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ESE TOCHO (CAPÍTULO 6)

Ene 31, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Cuando regresé al hotel el único resto que quedaba de la chica que me había levantado el día del chupinazo junto con Burru era su tanguita, olvidada en un extremo de la cama, como por descuido. Pero a mí ya no me la daban. Las chicas nunca se olvidaban las bragas porque sí. Yo sabía que ella la había dejado allá como un señuelo, para que yo la olisqueara como un perro en celo. Que fue exactamente lo que hice. Lo que hubiera hecho cualquier otro hombre. Y es que somos todos unos cerdos. Descubrí también un número de teléfono garabateado con carmín en el espejo. Aquella chica se pensaba que estaba en una película y ya se veía la mujer del multimillonario futbolista, y cómo la invitaban a fiestas, y a desfilar en pasarelas… Pero yo no pensaba llamarle. No me arrepentía en absoluto de ser un cerdo. Yo había obtenido de aquella chica lo que quería y ella… lo había intentado. Lo sentía. Además, yo no le había interesado en absoluto bajo el sombrero de mejicano. Así que…
—TOC, TOC —llamaron de repente a la puerta.
Pensé que sería de nuevo ella, pero al abrir me encontré con Doña Rogelia, es decir, con una mujer encorvada, con una pañoleta en la cabeza y gafas oscuras. No tardé en reconocer a la alcaldesa.
—Tengo que hablar con usted —dijo, en un tono que era como si estuviera expulsando a alguien del pleno municipal.
La hice pasar y conseguí desprenderme de la tanga que todavía llevaba entre las manos, pero no pude disimular que olisquearla me la había puesto morcillona. Observé, cuando nos sentamos en la cama, que ella fijaba sus ojos durante apenas una milésima de segundo entre mis piernas y cómo se ruborizaba, cómo su cara se convertía en una manzana royal y cómo enrojecía todavía más cuando intentaba explicar que estaba allá para pedirme que declarara públicamente que entre nosotros no había sucedido nada, lo cual no casaba en absoluto con la excitación que, evidentemente, la iba embargando, sobre todo cuando le ayudé a desprenderse de la pañoleta y con las yemas de mis dedos coloqué en su sitio sus cabellos desordenados.
—Dios mío, ¿qué me hace?
Yo cada vez estaba más cachondo y no pude evitar propinarle el primer mordisco en el cuello. A todas las mujeres les gusta que las besen en el cuello casi tanto como a nosotros que lo hagan en otra parte. Deslicé después mi mano hasta su estómago. Tenía una tripa suave y mullida, sin llegar a ser fofa. Pensé que nunca había sido madre, y que le gustaba sentir allá el calor de mi mano. Después solté el cierre de su falda. Ella no se resistió. Bajé hasta sus muslos y los separé levemente. Al hacerlo se elevó el olor espeso de su sexo. Yo recordé un bosque en un día de lluvia, allá en Argentina. Mojé mis manos en cada charco, busqué en su fondo piedras mágicas y, cuando di con la más hermosa de todas, ella gimió, se mordió los labios, tembló como una hoja de otoño desprendida. Aquel era mi momento preferido, cuando las cogía bruscamente, como por sorpresa y me las colocaba a horcajadas, hundiéndoles mi miembro, más descomunal que nunca. Me gustaba entonces acariciarles las nalgas, hurgarles en el ano, sentir como palpitaba todavía como un corazoncito tras el orgasmo… Y después, una vez acostumbradas a mis hechuras, las tumbaba sobre la cama, boca arriba, y las penetraba a placer. Les gustaba, les gustaba mucho, a todas… a todas, excepto a la alcaldesa.
—¿Qué es eso? —preguntó, sujetando el colgante que se balanceaba en mi cuello y que le golpeaba en la cara con cada empujón. Y después comenzó a gritar como poseída:
—¡Dios, mío, un lauburu, estoy en la cama con un radical! ¡Me está violando!
Yo no sabía qué era un lauburu. Aquel colgante era sólo un amuleto mapuche en forma de estrella que me regaló mi abuelo, poco antes de morir.
—¡No, no! —insistía, pero pronto comprendí que en el fondo, cuanto más al fondo mejor, le gustaba, le provocaba alguna fantasía morbosa, en la que ella se convertía en mártir.
—¡Terrorista, asesino! —me gritaba.
Y aunque al principio me resultaba algo incómodo después le fui cogiendo el gusto y no tardé en dispararle todo mi esperma por su cuerpo, sobre su sexo, el estómago, su carita de manzana… Fue entonces también, a una con aquel orgasmo tan rico y tan profuso, cuando se me escapó aquello otro:
—Pichurri— le dije.

HACIA JAMERDANA

Ene 26, 2010   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment

Y ahora, para alejarme del mundanal ruido y de los insultos de los anónimos, me voy al campo y cuelgo este locus amenus, un cruce de caminos de territorios literarios imaginarios, en el que J. uno de mis varios y talentosos ex-compañeros de trabajo, al que solo menciono por la inicial por si de todos modos para él esta imagen figura en su carpeta de truños, hizo cruzar los itinerarios de Jamerdana, la ciudad en que trasncurren algunos de mis cuentos y novelas, con Obaba, Macondo o -este el que más ilusión me hace- la Umbría de Miguel Sánchez-Ostiz (los detalles se aprecian pinchando en la imagen)

ESE TOCHO (CAPÍTULO 5)

Ene 26, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments
Pincha arriba para ver portada y contra de Cuentos sanfermineros (y también como se ha echado a perder del autor de este cuento)

Fue un periodista, Txus Cuenco, quien me mostró las dichosas fotos el día de mi presentación, en la sala de prensa, tras el posado de rigor con la camiseta del equipo, bajo la portería, simulando una palomita… Eché de menos, eso sí, el típico apretón de manos con el presidente del equipo. A los presis les gusta mucho figurar y que tú aparezcas a su lado como si fueras una de sus pertenencias. Godman estaba de todas maneras cerca, y también Burrutxaga, el capitán, y más tipos encorbatados, además de un enjambre de periodistas. Exagerado, en mi opinión, más teniendo en cuenta que los sanfermines eran un filón, con decenas de imprevisibles frentes informativos (esa misma mañana, sin ir más lejos, se había descalabrado por una de las murallas de la ciudad, a las que las parejas acudían a retozar, un ex-ministro de defensa que ahora prefería hacer el amor que la guerra —aunque fuera con un menor—). Exagerado y demasiado serio, pues en la rueda de prensa todos mostraban unas caras de «pobre de mí» nada propias del tercer día de fiestas.
Tal vez por ello agradecí la presencia de Txus Cuenco, un divertido periodista con unas pintas algo desfasadas, como de futbolista de principios de los ochenta: permanente, bigotón, gruesa cadena de oro al cuello….
—Señor Tocho ¿qué hay entre la alcaldesa y usted? —preguntó, y después algo que no entendí pero que me sonó parecido a «Rica, rica, rica, txistorra Pamplonica».
—Tú qué eres, uno de los pives esos del “Caiga quien Caiga” ¿no? —le seguí la broma.
—Cuidado con éste: Es el periodista deportivo más famoso de Pamplona —me susurró «Burru», sin embargo.
Yo mismo pude darme cuenta de inmediato de que aquel tipo era el portavoz del resto de periodistas, una especie de padrino al que los demás respetaban. Más tarde sabría que su nombre, Txus Cuenco, no lo debía tanto a ser natural de la cuenca de Pamplona como a su afición por vaciar recipientes, mayormente rebosantes de pacharán. Circunstancia ésta, su dipsomanía, que lejos de mermar sus facultades, afilaba su agudeza.
—Ah, ¿pero no ha visto aún las fotos? —comprendió rápidamente —. Ulloa Óptico, miramos por sus ojos—. Txus hablaba de ese modo, introduciendo cuñas de publicidad en cada pregunta.
Después me alargó el periódico del día anterior.
—Observe, observe la magnitud de la noticia —decía, al tiempo que, como quien no quiere la cosa, señalaba mi abultada entrepierna en una de las fotografías.
— ¿Puede aclararnos si es un montaje fotográfico, o un efecto óptico como sugirió la alcaldesa en la rueda de prensa de ayer? Alonso vende al costo.
De repente sentí como si regresara la resaca y trajera con ella de la mano a todas las resacas que en el mundo han sido ¿Qué diablos estaba pasando allá? ¿Pretendían utilizarme para algún tejemaneje político? ¿Para eso me habían fichado? Traté de recordar lo sucedido en el balcón del ayuntamiento. Había abrazado a la alcaldesa, es cierto, y hasta quizás la había abrazado demasiado estrechamente, aprovechando la lluvia de huevos para atraerla con mis manos mágicas a mi regazo, pero ella había contribuido generosamente a la erección. ¿Qué efecto óptico ni qué niño muerto? Una erección como dios mandaba —o como no mandaba—. ¿A quién le importaba? ¿Y qué había de malo en ello? ¿Qué clase de ciudad era aquella? ¿Qué clase de manicomio? Demasiadas preguntas. Decidí que necesitaba ipso-facto más Vitamina C —C de Casquete—. Lo que no me imaginaba ni siquiera remotamente, dadas las circunstancias, era que fuera la propia alcaldesa quien me la proporcionara.

EN ‘EL BLOG DE LOS SANFERMINES’

Ene 26, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

En El blog de los sanfermines también ponen un espejo a mi cuento Ese tocho y lo acompañan con uno de esos comentarios que me ponen colorado -y contento, a qué negarlo-. Dicen lo siguiente:

Patxi Irurzun es un escritor de aquí. Afirma que le gusta buscarse en Google. Afirma que eso es vanidad de escritor. Yo afirmo, en cambio, que ésa es una costumbre tan arraigada en el ser humano del s. XXI como la de escrutarse el ombligo en busca de pelusilla.
Tuvimos la suerte de contar con su
participación en el I Certamen de Microrrelatos de San Fermín, aunque no resultó demasiado bien parado en el fallo. Los jurados son así de veleidosos.
El caso es que es autor de un libro titulado Cuentos sanfermineros. Sé que Olentzero intentó conseguirme un ejemplar durante las pasadas Navidades, pero con escaso acierto.
Para compensarme, su autor ha decidido publicar uno de ellos en su blog
Ajuste de cuentos. En varios capítulos, va colgando el relato Ese Tocho, que os recomiendo encarecidamente, sobre todo porque reúne, de forma delirante, tres de mis grandes pasiones: Osasuna, San Fermín y la alcaldesa.
El señor Irurzun es un artista. Su estilo te hace reír y reflexionar al mismo tiempo gracias a su capacidad para poner patas arriba en unas pocas páginas estos tres pilares de nuestra identidad.
Pese a los galardones que ha obtenido, su obra no es de conocimiento general, lo cual apena un poco cuando ves las estanterías de las librerías plagadas de libros de un nivel mucho menor. Y bastante menos interesante. Pero es lógico cuando uno analiza cómo escribe. Y sobre qué escribe.
Así que no me queda otra que recomendaros que lo leáis, pues constituye a mi juicio toda una luz en esta capital tan cultural en la que vivimos.

Mientras tanto, los de La Txistorra Digital siguen subiendo capítulos (ya han adelantado a este blog) y añadiendo más chorradicas descacharrantes como la que encabeza este blog. Hay hasta sus comentarios de anónimos que me insultan, y me dicen pesado e indigesto, de eso también me alegro, molestar un poco está bien, , cualquier cosa es mejor que la indiferencia. Yo por mi parte, cuelgo en el siguiente post el quinto capítulo.

ESPEJOS

Ene 21, 2010   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Dos -estupendos- blogs que ha reproducido algunos post de este Ajuste de cuentos. En La Txistorra digital están publicando también por capítulos el cuento Ese Tocho (porque yo mismo se lo envié, la verdad sea dicha, tratando de redoblar esfuerzos por hacer profeta en su tierra a este relato). Como además lo están mejorando con chorradicas como la portada del Diablo de Navarra de arriba, igual al final los capítulos de la Txistorra adelantan a los que aquí cuelgue. Al gran Jorge Nagore, por cierto, le debo una -una más- por jalear a los lectores desde ese blog.
Y Mario Crespo reproduce, este por iniciativa propia, el post dedicado a Felix Romeo, sobre quien, repito , escribí carcomido por envidia cochina más que otra cosa.
Por lo demás, Ángel Gonzalez al cubo me pinta como una bella persona, él sabrá por qué, en una entrada sobre la fiesta aniversario de Hank Over en la sala Gruta 77 de Madrid, donde nos conocimos y comenzamos nuestro historial delicitivo conjunto por tierras de Extremadura, planeando secuestros de bustos de santos drogados y otras fechorías.
Ala, pues ahora a jugar a pala, yo ya le hecho un apaño a mi autoestima.
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