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NIEVE

Feb 16, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
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El muñeco de nieve más feo del mundo

(Artículo publicado en ‘Rubio de bote’, 2015 (ON, suplemento de los diarios del Grupo Noticias)

La nieve, oh, la nieve. A mí me da asco, pero qué bonita la nieve. La nieve es para los poetas. Yo soy columnista y tengo que estar permanentemente enfadado. Como el protagonista de aquella novela de Nick Hornby, Cómo ser buenos, quien firmaba sus artículos como “El hombre más enojado de Holloway”. Un poeta está para escribir que cada vez que nieva todos somos niños de seis años, pero a mí, el hombre más enojado de Sarriguren, me sucede justo lo contrario, la nieve me convierte en un viejo cascarrabias.

La nieve, oh, la nieve. Hacer muñecos, ponerles su zanahoria, cambiar la zanahoria de sitio y transformarla en un nabo… Qué divertida la nieve. Tirarse bolas, abrirse la crisma al día siguiente, cuando algún gracioso sigue tirándote bolas, que ahora son piedras de hielo… Y los retrasos en los autobuses, los coches cruzados en la cuesta del garaje, y los pueblos incomunicados y sin luz, las cañerías reventadas… Oh, la nieve. Y los resbalones. A mí la nieve me da asco por culpa de un resbalón. Bueno, de dos. Con el primero de ellos, con el que anduve con un petirrojo picoteándome en el hueso de la cadera durante un mes, me convertí en un licenciado vidriera, aquel personaje monomaniaco de una de las novelas ejemplares de Cervantes que se creía de cristal y tenía miedo a romperse en pedazos. Siento pánico al hielo. Existe incluso un síndrome, frecuente en personas de avanzada edad, llamado STCA (Síndrome del Temor a Caerse), que además es una metáfora perfecta y capicúa de la condición humana: cuando más vulnerable es una persona más miedo siente y a su vez el miedo la vuelve aún más vulnerable, más insegura, con más posibilidades de volver a caer. Todos tenemos pánico a caer, de una u otra forma.

El segundo resbalón fue con la niña, de camino a la guardería. La llevaba en brazos y nos fuimos los dos al suelo. A mí esta vez no me vino a picotear los huesos de la cadera un petirrojo, sino un pájaro carpintero; y la niña se dio un buen coscorrón. Creo que por eso a ella tampoco le hace mucha gracia la nieve. Lo lleva grabado a fuego y hielo en las meninges. La de esta vez ha sido su primera gran nevada, la primera de varios días, y el segundo de ellos me dijo, mientras veíamos en el telediario varios coches atrapados en una autovía: “Yo pensaba que la nieve era guay, pero es más como el demonio ¿no?”. Ya me la imagino conmigo de la mano, cuando llegue el deshielo, pisando juntos el aguachirri,  chapoteando felices sobre los muñecos de nieve desangrados…

En Cómo ser buenos, la novela de Hornby, el hombre más enojado de Holloway acaba rebajando progresivamente su ira hasta reconsiderar su trabajo de columnista gruñón, así que para cerrar este parte meterológico-doméstico yo también diré que en realidad no se puede negar que la nieve despierta algo mágico y puro en nosotros, sobre todo esos primeros copos revoloteando nerviosos como mariposas blancas cegadas por su propia luz, y que además este año estos cayeron durante el que las estadísticas califican como el día más triste del año, tirando por tierra esa estúpida manía de catalogar y uniformar todo, pues la nieve, oh, la nieve hizo feliz ese día a mucha gente, incluido a mí mismo, durante por lo menos uno o dos minutos.

 

SUPERHÉROES DE BARRIO (Rubio de bote)

Feb 2, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

El otro día tuve cena de superhéroes y me tocó llevar el bote, porque todos los demás, que son unos clásicos, aparecieron con los calzoncillos por fuera, tapándoles los bolsillos. No me gusta llevar el bote. Siempre acabo haciéndome un lío, mezclando los dineros, “A ver”, me digo, “un bolsillo para el dinero de persona normal, y el otro para el de superhéroes”, pero el orden siempre dura hasta que cae la tercera cerveza, y a partir de ahí echo las vueltas a donde no debo, o pago con mi dinero la ronda siguiente, y cuando vuelvo a casa y hago cuentas nunca cuadran,  y además tengo tres mecheros y ninguno es el mío, lo cual no me compensa porque siempre dejo de fumar al día siguiente de tener una cena.

Los superhéroes solemos cenar en el bar del barrio, nos da un poco de pereza subir a lo viejo porque los fines de semana está lleno de gente haciendo el mal, peleándose y meando en los portales y colándose en la fila cuando llega el nocturno. Por eso y porque para cuando empezamos a cenar nos dan las mil, siempre por culpa del hombre invisible. El hombre invisible hace en todas las cenas la misma gracia: se acoda en una esquina de la barra y se divierte viendo cómo nos impacientamos, y cómo se nos escapan rayos de los ojos cada vez que se abre la puerta del bar, y cómo chamuscamos sin querer a algún inocente que solo entraba a por tabaco… Así hasta que al final el hombre invisible se manifiesta, “¡Que estoy aquí, pringados!”, dice, muy subidito, porque cree que en el fondo todos le tenemos envidia y que de chavales soñábamos con ser como él, con entrar al vestuario de las chicas, con quitarle el balón del pie a los delanteros del Real Madrid cuando iban a chutar a puerta, con robarle al profe las preguntas de los exámenes…  El hombre invisible, en realidad, es un pobre hombre, un acomplejado, y todos los superhéroes somos un poco clasistas con él. Él no es como nosotros, a él no le picó ningún bicho, ni viene de otro planeta, el hombre invisible se fue borrando a sí mismo poco a poco, por pura dejadez. El hombre invisible no lo dice nunca pero vota a los partidos a los que nadie vota pero ganan las elecciones. Al hombre invisible le gusta Melendi y ve Gran Hermano VIP. El hombre invisible se escaquea siempre de llevar el bote porque la calderilla acaba de todas todas cayéndosele al suelo…

El caso es que ya no tendremos que aguantarle mucho más, porque la del otro día fue nuestra última cena de superhéroes. Ya no queda mucho para los próximos carnavales y tenemos que empezar a pensar el próximo disfraz. No va ser fácil porque el año pasado pusimos el listón muy alto. Todo lo alto que se puede poner. Nos dieron el primer premio en el concurso de disfraces del barrio. Unos cuantos vales para cenas en el bar. Solemos ir a ellas siempre disfrazados, para recordar aquella noche mágica. La gente nos mira raro, se ríen a hurtadillas, señalan nuestros guantes de fregar, y los leggins brillantes y marcapaquetes que compramos en los chinos, y las capas del Capitán Calzoncillos que les robamos a los niños… Dicen que el premio se nos ha subido a la cabeza. Que nos lo hemos creído demasiado. Pero es solo pura envidia. Ellos y sus disfraces de personas aburridas no saben nada de nuestras cosas de superhéroes.

(Publicado en ON, magazine semanal de Diario de Noticias de Navarra, Gipuzkoa y Alava, y Deia)

CONTRA EL RELOJ (Rubio de Bote)

Ene 19, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Me estoy quitando, pero todavía me lo pongo de vez en cuando. Desde hace diez años, la edad de mi hijo mayor, soy un hombre enganchado a un bolso. Dentro de él se pueden encontrar toallitas, tiritas, corazones envueltos en papel de plata,  bolsas de gusanitos a medias o algún libro con el que resucitar los ratos muertos entre clases de judo y de euskal dantza. Depende del grosor del libro y de la climatología el hombro se resiente, el músculo grita, se rebela contra la niebla y contra Miguel Sánchez-Ostiz. Me estoy haciendo mayor, se aproxima el fatídico día de la rendición en que me pondré a hacer deporte o a comer sano. Pero de momento, voy retrasándolo con recursos tramposos, como dejar en casa el bolso. Los niños, entonces, no me suelen reconocer o justo ese día se abren la cabeza o han tenido algún taller de manualidades y no sé donde dejar los dibujos hechos con pennes (con macarrones de tubo, quiero decir, lo mismo que antes me refería a los corazones de las manzanas, no sean malpensados).

Me estoy haciendo mayor yo y se están haciendo mayores mis hijos. Me aterra pensar que de repente llegará algún día en que mi hijo no estará tirado en el suelo, con sus muñequitos estratégicamente desparramados por todo el cuarto de estar (“Es que es un juego de muchos días”, dice él cuando toca recogerlos), haciendo voces, convirtiendo un rugido en su garganta en el de toda una multitud que lo aclama, a él o a sus superhéroes, después de salvar el mundo. Me encanta verlo así. Me recuerda a mí mismo, de pequeño, antes de que el mundo fuera un lugar insalvable en el que en todo momento hay algo más importante que hacer que jugar, un lugar en el que siempre hay que ir con carnet de identidad y con bolsos y con relojes y con mallas para correr contra los relojes…

Y me acuerdo que yo también solía jugar con muñequitos, con madelmanes (tenía el policía montado de Canadá, por el que hoy los coleccionistas pagan un dineral) o Big-Jims (había uno al que cuando levantaba el brazo derecho la cabeza le giraba y el rostro se le tornaba verde, iracundo, pleno de odio). Otras veces, colocaba en sentido horizontal una percha de la ropa entre las juntas de los armarios y con una pelota de tenis jugaba a baloncesto. Yo era el mejor base del mundo, daba asistencias inverosímiles a mis compañeros invisibles. Estaba Mon-Man, el hombre montaña, un chino de dos metros cincuenta que machacaba sin saltar; o Felipe Formosa, un alero dominicano bailarín y tirador, que siempre colocaba los pies apuntando a la canasta y no fallaba nunca los lanzamientos, pero al que no le gustaba defender. Ganábamos siempre.  Después del partido, le pintaba con boli una cara a la pelota, la colaba delante de mí y daba unas ruedas de prensa delirantes. “¡Ehhhh!”, rugía la multitud dentro de mi garganta. Yo solo tenía que abrir la boca y respirar fuerte.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Ha llovido mucho y Miguel Sánchez-Ostiz ha publicado, afortunadamente, muchos libros. Yo ahora soy un hombre con carnet de identidad y con bolso. A veces, sin embargo, meto la mano dentro de él y todavía me encuentro algún Pokemon decapitado, algún muñequito con la pintura descascarillada, pero con los superpoderes para salvar el mundo intactos. Quizás deba seguir enganchado a mi bolso tanto tiempo como pueda.

 Patxi Irurzun

Publicado en el magazine ON de los diarios de Grupo Noticias (17-01.2015)
http://www.presst.net/subscribers/view_iframe/7831

 

ANTICUENTO DE NAVIDAD NÚMERO UN MILLÓN UNO

Ene 5, 2015   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  1 Comment

 

El tipo era un figura. Los munipas lo detuvieron por hacer de caganer en el belén de la Diputación:

—¡No pueden detenerme! ¡Soy un personaje! ¡Llévense entonces también al Jesusito, por exhibicionista!— gritaba, y en apenas unos segundos, atraídos por el olor a gintonic que oreaba su aliento, a su alrededor se arracimaron decenas de amigos invisibles que regresaban a casa de empalmada de sus cenas de empresa y de cursos del INEM.

—¡Déjenme! ¡Esta es una protesta metafórica, espontánea y pacífica!— gritaba el tipo, intentando subirse los pantalones y escurrirse de los forcejeos con los policías, que comenzaban a ponerse nerviosos, al ver cómo la curiosidad crecía también entre el grupo de trabajadores que llevaban acampados ante la Diputación un mes, desde que su fábrica los había ERErizado.

—¡Déjenle! —se elevó entre la creciente multitud un clamor.

—¡Eso, déjenlo que defeque a gusto! —se solidarizó el mendigo que no tenía aspecto de serlo y que cada mañana se apostaba en aquel lugar con un cartel en el que se leía “Hoy soy yo, mañana puedes ser tú”.

—¡Fuera, fuera! —comenzó a corear la multitud, coincidiendo con la llegada de un coche oficial, del que bajó la portavoz del gobierno y consejera de cultura, turismo, culturismo, propaganda y  best-sellers, quien además ejercía de presidenta en la comisión de transparencia, buenas prácticas y conciliación familiar cuando le quedaba tiempo.

—¡Detengan también a los reyes magos, por tráfico de divisas! ¡Y por hipsters! —gritaba el caganer viviente, al menos hasta que cayó el primer porrazo, en toda la boca.

—¡Mucha policía, poca diversión! —comenzaron  a canturrear entonces, uniendo en cadeneta sus brazos,  los cientos de personas que ya se agolpaban al otro lado de la valla, mientras a los lejos se oían ulular, como aullidos de lobos hambrientos, las sirenas azules y parpadeantes de los antidisturbios, que llegaron conduciendo en dirección contraria en apenas unos segundos, casi a la vez que los forales, la guardia civil, los secretas, una docena guardia jurados de centros comerciales y bancos de los alrededores y algún que otro militar de paisano,  al que todo aquel jaleo le había pillado comprando un videojuego de de matar terroristas para regalar a sus hijos.

Llovieron hostias como panes. Y después vinieron las multas. Por ofensas a la religión. Por grabar con los móviles a la policía repartiendo pan. Por mirar con aire desafiante y con una txapela Elosegui puesta a la consejera y al jefe de la oposición, que pasaba por ahí (en este caso se inició también una reclamación a la empresa por incluir un escudo de Navarra bajo la leyenda Euskal Herria)…  Además, se llevaron al caganer y a varias decenas de sus amigos invisibles a comisaría, acusados de desórdenes públicos. Y también al mendigo con su cartel “Hoy soy yo, mañana puedes ser tú”. Estuvieron detenidos 72 horas. Pasaron la Nochebuena entre rejas. Para cenar les pusieron de postre turrón del duro.

—¡Feliz Navidad! —les deseó un poli bueno, mientras se lo servía.

—Tu puta madre—se oyó murmurar a alguno, al que todavía le quedaban ánimos para levantarse la mordaza.

Y el caganer, bajándose los pantalones,  preguntó, por quinta o sexta vez esa noche:

—¿Puedo ir al baño?

 

Publicado en Rubio de bote, magazine ON
http://www.presst.net/subscribers/view_iframe/7722

VIOLENCIA EN LA LITERATURA

Dic 22, 2014   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Es triste, pero ha tenido que morir un lector tras los enfrentamientos entre ultras de Dostoievski y Faulkner para que el gobierno haya decidido por fin tomar medidas que atajen la violencia creciente en el mundo de la literatura. Ya era hora, aunque nos tememos que el cierre de los dos clubs de lectura radicales implicados, los “Crimen y castigo Boys” y “El ruido y la furia Fondo Sur”,  no va ser suficiente para acabar con esta deleznable lacra.

Anteayer mismo, tan solo 24 horas después del vil asesinato (recordemos, el lector de Faulkner murió tras ser golpeado repetidamente con una edición de tapa dura de Los hermanos Karamazov  sin que nadie atendiera sus gritos de auxilio: “¡En la cabeza no, en la cabeza no!”), anteayer mismo, decíamos,  podíamos ver en la televisión cómo dos tertulianos del reality-show “Escribe o muere” llegaban a las manos mientras debatían sobre la idoneidad de la métrica aplicada a un soneto de pie quebrado por uno de los concursantes durante la prueba de eliminación; o hace unos días informábamos en este periódico de los incidentes acaecidos en nuestra ciudad en la presentación de un libro de crítica literaria, en los que varias personas resultaron heridas durante las avalanchas provocadas para entrar al acto; posteriormente los altercados se extendieron a diferentes librerías del casco viejo, que fueron asaltadas por grupos de lectores que intentaban hacerse con un ejemplar de la obra empleando la fuerza y la coacción, amenazando, por ejemplo, a los libreros con tijeras con las que hacían ademán de cortar sus tarjetas de clientes.

La violencia en la literatura, por tanto no es algo puntual o asociado a pequeños grupúsculos de fanáticos, sino estructural, un mal que se alimenta desde centros de enseñanza, instituciones públicas o medios de comunicación. Cualquier padre de familia habrá tenido que soportar el bochornoso espectáculo de ver cómo en un cuentacuentos otros padres abucheaban al actor o incluso lo agredían después de que sus hijos exclamaran “¡Me aburro!”; son cada vez también más frecuentes los casos de bulling entre niños y niñas que durante los recreos, en lugar de  participar en las tertulias sobre literatura juvenil, prefieren jugar a al tocasuelos o a la goma; y es extraño el chaval que no se viste con una camiseta con el rostro de Gloria Fuertes o de El pequeño Nicolás —nos referimos, por supuesto, al genuino, al de Sempé y Goscinny—.

En lo que atañe a las instituciones públicas debería resultar indignante comprobar cómo, y más en estos tiempos de crisis, las grandes editoriales, ahogadas por los fichajes multimillonarios y los adelantos estratosféricos que conceden a los escritores, incluidos poetas y microcuentistas,  reciben un trato de favor o incluso se fabrican leyes ad hoc para facilitar el pago de sus deudas con Hacienda.

Tampoco los medios de comunicación estamos libres de pecado. Por citar sólo un dato, en cada telediario se dedica una media de 20,5 minutos a hablar de novedades editoriales. Desde aquí, en definitiva, abogamos por medidas más drásticas, como el cierre provisional de bibliotecas y la prohibición de la lectura a los menores de 32 años, y por la promoción entre la población de actividades más edificantes, como, por ejemplo, el fútbol.

Colaboración para  mi sección Rubio de bote en el semanario ON de Diario de Noticias (Gipuzkoa, Álava y Navarra) y Deia
http://www.presst.net/subscribers/view_iframe/7634

Imagen tomada de http://neouniversopop.blogspot.com.es/2011/10/libros-arrojadizos.html

 

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