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Tagged with "rubio de bote Archivos - Página 43 de 46 - Patxi Irurzun"

ESCENA COSTUMBRISTA

Oct 4, 2014   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

lila

En el bar hace un calor de mil demonios y el camarero mata moscas con el rabo. Entre sus manos el mando a distancia es una AK-47. Cada vez que dispara aparecen programas de cocina que dejan retrogusto a fiemo en la boca, paquirrines, rociitos, jorgejavieres, jefes de la oposición llamando por teléfono a jorgejavieres… En una esquina de la barra dos dipsómanos discuten sobre poesía:
—Pues yo me muero porque alguna vez una mujer se olvide las bragas en mi casa y hacerme con ellas una bandera para colgarla en el tendedero —dice el más romántico.
En la otra esquina de la barra dos mujeres se toman unas cañas. Una de ellas se llama Isabel. La otra Patricia. Son amigas desde parvulitas y desde entonces Patricia quiere y odia a Isabel con todo el colesterol de su corazón. Isabel es alta y bien proporcionada. Patricia, chiquitica y culona. Isabel, además de parecer una modelo, tiene don de gentes. Patricia, es tan apocada que a veces parece soberbia, sin serlo. Sin embargo, cuando Patricia está con Isabel esta le hace sentirse tan bien, le hace reírse tanto, que se ve a sí misma igual de guapa y de simpática que su amiga y resulta tan difícil distinguir a la una de la otra como en todo este párrafo.
—Perdonad, chicas, vosotras sois gemelas, ¿verdad? —interrumpe la conversación de las dos mujeres una ancianita.
Debe de pesar unos treinta kilos, se apoya en un tacataca y su voz es como un cascabel roto. Patricia e Isabel se miran con complicidad, aguantándose la risa y contestan al unísono:
—Sí, señora, gemelas idénticas.
El camarero se acerca y deja sobre la barra un cóctel lila, del mismo color que el pelo de la ancianita.
—Aquí tiene, su “Dos cojones”.
—Gracias, majo — contesta ella, y tras bebérselo de un trago y mirar hacia la pantalla del televisor, donde en ese momento aparece el ministro de economía, se dirige otra vez a las chicas—: Yo es que prefiero atizarme un buen “Dos Cojones” que meterle una hostia a alguien.
Patricia e Isabel piensan que igual no ha sido buena idea seguirle la corriente.
—Claro, claro —intenta atemperar sus ánimos Patricia, que siente los dos ojillos de la anciana escudriñándole, saltando de su rostro al de su amiga como dos mosquitos anófeles.
—Gemelas sois, pero idénticas lo que se dice idénticas…—clava finalmente el aguijón.
Las tres mujeres permanecen durante unos segundos en un tenso silencio, que solo interrumpe desde el otro lado de la barra, como el zumbido de un moscardón viejo y verde, la conversación de los poetas beodos:
—Eso de las bragas es una mala imitación del Tango del viudo de Neruda, cuando dice de su mujer: “Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa, como vertiendo una miel delgada”…
Por fin, de nuevo en el otro lado de la barra, Isabel rompe la tensión con una de sus sonrisas encantadoramente demoledoras y contesta a la señora:
—No claro, idénticas lo que se dice idénticas no. Pero eso es porque nacimos casi con un año de diferencia.
La ancianita se queda un rato pensativa, tamborileando con los dedos sobre el manillar del tacataca.
—¡Claro, eso lo explica todo! —contesta de repente.
Y luego pide otro “Dos Cojones” al camarero, que acaba de poner en la tele una tertulia de fachas.

 

Publicado en ON (diarios del Grupo Noticias):
https://issuu.com/gruponoticias/docs/on270914?e=0

EL ÚLTIMO, MOCO VERDE

Sep 24, 2014   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment



—¡Y ahora vamos a jugar al juego de las sillas! —exclamó Bob Esponja, con una voz pituda que era clavada a la de la animadora del hotel.
Al oírla, los niños corrieron hasta donde estaban sentados sus papás y mamás y los defenestraron de sus sillas sin que los progenitores pudieran hacer otra cosa que rodar por el suelo como albóndigas humanas, atorados como estaban por los excesos del bufé. Únicamente se libraron los que haciendo caso omiso de las indicaciones de Bob Esponja (“¡Solo los niños, los mayores que sigan tomándose sus mojitos!”) acompañaron a sus retoños para participar en el juego. Este dio comienzo al son de la música corporativa de la cadena de hoteles y los futuros clientes, perdón los niños, la acompañaron de una coreografía que habían aprendido a la fuerza, puesto que cada animación comenzaba y finalizaba con ella.
Así que allá estaban, una docena de padres participando de la mano de sus pequeños, a los cuales iniciaban en todas las triquiñuelas del juego. En cada ronda, cuando cesaba la música, los padres agarraban en volandas a sus hijos y los colocaban en las sillas libres, o desalojaban de un culazo a los chavales más desamparados, los que jugaban solos, los que habían sido sacrificados por un triste mojito en vaso de plástico… Se lo tomaban muy en serio, esos padres, como si les fuera la vida en ello o al ser eliminados les fueran a  condenar a sentarse en el comedor junto al baño que olía a tubería. A pesar de ello, en una de esas, uno de los padres se despistó y su hija se quedó sin silla. Todos tragamos saliva, porque la niña era famosa en el hotel: se la conocía como la niña-sirena, y no precisamente por sus evoluciones en la piscina, donde más bien se dedicaba a utilizar sus manguitos como nunchakus, sino porque, comparada con su voz, la del falso Bob Esponja parecía la de un tenor.
—¡Auuuuuuuuú! —activó la alarma la criatura, al tiempo que se abalanzaba sobre una de las sillas y se aferraba a ella.
El padre, por su parte,  en cuanto se reanudó la música cogió de nuevo de la mano a su hija y la incorporó al juego con tan mala fortuna que en la siguiente pausa musical  uno de los chavales que jugaban solos y que esa noche en la cena había repetido tres veces sanjacobo, al disputarle la silla,  repelió a la niña-sirena de un barrigazo y esta acabó estampada contra el suelo.
—¡Ohhhh! —se sumaron al coro ahora el resto de papás y mamás, la mayoría de ellos con hijos aquejados de baja tolerancia a la frustración,  mientras que unos pocos nos mirábamos con complicidad y conteníamos la risa cabrona.
Por desgracia, la vida, que en tantas ocasiones es también un juego de sillas, rara vez aplica la misma justicia poética. En ella las sillas se mueven a conveniencia, para que se sienten los culos que juegan con papás y con padrinos y con sirenas que se activan cuando algo no sale como estaba previsto. En la vida, por desgracia o tal vez porque hay padres que educan a sus hijos en el pufo y en el “el último moco verde”, los barrigazos se los llevan quienes han cogido la silla por derecho propio, sin ayuditas extras ni Bob Esponjas de pega que no siempre son el mejor amigo que puedas tener y hacen la vista gorda o no mandan parar la música cuando el juego está amañado.

Publicado en ON, suplemento de los diarios del Grupo Noticias
http://issuu.com/deia.com/docs/binder2 (Página 7)

RETROBASKET (Rubio de bote)

Sep 1, 2014   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Nadie me cree cuando lo cuento, pero yo fui una estrella adolescente del baloncesto. Hubo un tiempo en el que incluso estaba convencido de que me convertiría en el relevo natural de Corbalán. Después, lo más cerca que estuve de alguien parecido a aquel legendario jugador del Madrid, fue una vez que me quedé a dormir en casa de un amigo y su padre vino a darnos las buenas noches en calzoncillos tipo meyba y camiseta interior blancos.

Pero yo, lo juro, fui un base habilidoso y escurridizo. Tengo incluso una foto del Marca que lo atestigua. Fue cuando tenía trece o catorce años y me llevaron con la selección navarra a jugar un campeonato a Madrid. Aquel se convirtió en un viaje iniciático, en el que me afeité por primera vez, frente a un espejo descascarillado en el hostal de la Gran Vía en el que nos alojaron. Recuerdo que el baño era compartido y que en la puerta siempre había más corbalanes esperando con una toalla entre las manos y silbando con disimulo.

—¡Pero si os han traído a una pensión de putas! —me dijo un tío mío que era viajante y que estaba de paso por la capital, una tarde que vino a visitarme.

A través de la ventana se oía elevarse desde la calle el ruido de las sirenas de la policía, y los gritos de los borrachos y el estruendo de botellas rompiéndose contra las aceras. Yo entonces entendí por qué por las noches temblaban las paredes de la habitación y crujían los somieres y supe también que los corbalanes hacían cola en la puerta del baño para lavarse el ciruelo, antes de entrar en materia.

No sé si fue porque mi tío hizo una reclamación al Gobierno de Navarra o porque, contra todo pronóstico, fuimos pasando eliminatorias, pero al cabo de algunos días en la pensión comenzaron a servirnos un menú especial, diferente al de los otros clientes, que nos miraban con cara de carpantas cuando los camareros dejaban en nuestros platos unos jarretes descomunales. A pesar de ello, los chavales de las otras selecciones nos sacaban todos varias cabezas. Eran monstruos de feria, anormalidades físicas. Nos daban miedo. A nosotros nos habían seleccionado porque sabíamos driblar, fintar… En lugar de centímetros teníamos talento. Y nos divertíamos jugando. Gracias a eso llegamos a semifinales. Pero los catalanes eran ya demasiado altos y nos metieron una buena paliza. Sin embargo, en aquel partido yo alcancé mi cénit como baloncestista. En un contrataque, entrando a canasta, me pasé primero el balón por la espalda y después di una asistencia también por la espalda a un compañero cuando uno de aquellos soldados de Catalunya salía a taponarme. La grada coreó primero un ¡oh! y después aplaudió enfervorizada. Un spiker gritó mi nombre. ¡Irurzun! Yo me sequé el sudor de mi bigote recién rasurado y saludé con timidez. Silbando con disimulo, como si estuviera en el pasillo de la pensión con una toalla en la mano. Luego, en la siguiente jugada me pusieron un gorro descomunal. Y en la otra un orangután me tumbó en el suelo en un bloqueo. El juego había terminado. Seguí jugando a baloncesto durante dos o tres años más, pero ya no me divertía. Aquello se había convertido en otra cosa. Hoy, me pongo melancólico cada vez que veo un partido. Algunas veces, incluso, me siento a hacerlo vestido de Corbalán.

Colaboración para mi sección Rubio de bote de ON, suplemento de los periódicos del Grupo Noticias.

REBELIÓN ELECTRODOMÉSTICA

Ago 19, 2014   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment
Los electrodomésticos que comparten techo tienden a ser solidarios (entre sí) y estropearse todos a la vez. En nuestra casa, por ejemplo, ahora mismo tenemos averiados, entre otros, el frigo, que fue el primero que se puso en huelga porque es de sangre caliente (lo cual no es un rasgo del carácter muy recomendable, sobre todo para una nevera); el aspirador, que tiene muy mal humor y en lugar de aspirar bufa; la secadora, que es una mimosa y le gusta que le acaricien la espalda (justo en su punto G: el botón de reseteo, que te enteras de que existe cuando viene un técnico con un destornillador raro, quita el panel trasero, aprieta el susodichoso botón y te extiende una factura de sesenta euros)… En fin, sale más corto contar que solo funciona la lavadora, pero no quiero decirlo muy alto porque es una apestadilla (eso tampoco es muy propio para una lavadora) y como vive separada del resto, en el balcón, yo creo que aún no se ha enterado de esta rebelión electrodoméstica.
Todo comenzó, como digo, con el frigo. Fue el verano pasado, en pleno y canicular agosto, una noche de tormenta. Hubo una subida de tensión y se murió, el aparatico. Al principio, tras leer la pegatina con el teléfono del servicio técnico que decía que te solucionaban cualquier problema en 24 horas, tuvimos fe en su resurrección, pero el cristo nos duró tres meses. ¡Tres meses sin frigo! Se hicieron largos, pero a todo se acostumbra uno.  Es largo también de explicar cómo se complicó la situación. Por resumir: la pieza que había que reparar nos salió mochilera, estuvo dando vueltas por almacenes de los cinco continentes, mientras la empresa a la que compramos el frigo quebraba y nosotros nos hacíamos preguntas tales como si existe un servicio de reclamación para el servicio de reclamación del consumidor, todo eso sin una triste cerveza fría que llevarse a la boca y con la que matar las penas por no matar a un burócrata. Total, que cuando finalmente la pieza llegó, el frigo había comenzado a perder gas, y al cabo de algún tiempo dejó de funcionar el congelador. Así hasta hoy. El lado positivo es que la nevera genera ahora una capa ártica de hielo en la pared trasera y cuando queremos congelar algo no tenemos más que echarlo hacia el fondo. Y es que a los aparatos eléctricos, cuando se ponen tontos, hay que saberles coger el aire. Yo, por ejemplo, tenía que encender los limpiaparabrisas de mi primer coche para que funcionara el caset. Del mismo modo, cuando quería poner los limpias tenía que escuchar la radio. Y así todo. A todo se acostumbra uno. Es bonita la música conduciendo bajo la lluvia.

El caso es que tras el frigo, vino todo lo demás: lavavajillas, secadora… y a ello se sumaron otros achaques propios de la casa: calderines que pierden agua, grietas, humedades… Se pusieron todos de un obsolescente programado que daba asco. Al parecer es algo que pasa impepinablemente a los cinco años, la edad del pavo electrodoméstico y de las VPO. Los electrodomésticos son, en definitiva, una especie de células durmientes al servicio de las multinacionales, pequeños terroristas suicidas domésticos,  hámsters de metal amaestrados para que la rueda del consumo nunca pare. Y luego que salen baratos, los electrodomésticos…

Publicado en la sección RUBIO DE BOTE del suplemento ON del Grupo Noticias (Deia, Diario de Noticias de Alava, de Gipuzkoa y de Navarra) Página 8

MUNDO SELFIE

Ago 4, 2014   //   by admin   //   Blog  //  4 Comments




La foto más famosa de los pasados sanfermines no la ha visto nadie, excepto su autor, y quizás ni siquiera este, quizás tuvo que eliminarla, tras convertirse en el hombre más buscado a este lado del Arga. Me refiero a la autofoto (o el selfie, si nos ponemos en plan guay) que se tiró un corredor del encierro en la entrada del callejón, con el morro de un jandilla de media tonelada detrás, soplándole en la nuca. Al día siguiente parece ser que andaba la policía municipal con retratos ampliados buscándolo para hacerle apoquinar la multa y supongo que para imponerle un castigo ejemplar y presentarlo ante los medios como una especie de asesino en serie. A mí, en realidad, el encierro me importa poco, cada vez menos, sobre todo viendo cómo muchos corredores empujan, apartan a otros a codazos, todo para pillar cacho, sin importarles si eso supone echar a los demás a los pies de los caballos, o encima de las astas de los toros en este caso, algo probablemente tan peligroso y reprobable como correr con un móvil o con un kalimotxo de más (por no hablar de que a fin de cuentas, el encierro no deja de ser —no solo eso, pero también— una colaboración necesaria para que corra la sangre sobre la arena al atardecer).
En realidad, a mí lo que realmente me parece preocupante y significativo es que cada vez haya menos gente que corre los encierros con periódicos. Los corredores ya no esperan a que den las ocho leyendo la prensa, ahora miran sus móviles, entran a su facebook, mandan guasaps, se hacen selfies… todo lo cual no solo es el triste signo de la decadencia de la prensa en papel, sino que nos demuestra que vivimos en un mundo cada vez más selfie, en el que cada vez nos importa más lo que nos pasa a nosotros, por insignificante que sea, y menos o nada lo que les sucede a los demás. Hoy en día la famosa sentencia de Terencio, “Humani nihil a me alienum puto”, que suena mucho mejor traducida, “Nada humano me es ajeno”, no vale ya ni para ponerla en el encabezado del perfil de twiter, mucho menos si tu intención es comunicar al mundo mensajes tan trascendentales como que llevas unos días estreñido o que te vas a la cama.
 Me pregunto, por lo demás, qué habría sido del misterioso autor de la autofoto (a quien, además, si se observa con detenimiento, debajo de la sudadera le abulta algo, un extraño armazón… igual era un marciano o del FBI o superdotado), qué habría hecho  después de ver cómo se iniciaba la caza humana. Me lo imagino atrincherado en el baño compartido de una pensión del casco viejo, rapándose la cabeza o tiñéndose la perilla; o, ya en su casa, a salvo, lejos, luchando contra sí mismo, conteniendo el impulso de pulsar el “compartir”  en su instagram, valorando qué le compensa más, ganar cientos de “me gusta” o perder un buen puñado de euros, convertirse en un trendig topico en un megavillano en una ciudad de provincias…  Quizás, quién sabe, la autofoto ya está circulando por el subsuelo de las redes sociales; o quizás, lo más probable, salió descuadrada, movida, borrosa… Es lo que tiene el mundo selfie, esa moderna versión del mito de Narciso intentando besar su reflejo en el agua y descubriendo sorprendido cómo este se enturbia y se desvanece.

COLABORACIÓN EN MI SECCIÓN RUBIO DE BOTE PARA EL SUPLEMENTO ON DE LOS DIARIOS DEL GRUPO NOTICIAS 
PÁGINA 7



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