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GOLFO DE AMÉRICA

Abr 17, 2025   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Rubio de bote (01/03/25)

Donald Trump, el hombre con el pelo y la piel de napalm, ha decidido por su cuenta y riesgo cambiar el nombre al Golfo de México y bautizarlo con otro que parece un homenaje a sí mismo: Golfo de América. Todo ello con el beneplácito de Google, la mayor y más sofisticada red de espías del mundo, que ha accedido a nombrarlo de esa manera, al menos para quienes utilicen sus servicios en Estados Unidos. Aunque si fueran coherentes deberían hacerlo también en el propio México, o en Cuba, Venezuela, Bolivia… que hasta donde −de momento− se sabe también son América. Eso o haberlo llamado Golfo de EE.UU o Golfo de USA, o, ya puestos, Golfo de Donald, o Golfo de X, en honor a su compinche, el descompasado Elon Musk (yo no sé cómo alguien puede votar a estos dos individuos. ¡¿Pero no han visto cómo bailan?!).

En aras de la coherencia también, puesto que al parecer ahora cada uno puede llamar a los lugares como le salga del flequillo o como si fuera Hernán Cortés o Miguel López de Legazpi, y ya que Google lo sabe todo sobre nosotros (dónde hemos estado, qué hemos comprado, qué queremos comprar), podría ofrecernos una geografía personalizada a cada persona, y que en nuestros respectivos maps apareciera, no sé, “Yanquilandia”, “Mordor”, “Los Madriles” (por no emplear otros topónimos o gentilicios más afilados que hieran susceptibilidades).

Como es sabido, en sus primeros días de legislatura el Golfo de América, Donald Trump, ha firmado con su rotulador gordo y su caligrafía como un cardiograma una serie de medidas que han puesto al borde del infarto los mercados pero sobre todo a las personas, por ejemplo a millones de emigrantes sin papeles que se sienten amenazados y perseguidos y que tienen miedo a salir de sus propias casas o a una noche de los cristales rotos. No le ha temblado el pulso, al hombre del pelo, la piel y el corazón de napalm, a pesar de que su propio abuelo fuera un bávaro que llegó a Estados Unidos desnortado por la fiebre del oro, que dos de sus mujeres, Ivana y Melania, hayan nacido en países del Este de Europa, o que su hijo Barron parezca un vampiro de Transilvania (quizás la imagen más terrorífica de la toma de posesión del presidente delincuente −recordemos que Trump está “condenado” por una treintena larga de delitos; lo de condenado es un decir porque fue sentenciado a “libertad incondicional”− fue la de la figura pálida, engominada e impávida del inquietante vástago, como una especie de vaticinio futurista y totalitario).

Aparte de todo ello, en su delirio expansionista, a Trump solo le ha faltado reclamar, además de Canadá, México, Groenlandia y el canal de Panamá, el campo de tiro de las Bardenas, la cima del monte Gorramendi o el McDonald’s de Licenciado Poza en Bilbao. Pero no demos ideas, que lo mismo está escuchándonos Google.

Y EL PREMIO ES PARA…

Abr 17, 2025   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

«Rubio de bote» (15/03/25)

Me quedé corto. Como esta página se entrega con más de una semana de antelación, a veces es arriesgado opinar sobre temas de actualidad, pues esta, voluble y arrolladora, te pasa por encima.

La semana pasada escribía sobre algunos de los últimos disparates del agente naranja, el inefable Donald Trump. Y me quedé corto. Cuando el artículo estaba ya en imprenta esa calamidad humana lanzaba su siniestra propuesta de convertir la franja de Gaza en un enorme resort con sus buffets libres, sus pulseritas de todo incluido y sus discotecas en las que bailar sobre las tumbas de miles de palestinos. Me cuesta creer que una temeridad como esa tenga en realidad alguna intención de llevarse a la práctica y no vaya más allá de ser el pisotón verbal de un bocachancla, que, por algún tipo de retorcido objetivo geopolítico o macroeconómico, busca solo agitar el avispero, mantener vivas las llamas del infierno.

Pero incluso aunque fuera así, una idea semejante solo puede provenir de una mente enferma. Lo cual no quita que para cuando estas líneas se publiquen igual ya circulen las listas de los candidatos al Premio Nobel de la Paz y entre ellos figuren Trump, Netanyahu o Zelenski, que acudiría a recogerlo vestido con su uniforme militar.

“Quiero dedicar este premio a mi madre, a mis hijos, que me estarán viendo, a mi gato…”, iniciaría tal vez su discurso, como si en realidad estuviera recogiendo un Goya (de hecho, Zelenski fue antes que Madelman, actor).

Me tragué, por cierto, toda la ceremonia de los premios del cine español y no podía dejar de pensar en lo paradójico que resultaba que se llevaran los galardones a mejores interpretaciones personas que, al recoger los cabezones, sobreactuaban de esa manera. En eso y en que por cada premiado había cuatro que no lo eran y cuyos discursos dobladitos en el bolsillo del pantalón o en el escote del vestido de Pedro del Hierro nunca se pronunciarían, se quedarían flotando en el éter de las buenas intenciones: encendidas declaraciones públicas de amor, que tal vez se convirtieran en el chaleco salvavidas para una relación a la deriva; sentidos mea culpa de progenitores a los que sus hijos quizás perdonarían sus largas ausencias; proclamas y reivindicaciones políticas que harían tambalearse a los poderosos, al mismísimo Donald Trump….

¿Qué habrá sucedido, por cierto, cuando este Rubio de bote se publique? ¿Qué nueva bravata habrá escupido el agente naranja por la ametralladora de su boquita de piñón? ¿Con qué disparate nos habrá hecho llevarnos las manos a la cabeza? ¿Quizás la muerte habrá vuelto a rozarle la mejilla? Si así fuera, Dios no lo quiera -in god we trusteste se convertiría en un desafortunado artículo, pues es de mal gusto reírse en los funerales. Discúlpenme ustedes. Son los inconvenientes de opinar en diferido.

CUANDO NADA VALE NADA

Abr 17, 2025   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en Rubio de Bote (29/03/25)

Cada vez que voy a entrar en un supermercado y veo en la puerta a alguien pidiendo viene a mi cabeza aquella canción de Soziedad Alkóholika titulada Cuando nada vale nada: “Yo he sido otro más/ Otro más de los que su vista apartó / al pasar por tu lado/ Quise disimular / Como si no fuera nada conmigo” .

Tal vez recurro a la canción porque no sé cómo describir la sensación que suele adueñarse de mí en esas situaciones, esa mezcla de incomodidad, vergüenza, culpabilidad…

“¡Buenos días, señor!”, me lanzó, por ejemplo, un saludo el otro día un africano, sentado a la puerta del súper. Lo hizo desde muy lejos, cuando aún me quedaban unos cincuenta metros para llegar a la tienda. Disimuladamente miré a mi alrededor y vi que en ese momento no había nadie más cerca, ningún carrito tras el que parapetarme. Solo podía dirigirse a mí. “¡Buenos días!”, le contesté, y me di cuenta de que tal vez debía de haber esperado un poco más, pues aún me faltaban unos cuantos pasos para llegar hasta donde estaba. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Darle una moneda? Lo suyo era hacerlo al terminar las compras (e incluso, como ahora sales del súper desplumado, podríamos fundirnos los dos en un abrazo solidario). Me puse nervioso y para ganar tiempo, me llevé la mano al bolsillo trasero del pantalón, donde suelo guardar un trapito para limpiar las gafas. Es un gesto que repito a veces, no porque realmente estén sucias −que también−, sino porque de ese modo, igual que cuando los niños se tapan la cara creen que nadie los ve, yo, hipermiope, pienso que sin gafas también desaparezco del mundo.

Inmediatamente me di cuenta del error, pues el africano pensó que iba a sacar la cartera. En su cara se dibujó una mueca de decepción. Y yo pasé de largo, como un miserable, un aporofobo que no solo no había dado limosna a aquel hombre sino que además me había reído de él, lo había humillado. Durante el tiempo que estuve en la tienda no podía dejar de darle vueltas. Decidí que al salir no aprovecharía como otras veces para escabullirme entre los clientes que entraban o salían, o que no me justificaría con esas recomendaciones de algunas asociaciones humanitarias que piden no dar limosna para no favorecer a las mafias, y que le entregaría dos euros, lo cual, para mí que soy de natural rata, además de escritor, es toda una fortuna.

−¡Gracias, señor, que tenga un buen día! −se despidió amablemente el hombre cuando dejé la moneda en su vaso, lo cual no me tranquilizó −que es a fin de cuentas lo que buscamos cuando damos limosna: dárnosla a nosotros mismos, calmar con un hueso al perro de nuestras conciencias−. En el fondo, sabía que aquel hombre lo que realmente estaba pensando de mí −y con toda la razón− era: “¡Payaso!”.

BIZARDUNAK

Abr 17, 2025   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

(LOS SUSODICHOS EN ACCIÓN)

No iba muy tranquilo, la verdad, a cubrir el concierto que el grupo Bizardunak ofreció por sorpresa el pasado miércoles en el Kafe Antzokia, después de que los navarros hubieran aparecido en las redes sociales quemando ejemplares de los periódicos que no se habían hecho eco de su vuelta a los escenarios, tras doce años de ausencia, por fortuna para nuestros oídos y para sus hígados.

Abanderados de lo que dieron en llamar Folk Radikal Vasco, Bizardunak debutaron en 2009 con un disco de título homónimo. Su propuesta era una traslación a la escena vasca de la música de grupos irlandeses como The Pogues, una mezcla de folk, punk y alcoholismo (en esto último, y en lo feos que estaban algunos de los componentes del grupo con esas barbas desastradas, fue en lo que más se aproximaron a Shane MacGowan y los suyos). Ahora, en 2025 regresan con una gira a la que han bautizado como “Hasta que nos canceléis Tour”, algo que no va a pasar, y ellos lo saben, porque los barbudos ya no asustan ni a un niño de teta.

El público, que soprendentemente había agotado las entradas, estaba compuesto por una horda engorilada y espirituosa. Algunos ocultaban sus caras con tote-bags con agujeritos para los ojos y otros se ensombreraban a rosca txapelas rojas en la cabeza, imbuidos por el batiburrillo ideológico que proclama el grupo en sus letras (independentismo navarro, filocarlismo marxista, contra-modernidad…). El fondo del escenario lo cubría una lona con el rostro de un personaje que no supe si era una de las monjas cismáticas de Belorado o el cura Santa Cruz (en un concierto anterior, para que se hagan una idea de sus referentes y contradicciones, la lona mostraba el careto de Stalin).

Apenas sonaron los acordes de la primera canción, la sala se convirtió en una cazuela hirviendo, con los brincos y los berridos asilvestrados del irrespetable, a los que los músicos correspondían del mismo modo, en una especie de ritual de apareamiento. A mí todo me pareció terrible, aunque −olvidándome de algunos pequeños detalles como que a los cantantes parecía que los estaban sacrificando en un matatxerri, que las letras de las canciones invitaban al asesinato en masa y que la sala olía a cortauñas usado− reconozco que llegué a pensar que estar allá abajo, disfrutando como hacían todos aquellos vándalos, debía de ser una de las cosas más divertidas y liberadoras que uno puede hacer hoy en día.

Al acabar el concierto, por lo demás, cuando me acerqué a recabar las impresiones del grupo, uno de los Bizardunak, uno con la cabeza en llamas, me amenazó y me golpeó con tal cólera que perdí el conocimiento y, ahora mismo, no estoy muy seguro de si todo esto que he contado sucedió o me lo estoy inventando, la verdad.

SOLO GILIPOLLAS

Abr 17, 2025   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
iLUSTRACIÓN: Pedro Osés. Artículo Publicado en Rubio de bote (magazine ON, 13/04/2025)

Yo estoy a favor del rearme: con todo ese chorro de millones que, digan lo que digan, tendrán que recortar, o al menos no destinar a otros gastos como la sanidad o la educación públicas, estoy seguro de que es posible inventar una bomba que mate solo gilipollas, como decía UGE en aquella canción (o Eskorbuto en esta otra: “¡Venga la guerra, sobran estúpidos!”).

Quién nos iba a decir que, después de tantos años, tendríamos que desempolvar del baúl de los recuerdos la chapita de Mili KK… En realidad nunca deberíamos habérnosla quitado, pues ese vampiro que es la industria armamentística ha estado siempre amorrado a la yugular del dinero público, chupándole la sangre a los presupuestos generales, debilitándolos, engordando el monstruo del militarismo, al que de cuando en cuando sacan a pasear para aterrorizarnos y para justificar su siniestro negocio.

Hace unos días un periodista se paseaba por la calle preguntando a los transeúntes su opinión sobre el rearme (o sobre los eufemismos que se usan para referirse a él, como el “doble uso”, que viene a ser algo así como “fabricamos tanques pero en un momento dado también los podemos usar como autobuses urbanos”). Pues bien, buena parte de los encuestados se encogían de hombros y contestaban resignados “Si es necesario…”, e incluso algunos de los más jóvenes se mostraban favorables al regreso de aquel secuestro legal que era el servicio militar obligatorio, ignorando sin duda que muchos de quienes lo padecieron salieron de los cuarteles trastornados y algunos con los pies por delante.

El miedo, aventado con fantasmas como el del kit de las setenta y dos horas (¿y por qué setenta y dos, qué misterio es ese, quién no tiene en casa un paquete de pasta o unas latas de atún con las que apañarse durante tres días?), nos absorbe también la sangre de la cabeza. Y así, anémicos, zombis perdidos, aceptamos que nuestros gobernantes hablen con naturalidad de “atraer industria militar” a nuestras comunidades o que en los últimos veinte años las fábricas de armas en Euskadi se hayan triplicado, según informa el colectivo antimilitarista Gasteizkoak (por cierto, uno de los mejores clientes de estas fábricas es Israel, cada cual que saque las conclusiones que quiera, yo solo apunto aquí otra canción, en este caso de La Polla Records: “Los hombres trabajan pa poder vivir en fábricas de armas que los matarán” −o que matarán a otros, podríamos apostillar−).

El miedo, en fin, no hace olvidar cuáles son nuestras verdaderas guerras, nuestras batallas de cada día: conseguir una cita en el médico o una plaza para nuestros hijos en la escuela infantil. En realidad, la industria militar ya inventó hace mucho tiempo las bombas que matan solo gilipollas. El problema es que igual los gilipollas somos nosotros.

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