ZETAK CONVIERTE EL NAFARROA ARENA EN UN AKELARRE DE SENSACIONES
Tras
los dos exitosos conciertos del espectáculo Mitoaroa en
Iruñea el grupo anuncia una nueva fecha en Donostia.
Cuando
el pasado junio Zetak sacó a la venta las entradas de Mitoaroa
para este 4 de enero en el
Nafarroa Arena de Iruñea, el papel se agotó en apenas una
hora, de modo que programaron otra actuación para el día anterior.
Y las quince mil localidades volaron a la misma velocidad. Las dos
fechas se prometían únicas e irrepetibles, pero, sorprendentemente,
tendrán continuidad al menos en una nueva cita en Donosti (Ilumbe)
el próximo 6 de septiembre, tal y como anunció ayer el grupo desde
el mismo escenario del que se despidió con el público a sus pies y
todavía en una especie de shock emocional por lo visto y vivido, al
igual que sucedió la tarde-noche anterior. De hecho, durante las
horas previas a este segundo concierto por las redes ya habían
corrido como la pólvora vídeos, imágenes y comentarios referidos
al del viernes (“Mundiala!” “Benetan izugarria!…),
anticipando lo que nos aguardaba.
Una
propuesta más allá de lo musical
Hubo
también junto con esos mensajes alguna queja por las largas colas de
acceso, en las que este sábado se pudo volver a ver esperando
pacientemente a un público intergeneracional: chavalería,
treinteañeros, espectadores de mediana edad e incluso algún que
otro txiki acompañado de sus amatxis o aitatxis. Una buena
muestra del público al que Zetak ha conseguido llegar con una
propuesta que va más allá de lo musical. Con los dos conciertos de
Mitoaroa en el Navarra Arena (a los que podríamos llamar, si
se nos permite el chiste malo, Mitoharea) el
grupo, además de celebrar su quinto cumpleaños, ponía el broche a
la gira de presentación de su tercer trabajo, Aaztiyen; gira
enel
transcurso de la cual también hubo una
emocionante parada en
Unanu para el preestreno
de Mitoaroa, con la
cual Zetak quiso agradecer a este pequeño concejo de Sakana
su aportación al imaginario del disco y del espectáculo, pues
los trajes blancos, los pañuelos y las máscaras o katolak que usan
músicos y bailarines están inspirados en los mamuxarroak,
personajes del carnaval de Unanu, quienes junto con los zipoteroak de
Tutera, los momotxorroak de Altsasu, los joaldunak de Ituren y
Zubieta, los txatarrak de
Arbizu o los personajes del inauteriak de Lantz también estuvieron
presentes en el concierto de ayer, entre
otros numerosos invitados (más
de ciento cincuenta personas, en total).
De
la desesperanza a la euforia
A
las 22:00h arrancaba con
puntualidad Mitoaroa,
con Pello Reparaz incorporándose desde una de la gradas
laterales−donde
permanecía sentado entre el público como un espectador más−
a la larga pasarela que se prolongaba desde el escenario principal
hasta la mitad de la abarrotada pista. Reparaz recorrió lentamente
dicha pasarela hasta cruzar el telón, para reaparecer tras
él sumergido en una gran
pecera desde la que con el agua al cuello interpretó el primero de
los temas: Zu.
Los
diferentes espacios escénicos (por encima del escenario principal se
levantaba otro) fueron alternándose dinámicamente entre
sorprendentes efectos y juegos de luces y acogiendo en las canciones
posteriores a muchos de los protagonistas: seres mitológicos –como
el interpretado por el actor Javier Botet−,
bailarines −Kukai
Dantza−,
colaboraciones musicales −Neomak,
Marala…−)… Con todos ellos interactuaron Reparaz y el resto de
su banda (Leire Colomo en la percusión, Iban Lerraburu en la batería
y Gorka Pastor en teclados y sintetizadores), siguiendo un hilo
narrativo dividido en diferentes capítulos (“Igarolekua”,
“Erbesteko biztanleak”, “Epifania”…), que Pello escenificó
con diferentes registros, desde la desesperanza de Non
sartu zara a las energéticas
Zoriontasun o Errepidean,
tema con el que, como explicó
el cantante de Arbizu “todo empezó” para Zetak, para dar paso a
continuación a la popular y pegadiza Begitara begira,
canción del repertorio de
Vendetta, su anterior
grupo, junto a cuyos integrantes la interpretó.
Erramun,
Erramun!
Fue
uno de los grandes momentos del concierto, pero sin duda el pico
emocional llegaría más tarde, con la aparición en el escenario de
Erramun Martikorena quien tras entonar junto con Reparaz Itzulera,
acompañados únicamente por un piano, sobrecogería a todo el Arena
con Xalbadarorren heriotzean, cantada al unísono por quince
mil gargantas en piel de gallina.
Esa fue una de las grandes dudas a lo largo del concierto: saber si Zetak conseguiría mantener la épica. Pero sí, el corazón seguía latiendo con intensidad tema a tema, alternando las palpitaciones electrónicas de los sintetizadores con las de instrumentos tradicionales como la txalaparta o de los propios golpes contra el tablado de las makilak de momotxorroak o mamuxarroak. Aaztiyen, el título del disco que vertebra Mitoaroa, significa en el euskera de Arbizu “Hace poco”, y es uno de los ejes sobre los que gira todo: cuestionar conceptos como la tradición (instrumentos como la trikitixa o la alboka solo forman parte del folklore vasco desde hace poco más de un siglo) o la identidad, abriéndoles puertas, tornándolas líquidas, que en realidad es una manera de consolidarlas, de mantenerlas vivas. Quién sabe, tal vez dentro de otro siglo canciones como Zeinen ederra izangoden o Hileta Kantu Nafarra (que Reparaz cantó junto a Maixux Zugarramurdi y en la que se representó uno de los ritos funerarios tradicionales vascos) formen parte también de esa tradición…
E
o a, ee oa
En
la parte final del concierto llegaron temas que pusieron a saltar a
todo el pabellón como Akelarretan, con la aparición de
practicamente todos los invitados en los diferentes escenarios,
Deskontrola, con Pello Reparaz bajando a la pista, o Itzulera,
de nuevo, ya sin el pastor de Baigorri y con todo el Arena entonando
el famoso “e o a ee oa”… Pero aún habría tiempo para dos
sorpresas más. La primera, la aparición de un misterioso
enmascarado que tras descubrirse resultó ser Jagoba Arrasate, el
añorado en Iruñea exentrenador de Osasuna, quien cantó varios
bertsos, en uno de los cuales −“Euskara
da Nafarroa”−
puso el acento sobre el que es otro de las vigas maestras de
Mitoaroak
y de Zetak: el euskera como eje de transmisión de todo el proyecto
(y que vino a sumarse a uno de los momentos quizás más
desapercibidos del concierto, el sampler
de una entrevista a Iñaki Perurena que se escuchó mientras Reparaz
manipulaba un theremin, ese curioso instrumento que se articula con
ondas electromagnéticas, y en la que el harrijosatzaile de Leitza
defendía la identidad vasca de Nafarroa frente a un entrevistador
indocumentado).
El
6 de septiembre en Donostia
La
segunda de las sorpresas fue la que adelantábamos al principio: el
anuncio al finalizar el concierto a través de un vídeo de una nueva
fecha de Mitaroa:
será el próximo 6 de septiembre en Ilumbe, en Donostia, y las
entradas saldrán a la venta el próximo martes 7 de enero a partir
de las 08:00h (de 08:00h
a 10:00 para quienes asistieron a los conciertos de Iruñea, de
10:00h en adelante para público general).
Zetak anticipaba además que a todo el imaginario del carnaval y la
mitología de Nafarroa se sumará la participación de otros
personajes y seres mitológicos del resto de Euskal Herria.
Una
nueva oportunidad, pues, para no perderse este espectáculo que va
mucho más allá de los que es un concierto musical, tras el que se
palpa un proyecto ambicioso y valiente y se perciben muchas horas de
trabajo, muchas capas y detalles que resulta imposible describir tras
una crónica como esta; un espectáculo, en definitiva, que no tiene
nada que envidiar, al contrario, a los de grandes estrellas
internacionales y que recompensa al espectador con enormes dosis de
sorpresa y emoción, o conmoción, pues es una emoción compartida
con Pello Reparaz y su equipo, que
se han dejado la piel y el alma en este Mitoaroa,
y a quienes solo queda darles las gracias: Mila esker, Zetak! Zeinen
ederra izan zen!
169.
Ese es el número de veces que se repite la misma secuencia rítmica
en el famoso “Bolero” de Ravel. Lo contaban hace unos días los
miembros de la compañía Lapso Producciones en su divertidísimo,
didáctico y talentoso espectáculo “Ad libitum”, en el que
también escenificaban una supuesta carta que el músico de Ziburu
dirigía a la bailarina rusa Ida Rubinstein, quien fue la que le
encargó dicha pieza musical. En esa carta apócrifa Maurice Ravel
venía a decir que, teniendo en cuenta la raquítica compensación
económica que iba a recibir por su trabajo, había decidido componer
una breve secuencia, una célula rítmica, y ejecutar con ella un
ostinato in crescendo, es decir, repetirla una y otra vez
incrementando poco a poco la intensidad; en otras palabras: que para
lo que le pagaba era todo lo que podía ofrecerle.
La
historia en realidad no fue exactamente así, hay que entenderla en
el contexto humorístico de “Ad libitum” (aunque sí es cierto
que a Ravel le daba bastante pereza componer y el que a la postre
resultaría genial “loop” de “Bolero” tuvo algo que ver con
su vagancia), pero me hizo recordar algo que me sucedió hace unas
semanas cuando desde un colegio de Sevilla se pusieron en contacto
conmigo para invitarme a ofrecer una charla a sus alumnos, a cuenta
de uno de mis libros, que habían leído y al parecer les había
divertido bastante. Como en el mensaje no detallaban nada respecto a
las condiciones económicas les advertí de que tendrían que cubrir
al menos los gastos del viaje y el alojamiento, a lo que respondieron
que habían pensado que podríamos realizar el acto por una
videollamada, lo cual me pareció lógico. No tanto que añadieran
que no podían pagarme nada por la charla, y que de lo que se trataba
era de inculcar en los alumnos el valor de la cultura (lo cual es
paradójico, porque el valor de la cultura debe de ser de acuerdo con
esto, cero); o que, en cuanto a mí, los alumnos ya habían tenido
que comprar mi libro previamente (otra paradoja, porque la editorial
que lo publicó no acostumbra a pagarme los derechos de autor).
Esta
es una situación a la que solemos enfrentarnos a menudo numerosos
artistas, escritores, ilustradores, músicos, actores… quienes al
parecer estamos obligados a ofrecer nuestro trabajo por amor al arte,
nunca mejor dicho, algo que nunca se le exige a un carpintero o una
empresa de catering cuando se trata de celebrar actos o jornadas de
carácter solidario, educativo o sociocultural (¿se imaginan, por
ejemplo, que ese colegio pidiera a su compañía de la luz no pagar
las facturas, puesto que se dedican a alumbrar las mentes de sus
alumnos?).
Fue algo parecido lo que le expuse educadamente en mi respuesta. Nunca más volví a saber de ellos, pero por curiosidad días después entré en su página web y me encontré con una cabecera en la que, bajo una foto en la que aparecían varios alumnos uniformados sosteniendo una gran bandera rojigualda, el colegio se describía a sí mismo como un centro de formación de futuros líderes con una metodología inspirada en valores culturales y humanísticos. Y eso, en fin, es lo que vienen aprendiendo e inculcando desde hace siglos, en un ostinato histórico, nuestras élites (y no solo ellas): a «respetar» la cultura sin respetar a sus creadores, algo ciertamente asombroso.
Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias), 05/01/2025
“Para escribir tengo que empatizar con el dolor de los protagonistas”
En
El eco de la
huida Amaia
Oloriz novela la desbandá
(o la huida, como prefiere llamarlo), un terrible episodio histórico
sucedido en 1937 en la carretera entre Málaga y Almería en el que
miles de personas fueron masacradas cuando huían de la barbarie
fascista
Publicado en Gara/Naiz, 30-12-24) Patxi Irurzun. Iruñea
Por primera vez la escritora de Atarrabia aleja el foco de sus
novelas de Nafarroa. En sus anteriores obras, también publicadas por
Txalaparta, había abordado otras historias relacionadas con la
memoria histórica, como la fuga del Fuerte de Ezkaba, o la
emigración de las ainarak, desde los valles pirenaicos
navarros a Iparralde. Ahora, lleva a sus lectores hasta Andalucía,
pero con el mismo propósito: dar voz a través de la ficción a
protagonistas -por lo general mujeres y niños- a los que el olvido o
los libros de historia intentaron arrebatársela.
¿Cómo llega un
episodio como el que narra, después de ubicar sus anteriores obras
siempre en entornos más cercanos?
El golpe de estado
del 36, la mal llamada guerra civil, es un tema que me interesa mucho
y suelo seguir todo tipo de información sobre ella, así que un día
me encontré con un documental de la televisión andaluza sobre la
carretera de la muerte. Yo ya había oído hablar de ello, por
ejemplo en un libro de Almudena Grandes, creo que era El lector de
Julio Verne, pero me impresionaron los testimonios de este
documental. Comencé a preguntar en mi entorno sobre este episodios y
había a quien le sonaba ligeramente, aunque en general era
desconocido, en mi círculo, al menos. Eso fue lo que me hizo
interesarme por esa historia.
¿Ha sido
complicado cambiar de escenario?
El salto fuera de
Nafarroa me daba vértigo, pero me di cuenta de que muchos de los
testimonios de aquella violencia eran calcados a otros más cercanos,
como en Lodosa, Cascante, Sartaguda… En mis novelas me gusta más
hablar de los sentimientos que del entorno, pero sí intento conocer
los espacios en que se van desenvolver los protagonistas. En este
caso, como la ficción me permite ubicarlos donde quiero y conocía
en parte Málaga, coloqué en esa ciudad algunos de los escenarios,
por ejemplo la librería en la calle Marqués de Larios. Y luego, hoy
en día, tenemos internet, documentales, que son de gran ayuda. Yo
creía que me iba resultar más difícil de lo que luego realmente ha
sido.
¿La librería, o
la participación de uno de los personajes en las Misiones
Pedagógicas, simbolizan una especie de contraposición a la
barbarie?
Era una manera de
suavizar el drama, a mí me encantan las librerías, el olor, el
papel, son lugares que desprenden magnetismo, que me despiertan
tranquilidad, y quería denunciar en cierto modo la persecución de
los regímenes dictatoriales a todo lo que es cultura.
Una de las
constantes o los propósitos en sus novelas anteriores es dar voz a
personajes o historias silenciadas
Sí, siento ese
compromiso, desde la sencillez de mi escritura, de poner mi granito
de arena y denunciar que esas cosas han pasado e intentar que no se
vuelvan a repetir…
Hay quien,
respecto a estos temas, habla de pasar página, pero en muchos caso
esas páginas ni si quiera se han escrito.
A mí me da mucha
rabia, porque hay quienes, sobre todo las mujeres, no han podido
hablar del dolor y el sufrimiento que padecieron, todas esas viudas
que se quedaron solas, con hijos, pocos recursos, señaladas… Son
historias que me llegan y yo para escribir tengo que sentir eso,
empatizar con ese dolor, así me resulta más sencillo contarlo.
Las mujeres y los
niños siempre están en un primer plano en sus historias…
Sí, porque me
parecen los más vulnerables en las situaciones de conflicto. Las
mujeres, porque adquieren ese papel de protectoras de la familia y
los niños porque dependen de las decisiones de los mayores. En el
caso de esta novela me impresionaba cómo muchas de esas mujeres
toman esa decisión de abandonar Málaga para salvar a sus hijos y se
encuentran con ese infierno, me preguntaba, por ejemplo, cuántas se
habrían culpabilizado por ello… Me identifico con su dolor, y como
madre y ahora abuela, también con el desamparo de todos esos niños
perdidos en la huida.
La
huida, por cierto, que es como prefiere llamarla, en lugar de la
desbandá, como es más conocido este episodio histórico.
¿Por qué?
Sí, de hecho en el
título uso la palabra huida, desbandá es un término que
usaron los golpistas, de manera despectiva o victoriosa. Pero no fue
una desbandada, fue una huida de ciento cincuenta mil personas, y ese
es el término que prefieren usar los descendientes de quienes
participaron en ella.
El episodio
sucedió hace ya casi noventa años, pero todavía siguen sucediendo
otros semejantes, por ejemplo en Palestina.
Sí, eso es algo que
me provoca mucho dolor y mucha impotencia, que no podamos hacer nada
antes ese poder que da el dinero y las armas, es increíble que
Israel se haya saltado todos los protocolos. Cuando veo esas
imágenes, de las huidas, los bombardeos… O ese otro gran drama que
es la inmigración. Nosotros hemos sido un país de emigrantes, todos
tenemos a alguien en la familia que ha ido a Argentina, a Francia, a
Alemania… Pero todas ellas son situaciones, como la que cuento en
el libro, en las que no queda otra salida que huir.
¿Por eso alterna
o liga en sus novelas situaciones y protagonista del pasado con otras
actuales?
Sí, yo creo que las
personas en el fondo tenemos un sentimiento humanitario que nos hace
empatizar con el dolor ajeno, y en mis novelas aparecen siempre
personas que mantienen una preocupación por lo que sucedió, porque
algunas historias no se olviden. Yo creo que frente a la injustica,
la violencia y el dolor que impone una parte de la sociedad siempre
hay otra parte que pelea contra eso, y en mis historias hay un
homenaje a esas personas, que admiro.
Incluye al final
de la novela la figura de un detective, que investiga casos de
memoria histórica, ¿existe esa figura?
No lo sé,
realmente, yo cuando escribo no tengo definida la obra, parto de unos
personajes, o creo otros sobre la marcha, según lo que me pida la
trama, o las relaciones de esos primeros personajes y me dejo llevar,
y el personaje del detective surgió de esa manera, fue la manera en
que pude hacer que mis personajes principales se encontraran…
Durante la escritura del libro tropecé también, por ejemplo, con
los llamados internados del miedo, niños solos que recogieron de la
carretera, y que fueron tratados de una manera inhumana, que yo he
tenido incluso que suavizar…
También habla de
los bebés robados, sobre los que ya ha escrito anteriormente…
Sí, es un tema que
ya apareció en una de mis primera novelas, que ni siquiera he
reeditado, porque eran novelas a las que les faltaba desarrollo… Yo
empecé a escribir muy tarde, sin preparación, con una escritura de
andar por casa, diría. Voy aprendiendo con cada novela, no me
importa desechar cosas que leo y me parecen horribles. Y me apasiona
escribir, a veces por las noches me desvelo y pienso en mis
personajes, es como que vivo a través de ellos otras vidas. Luego
igual al día siguiente empiezo a escribir y no sucede nada de lo que
había pensado para ellos, pero eso me gusta, me dejo llevar, me
cuesta mucho más empezar las novelas que acabarlas.
¿Y ahora tiene
alguna obra en marcha?
Hay quienes me dicen
que cambie de tema, pero la inmensa mayoría me anima a seguir por
aquí. Hay historias relacionadas que se me cruzan o me llaman, y
aunque para mí actualmente escribir es una necesidad, por otra
parte también intento no desprenderme todavía de los personajes de
la última novela, disfrutar todavía de ellos, con las
presentaciones, los clubs de lectura… Pero sí, creo que seguiré
con el tema de la memoria histórica “hasta que se nos seque la
boca”, como dice Nieves Conscontrina.
Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios Grupo Noticias) 21/12/24
“¡Arriba Heráclito, abajo
Parménides!”, leo en la puerta del baño de la cafetería que hay
frente al instituto de mi hija. ¡Hay que ver qué juventud, tan
procaz y maleducada! Porque supongo que la frasecita la ha escrito
alguno de los alumnos, durante el recreo, en lugar de pintarrajear la
puerta con el
“Tonto el que lo lea” de toda la vida o el clásico “Caga
bien, caga contento, pero caga dentro” (o su variante inclusiva
“Caga bien, caga contenta, pero caga dentra”).
Fuera bromas, lo cierto es que
la filosófica reivindicación me provoca un brote de antiedadismo a
la inversa. Me emociona que haya alguien, un chaval de quince años,
que al hacer esa pintada haya adornado su humorismo con ese ribete
intelectual y heterodoxo. Y mientras voy camino de la reunión con la
tutora de mi hija imagino que al entrar al instituto me toparé con
jóvenes vestidos con camisetas con el rostro de Simone de Beauvoir o
de Diógenes de Sinope, o con grupitos debatiendo acaloradamente
sobre la naturaleza del alma humana, incluso con alguna violenta
pelea de gallos entre partidarios de Góngora y de Quevedo.
Pero me he flipado un poco y,
una vez dentro, lo más que llego a encontrarme es a una muchacha con
una sudadera de Tupac y un mural que no sé si es una reproducción
de un cuadro de Basquiat o una pared vandalizada por grafiteros
egomaniacos.
No obstante, mientras espero a
la profesora suena el timbre de salida. Y, de repente, por las
escaleras veo emerger una ola negra de adolescentes, un tsunami de
mochilas y acné, un ciclón de berridos y risas, un huracán que
arrastra un olor espeso a hormonas en flor, a zapatillas sudadas y
sobaco, una marea imparable que me arrastra, pasa por encima de mí,
me sumerge a las profundidades de la nada más absoluta, me torna
insignificante e invisible…
Allá van, con sus tormentas
interiores y sus carcajadas soleadas, con el cadáver del niño o la
niña inocentes que fueron todavía caliente dentro de sí mismos,
con el instinto carnívoro de quienes temen y quieren devorar al
mismo tiempo la vida.
Allá van, los veo pasar a mi
lado, son una masa informe que dentro de unos años, dentro de nada,
se hará jirones, se definirá en mujeres y hombres que tendrán
hijos, fabricarán o inventarán cosas, publicarán libros o discos,
irán a la cárcel, se divorciarán, practicarán sexo fluido,
destruirán el heteropatriarcado y el turbocapitalismo, se
convertirán en adictos a algo, tendrán depresiones y carcinomas,
militarán en sindicatos o en oenegés, se caerán y se levantarán,
morirán jóvenes en accidentes de tráfico o atragantados por un
hueso de aceituna con ciento veinticinco años, serán, en fin, por
todo ello y a pesar también de todo ello, en general mejores que
nosotros y conseguirán que la vida siga, que todo fluya y nada
permanezca.
Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios Grupo Noticias) 07/12/24
Me
gusta cuando al final de los programas de radio ponen una canción y
consiguen que esta termine justo un segundo antes de que suene la
señal horaria. Me gusta leer primero la última línea de las
novelas. Me gusta cuando en la ducha subes un poquito más la
temperatura del agua caliente. Y cuando te despiertas en mitad de la
noche y ves que todavía quedan algunas horas para dormir. Me gusta
pintar los dientes de la gente con un rotulador negro en las fotos de
las revistas, es como una especie de photoshop o meme prehistórico.
Me
gusta −soy
un raro−
la
fruta escarchada del roscón de reyes. Y me gusta que a la mayoría
de la gente no le guste porque así puedo comerme la que dejan
orillada en sus platos (por cierto, quienes no se comen la fruta
escarchada del roscón de reyes y sacan la figurita deberían
devolverla, porque en realidad no han comido un auténtico roscón de
reyes sino un sucedáneo). Me gusta el olor de la gasolina. Y el de
los libros nuevos (aunque a veces huelan como a basura; lo malo es
cuando el olor es una advertencia y los libros son en realidad una
basura). Me gusta el sonido de la impresora cuando la enciendes, es
como un robot desperezándose. Y el de un balón de baloncesto
botando contra el suelo, es como el latido de mi corazón cuando
tenía quince años. Me gusta el baloncesto, ese estornudo de la red,
¡zas!, cuando la canasta entra limpia (aunque me gustaba el
baloncesto mucho más antes de que pusieran la línea de tres y las
canchas se llenaran de francotiradores).
Me
gusta ponerme ropa que hace tiempo que no he usado y encontrarme en
los bolsillos un ticket de la compra antiguo o la entrada de un
concierto en el que no recordaba que había estado.
Siempre llevo los bolsillos llenos de papelitos. Me gusta que mi ropa
sea una máquina del tiempo.
Me
gusta ese puntito de la primera cerveza o de un vermú, un mediodía
soleado. Me gustan esos tres segundos del propofol atravesando la
vena, en las colonoscopias. Me gusta la primera vez que orino después
de la tercera o cuarta caña. Y ese escalofrío, ese repelús que a
veces sacude el cuerpo al hacerlo (podríamos llamarlo “repegús”).
Me
gustan los chistes malos que hacen gracia de lo malos que son. Y usar
expresiones desactualizadas, por ejemplo “efectivigüonder” o
“yavestruz” (me parecen mucho más ridículas otras en boga como
“¿sabes cómo te digo?” o “aburrido −o cualquier otro
adjetivo− no, lo siguiente”).
Me
gusta esa sensación pletórica, cuando acabo de escribir algunos
artículos, pero no me gusta tener que acabar ya este. Me gustan lo
gatos, la comida cuando la cocinan otros, el viento golpeando en la
persiana, los pantalones pitillo… Me gustan −como a todo el
mundo− tantas cosas…