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AUTOTURISMOFOBIA

Ago 27, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

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Publicado en semanario ON (26/08/17)

 

Yo me acuso y me desprecio a mí mismo por haber echado al plato más de lo que podía comer en el buffet libre; por haberme sacado selfies en los monumentos más emblemáticos de las ciudades que he visitado (y por haber incluido con absoluta naturalidad el término selfie en mi vocabulario); por no planificar las paradas del viaje en coche y detenerme siempre y sin querer, cuando ya tengo el culotabla, en el área de servicio más cutre…

Yo me acuso, en fin, de ser turista de vez en cuando, que es siempre que puedo. Como casi todos, creo. Por eso me sorprende y no entiendo como a la serpiente de verano sobre lo que se ha dado en llamar turismofobia todo el mundo le pone el cascabel sin que les tiemble el pulso, con opiniones firmes, sin medias tintas, con el tono airado y gritón y el dedo acusador. Y que nadie muestre dudas, ni tenga contradicciones.

Yo las tengo.

Por un tubo.

Me pregunto, por ejemplo, si puedes manifestarte contra el turismo en tu ciudad un día y al siguiente hacer la mochila e irte a los Pirineos o a la India, supongo que parapetado con la excusa de que tú no eres un turista sino un viajero. Y del mismo modo que digo eso digo también que no considero que hacer pintadas en un autobús turístico, ni siquiera pinchar ruedas de bicicletas, te convierta en un terrorista.  Todo lo contrario, me parece que esas acciones han abierto de manera eficaz el melón de un problema evidente y al que, sin embargo, no se había prestado atención porque durante años ha sido la gallina de los huevos de oro: un tipo de turismo depredador e insostenible, o sostenido sobre la precariedad de los trabajadores del sector, el deterioro progresivo en la calidad de vida de la población autóctona y la esquilmación de recursos naturales.

¿Qué es más vandálico, tirar confetis en un puerto deportivo o lanzarse desde un balcón a la piscina del hotel? ¿Los turistas que se cagan en mitad del paseo marítimo son también nuestros amigos? ¿Qué quiere decir “turismo de calidad”, esa especie de mantra que alcaldes, consejeros de turismo repiten a menudo contraponiéndolo a estos comportamientos? ¿Van a prohibir en Donosti calzarse sandalias con calcetines?…

Me pregunto si en realidad tras esa expresión, turismo de calidad, no se esconde también cierto clasismo. Si tras esa expresión y tras la demonización del turismo, de un tipo de turismo, no se agazapa la idea de que los pobres no deberían tener derecho a viajar, a disfrutar de sus vacaciones.

Muchas preguntas y mucho ruido por respuesta, en la redes sociales, en los debates-espectáculo de la televisión —con expertos como Terelu Campos—, en los periódicos (por cierto, cada vez es más difícil conseguir un periódico en ciudades de veraneo, hay que andar y andar hasta encontrar un quiosco, la gente ya no lee la prensa ni de vacaciones, luego que aumenta la turismofobia)…

Una pequeña parte de la solución, supongo, la que nos atañe a los turistas de a pie, pasa por aplicar el sentido común (por ejemplo, no darte duchas de media hora en los hoteles, del mismo modo que no lo harías en tu casa), pero el problema del turismo, de ese turismo autodestructivo y salvaje, seguramente tiene que ver con aspectos de la macroeconomía, del capitalismo voraz, con los modelos de consumo y los comportamientos individualistas fomentados en las últimas décadas y ante los cuales uno se siente muy pequeñito, impotente, con tantas posibilidades de propiciar cambios como de que la palabra autorretrato sustituya al anglicismo selfie.

 

DIARIO DE UNA ACTIVISTA

Ago 18, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Resultado de imagen de avioneta hazteoirPublicado en «Rubio de bote», semanario ON 12/08/2017

 

Ave María Purísima. Antes que nada, padre: le ruego que sea cuidadoso y una vez que termine mi confesión, elimine este correo. Mire, que usted es muy manazas. Como bien sabe, desde hace unas semanas recorro nuestro país a bordo del autobús de gritaloalto.org, en calidad de community manager. A usted todo eso le sonará a chino, pero las nuevas tecnologías para una persona con mi discapacidad son una bendición del cielo y yo me manejo en ellas con soltura, aunque no han faltado desalmados a los que les parece muy gracioso que una persona muda sea la portavoz en internet de gritaloalto.org.  Que Dios los perdone.

Hace ya casi un mes que salimos de casa y a mí me parece que ha pasado toda una vida. No soy la misma persona, mis convicciones se han tambaleado y por eso le escribo, buscando consuelo y si soy digna de él, perdón. No sé muy bien por dónde empezar, me siento confusa, así que me ha parecido conveniente adjuntarle algunos extractos de mi diario personal:

Lunes, 8 de mayo: Por fin ha llegado el día. Arrancamos. Conmigo viajan Jesús María, el presidente de nuestra organización y Fer, el chófer, un chico con el pelo largo y algún trozo de piel entre los tatuajes. También tiene un piercing en la lengua. A mí no me parece ni medio normal, pero Jesús María me ha dicho que nos vendrá muy bien alguien con ese aspecto de delincuente. El autobús es fosforito y tiene unos rótulos enormes en los que se lee: “SER HOMOSEXUAL O TRANSGÉNERO NO ES OBLIGATORIO. TAMBIÉN PUEDES SER NORMAL”.

Jueves, 11 de mayo: Tres días parados. Nos han denunciado por un delito de odio. Apenas salimos del autobús porque fuera siempre hay radicales y separatistas gritando. Qué feos son todos. Poco a poco me voy acostumbrando a la convivencia, a ver a Fer paseándose sin camiseta, peinándose ese pelazo, pasando su lengua con piercing por el papel de liar cuando prepara esos cigarrillos tan raros… Me acuerdo a menudo de mi difunto, me pregunto qué pensaría él si me viera ahora. Él siempre decía que el mío era un trabajo callado, en casa, preparando su agenda, sus conferencias, sus facturas. Creo que todo esto no le haría mucha gracia.  

Domingo, 14 de mayo: De nuevo en la carretera. Jesús María tapó con unas pegatinas la primera frase de nuestro mensaje y ahora los jueces han estimado que no hay nada ofensivo en él. En realidad fui yo quien le dio la idea. Jesús María me lo agradeció efusivamente, me dio dos besos, y yo me ruboricé como una adolescente. Por la noche tuve sueños raros.

Jueves, 18 de mayo: La misión está siendo un éxito. Allá por donde pasamos hablan de nosotros. Hasta nos han salido imitadores y ya hay varios autobuses de otras organizaciones circulando por las carreteras. Ayer coincidimos en un área de servicio con uno a favor de la III República y otro de antitaurinos. Estuvimos cenando todos juntos, contando anécdotas de nuestros viajes, las veces que nos han apedreado o nos han pinchado las ruedas. A mí me pareció muy bonita esa hermandad y ese respeto por las ideas y las vidas de los demás. A Jesús María no y se fue a dormir pronto. Fer y yo nos quedamos un poco más, bebimos alguna cerveza, liamos algún cigarrillo. Después, al subir al autobús, sucedió: Fer me agarró por la cintura, yo me volví hacia él y nos besamos. Ahora entiendo lo del piercing

Sin pecado concebida.  Estimada María Jesús: he preferido no seguir leyendo su pecaminoso diario, entre otras cosas porque las confesiones virtuales no tiene valor y no puedo absolverla, aunque sí ayudarla, pues tiene usted razón, soy un manazas y, como a estas alturas ya sabrá, envié por error una copia de su email a nuestro presidente y de acuerdo con la junta de gritaloalto.org,  hemos decidido suspender la campaña del autobús y sustituir este por una avioneta y a usted como portavoz. Lo siento. Que Dios la perdone a usted también.

 

 

YO TAMBIÉN BUSCO TÍTULO

Jul 30, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  2 Comments

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Artículo publicado en «Rubio de bote», colaboración para semanario ON, diarios de Grupo Noticias (29/07/17)

 

A veces suelo parar a desayunar en una cafetería en la que los cruasanes me saben a gloria. Es un sitio algo apartado, para llegar a él hay que desviarse por una carretera estrechita y, como lo de los cruasanes es un secreto a voces, casi siempre está llena de coches aparcados de mala manera en los arcenes. Para solucionar todo ese caos, la cafetería habilitó un parking en su parte trasera. Es una explanada bien señalizada y espaciosa, algunos festivales de música tienen menos plazas disponibles, pero a pesar de todo, por no andar los cincuenta metros que la separan de la cafetería, la mayoría de los coches siguen aparcando en la carretera, junto a la puerta del local.

He observado conductas similares en otros lugares, en los parkings de supermercados o en calles en las que no hay dificultades para encontrar sitio, pero en las que algunos conductores optan por la doble fila (o incluso a veces por la doble fila delante de una plaza vacía).

Los coches sacan a menudo nuestros comportamientos más rastreros. Y retratan a quienes los manejan. Los hombres con la imaginación pequeña se compran coches grandes. Quienes no tienen gran cosa que decir conducen coches ruidosos. Aquellos que…

(¡CAS-CA-RRA-BIAS, CAS-CA-RRA-BIAS!, escucho de repente voces dentro de mi cabeza, y veo también a un coro de niños que me señalan con el dedo)

Vaya, pues es verdad, disculpen la interrupción. ¿Un columnista debe estar necesariamente siempre enfadado? ¿Firma con hiel una cláusula en la que se le obliga a refunfuñar en cada una de sus colaboraciones? ¿Se siente más guay juzgando siempre las conductas de los demás? ¿Y ese tonito de superioridad moral? ¿Se aplica él el cuento, es un ciudadano, un padre, un votante ejemplar? ¿Para correctamente en todos los STOP?

Es más,  ¿para qué servimos en realidad los columnistas? En la mayoría de los caso, una de dos, o el columnista tiene su parroquia de lectores, con lo cual leerlo viene a ser lo mismo que ir a un mitin del partido al que ya sabe que va a votar; o, dos,  lo leen de manera morbosa aquellos que no lo pueden ni ver, que sienten repugnancia por lo que escribe y piensa, solo para reafirmarse en ese asco intelectual (a mí me pasa mucho con Pérez Reverte, y otros más próximos que no voy a nombrar para que no se exciten y por si me los cruzo un día por la calle —encima cobarde—).

Por no hablar de que en realidad un columnista en realidad está atado de manos, pies y lengua.  Ninguno lo admitirá, pues todos nos vemos a nosotros mismos como espíritus libres y enfants terribles, pero si el columnista fuera sincero y coherente consigo mismo, si escribiera realmente lo que quiere o como quiere, acabaría en un juzgado o en la calle (lo sé porque esto último me ha pasado varias veces y lo primero casi una).

Escribir columnas es una cosa de señores mayores enfadados o de escritores fracasados que mueven patéticamente el sonajero de su pluma. Las columnas, en fin, las deberían escribir jóvenes de veinte años y hablarnos de la última vez que hicieron el amor o contarnos a quién le meterían una buena yoya. Por lo demás, la cafetería en cuestión tampoco es para tanto, sus cruasanes saben a gloria celestial pero sus cafés convierten mi estómago en un infierno, como en casi todos los demás sitios.

(Samplers empleados para escribir esta columna: Señor mayor enfadado/Javier Marías (en cualquiera de sus columnas semanales); El hombre más airado de Holloway/ Nick Hornby, en Cómo ser buenos;  Busco título/ Cabezafuego, en Somos droga: toda esta columna ha sido en realidad una burda imitación de esa genial canción en la que el músico se aburre de la misma a mitad del tema y la mata cortándole el cuello con un histriónico rap).

 

BAR PARÍS

Jul 3, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

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Posando muy cerca del Bar París, en la calle Jarauta. Foto: Noticias de Navarra (Oskar Montero)

 

Hay algunos bares que están gafados. Bares a los que no entra nadie, aunque todos los de alrededor parezcan una olla hirviendo. Bares con camareros campeones de sudokus y carteles en la puerta del baño que dicen “Solo para clientes”, porque, bueno, de vez en cuando alguien sí entra, pero solo para mear.  Nadie sabe muy bien a qué se debe su maldición. A veces esos bares cambian de dueño, de estilo, se remodelan, llaman a Chicote, pero la gente sigue sin atravesar su puerta, como si al hacerlo fuera a absorberlos un agujero negro, a tragárselos una bacteria gigante de la salmonella o a morderles entre las piernas una cucaracha carnívora emergida del  baño turco.

Cuando yo era joven, o sea más joven, solía andar con mis amigos por los bares de la calle Jarauta de Pamplona. Como además de jóvenes éramos también bobos nos gustaba entrar a aquellos que parecerían un vagón de metro de Tokio en hora punta si en los metros japoneses se pudiera fumar, poner la música a todo volumen o derramarte los katxis de cerveza por la cabeza. La música que cantábamos a pleno pulmón podía ser, por ejemplo, aquel estribillo de Eskorbuto, “Las multitudes son un estorbo”, sin que eso nos supusiera ninguna contradicción. Por entonces, con veinte años, no se nos pasaba por la cabeza pensar que, al cabo de otros veinte años, más de cinco personas esperando para ser atendidas en la barra nos parecerían una muchedumbre.

A mí de todos modos, que no sé si era menos bobo o más raro y eskorbutiano—o quizás solo que no me gustaba pedir, abrirme paso hasta aquellas barras como trincheras,  en las que mis disparos nunca alcanzaban a los camareros— ya por entonces me agobiaban los tumultos y de vez en cuando solía salir del Zagit o del Depor o del 84 y cruzaba la acera hasta uno de aquellos bares gafados que había enfrente, el Bar París, para respirar un poco, es decir para fumarme tranquilamente un cigarro.

El Bar París era un bar pequeñito que estaba siempre vacío, a pesar de su leyenda: la París-Niza, un poteo mortal que se iniciaba en él y que, con parada en decenas de establecimientos de Jarauta y Estafeta, acababa en el Bar Niza, cerca de la plaza de toros. Yo creo que nadie lo ha completado jamás, como no sea por etapas, o para hacer fuagrás con su hígado. El caso es que en el París uno solo se encontraba con algún txikitero sin cuadrilla, algún insomne, algún borrachín… Y que a mí que, fíjate si era raro, ya por entonces escribía, al observarlos se me encendía el botón, modo literatura, y comenzaba a fantasear con sus historias.

Fue de ese modo como imaginé una novela en la que la camarera del París se llamaba Esperanza y cada día cocinaba un puchero de pisto con el que alimentaba a aquellos náufragos de la noche. Una novela que nunca escribí, porque aquella no era la realidad de Pamplona en aquellos años y mi historia se parecía más a los libros de borrachos de Bukowski o de vagabundos de Steinbeck que yo leía por entonces. Y una novela también, que sin embargo, al cabo de los años  acabaría convirtiéndose en una historia real, pues aquel bar París terminaría siendo la primera sede del comedor solidario Paris 365.

Nunca escribí esa novela, pero en una de esas carambolas del destino, sí un libro que acaba de publicarse titulado De igual a igual. 8 historias del comedor solidario Paris 365 en el que he tenido el privilegio y la responsabilidad de poder contar las historias de algunas de las personas que acuden cada día a esta asociación y que gracias a ella han tenido una oportunidad de rehacer sus vidas. Personas de aquí y de allá, de Senegal y de Donosti, de Pamplona y de Quito, que cayeron e intentan levantarse. Historias duras, pero, en cierto modo, también esperanzadoras. Historias que pudieron ser o pueden ser también las nuestras.  Y es que, después de todo, entre un bar con mala suerte y otro en el que parece que regalan algo casi siempre solo hay unos pasos de distancia.

Publicado en ON, suplemento de diarios de Grupo Noticias (01/07/2017)

MENTE ENFERMA

Jun 18, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Diálogos con la Literatura en el Siglo XXI: "La obsesión por escribir"

Publicado en Rubio de bote (semanario ON, Grupo Noticias, 04/06/17)

Hace unos días me invitaron a una charla que tenía por tema la obsesión por escribir. Un escritor es básicamente un enfermo. Alguien capaz de discernirse a sí mismo como escritor y como civil, un ser peligroso para sus amigos y su familia (y algo menos de lo que quisiera para sus enemigos), pues todo lo que le ocurre a él y a quienes le rodean es susceptible de convertirse en literatura. Un obseso, en definitiva, sí.

Escribir no solo consiste en el mero hecho físico de ponerse a teclear delante del ordenador; durante el resto de su vida el escritor, el escritor enfermo, es incapaz de desconectar del “modo literatura”. Su vida no es vida, solo un simulacro, un borrador para la verdadera vida que es la que trasladará luego al papel. Como cuando vamos a ver a nuestros hijos a una exhibición de judo o a una audición de flauta travesera y los grabamos en video y mientras los grabamos nos perdemos lo que realmente está pasando.

A  todas esas ideas, por ejemplo, iba dándoles vueltas, mientras conducía de camino a la charla y pensaba en que podía contar en ella, y a la vez en si me pondría nervioso, en si me temblaría la voz, si me quedaría en blanco… cuando de repente se me ocurrió un cuento. ¿Qué pasaría si de repente, mientras estaba en esa charla, comenzara a hablar, perfectamente, en un idioma que desconocía?

Al principio, habría risitas, nervios entre el presentador y el público, porque cada vez que se dirigieran a mí, yo no lo podría evitar, les contestaría y creería estar haciéndolo correctamente, pero mi boca emitiría un perfecto wólof  o un idioma sin consonantes o una voz extraterrestre de lata —decidir cuál tiene un efecto más cómico—.  Después, el pasmo inicial se iría convirtiendo en cabreo y tal vez habría que suspender la charla, pero para entonces ya varios de los asistentes me habrían grabado en sus móviles, lo habrían compartido en las redes sociales y, al cabo de unas horas, el video se habría vuelto viral —valorar si una charla de un escritor, incluso una charla como esta, puede convertirse en viral, o si hay que cambiar la situación por la rueda de prensa de un cantante, un cocinero, un pelotari…—. Aparecería incluso en El Caso, perdón, en el telediario de Antena 3, y algún presentador con voz matiaspratiniana lo introduciría de este modo: “Y ahora presten atención a esta noticia. Un desconocido escritor estaba impartiendo una charla cuando, de repente, observen lo que sucediooooó”.

Pronto comenzaría también la polémica: ¿se había tratado de algún tipo de alteración en la mente del escritor, algún cortocircuito que había descubierto desconocidas conexiones neuronales en el cerebro humano y que había que investigar, como sugerían algunos expertos?; ¿o era solo una burda maniobra de promoción, que el escritor había urdido, ayudándose de algún ingenio técnico? La opinión pública acabaría inclinándose por esto último y colocándome en la picota: yo era solo un farsante, que necesitaba recurrir a esas triquiñuelas, incapaz de igualar el talento de escritores de verdad como Maxim Huerta o Dolores Redondo.

A partir de ahí  el autor, yo, enloquecía poco a poco, pues sabía que lo que me había sucedido, a pesar de contravenir todos los fundamentos de la ciencia y de la lógica, había sido real — tener claro que este debe ser el quid del cuento: el salto desde la anécdota a la categoría; establecer un vínculo con ideas, actitudes, comportamientos nobles y verdaderos que van contra la corriente general—.

Les cuento, en definitiva,  todo esto para que ustedes entiendan cómo procede una mente enferma, la mente de un escritor, y la manera nada misteriosa ni sesuda, simplemente algo obsesiva,  en que a menudo idea sus relatos, sus novelas, o para el caso, sus columnas periodísticas.

 

 

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