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FRANKENSTEIN EN MEYBA Diario estival

Sep 21, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Estos últimos días hace un calor del demonio. Y por si alguien, por lo que sea, no se ha enterado todavía, cada telediario dedica quince o veinte minutos a contárselo −o a darle la brasa, ya puestos−. “Esta noche no he pegado ojo”, sale lamentándose una señora; o después un señoro afirma categóricamente “Es el verano más caluroso que recuerdo”. Yo creo que que trabajan como figurantes para la tele y que son los mismos que dicen “Era una persona muy educada”, cuando detienen a un asesino, o “Nos hacía mucha falta, este un barrio obrero”, cuando toca el gordo de Navidad.

Pero es cierto: la canícula es inaguantable, incluso dentro de las casas, donde se ha colado por las ventanas, como buscando refugio de sí misma. Así que hoy me han llevado a la piscina. Digo me han llevado porque yo por mi propia voluntad no voy allí ni aunque me paguen (en lugar de pagar yo los once euros que vale la entrada de la piscina municipal, un chollo). La piscina es para mí el segundo peor lugar después del infierno. De hecho, la única sombra que hemos encontrado ha sido detrás de un señor con la espalda muy ancha y con un tatuaje satánico. Unos metros más allá había unos niños jugando a fútbol. Por suerte, lo hacían sin balón. Hacía siglos que no veía esa especie de teatrillo: uno de ellos simulaba un chut y el otro lo detenía con una palomita imaginaria. Me he emocionado y todo. Hasta que cada uno ha empezado a ver un partido distinto y se han puesto a discutir: “¡Ha entrado!”, “¡No, la he parado!”… Era como una metáfora de la vida y las relaciones personales.

Luego el hombre con Lucifer en la espalda se ha levantado y, cuando mi piel ha empezado a echar vapor de azufre, no me ha quedado otro remedio que irme a bañar. No me gusta nada bañarme. Tengo los pezones hipersensibles al cloro y el cuerpo-escombro. Me ha dado la impresión incluso de que toda esa gente con cuerpos normativos, o sea con tatuajes y tabletas en los abdominales, me miraban con un poco de grima. Aunque también puede que fuera porque de camino a la piscina, oh, balansé, balansé, me he dado cuenta de que tengo que comprarme un bañador nuevo, con el braguero más ajustado.

Después del baño he leído un poco el periódico. Los periódicos no están diseñados para leer al aire libre, pero de todos modos he conseguido enterarme de que los que están a favor del gobierno Frankonstein critican a los partidarios del gobierno Frankenstein (no sé por qué usan ese término de manera despectiva, para mí que nadie s3e ha leído la novela. ¡Ya podían ser todos los monstruos como el de Mary Shelley, que leía a Plutarco!). También he visto que la lehendakari de Navarra en su discurso de investidura solo ha utilizado dos frases en euskera: en una se ha trabado y la otra se la ha saltado. Supongo que esa es para ella la “lógica de la realidad sociolíngüística” de la que tanto habla.

Por la tarde hemos ido a comprar un bañador nuevo a un centro comercial. Me lo he tenido que probar en medio de la tienda porque no encontraba los probadores. “¡Pero hombre, entre ahí, qué asco!”, me ha señalado una dependienta un cartel en el que se leía: Fitting room. Yo ya lo había visto, pero pensaba que era el nombre de una marca de ropa moderna. Igual se hubiera estado en euskera lo habría entendido.

Hacía fresquito allí, al menos, pero los centros comerciales son mi tercer peor lugar, después del infierno y la piscina. O sea que hemos vuelto a casa. He puesto la tele. Seguían hablando del calor. En fin, menudo bochorno. Nunca mejor dicho.


Publicado en «Rubio de bote», colaboreación para el magazine On (diarios Grupo Noticias), 2/10/23

OUTFIT

Sep 21, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Yo creo que me compraron mi primer jersey cuando tenía quince o dieciséis años. Eso no quiere decir que hasta entonces afrontara los inviernos a pecho descubierto, a lo que me refiero es que hasta esa edad era mi madre la que tricotaba en casa los jerséis. No es que mi madre fuera modista, ni mucho menos, en realidad era algo que hacían la mayoría de las madres. De modo que el outfit de todos los chavales de la época resultaba singular, cada uno de aquellos jerséis era único e irrepetible. Nosotros no le dábamos, sin embargo, ningún valor, sobre todo si tu madre no tenía mucha maña con las agujas y a veces los jerséis te llegaban hasta las rodillas o todo quedaba manga por hombro, nunca mejor dicho.

Por entonces las prendas industriales eran una anormalidad, que observábamos boquiabiertos los fines de semana, cuando íbamos al centro de la ciudad a “ver escaparates”, como se decía. Había incluso un jugador de fútbol, Vicente Biurrun, al que su tía le tejía los jerséis de guardameta, los cuales lució en equipos como la Real Sociedad, Osasuna o el Athletic (donde, solía bromear, fue el primer extranjero del club, pues nació en Brasil, a donde sus padres, donostiarras, habían emigrado y de donde regresaron cuando el futuro futbolista contaba cinco años).

Recuerdo muy bien aquel primer jersey que me compraron, me gustaba mucho, era de algodón y de color lila. Estaba muy guapo con él, así que lo llevaba al instituto todos los días, a menudo sin ningún tipo de criterio estético, por ejemplo combinado con pantalones de mahón o con un macuto militar en el que había escrito con un boli BIC “Mili KK”. Mi madre solía decirme que iba hecho un “zakarro”, y yo no lo entendía, solo lo he acabado entendiendo cuarenta años después, cuando veo a mis hijos salir de casa con los tobillos al aire en invierno y chanclas con calcetines de deporte en verano.

A diferencia de los jerséis, los pantalones vaqueros sí los comprábamos en las tiendas, pero no los mirábamos ojipláticos en los escaparates, porque los vaqueros nuevos daban para atrás, con aquel color azul oscuro horrible, nuevo, que había que ir decolorando con el uso, hasta que solo dos o tres años después se conseguía ese efecto lavado a la piedra que hoy se obtiene en fábrica sin ninguna dificultad, gastando tres mil o cuatro mil litros de agua de nada. Eran aquellos unos vaqueros recios, indestructibles, que te acompañaban durante un lustro y a los que las madres iban sacando el dobladillo, que quedaba marcado, como las muescas de la estatura en la pared, o que estrechaban con la máquina de coser para que nosotros nos convirtiéramos en macarras de ceñido pantalón, como cantaba Joaquín Sabina.

Eran, en fin, otros tiempos, tan antiguos que a todo eso no se le llamaba el outfit sino las pintas.

Publicado en Rubio de bote (16/09/23)

DEBUTANTE

Ago 20, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias) 19/08/23

“Tranquilo, que eso nos ha pasado a todos”, trataba de animar una de las cocineras, que había salido a la barra para dejar una ración de bravas, al joven camarero. La cara del chaval era un poema (nunca he entendido esta expresión, en realidad habría que especificar un poema de quién, ¿de Lorca, de Gloria Fuertes, de Borja Semper?). El camarero estaba muy nervioso. Abrió dos o tres cámaras frigoríficas hasta que encontró la botella de vino blanco. Y al servirnos la ronda el pulso le tembló.

Le pagamos con tarjeta y tuvo que preguntar a un compañero cómo funcionaba el datáfono. El otro se lo explicó con desgana, como si esa parte del trabajo no entrara en su contrato o como si él ya hubiera pasado por ese trago tiempo atrás y hubiera tenido que apañárselas solo. Ahora, que los demás también apechugaran.

Nos dimos cuenta entonces, mientras bebíamos con recelo los primeros sorbos del vino y comprobábamos que no sabía a lavavajillas, de que el joven camarero había comenzado a trabajar ese mismo día. Y de que seguramente nunca había estado antes a ese lado de la barra.

Un ratito después el camarero veterano volvió a dirigirse al debutante. “Ahora tienes media hora de descanso”, le dijo. Pero no era que se hubiera vuelto majo de repente, sino que en realidad esos treinta minutos también iban a ser un alivio para él, tal y como se ocupó de dejar bien claro en cuanto el chico salió del bar: “¡Madre del amor hermoso, menudo pipiolo!”.

Apuramos el vino y nos fuimos. Unos minutos después nos encontramos al pobre camarero debutante en la calle, sentado en un banco, solo, muy quieto, como si de esa manera pudiera conseguir que su reloj no se moviera. Daban ganas de abrazarlo. Abrazarlo era también abrazarse a uno mismo ¿Quién no había pasado alguna vez por una situación como esa? Un primer trabajo en el que todo es nuevo y desconocido y en el que no das pie con bola; la sensación de desear con todas tus fuerzas estar en otro lugar; las noches aplastantes sin pegar ojo, que pasan, sin embargo, en un suspiro, y en las que no dejas de pensar que al levantarte tendrás que volver al infierno; la lotería, un incendio en el bar, un nuevo confinamiento… como única escapatoria a ese callejón sin salida; el asco infinito de tener que volver a preguntar al día siguiente cada duda a un anormal…

En fin. La cara del camarero debutante, pensé, en realidad no era un poema, sino una tragedia griega. Estuve a punto de decirle estas palabras de Esquilo: “Lo que deba ser, será”. Pero para mí que Esquilo escribió esa tontada su primer día de trabajo. Así que me callé. Y nos fuimos a tomar otro vino.

JORNADA DE REFLEXIÓN

Jul 22, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Normativas para buzones en una comunidad de vecinos | Consumer

Existe una geografía remota cuyos mapas solo se pueden leer con los ojos cerrados. Algunos lugares a los que únicamente es posible acceder a través de la niebla del sueño. A mí, de vez en cuando, mientras duermo, se me aparece una pequeña casa, en lo alto de una colina, que a veces se alza al borde de un acantilado junto al mar y otras a la orilla de un camino. Es una casa humilde y fea, un bloque de hormigón, en realidad, con solo dos o tres camastros y un lavabo, pero a la vez te sientes allí como en un palacio o en una fortaleza, porque, aunque la casita se ubica en algún país lejano y peligroso, quienes pasan junto a ella me saludan con afecto o el rugido del océano a mis pies es el ronquido de un gigante pacífico. Creo que soy el dueño de esa casa, pero no estoy seguro. Es algo que solo sé, así como dónde se encuentra, cuando la sueño. Cada vez que lo hago la reconozco, recuerdo que ya he estado ahí antes.

No consigo identificar o conectar ese sueño con ningún lugar real, con ninguna experiencia personal, con ningún anhelo propio. Otras veces, por el contrario, los sueños, sus lugares y situaciones, son el reflejo en un espejo deformante de la vigilia. Yo, por ejemplo, sueño a menudo que estoy frente a un casillero de buzones y que aquel en el que aparece mi nombre se encuentra repleto de sobres acolchados con −intuyo− libros, discos, fanzines… en su interior. Y que tengo que sacarlos apresuradamente, dejando muchos sin recoger, porque hay alguien esperándome con la puerta del ascensor abierta. Es un sueño, o una pesadilla, que me remite a esos momentos en que mi buzón, el real, se convierte en un cofre del tesoro, pues encuentro en él un libro descatalogado que he pedido a alguna librería de viejo, un intercambio de cromos −mi última novela por tu último disco− o la obra recién publicada que generosamente me envía algún colega −la última, el diario «Días del indomable» del poeta pamplonés Alfredo Rodríguez, que es una apasionada y sincera defensa de la poesía como razón vital−.

También hay noches que sueño películas, películas hermosas, con planos cenitales, música emocionante e historias arrebatadoras, películas para ganar leones, conchas y espigas de oro, pero que se me olvidan al despertar; o madrugadas en las que tengo pesadillas clásicas y comunes en las que voy con el trasero al aire por la calle o en las que no he acabado la carrera porque me queda todavía pendiente una asignatura.

Todo esto para acabar diciendo, en esta jornada de reflexión, que este domingo hay elecciones y el programa de cierto partido es un catálogo de pesadillas realmente aterradoras. Ojalá, pues, que mañana estemos todos bien despiertos.

Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal en magazine ON (diarios Grupo noticias), 22/07/23

El futuro ya está aquí

May 1, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments


Publicado en magazine ON, suplemento semanal de diarios Grupo Noticias (15/04/23)

En el año 2000, cuando fuéramos viejos de treinta años, iríamos a trabajar en coches voladores y comeríamos ajoarriero en pilulas y el milenio traería, como advertían Miguel Ríos y Aldous Huxley, “un mundo feliz, un lugar de terror, simplemente no habrá vida en el planeta”.

Era, y es, una de las profecías clásicas de la ciencia ficción: el apocalipsis, un fin del mundo agónico e inevitable provocado por un chispazo nuclear o por un exterminio de la raza del mono a manos de androides o de inteligencias artificiales que superan las de sus creadores y se rebelan ante ellos.

Pues bien, para algunos el futuro ya está aquí y, aunque de momento esas inteligencias artificiales solo hacen cosas inofensivas e incluso divertidas, como convertir al papa en una estrella del trap maqueándolo con un plumas blanco, en breve veremos cómo son capaces también de recrear nuestras voces, nuestros físicos, nuestros gestos y movimientos, de fabricar replicantes que pueden acabar actuando al margen de nuestra voluntad y en contra de nuestros principios y los de la civilización, de alterar, en fin, el curso de los acontecimientos o de hacer indistinguible lo virtual de lo real −a veces parece, incluso, que ya estamos en esa pantalla, y que sujetos como Josep Borrell, Vladimir Putin o los presentadores de Masterchef solo pueden ser avatares de un videojuego en el que quien disputa la partida es un chimpancé−.

En el mundo del arte y la cultura existe una especial inquietud ante esta revuelta de las máquinas. ¿Cómo seremos capaces de distinguir un cuadro hiperrealista de Antonio López de otro creado por una IA, una inteligencia artificial? ¿Cuánto tardaremos en leer la primera novela escrita por un robot? ¿Hay ya una factoría que crea músicos en serie y que se llaman todos Pablo?…

Personalmente me pongo en modo pitosino y vaticino que, por el contrario, las inteligencias artificiales pueden suponer un acicate para los creadores y una nueva edad de oro de la cultura, obligada por una parte a poner esas herramientas a su servicio (el abrigo del papa, después de todo, no lo creó una máquina, sino alguien que le pidió a esa máquina que lo creara) y por otra a competir con esas IA. Es decir, los artistas tendrán que esforzarse más para conseguir obras en las que su voz propia sea singular y reconocible, obras originales, inimitables, incluso con imperfecciones que las hagan humanas, irreplicables por un patrón o un algoritmo. En realidad, ya existen cientos de películas, canciones, libros creados industrialmente, a partir de fórmulas mágicas, que acaban convirtiéndose en productos destalentados y previsibles cuya única función parece ser la de favorecer la siesta de quien las consume. Por ejemplo, los telefilms de sobremesa de domingo. ¿Existe algo peor que comenzar a ver una película y saber desde el principio qué va a pasar −chico conoce a chica, pertenecen a mundos distintos, se repelen, es decir, acabarán juntos−?

Un artista con talento y con un mundo y una voz propios no tiene por qué temer, pues, a la máquina, del mismo modo que a un maestro por vocación no debería preocuparle que sus alumnos hagan trabajos con ChatGPT, pues conoce las capacidades de cada uno de ellos y puede distinguir quién ha copiado y quién no o en qué ha beneficiado o ha perjudicado a cada cual hacerlo.

Todo ello expresado desde mi absoluto desconocimiento de la tecnología y sus límites, pues igual resulta que me equivoco y la inteligencia artificial también es capaz de sustituirme a mí y este artículo que ustedes están leyendo también podría haberlo escrito un androide.

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