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YO NO PIENSO IR

Feb 20, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias) 06/02/23

Una vez, hace años, mi mujer y yo fuimos a ver el Circo del Sol, pero se nos olvidó la crema protectora, algún tipo de ungüento que nos hiciera invisibles y nos protegiera de los cañones de luz que se paseaban entre el público, mientras redoblaba un tambor, hasta detenerse en algún elegido, chimpún, el cual entonces debía salir al escenario. Fue angustioso. Tanto que en el intermedio estuvimos pensando en largarnos, pero como somos de la cofradía del puño y las entradas nos habían costado un riñón, seguimos allí sufriendo, sintiéndonos como guerrilleros del Vietcong huyendo de los helicópteros entre los arrozales.

En mayor o menor medida eso se repite cada cierto tiempo. Procuramos evitar todo tipo de espectáculos que se anuncien como interactivos, rompan la cuarta pared, conviertan al espectador en protagonista…, pero de vez en cuando es inevitable toparse con funciones que sacan al escenario a “voluntarios” (esa es otra, negarse a participar todavía es peor, te conviertes automáticamente en un aguafiestas). Con el tiempo hemos desarrollado una serie de estrategias, como no colocarse en las primeras filas o en las esquinas de las mismas, no establecer contacto visual con los artistas o sentir la imperiosa necesidad de tomarte una piña colada justo en el momento en que ese tipo que se pone una serpiente pitón alrededor del cuello necesita un ayudante.

Este tipo de situaciones suelen ser habituales en las animaciones de los hoteles, donde, además, a todo ello se suma un sentimiento de culpa e insolidaridad, pues a menudo los magos, contorsionistas, bailarinas de flamenco, deben actuar ante apenas media docena de espectadores mientras de fondo se oyen los laalalalalalaaala beodos de los hooligans con pulsera de todo incluido.

Los artistas, de todos modos, suelen ser casi siempre unos curtidos profesionales y saben interpretar las señales que los pitufos gruñones les enviamos. En una ocasión, por ejemplo, en un espectáculo de calle, un malabarista repartió entre el respetable una serie de papelitos con números y a mitad de la función sacó una bola de un pequeño bombo, cuya cifra, cómo no −la lotería, no, esto sí−, coincidió con la de nuestro boleto. Nosotros, por supuesto, nos callamos como perros, pero para nuestra sorpresa cuatro o cinco personas levantaron la mano y acabaron en el centro de la pista conformando con sus cuerpos entrelazados una especie de taburete humano que se sostenía en pie a pesar de estar todos ellos recostados (yo entonces me reforcé en mi decisión de no haber participado, evitándome así una contractura). Es decir, ese malabarista había repartido más numeritos de los que eran precisos, pues contaba con que alguno de los voluntarios íbamos a escaquearnos.

No siempre he conseguido librarme, sin embargo. Recuerdo traumatizado aquella ocasión en que en una fiesta de cumpleaños de un txikipark la mascota, una especie de ratita a la que el traje le olía a cortauñas usado, me arrastró consigo y me hizo interpretar el baile del gorila, todo ello mientras ella murmuraba por lo bajinis “putos críos de mierda” y estos me señalaban y se partían la caja.

La cuestión es que, hablando del Circo del Sol, últimamente aparece hasta en la sopa la publicidad de una réplica del mismo pero en chino, o en antichino, no sé muy bien, un circo llamado Shen Yun. La apabullante campaña propagandística del mismo resulta inquietante. Uno se pregunta si ese circo, que más bien parece una tapadera, una secta, algo chungo, será capaz de recaudar la mitad de la mitad de lo que haya invertido en publicidad. Yo, desde luego, como cantaba La Polla Records, no pienso ir.

DAVID GONZÁLEZ, POETA

Feb 20, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios de Grupo Noticias) y en Diario de Noticias de Navarra (18/02/23)

No llegamos a tiempo, David. Pero seguimos adelante. Como esos boxeadores sonados y tenaces, que necesitan besar la lona para levantarse de sí mismos una y otra vez. El último golpe fue duro, mortal. Tú sabías que no lo podías esquivar, así que decidiste encajarlo con dignidad, convirtiendo, como siempre hiciste, tu derrota en una victoria por puntos, en ese combate a muerte que fue para ti la poesía.

El pasado 6 de febrero conocimos la dolorosa noticia del fallecimiento del poeta David González. Llevaba enfermo algún tiempo y en las últimas semanas algunos de sus amigos y admiradores trabajábamos contra reloj −contra ese implacable reloj de sol en que todas las horas hieren y la última mata− en un libro de homenaje y agradecimiento. No llegamos a tiempo, porque no acabábamos de creernos y de aceptar que un día ya no estaría con nosotros; porque pensábamos que también esta vez se pondría en pie. Vicente Muñoz, su amigo del alma, expresó lo que todos sentimos, cuando se fue: nos hemos quedado huérfanos. Nuestro consuelo es saber que, al menos, en sus últimas horas David todavía pudo escuchar algunos de los textos que escribimos para él y que Mari le leyó.

Todas las biografías de David cuentan que se hizo poeta en la cárcel, pero él, sin saberlo,ya amasaba versos mucho antes −versos como piedras arrojadas contra las ventanas, como escribió Raymond Carver, sin conocerlo, para él−. Por ejemplo, cuando las aguas del pantano lo arrastraron del pueblo en que nació, San Andrés de los Tacones, o cuando se miró las manos por primera vez y supo que los niños siempre las tienen limpias. Muchos, es cierto, llegamos a David por aquellos primeros poemas de la cárcel, atraídos por el halo de malditismo que siempre lo acompañó y que él no se encargó de disipar, porque no podía hacerlo, porque no había ninguna impostura en ello: David fue un poeta de barrio, de calle y callejón, de maco y acería industrial. Y estaba orgulloso de ello. Fue, pues, tal vez un poeta maldito, pero −como escribió otro de sus amigos, el músico y escritor Ángel Petisme− más malditos fueron los burócratas de la poesía que se reparten premios, prebendas y cargos y que lo silenciaron.

Yo conocí a David a finales de los ochenta, cuando algunos de nosotros todavía soñábamos con vivir de la literatura. Nos enviábamos por correo cartas, con nuestras primeras publicaciones, nos encontrábamos en viajes al fin de la noche, en los que David siempre apuraba con más ansiedad que nadie la vida y las madrugadas, como si fueran las chustas de sus cigarros. Los demás acabamos rindiéndonos, aunque fuera a medias, sometidos en almacenes, colas del INEM u oficinas siniestras, pero él no tiró la toalla, abandonó la fábrica para vivir de la poesía, sabiendo que en esa apuesta los que ganaban era la pobreza y el invierno. Y así se mantuvo, escribiendo y leyendo cada día en su casa de la Plaza de la Soledad, en Cimadevilla, a pesar de las noches infinitas, en las que golpeaba con sus anillos los atriles y la barras de los bares, mientras recitaba con la contundencia de las piedras sus versos como cantares de ciego.

(Recuerdo por cierto, lo poético que le parecía a David escribirme sus cartas de esa Plaza de la Soledad en Gijón, al Paseo de los Enamorados de Pamplona, en donde por entonces yo vivía; y conservo una foto que él nos sacó a Anabel y a mí, besándonos durante un concierto de Marea, una foto en la que no se le ve, pero es seguramente la foto en que está más presente para mí).

David González fue, seguramente, el último de una estirpe de poetas. El último bohemio. Y, sobre todo, repito, sobre todo, un escritor inmenso, cuya poesía ha marcado a fuego a cientos de lectores y escritores, como demuestra el libro que le debemos y con el que Nacho Tajahuerce y yo seguimos adelante, con la inestimable ayuda de Gsus Bonilla, Vicente Muñoz o la propia familia de David, y en el que colaboran un centenar de poetas y músicos.

El cáncer le arrebató la vida y en las últimas semanas la voz, pero David se levanta una vez más, indomable, de la lona, porque nos dejó sus versos, que todavía seguimos escuchando, en la veintena de libros que escribió y que desde aquí reivindicamos.

David, amigo, hemos recogido tus guantes. Descansa en paz.

La banda favorita de tu banda favorita

Ene 24, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

The Sparks Brothers – Waxwork Records

Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias), 21/01/23

Como ahora todo en la vida es un campeonato —la lista de libros más vendidos, el día más triste del año, las personas más influyentes del mundo— últimamente también hay quien se dedica a elegir la palabra del año. Y en 2022 la palabra del año fueron, en realidad, dos, tanto en español, “inteligencia artificial”, como en inglés, globin mode. Esta última expresión significa lo que de toda la vida se ha llamado perrear. Bueno, ahora quiere decir justo lo contrario, pero hasta hace unos años perrear era sinónimo de quedarse en casa en el sofá despeinado y con un chándal con agujeros comiendo guarrerías y viendo películas tontainas. O como escribió Iñaki Segurola en Arrazoia ez dago edukitzerik (la cita y la traducción las he robado del Facebook de mi amigo el escritor Josu Arteaga): “El sofá es el lugar más adecuado para el aburrimiento contemporáneo. El aburrimiento contemporáneo estático no es estar ni sentado ni tumbado: es estar “sentumbado”. “Sentumbado” en el sofá (…) comiendo mierda industrial y viendo basura catódica (…). El sofá: otro invento contra el pueblo”.

La cuestión es que hace unos días estaba yo en el sofá perreando, o sea, haciendo la contrarrevolución, cuando, de repente, mientras le sacaba chispas al mando distancia, prendió el fuego y me topé con un documental que me gustaría recomendar, sobre todo a la facción más pop-rockera de la casa: The Sparks brothers, es su título, y al mismo acompañaba una frase publicitaria que decía: la banda favorita de tu banda favorita. La película es un repaso a los cincuenta años de carrera de un dúo musical, los hermanos Sparks, del que un servidor no había oído nunca hablar y que sin embargo ha sido un referente para grupos como Queen, ABBA, Duran Duran… Ese es el meollo del asunto: cómo un grupo cuyo talento y originalidad ha inspirado a esas bandas de éxito ha pasado, por el contrario, desapercibido para el gran público y ha sobrevivido, a pesar de ello, medio siglo.

A lo largo del documental hay varios momentazos que dan una explicación o ilustran magistralmente todo ello. Los hermanos Sparks cuentan, por ejemplo, refiriéndose a su creatividad, que cuando eran niños sus padres acostumbraban a llevarles al cine, pero puesto que la puntualidad no era una de sus virtudes, siempre llegaban a mitad de la película, lo cual les obligaba a imaginar lo que había sucedido durante la primera parte. En otro momento, los Sparks recuerdan una de las primeras veces en que aparecieron en la televisión —cuando aparecer en la tele era convertirse automáticamente en famosos— y cómo, sin embargo, al día siguiente, cuando la cajera del supermercado los reconoció, ellos tuvieron que pagarle con cupones de la asistencia social (a la humillación se sumó además el hecho de que la susodicha cajera tuvo que llamar a la persona encargada de gestionar esos cupones por megafonía).

Lo que, en definitiva, viene a contarnos este documental es que la clave del “éxito” y la superviviencia de los Sparks es su tenacidad y su fe en sí mismos (a pesar de lo cual también reconocen que siempre ha habido alguien que en momentos determinantes ha creído en ellos). Dicho de otro modo, los Sparks han sido siempre un dúo raruno que nunca ha intentado dejar de serlo para triunfar, porque en realidad su triunfo ya era ese, ser un grupo único, singular; o, volviendo al inicio de este artículo, los Sparks nunca se han apalancado en un sofá, pero tampoco se han tomado su carrera musical y, supongo que por tanto, nada en general, como un campeonato. Lo cual, me parece a mí, no está nada mal como filosofía de vida.

¿QUÉ ES LA MIRRA?

Ene 8, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias), 07/01/23

No quiero amargarles el fin de semana, pero ayer fue el Día de Reyes y a partir de hoy las fechas se vuelven negras y vulgares en el calendario, días de vasallaje, sin magia ni fiesta. El 7 de enero los juguetes se averían, la nata del roscón sabe agria y descubrimos que la figurita que nos tocó en el mismo está virola. Este año, al menos, la resaca de las navidades cae en sábado, en un sábado que es una tarde de domingo anticipada y aplastante a la vuelta de la cual nos espera una cuesta, todo un viacrucis, treinta y tres años hasta Semana Santa. Nos quedan, para remontar, las listas de buenos propósitos, que todavía, a estas alturas del año, no se han convertido en papel mojado.

Pero no todo es malo este día. La mañana del 7 de enero sirve para olvidar la de ayer, la mañana del Día de Reyes, y a esos niños repelentes que se pasean en ella (o se paseaban, hace años) con sus bicicletas resplandecientes o sus carísimos cochecitos eléctricos que otros niños no pueden permitirse. Gaspar, Melchor y Baltasar, a fin de cuentas, son magos, pero no dejan de ser también reyes y de estar, por tanto, en contra de la democracia. El oro, el incienso y la mirra —¿qué es la mirra?— hace ya mucho tiempo que no se reparten en los portales de las uvepeós. Para ser rey hay que creer en los privilegios y defenderlos a muerte, a navajazos en las puertas de las discotecas pijas, vestido de civil en el mensaje de navidad, de geyperman en el día de la Pascua Militar o con toga en la apertura del año judicial, inviolable y arrullado por el ruido de sables constitucional.

Por delante, por lo demás, aguarda todo un año de incertidumbre. No sabemos si la bola de cristal del hombre del tiempo es en realidad un souvenir navideño, que en cualquier momento se puede girar y cubrirlo todo de nieve, o si nos aguardan un invierno tropical, diluvios bíblicos con overbooking en el arca de Noé, lluvias de ranas y meteoritos… Al clima lo hemos vuelto loco y ya no se resigna a ser una conversación de ascensor, reclama titulares de telediario, todo ello mientras los terraplanistas y los que tiran la basura orgánica al contenedor del plástico se reproducen como conejos mientras gritan ¡viva el vino!

Pero también tenemos certezas, no hay que ser pitosino para saber, por ejemplo, que en las gasolineras nos seguirán atracando a punta de surtidor, que mientras Josep Borrell sea el jefe de la diplomacia europea no habrá paz o que las listas de los mejores libros del 2023 están ya escritas.

Además, la lotería del niño tampoco nos ha tocado.

“¡Pues más vale que no quería amargarnos el fin de semana!”, dirán ustedes. Y tienen razón. En realidad, las trompetas del apocalipsis puede que se oigan a lo lejos, pero, qué demonios, también puede que estén tocando Paquito el chocolatero. El sol luce más esplendoroso en invierno y, este año, también quedan por delante muchos vermús que tomar, alguno de ellos torero, muchas gildas y fritos de huevo, muchas mañanas de domingo para remolonear en la cama o ir al monte —caminando cuesta arriba, después de todo, se hace músculo—, muchas horas libres para leer un buen libro, ver una película emocionante o preguntarle a Google qué es la mirra. ¡Ánimo! En menos de nada, estamos saltando las hogueras.

Espero, en fin, que este año sea indulgente con ustedes y que, si no se cumplen sus sueños, al menos tampoco lo hagan sus pesadillas. ¡Feliz 2023!

TRITONES ROJOS

Dic 26, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Club Natación Pamplona

Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine On (diarios Grupo Noticias), 23/12/22

“Nadar es una forma más pausada de volar”, decía el personaje de un cuento de Harkaitz Cano. Y algo así debían de pensar aquellos jóvenes, soñadores y atléticos, que durante las primeras décadas del siglo XX se reunían a orillas del Arga, en Pamplona, para zambullirse en el río, desafiando la prohibición de hacerlo, y que a menudo tenían que volver desnudos y de madrugada a sus casas porque los guardias les requisaban la ropa. La natación era para ellos una suerte de religión atea, que profesaban con tal fe que acabarían por edificar sobre aquellas piedras, en un meandro del río, su propia iglesia: el Club Natación, que con los años acabaría por convertirse en una de las piscinas con más solera de la vieja Iruña.

Yo fui socio del Club durante muchos años. Pasé en aquella piscina los veranos más azules de mi niñez y, en la pista de baloncesto y la discoteca del penúltimo piso, los inviernos estroboscópicos de mi adolescencia y primera juventud. Y del mismo modo que me sucedió con mi colegio, los Escolapios, del que, gracias al libro Los culpables de Galo Vierge, conocería mucho tiempo después que tras el golpe militar de 1936 había sido un siniestro centro de detención, descubro ahora que algunos de los fundadores del Club Natación fueron represaliados por sus ideas republicanas o vasquistas.

Lo contaba Mikel Huarte durante la charla que ofreció hace unos días en el propio Club Natación, en la que presentó las investigaciones que ha realizado sobre los orígenes de esta piscina. Anteriormente, junto con el grupo de historiadores que componen el colectivo Osasunaren Memoria, hizo lo propio en “Rojos”, libro en el que se cuenta el trágico destino de algunos de los fundadores, jugadores y directivos de Osasuna, fusilados, exiliados o encarcelados durante la guerra civil.

En la presentación del Club Natación Mikel Huarte estuvo acompañado de varios familiares de aquellos lobos del Arga -así se hacían llamar-, como Elur Barón, nieta de Baldomero Barón, quien cuando yo era niño era un personaje conocido y omnipresente en la piscina, en parte por su singular y tintineante nombre, pero sobre todo porque, a pesar de su ya por entonces avanzada edad, no era raro verlo arrojarse haciendo el ángel desde lo alto del trampolín. Lo que no podía imaginarme era que aquel hombre enérgico y jovial había pasado tiempo atrás por algunos campos de concentración como el de Gurs, en Francia, o había salvado el pellejo medio siglo atrás porque el 18 julio de 1936 había viajado a Barcelona para participar en las Olimpiadas Populares (mientras tanto, en Pamplona, un día después, cuando algunos nadadores subían desde el río al centro de la ciudad con los bañadores colgando de unos palos, una ametralladora requeté abría fuego contra ellos).

Me estremece pensar que mi piscina, donde tantas buenos momentos pasé, forjara sus cimientos sobre todo ese sufrimiento. Pero me estremece y me inquieta todavía más haber conocido todo eso tanto tiempo después. Por eso es tan necesario y tan admirable el trabajo de personas como Mikel Huarte -o de quienes han exhumado estos últimos días los restos de varias víctimas en la prisión franquista de Orduña-, de quienes desentierran ese pasado cubierto tan a menudo de paletadas de olvido e infamia. Como consuelo me queda saber que, en buena parte, tantas horas de felicidad estival (verdad o atrevimiento, la cama elástica, los trampolines -del tercero de cabeza y del cuarto con carrerilla, esos eran mis hitos-) se las debo a todos aquellos jóvenes tritones rojos que soñaron con cambiar el mundo y que, de algún modo, lo consiguieron, lograron volar en el agua.

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