Jorge Nagore
El documento
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Nunca llegué a ver publicado un titular tan pegajoso como aquel: «La alcaldesa intentó hacerme una paja». Lo más parecido fue: «A la alcaldesa no le tembló la mano con Tocho». Pero el artículo que venía debajo no era sino una sarta de mentiras que trataban de protegerla a ella. Decían que, puesto que a través de las urnas era imposible desalojarla de su puesto, todo había sido un burdo montaje para hacerlo por medios no democráticos; que la alcaldesa era un ejemplo de entereza y no había dudado en enfrentarse con un ídolo de masas —yo— con tal de que, tenía gracia, resplandeciera la verdad y el orden constitucional; decían incluso que yo era un subversivo que nunca había ocultado sus simpatías por grupos violentos como los Boixos Nois, en Barcelona, y como prueba irrefutable de ello aportaban una foto en la que tras mi portería ondeaba una bandera de los mismos. Pero lo más increíble de todo era que la opinión pública acabó tragándose todo aquel kalimotxo mediático en el que la alcaldesa ponía la chispa de la vida con su sonrisita de niña que nunca ha roto un plato y los periódicos aquel vino en polvo, más falso que un euro de cartón. Durante los primeros días me enervé sobremanera, llamé una y otra vez a Txus Cuenco, pero sólo me contestaba su buzón de voz: —En este momento me estoy tomando un… ¡pacharán Zoco, el que te vuelve loco!, deja tu mensaje después de la señal.
Traté, en fin, de no darle mayor importancia y disfruté del resto de las fiestas en la medida de lo posible, que era a su vez la medida exacta de mi sombrero de mejicano, gracias al cual pude tomar anónimamente por bares y peñas, sacarme un peluche en las barracas y mearme por la paredes, preferentemente en aquellas en las que había carteles electorales con fotos de la alcaldesa. Pensaba que en cuanto comenzara la temporada me centraría en el fútbol y pronto recuperaría el favor del público con mis despejes de puño a lo Mazinger Z. Pero no tardé en darme cuenta de que Godman, a pesar de que mi fichaje había sido idea suya, me evitaba en los entrenamientos, y cuando llegaron los primeros partidos me vi por primera vez en mi carrera calentando banquillo. Pronto comprendí que también a Godman lo tenían atrapado desde que gritó “¡Viva San Quintín!” en lugar de “¡Viva San Fermín!” y que no alinearme no era en realidad decisión suya. El público tampoco me echaba demasiado de menos, teníamos un buen equipo, encajábamos pocos goles y por primera vez en muchos años Osasuna estaba en puestos UEFA. Tan sólo un pequeño sector de Graderío Sur continuaba coreando aquello de “¡Ese Tocho, ese Tocho, eh!” y, aunque yo se lo agradecía, no me hacían un gran favor, pues eran precisamente aquellos a los que los periódicos siempre calificaban como «los de siempre»: gamberros, radicales, borrachos…
Incluso mis manos parecían haber perdido sus propiedades y la falta de Vitamina C — C de casquete— iba debilitándome. Mi único apoyo era Dios, es decir, Diego Armando Maradona. Todavía podía creer en él; en un Dios que tropieza, y que, como un gato callejero, cae de pie y se vuelve a levantar enrabietado; en un Dios que lleva al Ché Guevara tatuado en un hombro; en un Dios al que Andrés Calamaro le escribe canciones; en un Dios que no olvida que él también nació en el arroyo. Y Diego, gracias a Dios, es decir, a sí mismo, no me falló.
Bien, no nos desviemos, el caso es que de todos modos me apetecía, en el fondo, leer Aire Nuestro, porque ya conocía el percal, había leído otras obras de Vilas y me habían gustado, así que ahora era como ir a tomarse una de esas cañas en un bar de confianza, con música de Johnny Cash (si escribes algo sobre Aire Nuestro tienes que colar a Jhonny Cash en alguna parte, aunque en mi bar en realidad se oye a Eskorbuto, y también hay una buena calefacción porque ahora está nevando ahí fuera y hay, en mi bar, una chica morena con pantalones de tela escocesa haciéndose una coleta al final de la barra, y al levantar los brazos se le dibujan unos pechos redondos y transparentes y dentro de ellos se ve a varios hombrecitos bebiendo cerveza sin entusiasmo que no saben que acabarán siendo engullidos esa noche por una vagina carnívora que devora lectores de Manuel Vilas).
Has dicho que no te ibas a desviar, Patxi. Ah, vale, pues lo que quería decir era que mí lo que me ha gustado de estos relatos –si es que es un libro de relatos- es, sobre todo, la actitud. A ver, Manolo, qué escribo, me imagino al autor antes de ponerse manos a la obra. ¿Una sobre la guerra civil, que igual me la reseñan en Babelia?¿Una sobre la ETA o sobre la familia real, que seguro que meto mucho ruido mediático -y pocas nueces- para que se pongan picudos en El Cultural o el ABCD?… No, qué va, voy a divertirme, dice Manuel Vilas, y ahí tenemos a un autor totalmente despendolado, entusiasmado, metiendo en la coctelera todas sus obsesiones, sus ídolos… Agitando y removiendo… Pasándoselo teta.
La actitud.
Luego está todo lo demás, lo que han escrito por ahí, en suplementos culturales, blogs, etc. que es como si necesitaran adornar ese cóctel con sombrillitas de papel, bengalas… ¿La novela del siglo XXI? No sé, a mí me ha recordado más a Wenceslao Fernández Florez o a Rafael Azcona o a Mortadelo y Filemón. Y las fotos que acompañan a los textos a los fanzines fotocopiados de los ochenta. ¿Qué hay de nuevo en un pie de página? En el fondo me parece un poco triste que a una novela o libro de relatos o lo que sea Aire Nuestro (no sé, quizás sea una de las pocas pegas que le veo, o yo me he perdido algo, pero lo del canal de televisión, me parece un recurso estructural algo forzado para que fuera algo que no necesita ser) me parece algo triste, decía, que haya que envolverlo con todo eso para vender el libro, o para venderlo más –o menos, yo estuve a punto de no leerla porque todos me decían que la leyera-. Y creo que no le hace ninguna falta porque es un gran libro. Pero bueno, no me hagáis caso, no me hagas caso, Manolo, seguramente lo que pasa es que tengo resaca. Y que soy un envidioso, un ególatra, un destalentado … Un cabronazo*.
*Qué mas quisieras, dice la chica de la coleta y los pantalones escoceses, que ahora me doy cuenta, es Manuela Vilas, tú lo que eres es un escritor costumbrista, añade y sale del bar con sus pechos transparentes bamboleándose y desnucando con su vaivén a los hombrecillos insignificantes y yo soy uno de ellos
Hace poco, junto con mi hijo Hugo hice un descubrimiento. En la biblioteca elegimos juntos un comic titulado “Vampir va a al colegio”, de Joann Sfar, prolífico autor francés a quien yo desconocía. El libro, que cuenta la historia de un pequeño vampiro que quiere ir al cole, enfrentándose por ello a su familia (su padre es el holandés errante, vive con varios monstruos, un perro rojo volador que se llama Fantomate…), resultó ser una joya. Hugo, que no sabe leer, se lo aprendió de memoria después de que su madre y yo se lo leyéramos al acostarlo dos o tres días. Pasaba las hojas y repetía párrafos enteros, se reía… Fue tal el éxito que unos días después tuve que recorrerme las diferentes bibliotecas en los que había desperdigados otros títulos de Vampir, como Vampir y la sociedad protectora de perros. Por desgracia creo que algunos de ellos, como Sopa de caca, que vaticino que podría ser el favorito de mi hijo, no están traducidos al español (quizás podamos comprarlo un día en una escapada a Bayona o San Juan de Luz). Y ya de paso, yo mismo me llevé otros títulos menos infantiles de Sfar, como Cazador-recolector.
El caso es que pleno subidón, esa euforia que a veces provoca descubrir carne literaria fresca, un autor desconocido, con el que conectas, leí un artículo de Felix Romeo en el que hablaba de Gainsbourg: vie heroique, película francesa dirigida por… ¡Joann Sfar! Vaya, este hombre es un genio. Y entré en la web del film, y allá había un trailer que tiene muy buena pinta (la peli es un biopic del cantante francés Serge Gainsbourg, el autor de Je t,aime… moi non plus, aquella canción en la que se oía de fondo un orgasmo femenino –no sabemos si real o fingido).
Tampoco sé si esa peli la estrenarán por aquí, espero que sí, porque parece muy interesante, como la propia –hasta ahora desconocida para mí, que soy un melón- peripecia vital de Gainsbourg, quien por cierto se parece un poco a Alfonso Ussía y ambos a Vampir solo que Gainsbourg es mucho más guapo, por dentro y por fuera, es un feo-guapo francés de esos, como Belmondo, capaz de encandilar a las mujeres más hermosas (el orgasmo femenino de Je t,aime lo grabó originalmente Brigitte Bardott, toma ya, aunque la versión definitiva fue la de Jane Birkin, que fue pareja de Gainsbourg).
El caso es que –me estoy desviando- quería dejar aquí un par de enlaces, uno a la web de Joann Sfar, y otro a la de la película de Gainsbourg. Y por supuesto dar las gracias a Felix Romeo. Espero la siguiente dosis.