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KAFKIANA

May 4, 2020   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
GAINSBOURG Y YO - Patxi Irurzun Patxi Irurzun

Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine On (diarios Grupo Noticias)

Cuando me desperté esa mañana de mi inquieto sueño, me encontré convertido en Gainsbourg, mi conejo enano belier. Al principio, me asusté un poco, pero luego, supongo que porque llevábamos ya casi dos meses de cuarentena, no tardé en acostumbrarme. De hecho, una de las primeras cosas en las que pensé fue en que, por suerte, el día anterior había limpiado el cagadero.  Por el contrario, ya apenas quedaban unos restos del puñado de comida que le había echado al irme a la cama, algunas cáscaras y esos palitos que Gainsbourg, que es un sibarita, deja a un lado. Y entonces, imaginando que alguien vendría tarde o temprano a rellenar el comedero, fue cuando me asusté de verdad, porque al otro lado de la jaula me vi a mí mismo, en la cocina, desayunando con mis hijos, recién duchados los tres, preparados para salir a la calle. Fue eso, en realidad, lo que me asustó, más que mi metamorfosis, pues  quería decir que ahora que, al parecer,  ya había pasado la cuarentena, yo continuaba encerrado.

Nunca había reparado en eso, en Gainsbourg, en que él vivía en una cuarentena permanente de la que solo le dejábamos liberarse algún rato para corretear por la cocina o hacer un vis a vis con Bardot, el mono de peluche con el que se desfogaba en la época de celo. Me sentí un miserable, pero eso también se me pasó rápido, porque me dio por apretar el culo por ver cómo era defecar una de esas caquitas como conguitos, duras e inodoras, y salió una de las otras, de las blandas y apestosas, esas que las conejos, a pesar de todo, vuelven a digerir.

—Acordaos de que como hoy voy a presentar mi nuevo libro no estaré en casa al mediodía y tenéis que ir a comer a casa de la superabuela —me escuché después a mí mismo hablar con mi hijos mellizos.

Y entonces me di cuenta de que la cosa todavía era peor de lo que había pensado: en realidad lo que estaba sucediendo era que, ahí fuera, alguien que era yo pero no era yo estaba viviendo la vida que yo debería haber vivido durante aquellos días, si no hubiera habido una cuarentena, pues en esas fechas yo debía haber publicado mi última novela.

No sé si me explico.

—Seguro que lo putopetas con esa novela sobre el Rock Radikal Vasco, aita, nos ha gustado mucho —me contestaron los mellizos, al unísono.

Aquello era ya el colmo. Tampoco se trataba de eso. No había alguien viviendo por mí mi vida ahí fuera, sino viviendo mi vida perfecta. ¡Los mellizos interesándose por mis libros! ¡Y leyéndolos! Di un brinco de alegría (y me di cuenta de que podía hacer en el aire cabriolas con los cuartos traseros).

En los días siguientes sucedió algo extraño. Me llamaban, o llamaban al tipo que había usurpado mi identidad, a todas horas para hacer entrevistas, ir a firmar libros, a la tele, dar cursos en universidades e institutos Cervantes, recoger premios nacionales y Euskadi y de la crítica y de los libreros. Vale, me pareció muy bonita esa idea de que en algún lugar hubiera alguien viviendo las vidas que el coronavirus nos había arrebatado; pero también pensé que era una faena: para una vez que mi libro se convertía en un éxito, allá estaba yo, comiéndome mi propia caca y consolándome con un peluche.

Tenía que salir de allí. Todas la mañanas, cuando aquel yo que no era yo venía a echarme la comida o a rellenar el bebedero, le miraba a los ojos, trataba de enviarle un S.O.S, pero el señor-escritor-famoso no me hacía ni caso. Hice varias caceroladas, golpeando con mis patitas los barrotes de la jaula, pero ni por esas. Y cuando ya creía que debería resignarme a aquel confinamiento eterno, sucedió algo: una mañana al levantarme, vi que las personas que había al otro lado ya no eran personas, sino conejos, conejos disfrazados de personas, con sus gafas y sus pantalones vaqueros y sus sudaderas rosas, en el caso de mis hijos, y entonces al pensar en estos, me di cuenta de que en realidad mis hijos nunca habían sido mellizos, así que abrí los ojos y, por fin,  me desperté de aquella pesadilla, de aquel sueño inquieto y kafkiano… o tal vez no, porque ya no era un conejo enano belier, pero todavía continuaba dentro de la jaula, en aquella cuarentena interminable.

No sé si me explico.

MALASOMBRAS

Abr 11, 2020   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en Rubio de bote, colaboración para suplemento ON de diarios de Grupo Noticias (8/4/2020)

Lo más socorrido y lo que te pide el cuerpo es pensar que son unos enormes pedazos de mierdas a los que habría que torturar hasta la muerte, por ejemplo haciéndoles escuchar audiolibros de Alfonso Ussía en bucle, pero yo intento buscarle una explicación lógica a su comportamiento. Y no se la encuentro. Me estoy refiriendo a esos subhumanos que, mientras sanitarios, mujeres de la limpieza, cajeras… se están dejando la vida por salvar la de otras personas, se dedican a fabricar bulos, a fabricarlos con toda su (mala) intención, colocando el membrete oficial de algún ministerio en un documento en el que advierten de que tal o cual ciudad va ser sitiada por el ejército (bueno, esto al final ha sido más o menos así), o haciendo pasar en una foto al Niño Polla, el conocido actor porno, por un joven investigador que ha muerto víctima del coronavirus y el 8M… 

Mientras cientos de personas mueren de verdad cada día y sus familiares ni siquiera pueden despedirlas ni enterrarlas, o mientras hay cuidadores que deciden encerrarse a pasar esta cuarentena en el epicentro del epicentro de la pandemia, las residencias de ancianos, hay gentuza que se dedica, por ejemplo, a hackear los sistemas informáticos de los hospitales, o a enviar emails en los que intentan secuestrar el número de cuenta bancaria de las personas que son despedidas y enviadas al paro durante esta crisis, o a intentar que los sin papeles víctimas del virus paguen los gastos de sus ingresos hospitalarios… ¿Por qué lo hacen? En algunos casos esa explicación al hijoputismo que trato de buscar tiene su lógica, por muy perversa que sea: en el último de ellos (el de los sin papeles), se trata simplemente de quienes proponen la medida son unos putos nazis; y en el de los intentos de estafa a los desempleados, el objetivo es enriquecerse, aunque sea a costa de los más débiles. Pero ¿qué lleva a alguien a intentar derribar las redes informáticas de un hospital, justo cuando estos se encuentran al límite de sus posibilidades, con sus trabajadores extenuados y los pacientes cayendo como moscas? ¿O qué tipo de tara mental hace que alguien lance una fake new a esas arenas movedizas que son estos días las redes sociales, sabiendo que habrá cientos de miles de personas que se dejarán tragar por el pánico o el aburrimiento y darán pábulo a sus patrañas? No lo entiendo, trato de meterme en la cabeza de esas personas y analizar todas las grietas como abismos de su mente por la que se despeñan sus ideas y no le encuentro explicación. ¿Actúan, quizás, por compensación, para mantener el equilibrio, una sofisticada ingeniería moral que permite que la balanza se incline al lado del bien? Es decir, ¿propagan los bulos para poner a prueba nuestro sentido crítico, para afilarlo, para que nos adiestremos en diferenciar la información real de la falsa en situaciones límite? (de hecho, quiero pensar que durante esta crisis estamos aprendiendo a marchas forzadas a cribar las patrañas, a distinguir las fuentes seguras y a contrastar las noticias). ¿Tiene, en fin, que haber alguien que haga el trabajo sucio, que se sacrifique y se dedique a pintar las sombras para que la luz resplandezca con más fuerza? Sí, puede que se trate de eso, y que toda esa gente, en el fondo, sean bellísimas personas que se comportan de ese modo por nuestro bien y que salen todos los días a las ocho de la tarde a los balcones a tocar la bubuzela.    �*�* |�

ORTEGAESMITS

Mar 7, 2020   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
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Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal en el magazine ON (diarios Grupo Noticias) 07/03/20

 

Es como los culebrones o los programas del corazón. La primera vez que los ves, o si has pasado una temporada desenganchado, te entra la risa floja, piensas que es una broma, una parodia, que cualquier persona con dos dedos de frente no puede tomarse eso en serio; pero si, por casualidad o por morbo, al día siguiente repites, si entras en la rueda, si te acostumbras a la exageración, a los josealfredos y los jorgejavieres, a la gesticulación y el lenguaje sobreactuados, entonces, te sometes al imperio de la banalidad y tú mismo te conviertes, sin darte cuenta, en un zombi que se alimenta de basura y carnaza.

Con algunos políticos, como José María Aznar u Ortega-Smith, sucede lo mismo. Aznar, antes de ser Dios, parecía un personaje de El Jueves, con su bigote “usted no sabe con quién está hablando” —ese bigote prodigioso que permanece hasta si se lo afeita—, con su pelo peinado a cincel, cuando era el principal accionista de las fábricas de gomina, con, en definitiva, aquella imagen que era un estereotipo, un personaje más de Martínez el facha, una caricatura que, sin embargo, acabó colgada en la galería de retratos de presidentes del Congreso.

Ortega-Smith, por su parte, resultaba igualmente cómico hasta hace bien poco, hasta que se ha convertido en peligrosamente cómico, hasta que el geyperman ha comenzado a disparar tiros de verdad. Antes, lo veíamos en las manifestaciones rojigualdas, sacando los codos en primera fila tras las pancartas, como un pivot torpón a la caza de un rebote, buscando desesperado la foto entre los barbours. Ahora las alcachofas se giran cara al sol para buscarlo, para dar autoridad a sus desatinos, a toda esa retórica —sediciosos, comunistas, golpistas— que cuando no era nadie olía a alcanfor, a pies, a Varón dandy y aguardiente.

En algún momento alguien decidió que había que votar como delegado al más tonto o al más bruto de la clase. En algún momento alguien se quedó más tiempo del recomendado mirando el culebrón o la telebasura. En algún momento alguien volvió los micrófonos hacia los aznares, los ortegaesmits, los donaldtrumps, las cayetanas e iturgaizs y la caricatura se hizo carne y nos acostumbramos a ella y la tomamos en serio. Quizás estamos haciendo todo al revés y debimos tomarlos en serio antes, cuando solo eran una caricatura, y reírnos ahora que la cosa va en serio, que tienen a su alcance el botón rojo y los prime-times y los consejos de administración de las fábricas de mentiras.

Se habla mucho, por ejemplo, de cuál es la mejor manera de aislar a la ultraderecha. Yo propongo que cada vez que se suban a la tribuna, que tomen la palabra en parlamentos, diputaciones, ayuntamientos, los demás empiecen a reírse, a partirse el pecho con cada una de sus enormidades. Como si estuvieran leyendo El Jueves o viendo por primera vez una telenovela. Reírse hasta desarmarlos, hasta que ellos mismos se den cuenta de la ridiculez y la pobreza e inconsciencia de sus mensajes. Antes de que sea tarde y nos convirtamos en meros telespectadores, en votantes complacientes, crédulos, insensatos.

GRIPE

Feb 10, 2020   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

 

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Publicado en la sección Rubio de bote, colaboración quincenal en magazine ON (diarios Grupo Noticias)

Hay que joderse, la gripe, cuando eras pequeño, solía servir al menos para que tu cuerpo diera un estirón —era el momento de sacarle el dobladillo a  los vaqueros, en los que las líneas blancas de otros estirones parecían los anillos de un árbol talado—, ahora, por el contrario, con medio siglo a cuestas, tres o cuatro días en la cama no solo te jibarizan sino que además llenan la almohada de pelos. No somos nada. O igual empezamos a ser ya ese árbol caído.

Parece ser que en el pico más alto de la enfermedad de este año, que coincidió con el del coronavirus asiático, las mascarillas se agotaron en las farmacias. Al principio me alegré, porque igual de esa manera la gente dejaba de hablar por los móviles en los autobuses, pero luego ya explicaron que habían sido los chinos de los bares y de los restaurantes y de las tiendas de chinos, comprando al por mayor para enviar, en una especie de AliExpress a la inversa, las mascarillas a sus parientes de Wuhan, esa pequeña ciudad de solo once millones de habitantes que es el epicentro de la enfermedad.

Y además que con mascarilla la gente tampoco iba a dejar de hablar por el móvil, lo que pasaría más bien sería que los autobuses se convertirían en naves de la guerra de las galaxias llenas de Darth Vaders. Eso y que a mí me iba a dar lo mismo porque estaría en la cama, calvo y encogido.

Parece ser también que para no coger el coronavirus lo mejor es privarse de comer murciélagos. Igual por eso tiene ese color tan pálido Ozzy Osbourne, que le arrancó a mordiscos la cabeza a uno de ellos hace casi cuarenta años, después de que alguien del público lo arrojara al escenario (ya sabes, lo típico que sales de casa con un murciélago muerto en el bolsillo). Para conmemorar tan metálica efemérides hace tan solo unos días el cantante de Black Sabbath lanzó al mercado un murciélago de peluche, con su cabeza despegable y todo, y así los niños enfermos de cincuenta años podremos jugar a estrellas satánicas del rock durante nuestra convalecencia.

Claro que al coronavirus, como al diablo, es mejor no mentarlo, ni siquiera en broma, porque lo mismo de aquí a diez días, cuando se publique esta página, la epidemia ha mutado en pandemia mundial y como aquí no sabemos construir en una semana hospitales, como los chinos,  porque harían falta concursos públicos y de ideas y pliegos de condiciones y recursos y más concursos, ahora para decidir  si el nombre del hospital debe llevar el de un padre de la constitución o el de un delantero centro,  total, que al final las obras las firmaría una arquitecta sin licencia y en el camino se perderían un diez por ciento del presupuesto en comisiones y unos cuantos miles de griposos pobres y feos.

La gripe, disculpen ustedes, es lo que tiene, que a uno le sube la fiebre y desvaría, imagina  apocalipsis y alopecias. Menos mal que nos queda Turquía y el ibuprofeno.  ¿Qué fue, por cierto, hablando de remedios provechosos, de la gripe porcina, y de la aviar, qué fue de de la enfermedad de la lengua azul, qué de la gripe A, qué fue de todas aquellos cientos de miles de vacunas que compraron los gobiernos para por si acaso? Yo qué sé. Que me lo explique alguien que sepa y que no trabaje en la industria farmacéutica.  Yo no tengo ni idea. Yo solo tengo gripe y una manta vieja y un caldo de la abuela. Espero que no sea de murciélago.

 

 

 

 

 

 

ÚLTIMA CARTA A RATICULÍN

Ene 12, 2020   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

 

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Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios de Grupo Noticias) 11/01/2020

 

Querida mamá y querido papá y querido Gran Hermano Raticuliniano, tú que interceptas todas nuestras comunicaciones: os telepatizo desde este pequeño planeta azul llamado tierra, al que, como bien sabéis, he sido destinada para realizar mis prácticas de bachillerato entomológico y estudiar a esa curiosa especie de insectos llamados humanos, a los cuales poco a poco ya voy cogiendo cariño, a pesar de que, como bien ya os dije durante los primeros días de estudio me provocaban cierto rechazo por no decir puto asco.

La naturaleza de estos individuos es ciertamente curiosa y patética. Son seres contradictorios, gregarios y orgullosos, amantes de la felicidad y la diversión, de los juegos, la alegría, la música, celosos de su libertad, pero incapaces de vivir en paz y amistad entre ellos y de elegir a líderes que los gobiernen sin someterlos. La humana, por el contrario, es una especie en peligro de extinción, circunstancia que ignoran por culpa de su corta inteligencia y su orgullo desmedido, como bien os dije antes. Los humanos, por ejemplo, se quieren tanto a sí mismos que son incapaces de imaginar vida extraterrestre si no es como prolongación o deformación de su propia y subdesarrollada morfología. Los marcianos, como nos llaman, son para ellos siempre humanos a los que añaden antenas o pintan la piel de otro color (generalmente verde); sus medios de transporte, evoluciones ridículas (platillos voladores, naves propulsadas, máquinas del tiempo) del más habitual entre ellos, el coche, al que rinden un extraño y primitivo culto, hasta tal punto que un humano sin carnet de conducir es una subcategoría de la especie o de que las ciudades en las que viven están diseñadas para los susodichos coches en lugar de para las personas, como también se hacen llamar a veces los humanos, cuando se ponen muy humanos.

Los terrícolas son incapaces, uno, de pensar que un marciano puede ser también un paisaje o una flor, y mucho menos aún un pensamiento o un estado de ánimo; y, dos, de darse cuenta de que entre ellos mismos hay una abundante vida alienígena que se ha mimetizado con el entorno y que amenaza seriamente la supervivencia de la especie. Yo calculo que el 83% de los humanos son en realidad extraterrestres que se han infiltrado en la tierra con intención de dominarlos. La especie más destructiva, los hijoputas, ya se ha hecho con el control de todos los centros de poder por los cuales los humanos creen regirse a sí mismos y, así, son alienígenas hijoputas sus reyes, presidentes y generales, sus alcaldes, sus concejales de urbanismo y cultura, sus columnistas, sus banqueros y miembros de todos los consejos de administración…; tan evidente es que hasta los propios humanos lo saben, pero los hijoputas los mantienen a raya administrándoles una serie de somas altamente adictivos como son la televisión, el fútbol, la hostia consagrada,  el ordenador, las redes sociales, la democracia, el móvil, la hipoteca, la tarjeta de crédito y la del híper….

Pero, en fin, me estoy desviando. El caso es que, como bien os decía,  poco a poco voy sintiendo cada vez más curiosidad por el comportamiento de los humanos, hasta tal punto, papá, mamá y oh, tú, Gran Hermano Raticuliniano, que  he decidido suspender sine die mi retorno a Raticulín,  donde vengo ahogándome desde hace tiempo, y dedicar mi vida a salvar a esta desgraciada y apasionante especie de insectos abocada a la extinción y a luchar en la resistencia y la clandestinidad  contra los hijoputas.  Os echaré de menos, echaré de menos a mis amigas y a los raticulinos,  pero creo que hago lo que debo y me siento terriblemente humana tomando esta decisión. Sin otro particular, recibid un fuerte abrazo de vuestra hija que os quiere, padres amados,  y tú, oh, Gran Hermano Raticuliano que interceptas todos nuestros mensajes, un lapo en todo tu gran ojo vigilante de esta tu sierva que renuncia por la presente a serlo. Cambio y corto.

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