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YA NO ODIO A FÉLIX ROMEO

Feb 11, 2010   //   by admin   //   Blog  //  2 Comments

En realidad, ya lo dije –o eso quise decir- en el otro post referido a él, nunca lo he hecho, nunca lo he odiado, solo le tengo mucha envidia. Y sobre todo, ha sido en más de una ocasión un magnífico camello, un dealer cultural que me ha suministrado con sus recomendaciones, sus listas, sus reseñas y artículos, algunos momentos de placer intenso.

Hace poco, junto con mi hijo Hugo hice un descubrimiento. En la biblioteca elegimos juntos un comic titulado “Vampir va a al colegio”, de Joann Sfar, prolífico autor francés a quien yo desconocía. El libro, que cuenta la historia de un pequeño vampiro que quiere ir al cole, enfrentándose por ello a su familia (su padre es el holandés errante, vive con varios monstruos, un perro rojo volador que se llama Fantomate…), resultó ser una joya. Hugo, que no sabe leer, se lo aprendió de memoria después de que su madre y yo se lo leyéramos al acostarlo dos o tres días. Pasaba las hojas y repetía párrafos enteros, se reía… Fue tal el éxito que unos días después tuve que recorrerme las diferentes bibliotecas en los que había desperdigados otros títulos de Vampir, como Vampir y la sociedad protectora de perros. Por desgracia creo que algunos de ellos, como Sopa de caca, que vaticino que podría ser el favorito de mi hijo, no están traducidos al español (quizás podamos comprarlo un día en una escapada a Bayona o San Juan de Luz). Y ya de paso, yo mismo me llevé otros títulos menos infantiles de Sfar, como Cazador-recolector.

El caso es que pleno subidón, esa euforia que a veces provoca descubrir carne literaria fresca, un autor desconocido, con el que conectas, leí un artículo de Felix Romeo en el que hablaba de Gainsbourg: vie heroique, película francesa dirigida por… ¡Joann Sfar! Vaya, este hombre es un genio. Y entré en la web del film, y allá había un trailer que tiene muy buena pinta (la peli es un biopic del cantante francés Serge Gainsbourg, el autor de Je t,aime… moi non plus, aquella canción en la que se oía de fondo un orgasmo femenino –no sabemos si real o fingido).

Tampoco sé si esa peli la estrenarán por aquí, espero que sí, porque parece muy interesante, como la propia –hasta ahora desconocida para mí, que soy un melón- peripecia vital de Gainsbourg, quien por cierto se parece un poco a Alfonso Ussía y ambos a Vampir solo que Gainsbourg es mucho más guapo, por dentro y por fuera, es un feo-guapo francés de esos, como Belmondo, capaz de encandilar a las mujeres más hermosas (el orgasmo femenino de Je t,aime lo grabó originalmente Brigitte Bardott, toma ya, aunque la versión definitiva fue la de Jane Birkin, que fue pareja de Gainsbourg).

El caso es que –me estoy desviando- quería dejar aquí un par de enlaces, uno a la web de Joann Sfar, y otro a la de la película de Gainsbourg. Y por supuesto dar las gracias a Felix Romeo. Espero la siguiente dosis.

KALVELLIDO

Feb 8, 2010   //   by admin   //   Blog  //  5 Comments

El dibujante Juan Kalvellido y yo somos uña y mugre desde hace ya hace muchos años (¿15, 20…? Ya ni lo recuerdo, es como si él siempre hubiese estado ahí?). Juanito ha ilustrado o hecho portadas de mis libros en Ajuste de cuentos, Odio enamorado, Atrapados en el paraíso, La polla más grande del mundo, El cangrejo valiente… Y juntos perpetramos un comic titulado A Chankete le olía el aliento… Y miles de historietas más. Y faxes, cartas, emails… Casi a diario. Solo nos hemos visto dos veces, sin embargo, pero –quizás por eso- es uno de mis dos mejores amigos. Somos compañeros de penurias, paños de lágrimas… Muchas veces los dos hemos seguido adelante solo porque el otro, aunque quizás igualmente tan maltrecho, estaba ahí, era el único en quien podías apoyarte. Yo, siento a menudo, que he recibido de él mucho más de lo que le he dado. Creo, en general, que el mundo ha recibido de Kalvellido mucho más de lo que él generosamente le ha dado. Juan Kalvellido es un ARTISTA, demasiado a menudo incomprendido, injustamente incomprendido, e ignorado, porque es peligroso, incómodo, indomable, porque dice lo que muchos no quieren oír.… Es el signo de nuestros tiempos y de todos los tiempos.

Durante estos días, en Pamplona, se exponen algunos de sus cuadros, junto con otros de Azagra, otro mito del comic, el de El Jueves, el de Pedro Pico y Pico Vena, el del Partido de la Gente del Bar… La expo en Kalaxka (Zabaldi) en la Calle Navarrería 25, es una de las actividades del febrero contra las guerras que Kalaxka ha organizado, y se titula Palestina e Irak a ojos de Azagra y Kalvellido. Juanito ni siquiera sabía que sus cuadros andaban rulando por aquí, se enteró cuando yo se lo comenté, lo cual dice mucho de él, de esa generosidad de la que antes hablaba, de los motivos porque sus lápices siempre están en lucha…

En su último email Juan me envió el dibujo que cuelgo arriba, no pertenece a la exposición de la que aquí hablo, pero me encanta.

Este es, en fin, el blog de mi amigo http://www.kalvellido.net.

Dulce herida otoñal

Feb 4, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Ahí va el otro cuento que han publicado en la Revista Groenlandia, y que pertenece, como El señor conductor tiene sífilis, a mi libro La polla más grande del mundo y otros 69 cuentos (Baile del sol)

DULCE HERIDA OTOÑAL.
Patxi Irurzun

Hay miradas que sólo duran un átomo de tiempo pero que nos traspasan y se alojan en los pliegues del alma para siempre, a veces como un bálsamo, otras como una herida.
Camino por las murallas pisando los primeros esqueletos de hojas muertas. El polvo en el que se deshacen se confunde con los huesos de quienes levantaron esos baluartes y me siento transportado en una máquina del tiempo hasta que soy sólo el sueño en el corazón de uno de ellos: un hombre feliz viviendo un futuro en paz.
El sol comienza a llorar lágrimas de moribundo y éstas levantan un olor de tierra mojada, como el de un recién nacido. Es el otoño. Algo que empieza. Algo que se acaba. Un límite entre locura y cordura. Una melancolía esperanzadora.
Vengo de curiosear entre los puestos de un viejo rastro. Un gato negro, pantera de mentirijillas, demonio enmascarado, bolsa de terciopelo con siete corazones, se movía sobre las mesas de antigüedades a cámara lenta, deslizaba primero sus patas, las estiraba prodigiosamente, multiplicando su longitud por tres, acomodaba después la almohadilla en huecos invisibles y su espinazo entonces se curvaba dulcemente, como una ola muriendo en la playa, y así avanzaba, cruzaba las mesas sin rozar siquiera las regaderas, los quinqués, las figuritas que se amontonaban desordenadamente sobre ellas. El gato negro era arrogante y exhibicionista, podría saltar la mesa, o pasar por debajo, pero prefería que todos miráramos sus movimientos elegantes y precisos. El gato negro era un poeta salvaje. Recordaba el esplendor en la porcelana y también cada una de las muescas posteriores; los retorcijones de sus tripas con los titulares de guerra y hambre en las páginas amarillas de los periódicos y los plácidos ronroneos cuando alguien le acariciaba mientras leía en ellas cuentos románticos, alegres fábulas…
Quizás fuera uno de esos gatos que han nacido en el cementerio y por eso sabe que de los ojos de las calaveras florecen siemprevivas y nomeolvides.
Continuo paseando por las murallas hasta desembocar en el casco viejo. Desde las hendiduras entre los adoquines trepa un olor a humedad que se me enrosca y me estrangula el corazón con su desasosiego. Como un recuerdo extraviado. Como el reflejo de un charco en el infierno. Aunque en realidad no sé si es el sudor de los adoquines o un akelarre de las motitas de polvo de las antigüedades, danzando endiabladas y estrellándose contra las paredes de mi pituitaria.
Ahora las gotas de lluvia son gruesas, como balas transparentes. Camino pegado a las paredes de un teatro. En la acera hay un camión aparcado, junto a una puerta. He visto otra veces camiones como ese, junto a esa puerta, descargando enormes decorados: una parcela de luna, la habitación de un manicomio… No puedo evitar una mirada curiosa al pasar.
Y entonces, durante sólo ese átomo de tiempo, acurrucada entre toda la cacharrería, veo a la chica, sola, abrazada a sus rodillas, con las aletas de su nariz palpitando, oliendo al recién nacido, el otoño. Y descubro esa mirada, y entonces todos los recuerdos se hacen diáfanos, son las traiciones, los miedos, las comodidades, las rutinas que han convertido mi vida en algo que no quería, los trabajos-basura, aniquilantes, la mala suerte,los amores-basura, vacunas contra la sífilis de soledad, el tiempo desperdiciado… Y sigo caminando, como si nada hubiera sucedido, pero con esa dulce herida de su mirada, que me ha traspasado.
¿Quien eras, mi dulce herida otoñal? ¿Donde estás? Seguiré buscándote el resto de mi vida, porque ahora se que lo que nos sucede puede parecerse a lo que alguna vez soñamos. Aunque vuelva a arrojar esa vida al vertedero tu mirada siempre será un rayo de esperanza en las cuevas lóbregas y frías de mi alma atormentada. Quizás te encuentre, como una piedra preciosa entre la inmundicia. Quizás sólo encuentre muñecos de trapo. Quizás ni siquiera eso, pero nunca dejará de soñar, al menos, hombres y mujeres felices viviendo un futuro en paz. Y si hasta eso falla la próxima vez me enamoraré en primavera, como todo el mundo.

ESE TOCHO (CAPÍTULO 7)

Feb 4, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments
LA PORTADA DE TASIO EN COLORINES

«Pichurri». Qué vergüenza. Me sonó ridículo… pero no extraño. Aquellas cursiladas se me solían escapar en momentos como aquel, justo al correrme. Eran como un antídoto para lo que vendría después, la llamada tristeza post-coitum. Siempre, cuando acababa de hacer el amor, experimentaba aquel vacío. Un vacío que era como cuando me metían un rosco en casa y el graderío se convertía en un cementerio; un vacío que me alejaba de la mujer que tenía tumbada al lado en la cama, la convertía en una extraña, y me convertía a mí mismo en un extraño al que incluso se le arrebata la idea de que el motorcito del mundo es el amor, incluso aquel amor de baja intensidad, el sexo rápido y furtivo; un vacío que, por el contrario, me hacía creer que el amor, y el mundo, sólo eran descargas de energía, y nuestras vidas se reducían a todo lo que quedaba en medio, los esfuerzos egoístas para proporcionárnoslas. Como aquellas palabras supuestamente amorosas que en realidad sólo buscaban la manera de echar un segundo casquete que se llevara consigo aquel dichoso vacío. Como irse desesperadamente a buscar el gol tras encajar uno.
Cada vez, de todas maneras, me costaba más. Un miembro sexual descomunal tenía sus inconvenientes, te rozaba en los muslos cuando subías a rematar en el tiempo de descuento los córners y, en lo sexual, costaba horrores volver a elevar semejante mole.
Así que allá estaba, tumbado, diciéndole lindezas a la alcaldesa y masturbándome por debajo de la sábana sin demasiado entusiasmo, mientras ella se vestía en un rincón de la habitación pudorosamente, con todo el peso del arrepentimiento cristiano y de sus responsabilidades políticas sobre las espaldas. A fin de cuentas había venido hasta mi habitación a pedirme que salvara su culo y yo no había hecho más que sobárselo.
—Lo siento, me tengo que ir, hoy me toca presidir la corrida —se disculpó, pero al pronunciar esta palabra volvió a ponerse colorada y su arrebol fue como una gran grúa que me elevó el ánimo. Pegué un salto en la cama y le rodeé la cintura cogiéndola por detrás. Esta vez lo hicimos allá mismo, en el suelo. Me excité muchísimo: me gustaban las mujeres que decían guarradas mientras cogían y aunque la alcaldesa se creía muy europea no podía evitarlo y gritaba como una loca (o tal vez lo hacía la troglodita que aún llevaba en su interior):
—Clávame esa tranca, entera, sí, campeón, fóllame, como a una perra, que se jodan todos, frígidas, pichicortos, todos unos mierdas, no como nosotros, elegidos, especiales, así, así…
Por un momento tuve la sensación de que a la alcaldesa en realidad no le volvían locas mis manos, ni mi tranca, que en el fondo era como la chica del bar y solo le excitaba la idea de relacionarse, incluso íntimamente, con ricos y famosos. La penetré con rabia, con odio incluso. No pensaba salvar su culo, se lo iba a hacer añicos. Era una hipócrita, una clasista. Y yo no me olvidaba de dónde venía, tal y como me había enseñado Dios, es decir Diego Armando Maradona. Yo era un arrabalero, así que le escupí, le azoté las nalgas, le insulté… Y a ella… le gustó, le volvió a poner caliente aquella violencia. Aunque también comprendió lo qué había, y cuando terminamos, apelotonó su ropa, se fue al baño y salió minutos después, de nuevo vestida de alcaldesa.
—Le exijo que desmienta ante la prensa lo nuestro y que condene esa foto trucada. Es por su bien y el de su carrera —dijo, de esa manera en que los políticos convierten en favores sus amenazas y chantajes. Después me alargó una tarjeta. Era la de Txus Cuenco, el periodista.
En cuanto se fue marqué su teléfono. ¿Qué otra cosa podía hacer?
—Txus, lo del balcón es cierto. La alcaldesa intentó hacerme una paja —confesé.

SALINGER NO TENÍA BLOG

Feb 2, 2010   //   by admin   //   Blog  //  3 Comments

No sé muy bien cuándo leí El guardián entre el centeno, creo que fue hace ya muchos años y no recuerdo muy bien la historia, solo -me parece- que nevaba. Me pasa mucho con muchos libros, los leo y no retengo, se me olvidan (bueno, hablo de la historia, a veces lo que retienes es el estilo, el clima –en El guardián entre el centeno nevaba, por ejemplo-, la voz del autor…). Por eso me sorprende que haya gente –y la envidio- que siempre tiene algo que decir, que son auténticos expertos en obras, escritores, sobre todo cuando estos últimos se hacen famosos o les dan un premio o se mueren o resucitan (como ahora Félix Francisco Casanova). Yo debo de ser un renacuajo, pues mi memoria muchas veces ni siquiera llega a ser de pez.

El caso es que de Salinger lo que de verdad me llamaba la atención y admiraba (porque intenté profundizar en él sin éxito, sin que me revelara algo más de esa mitomanía, esa fe que irradiaba a otros, a través de sus cuentos, como el del pez plátano o banana, depende de la traducción) era la manera en que se borró del mundo literario.

Para un escritor tímido como yo, feo y sin carisma ni habilidades sociales-y con la cabeza llena de goteras-, escribir libros y no tener que hacer nada más, presentarlos, dar entrevistas, hablar con otros escritores -eso es casi lo peor-, sería el estado de felicidad completo. A los autores hoy en día se nos exige ser comerciales de nosotros mismos, e incluso se da más valor a esa capacidad de saber venderse que a la propia obra (o al tener amigos, contactos o una historia rocambolesca o sórdida que poner en la solapa de la biografía). Un escritor no sólo debe escribir bien (bueno, quizás eso no sea necesario), además tiene que resultar ingenioso o simpático o de una inteligencia deslumbrante en las entrevistas. Yo, sin embargo (aparte de que no creo que un escritor tenga por qué ser necesariamente no solo guapo y simpatico, ni siquiera inteligente, sino mostrar una visión diferente del mundo,..) yo, decía, me expreso fatalmente cuando hablo. De hecho, por eso, entre otras cosas escribo. Y por eso me consoló leer un artículo en la revista EÑE el que, a raíz de una entrevista en la que se ve a Nabokob tirando de chuleta en una entrevista, Arthur Krystal se planteaba que Hablar es otra arte ¿Debe una persona que trabaja con el lenguaje (escrito) ser también brillante en el hablar? (así se subitulaba la cosa).

Luego, claro, está también que a Salinger y los sesenta millones de guardianes entre el centeno vendidos tampoco le hacía falta demasiado publicitarse (pese a lo cual sabemos detalles escabrosos como que se bebía su propio pis o que Charlot le quitó la novia), otra cosa es cuando vendes, con suerte, cien o doscientos ejemplares de tus libros. Si a Salinger le pasara lo mismo me pregunto si él tendría o no un blog. En todo caso, a veces también dan ganas de echar la persiana y ponerse de una vez a escribir, por puro placer, olvidándose de todo lo demás, la vanidad, el éxito, la opinión de los demás, el reconocimiento, el puto blog… Quizás, en realidad, no sea tan difícil: lo de ser un escritor desaparecido -aunque no se por voluntad propia- ya lo tengo ganado.

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