SEIS
GRADOS
La
teoría de los seis grados de separación dice
que podemos conectarnos con cualquier otra persona del Planeta
Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de
cinco intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
Publicado en magazine On (diarios Grupo Noticias) 16/08/25
El secreto de la eterna juventud es convertirse en un personaje de ficción. Pasan los años y Spiderman, Pippi Calzaslargas, Mortadelo y Filemón, no envejecen. No hay una Barbie milf o un Madelman de la tercera edad. La escritora Elena Fortún, por el contrario, creó un popular personaje de literatura infantil, Celia, que fue creciendo junto con ella. La serie de libros deEl mundo de Celia abarca desde 1929, con títulos como Celia en el colegio, hasta 1952, con otros como Celia se casa o Celia madrecita. En el intervalo hay, sin embargo, un libro que solo vio la luz muchos años después de la muerte de la escritora: Celia en la revolución.
Elena Fortún
Al
término
de la Guerra Civil, Fortún, junto con su esposo, el militar
republicano Eusebio de
Gorbea y Lemmi, también
escritor (la autora, de
hecho,
tomó
su nombre
artístico
del
título de
una de las
novelas de
Gorbea:
Los
mil años de Elena Fortún)
se
exiliaron a Buenos Aires, donde la escritora escribiría esta novela,
Celia en la
revolución,
que transcurre en un Madrid bombardeado por
la aviación fascista y
en la que su padre combate en el bando republicano o la propia Celia
y sus hermanas tienen que exiliarse a Francia. Todo lo cual, por
circunstancias obvias, impidió que esta entrega de la serie no se
publicara en España hasta 1987.
Jesucristo,
mala persona
No
es la única obra de Elena Fortún que aparecería de manera póstuma.
En 2016 vería la luz Oculto
sendero
y en 2022 El
pensionado de Santa Casilda,
en las que aborda el tema de la homosexualidad femenina, con
referencias autobiográficas en el caso de la primera de las obras.
Las relaciones lésbicas apenas fueron reflejadas en la literatura española hasta bien avanzado el siglo XX. La primera referencia es en la novela Zezé, de la escritora Ángeles Vicente, y también se aborda el tema en Ellas y ellos y ellos y ellas, de Carmen de Burgos o en La Coquito, novela escrita en 1915 por Joaquín Belda e inspirada en la vida de la cupletista cubana Consuelo Portela “La Chelito”.
Belda, hoy olvidado, fue un autor de gran éxito en las primeras décadas del siglo pasado. Forjado en la literatura de quiosco, las novelitas o cuentos semanales publicados en colecciones como La Novela Semanal, La Novela Ideal, La Novela Roja, o incluso La biblioteca de los sin Dios (que publicó títulos como Jesucristo, mala persona), Belda se convirtió en uno de los autores más populares en una época en la que las tiradas de estos libritos de bolsillo alcanzaban los cincuenta mil ejemplares, si bien su talento fue menospreciado, por emplearlo en géneros “menores” como el humor o el erotismo. Esto escribió sobre él, por ejemplo, el poeta Eugenio de Nora: “Aprovechando con el mismo despreocupado cinismo la más total indiferencia por los valores éticos y artísticos como por los históricos (…) Belda urde fábulas completamente inverosímiles, cuya única finalidad parece ser el provocar la carcajada grosera, el regüeldo sexual” (la crítica, dicho sea de paso, en mi caso provoca el efecto contrario, el deseo irrefrenable de leer sus obras).
Una
reina del destape sin trono
Pero quizás la obra más conocida de Belda no sea ninguna de sus novelas de quiosco, sino la antes mencionada biografía de La Coquito, artista cubana que triunfó en España en los años veinte con sus cuplés sicalípticos, y que sirvió de base muchos años después para la adaptación cinematográfica realizada por Pedro Masó, con la actriz puertorriqueña Iliana Ross en el papel de la cabaretera (papel, eso sí, que previamente rechazaron Isabel Pantoja y Lolita). La película fue todo un éxito, pero Iliana, llamada a arrebatar el trono de la reina del destape a actrices como Nadiuska, Agata Lys o María José Cantudo, solo rodaría otro largometraje más, Puente aéreo, de nuevo a las órdenes de Masó (con quien se había casado tras el rodaje de La Coquito) en el que compartiría cartel con, entre otros, José Luis López-Vázquez.
Al pensar en este último resuena inevitablemente asociado el eco de la voz pituda de Gracita Morales, “¡Señori-to!”, partenaire del actor en tantas y tantas películas (en tantas españoladas, como eran conocidas popularmente), entre las que, no obstante, no se encuentra Maribel y la extraña familia −en la que sí interviene Gracita−una adaptación de la obra de teatro de Miguel Mihura, quien, por cierto, ilustró varias de las novelitas de Joaquín Belda, como Las ojeras, Una española en México o Monsieur Cornelle.
Los
cuentos de Calleja y el Ceregumil
El polifacético Mihura, dibujante, dramaturgo, guionista, perteneció a la denominada “otra generación del 27”, compuesta por autores adscritos al surrealismo y el humor disparatado como Ramón Gómez de la Serna, Enrique Jardiel Poncela o Antonio Lara “Tono”, gran amigo de Mihura, junto con el que escribió obras de teatro como Ni pobre ni rico sino todo lo contrario o Un bigote para dos, o con el que fundó la revista de bélico e inquietante nombre, La ametralladora, sobre todo si tenemos en cuenta que fue una publicación dirigida a los soldados del bando sublevado durante la guerra civil.
Tono, que durante unos años trabajó como cotizado guionista en Hollywood (se dice que llegó a cobrar diez mil dólares por escribir un chiste), fue a su vez colaborador de otro artista multidisciplinar y de vida agitada, Salvador Bartolozzi: bohemio en París, donde frecuentó a personajes como Manuel de Falla o Manuel Machado; director artístico a su regreso a España de la Editorial Calleja (la de los famosos cuentos de Calleja); creador de la revista infantil Pinocho; exiliado a México al inicio de la dictadura franquista… Bartolozzi y Tono firmaron, juntos, por ejemplo, uno de los carteles publicitarios de Ceregumil, el famoso complemento alimenticio compuesto a base de cereales y legumbres.
Salvador
Bartolozzi
fue además padre de la ilustradora Francis
“Piti” Bartolozzi,
que viviría buena parte de su vida en Pamplona, junto a su marido
el navarro Pedro
Lozano de Sotés,
con quien, entre otros trabajos, realizó decorados para
los
grupos de teatro de las Misiones Pedagógicas.
Además −y
hasta aquí queríamos llegar con esta ensalada de nombres−
Piti Bartolozzi participó como ilustradora en el suplemento infantil
del diario ABC, Gente
Menuda,
en
el que fue colaboradora habitual
María
de la Encarnación Gertrudis Jacoba Aragoneses y de Urquijo,
más
conocida como Elena Fortún
y
donde
publicó
las primeras historias de Celia,
la
niña que se hizo mujer en medio de una revolución.
Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine On (diarios Grupo Noticias), 02/08/25
Hace
unas semanas me acredité como periodista para escribir una crónica
del concierto que Scorpions ofreció en Iruña el pasado 15 de julio.
No todos los días se ve la gira de sesenta aniversario de un grupo.
A lo largo de esas seis décadas los alemanes han ofrecido más de
cinco mil conciertos. De hecho, Scorpions ya tocó en Pamplona en
1997. Como cantaba Pablo Milanés, “el tiempo pasa, nos vamos
poniendo viejos” y la imagen que yo guardaba de Klaus Meine, el
cantante de Scorpions, que se movía por aquella época como un
huracán, distaba lógicamente bastante del ancianito heavy de
setenta y siete años que el pasado día 15 se mantenía a duras
penas −aunque
con una envidiable dignidad−
sobre
el escenario del Navarra Arena (yo, por mi parte, regresé a casa con
la espalda convertida en un acordeón tras tres horas de pie sobre la
pista -un lugar, amigos promotores, terrible para que los periodistas
veteranos tomen notas en los conciertos−).
Sobre
eso, el tempus
fugit,
o sobre la transformación radical que sufrió la ciudad en apenas
unas horas (del blanco sanferminero al negro con el que se vestían
las huestes metaleras) podía haber hablado en mi crónica, en esta
crónica, de no ser porque la acreditación tardó en llegar y cuando
llegó parecía una broma de mal gusto.
“Al
recoger su entrada deberá abonar en taquilla veinte euros para
charity”,
decía
el mensaje que me enviaron. Respondí indignado que no pensaba pagar
por trabajar y que qué demonios era eso de charity.
Tardaron, pero me respondieron que esa aportación era algo que
pedían a todos los periodistas e invitados y especificaron que el
“donativo” era para un refugio de gatos, a los cuales no pude
evitar imaginarme gordos y lustrosos y maullando el Still
loving you con
un collar de diamantes al cuello.
Contesté
de nuevo, explicando que mis aportaciones solidarias ya las hacía en
mi vida privada y para los fines que yo decidía y preguntando si esa
mordida (o ese clavada −de
aguijón, en
este caso−)
también la aplicaban a quienes montaban el escenario, probaban el
sonido, o a los propios músicos…
Finalmente,
la promotora, ante las quejas, decidió que la aportación fuera
voluntaria. Yo, por supuesto, no pagué. El periodismo ya es una
profesión bastante precarizada para encima tener que soportar estos
pequeños impuestos revolucionarios y este menosprecio por nuestro
trabajo (a ello se suman últimamente otras pretensiones igualmente
lamentables, como que sean las propias promotoras las que decidan qué
fotos deben publicar los medios). El concierto, por lo demás, muy
bonito.
Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine On (diarios Grupo Noticias), 16/08/25
Ojos
barrenderos. La expresión la utiliza el escritor Miguel Salabert en
su novela El exilio interior
para referirse a alguien
cabizbajo, con una mirada humillada. Y la utiliza de una manera tan
natural que al leerla pensé que se trataba de un término de uso
común, más o menos habitual en algunos lugares.
El
exilio interior refleja los
años, lúgubres, terribles, de la posguerra española, en los que
millones de personas tuvieron que vivir de esa manera, con los ojos
barrenderos, enterrados en vida por una losa de silencio durante los
cuarenta años de paz franquista −la
paz de los cementerios−,
habitando ese exilio interior al que Salabert alude en el título.
Escrita en la década de los 50 del pasado siglo, la novela fue
traducida y publicada por primera vez en francés en 1961. Después
vendrían otras ediciones en inglés, húngaro o griego. Y solo en
1988 llegaría a las librerías de España, en su idioma original.
Curiosamente,
si bien la novela fue silenciada durante todo ese tiempo, el título
de la misma, El exilio
interior, se socializó hasta
convertirse en un concepto recurrente para referirse a ese último
reducto de libertad, ese búnker que son la mente y las ideas y
principios de cada persona, que el totalitarismo, la injusticia, las
circunstancias adversas, no pueden asaltar. El propio Adolfo Suárez
utilizó el término, ante lo cual Miguel Salabert replicó: “Cuando
un Adolfo Suárez u otro cualquiera de sus congéneres emplea una
expresión de cuño literario, ya puede decirse que esta se ha
convertido en un lugar tan común como un urinario público, aunque
de mucha menos utilidad”.
Por
lo demás, la novela nos regala hallazgos literarios maravillosos,
esos ojos barrenderos que el autor deja caer, sin darle importancia,
en una frase corriente de la misma; pinceladas de humor (la primera
parte es casi una novela picaresca, ubicada en la infancia del
personaje durante la guerra y los primeros años de posguerra, los
años inhabitables, como los llama él); o un demoledor retrato de la
universidad franquista y la desesperada autodestrucción de sus
mentes más brillantes, con algunos descensos a los infiernos que
anteceden a los que describiera Luis Martín-Santos en Tiempo
de silencio.
Reeditada
por Hoja de lata, con prólogo de Isabelle Touton y Germán Labrador,
y con epílogo de la hija del autor, la escritora Juana Salabert, la
lectura de El exilio interior
nos hace recordar, por otra parte, que también hoy en día hay
millones de personas exiliadas dentro de sí mismas (por ejemplo,
aquellas a quienes no se reconoce su talento, usurpado por
oportunistas o por otros con menos escrúpulos y más dotados para la
sociedad del espectáculo) u obligadas a sobrevivir −sin
papeles, acechadas por la violencia machista, la pobreza, el
desahucio, el racismo…−
con ojos barrenderos.
SEIS
GRADOS
La
teoría de los seis grados de separación dice
que podemos conectarnos con cualquier otra persona del Planeta Tierra
a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco
intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
Publicado en magazine ON (diarios Grupo Noticias) 09/08/25
“Paren
el mundo, que me bajo”. Esta frase eterna, sin fecha de caducidad,
que podría aplicarse a cualquier momento de la calamitosa historia
de
la humanidad,
la acuñó Julius Henry Marx, más conocido como Groucho
Marx.
Es solo una más entre las decenas de sentencias que debemos al
ingenioso cómico, como: “Estos
son mis principios, si no les gustan tengo otros”;
“He
disfrutado mucho con esta obra de teatro, especialmente en el
descanso”; “Inteligencia
militar es una contradicción en los términos”; el
que le hubiera gustado que fuera su
genial
epitafio:“Disculpen
que no me levante”; o
esta última que nos redime si acaso hemos errado en algunas de las
anteriores: “Citadme diciendo que me han citado mal”.
Harpo
y Marisol
La locuacidad de Groucho quizás determinó que uno de sus hermanos fuera, por el contrario, artísticamente mudo y se expresara haciendo sonar una bocina o tocando el arpa (de ahí viene su nombre, Harpo). Es decir, para que Groucho pudiera hablar el doble, Harpo no abría la boca. Pese a lo cual, el hermano mayor de Groucho (en contra de lo que parecía, Groucho era menor que Harpo, y este que Chico), además de escribir un libro de memorias titulado ¡Harpo habla!, concedió numerosas entrevistas, como por ejemplo la realizada en 1961 en el famoso programa televisivo de Ed Sullivan, en el que, soprendentemente, coincidió con la pequeña artista española Marisol, quien tras interpretar Corre, corre caballito se rió a mandíbula batiente cuando el cómico imitó para ella el movimiento de la luz de un faro con esperpénticas muecas.
Fue en el transcurso de una de las giras internacionales de la niña prodigio, que la llevaron a recorrer el mundo de una punta a otra. De Málaga a Estados Unidos, y de ahí, unos años después, a Japón, donde se convertiría en numero uno en las listas de ventas con Yorishou Tokiwa una versión nipona de Me conformo. Por entonces Pepa Flores ya tenía dieciocho años y probablemente comenzaba a anidar en su mente el rechazo al icono que la dictadura había encarnado en ella, a través del cual pretendía transmitir una serie de valores morales, como por ejemplo el papel sumiso de la mujer en la sociedad franquista. “Me conformo con estar a tu lado / Me conformo con hacerte feliz”, era de hecho el estribillo de aquella canción.
Como
conocer a Jesucristo
Este
despertar de la conciencia de Marisol se relata en un documental
titulado Marisol,
llámame Pepa, enel
que entre otros artistas que dan testimonio de diversas anécdotas o
de la relación personal o la huella artística de Pepa Flores en sus
carreras, nos encontramos a la pamplonesa Amaia
Romero, quien
confiesa que, en buena parte, se inició en la música escuchando e
imitando a Marisol, a la cual homenajeó en la gala de los Goya de
2020 con su versión de Canción
de Marisol, y
a quien pudo visitar posteriormente en su propia casa, en un
encuentro que, dijo,
“fue como ver
a Jesucristo”.
Hablando de Jesucristo, Amaia participó como actriz en La Mesías, la serie de Los Javis en la que se cuenta la historia de Stella Maris, grupo de pop cristiano compuesto por varias hermanas a las cuales, sus padres, guiados por la codicia y el fanatismo religioso, aíslan del mundo exterior y obligan a grabar hits de música ultracatólica. Pep, el padre, está interpretado por el músico Albert Pla, quien ya había hecho otras incursiones en el mundo del cine, por ejemplo en Airbag, donde −siguiendo con las iluminaciones− se pone en la piel de un cura cocainómano que habla por teléfono con Dios.
Rumba
radical vasca
En otra escena de la película Pla interpreta una versión de Soy rebelde, de Jeanette, que también incluyó en su memorable Veintegenarios en Alburquerque, un falso concierto en directo en el que en algunos de los temas acompañan al cantante catalán artistas como Manolo Kabezabolo, Joseba Tapia, un jovencísimo KASE.o (con quien Albert Pla vuelve a reencontrarse este 2025 en el tema Todo me va bien),Robe o Fermín Muguruza, quien comparte sin duda con Pla algunas curiosas afinidades electivas, como el gusto por la rumba, pues si el primero ha publicado discos como No solo de rumba vive el hombre, el de Irún dejó patidifuso a más de uno cuando reveló su devoción por Peret, devoción que por si fuera poco dejó plasmada en un disco de homenaje a El rey de la rumba −así se titulaba− donde junto con el autor de Borriquito como tú o Una lágrima cayó en la arena, interpretó Voy, voy.
Un
chimpancé llamado Bonzo
La participación de Muguruza en este tributo en vida a Peret no es la única llamativa, pues junto a artistas como Los Enemigos, Estopa, Carlos Jean o Tonino Carotone, podemos encontrarnos a una estrella internacional como David Byrne. El cantante de los Talking Heads, que en El rey de la rumba puso su acento escocés a Si fulano, nos sirve de puente aéreo para trasladarnos desde Mataró, la localidad natal de Peret, hasta Manhattan, en concreto hasta la legendaria sala CBGB, en la que Talking Heads ofreció su primer concierto, teloneando ni más ni menos que a los Ramones, un grupo en el que algunos de sus miembros se pasaron quince años sin dirigirse la palabra a costa, entre otras cosas, de sus diferencias políticas, reflejadas, por ejemplo en canciones como Bonzo goes to Bitburg, compuesta por el bajista de la banda Dee Dee Ramone y por Joey Ramone, el vocalista, y que hacía alusión a la visita de Ronald Reagan a un cementerio militar alemán en el que estaban enterrados varios miembros de las SS. El apodo Bonzo, referido a Reagan, que, como es sabido, antes de dedicarse a la política fue un (pésimo) actor, tenía que ver con una película interpretada por el presidente norteamericano, Bedtime for Bonzo, en la que daba vida a un profesor de psicología que intentaba educar a un chimpancé (Bonzo), en una metonimia que quienes protestaron por la visita de Reagan utilizaron para ofenderle. La letra de la canción no hizo mucha gracia a otro miembro de los Ramones, Jhonny Ramone, de ideología conservadora y seguidor por tanto de Reagan, quien solo accedió a que fuera publicada si se le cambiaba el título, como así sucedió, quedando finalmente registrada como My brain is hanging upside down.
Las
nueve vidas de Mickey Rooney
En cuanto a Ronald Reagan, entre sus “contribuciones” al séptimo arte y la televisión se encuentra su intervención en un programa de televisión llamado The Dick Powell Show junto a otros artistas como Carolyn Jones (la Morticia de La Familia Addans) o el pizpireto Mickey Rooney−otro, como Marisol, niño prodigio−, y a quien su aspecto físico (medía, siendo ya adulto, 1,55), no le resultó impedimento para mantener relaciones sentimentales con Ava Gadner, Marilyn Monroe, Lana Turner o Judy Garland.
(Por cierto, antes de rematar este recorrido, hay que señalar que a buena parte de los citados en las últimas líneas, David Byrne, Los Ramones, Ronald Reagan, Mickey Roonie… los emparenta también su aparición en diferentes episodios de la serie de dibujos animados Los Simpsons)
Pero
volviendo a Mickye Rooney,
la vida del pequeño y pelirrojo actor fue, ciertamente agitada
−adicciones,
divorcios, deudas…−
tal y como refleja una biografía titulada Las
nueve vidas de Mickey Roonie, escrita
por Arthur
Marx,
quien fue hijo de… Groucho Marx (Groucho,
por lo demás, compartió reparto con Mickey Roonie en una loquísima
película de 1968 titulada Skidoo).
SEIS GRADOS La teoría de los seis grados de separación dice que podemos conectarnos con cualquier otra persona del Planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. Aquí, además, hacemos el camino de vuelta.
Miguelín, Miguelín el cashero… ¿Quién no ha tarareado y bailado alguna vez el famoso y pegadizo tema de los gasteiztarras Potato? ¿Y quién no se ha preguntado si ese tipo sencillo, campesino y nada pendenciero existió realmente, está inspirado en alguien o es solo una invención del autor de la letra? Se lo preguntamos a este, Pedro “Aianai” Espinosa, quien nos revela que la canción está ligerísimamente basada en un amigo suyo, un tendero que dispensaba sus hortalizas y frutas en las inmediaciones de la madrileña plaza del Cascorro “como si estuviera en permanente estado de tripi”, y al que Pedro conoció durante su etapa de estudiante en la capital del reino. Pese a lo cual, añade, son varios los desconocidos que a lo largo de su vida se le han acercado para agradecerle que les hubiera dedicado la canción (a aquel Miguelín original de Lavapiés, por su parte, Ramocíntambién le dedicó otro tema: Cómete una paraguaya).
La prosa garbancera
Las canciones se encienden a veces en la mente de sus autores de
maneras peregrinas: a partir de casualidades, alentadas por chispas
que prenden residuos de la memoria, en noches de insomnio (fue el
caso de Miguelín el cashero, como veremos más adelante)…
Un gran insomne es, por cierto, El Drogas, el que fuera bajista y cantante de Barricada, grupo con el cual a lo largo de su carrera Potato compartió cartel y escenario en más de una ocasión. El Drogas, ya en su carrera en solitario, escribiría muchos años más tarde una canción titulada Soy el oso, que parte de un relato de Julio Ramón Ribeyro, al que descubrió de manera casual durante una de sus caminatas, al toparse en un puesto callejero una colección de cuentos del escritor peruano que le llamó la atención y en la que se incluía Fénix, la impactante historia de un circo, narrada desde la perspectiva de seis narradores.
Ribeyro es uno de los grandes escritores peruanos, no quizás tan conocido como César Vallejo, Alfredo Bryce Echenique o Mario Vargas Llosa, con quien Ribeyro mantuvo una larga amistad que acabaría deteriorándose y distanciándolos (lo mismo le sucedería al Premio Nobel con tantos otros, como Gabriel García Márquez, a quien propinó un puñetazo tan célebre como casi cómico, de tebeo; de hecho, García Márquez estuvo aplicándose para sanar el hematoma chuletones crudos en el ojo averiado). Vargas Llosa, por lo demás, no solo acostumbró a ajustar cuentas con sus contemporáneos, sino que también se despachó a gusto ejerciendo como crítico literario con autores que lo precedieron, como Benito Pérez Galdós, a quien dedicó un libro, La mirada quieta, en el que si bien ensalza al tímido autor canario (aunque al parecer, el autor de Fortunata y Jacinta no se mostraba nada tímido en las fogosas cartas que escribía a Emilia Pardo Bazán, con quien mantuvo un apasionado romance), también le reprocha alguno de los defectos que ya décadas atrás hizo célebres Ramón María del Valle-Inclán, quien en Luces de Bohemia se refirió a Galdós como “Don Benito, el garbancero”, acuñando la famosa y despectiva expresión “prosa garbancera”.
Un cura trabucaire
Es bien sabido que Valle-Inclán (y después de este paréntesis literario vamos volviendo poco a poco al terreno musical) sintió una fuerte atracción estética, más que ideológica, hacia el carlismo, que se refleja en obras como Sonata de invierno o la trilogía La guerra carlista, la última de cuyas novelas, Gerifaltes de antaño, cuenta la historia del trabucaire, temerario y fanático cura Santa Cruz, quien tras realizar todo tipo de escabechinas al mando de una sanguinaria partida de guerrilleros carlistas obtuvo el perdón de la pena de muerte a la que fue condenado y la absolución del mismísimo Papa de Roma (es lo que tiene ser católico) y pasó sus últimos años de vida como misionero jesuita, primero en Jamaica (a donde, para variar, se querían pirar los de Potato) y más tarde en Colombia, donde murió tras cuarenta años de abnegada entrega a la enseñanza, y donde no consta que fusilara a ninguno de sus alumnos.
Al cura Santa Cruz le dedicó una canción el grupo de folk radikal
vasco Bizardunak:Santacruz apaizaren kondaira. Los
navarros han vuelto por sus fueros −nunca mejor dicho−
recientemente a los escenarios, con un ímpetu juvenil y rabioso,
alentados por el espíritu rebelde y festivo de Shane MacGowan,
cantante de The Pogues, la principal referencia del grupo. The
Pogues, por cierto, tocaron en el Teatro Gayarre de Iruña, en el año
1991, en un concierto en el que, dicen los que se acuerdan de algo,
rodaron las botellas por el patio de unas, aquel día, sufridas
butacas.
James Bond a ritmo reggae
Y The Pogues, por supuesto, compartieron cartel en diversas ocasiones con grupos de ska y música jamaicana, como UB40. El diario El País, por ejemplo, publicó la crítica de un concierto de ambos grupos durante las fiestas de San Isidro de 1989, acompañados por unos teloneros de urgencia llamados Death Paquirri y los Pantojas, en la que, además de señalar algunos despropósitos de la organización (como cachear celosamente en la entrada a los asistentes al concierto en busca de botellas u otros objetos arrojadizos y encontrar una vez dentro del recinto un suelo cuajado de piedras del tamaño de un puño o barras de bar en las que se dispensaba la cerveza en latas), se describe la actuación del cantante irlandés en estos términos: “Shane MacGowan, cantante del grupo, no tomó en ningún momento las riendas de la actuación, desentendiéndose de cualquier responsabilidad vocal, seguramente por encontrarse bajo los efectos de una aparente sobrecarga etílica. Entre este desbarajuste escénico, y un sonido infernal, discurrió el decepcionante directo de una banda que tenía fama de hacer de sus canciones pequeñas fiestas”.
En lo que respecta a UB40, seguramente interpretaron en ese concierto alguna de las versiones de los clásicos de reggae jamaicanos que acostumbraban a incluir en su repetorio, como Sweet Sensation, un tema original de Byron Lee & The Dragonaires, grupo que fue una institución de la música caribeña y que se popularizó internacionalmente al interpretar en Dr. No, la primera de las películas de la saga de James Bond, la banda del hotel en la que se alojaba el Agente 007.
Pues bien, hablando de versiones, Byron Lee & The Dragonaires versionaron a su vez un tema del cantante jamaicano Eric “Monty” Morris titulado Sammy Dead, que si lo escuchan les resultara tremendamente familiar, pues −volviendo al inicio de este artículo y a nuestra conversación con el miembro fundador de Potato, Pedro Espinosa−, como nos hace saber este, Miguelín el cashero no es sino otra versión de la susodicha Sammy Dead, cuya letra (“¿Te acuerdas de Miguel? Se enrollaba muy bien…”) prendió en su “drogada mente” tras escuchar dicho tema (el original de Eric “Monty” Morris) una noche en blanco de 1984.