofe, ha estampado en su piel un diseño de Josefina Altuna. Una bonita historia que podremos conocer de primera mano con el propio Mikel Edorta el día 17 a las 19:30h en Condestable, y cuyo carácter intergeneracional se suma el taller que otro ilustrador iruindarra, Belatz, impartirá en la Casa de Misericordia, en la que residentes de la tercera edad compartirán sus experiencias con menores tuteladas por la asociación Haziak.
Haciéndose el sueco por Iruñea
Pero si la historia de Josefina Altuna resulta increíble, no lo es menos la del dibujante sueco Charlie Christensen. Autor de éxito en su país, donde su personaje Arne Anka, una parodia del Pato Donald, es toda una institución, lleva viviendo, convertido en un auténtico desconocido, en Iruñea desde 1988 (ha vivido, de hecho, más tiempo aquí que en su país natal). “Para que te hagas una idea -nos cuenta el director del Salón- hay una película que fue candidata a los Oscar, La peor persona del mundo, en la que el protagonista es un dibujante, y en la que los dibujos que salen son suyos, por ejemplo, con un guiño a su obra que los suecos reconocen inmediatamente. Por aquí Christensen no es conocido, porque no está traducido, pero en la expo que le hemos dedicado sí hay algunas páginas en castellano y además unos pequeños textos que ha hecho y que explica el origen de algunas de sus historias y en algunas de las cuales hay cosas que tienen que ver con Pamplona”. Además de la exposición, Christensen mantendrá una entrevista con público moderada por el propio Javier Pérez de Zabalza el día 20 a las 18:30h, también en Condestable.
El reloj de la estación de autobuses
A Charlie Christiansen se le puede considerar, en cierto modo, un autor local, y una de las características del Salón es reconocer y reivindicar el talento autóctono (el propio Christiansen fue autor del cartel de una de las primeras ediciones del festival). Las vías para ello, además de las exposiciones, charlas, talleres, es la edición del fanzine Zart!, con historietas e ilustraciones de dibujantes navarros y que en este número, el sexto ya, está dedicado a las calles y barrios de Iruñea. Pero en esta edición, además, podemos encontrar otra publicación, Las lámparas llegaron sin novedad, que ha visto la luz con la ayuda del Instituto Navarro de la Memoria, y en la que colaboran en una obra colectiva diecisiete artistas navarros. “La idea parte de algo que hicimos el año pasado en Geltoki, la antigua estación de autobuses”, explica Pérez de Zabalza. Sergio Biurrun “Amplio” escribió un guion a partir de una historia real que sucedió allí, la del militante de izquierdas y republicano Enrique Cayuela, quien tras el golpe militar del 36 se ocultó en el hueco del reloj de la estación, donde permaneció tres meses, antes de poder huir a Iparralde. Cada autor dibujó una página del guion “in situ”, sobre unas planchas, y como nos pareció que quedó una cosa chula lo propusimos al Instituto de la Memoria, que ha editado 2000 ejemplares”. Ambas publicaciones, que se distribuirán de manera gratuita, se presentarán el día 11 de septiembre.
Como colofón el día 28, también
en Geltoki, donde se gestó Las
lámparas llegaron si novedad,
se celebrará Komikitoki, una feria de autoedición y de segunda mano
-con caricaturas, Djs, murales participativos, un podcast sobre
fanzines y otras sorpresas-, que supondrá el finde fiesta de este XV
Salón del Cómic de Nafarroa, cuya programación completa se puede
consultar en www.salondelcomicdenavarra.com
“El capitalismo y la creación artística son una nefasta combinación”
La rapera navarra se encuentra metida de lleno en el proceso creativo de su nuevo disco, que verá la luz a final de año, y del que ya ha adelantado algún tema, como Promenade.
Patxi
Irurzun
La
Furia, el nombre artístico (o en su caso podríamos llamar de
combate) con el que es conocida Nerea Lorón Díaz deja claro qué
significa para esta rapera de Cascante afincada en Arrasate la
música: una herramienta con la que se otorga a sí misma la
posibilidad de gritar, expresar su rabia, plantar cara al capitalismo
y el heteropatriarcado, pero también de indagar en sus dudas y
contradicciones. Tras varios discos como No
hay clemencia, Vendaval o Pecadora La
Furia trabaja sin prisas ni presiones en un nuevo proyecto en el que
a sus canciones las moverán otros motores, como el deseo, o en las
que abordará temas que le preocupan, como los sentimientos
identitarios y sus encrucijadas.
En
sus redes sociales avisaba hace unos días de un verano en el que le
esperaban varios conciertos, un nuevo disco… ¿En qué momento
creativo se encuentra?
Metida
de lleno en el disco, en un lugar lejos de casa donde he venido sola
con mi tarjeta de sonido y cuatro cosas para grabar y componer y
tirarme en el suelo a esperar con paciencia al estado necesario para
crear. Nos pasamos la vida haciendo cosas productivas (yo por lo
menos) sin darnos tiempo a mucho más. El trabajo creativo requiere
de otros tiempos y de un estado más libre. Si pretendo hacer
canciones sin salir de la cotidianeidad (que también lo hago porque
no tengo otras opciones) estoy abocada a la frustración… El
capitalismo y la creación artística son una nefasta combinación.
Ya
ha dado algún adelanto de ese nuevo trabajo y también ha comentado
que ahora le mueven más motores además de la furia o la ira, que
está dejando entrar en las canciones a otros sentimientos como la
tristeza, el deseo… ¿Cómo ha sido ese proceso?
Me
voy moviendo, voy viviendo y lo que hago se mueve conmigo.
Lógicamente lo que sale de una tiene que ver con los lugares vitales
que atraviesa. El proceso en el que sientes que, de alguna forma, tus
movimientos se trasladan a las canciones, está plagado de
inseguridad y duda. Puedes pensar, que si les gustaste por furiosa
quizás no les interese otra de tus capas. También en momentos se me
antoja complicado abandonar la percepción que yo misma he tenido de
mi como creadora y dejarme ir a otros sitios. Yo sé enfadarme y
mostrarlo, eso lo manejo, pero escribir desde otros sentimientos o
estados ha sido algo novedoso para mí y en ocasiones difícil de
abordar. Lo hago y lo seguiré haciendo porque pretendo acercarme a
la creación de forma honesta y comprometida conmigo y con el resto.
Y porque me gusta un reto. Y también porque si no sería
aburridísimo.
En
todo caso, su nombre artístico, La Furia, deja claro desde donde
parte…
Entiendo
el arte como la posibilidad, y yo decidí hace tiempo darme la
posibilidad. En mí la música tiene ese lugar… a través de ella
me doy la posibilidad, me lo permito, lo digo, lo disfruto, lo grito,
subo el volumen, lo bailo, lo encarno, me libero, lo vomito, lo
siento y cuando quiero, lo apago y sigo. Pero hay transformación
siempre.
Y
al otro lado, en quién recibe sus canciones, ¿le parece que la
música puede tener la capacidad de cambiar a las personas, de
disponerlas a plantearse cosas sobre su vida, o a despertar
conciencias?
La
música, como el arte en general, tiene la capacidad de relatar
realidades y también de crearlas. ¡Vaya dos cosas! Furia primero,
para protestar, denunciar, quemar demonios y encontrarnos en la rabia
compartida. Y fantasía después, para imaginar vidas, horizontes,
lugares… y encontrarnos ahí también. Esta es una idea que rescato
de conversaciones que he tenido con Elisa Coll al hilo de charlas que
hemos facilitado juntas sobre procesos creativos feministas y queer
y su capacidad de resignificación y transformación.
Supongo
que en ese sentido en un género como el rap, que tan basado en el
mensaje, es difícil establecer un límite entre lo que es la
expresión personal de una idea, un pensamiento, la rabia personal…
y la arenga, o incluso una especie de superioridad moral, no sé si
eso es algo en lo que se piensa al escribir canciones…
No
debemos obviar el contexto del que parte nada, en este caso el rap.
El rap está basado en un tipo de sonidos más o menos reconocibles y
en una forma, una métrica, unos tipos de rimas… El rap es un
estilo de música, punto. Si queremos ser rigurosas y justas nos
iremos a entender al rap dentro de la cultura Hip Hop y sobre todo a
mirarlo desde su origen. O desde quién parte en cada caso. Nos
daremos cuenta de que cuando un sistema capitalista colonial te ha
arrebatado todo y te ha abocado a la miseria, escribir de una forma
que muches entienden como “ególatra”, quizá sea mucho mas
político y necesario que otras formas de hacerlo que la mayoría
acepta como transgresoras. Dicho lo cual, niño pijo, blanco,
heterosexual rapero o viene a decir algo que ponga en cuestión sus
privilegios o por mí podría callarse para siempre. De ese ego que
solo perpetúa ese mismo sistema capitalista colonial y
heteropatriarcal no necesitamos más.
¿Cómo
empieza usted a escribir canciones, tenía relación con la
escritura, la música, desde niña?
Mi
madre trajo la poesía y mi padre la música. Toda la vida pensando
que no respondía a sus expectativas y me acabo de dar cuenta de que
encarno una bonita combinación de ambos, ja, ja.
Nació
en Cascante, un pueblo que es una cantera de rebeldes (Sanchicorrota,
Lucio Urtubia…), ¿Eso marca de algún modo su camino, su estilo
combativo?
Supongo,
no lo sé… Lucio, ya que lo nombras, forma parte del mapa humano de
mi infancia. Por aquella casa familiar pasaba mucha gente y a mi me
interesaban siempre mucho las conversaciones de las mayores. De todas
formas creo que mi “estilo combativo” está mas impregnado de las
mujeres feministas y los maricas de mi vida, (desde recién nacida)
que por los señores importantes. Quizás porque un referente es
alguien a quien puedes aspirar a parecerte. A esos señores
importantes empecé a cuestionarles ciertas cosas desde bien pequeña,
porque de sobra sabemos que lo izquierdoso no te quita lo machista.
La primera rebelde de Cascante que marcó mi vida y ha sido crucial
en mi forma de ser feminista es mi bisabuela Emilia (con permiso de
mi madre), a la que solo conozco por los relatos que he oído de
ella. Imagínate si hubiera podido sentarme en sus rodillas…
En
sus canciones y entrevistas alude a menudo a un tema como es el de la
identidad. Parece que tener una identidad consiste en sentir algunas
convicciones muy arraigadas dentro de una misma, pero me da la
impresión de que usted plantea que quizás lo interesante es poner
en cuestión todas esas convicciones.
Me
gusta que lo abordes… sobre todo porque estoy absolutamente
atravesada por este tema en este momento y eso va a reflejarse de
forma rotunda en el disco. No es que plantee que es mejor una cosa
que la otra, ni siquiera tiene ese mérito. Es sencillamente que yo
me encuentro en encrucijadas identitarias y he decidido atenderlas,
asumirlas. Hay una especia de culpa y mucho deseo de pertenencia en
mi recorrido. Esto me ha hecho adoptar lugares ajenos como propios y
poner picas como un caballero que llega al destino después de la
batalla. ¡A la mierda los caballeros y sus picas en Flandes, paso de
la idea de llegar al destino! Y de clavar nada en ningún sitio para
quedarte para siempre. Aunque la falta de definición identitaria es
a menudo un lugar solitario y farragoso prefiero transitar ese camino
que quedarme donde no es del todo. Rechazo también a estas alturas
la idea de quedarme. Creo en el movimiento y en el descubrimiento y
sobre todo he aprendido a darme el permiso de dudar. Se me antoja que
quizás seamos mas cómodas como habitantes cuando estamos situadas,
identificadas totalmente con algo, inamovibles de nuestras
identidades. Todo eso nos coloca en un lugar mucho mas fácil para
quienes nos quieren gobernar (en el peor sentido de la palabra). En
cualquier caso no es un afán de rebeldía lo mío, sino de búsqueda
de cordura y paz que contrariamente a lo que pensaba también son
posibles en los lugares frontera de la identidad. Por dar una
pincelada a lo concreto, estoy escribiendo en euskera sobre esto y lo
podréis oír dentro de poco.
Sus
letras me parecen muy cuidadas, con metáforas y frases muy
potentes, huyendo de las rimas facilonas, ¿qué hay detrás de todo
eso, es lectora, hay otras disciplinas que le influyen además de la
propia música?
Ojala
fuera un poco mas empollona… A veces (cada vez menos) me doy unos
pocos latigazos por leer poco y no hacer cosas de chica lista. Creo
que he aprendido más en los bares que en las bibliotecas y he sido
mas de barro y noche que de conferencias. No me parece reseñable
esto, es lo que soy. También es cierto que cuando dejé de odiar
todo lo académico (por traumas que tiene una que no vienen al caso)
empecé a abrir libros que sí me hacían devorarlos y encontré mis
tótems donde me quedo a vivir algunas temporadas. Pero sobre todo
tengo buen ojo para la gente, me rodeo de sabias y sabios y les
escucho embelesada y les quiero y nos compartimos. Me inspiro y
aprendo mucho de las otras en lo cotidiano y tengo la humildad
suficiente para no creerme más que nadie, eso me ha traído grandes
saberes.
Y
aparte esta su propia experiencia personal o vital, que también
vuelca en tus temas, en canciones como Ama,
en la que hablas de un tema no muy frecuente en el rap, como la
maternidad…. ¿Su carrera es una especie de trabajo en construcción
con su propia biografía detrás?
Claramente.
Aunque casi inconscientemente siempre he plasmado lo que me parecía
político plasmar. Hay cosas que considero que pertenecen a la
intimidad y no interesan a nadie, que no transforman nada, que no
aportan. Pero lo cierto es que esto es a veces es difuso… Me
interesa pensar sobre ello y sus límites.
Para
acabar, ¿cómo se plantea su carrera musical en el futuro, mira a
largo plazo, tienes proyectos en la cabeza, o va poco a poco,
haciendo canciones de una manera natural?
El
futuro es el final de este año en el que sacaré un disco. Luego me
gustaría presentarlo en directo, si se dan las condiciones para
hacerlo. Después de una época difícil para mí (las que nos
dedicamos a esto estamos regular de la cabeza) de mucho desencanto
con esta industria por capitalista, por patriarcal y por caníbal,
creo que estoy en un bueno momento. Reconectada. A pesar de todo. A
pesar de ellos y de sus lógicas de mucha mierda y poca música. Me
merezco lo bueno y vosotras también.