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UN REGALICO DE REYES: EL DROGAS (BARRICADA) EN ACÚSTICO

Ene 5, 2011   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment

El día que presentamos «Simpatía por el relato» en el Paris365 (o lo que es lo mismo en el bar La Cepa de Pamplona), El Drogas apareció con su guitarra y cantó dos canciones, Azulejo frío (que, creo, es además el título de su próximo disco con Txarrena, y que también la tengo grabada por ahí) y esta otra que subo ahora. La grabé yo mismo con una cámara de fotos del año de la polka (aunque ya tenía función de vídeo) y evidentemente soy un trapero (tranquilos que a mitad del video me doy cuenta y giro la cámara), pero estoy un metro a su izquierda y al menos se oye bastante bien (aunque El Drogas estaba algo afónico). Para mí fue un privilegio y se me pusieron los pelos como escarpias. Espero que os guste.

AUTO DE REYES (Cuento de Navidad)

Ene 2, 2011   //   by admin   //   Blog  //  No Comments


Hace unos años, por esta fechas siempre escribía un cuento (o anticuento) de navidad, pero creo que nunca me quedaba satisfecho, porque, repasando, no he incluido ninguno en mis libros de relatos y la mayoría permanecen inéditos (publiqué uno por capítulos, por encargo, en el GARA, en el año 2000, en el que hablaba del cambio de milenio, y salía un ventrílocuo, que era un personaje que siempre he querido meter en algún cuento -tal vez lo suba también al blog si después de preguntarle a Google como se cuelga un PDF en un blog me da una respuesta satisfactoria, e incluso, si me satisface mucho, suba alguna de mis novelas, lo estoy pensando-); el caso es que el cuento de aquí abajo debió de ocurrírseme viniendo de Vitoria-Gasteiz, por la autovía, al ver las luces de uno de esos puticlubs de carretera, en algún un pueblito de la Sakana, y me imaginé cómo serían unas navidades en un lugar como ese, y en el belén puse a la guardia civil, y a un concejal amenazado, que no por eso se convertía automáticamente en un héroe ni dejaba de ser un cabronazo, y a Olentzero, y a un rey mago negro con la cara pintada, y a las mujericas que murmuraban cuando las pilinguis iban a comprar el pan con mallas marconas de leopardo… Ahora lo releo y no me parece ni tan mal, vosotros diréis.

Por lo demás, este año nuevo lo he arrancado sin hacerme propósitos de nada, total pa qué, que diría Caldito, que venga lo que tenga que venir. Puedo decir que tengo un pálpito, un buen pálpito, literariamente hablando, pero eso es una tontería, todo el mundo cuando hace propósitos y vaticinios por estas fechas tiene buenas sensaciones y espera lo mejor… Lo que sí puedo es mirar para atrás y ver el 2010. ¿Qué pasó? Bueno, perdí el trabajo, como tantos otros, pero de momento lo único que me duele es el día que Hugo se echó a llorar y dijo » ahora que el aita no trabaja y vamos a ser pobres ¿ya no tendré juguetes?»; por lo demás, fue una liberación, puedo dedicar más tiempo a mis hijos y me siento un padre privilegiado por ello (en realidad les dedico todo el tiempo, pero aún me queda algo, más que antes, para escribir, y he aprendido a cocinar algunos platos y he dejado de ver algunas caras que me daban mucho asco y me producían brotes de psoriasis); eso es lo que hay, ahora mismo, no sé qué pasará cuando el paro se me acabe-; también me casé, el año pasado, y fui a Nueva York con Anabel y me quedé boquiabierto y ojiplático y con ganas de volver; y volví a escribir cuentos, gracias a algunos encargos, como Vinalia Trippers y las antologías que se publicarán este año (Viscerales y Beatitud y alguna otra); y de manera inesperada conseguí que en el 2011 se publiquen dos novelas de las que me encuentro muy satisfecho y que parecía que se quedarían toda la vida en un cajón; y edité con Esteban «Simpatía por el relato» y tuve una aproximación en la gira de presentación, a lo que es estar en la carretera con un grupo, y creo que no me gustó, o que yo ya no estoy para esos trotes; también, creo, he hecho algunas buenas amistades, como el propio Esteban, con lo caro y las pocas ganas que le quedan a uno de conocer gente a estas alturas de la vida… No ha sido, en realidad, un mal año, digan lo que digan los periódicos e incluso aunque yo sea una de las estadísticas de las que hablan.

En fin, os dejo con el cuento, y os deseo a todos un año, igualmente, feliz, de liberaciones, buena salud, amistad y proyectos que se cumplen (después de trabajar mucho y duro en ellos).

AUTO DE REYES

—Lo mejor de la Navidad, Vanessa, es que por unos días las luces del puticlub brillan como todas las demás — solía decirme la Jessica, que era una bendita de Dios. Y tenía razón, cuando una se acercaba por la autovía al pueblo lo primero que se veía ya no eran las fluorescentes rojas y verdes con ese cartel encima del tejado, CLUB, que, dicho sea de paso, yo nunca he entendido a qué viene, los clubs que se sepa son de tenis, o de fútbol o de fumadores de puros, y aquí nosotras a lo que nos dedicamos es mayormente a hacer mamadas —con perdón— que es parecido pero no es lo mismo… Pero bueno, sí, señor sargento, al grano, que la Jessica, que en paz descanse, llevaba más razón que una santa: en Navidad, entre todas aquellas lucecitas que colgaba el ayuntamiento, con sus angelotes, sus olentzeros, y sus estrellas de Belén, los guiños del cartel del puticlub perdían ese no sé qué cochino, como incitando a los conductores a salirse de la carretera para echar una canita al aire.

—Chica, si hasta noto que estos días en la tienda las mujeres no me miran de esa forma tan rara —decía también la Jessica, y usted ya sabe a qué se refería, esas miradas, como si estuviésemos apestadas, o fuésemos marcianas, o, mejor, un ejército enemigo, para que me entienda.

No se lo tome a mal, hombre, que yo sólo se lo digo para que vea que la difunta de puro bueno era tonta, y no se daba cuenta de que en esas miradas no había nada de raro, lo que echaban los ojos de esas víboras eran puro odio, puro veneno, como si tuvieran miedo de que fuéramos a robarles a sus hombres, por eso se lo decía, no por otra cosa, sargento. Bueno, por eso y porque la Jessica, que como le digo era una bendita de Dios, también se creía esa otra monserga de la Navidad, que si noche de paz por aquí, noche de amor por allá, como si de repente a todo el mundo se le convirtiera el corazón en un mazapán, que me río yo, porque las navidades serán todo lo familiares que se quieran, pero para nosotras de fiestas nada y el puticlub andaba siempre a reventar de clientes. Don Javier, el concejal, sin ir más lejos.

Pues sí, sargento, ya que lo pregunta el día de autos —se dice así ¿verdad?— después de comer, todavía sin vestirse y pintarse la cara para la cabalgata, Don Javier estuvo allí, en el puticlub, y, sí, también, fue la Jessica la que le atendió. Mayormente era ella quien lo hacía, porque el concejal es un hombre de costumbres fijas, no sé yo si por todo ese asunto de las amenazas, aunque, por cierto, aquella tarde vino sin el guardaespaldas ese de la cabeza como una bola de billar y el gabán negro, igualito que el del anuncio, anda que no nos reíamos cuando se subía las solapas y se plantaba tan estirado y tan serio en una esquina de la barra, que el colmo fue ya el día que, cubata va cubata viene, al final va y me sopla un besito en la palma de la mano, que de la risa casi hasta me meo en el tanga —con perdón—, fíjese cómo sería el parecido que la Jessica, que todo hay que decirlo, para mí que le faltaba un hervor, llegó a creerse que el calvo aquel de verdad era el del anuncio —ya sabe cual le digo, sí, hombre, el de la lotería— y que iba a traerle suerte a su vida. Que buena falta le hacía, por otra parte, porque, eso sí, a la Jessica le tocó sufrir mucho en la vida, usted como no tiene vicio y nunca se acostó con ella no vio los estropicios en el cuerpo, los golpes y quemazos con que la marcó su ex, el Amador, esa mala bestia, que ya solía decirle yo, y que Dios me perdone:

—Lo mejor que has hecho en tu vida, Jessica, ha sido alejarte de él, cambiarte el nombre —porque la Jessica en realidad se llamaba Inmaculada, que como usted comprenderá, no es un buen nombre para hacer carrera en el mundo del puterío.

Y luego:

—Ahora no va a encontrarte nunca, ese malnacido, que ojalá se le caiga el pito a cachos con un cáncer largo y doloroso.

Y ella:

—Calla, calla, Vanessa, no digas barbaridades —porque ni contra eso se rebelaba, la Jessica, que era una bendita de Dios, y en los meses que se pegó aquí nunca le vi un mal gesto, a lo más aquel día en la pelu que coincidimos con la mujer de Don Javier, fíjese que situación.

—¿No pensarás peinarme después a mí con el mismo cepillo, eh, bonita? —le dijo a la chica, con muy mala baba, porque justo entonces le estaba desenredando los enganchones a la Jessica.

Y entonces va la Jessica y salta:

—¿A usted le da asco peinarse con el mismo cepillo que su marido?

Y la otra:

—Pues claro que no, qué tontería.

Y la Jessica, con todo lo pánfila que parecía:

—Pues a mí tampoco —le suelta, para que se enterara bien, aunque al principio la otra no caía, y luego hilando yo creo que ya fue dándose cuenta de que lo que la Jessica quería decirle era que las dos compartían algo más que peluquera, y también que no se descuidara, que en cuanto podía le robaba al marido, porque la Jessica soñaba esas cosas, que un día Don Javier dejaba a la mujer, y le quitaba a ella de puta, y volvía a llamarse Inmaculada, y se casaba, y tenían nenes, y así.

Se hacía fantasías de esas con el concejal, nunca entendí por qué, digo yo que le pondría toda aquella parafernalia de los periódicos y la tele, cuando a Don Javier le llamaban héroe, que no digo yo que no, hay que tener mucho cuajo para jugarse la vida así, por tus ideas políticas, que les dicen, pero las cosas como son, el concejal era un canalla, que cuando le ponían una micrófono delante mucho los violentos esto y los violentos lo otro, y mi familia para aquí mi familia para allá, pero luego él se pasaba el día en la calle, de copas, y de putas, porque eso es lo que era, mayormente, y lo que sigue siendo, Don Javier, un putero, y también, vamos a contarlo todo, un maltratador, que a veces hasta le metía alguna galleta a la Jessica, o le insultaba, «mala puta», le decía, la tarde aquella de reyes, sin ir más lejos.

No, sargento, yo no puedo decirle seguro qué pasó esa tarde allá arriba, pero la Jessica fijo que estuvo llorando, se lo noté yo al bajar, en esas ronchas rojas que le salían por la cara. Pues bueno ¿qué se cree que me dijo, en cuanto el concejal se fue?.

—Me voy a poner el anorás nuevo, bien guapa, para la cabalgata, que mi Don Javier hace de Baltasar —y es que hay que ver, hay algunas que no aprenden nunca.

Y luego que a ver si la acompañaba, que maldita la gracia, pero por no darle otro disgusto y, todo hay que decirlo, también por hacer rabiar un poco a las víboras, pues nada, que me puse mis mallas más marconas, unas de leopardo muy bonitas que tengo, y para la cabalgata que nos fuimos, la Jessica y yo, como dos chiquillas, que por cierto, yo no había visto a los reyes magos desde pequeñita, en el pueblo, y la cosa fue parecida, igual de cutre, quiero decir, unos tíos gordos con barbas postizas subidos a un remolque con lucecitas, que para mí que los niños se hacían los longuis y en realidad todos sabían que el negro era Don Javier, y Melchor el presidente de la sociedad gastronómica, y Gaspar el pelotari ese famoso, pero bueno, si, es verdad, señor sargento, al grano.

El caso es que a pesar de todo ya desde el principio sentí una cosa muy rara en la barriga, que entonces yo no caía, pensaba que era como un recuerdo de cuando era pequeña, aquella excitación, como cuando comes algo que está venga repetir, pero ahora me doy cuenta de que era que ya barruntaba que algo iba a pasar. A la Jessica, por contra, se la veía, mayormente, tranquila, hasta feliz, como si ella fuera uno más de los niños que llamaban a gritos a los reyes magos, igual porque en realidad ella también gritaba, ¡Baltasar, Baltasar!, que a mí al principio me daba hasta vergüenza, pero luego, cuando pasó lo que pasó, como que se me puso la piel de gallina, fíjese que aún ahora, cuando pienso en ello, lo recuerdo como una de esas imágenes de la tele, a cámara lenta, y con musiquita de esa que te hace llorar.

Primero Don Javier, que yo no sé si fue el disfraz, que se metió mucho en el papel o qué, el caso es que cuando pasó a nuestra altura miró para donde servidoras y de repente, como si la conciencia le diera un mordisco, que yo no sé que habría pasado allá arriba, en el cuarto, pero bueno, pues eso, que de repente el hombre saltó del remolque y se vino para la acera, que al principio nosotras pensábamos que era para darles algunos caramelos a los niños de la primera fila, porque, la verdad, se estaban desgañitando, ¡BALTASAR, BALTASAR!, los pobres, pero no, después ya vimos que Don Javier no les hacía ni caso y que a por quien se iba directo era a por la Jessica, y que conforme se iba acercando los niños dejaban de gritar, y de colgársele como monicacos de los brazos, y todas las miradas se volvían hacia ella, y por un momento, cuando Don Javier le rodeó la cabeza con las manos y le estampó aquel beso en la frente a la Jessica, el beso más hermoso y más puro que yo he visto en mi vida, se lo juro por éstas, por un momento, se hizo un silencio total y todas las miradas, las de las víboras de la tienda, la de la mujer del concejal, la de todos los hombres que se acostaban cada sábado por la noche con ella, todas aquellas miradas, se clavaron en la Jessica y la miraron de otra forma, sin veneno, sin odio, no sé, como si fuera un ángel, o la mismísima Virgen María.

Y justo después, apenas un segundo después, fue cuando pasó lo que pasó.

Buscándole el lado bueno al menos así a la gente del pueblo no le dio tiempo a murmurar, ni a hacer mala sangre. Porque para sangre la que echó la Jessica, cuando aquel animal le pinchó, aprovechando el tumulto. Fue todo muy rápido. Yo ni siquiera le vi sacar el cuchillo, tan sólo sentí como la Jessica dio como un respingo, sólo un segundo después de que Don Javier la apartara, que al principio yo pensé que no era más que la emoción del beso, pero después ya, cuando vi como la Jessica perdía la color y se iba desmayando despacito, si aspavientos, así como era ella, como si no quisiera llamar la atención, o igual, quien sabe, como si hubiera estado esperando ese momento durante mucho tiempo, después ya vi las primeras manchas de sangre empapándole el anorás, y comprendí que había sido ese hombre, que ahora se perdía en la oscuridad y al que no, señor sargento, no le vi el rostro, es cierto, pero, enseguida lo comprendí, era, no podía ser otro que el Amador, y yo firmo donde usted me diga, porque estoy segura, fue él quien la mató, el Amador —menudo nombre más mal puesto, por cierto—, esa mala bestia que al final, contra lo que yo le decía, y no sabe usted el dolor de corazón que me da, había encontrado a la Jessica, yo no sé cómo lo había hecho, la debía haber estado buscando por todo España, o como se llame aquí, sólo para matarla, para quitarle hasta eso, el único momento de su vida en que la Jessica había sido feliz, aunque, y eso quiero que lo sepa, y si no lo pone usted aquí, en el parte, se lo voy a soltar de todos modos en el juicio a ese malnacido —con perdón; bueno, y sin él también, porque eso es lo que era, el Amador, un malnacido—, pues eso, que le diré que no, que no consiguió lo que quería, que llegó tarde, y que lo último que la Jessica se llevó para el otro barrio no fueron los recuerdos de la mala vida que él le había dado, ni siquiera de aquella mala muerte, con puñalada trapera y todo, no, lo que se llevó la Jessica para el otro barrio fue aquella sonrisa, como si de verdad además de Don Javier le hubiese besado el mismísimo Baltasar y con aquel beso le hubiese concedido todo lo que ella había soñado, y ya nadie pudiera arrebatárselo; aquella sonrisa inmaculada, nunca mejor dicho, que sólo podía, tenía derecho a colgarse del rostro una persona como ella, a la que en esta vida no le tocó más que sufrir, pero que nunca hizo daño ni le guardó rencor a nadie, y es que la Jessica, mayormente, era una bendita, que no se si se lo había dicho todavía, sargento. Una bendita de Dios.

Un fragmento de DIOS NUNCA REZA

Dic 27, 2010   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment


Para José Ángel Barrueco y Marta, con mis mejores deseos.

Martes 19 de agosto

Hoy hemos tenido ecografía. Con el anterior embarazo, Malen y yo no llegamos a convencernos realmente de que seríamos padres hasta la mañana en que vimos por primera vez a Urko en el monitor. Hasta entonces todo parecía sólo una prolongación de ese juego despreocupado de enamorados en el que se inventan nombres para hijos que no nacerán todavía, que quizás nunca nacerán. Malen y yo habíamos jugado muchas veces a aquel juego. Supongo que estábamos muy enamorados. Por lo menos tanto como todos los enamorados.

Nos conocimos en el barnetegi, un internado para estudiar euskera, en Lazkao.

Los dos estuvimos allá casi un año, un paréntesis en nuestras vidas mientras decidíamos qué hacer con ellas. Después yo hice el viaje a Filipinas y cuando volví ella todavía estaba esperándome. Durante los primeros meses de nuestra relación hablábamos entre nosotros en euskera, incluso hacíamos el amor en euskera. Después, un día, de repente, nos pasamos al castellano, y poco a poco nos fuimos olvidando de todo lo aprendido. Es curioso, mi vida ha sido una sucesión de cursos que no me han servido para nada, de esperas en las colas de las oficinas de empleo, de idiomas que se olvidan, de novelas en las que inventaba ese limbo al que van a parar los niños que nunca nacen pero tienen nombre. Como si en lugar de una vida fuera un simulacro. Al menos fue esa parte de mí, la que nunca llegaba a suceder realmente, la que hizo que Malen se enamorara de mí.

—Me gustó que fueras escritor. Me halagaba pensar que alguien sensible e inteligente se fijara en mí —solía decirme.

Pero a mí lo que me gustó realmente de Malen fue su culo. Todavía me seguía gustando. Mucho. A veces, cuando paseamos por la calle, dejo que se adelante unos metros sólo para mirarlo hipnotizado; o cuando por las noches nos acostamos y ella se coloca de espaldas a mí mi pene se desenrosca inmediatamente, como una serpiente encantada. Incluso a pesar de que sepa que no haremos el amor.

Malen, por su parte, nunca se ha sentido especialmente atraída en lo físico por mí y no tardó en comprender que a los escritores es mejor no conocerlos, que en realidad no son ni tan sensibles ni tan inteligentes, y de ese modo su pasión -al menos estos últimos meses- se ha ido escurriendo igual que un helado de una fruta de nombre exótico pero un sabor de regusto insulso.

—Es el cambio hormonal. El embarazo —trata de disculparse.

Como si June fuera una extraña que se ha entrometido en nuestras vidas, en nuestra propia cama. La niña, sin embargo, se esfuerza para que le hagamos caso. Esta mañana su pequeña figura ha aparecido plácidamente tumbada boca arriba, mostrándose con descaro. Incluso ha sacado la lengua cuando la ginecóloga ha enfocado su rostro.

—¡Uy, que descarada! —ha dicho Malen.

La he mirado sonriendo a los ojos y en el charquito que resplandecía en ellos he visto reflejado todo lo que quedaba en medio de la atracción física o intelectual, todo lo que realmente hace que nos queramos: el mismo sentido del humor, el mismo inconformismo, la misma capacidad de sorpresa, todavía y a pesar de todo, ante la vida…

Después he vuelto la mirada hacia el monitor y he distinguido un puntito que palpitaba agitado.

-Es el corazón- ha dicho la ginecóloga. Su voz sonaba fría, desprovista de emoción. Pero era normal. Tan normal como la vida misma. Para nosotros ese latido es el latido del mundo, pero ella descubre un nuevo corazón cada cuarto de hora.

-¿Qué tal tiene el pie? -ha preguntado Malen.

En la anterior ecografía nos dijeron que tal vez el pie derecho de June estuviera torcido. Apenas hemos vuelto a hablar de ello, tan solo haciendo bromas que traten de disimular nuestra preocupación (a veces la llamamos la cojita). Pero es pronto para asegurar nada, dicen los médicos.

-Yo no veo nada raro, pero es difícil apreciar algo así, en todo caso es algo que se soluciona con ortopedia, durante el primer año, no tenéis que preocuparos, la niña está muy bien, y es muy grande, muy hermosa -ha dicho la ginecóloga.

Cuando hemos salido de la consulta he vuelto a tener la misma sensación que con las ecografías de Urko, o el día de su parto, o cada noche cuando lo acuesto, la sensación de que mi existencia, al fin, deja de ser sólo un simulacro y se convierte en algo real.

Malen yo nos hemos besado. No ha sido un beso como los de antes, cuando nuestras lenguas se convertían en dos látigos que azotaban el corazón y le hacían sangrar esperma y jugos vaginales, pero ha sido un beso de verdad, de dos personas que todavía se aman.

Dios nunca reza (Patxi Irurzun) se publicará en 2011

ANTICUENTO DE NAVIDAD NÚMERO UN MILLÓN

Dic 24, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Otro cuento, recuperado e ilustrado por Exprai (aunque creo que también aparecía en La polla más grande del mundo), muy a tono con las fiestas. Por cierto, Feliz Navidad a todos menos a los pelmas de Movistar (me imagino a sus expertos de marketing, con sus bombillitas iluminadas: «Venga, el día de la lotería, a enviar mensajes a tutiplén, que la gente está más vulnerable, después de no haberse comido un rosco y de cargarse en los niños de San Ildefonso -por no decir en el niño dios-, mensajes, mensajes a saco, que seguro que alguno pica y se cree que le va tocar la casa, el coche, el viaje…». Anda y que se metan sus mensajes por el culo 2207 veces).

ANTICUENTO DE NAVIDAD NÚMERO UN MILLÓN

—¡Señor López, acuda a recepción, señor López, acuda a recepción!– repetía por la megafonía una voz impersonal, casi con código de barras, de no ser porque al eco enlatado se le escapaba un retintín de urgencia.

El Señor López era el encargado de que en la inauguración de los grandes almacenes todo saliera como era debido. Un perfecto inútil: a lo largo del día todo habían sido contratiempos; los problemas se le habían acumulado como una pila de muertos sobre el curriculum profesional.

Primero aquel Olentzero. Él mismo lo había contratado, después de un rigurosa selección en la que había primado el parecido físico. El elegido, cabezón y tripontxi, parecía perfecto, la personificación de una de aquellas figuritas del popular carbonero que tan bien se estaban vendiendo en la sección de adornos navideños, claro que, a diferencia de éstos, el de carne y hueso se había metido tanto en su personaje que en lugar de quedarse tranquilamente sentado fumándose su pipa, había acabado por convertir en un “slalom” sus repetidas visitas al puesto de degustación gratuita de sidra y ahora ya ningún niño se atrevía a pedirle los regalos: entregarle sus cartas hubiera sido como echarlas por la alcantarilla pestilente en la que se había convertido su boca, y con la cual intentaba atraerlos sin éxito, al grito de: –¡A ver el siguiente! ¿Tú también quieres el puto Picachu ese?

Después aquel Papa Noel. Tras mandar a casa al Olentzero el Señor López había tenido que hacer lo propio con uno de los papanoeles que habían colocado en cada una de las puertas, todos ellos igualmente contratados por él. En este caso el procedimiento de selección utilizado había sido el algo menos riguroso del enchufe, y los resultados igualmente desastrosos. ¿Cómo le contaría el señor López a su mujer que había tenido que despedir a uno de sus primos porque preguntaba con una insistencia algo sospechosa a los niños si, oh, oh, querían un pirulí?

—¡Señor López acuda a recepción, señor López acuda a recepción!– repetía la voz enlatada.

—Ya va, ya va ¿Que pasará ahora?– se preguntó.

Hasta los Reyes Magos le habían fallado aquel día; o mejor dicho él había propiciado el fallo, colocándolos en la sección de iluminación, bajo aquella constelación de lámparas, todas ellas encendidas, con sus aparatosos atuendos, las espesas barbas, y en el caso de Baltasar el maquillaje que el calor espantoso iba desfigurando, haciendo caer chorretes de betún sobre la capa, los cuales dejaban al descubierto una piel decepcionante blancucha. El señor López no imaginaba una forma más cutre –pero también más sincera– de revelar que los reyes eran los padres que aquella, en unos grandes almacenes.

Y ahora aquello.

Cuando el señor López llegó a recepción se encontró con que alguien había colocado en el Belén que allá se encontraba una alambrada, y desparramados entre las figuritas, sobre los ríos de papel de plata, varios trocitos de carne de ternera cruda y espongiforme, unos cuantos soldaditos de plástico, algún que otro asentamiento de clicks de famobil

—Han sido unos proetarras– le informó un guarda jurado – Han dicho no se que de un acto de apoyo a la causa palestina.

—Señor López, acuda a la sección de lencería, señor López acuda a la sección de lencería– decía la la megafonía.

El Señor López no aguantaba más. Necesitaba un respiro. Salió a fumar al aparcamiento. ¿De que se trataría ahora? ¿Algún pastorcillo “voyeur”?. Veía esfumarse su futuro profesional al tiempo que el humo de su cigarrillo.

—Todo ha salido mal– pensó.

Pero a sus espaldas, a lo largo de la carretera de acceso a los nuevos grandes almacenes, una interminable cola de coches se perdía en la lejanía, difuminada entre las luces de la ciudad.

SEGUNDA EDICIÓN Y PREMIO PARA ‘SIMPATÍA POR EL RELATO’

Dic 22, 2010   //   by admin   //   Blog  //  3 Comments

En apenas tres semanas la primera edición de Simpatía por el relato -nos comunica nuestro editor- se ha agotado, así que en breve habrá otra. Además, esta tarde recibiremos un premio, al mejor libro de rock en los premios ‘Carlos Pina’ (en la fiesta actuarán Vintage y X-PAIN Rock Circus, grupo formado por miembros de los legendarios Coz, Asfalto, Panzer o Burning). Y en otros premios, los que convoca la revista Garrido Rock también estamos nominados. Ahí andamos compitiendo con colegas como Dani Insolenzia o Kutxi y Sor Kampana. Como estos últimos nos sacan dos cabezas os animamos a votarnos aquí. De buen rollo. En la foto de arriba los dos antólogos del libro como locos de contentos.
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