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JACUZZI INCLUIDO

Jul 19, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Archivo:Viejos Jacuzzi.jpgLo peor no era que me había quitado el bañador y lo había arrojado pizpiretamente a tres metros, lo peor era que me había dejado puesto el gorro del nadador, con la cabezahuevo que me hacía (en consonancia, por otra parte, con una situación tan chusca como aquella). Alrededor del jacuzzi, con los dedos de los pies aferrados como garras prensiles al borde del mismo, se había apostado un grupo de jubilados. Los turnos los daban en la recepción del hotel para cada media hora y ellos y ellas habían llegado cuando todavía faltaban veinte minutos.

—Estos chicos ya van a ir saliendo. Que les queda solo un ratico, ¿verdad, majos?

—¿Ya? Pero si parece que acabamos de entrar… —dije yo, que era la primera vez que sentía el gustirrinín de una fila de burbujas masajeándome el perineo, hasta hacerme perder la noción del tiempo.

—Es que ACABAMOS de entrar —aclaró mi hijo, mirando su reloj, que le habíamos comprado el día anterior en los puestos de los jipis del paseo marítimo.

—¿A que al final no es water resistant? —dijo mi mujer, saliendo del agua grácilmente, como una lamia, con sus pies de pato y todo, y acercándose en aquaplaning hasta la silla en que había dejado el móvil—. Ah, pues sí, aún nos queda más de un cuarto de hora —dijo bien alto, cuando comprobó la hora, y después volvió a entrar al jacuzzi, encontrando un mínimo resquicio entre la muralla de carne humana que los jubilados habían levantado alrededor de él.

—Mierda —musité yo, pensando que había perdido una oportunidad de oro para recuperar mi bañador.

Los jubilados por su parte, torcieron el morro y volvieron a la carga apenas un minuto después.

—¿Cuánto queda? —simulaban hablar entre ellos, aunque en realidad se dirigieran a nosotros.

—Nada, chica, nada, que ya nos toca, además parece que la niña se ha quedado dormidica—señalaron a mi hija, quien en realidad había cerrado los ojos aterrorizada, recordando la okupación violenta, la noche anterior, por parte de aquel grupo de la minidiscoteca, al compás de Coyote Dax.

Yo también estaba algo asustado, sentía la presión de sus miradas haciéndonos aguadillas y la de las burbujas en el escroto, que comenzaba a ser algo ya molesta, además de preguntarme cómo demonios iba a salir del jacuzzi. Aquello, en definitiva,  distaba mucho de ser un videoclip de rap, como yo me lo había imaginado.

—Igual vamos saliendo —propuse.

—Hasta en punto aquí clavados como estacas —ordenó mi mujer, con su voz de sirena.

—¿Estos señores y señoras  también son jubilatas, como los que se cuelan en el bufet? —preguntó el niño, emergiendo entre la espuma cuando ya le faltaba el aire,  es decir a pleno pulmón.

Y así, prietas las filas y los morros, aguantamos tanto unos como otros, hasta la hora convenida.  Bueno, yo todavía permanecí un minuto más, cuando, tras un despiste mientras me desencasquetaba el gorro, me di cuenta de que mis hijos y mi mujer caminaban ya en dirección al vestuario.

—Que sea lo que dios quiera — me dije, y con la entrepierna cubierta con las manos y el culo escurrido y peludo al aire, salí del jacuzzi.

—Bueno, igual mejor vamos a la clase esa de zumba ¿no? —fue lo último que oí a mis espaldas, antes de agacharme, con los huevos colganderos, a recoger el bañador.

 

 

Colaboración para «Rubio de bote», en el suplemento semanal ON de lo diarios del Grupo Noticias. 

Veranos azules

Jul 19, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

La digestión era sagrada. Cuestión de vida o muerte. De tres a cinco de la tarde la piscina era un cristal limpio y transparente y si alguien osaba zambullirse en ella lo rompía con estrépito en mil pedazos, como quien quebraba una norma no escrita, o ensuciaba un mandamiento.

Había que “hacer la digestión”. Durante las dos horas en las que, para desesperación de nuestros padres, el estómago nos dictaba cada cinco minutos un “¿Cuánto falta?”, corríamos peligro de muerte, si nos acercábamos al agua. El agua en realidad no era agua, sino una balsa de aceite hirviendo. Y del cielo caía también fuego. La vida transcurría detenida a la sombra de los árboles o de las sombrillas, entre cabezadas y bostezos. Había que aburrirse. Aburrirse era obligatorio, para inventar, para después volver a jugar, para dejar de aburrirse. Los niños de hoy, por el contrario, creo que no se aburren, no saben o no los dejamos aburrirse, siempre tienen una tablet a mano, una consola, una extraescolar, un campamento… A los niños de hoy les falta tiempo para digerir tanto estímulo.

A nosotros, mientras nos aburríamos, las hormigas que se subían a nuestra toalla o al Don Miki se nos convertían en animales fantásticos, o en bombarderos las moscas que zumbaban en nuestras orejas, mientras tratábamos de echar una siesta que no necesitábamos. ¿Cuánto falta? A veces, abandonábamos las sombras y dejábamos que el sol nos escribiera sobre la piel a tiras lunares y melanomas en diferido. Nos sentábamos en el borde de la piscina y mirábamos nostálgicos su fondo, como el horizonte de un país lejano o de una época perdida.  El fondo de la piscina olímpica era un mosaico romano, una Atlántida en la que se posaban monedas de duro o fichas del guardarropa. Otras veces,  íbamos al baño y después nos duchábamos para disimular la última gota delatora en el bañador, que se expandía como un estigma.

—Aitor Menta, acuda por favor al teléfono —rompía la calma chicha por megafonía el portero, a quien se la habían vuelto a colar, y todos los niños aburridos estallábamos en una carcajada a coro.

Junto al río había una vieja cama elástica y yo recuerdo que algunas tardes me sentaba en una esquina de la lona, esperando mi turno, y que cuando llegaba lo dejaba pasar, porque en el bañador speedo se me había desperezado una erección confusa, mientras veía saltar a la niña que me gustaba y miraba, como quien miraba a un ángel bajando del cielo,  sus pezones incipientes, como pequeños ratones que me roían el corazón.

Eran aquellos veranos interminables que se pasaban en un suspiro. Veranos en los que moríamos con el sol ensangrentado todas las noches y cada mañana un sol con forma de galleta María y una piscina de colacao nos devolvían a la vida.  Si la patria del hombre, como dijo el poeta, es su infancia, el verano debe de ser su capital. Eran aquellos veranos azules. Bicicletas BH. Barbos y madrillas pescadas con aparejo. Chipi-chapas. Frigodedos y Dráculas. Capitán Cola y El Gran Héroe Americano. Verdad o atrevimiento. Aceite y vinagre juntos pero no revueltos en un táper. La vida convertida en una digestión lenta y nutritiva. ¿Cuánto falta?

Colaboración para el suplemento semanal ON de los diarios de Grupo Noticias

Dificultades de la vida moderna

Jun 22, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Las últimas adhesiones a la manifestación “Contra las dificultades de la vida moderna” han llegado desde el “Sindicato de empujadores de máquinas expendedoras”, quienes recuerdan que cada día siguen quedándose enganchadas en las mismas cientos de palmeras de chocolate o tubos de Lacasitos, sin que en la mayoría de los casos los responsables de bares, centros comerciales o áreas de descanso se hagan responsables del hurto. “Es más”, añaden, “con frecuencia son detenidos, acusados de vandalismo, algunos de nuestros afiliados al ser sorprendidos aporreando las máquinas, o incluso, y esto nos parece gravísimo, otros que las empujan con un cívico disimulo”.
Recordemos que la convocatoria de esta manifestación partió de la “Plataforma por un carril lento en las cajas de los supermercados”, un grupo de consumidores afectados por la presión a la que son sometidos los clientes en el momento de pagar y recoger sus productos y que no dudan en calificar las cajas registradoras como siniestros símbolos del capitalismo o pequeños tótems consagrados al consumo y las prisas. A ellos no tardaron en sumarse otras asociaciones como la ‘Coordinadora de incapaces de despegar bolsas de compra”, la “Agrupación de afectados por las mañanas enteras perdidas intentando tramitar on line una factura para el Ayuntamiento” o el colectivo “No eres el único que tiene que bajar del coche para pagar en la autopista o meter el tique del parking y que lo hagas no significa necesariamente que seas bracicorto”.
Paco Cheltuyo, responsable de “Hay sitios libres”, otra de las numerosas asociaciones que se ha sumado a esta marea de ciudadanos a los que la tecnología y las supuestas comodidades de la vida moderna convierten la suya en un auténtico calvario, nos indica los motivos por los que ellos han decidido secundar esta protesta: “En nuestro caso, nos parece indignante la conducta de esos conductores –valga la redundancia— que en los parkings de los supermercados deciden aparcar junto a la puerta de los mismos, a pesar de que a solo cincuenta o cien metros haya sitios libres, obstaculizando el recorrido natural de los carritos de la compra, a menudo después de que quienes los empujan hayan pasado un buen rato tratando de conseguir que la cajera les dé de mala gana cambios para insertar una moneda con la que desbloquear uno de los susodichos carritos, que al final siempre resulta ser aquel al que se le atrancan las ruedas o tienden a desviarse hacia las estanterías”.
Durante la manifestación, que pretende tener tono festivo “sin que eso implique necesariamente que vaya a haber una batucada”, ha comentado uno de los convocantes, se escenificará la quema de un parquímetro de los que obligan a introducir el número de matrícula del coche, una máquina de zumos de un hotel con bufet y el manual de instrucciones de un aparato informático. “Bueno, todo eso si finalmente llegamos a celebrarla, porque nos están exigiendo toda una serie de papeleos, trámites burocráticos (muchos de ellos vía telemática o electrónica) que a asociaciones como las nuestras nos resultan difícilmente asumibles, además de provocar contradicciones éticas con el espíritu de la protesta”, nos han confirmado desde el comité organizador de la misma, tras varios intentos fallidos para concertar una entrevista vía skype.

Publicado en RUBIO DE BOTE, colaboración para ON, suplemento de los periódicos del Grupo Noticias

 

JORNADA DE REFLEXIÓN

May 25, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

El patrullero Mancuso se levantó con el cuerpo crujiendo como un mueble viejo, después de una noche demasiado corta en la que sin embargo le dio tiempo a despertarse un millón de veces. Se había quedado hasta tarde repasando la circular en la que les recordaban el reglamento a aplicar para un día como aquel, jornada de reflexión, y en su cabeza le daban vueltas todas las prohibiciones que especificaba la nueva Ley Candado. No obstante, una vez iniciada la patrulla, no tardó en entrar en acción y desentumecer los músculos. A la salida del supermercado inspeccionó el carrito de la compra de un sospechoso y descubrió varias latas de cerveza.

—¿Acaso no sabe usted que hoy está prohibido el consumo de bebidas alcohólicas?

—Por supuesto, patrullero, pero las estoy reservando para mañana, cuando den las doce de la noche y los primeros resultados anuncien que hemos ganado las elecciones.

El patrullero Mancuso se rascó la cabeza. Aquel listillo seguramente le estaba tomando el pelo, pero su argumento era irrefutable. Sin embargo, el comentario que había hecho ¿podía ser considerado como proselitismo? Sí, ¿pero a favor de quién? ¿Qué significaba ese “hemos”? ¿Le incluía a él? ¿O era aquel tipo un comunista?…

—Y además, son sin alcohol —añadió el sospechoso, antes de escurrirse con su carrito hasta su coche, que, para más inri, estaba perfectamente estacionado.

Pero pronto el patrullero Mancuso descubrió a un grupito de delincuentes con los que resarcirse. Eran diez o doce, todos llevaban coleta y estaban apoyados sobre una pared fumando y escupiendo circulitos de humo. Un caso flagrante de propaganda electoral. Mancuso decidió acercarse a ellos de incógnito, disfrazado de rapero, con la gorra del revés, una de las galletas María de su almuerzo colgando del pecho y la camiseta remangada hasta el ombligo para dejar al descubierto los calzoncillos-faja. Se metió tanto en su papel de antisistema que mientras avanzaba hacia ellos, al ver aquel humo elevándose al cielo, vino a su memoria un recuerdo infantil que lo torturaba desde que tenía conciencia democrática: aquella tarde en que, durante otra campaña electoral, al salir de la escuela junto con otros compañeros hicieron acopio por sedes de partidos y  mitines de todo tipo de propaganda —folletos, papeletas…—, la apilaron en un descampado, prendieron fuego y vieron como todos los rostros de los candidatos, sus programas y promesas, se consumían y subían al cielo en una columna negra, que el viento acababa por difuminar.

Trató de borrar aquella imagen horrible de su mente y se centró en la conversación de los sospechosos: “¡Buah, primo!”, dijo uno de ellos, “¡Primo, buah!”, contestó otro, y así estuvieron durante media hora. A no ser que hablaran en clave, nada de aquello parecía atentar contra la Ley Candado. De modo que tras tragar pasivamente el humo de aquellos cigarrillos, que olían muy raro, el patrullero Mancuso continuó su ronda, amonestando alegremente a gente que hablaba en grupos de más de tres personas, o en idiomas autonómicos, y también tuvo que echar una mano a los antidisturbios en seis desahucios y un motín en la cola del banco de alimentos. Después, al acabar su jornada,  regresó a casa y se puso a reflexionar, pero solo estuvo un rato, porque  él ya tenía muy claro desde hacía tiempo quién le pagaba y a quién iba a votar,  aparte de que si pensaba mucho al patrullero Mancuso le dolía la cabeza.

 

Publicado en la sección Rubio de bote del magazine ON (Grupo Noticias)

MEA CULPA

May 11, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
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Colaboración para Rubio de bote, en  ON, suplemento del Grupo Noticias (Deia, Diario de Noticias de Navarra, Álava y Gipuzkoa)

MEA CULPA

El escritor mexicano Heriberto Yépez escribía en un relato titulado Tesis sobre las presentaciones de libros: “Los escritores, salvo contadísimas excepciones, son antipáticos. Observarlos en vivo decepciona a sus lectores. Y desalienta a los que pudieron haberlo sido. (…) Sé de muchas personas que asisten a las presentaciones de libros para confirmar que el escritor es un ególatra, un torpe o un mamón”.

Bueno, al menos a las presentaciones de las que habla Yépez asistía alguien. Por lo general, no hay nada más desangelado que una presentación de un libro. Cuando alguien suele preguntarnos a los escritores qué tal fue la nuestra —para a continuación añadir que no pudieron ir por tal o cual motivo— la respuesta automática es “Muy bien, muy bien”; o quizás, si el escritor es un poco más humilde, “Muy bien, estuvimos en familia, pero lo pasamos muy bien”, aunque en realidad lo que al escritor le está pasando por la cabeza sea “Una mierda, la presentación fue una puta mierda y es la última vez que hago una”, porque lo de  estar en familia suele ser literal, y el público lo componen la madre o la mujer del autor, a quienes como mucho suele sumarse algún amigo o algún escritor que está presente porque al cabo de una semana también él presenta libro y espera que le devuelvan el favor.

Lo cierto es que, por lo general, una presentación de un libro no suele ser de por sí el plan más arrebatador para pasar la tarde de un viernes.  Pero en realidad ese no es el problema, el problema es que leer un libro —que es lo que realmente hay que hacer con los libros, más que hablar sobre ellos—, tampoco suele ser, cada vez lo es menos,  el mejor plan para pasar la tarde un viernes ni ninguna otra. Cada vez se venden menos libros, excepción hecha de autores de la talla o el tirón de  Belén Esteban, o los libros que se venden son siempre los mismos, aquellos que antes de ser publicados y por tanto leídos ya son un éxito y tienen sus derechos vendidos en varios países y a una superproductora de cine. El 99% de los escritores restantes tenemos la sensación, probablemente falsa,  de ser los últimos de un oficio en vías de extinción (falsa porque inventar, contar y escuchar historias es y será siempre algo inherente al género humano), y nos vemos abocados por ello para sobrevivir a hacer todo ese tipo de cosas ridículas, como presentar libros o subir fotos de los mismos a nuestro Facebook cuando milagrosamente los vemos en el escaparate de una librería, entre recetarios de cocina y novelas firmadas por famosos de todo pelaje y condición que, paradójicamente, adornan o tratan de dignificar su trayectoria con la publicación de un libro.

El factor Belén Esteban es determinante en todo este asunto, en el que en realidad de lo que se trata es de que una navajada trapera ha separado lo que es la literatura del entretenimiento o del espectáculo (con todos los matices y jirones que quedan colgando en una afirmación de ese tipo), y de que la sangre está llegando al río. Otro escritor, Patricio Pron, señalaba hace poco en un artículo que en los últimos años 72 bibliotecas públicas habían sido quemadas en las banlieus, los barrios periféricos franceses, porque, según argumentaba un joven, “las bibliotecas están allí para adormecernos. No necesitamos libros, sino trabajo”. Tal vez ese joven piense eso, o desconozca que los libros en realidad sirven para despertar o para alimentar el fuego de otra manera, porque le han hecho creer que los únicos libros que existen son los que escribe la Belén Esteban francesa. Claro que no todo es culpa de una industria editorial autodestructiva, y Patricio Pron también entonaba un mea culpa, al que me adhiero, cuando señalaba que tampoco los escritores hemos sido capaces de escribir una literatura relevante, capaz de abordar la vida y transformarla, y que a menudo nuestros libros están escritos de espaldas a la vida. Lo cual, de ser cierto, vendría a avalar la teoría de Heriberto Yépez sobre las presentaciones de libros y sobre nuestra egolatría, torpeza y mamonez.

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