«Amábamos y odiábamos a partes iguales aquel Gran Bilbao Gris»
“!Bilbao, mierda, rocanrol!”, rezaba el estribillo de una de las canciones de M.C.D. el grupo de punk-rock del que fue fundador en los 80. Quizás rezar no sea la palabra más adecuada para un grupo como aquel, pero en todo caso ese estribillo podría ser un buen resumen de la trayectoria de este músico y artista gráfico del bilbaíno barrio de Irala y un buen título alternativo para «Make Bilbao GrAI Again», el libro de fotografías en el que con la ayuda de la Inteligencia artificial (IA), Niko Vázquez recrea y reivindica el Bilbao industrial, sucio, violento pero a la vez genuino y solidario de décadas pasadas.
El diseño gráfico ha estado presente siempre en su trayectoria, a la par que la música, pero ¿cuándo y cómo llega a la IA?
En enero 2022 empecé a indagar con openAI . Era muy deficiente pero prometedora. Con la irrupción de DallE, Midjourney y otros, las imágenes generadas pasaron a mejorar rápidamente. Me sorprendió la habilidad con la que un algoritmo, con una petición de texto con lenguaje natural, fuese capaz de generar una imagen visual sorprendente y a veces aceptable, en segundos. Eso fue un bombazo, me abrió de repente todo un campo de posibilidades gráficas, muy difíciles o imposibles de realizar para mí hasta el momento.
La Inteligencia Artificial aplicada al arte genera recelos y polémicas, pero ¿se reduce a eso, a dictarle a una máquina que haga el trabajo o en realidad es una herramienta más?
Es una herramienta que tiene sus complejidades y que evoluciona muy rápido casi día a día. A los “junkies” del grafismo como yo nos ahorra recursos y tiempo; nos va a permitir llevar a cabo proyectos que están en un cajón y para los que como es mi caso (mi Mac es de 2013) sin infraestructura apropiada antes eran literalmente imposibles. Supone en cierto modo una democratización visual al alcance hasta ahora solo de los grandes estudios.
¿Se podría, en ese sentido, hacer un paralelismo con la música, con el punk y el háztelo tú mismo?
Como sucedió con la invención del PC, los chips o la web, la IA supone un cambio de paradigma. Si entonces nos indujo a pensar que íbamos a democratizar el conocimiento universal, la cultura o la información, ahora poco a poco vemos que no, que también ese control se desplaza sin pausa y muy rápido a los mismos grupos de poder. Pero aun está explosionando, poniendo todo patas arriba en todos los ámbitos, así que aprovechemos este “momentum” increíble para intentar cosas increíbles.
«La IA es capaz de provocar emoción, traer recuerdos y disparar la imaginación»
En su caso se ha centrado en recuperar con imágenes el Bilbao de los 80, los astilleros y altos hornos, el chabolismo, el paro, la conflictividad social…
«Make Bilbao GrAI Again» me ha supuesto una enorme sorpresa totalmente inesperada ya que casi todo lo que subo desde hace décadas a las redes son majaradas personales en las que pretendo reescribir irónicamente historias que en mi mente «han sucedido así» y que a la gente les suele provocar la risa o enfado. Sin embargo, en este proyecto inicial mi objetivo fue experimentar con la IA, ver hasta dónde podía llegar y hacerme un álbum personal de ese Bilbao de mi infancia y juventud, en color, no depender ya de esas copias malas de fotos pixeladas en blanco y negro que encuentras por Google. Viniendo del barrio obrero de Irala (ahora en las postales vendido como el barrio inglés de Bilbao), y no de Neguri, seleccioné temas que viví. Y resulta que unas herramientas IA del 2023, con todos sus fallos y críticas, fundadas o no, es capaz de provocar emoción, traer recuerdos y disparar la imaginación.
¿Está, por tanto, entre aquellos a los que aquel Bilbao gris, industrial, feo en cierto modo, le parecía mucho más bonito y más vivo que el actual, más parecido a una postal?
Lógico, porque tenía 40 años menos. Salíamos del franquismo pero nos metimos de cabeza en el post… Como jóvenes punks nihilistas y muchos en paro, clamábamos que «no teníamos futuro» pero sí, lo pasamos bien, no pensamos en llegar a viejos sino aprovechar nuestro día a día. Ese Gran Bilbao Gris sucio, violento pero solidario, altamente politizado, de barro, sirimiri y contaminado lo amábamos y odiábamos a partes iguales, pagando un alto precio, claro. En definitiva no es nostalgia, por ejemplo, MCD lo dejé en 2003, sino una reivindicación para que nuestro Bilbao, el de las laderas, no se convierta en otro cliché, que somos ciudadanos, no edificios fálicos ni containers de puerto apilados con letras en color fucsia. No deseo un Bilbao alienado, como cualquier otra ciudad del mundo arrasada: turismo denigrante masivo, “basque” cosmopaletos, más cemento, sin respeto por la ecología, con usurpación y monetización privada del espacio público… Lo habitual en cualquier agenda «sostenible y ecológica» gubernamental.
Ese Bilbao y esa época que
retrata fue intensa, paro, violencia política, heroína, pero a la
vez los jóvenes la vivieron a tumba abierta -a veces literalmente-,
¿está de acuerdo con quienes dicen que había más libertad que
ahora o que al menos se vivía de un modo más bestia o salvaje?
Libertad creo que no había ninguna, lo que había era mucho miedo y represión y el enemigo también sentía miedo. Estaba un poco más repartido que ahora. Así que no le quedaba otra que ir soltando algo de cuerda para evitar daños colaterales porque la presión en la calle sí era realmente mayor. El extremo de la cuerda sigue en las mismas manos de los herederos sin tener que recurrir a medidas digamos más violentas.
«Somos ciudadanos, no edificios fálicos ni containers de puerto apilados con letras en color fucsia»
Usted fue parte activa de aquella época, ¿cómo lo vivió, qué recuerdos tiene y qué queda de todo eso, sigue siendo punk, en cierto modo?
Es parte de mi vida así que procuro seguir formándome como persona, saltándome etapas de esa «rueda social» que supuestamente por edad tengo obligación de cubrir. En el grupo de natación, donde soy el aitite, me tienen como «el punk», pero siempre miro hacia adelante, improvisando, intentando no convertirme en una parodia cebolleta de mí mismo. Ya que sé que no puedo salirme del sistema, así que prefiero ser eterno aspirante a convertirme en un pequeño virus dentro de él.
PERSONAL
El que fuera bajista y fundador de MCD forma parte de una de las sagas del punk vasco. Sus hermanas Lupe y Loles crearon a su vez Las Vulpes. Niko, que ha pasado también por grupos como Cancer Moon o Motorsex (todavía en activo), ha diseñado también portadas de grupos como Eskorbuto, La Polla o Parabellum. En su formación como artista gráfico pasó una temporada en Londres, becado en el mismo “College” en el que los Sex Pistols dieron su primer concierto. Con su libro de fotografías «Make Bilbao GrAI Again», publicado por Zorrotz, recupera el Bilbao de los 80 y finales de los 70, que fue también el Bilbao vivo y salvaje de su infancia y juventud
» Aspiro a convertirme en un pequeño virus dentro del sistema»
UNA BATIDORA DE PROYECTOS
La Inteligencia Artificial se ha vuelto adictiva para Niko Vázquez y ya prepara un nuevo libro con imágenes antropomórficas, algunas de las cuales se pueden ver en sus redes sociales (redes que a su vez se convierten en algunas entradas en una impagable hemeroteca del punk vasco). “Aburrido de ser salvaje”, llevará por título el nuevo trabajo, y no será el único: un corto basado en «Make Bilbao GrAI Again» con guión de Kote Camacho (Komiki Films), también está en marcha. Además, Niko, se quita adrenalina ensayando semanalmente con Motorsex. “Con la ayuda del gran Pela sacamos cada dos o tres años años desde el 2005 singles virtuales en formatos anacrónicos para joder a nuestro nulo público y fanes. De vez en cuando también subo a Bandcamp engendros de un proyecto fantasma llamado «OUH!», dónde grabo mi bajo en garageBand y voz al móvil, ruidos con los que como siempre, no tengo absolutamente nada que decir”, confiesa.
PATXI IRURZUN Publicado en Igandea Plus, suplemento de diarios de Grupo Noticias (10/12/23)
El amor fraterno siempre ha sido considerado una amor de segunda división, o ha generado mucha menos literatura y atención si lo comparamos con el materno o paternofilial o con el amor de pareja, acaso porque los primeros hermanos de sangre, nunca mejor dicho, acabaron como acabaron, con uno descalabrando al otro con una quijada de burro, lo cual tampoco me parece nada raro, pues los pobres tenían que estar como putas cabras, si tenemos en cuenta que debían soportar a sus espaldas la responsabilidad de perpetuar la especie humana cuando la única mujer sobre la faz de la tierra es tu madre.
Acaso por ello las relaciones
entre hermanos tienen a menudo un punto de extrañeza. Un hermano es
alguien que podrías haber sido tú mismo, alguien al que han sacado
del mismo molde en otro momento de la cocción, alguien en el que te
reconoces y a la vez es otro, completamente distinto a ti. Por
supuesto, existen hermanos que a lo largo de su vida siguen siendo
uña y carne, muchas veces unidos por una misma vocación o una
pasión común, por ejemplo, Estopa, las hermanas Flamarique o Pixie
y Dixie −bueno,
estos igual no son hermanos porque uno habla en cubano y otro en
mexicano−. Claro
que también hay otros hermanos en la misma situación que acaban
emulando a Caín y Abel y tirándose los trastos a la cabeza, como
Noel y Liam Gallagher, por no hablar del dúo Pimpinela, que tienen
que convivir con el incómodo dilema del incesto, aunque sea solo en
un sentido artístico. Pero, por lo general, los hermanos, tras haber
compartido en la infancia y juventud momentos imborrables, secretos,
cuarto de baño, lazos irrompibles, llega un momento en que separan
sus caminos sin que esto se convierta en algo traumático sino
natural, ley de vida.
La procreación y la
reproducción son, en ese sentido, un misterio y a la vez una obra de
arte, una especie de fábrica capaz de crear ejemplares únicos.
“¿Cómo pueden, siendo hermanos, ser tan distintos entre sí?”,
se preguntan a menudo muchos progenitores al ver a sus criaturas. “Mi
hija me trae siempre muy buenas notas”, me comentaba, por ejemplo,
hace unos días una madre. “Mi hijo, por el contrario trae notas,
sin más, pero todos los días: hoy no ha hecho la tarea, hoy ha
llegado tarde, hoy lo hemos expulsado de clase…”. Y añadía, con
un admirable sentido de la pedagogía: “Pero yo siempre le digo que
él, en lo suyo, también es brillante”.
Y tenía razón, esa madre
había comprendido perfectamente la naturaleza humana y la
singularidad de cada uno de los millones de hermanos que la
componemos. Ahora solo queda que el muchacho reconduzca toda esa
capacidad para desestabilizar y acabe convertido en lateral derecho
del Alavés o líder de la clase trabajadora.
Publicado en «Rubio de bote» colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias), 25/11/23
“¡A los nietos del rocanrol, bienvenidos!”, tuneaba para la ocasión la letra de su canción Miguel Ríos en el concierto del cuarenta aniversario del Rock & Ríos, aquel disco doble que muchos nos aprendimos de memoria a inicios de los 80. Estuve viéndolo hace unos días, en el Navarra Arena. Llegué por los pocos pelos que me quedan.
Venía del estreno de una obra de teatro, Ezkaba, que el grupo Iluna Producciones puso en escena en la abarrotada Casa de Cultura de Artica, en las mismísimas faldas del monte del mismo nombre que dicha obra. En la cima de este se levanta −aunque, en realidad, está hundido en la tierra como un enorme ataúd de piedra− el Fuerte de San Cristóbal, penal franquista del cual el 22 de mayo de 1938 huyeron ochocientos presos, que padecían condena en unas condiciones deplorables. Más de doscientos de ellos fueron abatidos por las laderas de Ezkaba o fusilados los días posteriores. El resto, apresados de nuevo. Solo tres pasaron la frontera, como dice la canción.
Mientras escuchaba a un, a sus 79
años, pletórico Miguel Ríos, me sentía raro, viejo y joven a la
vez, y desubicado, sobrecogido todavía por la interpretación de los
actores de Iluna. Para sacudirme esa extrañeza se me ocurrió hacer
un ejercicio que ya en otras ocasiones he traído a estas páginas:
los seis grados de separación, esa teoría que dice que mediante
solo seis pasos es posible conectar a cualquier persona del mundo con
otra. ¿Sería posible, pues, llegar de ese modo, además de en
coche, desde Ezkaba hasta el Rock & Ríos?
Vamos allá. Uno de los presos que
protagonizan Ezkaba,
la función de Iluna, es un afiliado del sindicato anarquista CNT, en
el que también militaba Federica Montseny,
la que fuera la primera mujer ministra en España y quien durante un
tiempo tuvo como chófer a un muchacho que mantenía una relación
sentimental con la hermana de Sabicas,
el gitano universal de la calle de la Mañueta de Pamplona, uno de
los mayores genios de la guitarra flamenca de todos los tiempos, que
contó entre sus admiradores y discípulos al gran Paco de
Lucía, invitado en cierta
ocasión a una de las entregas del programa “¡Qué
noche la de aquel año!”,
que presentaba… ¡Miguel Ríos!
Y para rematar, como hemos llegado de un extremo a otro en una sola frase, podemos hacer además el camino de vuelta, es decir, desde el Rock & Ríos hasta Ezkaba, ahorrándonos varios de los pasos, pues resultó que uno de los invitados de Miguel Ríos en el Navarra Arena fue El Drogas, quien en el disco de Barricada La tierra está sorda dedica una de las canciones a la fuga del fuerte (22 de mayo, aquella en la que precisamente entona eso de “Solo tres pasaron la frontera”) .
La canción en la que acompañó Enrique Villareal a Miguel Ríos fue, por cierto, Rocanrol bumerang. Y a mí −aunque quizás solo lo entendiera yo− me pareció muy apropiada para la ocasión.
Este miércoles, dentro de la programación del Festival Zinebi, se estrena en Bilbao el documental “Manolo Kabezabolo. Si todavía te kedan dientes es ke no estuviste ahí”, un recorrido por la carrera y la figura del músico zaragozano, un artista peculiar e irrepetible.
Patxi Irurzun
“¿Y usted, qué opina del aborto de la gallina?”. Mientras conducimos hacia Zaragoza para entrevistar a Manuel Méndez, más conocido como Manolo Kabezabolo, y a J, Alberto Andrés Lacasta, el director de “Si todavía te kedan dientes es ke no estuviste ahí”, el recién estrenado documental sobre la carrera de ya casi cuarenta años de este singular e incombustible artista, en el coche suenan las canciones de “Ya hera ora”, aquel primer disco de Kabezabolo, publicado por la discográfica iruindarra Gor en 1995; temas como “El aborto de la gallina”, “Un papel morao” o “Militares subnormales”, que son mucho más que himnos del punk kalimotxero y se han convertido en iconos de una época (los 80 y 90) y en patrimonio de la cultura popular, así como la figura del propio Manolo.
Una figura de la que, sin embargo, a menudo solo se conoce la leyenda o que se reduce al estigma de la enfermedad mental: Manolo Kabezabolo fue o sigue siendo para muchos el punki al que dejaban salir del psiquiátrico los fines de semana a dar conciertos. Este documental viene a romper con todo ello y nos ofrece la dimensión completa del artista aragonés, un músico con una capacidad creativa inagotable, una fe en sí mismo a prueba de bombas y una lucidez a la hora de llevar y mantener su carrera que lo convierten en único.
Las leyendas ya se sabe… La cita es en el bar El Picadillo, en la calle Manifestación de la capital zaragozana, un buen lugar para entrevistar a Manolo Kabezabolo. El primero en llegar es Alberto. Hablamos con él sobre el estreno de su documental, solo unos días antes en Barcelona, y de su buena acogida. Nos cuenta también que Manolo ha bajado a Zaragoza desde el pueblo del Pirineo de Lleida donde vive actualmente para grabar al día siguiente un episodio de “Un país para escucharlo” con Ariel Rot y que está algo nervioso. Manolo llega poco después, puntual, tímido y educado. Los dos se saludan con complicidad. Han sido más de cuatro años trabajando juntos. Cuatro años en los que, además, ha habido momentos difíciles, como la ruptura de Manolo con su última formación, Los que no dan pie con bolo.
Les preguntamos cómo se conocieron. “Yo había visto a Manolo de jovencito, tocando en el Jai-Alai de Huesca”, comienza Alberto. “Me encantaba, el disco del “Ya hera ora” me pareció tremendo y a partir de ahí empecé a seguirlo, a verlo en otros conciertos. Me sabía sus discos, sus letras, sus anécdotas. Cuando le propuse hacer el documental, y él accedió, todos mis esquemas se vinieron abajo, porque empecé a conocer la verdad de Manolo, que no tiene mucho que ver con su leyenda”.
“Las leyendas ya se sabe”, apostilla Manolo, quien también añade que rodar y estrenar el documental ha supuesto para él quitarse un peso de encima y que ha vivido la experiencia “con la emoción de poder contarle al mundo la poca o mucha mierda que llevaba dentro. El resultado ha sido perfecto. Dentro de cuarenta años podemos hacer otro”.
La enfermedad mental En “Manolo Kabezabolo. Si todavía te kedan dientes es ke no estuviste ahí” Manolo efectivamente habla sin tapujos de algunos de los traumas y las contradicciones que lo han convertido en lo que es. Por ejemplo, de la mili (en el documental hay incluso vídeos de su paso por el Ejército), en donde ingresó como “voluntario”, siguiendo la inercia de una familia conservadora, con un padre militar, franquista, y donde tuvo los primeros flirteos serios con la droga y el primer ingreso psiquiátrico. Ese tema, insoslayable, de la enfermedad mental, ha sido tratado con delicadeza en el documental, a través de una de las diversas capas que tiene la película, como son las animaciones de Naiel Ibarrola. “Yo no me veía capacitado para contarlo” confiesa Alberto. “Es algo que lo tenía que contar él y Manolo ha dicho lo que tenía que decir. Nosotros lo que queríamos era trasladar al espectador un estado vivencial que le diera la idea de que la enfermedad mental no es un estigma, pero sí algo que tiene valles, agujeros negros y puntos de mucha vulnerabilidad, momentos de mucha soledad”.
Manolo, por su parte, no elude el tema, pero confiesa que le hemos tocado la fibra al preguntar por sus ingresos psiquiátricos: “Cuando yo he ingresado no es que lo haya buscado, pero ha sido siempre con razonamientos, ha habido varios ingresos que fueron a la fuerza, me llevaron en ambulancia, y otros he consultado a mi alrededor y he visto que tenía que entrar… Ojalá no tuviera que ingresar más, pero acabo de salir de uno hace mes y medio”.
En varias entrevistas Manolo ha declarado que lo que lo mantuvo vivo en cierta época fueron las salidas del hospital para ofrecer conciertos. “Cuando estoy tocando y cuando estoy escribiendo es cuando me siento realmente yo”, nos dice. Y respecto a las drogas, que también ha confesado en alguna ocasión que lo salvaron, nos cuenta que lo que lo salvó a su vez de las drogas fue su tirria por la aguja.
Háztelo tú mismo Hay, de todos modos, una tabla definitiva de salvación en la carrera de Manolo Kabezabolo, a la que siempre se ha aferrado. “Yo siempre he creído en mis canciones”, dice. Y a ellas se ha agarrado con fuerza, tanto cuando ha estado acompañado de un grupo, como cuando ha tocado solo, en su faceta de cantautor punk, esa maravillosa contradicción que lo hizo conocido y que a la vez resume paradójicamente toda la esencia del propio punk, pues es el háztelo tú mismo llevado al extremo. “Cuando empezaba me decía: ya llegará el momento en que me separe de mí mismo y así luego volver a reunirme también conmigo mismo”.
Esa ha sido la tónica de su carrera, períodos con grupos como Los que se van del bolo o La bolobanda, y otros en solitario. Así ha sobrevivido más de treinta años, algo de lo que pocos grupos o artistas pueden presumir: “Soy una especie en peligro de extradición”, remata, con uno de los ingeniosos juegos de palabras que a menudo traslada a sus canciones.
Haciendo el Evaristo El documental es asimismo el testimonio de una época, la de los 80 y los 90 y una forma de hacer las cosas, las maquetas, los fanzines (antes de que Gor publicara “Ya hera ora” Manolo se había hecho conocido por las cintas de casete grabadas de forma casera, que circularon de mano en mano) y de un lugar, Zaragoza, que J. Alberto Andrés Lacasta reivindica como un foco de la escena punk a menudo injustamente olvidado. Ese ambiente se reconstruye con otra de las capas del documental, las imágenes de archivo, muchas de las cuales se han obtenido con la colaboración de seguidores de Manolo, salas de conciertos, gaztetxes, etc. Y así, podemos asistir al primer encuentro o encontronazo de Evaristo con Manolo, cuando este, entre el público, sube a un escenario en un concierto en Zaragoza y arrebata el micrófono al cantante de Agurain. “Fue la primera noche que tenía libre después de un ingreso de ocho meses en el psiquiátrico”, recuerda Kabezabolo. “Mi percepción, claro, era distinta de lo que cuenta Evaristo, pero cuando ves las imágenes dices, ah, pues sí, era él quien tenía razón”.
El documental está trufado de intervenciones de otros músicos o escritores que ensalzan la figura de Manolo Kabezabolo, demostrando su cariño y admiración: Evaristo, Albert Pla, Cristina Morales, Kutxi Romero… El poeta zaragozano Nacho Tajahuerce, también presente en la película, nos cuenta por ejemplo que “las canciones de Manolo nos pueden hacer reír, llorar o indignarnos, sin embargo lo más importante es que sus letras trascienden para ir más allá, rozando en algunos casos la poesía más radical y así decir verdades como puños”.
Manolo lehendakari “Si todavía te kedan dientes es ke no estuviste ahí” (título que en un pasaje de la película se vuelve literal), es, en definitiva, además de un repaso por la discografía del artista (hasta 22 temas se pueden escuchar), un documental que, huyendo intencionadamente del aura de malditismo o hagiografía, nos da la perspectiva más cercana de un hombre y las circunstancias que lo convierten en el artista que todos conocemos, o, tal vez, desconocemos: Manolo Kabezabolo.
Podremos verlo este miércoles, dentro de la programación del festival Zinebi, en Bilbao, ciudad de la que Manolo guarda buenos recuerdos, como la grabación del directo “Inoxidable” de M.C.D., disco en el que cantó el tema “Entre borrachos”, mientras el público lo aclamaba al grito de “Ari, ari, ari, Manolo lehendakari”. Será a las 20:00h en la sala BBK, con entrada libre.
Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias), 11/11/23
En
la novela “Hombres al sol” el escritor palestino Gassan Kanafani
nos cuenta el éxodo y la odisea de tres compatriotas suyos que, en
una huida desesperada de su país en busca de una vida que
les ofrezca un respiro −¡atención, spoiler!−,
encontrarán la muerte asfixiados dentro de la cisterna del camión
en el que intentan atravesar la
frontera hacia Kuwait.
Cada uno de los tres
personajes, a los que se suma el del conductor del vehículo,
representan a una generación de palestinos y los diferentes
padecimientos de su pueblo, desde que Palestina fuera ocupada en
1948. Los tres polizones
han sufrido hambre y miseria, exilio, heridas de guerra y cargan a
sus espaldas con la melancolía y la impotencia de las
naciones
sin estado, sometidas
por la fuerza en su propia tierra.
“Hombres
al sol”, publicada entre nosotros en 1991 por la editorial navarra
Pamiela, con portada e ilustraciones de Pedro Osés, es una de las
obras de referencia de la literatura palestina, una novelita de
apenas cien páginas, con un claro carácter simbólico. La cisterna
en la que los tres protagonistas se ocultan, dentro de la cual la
temperatura resulta mortal de necesidad, representa el infierno en el
que vive desde hace décadas el pueblo palestino, y el trágico final
de los tres hombres, una metáfora que cobra estos días un sentido
literal y sangrante: los polizones morirán asfixiados en esa
ratonera (en la que no nos resulta difícil identificar la Gaza de
hoy en día) como consecuencia de un contratiempo en la aduana que
obliga al conductor a detenerse más tiempo del previsto.
La novela, pues, aunque escrita en 1963, renueva y actualiza su lectura gracias a ese carácter simbólico. En el desgarrador final de la misma, el conductor del camión, atormentado por la muerte de sus compatriotas, se pregunta por qué estos no pidieron auxilio golpeando con sus manos la cisterna. Kanafani lamenta de esa manera la resignación de sus compatriotas. Una reinterpretación actual de ese final nos lleva a cuestionarnos por qué calla hoy la comunidad internacional, por qué nadie escucha el clamor desesperado del pueblo palestino, por qué nadie se precipita sobre el techo del infierno y abre su escotilla, por qué nadie saca de esa cisterna letal a los palestinos de Gaza.
Gassan
Kanafani es uno de los más destacados escritores palestinos, junto
con otros como Mahmoud
Darwish
o,
más recientemente, Adania
Shibli, a quien se le ha
“pospuesto”
la entrega de un premio en la pasada Feria de Frankfort, a cuenta de
su novela “Un detalle
menor”, en la que narra el caso de una joven
violada
y
asesinada por
soldados israelíes
en
1949.
Además
de escritor, el autor de “Hombres al sol” fue fundador y portavoz
del Frente Popular para la Liberación de Palestina. Murió en 1972,
en un atentado en Beirut detrás del cual estaba la mano del Mossad,
los servicios secretos de Israel. Tenía treinta y seis años.