Mientras conduzco voy escuchando la radio. Llueve y después sale el
sol y luego vuelve a llover otra vez. La primavera es siempre igual,
voluble. A los dos lados de la carretera los sembrados resplandecen,
con esa luz extraña y hermosa que arrojan las grietas del cielo. De
vez en cuando, me ciega el destello amarillísimo de un campo de
colza.
En el programa que sintonizo hay una sección titulada “La buena
noticia del día”. Intentan conectar con la colaboradora que suele
contar el descubrimiento de un nuevo medicamento para curar una
enfermedad rara, la reaparición de una especie animal que se creía
extinguida, la reconversión de una plaza de toros en una
biblioteca…
Pero la colaboradora no responde. Seguramente se deba a algún
problema técnico, falta de cobertura, algún cable desconectado, una
caída de la red… O puede −pienso de manera retorcida− que se
trate de una paradoja, que esa periodista que tiene que alegrar el
día a los oyentes sufra el síndrome del payaso triste, esté
pasando un mal día, no le queden fuerzas… Desde el borde de un
abismo gritar “Feel good!” deja un eco que da muy mal
rollo. Sea lo que sea, el silencio a la espera de la buena noticia
del día resulta inquietante, una metáfora un poco triste. Lo mismo
que esa norma del periodismo que sentencia que las buenas noticias no
son noticia. Tal vez por eso durante años el diario más vendido en
España fue El Caso, con sus escabrosas portadas: “Salvajamente
apuñalados”, “El cura vicioso”, “Asesinados con la barriga
llena”…
Para colmo, para llenar el horror vacui acústico que deja la
borota de la colaboradora, ponen una de Bisbal.
Así que muevo el dial. Atrapo en otra emisora, cuando ya está casi
acabando su sección, a otro colaborador que suele comentar
etimologías de palabras curiosas. Hoy explica que “trabajar”
deriva del latín vulgar tripaliare,que
era un
instrumento de tortura compuesto por tres palos de madera.
Pero bueno −me
digo−
tampoco hay que ser Corominas para saber que el trabajo es una
maldición divina. Hasta el mismísimo Jesucristo lo dijo: “Reparad
en los lirios del campo, cómo crecen, no trabajan ni hilan. Mas os
digo que ni aun Salomón con toda su gloria fue vestido como uno de
ellos”.
Veo, por cierto, mientras el coche sigue
avanzando entre campos de cultivo a través de la rectilínea
carretera, algunas amapolas y algunas desobedientes flores amarillas
de colza, que han desertado durante la siembra y han decidido crecer
en las cunetas, o entre las zarzas, solitarias y azotadas por el
viento y los tubos de escape, pero a salvo de las cuchillas de la
segadora.
Vuelvo a sintonizar la primera emisora. David
Bisbal ya ha tenido que ahogarse en sus gorgoritos. “Vamos a
intentar recuperar la conexión con nuestra colaboradora”, dice, en
efecto, la presentadora, y de nuevo se escucha un silencio tenso. Yo,
ilusionado, me
quedo a la espera de buenas noticias.
La filosofía es La Polla… Records. Eso es, al menos, lo que defiende Tomás García Azkonobieta, que acaba de publicar un ensayo en el que relaciona las letras de las canciones del grupo de Agurain con diferentes corrientes filosóficas. La idea fue en principio una maniobra pedagógica para poner cresta a la filosofía y acercarla de esa manera más pizpireta a sus alumnos de secundaria; una idea que este profesor acabó convirtiendo en libro tras romperse una pierna (los hospitales son, ciertamente, un buen sitio para reflexionar sobre la fugacidad de la vida, el acecho constante e inevitable de la muerte, etc; o como diría Evaristo: «No somos nada»).
En La filosofía es La Polla, Tomás García establece una comparación, por ejemplo, entre los filosófos cínicos (con Diógenes de Sinope a la cabeza) y los piesnegros, aquella tribu urbana que solía deambular por txoznas y conciertos −muchos de ellos de La Polla Records− acompañados por perros.
A Diógenes, que, por cierto, era también conocido como Diógenes el Perro (y de ahí viene etimológicamente la palabra cínico, que en griego vendría a significar algo así como perruno) le sudaba la polla todo (con perdón, es por seguir con la misma terminología). Solía masturbarse en público y si alguien se lo reprochaba contestaba que ojalá pudiera también aplacar su hambre frotándose la barriga. En cierta ocasión, Alejandro Magno, el hombre más poderoso sobre la faz de la tierra, le preguntó qué podía hacer por él y Diógenes le contestó que apartarse, porque le quitaba el sol; Diógenes, que tenía por casa una tinaja y vivía desprendido de cualquier bien material (aunque, paradójicamente, el síndrome de Diógenes se use para referirse a las personas que acumulan objetos), también escupió en otra ocasión en la cara de un hombre rico porque, dijo, no encontraba otro lugar más sucio donde hacerlo…
Evaristo, del mismo modo, escupe en sus canciones contra banqueros, militares, políticos, gurús… y en muchos de los casos el centro de la diana es una democracia raquítica, a la que las papeletas alimentan solo cada cuatro años. De un modo intuitivo, en las letras de La Polla hay reminiscencias de El contrato social de Rousseau, quien también ve en esa exigua representación democrática una afrenta a la soberanía personal (“Mi representación soy solo yo”, canta Evaristo en El congreso de los ratones); del anticapitalismo marxista, en Delincuencia o Venganza; de Thoreau y su desobediencia civil o su cabaña en el bosque, en La Llorona (“Voy al campo, abandonaré la ciudad”)…
La filosofía, en fin, es La Polla porque −como sucede con las canciones del filosófo patatero Evaristo− nos pone frente al espejo y nos hace conscientes de nuestro desconocimiento, nos invita a cuestionarnos todo, nos libera de ese modo de prejuicios o nos mantiene en guardia ante la estupidez y el alelamiento cada vez más rampantes.
(Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON, diarios Grupo Noticias. 27/04/24)
“DON CÓNDOR Y ÑORA ALACRÁN SON EL ALTER EGO DE NUESTRO ALTER EGO”
Publicado en Igandea+, suplemento dominical de diarios Grupo Noticias (21/04/2024). Texto: Patxi Irurzun. Foto: Clara Orozco
El año pasado cumplieron
una década sobre los escenarios de medio mundo. Han tocado en Chile,
Japón, Rusia, a veces junto a grupos de la talla de Metallica, pero
también en salas pequeñas o gaztetxes.
Su sonido es un rock contundente y denso, forjado tan solo con un
formato de dúo, guitarra y batería, al que han dado un giro
inesperado en su último trabajo, Niña
Coyote eta Chico Tornado vs Don Cóndor y Ñora Alacrán, en
el que han incluido varias cumbias… a su estilo.
Niña Coyote eta Chico
Tornado, o lo que es lo mismo Úrsula Strong (o lo que es lo mismo
Usua De la Fuente) y Koldo Soret, me reciben en su guarida del barrio
donostiarra de Egia, un acogedor local en el que ensayan, graban sus
maquetas o almacenan los discos que editan bajo su propio sello,
Pozoi Records. Han preparado café y bollos y su hospitalidad me hace
sentir un poco culpable, cuando lanzo la primera pregunta, pues esta,
aunque obligada −¿De
dónde provienen los alias que dan nombre al dúo?−
tiene algo de mecánica y previsible. Usua, sin embargo, contesta con
entusiasmo, como si fuera la primera vez: “El grupo tiene diez
años, aunque los motes vienen de antes: justo antes de Zuloak
[el
falso documental que rodó Fermin Muguruza sobre un grupo imaginario
de rock formado de chicas, en el que Usua tocaba la batería],
hicimos un viaje de tres meses a California y, un día, estando en el
desierto, como yo me había subido a una roca y no quería bajarme,
me gritaban “¡Venga, coyote, baja!”. Después fuimos a unos
locales de ensayo. Koldo llevaba ya como dos meses sin tocar la
guitarra, el pobre, y se volvió un poco loco, revolucionó todo el
local, ¡Buah, parece un tornado!, decíamos. Y así fue como
surgieron Niña Coyote eta Chico Tornado, de risas”.
¡Cumbiaaaa!
Durante estos diez años, el
dúo donostiarra ha grabado cuatro
discos. Su
sonido es un rock arenoso y enérgico, cercano al stoner,
pero,
para complicar todavía más el asunto de los alias, en el último
disco soprendieron a sus seguidores con −junto
a varios temas en su estilo habitual−
un puñado de cumbias eléctricas y mestizas en el que Niña Coyote
eta Chico Tornado se transformaron en Don Cóndor y Ñora Alacrán.
Les pregunto de nuevo por los nombres y es ahora Koldo quien responde
(bueno, en realidad, uno termina o completa las frases de la otra, y
al revés, se conocen desde hace treinta años y entre ambos existe
una complicidad y una admiración que también trasladan al
escenario, donde, me dicen, ni siquiera tienen que marcar las
canciones para empezar a tocarlas, les basta con mirarse): Koldo: “En
2016 hicimos una gira por México y allí nos fuimos encontrando
cumbia por todos los sitios en que tocábamos, de todo tipo,
electrocumbia, psicodélica… Ibas a una mescalería y había un
señor tocando cumbia con un teclado. En Mexicali, en un sitio un
poco turbio, hablando con un colega de allí, comentamos cómo molaba
la cumbia, y él nos dijo: “Pues tienen que hacer una banda de
cumbia”. Y ya nos puso el nombre y todo, Don Cóndor y Ñora
Alacrán”. Usua: “Bueno, lo
de Don Cóndor fue por un error, te preguntó cómo te llamabas, y
tú, Koldo, ah, Cóndor, qué chingón. Y Don Cóndor, lo bautizó. Y
a mí Niña Alacrán, pero yo le dije que ya no estaba para niña, y
él, pues Ñora (señora) Alacrán”.
Tormenta de arena
Don Cóndor y Ñora Alacrán son, pues, “el alter ego del alter ego”, explican; o también, al rato, que suelen referirse a ellos como sus primos de Monterrey (lo cual me hace pensar que quizás no están aburridos de contestar a las preguntas sobre los nombres del dúo porque en cada ocasión inventan para ellos una historia diferente). Les pregunto a continuación cómo se tomaron sus seguidores ese giro de timón, y, aunque reconocen que en el disco las escuchas de Don Cóndor y Ñora Alacrán son menos que las de Niña Coyote y Chico Tornado, comentan que fue una experiencia enriquecedora salir de su zona de confort y dejarse llevar por su instinto y por lo que les pide el cuerpo en cada momento, algo que en realidad siempre han mantenido a lo largo de su carrera: “Cada uno de nuestros discos es como un reflejo del momento en el que estaba la banda y en cada uno de ellos nos hemos exprimido para hacer siempre lo mejor que hemos podido. Nuestra música ya de por sí es anticomercial, con sonidos densísimos, en euskera, sin estribillos, no tenemos ni media canción del verano… en ese sentido estamos superagradecidos de que la gente venga a vernos. Pero en el caso de las cumbias, todavía es más underground”, dice Usua, si bien a continuación añade. “Aunque también resulta menos cansado”.
Siguiendo su instinto
Niña Coyote eta Chico Tornado son ciertamente un ciclón, una fuerza de la naturaleza sobre el escenario. Parece increíble que ese sonido tan contundente sean capaces de crearlo solo dos personas. Para ello Koldo utiliza cuatro amplificadores y diferentes pedales a través de los cuales divide las señales de su guitarra y Usua golpea la batería con una mezcla de energía y elegancia, a lo cual se suma la imagen del dúo, fotogénica y cuidada (Usua, además del grupo, trabaja en el mundo del cine, preparando vestuarios). “La idea es sonar como una banda, solo con la guitarra y la batería, sin nada pregrabado. Nos suelen decir mucho si hemos pensado en cambiar el formato, añadir a alguien más, pero entonces no tendría sentido, sería otra cosa, perdería la esencia de la banda”
Les pregunto ahora si se ven
del mismo modo dentro de otros diez años. Koldo: “Yo creo que sí.
Cuando empezamos nunca imáginamos que llegaríamos hasta aquí.
Nuestro primer disco tenía un sonido oscuro, turbio, y pensábamos
que como mucho nos dejarían tocar en algún
gaztetxe.
Pero hemos recorrido medio mundo, hemos tocado con gente como Queen
of Stone Age o Metallica, tenemos nuestro propio sello… A veces es
un poco agotador, los viajes, etc., pero también es un modo de
vida”. Usua: “Es dificil también porque está por una parte lo
que se espera de ti, lo que a ti te apetece hacer, lo que estás
aburrido de hacer… A veces pierdes un poco la perspectiva, por eso
también, aunque Koldo no puede dejar de hacer canciones, hemos
decidido parar un poco ahora”. Koldo: “Hace poco leí la
biografía de The Cramps y han estado un montón de años tocando,
sin dejarse arrastrar por ninguna presión, capitalista ni de ningún
tipo, haciendo lo que les gusta…Eso es lo que queremos. Hombre, no
sé, así, tal y como está el rock hoy en día, igual acabamos en
Benidorm, tocando en un hotel”. Usua: “Eso es algo que puede
pasar, en los hoteles en vez de pasodobles tocarán Platero y tú”.
Koldo: “La historia es seguir tu instinto, para nosotros el filtro
es que al tocar una canción te de subidón, si te da subidón a ti,
lo transmites al público”. Usua: “Y hacer cosas que te gusten a
ti, si te gusta a ti, ya le gusta al menos a una persona, si no
corres el riesgo de que le guste a cero personas”…
Y de ese modo continúan durante un rato, trasladando a su conversación la misma pasión y espontaneidad que transmite su música rugosa y magnética, salvaje y misteriosa, como una tormenta de arena o un animal del desierto.
Mi paraguas sardinita El
primer disco que, cada uno por su cuenta, compraron Koldo y Usua fue
uno de Negu Gorriak. Es uno de sus referentes musicales, junto a
otros como Motorhead, Anestesia, Bap… Los dos se interesaron por la
música desde pequeños. Koldo, primero en escuelas de música,
tocando el acordeón o el txistu, y más tarde escuchando los discos
de sus hermanos mayores (rock radical, AC/DC, Ramones etc.). Desde
muy joven formó parte de grupos como Euripean Sua, Utikan, Mugatik,
Lau Itzal, Chico Boom, Surfing Caos, a los que ha aportado siempre su
destreza a la guitarra y su facilidad para crear rifs. “Los rifs le
brotan como churros”, dice Usua, pero reconoce que por el contrario
les cuesta más escribir las letras, auque para ello Niña Coyote eta
Chico Tornado han recurrido a veces a escritores como Harkaitz Cano,
Maialen Lujambio, Ioritz Apaolaza o el propio Fermin Muguruza, su
chamán. Usua comenzó con la batería más tarde, a los veinte, con
Las Culebras. “Luego lo dejé y fui pipa de todas esas bandas que
ha dicho Koldo, hasta que Fermín Muguruza me llamó para Zuloak.
“Koldo me ayudó mucho, me salieron muchos callos. Entonces era él
el que venía de pipa con Zuloak. Después los dos hicimos Niña
Coyote eta Chica Tornado. La misma noche que Zuloak dieron su último
concierto nosotros dimos el primero”. Antes, en realidad, Usua ya
había estudiado piano y solfeo, de pequeña, y desde que estaba en
la tripa de su madre había escuchado mucho rock: “Mis padres
escuchaban Led Zeppelin, Deep Purple. Y yo aprendí castellano oyendo
la primera cinta de Kortatu, a la que mi viejo le daba muchas vueltas
en el coche”, dice. “¡Cuenta, cuenta lo de Mi paraguas
sardinita!”, le anima Koldo, y Usua, entre risas nos explica que
cuando su aita ponía Nicaragua
sandinista
en el casete ella lo que entendía y tarareaba equivocadamente era
eso: “Mi paraguas sardinita”.
Cuando entras a la librería de
Marcela y Rafa, a la izquierda, junto a los periódicos del día, no
te encuentras en ese lugar preferente libros de Pérez-Reverte o de
Paz Padilla, sino de autores de la tierra: noveles, glorias locales,
autoeditados… Y también libros sobre Navarra, los sanfermines,
sobre etnografía, lengua, cartografía de Euskal Herria… Si a
Marcela le ha gustado el libro (porque Marcela no es una vendedora de
libros, sino una librera a la antigua usanza, o sea, una librera que
lee) puede incluso que lo coloque en el mostrador, y que lo
recomiende entusiasmadamente a sus clientes, o que lo haga en alguna
de sus colaboraciones en la radio, o cuando le pregunten en la Feria
del libro cuál ha sido el más vendido (aunque sea una mentirijilla
y puede que el más vendido haya sido uno de algún influencer).
El párrafo anterior, sin embargo,
tiene fecha de caducidad. El próximo 16 de mayo será un día muy
triste. Marcela y Rafa echan la persiana de la pequeña librería que
desde hace tres décadas regentan en la cuesta de Santo Domingo de
Iruña, en el conocido primer tramo del encierro (durante los
encierros, por cierto, la tienda se transforma en improvisada
consigna en la que los corredores dejan en custodia sus carteras o
sus móviles).
Rafa y Marcela se jubilan,
merecidamente, después de años trabajando de luna a luna, como
licántropos de los libros: preparando, a deshoras, pedidos,
cuadrando facturas y albaranes, rastreando como sabuesos libros
descatalogados, avisando a los clientes cuando llegan, fotocopiando
carnets, desempaquetando cajas con gomas Milan, lapiceros Alpino,
colocando con mimo en el escaparate olentzeros o kilikis de goma…
No han conseguido, a pesar de
buscar con ahínco, que nadie tome el relevo para que su negocio,
sacrificado pero rentable, continúe siendo un pequeño oasis para
lectores empedernidos, euskaldunes, nostálgicos del trato personal y
humano… y la tienda reabrirá, sí, con otros dueños, pero
reduciendo su oferta a lo concerniente a los souvenirs.
¿Quién nos hará saber ahora que un autor del barrio ha escrito un
libro sobre el mono Txarli? ¿Quién preparará con la misma
diligencia los pedidos para las bibliotecas? ¿Quién nos prestará
las mesas para comer en la calle el día 6 de julio o nos invitará
al aperitivo después del txupinazo?…
Cuando la persiana de Abarzuza se
cierre definitivamente, tras ella se derrumbará todo un mundo. Es el
signo de los tiempos. Estos tiempos en los que en todas las librerías
el libro más vendido es el de una folclórica y en los que los
lectores de periódicos se convierten en exploradores urbanos. Pero
no tenemos ningún derecho, por supuesto, a que Marcela y Rafa
sientan ni siquiera una pizca de culpabilidad, al contrario. El
próximo martes, 23 de abril, es el Día del libro y ellos sacarán
por última vez sus libros a la calle. Será un buen momento para
darles un gran abrazo, agradecerles todos estos años de felicidad
lectora y desearles un gozoso retiro.
La banda tributo Leña al mono homenajeó ayer en la sala Totem de Atarrabia al legendario trío Leño, en el 45 aniversario de la creación del grupo madrileño.
La de Leño con Iruñea es una larga historia de amor. Desde que el trío madrileño publicó su primer disco, de título homónimo (Leño), sus canciones comenzaron a sonar y a volar cabezas −con sus melenas correspondientes− en los bares de lo viejo. Y Rosendo y los suyos no tardaron en llegar a la ciudad. Los más veteranos aún recordarán conciertos como el de la gira ‘El rock de una noche de verano’ en la Plaza de toros, junto a Miguel Ríos y a una desconocida por entonces Luz Casal, en 1983; o el de un año antes en un Anaitasuna convertido en una olla a presión; o, retrocediendo aún más en el tiempo, el concierto casi fundacional en el salón de actos del colegio Salesianos, en 1979, al que asistieron como público, entre otros, unos todavía bisoños Alfredo y Boni, de Barricada. La cantera del rock urbano iruindarra ya comenzaba a extraer sus primeros frutos y a convertir la ciudad en uno de los bastiones del género. Y es que −con el permiso de grupos como Asfalto, Burning, Cucharada o Coz− Leño fundó los estatutos de un estilo musical que todavía, aunque ya sin melenas, mantiene en Iruñea un nutrido y fiel número de seguidores, tal y como quedó demostrado en el concierto homenaje que en la noche de ayer ofreció en la abarrotada sala Totem de Atarrabia el grupo tributo Leña al mono, junto con un selecto puñado de invitados, y que se presentaba bajo el título ‘Fiesta 45 aniversario Leño’.
Jugando en casa
La gira, después de haber pasado por Madrid, Barcelona o Sevilla, recalaba en casa, nunca mejor dicho, pues Leña al Mono es un combo formado por auténticas leyendas del rock navarro, como el guitarrista y cantante Juanjo Ojeta (Mugre, Txarrena… «¡El mejor guitarrista de rock de la ciudad!», lo proclamó un tipo al lado de este cronista) o el baterista Javier Lizarazu ‘Puntxes’ (Tahures Zurdos, Mugre…), a los que se sumó la sangre nueva al bajo de Guillermo Soloaga, en sustitución del miembro original Patxi Garro (Los Insoportables, La Síntesis…).
Con semejantes mimbres, el grupo no podía sino arrancar −tras una introducción en la que se escuchó la sintonía de ‘El hombre y la tierra’− como un trueno, con un sonido demoledor, a lo cual sin duda contribuyó que se interpretaron de un tirón, para empezar, tres trallazos leñeros (‘Este Madrid’, ‘Entre las cejas’ y ‘No lo entiendo’), recibidos con entusiasmo juvenil por un público mayoritariamente cincuentón e incluso sesentón que no había ido al concierto a hablar ni a grabarlo con el móvil porque de lo que se trataba era de corear los estribillos y los solos de guitarra forjados a fuego en las meninges desde los quince años.
Tributo a Onán
Llegaron después más temazos, aunque ¿cuál no lo es en el caso de Leño?: ‘Donde está la salvación’, ‘Sí, señor’, ‘Apágalas’…, antes de que interrumpiera en el escenario el primer invitado: Juan ‘Conan’ Carmona, de La Leñera (no hay malos rollos entre los grupos tributos), un «doble» de Rosendo, al menos si atendemos, haciendo honor a su alias, a su envergadura física (vamos, que doblaba a Rosendo en corpulencia) pero sobre todo por el timbre de su voz, que tanto nos recordó al de Carabanchel.
A este respecto, es también reseñable que Juanjo Ojeta, por el contrario, canta a Rosendo sin imitarlo, pero que los dos cantantes, cada uno en su estilo, tiene su pellizco, como demostró Conan con ‘La fina’ o con ‘Hoy va a ser la noche de que te hablé’, poniendo a saltar a un público con rodillas para pocos trotes. El de La leñera se despidió con un «Egkerrik agko, Iruñea!», pronunciado con un exagerado acento madrileño, que hizo reir ala concurrencia.Fue el turno después de ‘Castigo’, una de las canciones más largas y con más minutaje instrumental de Leño, en la que Juanjo Ojeta se lució sobre el escenario, llevando a los amantes de los punteos al orgasmo («¡un momento, no es posible!», el tipo de al lado, «¿está ahora haciendo un tributo a… Onán? Ah, no que es solo un guitar-air»).
Fiesta final
Se sucedieron después más hits y nuevos invitados. Mariano Montero, batería de Rosendo, continuó dando más leña al mono con otra nueva ráfaga de temas infalibles, como ‘Sorpredente’ o ‘El tren’; Rafa J. Vegas, bajista también de Rosendo, interpretó ‘Cucarachas’, ‘Qué desilusión’…Todo ello antes de los bises. Cualquier canción de Leño en realidad serviría para los bises (incluso las, pocas, que Leña al mono dejó de tocar, como ‘Todo es más sencillo’, que echamos de menos), pero en el tramo final del concierto las elegidas fueron ‘Sodoma y Chabola’, ‘No se vende el rock & roll’, e ‘Insisto’, con la participación en esta última de Chusaco, cantante del grupo barcelonés Chatarra, y de Ángel Urbano, hermano del fallecido bajista de Leño Tony Urbano, en uno de los momentos más emotivos de la noche.
El remate final, como no podía ser de otro modo, fue para el himno ‘Maneras de vivir’, con la presencia de todos los invitados de la noche sobre el escenario. Dos horas, en fin, de puro rocanrol, rememorando temas (¡temazos!) de un grupo que ya es un clásico del rock callejero y cuya música se mantiene todavía fresca en nuestra memoria, a pesar de que Leño se separara hace ya más de cuarenta años. Todo lo cual, lejos de las polémicas que suscitan en ocasiones las bandas tributo, creemos que da todo el sentido a esta en concreto, pues resultaría del mismo modo absurdo rebatir que pueda seguir interpretándose en directo, por ejemplo, la ‘Quinta Sinfonía’ si no es bajo la batuta del mismísimo Beethoven. ¡Larga vida, pues, a Leño! ¡Y leña al mono!