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Club de lectura de verano 2023

Jul 17, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

CLAUS Y LUCAS, de AGOTA KRISTOF

Filosofia.: (Kristof).-Claus Y Lucas.

Claus y Lucas. Lucas y Claus. Desordenando las letras de un nombre se compone el otro, los nombres de los dos gemelos que protagonizan estas tres impresionantes novelas de la escritora húngaro-suiza Agota Kristof. Esos nombres que se confunden deliberadamente −o no−, sin que podamos asegurar con certeza quién es quién, si se trata de dos personajes, de uno solo o, en el fondo, de un trasunto de la propia autora.

Es interesante, por esto último, comenzar hablando de la vida de Agota Kristof. Vida y obra. Así era, después de todo, cómo aprendíamos la literatura en la escuela, no sin su parte de razón, pues casi siempre la peripecia vital de los escritores tiene su reflejo, su prolongación o su catarsis en sus libros y en los personajes de los mismos. Aunque también es cierto que, por el contrario, en otras ocasiones es conveniente diferenciar y no juzgar una cosa por la otra: denostar, por ejemplo, una cumbre de la literatura universal como Viaje al fin de la noche a causa de los devaneos filonazis de Céline o buena parte de las novelas de Mario Vargas Llosa pensando en su ideario político o sus enamoramientos de la pichula. Pero ya nos ocuparemos de ello en su momento, volvamos ahora con Agota Kristof.

Vida y obra

La escritora húngara (Csikvánd,1935) huyó cuando tenía veintiún años de su país y del régimen totalitario bajo el cual transcurrió su adolescencia. Lo hizo a pie, junto a su marido, atravesando montañas nevadas con un bebé de cuatro meses en brazos, para instalarse en Neuchâtel (Suiza). Allí trabajaría durante cinco años en una fábrica de relojes (suponemos que tratándose de Suiza la otra opción habría sido hacerlo en una de chocolate), una experiencia que describió como traumática −hasta tal punto que llegó a asegurar que habría sido mejor pasar dos años en un gulag soviético− y de la que, no obstante, se resarció escribiendo una novela titulada Ayer, protagonizada, casualmente, por un exiliado que trabaja en una alienante fábrica de relojes y que convive con una mujer a la que no ama. Kristof, de hecho, terminaría divorciándose de su marido al cabo de esos cinco annus horribilis como operaria e iniciando su carrera como escritora, en francés, una lengua que nunca llegó a dominar por completo, tal y como ella misma confesó, lo cual paradójicamente forjó su singular estilo literario.

La escritora nos cuenta todo esto en una brevísima biografía titulada La analfabeta, que es, además, un complemento casi imprescindible para la lectura de Claus y Lucas, pues con ella conseguimos trenzar varios de los hilos que quedan sueltos en las tres novelas que componen la lectura que hoy nos ocupa. En lo que se refiere al idioma y al estilo, las carencias de la autora determinan una escritura sencilla, compuesta por medio de frases cortas, numerosos diálogos y una sintaxis básica, como un esqueleto o un andamio sobre el que se sostiene con firmeza una obra a la que, además, tiene la habilidad de dotar de la voz de dos niños, los dos gemelos que la protagonizan, cuya personalidad inquietante, rayana en la insensibilidad, acaba destilando un tono frío y despersonalizado que, a pesar de ello, resulta adictivo.

Agota Kristof. Una vida sin adjetivos | EL PAÍS Semanal | EL PAÍS

Kristof, por lo demás, no es la única escritora que encuentra su voz en una lengua que no es la materna. El irlandés Samuel Beckett escribió Esperando a Godot en francés; o el ruso Nabokov Lolita en inglés (aunque en realidad este último supo escribir y leer antes en esta lengua que en la suya propia). Agota Kristof, por el contrario, aprendió su idioma literario siendo adulta, y si traemos aquí a colación esta circunstancia es porque Claus y Lucas nos habla, entre otras cosas, de ello, del conflicto o la bipolaridad que surge entre todo lo que la autora tiene que dejar a sus espaldas al emigrar −su país, su familia, su lengua y su cultura− y la nueva identidad que debe construir.

Claus y Lucas, Lucas y Claus

No existe, en realidad, una obra con ese nombre, Claus y Lucas, este es el título bajo el que se agrupan en su edición en español las tres novelas protagonizadas por los dos gemelos: El gran cuaderno, La prueba y La tercera mentira. La primera de ellas, El gran cuaderno, es seguramente la más conocida y en sí misma una obra literaria autónoma y suficiente −o sobresaliente− para convertir a la autora en una de las grandes escritoras de la literatura europea. Las otras dos, por el contrario, exigen o precipitan la lectura de todo el pack.

A lo largo de las páginas de El gran cuaderno en ningún momento es posible desgajar a un gemelo del otro: hablan en plural, van juntos a todos los sitios, llevan a cabo en comandita sus ejercicios de crueldad, inmovilidad o silencio (algunos de los cuales la autora revela en La analfabeta que ella misma practicó siendo niña, durante sus años en un internado). La individualidad de los gemelos está anulada y Claus y Lucas, Lucas y Claus son un único personaje, sobre el que el lector arroja la sospecha de una esquizofrenia latente o la invención de un amigo o hermano imaginario que venga a suplir una pérdida traumática… La novela, en la que se suceden episodios perturbadores de tortura, abusos sexuales, autolesiones…, nos narra la historia de los dos niños, abandonados a su suerte junto a una abuela despegada y despiadada, todo ello en un escenario histórico impreciso y atemporal de totalitarismo y guerra en el que los gemelos deben aprender a sobrevivir estableciendo sus propias y rígidas leyes, entre las cuales también están las de la escritura, pues van anotando sus progresos en un cuaderno, escrito en primera persona (del plural) y con brevísimos episodios que son los que nosotros leemos al tiempo horrorizados e hipnotizados. “Debemos escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos”, sentencian los gemelos en su cuaderno, y se imponen a sí mismos la norma de evitar hacer juicios o utilizar palabras que definan sentimientos. El registro literario resulta, en consecuencia, aséptico y de una gelidez pavorosa, pero a la vez consigue, extrañamente, reducir la sordidez y el tono macabro. Agota Kristof da, en definitiva, con una fórmula literaria mágica.

Koaderno handia - Agota Kristof - txalaparta.eus

En medio de tanta crueldad, no obstante, se deslizan también momentos de empatía, pues los gemelos endurecen sus almas hasta insensibilizarlas, pero también recubriéndolas con la armadura de una moral propia de acuerdo con la cual se sienten obligados a socorrer a quienes son más débiles que ellos y sufren abusos, como su vecina Cara de Liebre (también es cierto que, con esa explosiva mezcla de compasión e indolencia, finalmente le rebanarán el cuello y quemarán su cuerpo sin inmutarse, cuando Cara de Liebre les pide que acaben con su sufrimiento).

Una madeja enmarañada

En la segunda entrega de la trilogía, La prueba, los gemelos se separan y se convierten en adultos: Claus cruza la frontera y Lucas continúa viviendo bajo los rigores de un régimen totalitario. Kristof, de hecho, abandona ahora la primera persona y recurre a un narrador omnisciente −es decir, un Gran Hermano− aunque manteniendo siempre el tono perturbador y despersonalizado. Pese a ello, es en esta parte de la narración donde nos encontramos, como un diamante brillando entre el lodo, con seguramente su pasaje más emocionante, el que nos describe la trágica relación de amor paterno-filial entre Lucas y el hijo de una de sus amantes, que reconoce como propio.

La prueba, por otra parte,funciona también como una transición hacia la tercera novela, titulada La tercera mentira, en la que los gemelos se reencuentran y sus personalidades vuelven a confundirse, en una madeja en la que no sabemos a ciencia cierta si se resuelven o se enredan los hilos que han quedado sueltos a lo largo de la trama. El recuerdo personal que tengo al respecto es que en el momento físico de la lectura las piezas del puzle encajaban, pero apenas levantaba la vista del libro, una vez terminado el mismo, todo volvía a desordenarse. Me resulta complicado saber si esa fue la intención de la autora, escribir sobre los imprecisos y confusos límites de la identidad, sobre cómo componen la suya o se acumula caóticamente todo lo que perdió o dejó atrás a lo largo de su vida y lo que tuvo que aprender y completar −una nueva lengua, un nuevo mundo y una nueva manera de expresarlo−, es decir, si la imposibilidad de distinguir a Lucas y a Claus, a Claus y a Lucas es magistralmente premeditada, o si las dos novelas que siguen a El gran cuaderno son solo un error involuntariamente genial, una pifia monumental, un laberinto endiablado del que Agota Kristof no supo salir y en el que nos obliga a acompañarla, siguiendo la inercia inevitable de El gran cuaderno y disfrutando en el extravío de una experiencia literaria única e inquietante, que ningún lector que aún mantenga cierta capacidad de asombro debería perderse.

Club de lectura de verano 2023

Jul 10, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

TRILOGÍA SUCIA DE LA HABANA, de Pedro Juan Gutiérrez

A Pedro Juan me lo llevé a Manila en 2002. Me refiero a su libro, claro, él estaría por entonces en su azotea de Centro Habana a lo suyo, el ron, la literatura, las mulatas y la supervivencia, sin tener ni idea de que yo existía. Lo que no podía ni imaginarme era que apenas un par de años después me encontraría pateando las calles que el escritor frecuentaba y mencionaba en sus obras, San Lázaro, Campanario, Industria, y buscando su cabeza pelona entre los transeúntes, para, en el caso de que Pedro Juan se me apareciera, invitarlo a un trago o solicitarle una entrevista.

El olor de La Habana auténtica

A veces los libros nos dan señales, funcionan como pitonisos, nos echan las cartas, dibujan para nosotros los mapas de los lugares que aún no sabemos que un día recorreremos.

Foto: Patxi Irurzun

En aquel año, 2002, yo había ganado un certamen literario que convocaba El País y cuyo premio consistía en seis mil euros que había que gastar −esa era la única condición− en un solo viaje. Me fui al basurero de Payatas, en Manila, donde viven ochenta mil personas y trabajan, en turnos de día y noche, diez mil. En mi maleta llevaba la Trilogía sucia de La Habana, cuyos relatos solía leer hipnotizado cuando regresábamos a la casita en la que nos alojábamos, a pesar de que el hedor que aquellas páginas de Pedro Juan exhalaban −el de los retretes comunitarios y desbordados, el de la sangre fresca de las cuchilladas, el olor intenso de la transpiración y los humores sexuales flotando en el aire denso de La Habana hambrienta y sin jabón del período especial− no sirviera precisamente para quitarme de encima aquel otro que yo traía del vertedero de Payatas pegado a la piel.

Lo que olí, viví y sentí en Payatas sería largo de contar, y además ya lo hice en un libro, Atrapados en el paraíso; pero, por resumir: Atrapados en el paraíso ganó algún que otro premio y me convirtió durante algún tiempo en un escritor de viajes, gracias a más premios y carambolas literarias, en una de las cuales me encargaron redactar una guía turística de… ¡La Habana!

Un libro de extranjis

De modo que allá estaba de nuevo. Aunque esta vez sin Pedro Juan guiándome. Durante mis caminatas por las calles de la capital cubana, Ánimas, Obispo, Trocadero, nunca me topé con el escritor, seguramente porque en el fondo nunca dejé de ser un paracaidista, un intruso que jamás llegó a atravesar la piel de la ciudad. Nunca vi, por ejemplo, a los pajilleros que se masturbaban en el malecón y en los cuentos de la Trilogía sucia de La Habana, mientras las parejas templaban en lo oscuro; o nunca subí las escaleras de un solar como aquel en el que vivía Pedro Juan, con sus habitaciones hacinadas y su trasiego de personajes desquiciados y lúbricos…

Foto: Patxi Irurzun

En realidad, lo más cerca que estuve del escritor fue el día que un jinetero se me acercó en la Plaza de Armas con una bolso lleno de libros y yo le pregunté, sin mucha esperanza, si tenía algún pedrojuán. Para mi sorpresa, el tipo rebuscó entre su material y me mostró un ejemplar de Animal tropical, publicado en 2002 por la editorial habanera Letras Cubanas. Para entonces Pedro Juan Gutiérrez ya era conocido en Europa, donde su trilogía se había convertido en un fenómeno editorial, el Bukowski caribeño (hay bukowskis africanos, bostonianas, murcianos… como luego veremos); en Cuba, sin embargo, sus obras, que retrataban sin concesiones ni tapujos la realidad de la isla, eran silenciadas o circulaban en ejemplares de pequeñas tiradas como la que el jinetero me ofrecía, la cual, añadió, se editaba solo para que nadie pudiera acusar al régimen castrista de atentar contra la libertad de expresión.

Por supuesto, compré aquella joya, a precio de baratija; tal vez lo fuera, no lo sé, no tengo en realidad ni idea del valor que tiene, yo en todo caso lo guardo como oro en paño en mi biblioteca, en cuyas estanterías acompaña a El rey de La Habana o al libro que hoy comentamos, Trilogía sucia de La Habana, que en realidad es una compilación de tres libros de relatos: Anclado en tierra de nadie, Nada que hacer y Sabor a mí, narrados por un personaje llamado Pedro Juan (excepto algunos de los cuentos de la tercera de las colecciones, curiosamente la titulada Sabor a mí).

El Museo de la Revolución y las azoteas

Pedro Juan, o el alter ego de Pedro Juan llamado Pedro Juan, narra a un ritmo frenético y desinhibido, con un lenguaje desnudo y sudoroso, su día a día: nos lo encontramos oliéndose excitado sus propias axilas en su cuarto de un rascacielos destartalado de Centro Habana, al que los ciclones deshacen como arena entre sus manos las paredes; o “resolviendo”, o sea, buscándose la vida, recogiendo por ejemplo latas de conserva de la basura, que lava y vende después a quienes compran bolas de helado en la calle pero no tienen dónde colocarlas; bebiendo ron con Superman, un viejo actor erótico que en su época más fecunda eyaculaba litros de esperma sobre el público, sin ni siquiera tocarse la pinga, sólo con mirar a una pareja que le ponían entre bambalinas haciendo el amor; nos lo encontramos, a Pedro Juan, haciendo él mismo el amor, muchas veces y muy seguidas y con muchas mujeres; o visitando a las santeras, hablando con las prostitutas, emborrachándose con homosexuales y otros proscritos… trazando en definitiva, un fresco hiperrealista de La Habana de mediados de los noventa, la que si uno no tenía una venda en los ojos también podía ver desde las ventanas del Museo de la Revolución, en las azoteas en las que los turistas estupraban jineteras, los vecinos de otras azoteas arrojaban envueltas en el Gramma sus propias heces porque les habían cortado el agua o los más afortunados alimentaban con mondas de patatas un cerdo con las costillas afiladas como cuchillos, como un cristo en la cruz.

Foto: Patxi Irurzun

Oficio: revolcador de mierda

Pedro Juan nos lo muestra todo, ya no quiere callarse, ya se ha callado demasiado tiempo o ha escrito lo que otros querían que escribiera −durante años trabajó como periodista bajo una férrea censura−, no, ahora solo quiere contarnos la realidad, sirviéndose para ello del recurso de la literatura o la ficción. “Tomas la realidad tal como está en la calle. La agarras con las dos manos y, si tienes fuerza, la levantas y la dejas caer sobre la página en blanco. Y ya. Es fácil. Sin retoques (…) Ese es mi oficio: revolcador de mierda (…) Y no es que busque algo entre la mierda. Generalmente no encuentro nada. No puedo decirles: Oh, miren, encontré un diamante entre la mierda…”, escribe en uno de sus relatos. Pero miente, por pura modestia. El realismo sucio de Pedro Juan trae consigo también entre todas esas líneas emborronadas de ron y roña, entre todas esas páginas de sexo animal y cruda escatología, hondas reflexiones sobre la condición humana o violentos empujones al lector que lo obligan a mirar al abismo de su alma.

Es ese realismo sucio, precisamente, pero también esas cuchilladas existencialistas hasta las cachas, lo que ha emparentado a menudo a Gutiérrez con Bukowski, empezando por su propia editorial, Anagrama, que cita al escritor californiano en la contraportada de la trilogía, abundando en un recurso promocional y de la crítica literaria, que encuentra bukowskis en todos aquellos autores que escriban sin pudor sobre beber, follar o que utilicen las palabra “joder” o “puto” más de tres veces. Y así, es un bukowski africano Mohamed Chukri, o se convierte en heredera del viejo indecente la estadounidense Otessa Moshfegh, por no hablar de que se ha calificado como bukowskismo murciano la obra del autor cartagenero Luis Sánchez Martín.

Foto: Patxi Irurzun

Un trago con Pedro Juan

Al bukowski tropical, por lo demás, acabaría finalmente cruzándomelo años después, pero no en La Habana, sino en internet, a cuenta de algunos poemas suyos que publiqué en mi fanzine digital Borraska y que él me cedió amablemente en un email escrito en un tono cordial y pausado que no tenía mucho que ver con el Pedro Juan de sangre caliente de sus cuentos; aquel Pedro Juan al que, en el fondo, tampoco estoy tan seguro de que me hubiera atrevido a invitar a un trago de ron si me lo hubiera topado en alguna de las esquinas de aquellas calles de Centro Habana de nombres hermosos y terribles, Dragones, Cuchillo, Zanja…

CLUB DE LECTURA DE VERANO 2023

Jul 2, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

PUNKI, de Juarma…

Foto; Vanessa Beltrán

En una de las obras del escritor y dibujante Juarma, Abrázame hasta que esta vida deje de dar puto asco, una recopilación de sus antológicas viñetas, se lee “Se vienen cositas…” y bajo esa frase aparece la imagen de la muerte con una guadaña al hombro. Un pildorazo de cruda y fatal realidad que Juarma consigue que no se nos atraviese en la garganta haciéndonoslo pasar con el trago del humor negro. El dibujo podría ser además un buen resumen de lo que vamos a encontrarnos si nos acercamos a la literatura o a la obra gráfica de este talentoso escritor y dibujante granadino: punk, existencialismo y muchas sonrisas dibujadas en el rostro del lector a navaja o con la punta afilada de un rotring.

Trainspotting “granaíno”
Juan Manuel López, Juarma, nació en 1981 en Deifontes, una pequeña localidad de los Montes Orientales de Andalucía. Hasta hace apenas dos años era conocido sobre todo por sus dibujos e historietas, que publicaba en revistas como El Jueves, el TMEO o en los fanzines que él mismo se encargaba de fotocopiar y enviar por correo (algo que todavía sigue haciendo), pero en 2021 su primera novela, Al final siempre ganan los monstruos que la escritora Cristina Morales describió en una “bragafaja” promocional como “Trainspotting en un pueblo de Graná”− se convirtió en todo un fenómeno literario tras ser publicada por la editorial Blackie Books (aunque en realidad la novela apareció antes en una edición de otra pequeña editorial llamada Camping Motel Ediciones, con una tirada limitada que se agotó rápidamente).

Al final siempre ganan los monstruos era una afinada y a la vez desgarrada novela coral −algo así como si Iosu y Jualma de Eskorbuto resucitarán para grabar un concierto con la Orquesta Sinfónica de Andalucía −que transcurría en Villa de la Fuente, un trasunto del Deifontes natal del autor en el que el “no future” es la marca de nacimiento para buena parte de los jóvenes de este pueblo imaginario que dibuja una tan real como desoladora estampa del mundo rural contemporáneo. En Villa de la Fuente, como en tantas otras pequeñas localidades de España, no hay trabajo, ni oportunidades, todos los caminos está cerrados, pero la cocaína entra a mansalva, y en ella, y en el trapicheo, la pequeña delincuencia, el alcohol, la violencia… encuentran consuelo para su desesperanza los chavales y perpetúan su autodestrucción los treintañeros.

Blackie Books

A ritmo de Eskorbuto y Piperrak

Punki es la siguiente pieza del puzle que Juarma está componiendo con el mapa de este territorio mítico, en un ambicioso proyecto que tendrá media docena de entregas y que lleva camino de convertirse en un hito literario, una especie de domésticos y contemporáneos Episodios nacionales. Si la primera de esas entregas era, como decíamos, una novela coral, en esta ocasión el autor fija su mirada en uno de los protagonistas, Álex, al que vemos en dos planos: uno, en su primera juventud, cuando el punk y los primeros coqueteos con la farlopa se convierten en un refugio para sus problemas familiares y amorosos; y otro en el que lo encontramos siendo ya un adulto a la deriva, luchando contra la adicción, el divorcio y contra sus demonios interiores y los fantasmas de su pasado. La intención confesa de Juarma es entregarnos una cinta de casete, con su cara A y su cara B. Y lo cierto es que en ambas resuenan auténticos trallazos, una voz literaria rabiosa y pegadiza que no podemos dejar de escuchar porque toda la tragedia personal del personaje se nos cuenta a la vez con un registro en el que no faltan el humor y la ternura. En Punki hay, sí, muchas lonchas de cocaína, mucho cubata de discoteca de pueblo, hay peleas, sale −hablando de violencia, en este caso acústica−, hasta Melendi… pero en realidad todo ello forma parte de un atrezzo hiperrealista para traer al frente una historia de amor, de incomunicación, de extrañeza, de una sensibilidad echada por tierra por la brutalidad de las circunstancias y de esa vida que da puto asco y frente a la cual todos necesitamos ser abrazados.

Por lo demás, emociona imaginar que probablemente esta novela Juarma comenzó a escribirla, tal vez sin saberlo todavía, cuando era solo un chaval que bebía litronas con otros como él en el banco de un parque de Deifontes mientras escuchaban a Eskorbuto, Piperrak y otros grupos de punk kalimotxero y la gente decente pasaba a su lado y murmuraba qué pena de muchachos o vaticinaba que ninguno de ellos llegaría nunca a hacer nada de provecho.

…y SOLO QUERÍA BAILAR de Greta García

Foto: José Toro

Álex, el protagonista de Punki, y Pili, la narradora de Solo quería bailar, la novela que comentaremos a continuación, podrían perfectamente haberse encontrado en alguno de sus rules por cárceles, centros de desintoxicación, pueblos y escenarios de mala muerte de Andalucía. Y tal vez habrían cruzado una mirada de complicidad o compasión, pues lo que ambos padecen o lo que condena a ambos a una vida perra y violenta es la falta de amor o la incapacidad o la falta de habilidades y de oportunidades para obtenerlo o recibirlo. Las dos son además novelas rabiosas, pirómanas, pero sofocadas por la ternura y el humor.

Las tres aspiraciones de Pili

En el caso de Solo quería bailar, su autora, Greta García (Sevilla, 1992) afila este último componente, el humor, para contar otra historia tremenda, otra tragedia, la de una bailarina encarcelada tras haber cometido algún tipo de atrocidad que no se desvela, ni lo haremos nosotros, hasta el final de la obra. Un humor que se torna descacharrante, una especie de lubricante contra una vida que da por culo, y perdón por la expresión, pero es por mantenernos a tono con la novela, en la que la escatología y las referencias a la cavidad anal son recurrentes. Solo quería bailar, de hecho, se abre con una escena en la que la protagonista acude a la enfermería de la prisión en que cumple condena porque no puede extraer de su cuerpo un cepillo de dientes con el que ha estado hurgando en su retaguardia; o en uno de los pasajes del libro podemos leer: “En mi vida he tenío tres grandes aspiraciones: ser bailarina, matar a gente y tener un ano enorme donde metérmelo to”

Quizás eso, el humor, sea uno de los mayores logros de la novela, de la que se ha destacado también su oralidad, el hecho de escribir como se habla −en este caso en Sevilla− burlando para ello convenciones ortográficas, utilizando vocabulario local… Algo que sin ser nuevo (lo podemos encontrar en otras novelas recientes, como Panza de burro, de Andrea Abreu, que también reseñamos en este club de lectura, o en otras literaturas, como en la novela ¡Nel tajo!, de la francesa Anne F. Garreta, pero también en cumbres clásicas de la novela, en este caso gráfica, como las historietas del Makinavaja de Ivà); algo, decíamos, que sin dejar de ser en el fondo natural, parece sorprender todavía a algunos, acaso como consecuencia de una especie de secular mirada supremacista no solo hacia los acentos sino también a los temas locales o periféricos (hace ya veinte años, por ejemplo, si se me permite la intrusión, a mí mismo me rechazó un libro un importante grupo editorial −el mismo, por cierto, que recientemente en uno de sus periódicos destacó como una virtud el uso de la oralidad y las hablas locales en la nueva literatura española− arguyendo que tenía “demasiado vocabulario vasco-navarro”). Greta García, en todo caso, consigue, gracias a un minucioso trabajo de pulido, establecer una convención entre la lengua literaria y la oral que evita que la novela se “makinavajice” en exceso y lastre su lectura.

Tránsito editorial

A mandíbula batiente

Sucede lo mismo con el humor. La novela podría haberse convertido en un largo stand up comedy, en una sucesión de chistes o gags más o menos tremendos o sobrados que acaban por acumulación desarmándose o perdiendo su gracia y su carácter transgresor, pero la voz narrativa de la protagonista no llega a ese punto, no se amontona, y Solo quería bailar nos ofrece innumerables momentos de carcajadas a mandíbula batiente.

El humor y la oralidad no nos deben despistar, sin embargo (de hecho, subrayar la forma por parte de la crítica tal vez haya sido precisamente eso, una maniobra de despiste para que no reparemos en el fondo), y no debemos olvidar que en la novela subyace −o quizás ni siquiera eso, porque resulta bastante frontal− un ataque a ciertas instituciones y un mensaje subversivo que nos invita a la acción directa (si antes decíamos que Juarma tal vez comenzó a escribir, de manera inconsciente, su novela en su adolescencia kalimotxera, en el caso de Greta García, bailarina como la protagonista de esta su primera novela, cabe imaginar que el chispazo para escribir la misma pudiera brotar de su desesperación frente a la burocracia a la hora de solicitar una ayuda o beca en alguna institución oficial que más pareciera una tómbola o un chiringuito).

Dos novelas en fin, Punki y Solo quería bailar, incendiarias y al tiempo refrescantes, perfectas para leer este verano.

Publicado en magazine ON, suplemento semanal de diarios Grupo Noticias (01/07/2023)
@patxiirurzun



“La extrema derecha supo reciclarse e introducirse en los aparatos del Estado”

May 1, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Jacobo Rivero (@JkbRivero) / Twitter

Jacobo Rivero, autor de “Dicen que ha muerto Garibaldi”

El escritor, periodista y documentalista madrileño denuncia en su primera novela alguno de los tentáculos de la extrema derecha, en una obra a caballo entre la ficción y el documentalismo. En ella narra el asesinato de un aficionado de la Demencia, la hinchada de Estudiantes, a través de una investigación que nos lleva desde finales de los 70 a la actualidad. Dicen que ha muerto Garibaldi se presenta el jueves 4 de mayo en Donostia (restaurante Garraxi, Egia, 19:00h) y el 6 de mayo en Agurain (Zabalarte Etxea, 12:30h)

Patxi Irurzun. GARA/NAIZ

¿Se puede decir que en esta novela ha fusionado sus dos grandes pasiones: el baloncesto y el activismo social?

En cierta manera sí, es un libro muy autobiográfico porque la acción discurre alrededor del asesinato de un ex alumno del Ramiro de Maeztu que es aficionado del Estudiantes. Cuenta un periodo de tiempo que compartí. Y también tiene una parte importante de denuncia política, así que sí, he fusionado, como dices, dos de mis pasiones.

¿De dónde parte la idea de “Dicen que ha muerto Garibaldi”, se le ocurre a partir de esos nuevos “Episodios nacionales” que está publicando la editorial Lengua de trapo o ya la tenía en mente?

Tenía la idea desde un viaje que hice en 2012 a Estambul. Allí se me encendió la lucecita. Luego pensé que el formato “episodios nacionales” era una buena forma de contar los últimos cuarenta años, desde la Transición hasta ahora, alrededor de una trama criminal. También tenía algunas entrevistas y fue después de terminar Bulbancha, mi anterior libro sobre la música de Nueva Orleans, que me pareció que había llegado el momento de pasar a la novela.

Por contextualizar un poco la trama de la novela, ¿dónde se sitúa, con qué acontecimientos históricos se relaciona?

Está situada en Madrid. Tiene que ver con los atentados de la extrema derecha a finales de la década de 1970, la evolución de esa gente en tramas posteriores de corrupción urbanística –como el incendio del Palacio de Deportes en 2001− y su vinculación también con redes internacionales dedicadas a la extorsión y la violencia contra activistas sociales.

Dicen que ha muerto Garibaldi” es una obra de ficción, pero también se cruzan personajes y acontecimientos reales, podría ser en ese sentido una novela histórica, a la vez es una novela negra… ¿Cómo ha mezclado ese cóctel?

Hay mucho trabajo de documentación. Muchos de los acontecimientos que se cuentan son reales, también todo lo que tiene que ver con la información de archivos que se incorpora a la investigación. Mezclarlo con una trama de ficción ha sido un reto.

Efectivamente la novela da la impresión de estar exhaustivamente documentada, incluso el tono a veces parece remitir a eso, una especie de dossier o de informe periodístico o policial aunque a la vez mantiene un ritmo narrativo muy ágil- . ¿Cómo ha sido ese trabajo de investigación?

Ha sido fascinante, por un lado desde una mirada periodística pero también con un trabajo de encaje muy artesanal. Trabajé con diferentes carpetas de información que quería unir y que resultasen coherentes y entretenidas para el lector. Por eso digo que es una novela policíaca y a la vez un libro documental. He tirado mucho de archivo propio, de búsqueda en hemerotecas, y de entrevistas con personajes reales. Algunos aparecen con su verdadero nombre y otros no.

Uno de los personajes principales del libro es colectivo, la Demencia, la afición de Estudiantes, que usted conoce bien. Llama la atención cómo dentro de la misma hay diferentes ideologías políticas. Es casi un reflejo de la sociedad o de aquella época, la transición…

Es más de aquella época, actualmente la Demencia tiene un cuerpo y una idiosincrasia más claramente de izquierdas que en aquellos tiempos. En el momento que se cuenta aquello era un batiburrillo bastante curioso, aunque siempre prevaleció un espíritu muy ácrata. El libro también quiere hablar de un Madrid donde ocurrían muchas movidas, no solo lo que se ha llamado la “Movida oficial”, sino otras que pasaban a pie de calle o instituto.

¿En qué ha quedado todo aquel carácter transgresor de la Demencia?

Creo que sigue siendo una hinchada bastante ocurrente y que pone más en valor la diversión que el resultado. Creo que la Demencia ha envejecido bien.

No hemos hablado todavía de uno de los temas de fondo de la novela, la permanencia o la infiltración del franquismo en muchos sectores de la sociedad. ¿Su intención era denunciar o alertar sobre todos esos tentáculos de la ultraderecha?

Totalmente. La extrema derecha supo reciclarse e introducirse en los aparatos del Estado. Ese ocultismo de años ahora ha salido a flote en los últimos tiempos y hay ejemplos a diario. Denunciarlo me parece casi una obligación como periodista y escritor.

¿Cómo se ha sentido en este formato, a caballo entre la ficción y lo documental?¿Le interesa o le ve posibilidades para seguir indagando o desvelando algunas miserias de la historia reciente del estado español?

Mi idea es seguir rascando en este formato. No a corto plazo porque ando con dos proyectos muy diferentes pero sí a medio. Me he sentido muy cómodo y me he divertido mucho escribiendo este libro. Quiero reivindicar muchas historias olvidadas y complejas a través de la ficción y la novela. Este es el primer paso, pero habrá más.

El futuro ya está aquí

May 1, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments


Publicado en magazine ON, suplemento semanal de diarios Grupo Noticias (15/04/23)

En el año 2000, cuando fuéramos viejos de treinta años, iríamos a trabajar en coches voladores y comeríamos ajoarriero en pilulas y el milenio traería, como advertían Miguel Ríos y Aldous Huxley, “un mundo feliz, un lugar de terror, simplemente no habrá vida en el planeta”.

Era, y es, una de las profecías clásicas de la ciencia ficción: el apocalipsis, un fin del mundo agónico e inevitable provocado por un chispazo nuclear o por un exterminio de la raza del mono a manos de androides o de inteligencias artificiales que superan las de sus creadores y se rebelan ante ellos.

Pues bien, para algunos el futuro ya está aquí y, aunque de momento esas inteligencias artificiales solo hacen cosas inofensivas e incluso divertidas, como convertir al papa en una estrella del trap maqueándolo con un plumas blanco, en breve veremos cómo son capaces también de recrear nuestras voces, nuestros físicos, nuestros gestos y movimientos, de fabricar replicantes que pueden acabar actuando al margen de nuestra voluntad y en contra de nuestros principios y los de la civilización, de alterar, en fin, el curso de los acontecimientos o de hacer indistinguible lo virtual de lo real −a veces parece, incluso, que ya estamos en esa pantalla, y que sujetos como Josep Borrell, Vladimir Putin o los presentadores de Masterchef solo pueden ser avatares de un videojuego en el que quien disputa la partida es un chimpancé−.

En el mundo del arte y la cultura existe una especial inquietud ante esta revuelta de las máquinas. ¿Cómo seremos capaces de distinguir un cuadro hiperrealista de Antonio López de otro creado por una IA, una inteligencia artificial? ¿Cuánto tardaremos en leer la primera novela escrita por un robot? ¿Hay ya una factoría que crea músicos en serie y que se llaman todos Pablo?…

Personalmente me pongo en modo pitosino y vaticino que, por el contrario, las inteligencias artificiales pueden suponer un acicate para los creadores y una nueva edad de oro de la cultura, obligada por una parte a poner esas herramientas a su servicio (el abrigo del papa, después de todo, no lo creó una máquina, sino alguien que le pidió a esa máquina que lo creara) y por otra a competir con esas IA. Es decir, los artistas tendrán que esforzarse más para conseguir obras en las que su voz propia sea singular y reconocible, obras originales, inimitables, incluso con imperfecciones que las hagan humanas, irreplicables por un patrón o un algoritmo. En realidad, ya existen cientos de películas, canciones, libros creados industrialmente, a partir de fórmulas mágicas, que acaban convirtiéndose en productos destalentados y previsibles cuya única función parece ser la de favorecer la siesta de quien las consume. Por ejemplo, los telefilms de sobremesa de domingo. ¿Existe algo peor que comenzar a ver una película y saber desde el principio qué va a pasar −chico conoce a chica, pertenecen a mundos distintos, se repelen, es decir, acabarán juntos−?

Un artista con talento y con un mundo y una voz propios no tiene por qué temer, pues, a la máquina, del mismo modo que a un maestro por vocación no debería preocuparle que sus alumnos hagan trabajos con ChatGPT, pues conoce las capacidades de cada uno de ellos y puede distinguir quién ha copiado y quién no o en qué ha beneficiado o ha perjudicado a cada cual hacerlo.

Todo ello expresado desde mi absoluto desconocimiento de la tecnología y sus límites, pues igual resulta que me equivoco y la inteligencia artificial también es capaz de sustituirme a mí y este artículo que ustedes están leyendo también podría haberlo escrito un androide.

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