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LA EDAD FLUIDA

Nov 14, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias), 12/11/22

El otro día, al pasar junto a una guardería, me acordé de Herodes, pues un renacuajo de uno o dos años se acercó a la valla y, a través del enrejado, que supongo que deformaba mi imagen, se dirigió a mí con su lengua de trapo: “¿Abuelo, abuelo?…

Fue otro escalón más —este de bajada—,  el paso siguiente a ese momento de tu vida en que te choca y te molesta que alguien te hable de usted, a ti, que piensas que todavía estás hecho un chaval.

Claro que inmediatamente después fui a comprar a la tienda y la dependienta dijo “Creo que ahora le toca a este chico”, y también se estaba dirigiendo a mí.

Vivimos en una época en la que no solo el género es fluido —o muy fluido si uno acostumbra a ver programas como First Dates— sino también la edad, que igualmente tiene su propia terminología: viejóvenes, boomers, pollaviejas, etc.

Y así, las calles están llenas de adolescentes de cuarenta o cincuenta años que lucen orgullosos sus orondas barrigas enfundadas en camisetas de fútbol; de treintañeros que se llaman todos Curry o LeBron; de gente que corre o anda muy deprisa, como si estuviera escapando de la muerte (en realidad están haciéndolo, o al menos retrasándola,  y me parece bien: desde hoy fumo mi pipa de la paz con los runners); en definitiva, de todos nosotros (me incluyo a mí mismo, que heredo la ropa de mi hijo cuando a este se le queda pequeña o ya no le gusta y la luzco sin complejos), resistiéndonos a dejar atrás nuestra alegre juventud.

Tampoco es nada nuevo, antes creían en la piedra filosofal y la fuente de la eterna juventud (que Ponce de León se fue a buscar hasta Florida, aunque Benidorm le quedara mucho más cerca),  hoy en el viagra y el bótox, o en el gimnasio y el salón de tatuaje.  

Es el terror natural a envejecer y a morir. Pero me parece que todo, incluso eso, también se pasa y se convierte en resignación y aceptación, en un desasosiego que al final, con la edad provecta, acaba resultando menos molesto que la artritis, los pañales para adultos o la comida baja en sal.

Hace unos días comenté en una red social la anécdota arriba referida del niño que me confundió con su abuelo y alguien, muy acertadamente, me dijo que eso me sucedía por pasear por delante de guarderías o colegios, que lo que tenía que hacer era merodear por centros de jubilados.  Y es cierto, aunque también uno corre el riesgo de que allí estos, los jubilados, que son sabios y resabiados, lo miren, además de como a un jovenzuelo, como a alguien que va acercándose a la valla y que, por mucho que se vista despreocupadamente dejando las rodillas al aire, camina, como todos, hacia la tumba.

En fin, yo quería haber escrito hoy una columna divertida, después de mi última y otoñal colaboración, y he acabado hablando de la muerte y la incontinencia urinaria, ustedes me disculparán (por cierto, para quienes se preocuparon por mí, además de darles las gracias, les tranquilizo aclarando que esa columna fue un fugaz ataque de melancolía o, acaso, de literatura, nada más, nada grave). Para compensar, si supiera algún chiste, terminaría con él, pero soy de los que no los retienen o se olvidan de ellos mientras los están contando. Solo se me ocurre decir que la vida misma es uno de esos chistes, pero precisamente por eso también tiene a menudo su gracia, ¿no les parece, amigas y amigos viejóvenes?

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