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TONTO EL QUE LO LEA

Dic 30, 2024   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments


Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios Grupo Noticias) 21/12/24

“¡Arriba Heráclito, abajo Parménides!”, leo en la puerta del baño de la cafetería que hay frente al instituto de mi hija. ¡Hay que ver qué juventud, tan procaz y maleducada! Porque supongo que la frasecita la ha escrito alguno de los alumnos, durante el recreo, en lugar de pintarrajear la puerta con el “Tonto el que lo lea” de toda la vida o el clásico “Caga bien, caga contento, pero caga dentro” (o su variante inclusiva “Caga bien, caga contenta, pero caga dentra”).

Fuera bromas, lo cierto es que la filosófica reivindicación me provoca un brote de antiedadismo a la inversa. Me emociona que haya alguien, un chaval de quince años, que al hacer esa pintada haya adornado su humorismo con ese ribete intelectual y heterodoxo. Y mientras voy camino de la reunión con la tutora de mi hija imagino que al entrar al instituto me toparé con jóvenes vestidos con camisetas con el rostro de Simone de Beauvoir o de Diógenes de Sinope, o con grupitos debatiendo acaloradamente sobre la naturaleza del alma humana, incluso con alguna violenta pelea de gallos entre partidarios de Góngora y de Quevedo.

Pero me he flipado un poco y, una vez dentro, lo más que llego a encontrarme es a una muchacha con una sudadera de Tupac y un mural que no sé si es una reproducción de un cuadro de Basquiat o una pared vandalizada por grafiteros egomaniacos.

No obstante, mientras espero a la profesora suena el timbre de salida. Y, de repente, por las escaleras veo emerger una ola negra de adolescentes, un tsunami de mochilas y acné, un ciclón de berridos y risas, un huracán que arrastra un olor espeso a hormonas en flor, a zapatillas sudadas y sobaco, una marea imparable que me arrastra, pasa por encima de mí, me sumerge a las profundidades de la nada más absoluta, me torna insignificante e invisible…

Allá van, con sus tormentas interiores y sus carcajadas soleadas, con el cadáver del niño o la niña inocentes que fueron todavía caliente dentro de sí mismos, con el instinto carnívoro de quienes temen y quieren devorar al mismo tiempo la vida.

Allá van, los veo pasar a mi lado, son una masa informe que dentro de unos años, dentro de nada, se hará jirones, se definirá en mujeres y hombres que tendrán hijos, fabricarán o inventarán cosas, publicarán libros o discos, irán a la cárcel, se divorciarán, practicarán sexo fluido, destruirán el heteropatriarcado y el turbocapitalismo, se convertirán en adictos a algo, tendrán depresiones y carcinomas, militarán en sindicatos o en oenegés, se caerán y se levantarán, morirán jóvenes en accidentes de tráfico o atragantados por un hueso de aceituna con ciento veinticinco años, serán, en fin, por todo ello y a pesar también de todo ello, en general mejores que nosotros y conseguirán que la vida siga, que todo fluya y nada permanezca.

ME GUSTA

Dic 30, 2024   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios Grupo Noticias) 07/12/24

Me gusta cuando al final de los programas de radio ponen una canción y consiguen que esta termine justo un segundo antes de que suene la señal horaria. Me gusta leer primero la última línea de las novelas. Me gusta cuando en la ducha subes un poquito más la temperatura del agua caliente. Y cuando te despiertas en mitad de la noche y ves que todavía quedan algunas horas para dormir. Me gusta pintar los dientes de la gente con un rotulador negro en las fotos de las revistas, es como una especie de photoshop o meme prehistórico.

Me gusta −soy un raro− la fruta escarchada del roscón de reyes. Y me gusta que a la mayoría de la gente no le guste porque así puedo comerme la que dejan orillada en sus platos (por cierto, quienes no se comen la fruta escarchada del roscón de reyes y sacan la figurita deberían devolverla, porque en realidad no han comido un auténtico roscón de reyes sino un sucedáneo). Me gusta el olor de la gasolina. Y el de los libros nuevos (aunque a veces huelan como a basura; lo malo es cuando el olor es una advertencia y los libros son en realidad una basura). Me gusta el sonido de la impresora cuando la enciendes, es como un robot desperezándose. Y el de un balón de baloncesto botando contra el suelo, es como el latido de mi corazón cuando tenía quince años. Me gusta el baloncesto, ese estornudo de la red, ¡zas!, cuando la canasta entra limpia (aunque me gustaba el baloncesto mucho más antes de que pusieran la línea de tres y las canchas se llenaran de francotiradores).

Me gusta ponerme ropa que hace tiempo que no he usado y encontrarme en los bolsillos un ticket de la compra antiguo o la entrada de un concierto en el que no recordaba que había estado. Siempre llevo los bolsillos llenos de papelitos. Me gusta que mi ropa sea una máquina del tiempo.

Me gusta ese puntito de la primera cerveza o de un vermú, un mediodía soleado. Me gustan esos tres segundos del propofol atravesando la vena, en las colonoscopias. Me gusta la primera vez que orino después de la tercera o cuarta caña. Y ese escalofrío, ese repelús que a veces sacude el cuerpo al hacerlo (podríamos llamarlo “repegús”).

Me gustan los chistes malos que hacen gracia de lo malos que son. Y usar expresiones desactualizadas, por ejemplo “efectivigüonder” o “yavestruz” (me parecen mucho más ridículas otras en boga como “¿sabes cómo te digo?” o “aburrido −o cualquier otro adjetivo− no, lo siguiente”).

Me gusta esa sensación pletórica, cuando acabo de escribir algunos artículos, pero no me gusta tener que acabar ya este. Me gustan lo gatos, la comida cuando la cocinan otros, el viento golpeando en la persiana, los pantalones pitillo… Me gustan −como a todo el mundo− tantas cosas…

CALZADO DESPAREJADO

Dic 30, 2024   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios Grupo Noticias) 23/11/24

Algunos días, mientras conduzco, suelo encontrarme tiradas en mitad de la carretera zapatillas de deporte, botas de monte… calzado nuevo y desparejado. Esto último es lo que más me inquieta. Me pregunto cómo han acabado ahí todos esos zapatos solitarios. ¿Los ha arrojado un ocupante de un vehículo a otro tras una discusión de tráfico? ¿Es un código de alguna sociedad secreta para marcar una ubicación? ¿Hay enterrado a unos metros un tesoro, un muerto, un cáliz sagrado? ¿Alguien ha atropellado a un cojo?…

¿Y cómo se mueren los pájaros? Veo pasar estos días, a través de la luna delantera, las bandadas de grullas, una viruela negra sobre la piel cárdena y moribunda del cielo de otoño. Vuelan en forma de uve, como flechas arrojadas en dirección al sol por un ejército en retirada. Y se ríen, con sus graznidos obscenos. ¿De qué se ríen? Bueno, ¿cómo no se van a reír? Se van al sur, a Marrakech, o a Benidorm, mientras nosotros nos quedamos aquí, con el mercurio haciendo muescas por debajo de la línea roja y la camiseta térmica convertida en una segunda piel. Se ríen de nosotros.

La que más alto se ríe es la que encabeza la bandada, la punta de la flecha. Tiene que ser una grulla ultramaratoniana y con un GPS en la cabeza. Pero ¿quiénes son las últimas de la formación? Supongo que grullas bobas, que no saben leer los mapas, o grullas jubiladas, con artritis y la próstata o el corazón inflados, grullas que no llegarán a su último baile en el hotel del imserso. ¿Qué sucede cuando ya no pueden más? ¿Se separan de la bandada y se dejan caer planeando, balanceándose como una hoja muerta, hasta posarse en la tierra? ¿O caen a plomo, como manzanas de Newton, como meteoritos de carne y hueso? ¿Ha muerto alguna vez alguien golpeado en la cabeza por un pájaro muerto?

Hablando de pájaros muertos, veo también todos los días, mientras conduzco, un aguilucho posado sobre un cable de la luz. ¿Por qué no se achicharra? ¿Sus garras tienen alguna sustancia, una queratina que aisla la corriente? ¿Es un funambulista eléctrico, un suicida sin prisa?…

El mundo animal, el mundo en general, está lleno de incógnitas y ya hace mucho tiempo que otro pájaro, un pájaro de hierro, mató a Félix Rodríguez de la Fuente, así que cuando llego a mi destino busco las respuestas en Google. Y, al parecer, el misterio de los zapatos desparejados no lo es tanto, se trata simplemente de personas que bajan del monte todavía con la cabeza en las nubes, o que vienen de dar un paseo, personas que dejan olvidadas sus zapatillas, sus botas, sus zapatos en el techo de los coches, al cambiarse de ropa, de manera que durante el trayecto de vuelta, su calzado cae en alguna curva, y no siempre a la vez. O eso es lo que dicen algunas hipótesis, algunos listos. Seguro que también saben por qué las lavadoras se alimentan de calcetines sueltos…

VICTORIANO SANTOS GÓMEZ (Boxeo de sombra)

Nov 10, 2024   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Victoriano Santos: de hoficio: boseador profesional. Con 23 años de hedad”. La inscripción está tallada con algún objeto punzante, o quizás con las uñas, en la pared encalada de una celda de castigo del Fuerte San Cristóbal, en el monte Ezkaba, a las faldas del cual se asienta Pamplona. El mismo fuerte en el que el 22 de mayo de 1938 casi ochocientos prisioneros republicanos llevaron a cabo una de las mayores fugas de la historia, con resultados funestos: casi seiscientos fueron atrapados en las horas o días posteriores o volvieron por su propio al fuerte, el resto asesinados como conejos en las laderas del monte o los pueblos cercanos, solo tres, quizás cuatro, llegaron a la muga con Francia.

Junto a la inscripción de Victoriano Santos hay una confusa fecha en números romanos, pero que parece resolverse como 1940, o tal vez 1942. ¿Participó Victoriano en la fuga? ¿Quién fue Victoriano? ¿Por qué fue encerrado en esa celda de castigo? Todas esas y otras preguntas me asaltan al leer su mensaje, que fotografío casi de manera furtiva, como si temiera que algún otro de los escritores que me acompañan en la visita guiada a este enorme ataúd de piedra que es el fuerte pudiera robarme la historia. Porque ahí hay una historia, la noto entusiasmado removerse como un germen en mi cabeza, azuzada por algunos estímulos literarios (la cárcel, el boxeo, el hecho sobre todo de que todavía más de ochenta años después la inscripción permanezca ahí, como un mensaje en una botella, o una llamada de auxilio que atraviesa el tiempo y me interpela).

Al volver a casa busco en internet información sobre Victoriano. En 1943 un boxeador con su mismo nombre participó en Málaga en un combate contra un púgil local. Se refieren a Victoriano como excampeón de España de los pesos ligeros, pero a pesar de ello no encuentro ninguna otra referencia deportiva en la hemeroteca. Busco en una lista de prisioneros del Fuerte y doy con su segundo apellido, Gómez, y su lugar de origen: Fernán Caballero (Ciudad Real). Escribo a ese Ayuntamiento y, mientras espero sin mucha esperanza la respuesta, consulto una página de combatientes en la que averiguo que un Victoriano Santos Gómez, miembro de las Juventudes Socialistas, de veinte años, fue detenido por “auxilio a la rebelión” (¿a qué rebelión? Eso en realidad querría decir que apoyó el golpe militar, no que lo combatió). Se le acusa de delatar a un vecino de su pueblo, militante de Falange, que sería fusilado. No veo la fecha de la detención, pero encuentro otro documento que sitúa a un Victoriano Santos en 1937 en un batallón de zapadores en el Frente de Madrid. Me contestan, además, para mi sorpresa desde Fernán Caballero y me dicen que Victoriano se trasladó a vivir a Carrión de Calatrava en 1946. Los datos, poco a poco, de manera muy leve, como los puntos del dibujo en una página de pasatiempos, van recomponiendo el fantasma del boxeador.

Pero de repente el trazo se corta. Desde Carrión de Calatrava no llega información. Encuentro en Google Street el teléfono de alguien que vende o alquila la casa en que vivió Victoriano en Fernán Caballero (a solo unos metros, por cierto, de la de Nemesio Espinar, el falangista al que denunció), pero el número no da señal. Mi entusiasmo se desinfla, me encuentro en un callejón sin salida. Victoriano, mientras tanto, sigue en mi cabeza, ensayando golpes en un boxeo de sombra, a la espera de alguna nueva pista −tal vez a través de este artículo−, que me conduzca hasta él.

IDIOTOLECTO

Oct 15, 2024   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Puede ser una imagen de rata

Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal en magazine ON (diarios de Grupo Noticias) 12/10/24. Versión extendida.

Fue en un programa de televisión, no recuerdo cuál, de repente un tertuliano utilizó una palabra extraña que tampoco recuerdo (pudo haber sido tibulín o estrujis) e imediatamente se autocorrigió (en realidad, no tenía necesidad de hacerlo, porque normalmente los tertulianos no se escuchan más que a sí mismos).

“Uy, perdón, esta es una palabra que usamos solo en casa”, dijo.

Es lo que se denomina idiolecto, el habla particular de una persona o de un grupo familiar o de amigos, una especie de idioma doméstico, con términos propios, que solo quienes pertenecen a ese círculo lingüístico utilizan y comprenden.

Cuando escuché al tertuliano, pensé en algunas de las palabras de nuestro idiolecto familiar, que es más bien un idiotolecto, porque tendemos a deformar algunas palabras, pronunciándolas deliberadamente mal (por ejemplo, en lugar de decir “una onza de chocolate”, decimos “una lonza de chocolate”, o en lugar de “tener estrés”, “tener exprés”).

Algunas de las palabras estrella de nuestro diccionario propio son: “culiculi”, para referirnos a las marcas blancas de refrescos de cola, y por extensión, de cualquier producto; “esterilizar”, por estilizar (esta nos la apropiamos de una dependienta de una tienda de ropa, que dijo a mi madre que determinada prenda la “esterilizaba” mucho y le hacía un “entorno” muy bonito); a la serie de televisión “Los Serrano” −siguiendo con el mismo campo semántico− le tomamos prestada la expresión “quedarse nenuco”, por “quedarse eunuco”; y tenemos también un amplio vocabulario adoptado de cuando los niños eran pequeños y hablaban con lengua de trapo: “recatera”, por “carretera”, “el lanintendo”, por “la Nintendo”, y, al contrario, “la saña”, por “la lasaña”, etc. Una que me gusta mucho es una ultracorrección preciosa que hizo mi hija cuando comenzaba a leer: “egnomo”, por “gnomo” (es decir, ella hizo lo que tenía que hacer, leer lo que ponía; a partir de entonces en nuestra casa David el gnomo es David el Egnomo)…

Todos tenemos uno o varios idiolectos, y es divertido hablarlos. El riesgo que se corre con ellos es que pueda sucedernos lo que al tertuliano, que de tanto emplear de una manera doméstica algunas palabras o expresiones o algunos usos incorrectos, acabemos por darlos por correctos, empleándolos también fuera de su ámbito familiar. Que acabemos diciendo “tibulín” o “tener exprés” en público, sin darnos cuenta.

La moraleja es que eso es algo que se puede trasladar de la lingüística al terreno de las ideas o las costumbres, por ejemplo que si en nuestra casa es costumbre dar un soplamocos a alguien cada vez que, no sé, estornude, acabemos creyendo que eso es lo normal o lo correcto y lo hagamos también fuera de casa, o que si repetimos en esta (o en la televisión) una y otra vez que los emigrantes son delincuentes o los partidos de ultraderecha democráticos, terminemos asimilando esas ideas falsas, es decir, esos idiotolectos.

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