Rolly Ramírez recomienda «Chucherías Herodes en diario «Basta» de Ciudad de México

El fanzine HEIL! de Iruñea, impulsado por el colectivo de dibujantes Kanpai-Jotze, rinde homenaje al TMEO rescatando un número histórico de esta revista: el 11, que por un error de maquetación nunca llegó a publicarse
Miren Lacalle /Iruñea
El colectivo de komikilaris de Iruñerria Kanpai-Jotze acaba de publicar el segundo número de su fanzine HEIL!, que en realidad es el número uno, porque el primero se publicó con el número cero… un lío, pero que nos viene que ni pintado −nunca mejor dicho, hablando de tebeos−, pues en este nuevo HEIL! se recupera el número 11 del TMEO, nunca publicado por un despiste, un salto en la numeración provocado por problemas similares, tal y como nos cuenta Ernesto Murillo “Simonides”: “Si empiezas a contar desde el número uno el que correspondía era el doce pero, claro, como habíamos comenzado con un número cero…”. Simonides, miembro fundador del TMEO, atribuye el lío −que no sé si hemos aclarado− y las culpas al hachís, aunque también se confiesa ahora responsable de aquel histórico error de maquetación, lo cual le honra, porque algunos otros de sus compañeros, como Jokin, ni siquiera recordaban la (in)existencia del número 11 del TMEO.
28 páginas rescatadas
La cuestión es que, décadas después, este activo colectivo de dibujantes navarros, Kanpai-Jotze, que se reúne una vez al mes en el Bar Campana del casco viejo de Iruñea y entre cañas y raciones de casquería trama ideas para su fanzine, tuvo la feliz ocurrencia de rescatar aquel número fantasma del TMEO y atribuir su aparición a un hallazgo arqueológico de magnitud equiparable al de la mano de Irulegi: “Gracias a los avances que se han dado en estos últimos años en recomposición con tecnología punta 4D-2 se han podido rescatar hasta 28 páginas originales a las que HEIL! ha tenido acceso”, argumenta Jokin.
Y así, en este remozado TMEO podemos encontrar, en efecto, historietas de algunos clásicos del tebeo vasco, como los propios Simonides y Jokin, que siguen en Kanpai-Jotze al pie del cañón, u otros como Mauro Entrialgo, ATA, GOL, incluso reapariciones marianas como la de Álvarez-Rabo, así como relatos de Patxi Irurzun o El Toni, junto a colaboraciones de autores como Amaia Z, JJ Chas, Berto, Agustín Ferrer, J. Murillo, Sumus, Jota, Martintxo, Berto, Gambarte, Jota-Jota… Todo ello con una maquetación que recrea la época, con páginas amarilleadas por el paso del tiempo o la nicotina, textos escritos a máquina, anuncios de bares míticos del “txino” o Navarrería −algunos ya tristemente desaparecidos−, etc.
El espíritu original del TMEO
“Viendo ahora el fanzine terminado creo que hemos mantenido el espíritu de aquel TMEO de inicios de los 90”, nos cuenta Sergio Biurrun “Amplio”, que también hace su aporte a la publicación y que es quien intenta “coordinar” a este colectivo de dibujantes en permanente caos. Respecto a la gestación del tebeo nos cuenta que para ellos este era un homenaje obligado a una publicación histórica, el TMEO, nacida en Iruñea, y que nunca se les pasó por la cabeza pedir permiso: “Nos pusimos en contacto con dibujantes que colaboraban en la revista en los 90 y que ahora ya no lo hacen y lo mantuvimos en secreto a los del actual TMEO, aunque que me imagino que algo les habría llegado”.
En este TMEO fake se recuperan también algunos de los personajes de la época, como Musgoman, al que resucitan Jokin y Aritz Irigoien, dibujante que nació en 1987, es decir, el mismo año que el propio TMEO. “Conocí la revista en la Azoka de Durango cuando fui de crío de excursión. Me impactó bastante alguna portada. Después en los bares siempre lo leía y cuando empecé a manejar algo de dinero, lo empecé a comprar”.
Fentanilo gráfico
Por lo demás, además de esta parte dedicada al TMEO, el fanzine HEIL! se completa con otras historietas que abordan temas de actualidad dibujadas por autores de diferentes generaciones como Pedro Osés, Ekain Strummer, Exprai, Andrea Ganuza, Itziar Reparaz, Tasio, Berticio del Toro, Fertxu Izquierdo, Raspa, Txema Esteban… hasta alcanzar las ochenta páginas. “200 gramos de fentanilo gráfico”, como dice Jokin. La revista se puede adquirir al precio de seis euros en bares y otros locales de mala reputación de Iruñea y fue presentada durante las recientes jornadas de Cómic e ilustración social KomikiBooM de Antsoain, en una fiesta en la que estuvo presente uno de los emblemáticos dibujantes del TMEO, Furillo, quien desconocía este hallazgo arqueológico y que lo calificó como “una sorpresa y una pasada”.
¿Cómo se os ocurre ponerle de nombre HEIL! a un fanzine?
La de arriba es una pregunta que −como nosotros la esquivamos− nos propone el propio y enredador Jokin, dibujante del colectivo Kanpai-Jotze (y también histórico colaborador del TMEO, donde entre otras, dibujó las historietas de los Huajolotes con guiones de Gavilán/Eskroto, el recordado cantante del grupo de napar-mex). Él mismo responde: “No fuimos nosotros, fueron las circunstancias. HEIL! era el nombre del número cero, que subrayaba la denuncia del genocidio que está cometiendo Israel en Gaza y el tremendo paralelismo con el de los nazis contra el pueblo judío. Se mantiene el nombre (HEIL! Solo para élites/Eliteentzat soilik) para mantener fresca en la memoria las consecuencias que traen derivas a la ultraderecha de las clases medias y bajas, en las que hacen suyas los valores de las clases elitistas, aceptando autoengañados el pensamiento de pertenencia a una clase superior, al equipo ganador y negando lo que realmente somos: despreciables putos perdedores. Más vale no olvidarlo”, recuerda Jokin.
HEIL!, un nombre provocador para un fanzine que, incluso sin querer, atrae la polémica, pues hay que recordar que en el número cero saltó a los titulares de prensa por una esperpéntica denuncia de UPN en la que acusaba al ayuntamiento de Iruñea de difundir mensajes políticos en vehículos oficiales, todo ello a cuenta de un HEIL! fotografiado por un nervioso concejal regionalista en el salpicadero de una furgoneta municipal (la historia da, ciertamente, para un cómic, y, de hecho, Jokin y Aritz Irigoien se ocupan de ella en una de sus colaboraciones para este nuevo número del fanzine que homenajea, magistralmente, al TMEO).
Retomamos por un día, a petición de algunos lectores, la subsección «Seis grados» y en esta ocasión vamos a intentar rizar el rizo, pues, además de hacer el recorrido circular, las personas que conectemos compartirán una característica: todos ellos son músicos con una zarza en la garganta.
Comenzamos con Lemmy Kilmister, el cantante de Motörhead, de quien versionó el tema Ace of spades el grupo salmantino 1945 con la colaboración de otro artista de voz aguardentosa: Kutxi Romero. “Quien no quiere a Barricada no quiere a su madre”, ha proclamado en alguna ocasión el cantante de Marea, y como buen vástago él regaló a sus progenitores artísticos la canción El trompo, interpretada por Boni, la voz más desgarradora del rock urbano, que nos dejaría huérfanos hace tres años al fallecer como consecuencia de un cáncer de laringe.
Otra Boni, Bonnie Tyler, la cantante galesa con una sima en la garganta, imprimió en nuestras meninges himnos como It’s a heartache, traducido al cancionero popular como “¡Qué se vayan, diles que se vayan!”. A Tyler la han comparado a menudo con Rod Stewart y de hecho los dos grabaron juntos una canción, Battle of the sexes, en la que resulta difícil distinguir sus voces… y sus peinados.
Rod Stewart, por su parte, es autor de una canción titulada Forever young, es decir, igual que la de Bob Dylan. Tan igual que Stewart tuvo que compartir los derechos del tema con el Premio Nobel de Literatura, a quien también versionó Joaquín Sabina en otro tema: El hombre puso nombre a los animales. Se dice que a Dylan no le gustó nada la versión de Sabina y que prohibió a este interpretarla. Cosa que no hizo el de Úbeda con Mikel Erentxun en el disco Tributo a Sabina, donde el donostiarra del diente mellado reinterpreta Lo niego todo.
Erentxun, me dirán ustedes, no pertenece al club de las gargantas arenosas, pero sí su compañero en Duncan Dhu, Diego Vasallo, y a ambos ha acompañado en alguna ocasión como músico durante sus giras el beratarra Joseba Irazoki, quien a su vez ha colaborado habitualmente con su paisano Petti, el cual grabó un disco compartido con Barrence Whitfield, músico que ha acompañado en alguna gira a Tina Turner, quien ha hecho más de un dueto con Joe Cocker. Cocker, a modo de curiosidad actuó en 1989 en Alsasua en un festival a favor de la ikastola local, donde seguramente incluyó en el repertorio su famosa versión del tema de los Beatles Whit a little help from my friends.
Y de otro tema de los Beatles, precisamente, Back in the USSR −y con él terminamos, es decir, regresamos una vez más a nuestro punto de partida−, hizo igualmente una versión uno de sus fans más inesperados: el terrible cantante de Motörhead, Lemmy Kilmister.
No sé cómo lo hacía, pero a principios de los ochenta mi hermano conseguía sintonizar con un transistor la radio de la policía y aquella frecuencia era la que contaba lo que de verdad pasaba en la calle. “Charli 2 a Bravo 1, Charli 2 a Bravo 1 ¿me recibe? Hay una barricada de fuego en la Avenida Villava”.
Por aquella época apareció también de repente otra emisora al fondo del dial: Eguzki Irratia. Nuestras botas sabían cómo olía el suelo e Iruña era una ciudad gris, sin primavera, de cielos plomizos colocados sobre las cabezas por angelotes asexuados a sueldo de Opus-Dei y los PTV (Pamplones de Toda la Vida). Una ciudad llena de chavales que vivían y morían deprisa en los baños de los bares o de la estación de autobuses con una amapola colgando del brazo, dentro de una jeringuilla. Pero también era una ciudad llena de gente que acuchillaba el cielo para que entrasen unos rayos de luz, que daba patadas en las puertas, que gritaba, que se plantaba, que pintaba muros, que se divertía, que robaba las gorras a los munipas o beatificaba a monos presos y onanistas. Era la gente de la Eguzki Irratia, emitiendo desde un portal de Navarrería en el que tenían su sede colectivos antimilitaristas, ecologistas, feministas, internacionalistas… y de los que la radio era su voz. El dial de la Eguzki se hizo fijo en nuestros transistores. Mi hermano dejó de piratear a la policía. La propia policía era quien escuchaba ahora la Eguzki y entraba en antena: “Vascos de mierda, como vayamos para allá os vamos a cortar los huevos”…
Otras veces aquella testicular policía no se conformaba con intervenir por teléfono, irrumpía en el piso de Navarrería y por el micrófono los podías oír mandando apagar todos los cacharros; después, durante varios meses no volvía a salir el sol en Pamplona y algunos se pasaban toda aquella temporada a la sombra…
Y había también una Eguzki fuera de la Eguzki, la barraca política de la radio, la última siempre en chapar en sanfermines, la única tal vez del mundo en la que al amanecer, cuando los primeros rayos de sol hacían cenizas sus crestas, podía verse a los punkis bailando Raffaella Carrà o Boney M.
La txozna ya no está (aunque hay otras formas de ayudar económicamente a la radio, por ejemplo haciéndose eguzkide), pero la radio continúa acuchillando el cielo para que entre el sol. En la Eguzki Irratia, la radio que más calienta de Iruña −sobre la cual se acaba de realizar un documental: Eguzki Irratia. Una historia de comunicación, pasión y lucha, dirigido por Pablo Calatayud− todavía resisten, más de cuarenta años después, un micrófono y un altavoz encendidos, abiertos para quienes quieran seguir contando cómo huele el suelo de la ciudad.
Como ya hemos advertido desde esta página en alguna ocasión, se calcula que “el 83% de los terrícolas son en realidad extraterrestres que se han infiltrado en la tierra con intención de dominar a los humanos. La especie más destructiva, los hijoputas, de hecho, ya se ha hecho con el control de todos los centros de poder por los cuales los humanos creen regirse a sí mismos y, así, son alienígenas hijoputas sus reyes, presidentes y generales, sus concejales de urbanismo y culturismo, sus tertulianos y columnistas, sus banqueros y miembros de consejos de administración…”.
No obstante, para ser justos y no generar alarma, también cabe señalar que no todos los alienígenas pertenecen a especies invasoras y que buena parte de ellos han llegado hasta nuestro planeta con, justamente, la intención contraria: salvarnos. Es el caso de los procedentes de Raticulín, que siguen perseverando en su empeño a pesar del último varapalo recibido, pues, como se ha sabido hace unas semanas, su profeta en nuestra tierra, Carlos Jesús (también conocido como Crístofer o Micael), falleció a principios de año sin consumar la misión para la que había sido designado: salvar a millones de elegidos de la extinción a la que se encamina de manera inexorable el planeta azul, como apuntan cada vez señales más evidentes: el apagón, Trump, Isabel Díaz Ayuso, las hamburguesas con sabor a Dalsy…
Carlos Jesús, como recordarán, vaticinó a inicios de los 90 en programas como “Al ataque” o “Crónicas marcianas” la llegada de trece millones de naves espaciales que nos transportarían (hablo en plural porque yo soy uno de los elegidos −y ustedes si quieren también, luego les explico cómo−) hasta el planeta hermano Raticulín. Finalmente, por lo que sea, la evacuación se retrasó y Carlos Jesús tuvo que volar en solitario, aunque sus fieles tampoco desestimamos su resurrección, pues ya anteriormente revivió en dos ocasiones (una de ellas cuando trabajaba en la Seat de Martorell y sufrió una descarga eléctrica de miles de vatios).
Mientras tanto, algunos continuamos venerándolo, en mi caso con mi novela “Cholita voladora marciana”, recientemente publicada, cuya protagonista, Samy Grourgroug, tiene ascendencia raticuliniana por parte de padre (por parte de madre es euskoboliviana). Las mentes más retorcidas deducirán de todo esto que, en resumidas cuentas, este artículo no es sino una maniobra publicitaria. Todo lo contrario: lo que me mueve es un sentimiento altruista, puesto que −según me hizo saber el mismo profeta un día que se me apareció en la mancha de una pared en el baño de una sidrería− todos aquellos que lean la novela en cuestión se contarán entre los elegidos que acompañen a Carlos Jesús en su regreso a la tierra y posterior éxodo hasta Raticulín, un planeta donde no existen parquímetros, resaca ni influencers. Benditos seáis, ¡fiu, fiu!