PEQUEÑA GUÍA LITERARIA SANFERMINERA
FIESTA MÁS ALLÁ DE HEMINGWAY.
Patxi Irurzun
VIENDO a algunos guiris en San Fermín escalar la fuente de Navarrería, hacer un calvo y lanzarse temerariamente desde varios metros de altura en brazos de otra cuadrilla de guiris igualmente empapados en kalimotxo -por dentro y por fuera- resulta difícil imaginarlos leyendo Fiesta de Hemingway, Plaza del Castillo de Rafael García Serrano o The drifters, de James A. Michener (que en su edición castellana tiene una traducción algo más carpetovetónica: Hijos de Torremolinos). No, la mayoría de ellos, y de los pamploneses en realidad, seguramente no hayan leído ninguno de esas novelas ambientadas en los sanfermines, pero es algo comúnmente aceptado que estos se internacionalizaron gracias a un libro: The sun also rises (Fiesta) la famosa obra de Hemingway; o más bien, al personaje que de sí mismo interpretó o le obligaron a interpretar al Premio Nobel, convertido en Pamplona en una postal, un souvenir, una estatua apoyada sobre la barra de un bar o el desdibujado modelo original de un concurso de dobles. Un anzuelo turístico, en definitiva, perfecto, con varios cebos irresistibles para jóvenes de todo el mundo sedientos de aventuras y sangría: alcohol, sexo, adrenalina…
En Fiesta (1927), sin embargo, hay casi más páginas que transcurren lejos de Pamplona y de los sanfermines que en estos, pero la selva del Irati, a donde Hemingway iba a curarse las resacas, no se superpuebla cada verano de pescadores de truchas venidos de todo el mundo. Pamplona y sus actuales fiestas deben mucho al escritor norteamericano, es cierto. Él «descubrió» al mundo el chupinazo («El domingo seis de julio a las doce del mediodía explotó la fiesta») o los encierros (algo exageradamente, eso sí: en algunas de sus crónicas periodísticas afirmaba que los toros entraban en la plaza a ¡180 kilómetros por hora!, y eso ni los Fórmula 1, que también enfilaron el callejón en 2008 para un spot televisivo). Pero Hemingway no ha sido el único ni siquiera el primero que ha glosado los sanfermines en una obra de ficción.
Hombres-pulpo, pochas y txistularis
El neoyorkino James A. Michener en su novela The drifters (1971) cuenta las peripecias de seis jóvenes expatriados que vagabundean por diferentes países y lugares: Mozambique, Marruecos, Portugal… y que en plena efervescencia hippie, también pasan por Pamplona durante los primeros y agitados días de julio de 1969. Michener no es Hemingway, «solo» un Premio Pulitzer, pero su novela fue en un auténtico superventas de la época en muchos países y además contiene muchos de los ingredientes necesarios para convertirse en una biblia mochilera: sexo, droga y rocanrol, que en su versión sanferminera se convierte en hombres-pulpo, alubias pochas y txistularis. Sin embargo, entre nosotros The drifters es una obra desconocida, probablemente gracias al título que la editorial Plaza y Janés le adjudicó en la edición española de 1973 y que invita más a pensar en una película de Mariano Ozores: Hijos de Torremolinos (Torremolinos, o sus bares, donde el autor vivió algunos años, es el lugar en el que se conocen los seis protagonistas del libro).
Algunos años más tarde, a finales de los setenta, sitúa el sueco Hans Tovoté parte de su novela Las bodas de Pamela (1998), en concreto durante los sucesos de 1978, cuando las fiestas fueron trágicamente interrumpidas con la muerte del joven Germán Rodríguez por disparos de la policía, tras irrumpir ésta en tropel en la Plaza de Toros durante la segunda corrida de feria. Tovoté, que lleva visitando Pamplona y sus fiestas desde 1960, se siente capacitado para dar un paso adelante y ambientar su obra de principio a fin en los sanfermines -no solo unos capítulos de la misma- y desde el punto de vista de un pamplonés, alejándose del viajero anglosajonamente perplejo que ve los toros desde la barrera.
Un sueco haciéndose pasar por peteuve. Y es que los autores autóctonos tal vez hayan interiorizado demasiado o demasiado tiempo aquello de que los sanfermines son unas fiestas sin igual, una colección de «momenticos» difícilmente explicables con palabras. «Narrar las fiestas de San Fermín es tarea imposible», tira la toalla Alfredo Fraile Filare en la primera línea del prólogo a su Catorce cuentos sobre San Fermín (1990). Y continúa: «Aunque plumas de muchos perifollos han intentado siquiera reflejar el ambiente, el clima, solamente el aire de la calle, todo ha resultado palidísimo destello de una realidad inaprehensible». No sabemos si entre esos perifollos se incluye a Rafael García Serrano, con su Plaza del Castillo, o a Félix Urabayen con El barrio maldito, escritores ambos de obra consolidada y con varias líneas en los manuales de literatura.
‘Plaza del Castillo’ y ‘El Barrio maldito’
Félix Urabayen se adelantó dos años a la Fiesta de Hemingway con El barrio maldito (1925) y fue por tanto el primero que se atrevió a ambientar una obra de ficción en las fiestas de Pamplona. Su obra, una estampa costumbrista del Valle de Baztan y de sus personajes, como la misteriosa y marginada raza de los agotes, los contrabandistas, etc., dedica tres capítulos a las fiestas de Pamplona, que conoce bien, de modo que mientras que en Fiesta son solo el ring con un público local al fondo sobre el que combaten los conflictos morales del boxeador Robert Cohn, en la obra del navarro Urabayen los sanfermines adquieren protagonismo en sí mismos: los encierros, las danzas y canciones típicas… A pesar de esta visión aparentemente tradicionalista, Urabayen fue un hombre de izquierdas: consejero de Cultura en el Gobierno de Azaña, sufrió cárcel al acabar la guerra, y, gravemente enfermo, murió un año después (1942) de salir de prisión, siendo su obra olvidada y silenciada durante años.
Al nombre del pamplonés Rafael García Serrano, por el contrario, se cuelga casi automáticamente el lastre de escritor falangista, porque lo fue e hizo gala de ello en sus obras («Mi amigo requeté», lo llamaba Hemingway), pero su obra Plaza del Castillo (1955) seguramente sea, con permiso del norteamericano, la novela sanferminera de mayor aliento literario: «Emilio, el mejor camarero del mundo, le trajo el vermú y aquellas aceitunas gordas como cupletistas», escribe, por ejemplo. Plaza del Castillo narra las fiestas de 1936 (que entonces duraban desde el día 6 hasta el 19 de julio) y paralelamente los prolegómenos y las primeras horas del alzamiento militar, contado desde las filas del bando ganador.
Salvando todas las distancias con la tragedia de la guerra civil, la muerte sobrevolando unas fiestas tan vitalistas como estas es algo también recurrente en otras obras más recientes, como Las lágrimas de Hemingway (2005), de Reyes Calderón o Un extraño lugar para morir (2010), de Alejandro Pedregosa, ambas novelas de género negro, con crímenes misteriosos de por medio aprovechando el tumulto sanferminero. En el libro de Alejandro Pedregosa, autor casado con una pamplonesa, un escritor aparece muerto en una habitación del hotel La Perla, el mismo en el que se alojara el inevitable Hemingway durante algunas de sus estancias en Pamplona. Un inspector local, de nombre Uriza se encarga del caso, algo que comparte con Reyes Calderón, quien coloca en su novela a otro comisario autóctono de nombre Juan Iturri al frente de la investigación de una muerte por cornada de miura que acaba derivando en asesinato por sobredosis de ketamina.
El cuento sanferminero
La muerte y la vida, el día y la noche, el vino y la sangre… Todo se confunde durante los sanfermines, unas fiestas llenas de contrastes y contradicciones, como ya bien señalara Pío Baroja (a quien no se puede decir que estas fiestas encantaran, precisamente) en Juventud, egolatría (1917): «Entonces y después, una de las cosas que me parecieron ridículas fueron las fiestas de Pamplona. En Pamplona había una mezcla de brutalidad y de refinamiento verdaderamente absurda. Durante unos días se iba a las corridas, y después, de anochecer, se recibía con luces de bengala a Sarasate. Un pueblo rudo y fanático olvidaba una fiesta de sangre para aclamar a un violinista».
Es esa esquizofrenia, esas dos caras de la moneda y de la condición humana las que, en mi opinión, convierten a los sanfermines en fiestas universales y ofrecen todas las condiciones para elevar la materia narrativa que proporcionan a subgénero literario, como aventuré en el prólogo a Cuentos sanfermineros (2005), mi modesta y actualizada aportación a la literatura sanferminera: relatos protagonizados por piesnegros con perro y flauta, por adolescentes-croqueta, por porteros de Osasuna y alcaldesas enredados en un affaire sexual, por guiris que no han leído a Michener ni a Hemingway y que se lanzan de cabeza desde la fuente de Navarrería… O, también, por barrenderos (la otra cara de la moneda: quienes trabajan en San Fermín), como el que protagoniza mi novela ¡Oh , Janis, mi dulce y sucia Janis! (2011) en la que varios capítulos transcurren igualmente durante las fiestas de Pamplona y en la que aparecen escenarios y ambientes que comparte con otra novela publicada este año: A las 12, en el Iruña, de Pedro Pastor Arriazu, quien dice que «la esencia de los Sanfermines es meterse en ese barullo infecto de Jarauta». Si hay, en definitiva, cuentos de fantasmas o de fútbol no parece descabellado reivindicar los cuentos de San Fermín.
Los sanfermines son el tablado perfecto para el gran teatro del mundo y de la vida, ofrecen miles de situaciones y vivencias, de estampas rocambolescas, coloridas, ridículas, épicas, se convierten en un rito de iniciación para miles de adolescentes, en su primer contacto con el sexo, el alcohol y las drogas, con el relente de la mañana o con el aliento de la muerte a la espalda. Materia literaria prima que transciende lo local y que permite todos los puntos de vista: la irreverencia, el humor, la tragedia, la novela negra o erótica… Hay, en definitiva, miles de sanfermines ahí fuera, tantos como personas que lo viven, y todavía tan solo un puñado de obras de ficción escritas. Hay vida literaria más allá de Fiesta.
RESEÑA DE ¡OH, JANIS! EN ZARAGOTA, por OCTAVIO GÓMEZ MILIÁN
Octavio Gómez Milián en su blog Zaragota
DANI SANCET (INSOLENZIA) RECOMIENDA ¡OH, JANIS!
El mejor Patxi Irurzun se pone el traje de gala (el de basurero) y se saca la chorra para que se la coma Pamplona y el mundo entero.
La lectura de este libro se torna voraz, necesaria para comprender y seguir respirando, imprescindible para acunar los sueños lascivos y despertar deseos sordos. El lector se mira en el mismo espejo que usa Dick Grande cada mañana y ve como su polla alcanza tamaños insospechados y se contempla galopando cubanas, filipinas, alemanas y ribaforaderas. Todo ello bajo la atenta mirada de la tinta afilada que Patxi usa para diseccionar una sociedad tan manida que siempre huele mal. Antitodo, como los Eskorbuto.
Tan sólo os suplico que os pilléis este libro y lo devoreis sin miramientos, hacerlo por la hipocresia que nos rodea, por la necesidad del sexo y la obsesión por ocultarlo, por lo cotidiano que siempre huele a rancio, pero, sobretodo, hacerlo por vosotros y por vosotras.
Tras su lectura recomiendo follar sin interrupciones, salvajemente y con todo el tiempo por delante; el tiempo necesario para que por tu cabeza pasen Mamen la Perra en Celo, la blanca Kenia, la ninfa Clotilde, la salvaje y triste Juliette y, como no, en Dick Grande y su polla redentora.
Bravo Patxi, a ver cómo cojones superas esto.
RESEÑA EN ‘EL RINCÓN DEL QUEJICA» DE TXEMA ARINAS
Y en el caso del libro que nos ocupa ahora, ¡OH, JANIS, MI DULCE Y SUCIA JANIS! de Patxi Irurzun, tengo que reconocer que no he parado de removerme de mi asiento, de retorcerme las tripas. Sí, primero de risa, en algunos casos a carcajada limpia, y ya luego de puro gozo por el espíritu provocador, tocapelotas, subversivo y a ratos también sinsorgo que te cagas, que anima toda la novela. Va de cajón que está no va a ser una novela del gusto de la gentedelmundodelacultura, que suele escribir así de sincopado el maestro MSO. Ni mucho menos, no es una novela para rellenar suplementos literarios con reseñas de pago o para que los gurus de la crítica patria especulen con nuevos talentos literarios, bien modositos todos ellos y de una gramática y puntuación exquisitas, a modo de reemplazo para los que se encargan de nutrir los escaparates de las librerías con obras que dicen serias, de enjundia algunas y de pura ñonería las otras; pero bien que rentables, que de eso va la cosa, de hacer caja a toda costa en tiempos de crisis y casi siempre a cuenta de la ñoñería que aqueja a una buena parte de los consumidores de tranquilizantes o estimulantes en papel o e-book. Si la citan, como ya lo han hecho, me temo que será a modo de rareza, una picelada de color este panorama de los libros copado por reediciones de libros de éxito, ediciones de manuscritos ocultos o abandonados de escritores ya consagrados y embalsamados y mucha novedad de novela histórica, romantiboba, pura parodia de géneros, el género del culebrón en negro sobre blanco, sentimientos buenos, positivos a más no poder, libros que te quieren hacer mejor persona a fuerza de repetir lugares comunes, que si te aburren seguro que se tienen por buenos, vamos, pura mierda (yo confieso que hace tiempo que me he vuelto un coprófago muy a mi pesar y que me da mucha lacha reconocerlo).
Ahí es donde reside precisamente el atractivo irresistible y sobre todo reparador (que te repara el gusto y sobre todo el ánimo tras la ingesta continua de literatura supuestamente seria o simplemente insustancial) de esta novelica de Patxi Irurzun, el regusto de saber que a todos esos lectores que se tienen por sesudos, los que buscan sumergirse en historias que les hagan mejores personas, los que andan a la caza de experimentos literarios para alcanzar orgasmos estilísticos que apenas son otra cosa que puro humo para pedantes y snobs, los ñoños y bobos que desean confirmar que el mundo funciona como está mandado porque al final de cada libro el malo la paga y la heroína se casa con su principito azul, se les caerá de las manos horrorizados, eso si no salen corriendo. Porque la novela de Irurzun es una continua provocación para todo está gente que, así para abreviar, denominaremos como «los serios». Y no precisamente porque el autor de ¡On, Janis, mi dulce y sucia Janis! haya revolucionado el género de la novela provocativa, que es lo que es ésta antes que pornográfica, punk, bukowskiana o cualquier otra consideración que a mi modesto entender tiene más de despreciativa o condescendiente que otra cosa. No, me temo que el problema es que la escritura mordaz, gamberra y sucia, muy sucia, todavía sigue levantando tantas ampollas entre los serios por principio, por impotencia quizás, como pollas entre los lectores retorcidos, o ya directamente enfermos mentales, que disfrutamos de lo lindo con la peripecias de un pamplonica enclenque, despistado y dueño de un miembro descomunal que se mete a estrella del porno.
Es triste, pero cuando lees esta novela sabes que una gran mayoría de toda esta gente tan cabal y fisna, muy fisna, del mundodelacultura, va a pasar de esta maravillosa novela como de la mierda por la que probablemente la tendrán a la vista de que no es seria, que es todo lo contrario de lo que esperan en un texto de relumbrón, siquiera que no haya tatos tacos, por favor, que no te habla de las angustias de una víctima del Holocausto que se reencuentra en la panadería con uno de sus verdugos o trata de diseccionar antropológicamente los veraneos en la Sierra Madrileña de la chusma del Barrio de Salamanca. Ni mucho menos, aparte del delicioso vocabulario soez, faltón, de denuncia inmediata en la sección de Cartas al Director de cualquier periódico (a destacar el Diario de Navarra , La Nueva España y demás hojas parroquiales) o si se prefiere, guarro de cojones, repleto de metáforas, símiles y otras figuras literarias que beben directamente del castellano de la calle, de la ironía corrosiva que anima toda la fiesta, de la blasfemia como bandera, del realismo más sucio hasta en el último efluvio corporal, de una incorrección política que sólo existe en la mente de los soplapollas a los que me refería antes; aparte de todo esto, tejido de sobra para hilar una historia atractiva y sobre todo destornillante, también encontramos, yo creo que antes que nada, el verdadero mundo literario del autor, ese en el que la gente corriente sobrevive mejor que bien en medio de una sociedad, de la que la de Pamplona apenas es otra cosa que un modelo como cualquier otra Vetusta a nuestro alcance, en la que se concentran todos esos estereotipos humanos, convenciones y atavismos sociales o tribales, siquiera simples tendencias de nuestra época, que nos hacen la vida tan cuesta arriba, y en especial soporífera o vacua, al común de los mortales.
De ese modo, la escritura de Patxi Irurzun no sólo es la descripción de mil y un polvos grotescos, esperpénticos y sobre todo gamberros, de personajes otro tanto, ni siquiera un recital de términos sexuales y no, más o menos soeces, siempre populares, cercanos, entrañables, amén de todo tipo de excrecencias y flujos vaginales, no es pornografía, sino más bien un verdadero canto libertario, la reivindicación del individuo en toda su plenitud frente a esa sociedad que procura a toda costa castrarlo en sus impulsos y moldarlo a su manera para que nada desentone, todo esté bien puesto, cada uno en su sitio, nada de follar como locos todo lo que se quiera, que eso es lo más parecido a ser libre y no se puede tolerar, sobre todo cuando eres un pelagatos, los otros sí, tú y yo ni locos, o más bien sólo así: locos.
De ese modo, no hay poca ternura ni nada en la escritura de Irurzun hacia su personaje, otro antihéroe de nuestra época, el eterno perdedor que en su descenso a los infiernos arrastra con él ese entorno de miserias y siniestros personajes entre lo execrable y lo meramente patético, del que hablamos. Y lo mejor de todo, recalco, concluyo, es que lo hace sin recurrir al tremendismo del autor fantoche que quiere curar los males del mundo mirando por encima del hombro al resto de sus semejantes, sino al único ingrediente que nos ayuda a hacer más llevadero nuestra presencia en este mundo: el humor*.
Reitero que yo me he disfrutado como un enano, que me he reído a carcajadas en más de un momento que no viene al caso citar para no joder la trama, que he sonreído durante toda la lectura y que, sobre todo, al terminar el libro no me he sentido, ya era hora, mejor persona, sino más bien un cabronazo de cuidado. Se agradece, eso y que después de haber leído también dos libros de relatos de Irurzun, Ajuste de Cuentos y La Polla Más Grande del Mundo, he confirmado mi impresión de que estos relatos no sólo eran destellos de un talento remolón, alguien que parecía constreñirlo en dicho género tan conciso e inmediato, que se conformaba con el apunte más o menos costumbrista, y siempre provocador, de una realidad tan cercana en lo temporal, terruñal y hasta personal a la de uno mismo**.
*Humor, no amor, por si ascaso…, que el amor está muy bien, pero nadie ni nada te libra de la cuota de sufrimiento que lleva implícito.
**Con todo, sospecho por algunas referencias de la novela que el autor la escribió hace tiempo y que solo la ha editado ahora después de tenerla guardada mucho tiempo, a saber, y sobre todo, qué más da.