Aquella mañana Rubio de bote 2.0 se despertó nervioso. Tenía que entregar su artículo y no se le ocurría nada sobre lo que escribir. La noche anterior había estado dándole vueltas a varios temas: el inicio del verano, la llegada de las vacaciones, algún recuerdo de niñez relacionado con ello (“¡Abajo el estudiar!”, podría titular su colaboración)… Pero nada le convencía: llevaba manteniendo su sección desde que cumplió cuarenta y cinco años (ahora tenía ciento sesenta y nueve) y le daba la impresión de que ya había escrito sobre todo, o de que ya había agotado incluso los viejos trucos del mal articulista, como escribir que no se le ocurría sobre qué escribir. Así que la noche anterior, antes de irse a dormir, decidió extraerse la memoria externa del puerto USB en su sien izquierda e introducir en la ranura su grabador de sueños, con la esperanza de recoger durante la noche alguna secuencia surrealista o disparatada con la que divertir a sus lectores.
“También podría instalarme otro puerto USB, en la sien derecha”, se dijo, porque eso de andar poniéndose y quitándose los recuerdos era un rollo, y también un poco peligroso. Se acordaba, por ejemplo, del día que por equivocación se insertó la memoria de su mujer. Casi le dio un patatús. Pero también le preocupaba que si abría otra ranura en su cabeza se hiciera corriente dentro de ella, como había oído quejarse a algunos que ya lo habían probado.
El caso es que a la mañana siguiente, al levantarse, notó que algo no iba bien. El grabador de sueños no había recogido nada especialmente aprovechable: esa noche había soñado que se le caían los dientes, que tenía que salir a hablar en público y no llevaba puestos los pantalones, y que le llamaban de la universidad porque le quedaba una asignatura para acabar la carrera (aparte de esa pesadilla en la que se veía a sí mismo recogiendo el Premio Nacional de Articulismo y en la que el presidente-caudillo Abascal 2.0 era quien se lo entregaba y quien le daba la mano, la misma mano que había estrechado el día anterior la de Netanyahu 2.0, después de que este ordenara bombardear el último campo de refugiados palestinos que quedaba en pie en los montes orientales de Granada).
Pero ese no era el problema, el problema era que la memoria externa parecía haberse dañado. Entró, por ejemplo, a la carpeta de recuerdos recientes y vio que el partido que había visto la noche anterior, en el que, según decían las noticias, Osasuna-Ciudad de Despedidas de Solter@s había perdido 32 a 0 contra el Real Madrid-Tierra de Libertarios-Liberales, él lo recordaba justo al contrario: eran los rojillos los que habían apalizado a los merengues. O comprobó que la carpeta de recuerdos no deseados, que había intentado miles de veces eliminar sin éxito, había desaparecido.
Al principio pensó en pedir cita urgente con el ciborgólogo, pero luego decidió que no era tan grave. Sus recuerdos malos habían sido sustituidos por sus deseos, por lo que a él le hubiera gustado que ocurriera. Y sus recuerdos buenos se mantenían intactos. De modo que se puso a contar en su columna aquello tan raro que le había sucedido −o que, tal vez, había soñado, ya no sabía−, antes de llamar al especialista para que revisara su cabeza y todo volviera a funcionar bien, o sea, mal.
Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias) 08/06/24
Dejo aquí las palabras que escribí y leí como reconocimiento, gratitud y admiración en el homenaje que Ane Nie dedicó a Miguel Sánchez-Ostiz en la inauguración de la Feria del libro de Pamplona, el pasado viernes 31 de mayo:
Este año la Asociación
Navarra de Escritores homenajea a quien ha sido seguramente el autor
más destacado de la literatura navarra en las últimas décadas,
Miguel Sánchez Ostiz, sumándose a los numerosos y prestigiosos
reconocimientos que ha recibido la obra del autor pamplonés a lo
largo de una carrera literaria larga y prolífica, y en la que ha
sido distinguido con premios como el Premio Nacional de la Crítica,
el Premio Euskadi, en dos ocasiones, el Premio Herralde o el Premio
Príncipe de Viana de la Cultura, entre otros. Aunque, en realidad,
los premiados somos siempre sus afortunados lectores, a los que
Miguel nos tiene no sabemos si muy bien o muy mal acostumbrados,
ofreciéndonos cada año una nueva entrega, o dos, o tres…, de
alguno de los diferentes géneros, subgéneros, incluso invenciones o
artefactos propios, como el soliloqueo, en los que se ha desenvuelto:
diarios, novelas, breviarios, poemarios, ensayos, crónicas, libros
de viajes…
La última de sus obras, por
cierto, Osadías y
descalabros, es
una de las novedades que podemos encontrar en esta Feria del Libro
que hoy inauguramos, y se suma a las decenas de publicaciones que
acumula desde que a finales de los 70 e inicios de los 80 dio a
imprenta libros como el poemario Pórtico
de la fuga o la
novela Los papeles
del ilusionista.
Pero en realidad podríamos
decir que la carrera literaria de Miguel comenzó mucho antes, cuando
solo era un niño que a la sombra de las torres de San Cernin, soñaba
con ser zaldiko o dejaba volar su imaginación viendo los curriños,
los espectáculos de guiñoles o de títeres de cachiporra en la
plaza de san José, o moviéndolos él mismo, en un teatrillo que le
regalaron de pequeño y con
el que, como dijo en la presentación de su Perorata
del insesato,
aprendió a “hablar en solitario, con voces distintas, desde detrás
de la escena, sin ser visto, a veces aunque delante no hubiera
nadie».
Ese retablo de marionetas es a
fin de cuentas lo que Miguel ha puesto en escena en tantas de sus
obras, por ejemplo, en su novela referencial, Las
Pirañas o en
Moriremos nosotros
también, por citar
solo algunas.
Y hoy en este homenaje, desde
el corazón mismo de Umbría, queremos acordarnos también de esas
marionetas cuyos hilos ha manejado y cuyas voces ha impostado con
tanto arte el escritor: Perico de Alejandría, Gezurtegi, Potzolo,
Lanbroa o su querido loquico de la ya mencionada Perorata
del insensato.
Miguel ha ejercido asimismo de
zaldiko literario con sus libros o sus colaboraciones en prensa,
aporreando con fiereza a veces, a veces con chanza, divirtiendo a
unos y haciendo que a otros los vergazos −a
otros que suelen
merecérselos, por lo general−
les escuezan, pero en toco caso, siempre con honestidad, siempre
colocándose a sí mismo el primero en la picota.
La obra de Miguel es como
decimos larga y resulta difícil hoy abarcarla y detallarla como
merece, por mucho que él seguramente piense que todo esto son
enormidades, pero no podemos dejar de mencionar algunas de sus
facetas, como la de escritor de dietarios, un género del que es un
referente.
Sus diarios son un cuaderno de
bitacora de toda una vida dedicada a la literatura y en los que
también refleja las mareas de la vida, esas mareas que lo convierten
en rey mago de la cabalgata un año y al otro en peatón de Madrid.
O libros como El
botín, o El
escarmiento que son
sin duda imprescindibles si hablamos de memoria histórica en nuestra
tierra.
Queremos reivindicar también
al Miguel escritor de periódicos, ese Miguel al que tantos lectores
echamos de menos, pues encontrábamos en los artículos de Miguel las
palabras que nos faltaban para expresar el asco indecible y también
para arrojar un poco de luz y de sensatez ante el devenir político y
social de los locos y oscuros tiempos que corren. Aprovechamos, pues,
la ocasión para pedir que Miguel vuelva a tirar porque le toca.
En definitiva, le debíamos a
Miguel Sánchez-Ostiz este homenaje por muchos motivos: por su
admirable vocación literaria y su vida entregada de manera decidida
a los libros; por la originalidad de su voz, o sus voces literarias;
o por su escritura irreductible y honesta, sin concesiones, que sigue
la estela de otros autores y maestros, como su querido Pablo
Antoñana. Miguel es como él -ya quedó dicho en alguna otra
ocasión- un escritor betizu,
sin collar ni cencerro, libre; uno de esos escritores que tienen como
consigna ese verso de Humberto Quino, que tanto le gusta: “No
cedas, viejo perro”; uno de esos escritores que son o deberían ser
un referente y un ejemplo para nosotros y nosotras, los escritores
navarros, quienes hoy te damos por todo ello, en este homenaje, las
gracias. Eskerrik asko, Miguel!
Versión extendida de la entrevista publicada en Gara/Naiz 30/05/24
“La música me salva cada día”
La gira Ni santos ni inocentes, en la que el de Plasencia presenta su nuevo trabajo Se nos lleva el aire, recala este fin de semana en Irún (viernes 31 de mayo, FICOBA, 21:30h) e Iruña (sábado 1 de junio, Navarra Arena, 21:00h)
Patxi Irurzun
“Nada es impensable, nada es imposible, mientras suena esta canción”, dice parte de la letra de El poder del arte, uno de los temas más alabados del último trabajo de Robe -y la preferida del propio artista-; un tema que habla de la capacidad sanadora y redentora del arte y que ha generado numerosas reflexiones al respecto e incluso un vídeo creado por el Museo del Prado con una selección de cuadros de artistas como Tiziano, Velázquez o Brueghel el Viejo, que se sucede mientras escuchamos la canción. La música de Robe, ciertamente, tiene esa capacidad de emocionar, de prender la luz en el infierno, de provocar en quienes la escuchan buen rollo, y en el caso particular de Se nos lleva el aire, de celebrar el momento y la vida, de celebrarlos y asumirlos plenamente, con todos los errores y aciertos. Robe vuelve tras sus aclamados disco y gira del sinfónico Mayeútica, esta vez con un buen puñado de nuevas canciones en las que mantiene el momento de plenitud creativa y el estado de gracia de “Los Robe”, la inspirada banda de músicos que encabeza.
Arrancaron
la gira el pasado día 11 de mayo y llegan a Irún e Iruña después
de cuatro conciertos, algunos de ellos, como el de Rivas Vaciamadrid,
multitudinarios. ¿Cuáles han sido las primeras sensaciones?
Muy buenas, con mucha gente, y con muchas
ganas, con el público disfrutando, cantando mucho las canciones
nuevas… Sí, hemos empezado bastante fuerte, con conciertos
grandes, tal vez nos habría gustado ir más despacio, pero bueno, no
nos quejamos, ha sido un comienzo por todo lo alto.
¿Qué es lo que
se van a encontrar quienes vayan este fin de semana a verles a FICOBA
o al Navarra Arena? Porque supongo que cada vez es más difícil
elegir el repertorio.
Hay canciones de todo, de Extremoduro, antiguas, menos antiguas,
canciones de los dos primeros discos de Robe… Mayéutica no
lo podemos tocar del tirón otra vez, claro, pero hacemos partes. Y
el último disco, que lo hacemos prácticamente entero. Pero cada
concierto es distinto, no se van a repetir repertorios en ninguna
parte, tenemos ya muchas canciones y las discusiones en los ensayos
eran del tipo: “¡Pero cómo no vamos a tocar esta!¡Ni esta
otra!”. Así que al final preparamos una lista larga y lo que
hacemos es ir cambiando en cada concierto.
Vienen de un
disco y una gira anteriores, Mayéutica, con una gran
aceptación, muy buenas críticas… ¿Existe presión o miedo a no
estar a la misma altura?
No puedes pensar mucho en eso, en que te han dicho que lo anterior es una obra de arte y que ahora lo que saques tiene que ser mejor, eso solo sirve para meterte presión y que no te salga nada bien. A mí Mayéutica me gusta mucho, pero el disco nuevo también.
Yo iré al
concierto con mi hija de quince años, que ha escuchado mucho a Robe
en el coche, o ha tocado canciones de Extremoduro en la escuela de
música… “¿Que le preguntarías a Robe?”, le dije, y me
contestó que a qué aspira usted (supongo que la pregunta tiene que
ver con eso: a qué más puede aspirar un músico en plenitud
creativa, con éxito, si todavía mantiene intacta la ilusión…).
Sin ilusión no se puede hacer nada, no me saldría, no haría
música, las ganas son lo más importante, aunque te falte de todo,
si no ya puedes tener a tu alrededor todo lo que quieras que no vale
para nada. Y yo tengo ilusión, tengo ganas, y estoy siempre
buscando, persiguiendo siempre ese momento de crear, de fabricar algo
de donde no había nada, lo hago solo por esa satisfacción, no por
la ambición de decir “quiero conseguir tantos oyentes, o tanto
dinero”, no, no, la meta es hacer la canción.
¿Y ha habido
momentos en su ya larga carrera en la que le faltaron esas ganas?
Bueno, yo ya me pegué una temporada larga sin componer, no sé si
era por falta de ganas o por esa presión de la que hemos hablado,
esa presión que yo mismo me metía, no lo sé, sigo sin saber dónde
está el botón, no sé cómo hay que hacer para componer… No sé
muy bien qué fue aquello, lo que está claro es que ahora sí que
tengo ganas.
¿Existe el miedo
a que pueda repetirse una situación como esa, a que lleguen las
vacas flacas?
Claro, pero han pasado ya muchos años, y creo que la solución está
siempre dentro de ti, que lo que hay que hacer es trabajar sin miedo,
experimentar con mucha libertad, atreviéndote a hacer muchas cosas
diferentes…
En ese sentido,
me da la impresión de que tanto en Mayéutica como en algunas
canciones de Se nos lleva el aire hay algunos temas, como El
poder del arte, que son una especie de metacanciones, de
declaraciones de amor al propio arte de hacer canciones.
Bueno, las canciones tienen muchas capas, y esa igual es una de
ellas. Siempre digo que yo no soy el más idóneo para explicarlas,
porque realmente las canciones hablan de lo que tú quieres que
hablen, si tú oyes una canción y te sugiere algo, es perfectamente
válido, no es más válido lo que yo diga, o de lo que yo creyera
que hablaba cuando la compuse, no, eso es lo de menos…
Pero es evidente,
o ha habido al menos unanimidad en que una canción tan alabada como
El poder del arte habla de la
capacidad de redención del arte, o de su capacidad de cambiar las
cosas. ¿A usted la música le ha salvado de algunas cosas?
Me salva cada día
¿Y se imagina a
sí mismo de otra manera que no sea haciendo canciones?
Muy malamente, no me lo imagino, me generaría pensamientos oscuros.
Por el contrario,
sus canciones a menudo crean en quien las escucha buen rollo,
emociones, una especie de mejor disposición hacia lo que le rodea.
Aunque parezca pretencioso o idealista, ¿cree que la música puede
cambiar el mundo?
Sí, sí, claro que lo creo, pero es eso que dices, no es la canción en sí la que va a cambiar el mundo, eres tú oyéndola, y según qué cosas te haga pensar, el arte tiene ese poder de cambiar el mundo y de cambiarnos a nosotros, que somos los que estamos en el mundo.
¿Cómo fue el
proceso de composición de El poder del arte?
Pues el proceso fue muy cojonudo, la mayoría de las canciones estaban hechas cuando el confinamiento, que yo creo que, a pesar de ser un momento muy malo para muchas cosas, para quienes podemos trabajar en casa fue muy positivo desde el punto de vista creativo. Yo ya tenía el disco prácticamente hecho, y entonces acabó la otra gira y tuve como cuatro meses, antes de empezar a trabajar en el local, y en esos cuatro meses me dediqué a ir arreglando algunos trocitos, frases, porque cuando haces un tema tampoco todas las frases son la rehostia, tienes que ir rellenando algunas partes para que tenga sentido, y tuve tiempo para ir limando todo, estaba tranquilo, sin ninguna presión, y así fue saliendo todo. Fue un momento grande, y divertido, me encabezoné con la canción, no era capaz de dejar de tocarla, y me dio mucha alegría, fue un proceso como muy bonito, podía estar toda la tarde con la canción, a ver qué salía, dejarla, sin ninguna presión. El poder del arte fue la última canción que hice y es la que más me gusta, como debe ser.
Aunque el disco
lo compuso, como dice, durante el confinamiento, las canciones son en
general muy luminosas…
Sí, bueno, es que tampoco hay una conexión, es cierto que cuando
compones los discos las canciones llevan como un hilo conductor, pero
cómo interpretes tú lo que está pasando es algo difícil de
entender, a mí mismo a veces me cuesta saber de qué estoy hablando,
a veces pasan siete años y es entonces cuando entiendo qué quería
decir en tal o cual canción. Tampoco es algo que me preocupe, a mí
con que emocionen, me vale…
En
Se nos lleva el aire la canción que se aparta más de ese
hilo conductor es Esto no está pasando, una especie de
contrapunto gamberro, con un toque punk, que recuerda quizás a
algunos temas de Extremoduro…
Puede ser, no sé, yo mismo me decía “¡Madre
mía que está saliendo aquí!”, pero yo no eso no mando, salió
así y ya está…
Hay otros temas
como Nada que perder o Ininteligible en los que habla
del pasado, los errores cometidos… Alguien como usted, con una ya
larga trayectoria vital y artística, hace ese ejercicio, mira hacia
atrás, se plantea balances vitales?
No suelo hacer esos balances, intento preocuparme del presente,
¿ahora estoy bien, estoy feliz?, pues ya está. Ese tipo de balances
no valen para nada, igual que arrepentirte. ¿Me arrepiento de haber
cogido la moto aquel día que me pegue la hostia? ¡Claro, nos han
jodido! Pero a lo mejor si no te hubiera dado ese día la hostia con
la moto te la habrías dado con el coche y estarías muerto, a lo
mejor la otra hostia te libró de la más gorda, no lo sabes. Al
final somos los que somos, la suma de nuestros aciertos y nuestros
errores.
¿Y mira hacia
delante, se imagina a sí mismo con 75 años haciendo giras?
Me cuesta cada vez más trabajo, intento mirar más cerquita, porque parece que el tiempo que vivimos es una parte pasado y otra futuro, pero no, todo el tiempo es el presente… El título del disco, de hecho, Se nos lleva el aire, va en parte de eso, de aprovechar el momento, vivir el presente…
Volviendo a la
gira, cuando le comentaba que iré al concierto con mi hija
quinceañera, ¿han notado que su público es intergeneracional, que
se junta gente que le seguía en los ochenta y sus hijos, incluso sus
nietos?
Lo empecé a notar hace años. Y por eso dividimos la parte más
pegada al escenario en dos zonas: mirando al escenario, la parte
izquierda es la zona marchosa, y la otra la tranquila. Y esto lo
hicimos porque esa parte había sido siempre un territorio de
batalla, a donde la gente iba a bailar, a saltar, a hacer pogos, pero
empezamos a notar que había también otra gente, incluso chavalitos
jóvenes, que venían a ver el concierto de una manera mucho más
estática, sin perderse detalle, con mucha atención, que hacían
incluso cola para ponerse los primeros al entrar… Y había una
mezcla rara. Ahora, por el contrario, ya sabe cada uno dónde tiene
que ponerse, y parece que está funcionando bien. ¿Vosotros dónde
os vais a poner?
Pues es un
dilema, habrá que negociarlo, igual en el medio…
Hombre, no es una cosa obligatoria, ni hay una línea, pero ya sabes
que si estás en el lado del desmadre no puedes estar quejándote, y
que tienes al otro lado la parte más tranquilita. De todos modos eso
es solo en la parte de adelante, la más cercana al escenario.
Cambiando
de tercio, ¿piensa a veces en volver a escribir otra novela, o
relatos, poesía…?
Poesía no lo veo, porque cuando hago las
canciones no hago música y letra por separado, si hago solo música
noto que me falta algo, y al revés, si tengo una frase y no tiene
música, también me parece que está como sin acabar, por eso no me
veo escribiendo poemas si no les acompaña la música. Y en cuanto a
la prosa no es que esté o no en mis planes, es que nunca me lo he
quitado de la cabeza, pero tienes que encontrar algo que tire con
fuerza de ti, porque al final son muchas horas, meses con eso… Yo
con Viaje íntimo a la locura me lo pasé muy bien porque
escribir en prosa, a nivel creativo, es mucho más agradecido: a una
canción le puedes dar todas las vueltas que quieras, pero no tardas
mucho en hacerla, y con una novela estás todos los días, lo tienes
siempre en la cabeza… Si al final encuentro esa chispa, ese germen
que me ponga a ello, por supuesto que lo haré…
En
el disco hay algunas referencias literarias, a la Odisea, el propio
cartel de la gira y Los santos inocentes… Un lector avezado,
especialmente de poesía, como usted nos recomendaría algún poeta?
Es difícil, lo que hay que hacer es leer no
solo a los consagrados, yo lo que suelo hacer es leer de todo, y lo
que me pasa también con la poesía es que te puedes leer un libro
entero y que solo te guste un poema, y todo lo demás no te diga
nada, no me parece algo fácil de recomendar, lo que a alguien le
emociona a otro le puede dejar indiferente, no sé es algo muy
personal, cada uno tiene que hacer su propia búsqueda.
¿Y
en cuanto a la música, qué suele oír Robe, por ejemplo?
Oigo poquita música, bueno, depende de épocas,
cuando estoy componiendo no quiero que se me pegue nada, porque al
final si oyes algo, lo tienes en la cabeza, y yo lo que quiero es
huir de lo que está ya hecho, dejar la cabeza vacía, o cuando estás
grabando, o en las giras, es lo mismo, estás muy centrado en tus
canciones… Luego llega un momento, antes de volver a ponerte tú a
componer, que igual sí que oyes música, canciones que te metan
ganas −mira, las ganas
otra vez− para volver a
hacer canciones…
Por último,
tocar en Iruñea es tocar un poco en casa, porque El Dromedario es su
casa de discos y su oficina de contratación. ¿Como se siente o que
valora de ellos?
Me siento muy a gusto, son gente que piensa como yo, Alén ve la música como la veo yo, y son decentes, eso es difícil de encontrar en una multinacional, y que quieran lo mismo que tú, y no te metan prisa ni presión… Supongo que seguiremos juntos mucho tiempo.
En autobús a Robe
La organización del concierto en FICOBA ha habilitado un servicio
especial de autobuses de ida y vuelta, con trayectos desde
Errenteria, Lezo y Donostia, aunque si hay demanda de grupos se
pueden añadir otras localidades. Se pueden solicitar en
www.divertisenvivo.com/producto/viaje-robe-en-irun/.
Asimismo, Navarra Arena pone a disposición del público el servicio
Arena Bus, con seis rutas con salida o paradas en numerosas
localidades, a un precio de cinco euros:
https://www.navarrarena.com/es/arena-bus
Con La mentira es la que manda el escritor iruindarra publica el tercero de los diarios de una antigua estrella del Rock Radikal Vasco, a la deriva en la actualidad, entre problemas con sus hijos adolescentes, trabajos precarios y otras tragicómicas peripecias.
Miren Lacalle. Iruñea.
Tras la buena acogida de las
anteriores entregas Chucherías Herodes
(2021) y, sobre todo, la primera de la saga, Tratado de
hortografía (2020), que ha
tenido varias ediciones, algunas de ellas en México o Chile, llega
esta tercera novela en la que nos encontramos al cantante de Los
Tampones atrapado entre dos frentes: la detención de uno de sus dos
hijos mellizos como consecuencia de un montaje policial y mediático,
y la enfermedad de su madre. Él, busca consuelo haciendo de Oso
Panda, la enorme mascota que irrumpe en los conciertos del grupo
Lendakaris Muertos. La novela puede leerse de manera autónoma, pero
mantiene en común con las anteriores algunas de los marcas de la
casa: humor, punk, crítica social, todo ello envuelto en el ya
característico tono del autor a caballo entre la fiereza y la
ternura.
Un título muy eskorbutiano…
Sí,
cualquiera con primero de punk sabrá que está extraído de la
canción Cerebros
destruidos, de
Eskorbuto. También valoré llamarla La
verdad es aburrida,
pero no quise ponérselo fácil a algún detractor para que dejara
caer una coma por medio: “La verdad, es aburrida”. Porque además
sería injusto, la novela, como las otras dos y como la mayoría de
lo que escribo, tiene un registro tragicómico, aborda temas serios,
pero es a la vez bastante divertida, creo yo. “La mentira es la que
manda” alude sobre todo a una de las dos tramas principales del
libro, un montaje policial y mediático en el que se ve implicado
Silvio, uno de los dos hijos del protagonista, y del que no puedo
contar demasiado, porque la información se va dando al lector de una
manera dosificada.
La mentira es la que manda es
casi un lema de los tiempos que corren…
Sí, y podría ser un lema universal, podrían suscribirlo Pedro Sánchez, Isabel Díaz Ayuso o los terraplanistas, pero ellos ya tienen sus propias máquinas de fango, como decía Umberto Eco, para defenderse de las mentiras de los demás o para publicar las suyas propias, yo lo que planteo en esta novela es la indefesión de una persona o una familia normal cuando se ven metidos de lleno y sin esperarlo en un caso que podría asemejarse a otros como el caso Altsasu o los seis de Zaragoza, y cómo lo vive, en este caso el protagonista. Podríamos decir que es un caso de lawfare doméstico, en el que se tratan las repercusiones de todo ese rodillo, las mentiras policiales, judiciales, periodísticas, desde su dimensión más íntima, menos social. Habrá quien crea que no, pero algo así nos puede pasar a cualquiera, porque todos estamos desprotegidos ante leyes como la Ley Mordaza, que lo que viene a decir es que todos somos iguales ante la ley… menos los agentes de la ley, cuya palabra o testimonios, da igual si hay evidencias que los ponen en duda o contradicen, van a prevalecer sobre los tuyos.
Esa es una de las tramas
principales, como dice, la otra es la de la superabuela. ¿De quién
estamos hablando?
Es
la madre del protagonista, que acaba de salir de un ingreso en la
UCI, y a la cual tiene que cuidar durante su convalecencia, con lo
que su relación familiar adquiere otro cariz. A menudo en la
relación de los hijos con sus padres sucede eso, comienzan a
descubrir quiénes son o qué les deben, qué han aprendido de ellos,
cuando ya es tarde, cuando enferman o mueren, cuando les gustaría
saber más sobre ellos. En este caso, además, el protagonista -es un
poco engorroso referirme a él así todo el raro, pero sigo sin
ponerle nombre-, a raíz de la enfermedad de su madre empieza a
plantearse algunas cosas sobre sí mismo, la muerte, la fugacidad de
la vida… Son preocupaciones y miedos que empiezan a asaltarte
mediada la cincuentena, a mí al menos me pasa, voy viendo como
algunos de mis libreros, periodistas, editores de confianza se
jubilan, como algunos amigos incluso mueren, como el poeta David
González, junto a quien he hecho buena parte de mi recorrido
literario, y como ese mundo va desapareciendo poco a poco… En fin,
el protagonista está en esa época en que todavía es padre de sus
hijos, aunque estos sean ya casi adultos, como él, y padre de su
madre, cuando él mismo ya se encamina también hacia el penúltimo
tramo del camino.
La superabuela es un personaje
muy potente, una mujer empoderada cuando aún ni siquiera existía
esa palabra
Sí, en otras novelas era un personaje secundario, pero en esta se ha puesto al frente. Es una mujer que se queda viuda a inicios de los 70, con cuatro hijos, y que convierte esa desgracia personal en una manera de empoderarse, efectivamente, aprovecha ese “privilegio” que le da el status social de viuda para no depender de ningún hombre, vivir “ni casada ni sepultada”, como escribió Amaia Nausia en su ensayo sobre el papel de las viudas a lo largo de la historia, y como yo mismo he vivido con mi propia madre −aunque ella no es la superabuela, o lo es solo en parte− en algunos de mis recuerdos de niñez. Otra parte, la de la enfermedad, la he construído con experiencias hospitalarias de mi suegro.
Al respecto de eso, vuelve a
jugar con ficción, realidad, autoficción… Incluso se incluye a sí
mismo como personaje
Sí,
eso es en parte para liar más la cosa. Y porque hay mucha gente que
me ha confundido en las anteriores novelas con el personaje, pues
tengo bastantes cosas en común con él: los dos somos escritores,
tenemos hijos adolescentes… pero yo no soy músico, ni he perdido a
mi pareja, como el personaje, a pesar de que mucha gente me da el
pésame.
El tema del duelo, la perdida de
Maider, la pareja del protagonista, sigue sobrevolando estas novelas
Sí,
Maider, sigue siendo ese personaje ausente pero a la vez con gran
presencia en la narración. Pero precisamente gracias a la
superabuela, a eso que comparte con ella el protagonista, su
viudedad, creo que en esta novela comienza a cerrar esa herida. En la
cubierta del libro, de hecho, aparece en banco y negro, como
desdibujándose… La cubierta, por cierto, es de Niko Vázquez, que
además de ser el bajista y fundador de M.C.D. es un estupendo
artista gráfico y que aquí utiliza un tratamiento parecido al de su
libro de fotografías del Bilbao de los 80, en este caso
reconstruyendo un garito de la época, con sus carteles de
conciertos, procesiones ateas, la beatificación del mono Txarli…
Hablando de conciertos, en esta
nueva entrega se van desgranando más temas del repertorio de Los
Tampones, además de su famoso “Estamos contra las reglas”
Sí,
están “A Bea le ha venido el periódico”, “”Con tu bandera
me limpio el perineo”, “A polvos voy a matar a un concejal de
Alianza Popular”, “Goma 2 en mi potorro”… Podían tocarlas
todas seguidas en tres o cuatro minutos. Queda claro que era un grupo
punk. Y un poco bruto.
Para acabar, ¿habrá nuevas
entregas de la saga o se quedaré en una trilogía?
Uf,
no lo sé aún. Tal y como acaba esta novela podría ser un buen
cierre, pero tengo algunas ideas e igual dentro de dos o tres años
si el personaje llama a mi puerta y si todavía me parece que no me
repito o que su mundo no se ha agotado, podría retomarlo. O si le
hacen una película, que todo puede ser… No lo sé, igual tendría
que escribir alguna más solo para que no se quedara en una trilogía,
que es algo como demasiado convencional, muy poco punk.
Hay un cuento de Iban Zaldua recopilado en su última y fantástica colección de relatos, «A escondidas», en el que el protagonista adquiere el don de la ubicuidad tras plantearse el dilema de acudir a una manifestación con cuya reivindicación de fondo está de acuerdo pero en la que sabe que se van a corear lemas con los que difiere. Con su nuevo superpoder tiene la opción de dejar al yo al que esas consignas le incomodan en casa y enviar a la mani al que quiere solidarizarse con el meollo de la protesta.
No me digan que no sería todo un chollo. Si fuéramos capaces de desdoblar de ese modo todas las personalidades que nos componen podríamos, del mismo modo, teletransportar un domingo por la mañana al monte a nuestro yo más andarín mientras en la cama se queda el más remolón; o dejar en efigie en el cumpleaños de un amiguito de nuestros hijos a uno de nosotros y mandar a otro a un concierto, al cine, a un partido…
Me siento muy interpelado por ese cuento de Zaldua porque a menudo tengo esa sensación de extrañeza o de melancolía (“Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada”, define la RAE melancolía) que me hace desear casi siempre estar en otro sitio diferente al que me encuentro o considerarme a mí mismo en todos los lugares y situaciones un extranjero, un marciano. Lo cual se agrava por el hecho de que el lugar al que quiero huir siempre cuando eso sucede, el sitio donde me gustaría estar realmente, es en casa, leyendo o escribiendo. Es decir, atrapado en un bucle, pues cuando escribo o leo lo que estoy haciendo, en el fondo, es imaginar, a su vez, que estoy en otra parte o que soy otra persona…
Dejando ese pequeño lío o inconveniente al margen, a mí particularmente me resultaría muy útil este don de la ubicuidad para hacer la comida. Cocino casi todos los días y −esto que no lo lean mis hijos− casi todos los días el resultado es desastroso. Carezco no ya de talento culinario sino de la capacidad de aprender, o, mejor dicho, del interés por hacerlo. Y creo que eso se debe a que mientras estoy preparando unas lentejas mi cabeza está a menudo en otra parte, pensando ideas para algún relato, alguna novela… Así que, si pudiera desdoblarme, tal vez mi yo cocinillas podría centrarse un poco; o incluso si ni por esas pudiera arreglar los desaguisados, nunca mejor dicho, mi yo sufridor se quedaría en la cocina soportando las quejas de mis hijos −”Está salado”, “Está soso”, “Qué asco”, etc.− mientras otro de mis yos se lamería esa herida escuchando «Sinceridad no pedida» de Ojete Calor (“Nadie te ha preguntado/Te diría lo que pienso de tu sinceridad”) o ideando la manera de perpetrar, para mi desahogo personal, un «Rubio de bote», como este, por ejemplo.
Publicado en «Rubio de bote», colaboración semanal para magazine ON (diarios Grupo Noticias), 25/05/24