“DON CÓNDOR Y ÑORA ALACRÁN SON EL ALTER EGO DE NUESTRO ALTER EGO”
Publicado en Igandea+, suplemento dominical de diarios Grupo Noticias (21/04/2024). Texto: Patxi Irurzun. Foto: Clara Orozco
El año pasado cumplieron
una década sobre los escenarios de medio mundo. Han tocado en Chile,
Japón, Rusia, a veces junto a grupos de la talla de Metallica, pero
también en salas pequeñas o gaztetxes.
Su sonido es un rock contundente y denso, forjado tan solo con un
formato de dúo, guitarra y batería, al que han dado un giro
inesperado en su último trabajo, Niña
Coyote eta Chico Tornado vs Don Cóndor y Ñora Alacrán, en
el que han incluido varias cumbias… a su estilo.
Niña Coyote eta Chico
Tornado, o lo que es lo mismo Úrsula Strong (o lo que es lo mismo
Usua De la Fuente) y Koldo Soret, me reciben en su guarida del barrio
donostiarra de Egia, un acogedor local en el que ensayan, graban sus
maquetas o almacenan los discos que editan bajo su propio sello,
Pozoi Records. Han preparado café y bollos y su hospitalidad me hace
sentir un poco culpable, cuando lanzo la primera pregunta, pues esta,
aunque obligada −¿De
dónde provienen los alias que dan nombre al dúo?−
tiene algo de mecánica y previsible. Usua, sin embargo, contesta con
entusiasmo, como si fuera la primera vez: “El grupo tiene diez
años, aunque los motes vienen de antes: justo antes de Zuloak
[el
falso documental que rodó Fermin Muguruza sobre un grupo imaginario
de rock formado de chicas, en el que Usua tocaba la batería],
hicimos un viaje de tres meses a California y, un día, estando en el
desierto, como yo me había subido a una roca y no quería bajarme,
me gritaban “¡Venga, coyote, baja!”. Después fuimos a unos
locales de ensayo. Koldo llevaba ya como dos meses sin tocar la
guitarra, el pobre, y se volvió un poco loco, revolucionó todo el
local, ¡Buah, parece un tornado!, decíamos. Y así fue como
surgieron Niña Coyote eta Chico Tornado, de risas”.
¡Cumbiaaaa!
Durante estos diez años, el
dúo donostiarra ha grabado cuatro
discos. Su
sonido es un rock arenoso y enérgico, cercano al stoner,
pero,
para complicar todavía más el asunto de los alias, en el último
disco soprendieron a sus seguidores con −junto
a varios temas en su estilo habitual−
un puñado de cumbias eléctricas y mestizas en el que Niña Coyote
eta Chico Tornado se transformaron en Don Cóndor y Ñora Alacrán.
Les pregunto de nuevo por los nombres y es ahora Koldo quien responde
(bueno, en realidad, uno termina o completa las frases de la otra, y
al revés, se conocen desde hace treinta años y entre ambos existe
una complicidad y una admiración que también trasladan al
escenario, donde, me dicen, ni siquiera tienen que marcar las
canciones para empezar a tocarlas, les basta con mirarse): Koldo: “En
2016 hicimos una gira por México y allí nos fuimos encontrando
cumbia por todos los sitios en que tocábamos, de todo tipo,
electrocumbia, psicodélica… Ibas a una mescalería y había un
señor tocando cumbia con un teclado. En Mexicali, en un sitio un
poco turbio, hablando con un colega de allí, comentamos cómo molaba
la cumbia, y él nos dijo: “Pues tienen que hacer una banda de
cumbia”. Y ya nos puso el nombre y todo, Don Cóndor y Ñora
Alacrán”. Usua: “Bueno, lo
de Don Cóndor fue por un error, te preguntó cómo te llamabas, y
tú, Koldo, ah, Cóndor, qué chingón. Y Don Cóndor, lo bautizó. Y
a mí Niña Alacrán, pero yo le dije que ya no estaba para niña, y
él, pues Ñora (señora) Alacrán”.
Tormenta de arena
Don Cóndor y Ñora Alacrán son, pues, “el alter ego del alter ego”, explican; o también, al rato, que suelen referirse a ellos como sus primos de Monterrey (lo cual me hace pensar que quizás no están aburridos de contestar a las preguntas sobre los nombres del dúo porque en cada ocasión inventan para ellos una historia diferente). Les pregunto a continuación cómo se tomaron sus seguidores ese giro de timón, y, aunque reconocen que en el disco las escuchas de Don Cóndor y Ñora Alacrán son menos que las de Niña Coyote y Chico Tornado, comentan que fue una experiencia enriquecedora salir de su zona de confort y dejarse llevar por su instinto y por lo que les pide el cuerpo en cada momento, algo que en realidad siempre han mantenido a lo largo de su carrera: “Cada uno de nuestros discos es como un reflejo del momento en el que estaba la banda y en cada uno de ellos nos hemos exprimido para hacer siempre lo mejor que hemos podido. Nuestra música ya de por sí es anticomercial, con sonidos densísimos, en euskera, sin estribillos, no tenemos ni media canción del verano… en ese sentido estamos superagradecidos de que la gente venga a vernos. Pero en el caso de las cumbias, todavía es más underground”, dice Usua, si bien a continuación añade. “Aunque también resulta menos cansado”.
Siguiendo su instinto
Niña Coyote eta Chico Tornado son ciertamente un ciclón, una fuerza de la naturaleza sobre el escenario. Parece increíble que ese sonido tan contundente sean capaces de crearlo solo dos personas. Para ello Koldo utiliza cuatro amplificadores y diferentes pedales a través de los cuales divide las señales de su guitarra y Usua golpea la batería con una mezcla de energía y elegancia, a lo cual se suma la imagen del dúo, fotogénica y cuidada (Usua, además del grupo, trabaja en el mundo del cine, preparando vestuarios). “La idea es sonar como una banda, solo con la guitarra y la batería, sin nada pregrabado. Nos suelen decir mucho si hemos pensado en cambiar el formato, añadir a alguien más, pero entonces no tendría sentido, sería otra cosa, perdería la esencia de la banda”
Les pregunto ahora si se ven
del mismo modo dentro de otros diez años. Koldo: “Yo creo que sí.
Cuando empezamos nunca imáginamos que llegaríamos hasta aquí.
Nuestro primer disco tenía un sonido oscuro, turbio, y pensábamos
que como mucho nos dejarían tocar en algún
gaztetxe.
Pero hemos recorrido medio mundo, hemos tocado con gente como Queen
of Stone Age o Metallica, tenemos nuestro propio sello… A veces es
un poco agotador, los viajes, etc., pero también es un modo de
vida”. Usua: “Es dificil también porque está por una parte lo
que se espera de ti, lo que a ti te apetece hacer, lo que estás
aburrido de hacer… A veces pierdes un poco la perspectiva, por eso
también, aunque Koldo no puede dejar de hacer canciones, hemos
decidido parar un poco ahora”. Koldo: “Hace poco leí la
biografía de The Cramps y han estado un montón de años tocando,
sin dejarse arrastrar por ninguna presión, capitalista ni de ningún
tipo, haciendo lo que les gusta…Eso es lo que queremos. Hombre, no
sé, así, tal y como está el rock hoy en día, igual acabamos en
Benidorm, tocando en un hotel”. Usua: “Eso es algo que puede
pasar, en los hoteles en vez de pasodobles tocarán Platero y tú”.
Koldo: “La historia es seguir tu instinto, para nosotros el filtro
es que al tocar una canción te de subidón, si te da subidón a ti,
lo transmites al público”. Usua: “Y hacer cosas que te gusten a
ti, si te gusta a ti, ya le gusta al menos a una persona, si no
corres el riesgo de que le guste a cero personas”…
Y de ese modo continúan durante un rato, trasladando a su conversación la misma pasión y espontaneidad que transmite su música rugosa y magnética, salvaje y misteriosa, como una tormenta de arena o un animal del desierto.
Mi paraguas sardinita El
primer disco que, cada uno por su cuenta, compraron Koldo y Usua fue
uno de Negu Gorriak. Es uno de sus referentes musicales, junto a
otros como Motorhead, Anestesia, Bap… Los dos se interesaron por la
música desde pequeños. Koldo, primero en escuelas de música,
tocando el acordeón o el txistu, y más tarde escuchando los discos
de sus hermanos mayores (rock radical, AC/DC, Ramones etc.). Desde
muy joven formó parte de grupos como Euripean Sua, Utikan, Mugatik,
Lau Itzal, Chico Boom, Surfing Caos, a los que ha aportado siempre su
destreza a la guitarra y su facilidad para crear rifs. “Los rifs le
brotan como churros”, dice Usua, pero reconoce que por el contrario
les cuesta más escribir las letras, auque para ello Niña Coyote eta
Chico Tornado han recurrido a veces a escritores como Harkaitz Cano,
Maialen Lujambio, Ioritz Apaolaza o el propio Fermin Muguruza, su
chamán. Usua comenzó con la batería más tarde, a los veinte, con
Las Culebras. “Luego lo dejé y fui pipa de todas esas bandas que
ha dicho Koldo, hasta que Fermín Muguruza me llamó para Zuloak.
“Koldo me ayudó mucho, me salieron muchos callos. Entonces era él
el que venía de pipa con Zuloak. Después los dos hicimos Niña
Coyote eta Chica Tornado. La misma noche que Zuloak dieron su último
concierto nosotros dimos el primero”. Antes, en realidad, Usua ya
había estudiado piano y solfeo, de pequeña, y desde que estaba en
la tripa de su madre había escuchado mucho rock: “Mis padres
escuchaban Led Zeppelin, Deep Purple. Y yo aprendí castellano oyendo
la primera cinta de Kortatu, a la que mi viejo le daba muchas vueltas
en el coche”, dice. “¡Cuenta, cuenta lo de Mi paraguas
sardinita!”, le anima Koldo, y Usua, entre risas nos explica que
cuando su aita ponía Nicaragua
sandinista
en el casete ella lo que entendía y tarareaba equivocadamente era
eso: “Mi paraguas sardinita”.
Cuando entras a la librería de
Marcela y Rafa, a la izquierda, junto a los periódicos del día, no
te encuentras en ese lugar preferente libros de Pérez-Reverte o de
Paz Padilla, sino de autores de la tierra: noveles, glorias locales,
autoeditados… Y también libros sobre Navarra, los sanfermines,
sobre etnografía, lengua, cartografía de Euskal Herria… Si a
Marcela le ha gustado el libro (porque Marcela no es una vendedora de
libros, sino una librera a la antigua usanza, o sea, una librera que
lee) puede incluso que lo coloque en el mostrador, y que lo
recomiende entusiasmadamente a sus clientes, o que lo haga en alguna
de sus colaboraciones en la radio, o cuando le pregunten en la Feria
del libro cuál ha sido el más vendido (aunque sea una mentirijilla
y puede que el más vendido haya sido uno de algún influencer).
El párrafo anterior, sin embargo,
tiene fecha de caducidad. El próximo 16 de mayo será un día muy
triste. Marcela y Rafa echan la persiana de la pequeña librería que
desde hace tres décadas regentan en la cuesta de Santo Domingo de
Iruña, en el conocido primer tramo del encierro (durante los
encierros, por cierto, la tienda se transforma en improvisada
consigna en la que los corredores dejan en custodia sus carteras o
sus móviles).
Rafa y Marcela se jubilan,
merecidamente, después de años trabajando de luna a luna, como
licántropos de los libros: preparando, a deshoras, pedidos,
cuadrando facturas y albaranes, rastreando como sabuesos libros
descatalogados, avisando a los clientes cuando llegan, fotocopiando
carnets, desempaquetando cajas con gomas Milan, lapiceros Alpino,
colocando con mimo en el escaparate olentzeros o kilikis de goma…
No han conseguido, a pesar de
buscar con ahínco, que nadie tome el relevo para que su negocio,
sacrificado pero rentable, continúe siendo un pequeño oasis para
lectores empedernidos, euskaldunes, nostálgicos del trato personal y
humano… y la tienda reabrirá, sí, con otros dueños, pero
reduciendo su oferta a lo concerniente a los souvenirs.
¿Quién nos hará saber ahora que un autor del barrio ha escrito un
libro sobre el mono Txarli? ¿Quién preparará con la misma
diligencia los pedidos para las bibliotecas? ¿Quién nos prestará
las mesas para comer en la calle el día 6 de julio o nos invitará
al aperitivo después del txupinazo?…
Cuando la persiana de Abarzuza se
cierre definitivamente, tras ella se derrumbará todo un mundo. Es el
signo de los tiempos. Estos tiempos en los que en todas las librerías
el libro más vendido es el de una folclórica y en los que los
lectores de periódicos se convierten en exploradores urbanos. Pero
no tenemos ningún derecho, por supuesto, a que Marcela y Rafa
sientan ni siquiera una pizca de culpabilidad, al contrario. El
próximo martes, 23 de abril, es el Día del libro y ellos sacarán
por última vez sus libros a la calle. Será un buen momento para
darles un gran abrazo, agradecerles todos estos años de felicidad
lectora y desearles un gozoso retiro.
La banda tributo Leña al mono homenajeó ayer en la sala Totem de Atarrabia al legendario trío Leño, en el 45 aniversario de la creación del grupo madrileño.
La de Leño con Iruñea es una larga historia de amor. Desde que el trío madrileño publicó su primer disco, de título homónimo (Leño), sus canciones comenzaron a sonar y a volar cabezas −con sus melenas correspondientes− en los bares de lo viejo. Y Rosendo y los suyos no tardaron en llegar a la ciudad. Los más veteranos aún recordarán conciertos como el de la gira ‘El rock de una noche de verano’ en la Plaza de toros, junto a Miguel Ríos y a una desconocida por entonces Luz Casal, en 1983; o el de un año antes en un Anaitasuna convertido en una olla a presión; o, retrocediendo aún más en el tiempo, el concierto casi fundacional en el salón de actos del colegio Salesianos, en 1979, al que asistieron como público, entre otros, unos todavía bisoños Alfredo y Boni, de Barricada. La cantera del rock urbano iruindarra ya comenzaba a extraer sus primeros frutos y a convertir la ciudad en uno de los bastiones del género. Y es que −con el permiso de grupos como Asfalto, Burning, Cucharada o Coz− Leño fundó los estatutos de un estilo musical que todavía, aunque ya sin melenas, mantiene en Iruñea un nutrido y fiel número de seguidores, tal y como quedó demostrado en el concierto homenaje que en la noche de ayer ofreció en la abarrotada sala Totem de Atarrabia el grupo tributo Leña al mono, junto con un selecto puñado de invitados, y que se presentaba bajo el título ‘Fiesta 45 aniversario Leño’.
Jugando en casa
La gira, después de haber pasado por Madrid, Barcelona o Sevilla, recalaba en casa, nunca mejor dicho, pues Leña al Mono es un combo formado por auténticas leyendas del rock navarro, como el guitarrista y cantante Juanjo Ojeta (Mugre, Txarrena… «¡El mejor guitarrista de rock de la ciudad!», lo proclamó un tipo al lado de este cronista) o el baterista Javier Lizarazu ‘Puntxes’ (Tahures Zurdos, Mugre…), a los que se sumó la sangre nueva al bajo de Guillermo Soloaga, en sustitución del miembro original Patxi Garro (Los Insoportables, La Síntesis…).
Con semejantes mimbres, el grupo no podía sino arrancar −tras una introducción en la que se escuchó la sintonía de ‘El hombre y la tierra’− como un trueno, con un sonido demoledor, a lo cual sin duda contribuyó que se interpretaron de un tirón, para empezar, tres trallazos leñeros (‘Este Madrid’, ‘Entre las cejas’ y ‘No lo entiendo’), recibidos con entusiasmo juvenil por un público mayoritariamente cincuentón e incluso sesentón que no había ido al concierto a hablar ni a grabarlo con el móvil porque de lo que se trataba era de corear los estribillos y los solos de guitarra forjados a fuego en las meninges desde los quince años.
Tributo a Onán
Llegaron después más temazos, aunque ¿cuál no lo es en el caso de Leño?: ‘Donde está la salvación’, ‘Sí, señor’, ‘Apágalas’…, antes de que interrumpiera en el escenario el primer invitado: Juan ‘Conan’ Carmona, de La Leñera (no hay malos rollos entre los grupos tributos), un «doble» de Rosendo, al menos si atendemos, haciendo honor a su alias, a su envergadura física (vamos, que doblaba a Rosendo en corpulencia) pero sobre todo por el timbre de su voz, que tanto nos recordó al de Carabanchel.
A este respecto, es también reseñable que Juanjo Ojeta, por el contrario, canta a Rosendo sin imitarlo, pero que los dos cantantes, cada uno en su estilo, tiene su pellizco, como demostró Conan con ‘La fina’ o con ‘Hoy va a ser la noche de que te hablé’, poniendo a saltar a un público con rodillas para pocos trotes. El de La leñera se despidió con un «Egkerrik agko, Iruñea!», pronunciado con un exagerado acento madrileño, que hizo reir ala concurrencia.Fue el turno después de ‘Castigo’, una de las canciones más largas y con más minutaje instrumental de Leño, en la que Juanjo Ojeta se lució sobre el escenario, llevando a los amantes de los punteos al orgasmo («¡un momento, no es posible!», el tipo de al lado, «¿está ahora haciendo un tributo a… Onán? Ah, no que es solo un guitar-air»).
Fiesta final
Se sucedieron después más hits y nuevos invitados. Mariano Montero, batería de Rosendo, continuó dando más leña al mono con otra nueva ráfaga de temas infalibles, como ‘Sorpredente’ o ‘El tren’; Rafa J. Vegas, bajista también de Rosendo, interpretó ‘Cucarachas’, ‘Qué desilusión’…Todo ello antes de los bises. Cualquier canción de Leño en realidad serviría para los bises (incluso las, pocas, que Leña al mono dejó de tocar, como ‘Todo es más sencillo’, que echamos de menos), pero en el tramo final del concierto las elegidas fueron ‘Sodoma y Chabola’, ‘No se vende el rock & roll’, e ‘Insisto’, con la participación en esta última de Chusaco, cantante del grupo barcelonés Chatarra, y de Ángel Urbano, hermano del fallecido bajista de Leño Tony Urbano, en uno de los momentos más emotivos de la noche.
El remate final, como no podía ser de otro modo, fue para el himno ‘Maneras de vivir’, con la presencia de todos los invitados de la noche sobre el escenario. Dos horas, en fin, de puro rocanrol, rememorando temas (¡temazos!) de un grupo que ya es un clásico del rock callejero y cuya música se mantiene todavía fresca en nuestra memoria, a pesar de que Leño se separara hace ya más de cuarenta años. Todo lo cual, lejos de las polémicas que suscitan en ocasiones las bandas tributo, creemos que da todo el sentido a esta en concreto, pues resultaría del mismo modo absurdo rebatir que pueda seguir interpretándose en directo, por ejemplo, la ‘Quinta Sinfonía’ si no es bajo la batuta del mismísimo Beethoven. ¡Larga vida, pues, a Leño! ¡Y leña al mono!
Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON, diarios Grupo Noticias. 29/03/24
El
otro día iba conduciendo y me topé con un accidente. Era un coche
de autoescuela, al que había arrollado un camión. El aspirante a
conductor estaba en el arcén, con una brecha en la frente y un gesto
entre Steve Urkel −
“¿He sido yo?” −
y el de un condenado a muerte.
Me pareció una escena muy triste. Pensé que quizás esa fuera la
última clase de ese alumno de autoescuela, que quizás el “shock”
−nunca
mejor dicho−
le impidiera volver a ponerse nunca al volante. Una especie de sueño
abollado.
Al
rato, llegó una ambulancia. Las sirenas
de las
ambulancias
también me parecen
muy tristes,
son
como los aullidos
de dolor de la ciudad. Y cuanto más grande es la ciudad menor es la
sensibilidad hacia esos aullidos. En las grandes ciudades las sirenas
son solo un elemento más del paisaje acústico. Un taladro
neumático, el camión de la basura, el silencio del vagón del
metro, la sirena de una ambulancia.
Me
deprimió un poco pensar en todo eso y, por
si fuera poco, mientras
esperaba en el atasco, sintonicé
las noticias en la
radio. El locutor dijo que los palés
de víveres que el
Ejército de Estados Unidos
lanzaba sobre la franja de Gaza habían descalabrado ya a varias
personas. Era
un buen resumen de la situación. Los americanos, los principales
valedores de Israel,
quienes habían
vetado una y otra vez en el Consejo de Seguridad
de la ONU las peticiones
de tregua, se presentaban
ahora como supermanes de la asistencia humanitaria. Por un lado
lanzaban
paracaídas con alimentos y medicinas y por otro abastecían
con armas a quienes
bombardeaban
y asediaban
a los gazatíes.
Quité,
asqueado, las
noticias
y puse música. Desde hacía algunos días oía en
bucle
Palabras
mágicas,
una canción de Koma incluida en su último disco. Es una canción de
reconocimiento hacia esas personas que nos salvan cada día, que
siempre están a nuestro lado, cuando nada puede ir peor, aquellas
que nos arrojan siempre luz, y a las que rara vez se lo agradecemos o
a las que, por el contrario, reprochamos solo sus errores. La canción
supongo que va dirigida a alguien en concreto, pero cada vez que la
oigo siento que a mí también me salva de mis pequeñas tragedias
cotidianas, que me llena de esperanza, a pesar de todo, en el género
humano. Siempre luz. El mundo es un barrizal, con todo su fango de
noticias deprimentes, pero en los atascos de tráfico siempre se abre
un hueco para que pasen las ambulancias. Y, quién sabe, quizás el
profesor de autoescuela también encuentre
las palabras mágicas para que su alumno accidentado regrese a la
siguiente clase, cuando
se recupere del susto y las heridas.
Siempre luz, aunque sea la de una sirena.
¡Estaban comiéndose un helado! Macron y Biden. Delante de un
enjambre de cámaras y micrófonos, mientras hablaban sobre Gaza.
¡Sobre Gaza y sus miles de muertos asesinados en hospitales,
convoyes humanitarios o escuelas! Comiéndose un helado, sonrientes,
casuals, mundanos. En realidad, ni siquieran se comían el
helado, solo lo sostenían entre sus manos, temerosos de que en
alguno de los lametones les cayera un plastón en la corbata, o, sin
que lo advirtieran, se quedara pegado a la punta de su nariz o en la
comisura de los labios, convirtiéndolos en carne de meme. Puede
incluso que lo de dentro del cucurucho ni siquiera fuera helado, sino
puré de colores, como el que usan en publicidad para que no lo
derritan los focos.
Supongo que estaba todo programado por alguno de sus asesores. ¿Con
qué objetivo? No lo sé muy bien, resulta difícil encontrar una
salida en el laberinto de hielo que debe de ser la mente de uno de
esos genios majaretas de la macropolítica y el márquetin. Los
marquetinianos no son humanos, son unos máquinas. Son gente, por
ejemplo, capaz de convencer a otra gente de que es una buena idea
cortarte la reproducción de una canción para insertar publicidad. A
mí, personalmente, me meten una cuña de Securitas en mitad de, no
sé, el Wish you were here de Pink Floyd y me entran unas
ganas locas de poner alarmas y cámaras por toda la casa. Hasta en la
jaula del conejo (y eso que hace meses que está vacía).
Es ironía, por supuesto. Pero me imagino que esas técnicas
publicitarias estarán fríamente estudiadas y darán sus resultados.
En lo de Biden y Macron el fin tiene que ser humanizar a esos dos
Masters del Universo. Míralos, qué majos, ahí, comiéndose un
helado, como cualquier ciudadano de a pie, charlando de sus cosas,
Ucrania, la industria armamentística, Netanyahu, qué sobrado el
tío, n’ est pas?, está
que se sale, ouh, yeah,
pero ya sabes qué carácter tiene, y además, ponte en su lugar…
La imagen del presidente de Estados
Unidos y del de Francia hablando sobre Gaza con un helado entre los
dedos, esos dedos que lo mismo pueden sostener un cucurucho que
apretar un botón rojo, es en realidad de una desolación y una
deshumanización aterradoras, piensen lo que piensen los máquinas de
los marquetinianos. Lo que expresa en el fondo ese gesto es el valor
−ninguno−
que dan a todas esas vidas
que cada día se pierden de manera brutal e injusta en Palestina.
En la desvergonzada comparecencia de los dos mandatarios, Biden vaticinó un alto el fuego en Gaza para el 4 de marzo. Dos días después de la escena del helado el ejército israelí bombardeaba y tiroteaba una cola de reparto de alimentos, asesinando a más de cien personas.
Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias). 16/03/24