
Me sorprende que muchos se estén dando cuenta ahora de que los antisdisturbios hacen pupita y que además disfrutan (que alguien decida ser antidisturbios ya es muy definitorio de esa persona). Mientras las hostias se las llevaban, o nos la llevábamos otros, no parecía importarle demasiado a nadie. Yo tengo un recuerdo en la cabeza, cinco puntos de sutura, de un porrazo me que me dieron en las fiestas de mi barrio, la Txantrea, mientras cometía el delito de tomarme una cerveza en la txoznas, el recinto festivo. Volví a casa escondiéndome por campos de trigo, mientras los helicópteros sobrevolaban los cientos de personas que huíamos y nos iluminaban con reflectores de luz. Aquello parecía Vietnam. En Urgencias tuve que decir que me había caído en un bar, porque si no igual venían a buscarme. Y salí bien parado. Por el mismo precio podían haberme detenido, incomunicado, torturado, encarcelado, todo ello mientras los medios de comunicación me estigmatizaban, me llamaban violento, terrorista… O podían haberme reventado la cara con un bote de humo, disparado a bocajarro, como a mi amigo M, al que dejaron en coma tirado sobre el asfalto.
Cuando tenía cinco años la policía nos paró en un control y nos hicieron bajar a todos del coche. Éramos cuatro niños pequeños, mi madre y mi tía. A mi tía le hicieron quitarse las gafas negras. Mi tía es ciega. Hace bastante menos, en otro control, a la que hicieron bajar del coche fue a mi mujer, embarazada de ocho meses. Otra vez, me pararon cuando conducía hacia un barnetegi (un internado para aprender euskera) y tiraron todos mis apuntes y mi ropa por la carretera.
Creo, pues, que es normal que me cambie de acera cuando los vea venir (como cantaban Kortatu). Que sienta miedo de quienes en teoría están para protegerme (también me sorprende que haya quien dice que los que protestan contra la policía bien que recurren a ella cuando la necesitan; pues solo faltaba…) . Y que es normal que no les tenga ningún cariño. Hasta que les haya tirado alguna que otra piedra de vez en cuando. Ellos empezaron.
Parece, en definitiva, que la policía se ha vuelto bruta de repente. Cuando han pegado unos cuantos zartakos en Madrid.
Zapi, en el centro, a la derecha mi nariz y yo y a la izquierda otro grande, David González
…o lo que es lo mismo Felipe Zapico, el gran Zapi, deicida, litronero de versos, poeta, rockero… Un honor para mí y para mi Janis, que sigue vivita y coleando, coleccionando reseñas y buenas críticas:
http://narcisoelvalvulista.blogspot.com/2011/08/oh-janis-mi-dulce-y-sucia-janis.html
Cuando uno que no es ni crítico, ni crítica, ni nada de nada, que lo más que le sale la mayoría de las veces (gracias al reduccionismo feisbuquiano) es el Me gusta, o es una puta mierda, esto último aprendido en el barrio, que en el otro lado nos expulsan. Bueno pues ya me he liado y todavía no he dicho que hace un par de días que terminé de leer la Janis, que ha supuesto una sorpresa, ya que conociendo las querencias de Patxi Irurzun pues siempre pensé que era una hagiografía de la Janis Joplin o algo así, o sobre la gira de Janis Joplin por Navarra allá por aquellos años oscuros, detrás de Ernest….
Como veréis me voy por las ramas y es que a pesar de ser una novela tremendamente pamplonica no me atrevo a entrar a matar…pero allá voy: Me ha encantado, no voy a contaros nada de ese menejo que tiene Patxi del lenguaje, la lengua (casi como Dick Grande) y los adverbios y esas cosas, no, porque de eso tampono tengo ni idea. Pero si de lo que va la novela, de su trama, su historia, o historias, pero la verdad es que no puedo contar nada, para no desvelar misterios terribles.
Únicamente diré que a pesar de que pueda ser considera una novela en clave de comedia, para mi tragicomedia, es profunda y en cada apostilla, resquicio y portal Patxi aprovecha para realizar numerosos ajustes de cuentas, no deja títere con cabeza, desde los políticos (todos) de su Pamplona natal, al resto del mundo mundial (incluidos los de Bilbao). Deja en evidencia las miserias de todo dios, no se libra ni es apuntador, ni nosotros mismos cada vez que Patxi gira el espejo y nos deja desnudos antes nosotros mismos.
Dos pasiones, una conocida por mi la de ser roquero, y otra desconocida la de estrella del porno (amateur), recorren toda la novela en todas las direcciones, de fin a principio y vuelta a empezar. Patxi siempre ha querido ser roquero y aquí lo es un con un par y se venga de tanta mordaza y tontería cantando como el más radical y punki de los roqueros navarros. No conocía la otra pasión oculta, pero me temo que aquí Patxi flaquea, y no lo digo porque no tenga una blakandeker en estado de rabia (le concedo el beneficio de la duda) sino que las escenas porno de tan amateurs como son resultan tiernas, y me atrevería a decir que amorosas, incluso con la zorra de la mujer del concejal de UPN (uy, se me ha escapado lo siento), pero sobre todo ese amor latente por Janis que le mantiene por todos los continentes y países por donde deambule Patxi Grande, perdón Dick Grande.
Bueno y no voy a contar más que no se puede, que tienes que leer esta novela, que si puedes cómprala y si no siempre tendremos las bibliotecas públicas (mientras no nos las cierren).
Patxi gracias por ayudarme a pasar una semana de insomnio en León en un agosto casi sin tormentas, gracias por ser como eres, gracias por tu blog, gracias por invitarme a participar en Simpatía por el relato, gracias por no tener ni media hostia que ni falta que hace y por muchas más cosas.
La editorial el Eutelequía se puede comprar desde su web o en cualquier librería y chino.

Se titula así y es una novela para un tórrido verano, cruda y directa, para reventar jodiendo, para joder reventando, o para las dos cosas. El novelista es un tipo con valor, escribe y habla en voz baja, pero a cada cosa la llama por su nombre tal y como se habla en los bares y en la calle, las cosas por su nombre, una polla es una polla y en un viaje a Cuba un tirillas (con más barriga que pecho, hambre atrasada y de una fría y lluviosa capital de provincias) no solo visita las ruinas de los Tres Reyes Magos del Morro, también conoce gente, morenas, sucias y calientes morenas, con las que saciarse. Punto. A partir de ahí, entras y sales en un desvarío que te hace sacar la risa de la caja más oscura del pecho, una y otra vez…
– “espero que te eches unas risas”, me escribe en la dedicatoria del libro; y me las echo a la salud de Patxi y las aventuras de su personaje Dick Grande, un tipo al que la polla le enseña el camino a recorrer que además es: la única persona fiable que le rodea, una buena amiga, una buena herramienta (blakandéker) y una buena agencia de viajes con la que recorres Pamplona, La Habana, París, Manila, México, países y ciudades que Patxi conoce, callejas, suburbios, garitos, hoteles, y mientras vagabundeas, además de risas, otras veces te crece musgo debajo de la barriga, sangre, lefa, patxarán, música heavy, enredaderas, serpientes, soledad y todo lo que además de la polla, te pueda crecer. A mi novia la metí un par de meneos alguna tarde mientras leía esta novela. No te asustes este libro conecta directamente con tus más bajos instintos, algo poco corriente en la literatura de este país de pajilleros y playstation. No le tengas miedo, Patxi es un buen guía y en la vida real (y el mismo lo dice), más feo que el copón, pero con novia y dos hijos muy guapos, y ahora esta novela de cojones y muchas anécdotas, porque yo (un tirillas más de este perro mundo) que también fui a Cuba hace 25 años a hacer turismo, también sentí aquel amor animal por otra negra cuyo nombre no recuerdo.
Pero no te equivoques amigo, debajo de todo ese sexo, de todas esas compañías y comparsas, debajo de toda esa música radikal y todos esos paisajes, no hay ninguna risa, hay una muy mala leche contra todo y hay una muy buena literatura, con momentos sublimes, asquerosos momentos sublimes que nos aturden, ahoga, nos arrastra, magulla, ensucia y lesiona gravemente la memoria, hasta la última línea.
Que de salud sirva. Cuando lo termines y te duela la mandíbula por que te ha girado la cara unas cuantas veces, (con esas bofetadas tan bien dadas), a ver lo que eres capaz de leer; supongo que cuando salgas de esa UCI, intentarás buscar más descargas, te puedes abastecer con todos los relatos que tiene escritos el mismo autor
La última frase de esta recomendación es para la editorial Eutelequia, que
siga apostando.

Me rindo. Hace demasiado calor, aquí en Aldeacentenera, para escribir un minidiario en directo. Y tampoco tiene mucho sentido. Un diario hay que dejarlo reposar, alejarse… Uno no puedo escribir lo que realmente siente si sabe que las personas de las que habla pueden leer “just in time” lo que tú piensas de ellas. Un diario, para que tenga sentido, tiene que empezar siendo algo privado, íntimo… Así, lo único que puedes conseguir es que te partan la boca, o que te tiren al pilón. Pero sobre todo es el calor. La calor. Y además, a quién le importa… ¿A quién le importan los gatos muertos sobre la carretera, los camiones de orquestas de verano, los remolques de rejoneadores con lo que te cruzas “on the road”?… No tengo ganas de escribir. Quizás mañana, después de comer con Ángel González González en Trujillo y asaltar alguna gasolinera o profanar alguna iglesia, como acostumbramos a hacer cada verano… O eso nos creemos nosotros. Ya tengo el título para la crónica de nuestra próxima fechoría: “Dos flacos en La Troya”.
Escena snuff en la catedral. Obsérvese el grado de excitación del verdugo
Salamanca 16 de agosto de 2011, 15:55
Hemos venido un rato al hostal a descansar y aprovechando que mi hija Malen, que no para, se ha quedado dormidica, me he puesto a escribir. Sin querer a lo mejor me sale un minidiario, improvisado y familiar y on the road de estas vacaciones. Esta mañana hemos ido a ver las catedrales, después de varias operaciones logísticas (como quitar el coche de la zona azul y llevarlo a un sitio donde no te levanten diez euros los bandoleros municipales). Yo me aburro un poco en ese tipo de sitios, catedrales, iglesias, pero es porque no entiendo. Una vez le hice una entrevista a Julio Llamazares, cuando él andaba escribiendo Las rosas de piedra, y estuvimos en la catedral de Tudela, él habló con algún cantero, restauradores, etc, pero no me acuerdo de mucho, tampoco presté mucha atención porque me parecía que a Julio Llamazares yo le estorbaba un poco y entonces ya me cayó un poco gordo y él también empezó a estorbarme y pensé que no iba a volver a comprar ningún libro suyo, porque además para superar La lluvia amarilla lo iba a tener complicado, total que no he leído Las rosas de piedra ni Los pilares de la tierra ni ninguna de esas novelas en las que dicen que las piedras hablan y que guardan la memoria de los hombres y los siglos, etc.
El caso es que me pregunto que para qué vamos a ver esos lugares, la gente, los turistas, la mayoría de nosotros, cuando visitamos ciudades monumentales como Salamanca, León, Burgos, etc, si nos aburrimos como ostras. Es una especie de obligación, o, al menos en mi caso, una penintencia, reconocer mi ignorancia, mi pequeñez, darme golpes en el pecho preguntándome por qué no seré lo suficientemente instruido para apreciar cada detalle, cada gárgola, los retablos, los latinajos…; por eso o por disfrutar mucho más de la caña y la tapa al salir que de esas maravillas. Hablando de retablos, en uno de las salas capitulares había uno sobre el martirio de Santa Catalina en la que el verdugo que la degollaba tenía un paquete estratosférico, comparable al de mi Dick Grande, no sé si por la excitación del momento o por un capricho de la naturaleza. Esos son los tipos de detalles en los que repara la mía, mi naturaleza chabacana y primitiva. He intentado fotografiarlo pero salía borroso, una y otra vez, lo cual me ha dado algo de yuyú, el altísimo ha debido de enojarse conmigo, no sé si ha tenido que ver también que mientras lo hacía mi hijo Hugo señalaba al suyo en otra parte del retablo y decía «¿Quién es ese tío en calzoncillos?».
No sé qué hacer, ayer el demonio me robó la sombra cuando escapé de la cueva de Salamanca, y hoy Dios la luz del flash. Lo de la leyenda de los hombres sin sombra, aquellos que escapan por los pelos de la escuela de nigromancia que el diablo tenía en la susodicha cueva dejando en prenda el reflejo de sí mismos, es algo que se repite en muchas historias o referida a varios personajes, como Pedro de Axular o Joanes de Bargota, el brujo que regresaba volando desde Salamanca a este pueblo de Navarra y al entrar en la iglesia, en pleno verano, todavía traía hielo en la capa, de rozarse con las nubes. Lo digo porque ambos salen en una novela de piratas que estoy escribiendo. Por lo demás, la capa del brujo de Bargota no vendría nada mal en este agosto por fin tórrido.
También hemos entrado a la Casa de las Conchas. Preparando el terreno, pues tal vez presente pronto en ese «marco incomparable» mi Janis. Algunos compañeros de editorial ya lo han hecho. De momento, en la biblioteca municipal que alberga el edificio yo no existo como autor (solo como antólogo de Simpatía por el relato). En las librerías ni me molesto en mirar. Quizás si escribiera sobre catedrales…
PD: la compra del día: empanada de bacon y dátiles, 1,55 euros. Es lo que me estoy comiendo ahora mismo aquí en el hostal, y así me ahorro un menú del día, que la cosa está muy malita.