EL ESCRITOR PATXI IRURZUN PROCESADO POR INJURIAS AL REY
(Salamanca, 18 de julio de 1997)
(Salamanca, 18 de julio de 1997)
Hoy es sábado. Los sábados no hay cole y por eso acompaño a mi mamá a hacer la compra. Hoy ha tocado la pescadería. En la pescadería huele raro y se ven los peces muertos detrás del cristal, unos por encima de otros y con esos ojos que parecen canicas y dan pena. En la carnicería es distinto porque los trozos de carne y los filetes son trozos de vacas y de cutos, pero no parecen vacas y cutos. Pero hoy ha tocado la pescadería. Mi mamá me ha dicho que hoy vamos a comprar cangrejos. Los cangrejos son unos bichos muy feos, como moscas muy gordas pero sin alas. Los he visto pintados en un libro de Begoña. También tienen unas pinzas que, si te cogen un dedo, te lo arrancan. Me lo ha dicho Begoña. Los cangrejos viven en el río, pero también van al cole, aunque no son muy listos, porque cuando Begoña trae las notas y se las enseña a mi papá, mi papá dice: «tú, como los cangrejos, para atrás».
En la pescadería los cangrejos estaban en una caja de madera. Había muchos, muchos, muchos cangrejos. Había cangrejos que andaban por encima de otros cangrejos y que querían escaparse de la caja, pero no podían, y cangrejos panza arriba que pataleaban porque no podían darse la vuelta, y cangrejos que sólo se veían a cachos, una pata, una pinza, una antena, porque estaban por debajo de los cangrejos que querían escaparse. Era como una vez que mi papá me llevó a ver un encierro a la plaza de toros y en la puerta se cayeron unos pocos hombres, y luego eran más, y luego eran tantos que los demás hombres que venían por detrás, y los toros también, pasaban por encima de ellos muy despacio y les pisaban las cabezas, y las mujeres gritaban, y la mano de mi papá temblaba, y yo me eché a llorar, y cuando todo pasó algunos hombres se quedaron tumbados en la arena hinchándose y deshinchándose muy deprisa y muy fuerte, y uno se murió. Por eso me daban mucha pena los cangrejos que sólo se veían a cachos, pero también los que pataleaban y un poco menos los que andaban por encima de los otros cangrejos.
– Mamá – le he preguntado a mi mamá – ¿los cangrejos se comen?
– Claro, hijo, y son muy ricos -me ha dicho ella-. Mi mamá lo sabe todo, por eso cuando le pregunto algo a mi papá, mi papá me dice: «no sé, pregúntaselo a tu mamá». Mi papá no sabe nada.
– Los cangrejos son riquísimos, chaval, ya verás – ha dicho también el pescadero. Pero el pescadero siempre dice que todo es riquísimo.
– ¿Y cómo se van a comer si están vivos? – he preguntado yo.
– Están vivos, pero por poco tiempo – ha dicho el pescadero. Y se ha echado a reír, pero a mí no me ha hecho gracia. Ahora que entiendo por qué ha dicho eso, tampoco me hace gracia. Después el pescadero ha metido la mano con un guante en el cajón de los cangrejos y ha empezado a sacar algunos y a meterlos en una bolsa para mi mamá. El pescadero lleva unas botas negras que le llegan por encima de las rodillas y un delantal que le tapa el pecho y la tripa, y los guantes, todo muy chulo. Yo pensaba que todo eso sería de goma, pero tiene que ser de una tela especial, por lo menos los guantes, porque al coger los cangrejos, los cangrejos no le han arrancado al pescadero ni un solo dedo.
– ¿Quieres llevar la bolsa, chaval? – me ha preguntado el pescadero cuando ha acabado de echar los cangrejos. Y me ha puesto la bolsa delante de la cara. La bolsa era blanca, pero a ratos le salían pecas, que eran las pinzas y las patas de los cangrejos que se movían por dentro, y luego las pecas que salían en otro sitio de la bolsa, y parecía como que la bolsa estaba viva, y que respiraba y todo.
– No – he dicho muy bajico.
-Tiene miedo – ha dicho mi mamá. Y ha cogido ella la bolsa. Mi mamá es muy valiente.
– No tengo miedo – he dicho yo. Pero le he dejado a mi mamá que lleve ella la bolsa.
Luego hemos salido de la pescadería. Yo andaba muy deprisa porque si no igual los cangrejos se comían la bolsa y se caían por los suelos, y como nosotros no teníamos guantes como los del pescadero, no los íbamos a poder coger. Pero mi mamá no andaba tan deprisa como yo. Me ha dicho que era mejor ir despacio para no mover mucho a los cangrejos y que no se enfadaran. Mi mamá lo sabe todo.
– Mamá – le he preguntado yo – ¿Por qué el pescadero ha dicho que los cangrejos estaban vivos por poco tiempo?
– Se dice pescatero y no pescadero. Pes-ca-té-ro.
– Bueno, pues por qué el pescatero… ¿así? – mi mamá ha dicho que sí con la cabeza y también con su sonrisa – ¿por qué el pescatero ha dicho eso?
– Porque para comernos los cangrejos tenemos que matarlos.
– ¿Cómo hay que matarlos?
– Se cuecen en la sartén – ha dicho mi mamá. Y los cangrejos me han dado pena otra vez. Me he acordado de unos dibujos animados donde unos negritos metían en una cazuela a un explorador que lloraba y que sudaba mucho, y también me he acordado de cuando me meto en la bañera y le doy al agua caliente hasta que me quemo y no puedo respirar porque sale mucho humo. Pobres cangrejos.
Cuando hemos llegado a casa mi mamá ha puesto los cangrejos en una cazuela, y como tenía asas, yo he cogido la cazuela y se la he llevado muy despacio a Begoña para que los vea. Algunos cangrejos se querían escapar y yo tenía miedo, pero quería ser valiente y que Begoña se creyera que no tenía miedo. Begoña estaba hablando por teléfono.
– Mira, Begoña, – le he dicho. Y le he puesto la cazuela delante de la cara como me ha hecho a mí el pescadero, o sea, el pescatero.
– Quita, idiota. Qué asco – ha dicho Begoña con una voz distinta a la que tiene, como de mujer en vez de chica. Begoña es tonta. He llevado la cazuela muy despacio a la cocina y luego he vuelto al cuarto de estar porque cuando le he ido a enseñar los cangrejos a Begoña he visto que ya habían empezado los Pitufos en la tele. No he visto casi nada de los Pitufos porque enseguida mi mamá ha gritado desde la cocina:
– ¡Asier! Ven, que voy a echar los cangrejos.
Y como los Pitufos hay todos los sábados pero ésta era la primera vez que veía cangrejos, he ido a la cocina. Mi mamá había untado la sartén con mantequilla y cuando echaba los cangrejos resbalaban como si estarían esquiando. Eso los primeros, porque luego había tantos que no tenían sitio ni para moverse, como en el cajón de la pescatería, sólo que aquí pataleaban todos y hacían un ruido como si la sartén se los estuviera tragando. Era como uno de esos agujeros llenos de bichos venenosos que salen en las películas y a los que los malos quieren empujar a los buenos para que se los coman los bichos, pero se comen siempre a los malos porque los buenos son más fuertes, sólo que en las películas los bichos daban asco y los cangrejos daban pena porque se estaban muriendo y pataleaban cada vez más despacio y con menos fuerza. Menos mal que entonces mi mamá le ha puesto una tapa a la sartén y así no he visto cuando se morían los cangrejos. Mi mamá lo sabe todo, hasta cuándo voy a echarme a llorar.
– Mamá – le he preguntado – ¿Y por qué no venden también las vacas y los cutos vivos? ¿Porque no caben en la sartén?
– Claro, hijo – me ha dicho ella.
Después mi mamá ha levantado la tapa de la sartén y los cangrejos estaban ya todos muertos y en vez de ser como negros, como antes, ahora eran rojos.
– ¿Se han muerto de calor? – le he preguntado a mi mamá.
– Sí, hijo.
Los cangrejos me daban mucha pena.
– Anda, Asier, vete a ver los Pitufos – me ha dicho mi mamá. He ido a ver los Pitufos, pero hoy no me han hecho tanta gracia como otros días.
A las dos, cuando ha venido mi papá, nos hemos puesto a comer. Cuando mi mamá ha sacado los cangrejos mi papá ha dicho: «hombre, cangrejos», y la boca le olía a vino.
– Los hemos comprado en la pescatería – le he dicho a mi papá.
– Se dice pescadería – ha dicho mi mamá. Yo le iba a preguntar a ver por qué si se decía pescadería se decía pescatero y no pescadero, pero mi papá se ha puesto a hablar muy alto y muy deprisa, como siempre que le huele la boca a vino.
– Estos cangrejos son americanos. Los de antes sí que eran cangrejos ¿verdad? – le ha preguntado mi papá a mi mamá, pero no le ha dejado contestar – cangrejos grandes y gordos – ha dicho mi papá.
– Papá, ¿los cangrejos son tontos porque son americanos? – le he preguntado a mi papá. Mi papá siempre dice cosas feas de los americanos.
– Sí, Asier – ha dicho riéndose mi papá – y por eso también invadieron nuestros ríos, como hacen con todo los americanos, y se comieron a nuestros cangrejos.
– ¿Y por qué se los comieron si los nuestros eran más grandes y más gordos? – le he preguntado a mi papá.
– Joder, qué niño; no sé, pregúntaselo a tu madre.
– Porque eran más – ha dicho mi mamá. Y ha empezado a servir los cangrejos. Eran igual que en la pescadería, pero muertos y rojos, y olían más a río. Lo que yo no sabía era cómo se comían y por eso he esperado a ver qué hacían mis papás y Begoña. Mi mamá ha dicho:
– Quítales la cabeza, ¿ves? – mi mamá le ha quitado la cabeza a un cangrejo – las patas – mi mamá le ha arrancado las patas – los pelas así – mi mamá le ha quitado al cangrejo un cascarón duro – y te comes esa cosa blanca ¿ves qué fácil? – mi mamá ha chupado el cangrejo y se ha comido la cosa blanca.
– Vale – le he contestado yo. Pero cuando he querido hacer lo que me ha dicho mi mamá, no era nada fácil. El cangrejo resbalaba, y al arrancarle la cabeza el caldo me caía por los dedos y por los brazos y me hacía cosquillas. Luego resulta que la cosica blanca esa era poco más que una miga de pan, y era rica, pero no tanto como para ensuciarte todos los brazos de caldo.
– Pero si te has dejado la mitad ahí – ha dicho mi papá. Y ha señalado la esquina del plato donde he dejado la cabeza, las patas, las pinzas y las peladuras. De la cabeza del cangrejo colgaba una carne como la que mi mamá ha dicho que me tenía que comer, pero de color marrón. Me ha dado un poco de asco y cuando he visto el cangrejo destripado y partido en pedazos en la esquina de mi plato me he acordado de que hacía media hora todos los cangrejos estaban vivos y me ha dado más asco, y los cangrejos mucha pena.
– No me gusta – he dicho. Mi mamá ha puesto cara de enfadada y luego ha dicho:
– Ya sabía yo que esto no era como para el crío – cuando mi mamá dice «el crío» es que está enfadada – anda, trae, que te voy a hacer una tortilla – ha dicho. Y me ha quitado el plato, lo ha repartido entre los demás y se ha puesto a hacerme una tortilla. Cuando me ha sacado la tortilla la he comido sin quitarle ojo porque ya he visto que Begoña me miraba haciéndose la mayor y que mi papá también estaba enfadado, porque tiraba muy fuerte al plato las cabezas y las patas y las pinzas y las peladuras de los cangrejos y me salpicaba de caldo la camiseta. Y el caldo olía cada vez más a río y a mí los cangrejos me daban mucho asco y mucha pena y por eso me he comido la tortilla muy deprisa y cuando la he acabado me he levantado y he salido enseguida al pasillo para que a mi papá no le diera tiempo de gritar: «espera a que terminemos de comer».
¿Y a que no sabéis qué he encontrado en el pasillo? ¡Un cangrejo vivo! Iba arrastrándose muy despacico y tenía las patas, las pinzas y las antenas llenas de pelusas de polvo. Cuando me ha visto el cangrejo se ha puesto de pie apoyándose en la cola y ha abierto mucho las pinzas, como si quisiera darme un abrazo. A mí me ha dado mucha gracia encontrarme un cangrejo vivo en medio del pasillo y también que se pusiera de pie y estirara las pinzas como si fueran los brazos de un hombre y me he puesto muy contento.
– ¡Hay un cangrejo en el pasillo! – he gritado. Y entonces he oído chirriar por el suelo las banquetas de todos, hasta la de mi papá, aunque no hubiéramos terminado todos de comer, y mis papás y Begoña han salido al pasillo. Cuando han visto el cangrejo mi mamá y Begoña se han reído, las dos como chicas en vez de mujeres y mi papá ha dicho con voz de tonto: «¡anda!» y se ha acercado al cangrejo y le ha empezado a dar golpecicos en la cabeza, donde las antenas, y el cangrejo entonces echaba sus pinzas como un gato y se ponía todavía más tieso. Mi papá es también muy valiente, como mi mamá, pero el cangrejo es todavía más valiente, porque él es mucho más pequeño que mi papá y también porque se ha escapado para que no nos lo comiéramos.
– Ten cuidado, que no te arranque el dedo – le he dicho a mi papá. Porque, aunque el cangrejo es más valiente, yo quiero más a mi papá que a un cangrejo, aunque a mi papá le huela la boca a vino y no sepa nada.
– Uy, sí, es verdad – ha dicho mi papá – anda, trae la pecera esa del cuarto de estar para que lo metamos dentro antes de que nos coma a todos. ¡Corre!
He ido corriendo al cuarto de estar y he cogido la pecera. Es de plástico y la compramos para un pez de colores muy pequeñico que vendían en bolsas de plástico con agua en Sanfermines. El pez se murió por la noche, no sé por qué, porque yo bien que le había echado comida de un bote que compramos con comida especial para peces. De hambre seguro que no. Le eché medio bote…
Hace unos días David González hablaba en este blog de Nelson Algren y El hombre del brazo de oro. Y yo recordaba que entre los libros de mi padre había una colección, Libros Reno, con una edición del mismo, sorprendentemente publicada en plena dictadura franquista. Dicha colección debía de estar dirigida por algunos cracks avezados en el regate final y capaces de meterles estos golazos a la censura, y otros como Los indiferentes de Alberto Moravia o El enamorado de la osa mayor de Sergiusz Piasecki, del que también reproduzco la portada, porque es un libro de aventuras muy recomendable, un canto a la libertad afinadísimo, escrito por un autor que sabe de lo que habla (la vida de los contrabandistas) con una peripecia vital de lo más atractiva y que recuerda a otros escritores misteriosamente desaparecidos, otros amantes de la libertad y enemigos de cualquier forma de autoridad, como B.Traven, el autor de El tesoro de la Sierra Madre (sobre este enigmático escritor http://usuarios.lycos.es/jhbadbad/traven.html) , o Ambrose Bierce (Diccionario del diablo, Cuentos de soldados y civiles...)…
Esto es lo que dice la solapa de la edición de esta novela que ha publicado recientemente El Acantilado:
PD: Justo cuando acabo de colgar este post, leo en la columna de «blogs que sigo» que Jose Ángel Barrueco ha escrito sobre Nelson Algren aquí, a quien interpretará Jhonny Deep en el cine.