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Los discos del verano 4: «Rock & Ríos» (Miguel Ríos, 1982)

Ago 4, 2018   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

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Publicado en ON, magazine de los diarios de Grupo Noticias (Deia, Diario de Noticias de Navarra, Araba y Gipuzkoa), 04/08/2018

LOS VIEJOS ROCKEROS CASI NUNCA MUEREN

Los mejores conciertos son siempre aquellos a los que no pudimos ir. Como el Rock & Ríos. Todos estuvieron en el Rock & Ríos. Todos menos yo. Para más inri, desde la piscina en la que estaba cenando llegaba el eco de los aplausos y gritos del público, en la plaza de toros. Y el de las canciones; aquellas canciones que en apenas dos semanas habíamos escuchado miles de veces, hasta aprendérnoslas de memoria, hasta aprendernos de memoria incluso cada uno de aquellos Guau! o Hey! característicos con que Miguel Ríos las adornaba o remataba, o los comentarios que hacía entre tema y tema, algunos de los cuales hoy nos sonrojan (“¡Guay del Paraguay!”) pero que entonces nos parecían el no va más, un idioma nuevo, una nueva forma de estar en el mundo y en la vida, y así era, en realidad, entonces, en el verano de 1982. Nos aprendimos incluso o sobre todo los coros con que el público respondía a Miguel Ríos en temas como aquel extraño Al-Andalus –“¡Baracaracuté-cuterió!”— pues sabíamos que nosotros seríamos pronto ese público, o lo sabían, mejor dicho, los que tenían ya edad suficiente como para ir al concierto.

El Rock & Ríos fue un disco en directo raro. Se grabó y se sacó a la venta, al contrario de lo que es habitual, antes de hacer la gira, no durante la misma o al final de ella. Claro que por aquella época las giras y los discos en directo de grupos españoles eran en sí mismos una rareza. Miguel Ríos fue seguramente el primero que se atrevió a echar a rodar de ciudad en ciudad los trailers, con sus enormes escenarios, sus luces, sus toneladas de vatios, sus dos baterías, todo un despliegue, en definitiva, que hasta entonces parecía reservado a los grupos guiris y a otras geografías, físicas y mentales. Con el grupo viajaba incluso la propia cronista de la gira, una periodista de postín como era Rosa Montero, que debía emular a Robert Greenfield, el autor de Viajando con los Rolling Stones (aunque para el reportaje sobre una gira de sus satánicas majestades se pensó antes que en Greenfield en Truman Capote, quien desechó la oferta alegando, entre otras lindezas,  que Mick Jagger era tan sexy como un sapo meando; en cuanto a Rosa Montero y Miguel Ríos, resultó que la mejor crónica de la gira ya la había escrito antes de la misma el propio cantante granadino en uno de los temas del disco: Blues del autobús).

El caso es que tanto lo uno, la aventura de una gira por un país en el que hasta entonces quienes cada día despertaban en distinta habitación eran solo los toreros, como lo otro, la idea de grabar el disco en directo antes de presentarlo, resultaron todo un éxito, todo un acontecimiento, que desbordó cualquier expectativa y en ocasiones incluso puso en aprietos a plazas que no estaban preparadas para semejante parafernalia.

Rock & Rios se grabó en el mes de marzo, en el Pabellón de los deportes del Real Madrid (la entrada costaba seiscientas pesetas, seiscientas calas como decía en el disco Mike Ríos —como se hizo llamar al inicio de su carrera—, poco más de tres euros, el equivalente a diez cañas y un paquete de Ducados); se emitió —algo extraordinario, ¡rock en la tele!— una tarde de mayo por la televisión pública, la única que había en aquella época; y se puso a la venta,  en formato de disco doble, en junio. Es decir, apenas unos días antes de que comenzara la gira. Y a pesar de los plazos tan ajustados, contra todo pronóstico, allá por donde pasaba el Rock & Ríos volaban las entradas y también lo hacían como pájaros en la garganta las canciones que el público coreaba entusiasmado (entre ellas estaban algunos clásicos de Miguel Ríos, como Santa Lucía, El río o el Himno de la Alegría, pero también trallazos que todavía hoy —los viejos rockeros nunca mueren, ya se sabe— suenan bien potentes como Un caballo llamado muerte o Banzai).

En Pamplona la plaza de toros se llenó con treinta mil espectadores. Estaban todos menos yo. Y durante los días siguientes mi hermano, mis primos, mis amigos mayores no dejaron de hablar de aquel concierto. De lo guay del Paraguay que había sido. No mentían. Se les notaba en los ojos, que brillaban como el neón del logo de la portada del disco; como los destellos de los rayos láser en la guitarra de Salvador Domínguez o en la flauta travesera de Thijs van Leer

En cuanto a mí, tuve que esperar hasta el año siguiente, cuando Miguel Ríos volvió a Pamplona con su nueva gira, El rock de una noche de verano. Durante ese tiempo,  me cambió la voz, así que cuando pedí a mi madre permiso para ir al concierto ya no se pudo negar. En esta ocasión, además, acompañaban al cantante Luz Casal y Leño, que en Pamplona eran como unos dioses con el pelo largo y vaqueros marcando paquete. De hecho, la mayoría de quienes fueron a aquel concierto  iban a ver a Leño, o eso decían, menospreciando un poco a Miguel Ríos. De Luz Casal apenas se sabía nada (excepto que había sido corista de Leño, precisamente, en otro disco en directo). Recuerdo que cuando salió al escenario y saludó al público con su tono pitudo y cómico y aquel extraño acento de algún lugar que no está en los mapas, todos nos echamos a reír. Después, Luz comenzó a cantar y se hizo el silencio, pues solo tardamos unos segundos en darnos cuenta que su voz efectivamente era de otro mundo.

Del concierto de Miguel Ríos, sin embargo, es extraño, no recuerdo nada, excepto que también en aquel momento tuve una sensación de extrañeza, pues nada era como yo lo había imaginado, o como mi hermano, mis primos, mis amigos mayores habían contado. Vimos el concierto sentados en unas gradas algo desangeladas (acudieron unas ocho mil personas). Me preguntaba qué había pasado durante aquel año,  por qué caía el ídolo precisamente ahora, que la nueva gira tenía teloneros, patrocinador, subsanaba algunos errores del Rock & Ríos, como la seguridad o los problemas de aforo…

Supongo que lo que pasaba era simplemente que el tiempo por entonces iba demasiado deprisa;  que la magia no se puede mantener siempre; que el Rock & Ríos fue algo especial  e intentar repetirlo no tenía sentido; o que los viejos rockeros en realidad sí tienen que morir de vez en cuando para poder resucitar después…  Dos años más tarde, en 1985, Miguel Ríos tuvo que suspender su concierto en Pamplona, para el que vendió menos de quinientas entradas. Incluso se me ha olvidado cómo se llamó en esta ocasión la gira. Por el contrario, más de 35 años después muchos recordamos cada detalle del Rock & Rios. Incluso quienes no estuvimos allí.

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