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AHMED, MI PELUQUERO

Nov 16, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Foto: Demian Ortiz

Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias) 13/11/21

Solía ir a su peluquería porque era majo, es decir porque no me hablaba. Yo tampoco tenía que decirle nada. Le expliqué la primera vez cómo quería el corte, sin explayarme mucho, tampoco —“Normal, corto”— y Ahmed se acordaba cuando volvía, cada seis meses o así. Era un profesional: al salir de su peluquería no me iba mirando en el reflejo de los cristales ni descubría horrorizado en ellos a un cabeza huevo, no entraba al baño de alguna cafetería a mojarme la cabeza para borrarme el peinado de señoro, no llegaba a casa y me ponía a buscar gorras… Tampoco es que Ahmed pudiera hacer milagros con mis cuatro pelos de Filemón (o sea, de dos filemones), pero me quitaba de encima diez años cada vez que, en silencio y con meticulosidad, me cortaba el pelo.  

Después, un día Ahmed desapareció y en su lugar comenzaron a desfilar por la peluquería varios chavales jóvenes que me pelaban con desgana, o con prisas, doblándome la oreja como si fuera un despojo, una excrecencia de mi cráneo, o  tocándome la cara con sus dedazos que olían a marihuana. Una vez uno de ellos, sin preguntarme nada, decidió quitarme de encima no diez años, sino treinta, y me peinó como si yo fuera un futbolista o C. Tangana. Para tangana la que tuve en casa, cuando mis hijos me vieron llegar con esas pintas. “Yo contigo no voy a ninguna parte”, me decían (bueno, eso también me lo decían antes).

Echaba de menos a Ahmed. Me gustaba ver cómo caían sobre el cubridor los mechones, blancos como volutas de nieve, ponerme poético, pensar en el tempus fugit, en lugar de, con los chavales, sentirme un puto viejo canoso. Me gustaba verlo barrer con parsimonia el suelo, con delicadeza y respeto funerario (en cierto modo, es así, dentro de una peluquería uno muere y resucita, sale convertido en otra persona).  Me gustaba y echaba de menos incluso las voces airadas y sabiondas de los tertulianos que escuchaba en la radio, en lugar de la música electrónica de los jóvenes, al ritmo de la cual yo temía que se les fuera la mano, cuando me apuraban con la navaja las patillas.

Seguí yendo, de todos modos, a la misma peluquería, por comodidad, porque estaba cerca de casa. Para mi sorpresa, no les iba mal, siempre había gente. Al poco tiempo, de hecho, abrieron otra al lado, y un día que la primera estaba llena de cristianorronaldos, decidí entrar. ¡Y allí estaba Ahmed, esperando clientes triste y aburrido! Creo que se alegró de verme. Yo, por corresponderle, le pregunté si ahora tenían dos peluquerías. “La otra no mía”, contestó, algo molesto, y en su castellano de supervivencia me contó que su antiguo jefe lo explotaba, que lo hacía trabajar doce horas cada día a cambio de un sueldo miserable, que solo le daba un día de vacaciones al año, que ahora por su cuenta estaba mucho mejor… Me lo imaginé, durante todos esos meses en que lo había echado de menos, ahorrando, buscando créditos, tramando aquella venganza (robarle los clientes en sus propias narices a aquel jefe abusador); y, tras imaginar además el esfuerzo que le suponía hablar y hacer aquella campaña de captación de clientela, yo también rompí mi silencio, me interesé por su vida personal, supe así que llevaba treinta años como peluquero, que había vivido antes en Burgos, Melilla…

Ahmed volvió a dejarme guapo, o sea, a no dejarme demasiado feo, y al despedirnos le prometí que volvería. Pero ya no estoy tan seguro, porque ahora que hemos establecido otro tipo de intimidad no sé si tendremos que conversar cada vez que me corte el pelo o seguiremos entendiéndonos en aquel poético silencio que compartíamos antes, que era lo que a mí me gustaba.

ESTAFADORES

Nov 2, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Golfos apandadores (@GApandadores) | Twitter

Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias)

El otro día, al abrir el correo electrónico, me intentaron estafar. Eso no es ninguna novedad, cada cierto tiempo me escriben viudas nigerianas multimillonarias dispuestas a compartir conmigo su fortuna y su corazón, o bancos de los que no soy cliente pidiéndome las contraseñas, o me llama por teléfono un tipo de Microsoft que, en un español macarrónico, primero me pregunta si tengo computadora y luego me dice que esta está infectada por un virus terrible (¿cómo lo sabe, si primero no sabía ni si tenía ordenador?)… El caso es que hasta entonces ninguno de ellos, además de pretender timarme, me había insultado (bueno, sí, una vez uno de los técnicos de pega de Microsoft, cuando le dije que estaba llamando a una comisaría, me llamó idioto: “¡Tú ser idioto!”, dijo, y colgó).

En esta ocasión, sin embargo, los improperios fueron en frío, por las buenas, o sea por las malas. Se presentaron como una empresa muy importante de abogados de Torremolinos y alegaron que yo debía a uno de sus clientes 655,34 euros —no especificaban ni a qué cliente ni a cuenta de qué—. Y luego venían ya los insultos:   “Nos sorprende la poca vergüenza que ha demostrado para hacer frente a sus deudas. Contacte por teléfono con nosotros o tendremos que emprender acciones legales hasta hundir su reputación”, decían. Al principio estuve tentado de llamarles, por curiosidad (y también para recomendarles un buen guionista, lo de inventarte una deuda con decimales y todo está muy bien, pero, a ver, si yo era un sinvergüenza ¿qué reputación iban a hundir? Y además, no he estado en mi vida en Torremolinos. Eso no tenía ninguna coherencia argumental —igual es que era el mismo tipo del teléfono y la computadora de Microsoft—). 

Me pregunto quién responde a ese tipo de correos. Bueno, a veces yo mismo suelo hacerlo. De hecho, desde hace semanas mantengo correspondencia con Bingbing, una joven china que quiere regalarme una casa en la costa, o algo así. Es muy graciosa Bingbing. “Puedes llamarme amigos”, me dice, por ejemplo (yo creo que usa el traductor de Google). Y yo le contesto “Hola, amigos”, y luego ella me manda una foto de un oso panda, yo le correspondo con otra de la carrera de cutos de Arazuri. Y así. Es una técnica de persuasión diferente a la de los abogados esos de Torremolinos, a los que finalmente decidí enviar a la bandeja de elementos eliminados.  Por lo que fuera, no me daban muy buena espina.

Fue una mañana animada, aquella, la verdad. Después, cuando me fui a trabajar a la biblioteca  me llamaron por teléfono. “¿Señor Udala?”, preguntaron. “No, se ha equivocado, yo soy el “Señor Liburutegia”?, contesté,  “Ah, disculpe, señor Liburutegia, bueno, ya aprovechando, no le interesaría…”, continuaron, y, aunque la cosa prometía tuve que cortar, porque tenía a una usuaria esperando a que le sellara Chucherías Herodes (Mucho más que una novela sobre el Rock Radikal Vasco).

Hay, en fin, un montón de desalmados sueltos por ahí intentando aprovecharse de nosotros, hacernos el timo de la estampita, ahora en formato digital o telefónico. La mayoría son bastante cutres, pero hay que andarse con ojo, también existen auténticos profesionales, mangantes de guante blanco, que te insultan y te roban sin que se nos pase por la cabeza denunciarlos, cortarles el rollo, mandarlos a la papelera…. Al volver a casa, sin ir más lejos, ahí estaba esperándome en el buzón la factura de la luz.

SE BUSCA CANTANTE

Oct 18, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
No hay ninguna descripción de la foto disponible.
Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias)

Estaba pegado con celo en una marquesina. “Abeslari bila”, decía el cartel. Se busca cantante. Me froté lo ojos. ¿Qué era aquello? ¿Una alucinación, un viaje en el tiempo? Desde hacía unos días mi ordenador me daba un error al teclear la dirección de algunas páginas web, decía que tenía el reloj atrasado. Había intentado cambiar la fecha una y otra vez, pero el error persistía, así que comencé a preguntarme si no estaría entrando y saliendo de una brecha temporal. Y ahora ese cartel. ¿Quién pegaba, en plena era digital, carteles como aquel en las marquesinas, en los bares, las farolas? ¿Estábamos en 1985? No, en 1985 no habría también en la parada del autobús varias personas comentando la reciente caída de WhatsApp, Facebook e Instagram y cómo habían sobrevivido a tan terrible catástrofe. 

Volví a mirar el cartel. Me emocioné (soy un sensiblero y un nostálgico, lo reconozco; a veces siento deseos de abrazar a la gente que vuelve del quiosco con los periódicos bajo el brazo; o a quienes leen novelas en los transportes públicos). Me imaginé a dos o tres chavales pegando más carteles como aquel, cortando con los dientes pequeñas tiras de celo, manteniendo a pesar del sabor amargo de este en la boca una sonrisa soñadora, fantaseando, en fin, con la idea de que alguien respondía al anuncio y era su Freddy Mercury, el astro que faltaba en su constelación y les dirigía irremediablemente al estrellato.

Yo mismo tuve deseos de llamar al número de contacto, tal era el entusiasmo, la fe, la pasión que me pareció que transmitía aquel anuncio, el hecho de que alguien se hubiera tomado el trabajo de patearse la ciudad colocándolo aquí y allá…

Pero, como comparado conmigo un perro afónico es la reencarnación de Julián Gayarre, me conformé con colgar en mis redes sociales la foto del cartel, por si podía echar una mano. Aproveché de paso para hacer una pequeña encuesta y pedir a mis diez o doce seguidores que me dijeran si conocían grupos que hubieran reclutado a sus cantantes o músicos de esa manera, es decir, a través de anuncios. Ozzy Osbourne (Black Sabbath), James Hetfield (Metallica), Mike Mars (Motley Crue), la mayoría de los Dead Kennedis, Alan Wilder (Depeche Mode)… fueron las respuestas. Pero entre todas ellas, ¡oh, sorpresa!, también llegó la de… ¡uno de esos chavales que habían pegado el cartel en la marquesina!

Creo que a eso le llaman la magia de twiter (¡haz tu magia, twiter!), pero lo cierto es que los componentes de este grupo, según me explicaron, también habían intentado recurrir a ella y no habían obtenido respuesta alguna. Por eso habían utilizado, tras intentarlo en internet,  los métodos tradicionales: el cartel, el celo y las marquesinas. Y gracias a ellos habían conseguido ya contactar con varias cantantes.

“Pues ya me iréis contando”, les dije. Porque de repente me sentía muy unido a aquel grupo y a su destino y me parecía una idea genial hacer una especie de reportaje en construcción, ir siguiendo sus evoluciones… Quién sabe, tal vez lleguen lejos, o tal vez no, qué más da, lo importante es el camino y a mí un cartel en una marquesina de la parada de un autobús me había unido al suyo para ir dando cuenta de los pasos. Así que, con el permiso de todos ustedes, amables lectores, de vez en cuando iré informándoles en este  “Rubio de bote” (que, dicho sea de paso y si los cálculos no me fallan, hoy cumple doscientas colaboraciones). 

PELAZO

Oct 5, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
POR QUÉ EL CINE QUINQUI FUE TAN IMPORTANTE? - EL PALOMITRÓN

PUBLICADO EN RUBIO DE BOTE, COLABORACIÓN QUINCENAL PARA MAGAZINE ON (DIARIOS GRUPO NOTICIAS) 02/10/21

¿Te acuerdas? Cuando íbamos al instituto el curso comenzaba por estas fechas, en octubre, así que durante casi todo septiembre, cuando las vacaciones ya habían terminado para los demás, la ciudad, sus calles vacías y tristes, sus parques amarillos, sus estanques que comenzaban a cubrirse de hojas, nos pertenecían. Era una sensación extraña. Como si nadie se ocupara de nosotros. Nos sentíamos libres y melancólicos, disfrutando de aquellos días con extrañeza, pues nos parecían tan irreales y fugaces que ya entonces comenzábamos a añorarlos. Era como una metáfora de nuestra propia adolescencia, aunque entonces no nos diésemos cuenta.

Un año, sería en segundo o tercero de BUP, nos compramos unas chupas vaqueras para campar a nuestras anchas por la ciudad desierta, como un ejército invencible y despiadado, humillando con nuestra insolencia juvenil a los derrotados, a los sometidos por sus trabajos, sus rutinas, sus costumbres, que aceptaban con resignación, con sus trajes grises y sus rostros pálidos, en los que ya habían comenzado a borrarse la huella del verano sobre la piel…

Nosotros, a diferencia de ellos, todavía éramos inmortales, todavía conservábamos el calor del sol en el pecho, por eso atormentábamos con nuestras burlas a los calvos, creyendo que nuestras cabezas nunca clarearían o se cubrirían con la ceniza del tiempo, que en ellas resplandecería eternamente la llama y el pelazo de la juventud.

 ¿Te acuerdas? Aquellas chupas vaqueras nos quedaban grandes. Nuestros cuerpos todavía estaban sin acabar de hacer, cambiaban cada día, se llenaban de granos y vello, de olores y secreciones… Dentro de ellos arrastrábamos el cadáver todavía caliente de un niño, que se corrompía lenta y trágicamente. De aquello tampoco nos dábamos cuenta entonces, pero eso era la adolescencia, el duelo por la infancia perdida, el luto por todo los que nos era arrebatado: el juego, la inocencia, el sueño… Por eso nos comportábamos así, de esa manera tan errática. A veces jugábamos al hinque en los descampados y a otras nos fumábamos en ellos chinas de hachís. A veces robábamos en las tiendas de chuches caramelos y otras botellas de cerveza de los camiones de reparto. Queríamos ser mayores pero solo jugábamos a ser mayores. Y a veces el juego era peligroso. Tú no tardarías mucho en darte cuenta.

Yo, por el contrario,  nunca me encontré cómodo dentro de aquella chupa de navajero, siempre sentí que me quedaba grande, y sabía que en el fondo solo era un disfraz, que yo sólo era un impostor, un buen chico, responsable, temeroso, callado, obediente, incapaz de sacarle la faca al destino.  Era además un chico pensativo y con la cabeza llena de tormentas, de modo que creo que ya entonces comprendía que nosotros nos poníamos aquellas cazadoras vaqueras para aterrorizar a los demás, pero que en realidad solo era una manera de ahuyentar, de disimular nuestro miedo. 

Después pasó el tiempo y nos perdimos la pista. Tú continuaste jugando al hinque en los descampados, pero esta vez eran jeringuillas lo que clavabas en el barro de tus venas.

Una vez nos encontramos en la vieja estación de autobuses. ¿Te acuerdas?  Te acercaste a pedirme una moneda y no me reconociste, o simulaste no hacerlo. Fue apenas unos meses antes de tu muerte, de que tú mismo te matarás para no quedarte calvo, es decir, para continuar siendo inmortal. Yo también simulé no conocerte. Fui un mierda, lo sé. Pero te juro, que cada año, al llegar el otoño me acuerdo de ti, querido amigo, y de aquellas semanas de septiembre en las que éramos los reyes de la ciudad. Te lo juro por nuestras chupas vaqueras.

VACACIONES

Sep 20, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (Diarios Grupo Noticias) 18/09/21

Irse de vacaciones da mucho trabajo. Como se suele decir, se necesitan unas vacaciones para recuperarse de las vacaciones. Al final  uno se pasa sus días de descanso pateando, haciendo deporte, conduciendo, sacándose fotos, comiendo como un vikingo, achicharrándose, sudando la gota en la barbacoa o bajo la sombrilla, discutiendo con la familia, poniéndose crema para el sol, o crema para cuando se te ha olvidado ponerte crema para el sol, limpiándose de arena las orejas, el ombligo, las partes pudendas… Iba a decir que para mí las vacaciones ideales serían aquellas en las pudiera pasarme los días enteros sin salir de casa, aligerando la pila de libros para leer, viendo series y películas raras, en calzoncillos, sin ducharme durante días… pero la última vez que pedí ese deseo el gracioso del genio de la lámpara nos trajo una pandemia.

Así que mejor me callo.

De hecho, este verano que ya acaba he hecho todo lo contrario: he pasado unos días en Torrevieja, Alicante. Cada vez que compraba el pan o el periódico el tendero, a la hora de cobrar, me decía: “Por veinticinco pesetas”. Bueno, es un chiste, un chiste para boomers. En realidad, Torrevieja, Alicante, no está poblada por exconcursantes del “Un, dos, tres”, yo diría más bien que todos los miembros de las fuerzas de seguridad del estado pasan sus vacaciones allí, a juzgar por el número de pulseritas beneméritas, mascarillas de la policía nacional o banderas de la legión ondeando en las urbanizaciones, como si estas fueran cuarteles de verano.  Y además ya no quedan tiendas donde comprar el periódico, las han cambiado todas por cadenas de comida rápida, casas de apuestas, inmobiliarias con letreros en ruso…

Siento, de todos modos, una inexplicable para mí, que soy de naturaleza misántropa y asocial, atracción por lugares como Torrevieja, Salou, Benidorm, Lloret de Mar… No sé muy bien por qué. Igual es porque allí no me siento ridículo en pantalón corto. Yo al final me rendí, hace dos veranos. Hasta entonces me había negado a dejar mis pantorrillas al aire (entre otras cosas porque soy de fisonomía tirillas y piernas caponatas; y también porque estos últimos años me estoy quedando calvo de los tobillos), pero tengo que reconocer que es cómodo y fresquito, todo lo cual no quita para que cada vez que me pongo los pantalones cortos me sienta Caillou. Excepto en Lloret de Mar, Benidorm, Salou, Torrevieja… donde todo el mundo lleva gorra y hace lo que le viene en gana, y me parece muy bien. Creo que eso es lo que me atrae de esos lugares. Me siento un espectador, fascinado por esa especie de zoológico humano, del cual a la vez yo también formo parte, como si me desdoblara, como si me perdonara a mí mismo y me otorgara el derecho a relajarme, a caminar por la calle en bermudas, a montarme en el trenecito turístico, a dejar la barriguita al aire en la playa…

La playa, por cierto, me da un asco terrible. No entiendo en qué momento de la historia decidimos que un lugar tan hostil como ese —el viento, la sal, el sol, los que juegan a tenis… — era el mejor para pasar los veranos. Si lo piensas bien, resultaría mucho más lógico tumbarse en un glaciar. Y, total, en lo que a logística se refiere, tendrías que llevar una cantidad parecida de pertrechos, incluso alguno menos, porque no te haría falta la nevera.

Las vacaciones, en definitiva, son para desconectar, pero a menudo no dan más que problemas. Claro que el problema, el principal problema de todo esto es que ya les gustaría a las otras tres cuartas partes de la humanidad  tener y tener derecho a tener ese tipo de problemas…    

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