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Resistiendas. Entrevista a Paco Roda

Ene 4, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Comprar en comercios locales es un acto de fe y de militancia”

Publicado en Gara/Naiz (04/01/23)

Paco Roda hace en Resistiendas un alegato del comercio local, retratando “tiendas de toda la vida” del casco viejo de Iruña en medio centenar de textos a medio camino entre la crónica periodística y la literatura a los que acompañan las fotografías de Marta Salas

Deambulando por las tiendas que aparecen en este libro, publicado por Pamiela, el historiador, trabajador social y columnista Paco Roda se ha topado con el cantante de Joy Division en Casa Arilla, con un magnate de Hollywood que quería comprar el aroma de Pastas Beatriz para “proyectarlo” en las salas de cine o con Woody Allen tocando en la charanga Jarauta 69 a las puertas de la librería Abarzuza, o tal vez de la tienda de discos Dientes Largos, de Ultramarinos Gloria, de la Churrería La Mañueta… Son algunos del casi medio centenar de comercios locales de alde zaharra de Iruña que el autor comenzó a retratar durante la pandemia y que homenajea en Resistiendas. Lugares en los que todo puede pasar, porque todo ha pasado ya antes. El libro es, además, una llamada a la resistencia, no solo de quienes pelean por su supervivencia al otro lado del mostrador, sino también de nosotros, sus clientes, antes que los rostros de la vieja Iruña y de todos los cascos viejos de nuestras ciudades, en realidad, se conviertan vulgares e intercambiables, plagados de cadenas de hamburgueserías, gastrobares o airbenebés.

¿Cómo surge Resistiendas, cómo se ha ido armando el libro?

R.- Resistiendas se ha ido armando sin permiso de armas, de manera furtiva; no en vano, comencé a imaginar el hueco por donde colarme en esas tiendas vacías cuando un virus inclemente las tenía cerradas a cal y canto. Durante algunos paseos furtivos en busca del pan de cada día, las cebollas, los huevos, la prensa o el Diazepan para sostener aquella angustia que nos tenía divididos entre conspiranoicos y leales al nuevo régimen clínico que se nos impuso. Fue así, imaginando qué sería de aquella ciudad vacía y vaciada, sin aquellas tiendas que la iban a sostener durante toda la pandemia, cuando me pareció que aquellos reductos de vecindad debían tener un lugar en el mapa, visibilizarlas más allá de la romantización de esa vieja Iruñea tan típica y tan tópica. Todo empezó como se empieza una oración a oscuras. Nunca sabes quien estará ahí para escucharte. No hubo pretensión alguna de continuidad pero una tienda llamó a la otra pidiendo socorro y entre ellas la noticia corrió como la pólvora y así fueron sumándose una y otra y otra, como si de una confabulación se tratara.


¿Resistiendas tiene algo de inventario de oficios, de un mundo, una ciudad que se pierde?

No ha pretendido ser un inventario de oficios aunque al final esos oficios se hayan evidenciado en una ciudad que hace tiempo renunció a ellos. Por la velocidad de las cosas que diría Rodrigo Fresán. Lo que sí lamento es la pérdida de esa ciudad de tiempos lentos, de compras sosegadas, casi poéticas, de ese mundo que quizá sea irrecuperable. Recuerdo una novela de Yoko Ogawa, La policía de la memoria, donde de manera inexplicable en una isla sin nombre desaparecen cosas irrecuperables y donde los habitantes que guardan recuerdos son arrestados. Pero aquí quiero aclarar que mi lamento no quiere ser neorrancio, ese movimiento nostálgico que reivindica que cualquier tiempo pasado fue mejor como dice Ana Iris Simón en su libro “Feria”. Porque esa idealización del pasado es un peligro político y social. Me preocupa sí, este tiempo porque desaparecen cosas sin que nos demos cuenta. Como muchas de estas tiendas.

¿Cree, a pesar de todo, y aludiendo al título, que algunos de esos comercios efectivamente resistirán?

Por sí solos no, porque la fuerza de la gravedad de las cosas es la que es, como esa inercia desbocada del hiperconsumo cómodo desde el ordenador. Resistirán si, ante todo y sobre todo, hay una clara voluntad política de protección de estos locales como bienes de interés público, social y cultural. Y ello supone una contundente legislación protectora más allá del subvencionismo de poca monta.


En ese sentido, ¿hay también una llamada a la militancia de los clientes, a un consumo de cercanía o responsable?

Sí. A sabiendas que no es fácil dadas las actuales dinámicas de consumo y autoconsumo on line, porque comprar en estas tiendas es un acto de fe y de militancia, de resistencia frente a las estrategias de gentrificación que también afecta a estos negocios. Pero esa militancia debe ser de doble sentido: clientes y comerciantes. A cambio de fidelidad te ofrezco cercanía, te fidelizo a través de la calidad. Y es que se trata de hacer posible que esas resistencias particulares logren expresar con mayor fuerza una pretensión de universalidad; que ese pequeño comercio también pueda satisfacer necesidades globales sin perder su identidad.


¿Como lidia en un libro como este con la nostalgia?


No sé donde leí que la nostalgia es la esquizofrenia de la historia. Así que hay que andar con mucho cuidado para no atrincherarte en ese estado emocional, por si acaso. Porque hay una alta inflación de nostalgia y melancolía en el ambiente. Quizá porque este presente ya viene anunciando la falta de futuro, como ya lo hicieran hace años los Sex Pistols. Este libro tira de nostalgia, sí, porque soy hijo de un tiempo, pero intentando politizar ese pasado a través de lo que Fruela Fernández llama la “tradición rebelde”, que es entender que lo que ha sido bajo el signo de lo inevitable pase a convertirse en una forma de resistencia y oposición. En este caso que estas tiendas se reivindiquen como herramientas culturales y sociales imprescindibles frente a una “franquiciación” de nuestro comercio local.

El libro tiene algo de periodístico, de crónica, pero también es un  libro literario, que recurre a la fantasía, por ejemplo cuando imagina a Borges, a Audrey Hepbrun, etc., como clientes de estas  tiendas…

Sí, no quería hacer una guía comercial al uso. Ni siquiera añadiéndole lo del “encanto”. Tampoco sabía exactamente qué quería hacer hasta que estas Resistiendas empezaron a imponerse, a decretar un estado sitio, a imponer sus normas. Y me deje llevar por ellas, pues mientras querían ser fieles a la historia que las sostenía, a las fechas que las levantaron o las tumbaron, al lugar al que pertenecen, también querían desobedecer, desertar de su historia oficial. Así que muchas de ellas se inventaron una historia paralela por donde circulan rumores, bulos, ficciones, personajes y hechos que tal vez ocurrieron o tal vez no. Pero esa condición mentirosa de la literatura, requiere de dos, escritor y lector, escritora y lectora. Es lo que dice Giorgio Manganelli en La literatura como mentira, que no hay literatura sin deserción, sin desobediencia y que la literatura no sólo miente, sino que es la historia de un mismo engaño repetido sin pausa. Resistiendas es un juego de ficciones y también de ilusionismo. Y sí , también peca un poco de crónica necrológica de un barrio amenazado por una gentrificación encubierta y casi invisible.


Una parte importante del libro son las fotos de Marta Salas…

Una amiga empezó a leer el libro por las fotos de Marta Salas. Quiero decir que primero leyó las fotos y luego miró el texto. Me dijo que era la primera vez que el blanco y negro le llevaba a la alegría. Marta se ha empeñado en este trabajo. Mucho. Ha lidiado en plena pandemia con la autoridad y las mascarillas, ha implicado a amigas y familiares y se ha metido en la piel de cada tienda para exponer su mejor versión. Creo que estas Resistiendas van a agarrase con fuerza a esas fachadas, a esos escaparates que Marta ha retratado como si fotografiara trozos de su propia vida.

Por último, aunque este puede parecer un libro muy pamplonés en realidad ¿es un libro universal a la vez, está pasando en todas las ciudades lo mismo, todas se van pareciendo, tienen las mismas tiendas, van perdiendo su carácter y su diversidad?

Sí, tienes razón. Iruñea no es un caso aislado. Sus procesos urbanos , dinámicas de ocio, modos de consumo, usos del espacio y los incipientes procesos de gentrificación urbana son similares al resto de ciudades del mundo. En especial la deriva de sus cascos antiguos y la transformación de sus comercios tradicionales amenazados por franquicias u otras formas de venta global. En este sentido los centros de las ciudades, centros de saqueo para el capital, se homogenizan sin que haya diferencias entre Iruñea o Bilbo pues ves las mismas marcas, las mismas tiendas y casi hasta las mismas caras que te atienden. Por eso es importante resistir a estos procesos. ¿Será posible? Sólo si clientes y tenderos luchamos juntas..

TRITONES ROJOS

Dic 26, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Club Natación Pamplona

Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine On (diarios Grupo Noticias), 23/12/22

“Nadar es una forma más pausada de volar”, decía el personaje de un cuento de Harkaitz Cano. Y algo así debían de pensar aquellos jóvenes, soñadores y atléticos, que durante las primeras décadas del siglo XX se reunían a orillas del Arga, en Pamplona, para zambullirse en el río, desafiando la prohibición de hacerlo, y que a menudo tenían que volver desnudos y de madrugada a sus casas porque los guardias les requisaban la ropa. La natación era para ellos una suerte de religión atea, que profesaban con tal fe que acabarían por edificar sobre aquellas piedras, en un meandro del río, su propia iglesia: el Club Natación, que con los años acabaría por convertirse en una de las piscinas con más solera de la vieja Iruña.

Yo fui socio del Club durante muchos años. Pasé en aquella piscina los veranos más azules de mi niñez y, en la pista de baloncesto y la discoteca del penúltimo piso, los inviernos estroboscópicos de mi adolescencia y primera juventud. Y del mismo modo que me sucedió con mi colegio, los Escolapios, del que, gracias al libro Los culpables de Galo Vierge, conocería mucho tiempo después que tras el golpe militar de 1936 había sido un siniestro centro de detención, descubro ahora que algunos de los fundadores del Club Natación fueron represaliados por sus ideas republicanas o vasquistas.

Lo contaba Mikel Huarte durante la charla que ofreció hace unos días en el propio Club Natación, en la que presentó las investigaciones que ha realizado sobre los orígenes de esta piscina. Anteriormente, junto con el grupo de historiadores que componen el colectivo Osasunaren Memoria, hizo lo propio en “Rojos”, libro en el que se cuenta el trágico destino de algunos de los fundadores, jugadores y directivos de Osasuna, fusilados, exiliados o encarcelados durante la guerra civil.

En la presentación del Club Natación Mikel Huarte estuvo acompañado de varios familiares de aquellos lobos del Arga -así se hacían llamar-, como Elur Barón, nieta de Baldomero Barón, quien cuando yo era niño era un personaje conocido y omnipresente en la piscina, en parte por su singular y tintineante nombre, pero sobre todo porque, a pesar de su ya por entonces avanzada edad, no era raro verlo arrojarse haciendo el ángel desde lo alto del trampolín. Lo que no podía imaginarme era que aquel hombre enérgico y jovial había pasado tiempo atrás por algunos campos de concentración como el de Gurs, en Francia, o había salvado el pellejo medio siglo atrás porque el 18 julio de 1936 había viajado a Barcelona para participar en las Olimpiadas Populares (mientras tanto, en Pamplona, un día después, cuando algunos nadadores subían desde el río al centro de la ciudad con los bañadores colgando de unos palos, una ametralladora requeté abría fuego contra ellos).

Me estremece pensar que mi piscina, donde tantas buenos momentos pasé, forjara sus cimientos sobre todo ese sufrimiento. Pero me estremece y me inquieta todavía más haber conocido todo eso tanto tiempo después. Por eso es tan necesario y tan admirable el trabajo de personas como Mikel Huarte -o de quienes han exhumado estos últimos días los restos de varias víctimas en la prisión franquista de Orduña-, de quienes desentierran ese pasado cubierto tan a menudo de paletadas de olvido e infamia. Como consuelo me queda saber que, en buena parte, tantas horas de felicidad estival (verdad o atrevimiento, la cama elástica, los trampolines -del tercero de cabeza y del cuarto con carrerilla, esos eran mis hitos-) se las debo a todos aquellos jóvenes tritones rojos que soñaron con cambiar el mundo y que, de algún modo, lo consiguieron, lograron volar en el agua.

Pumuki 2.0

Dic 11, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Seguidores de Jair Bolsonaro, con los teléfonos móviles en la cabeza.

Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para Magazine On (diarios Grupo Noticias),12/11/22

No sé si sucede lo mismo en todas las casas, pero en la mía se libra cada día una lucha soterrada por el control de los cargadores de los teléfonos móviles. Cada miembro de la familia, en teoría tiene el suyo propio, con lo cual no debería haber ningún problema, sin embargo es frecuente que dichos cargadores cambien de lugar o desaparezcan, a veces permanentemente, de su ubicación habitual, y siempre de forma misteriosa, pues cuando alguien pregunta al respecto nadie sabe nada, como si en la casa tuviéramos un Pumuki 2.0 que se dedica a hacer ese tipo de trastadas o a trapichear en en el en el mercado tecnológico de segunda mano o en el Ebay de los duendes.

Como consecuencia de todo ello, cada cual ha comenzado a tomar sus propias medidas de protección -desde marcar los cargadores con pegatinas, pasando por llevarlo siempre encima a modo de complemento posmoderno, hasta pegarlo con Loctite a la mesita de noche-. Como si nos fuera la vida en ello. Porque en cierto modo nos va. Los teléfonos móviles se han convertido en una especie de prolongación de nosotros mismos, un disco duro externo de nuestra memoria (yo todavía puedo recitar de carrerilla el teléfono de varios de mis amigos de los ochenta con los que hace treinta años que no quedo, pero soy incapaz de recordar el número de personas con la que hablo hoy cada día), nuestra oficina bancaria, el cajón de las fotos, y el de los discos, la prensa diaria, la agenda, el reloj, la cartera, incluso la vía de contacto con los extraterrestres.

Esto último es lo que creen al menos algunos seguidores del expresidente brasileño Jair Bolsonaro, que recientemente colocaron sus teléfonos sobre sus cabezas con la linterna encendida, argumentando que de ese modo enviaban señales a los marcianos a través de las cuales les pedían ayuda para impedir que Lula Silva ocupara el puesto que, al parecer, corresponde por mandato celestial -nunca mejor dicho- a su ¡oh, amado líder! De lo cual se pueden deducir dos cosas: la primera, que los extraterrestres son de ultraderecha; y la segunda que esos seguidores de Bolsonaro están como una cabra. Esta segunda parece la más lógica. Sin embargo yo me decanto por la primera opción. No es la primera vez que desde esta página defendemos la teoría de que una civilización alienígena -a la que podríamos llamar, por poner un nombre al azar, los hijoputas- está intenando colonizar y dominar la tierra, y para ello han infiltrado entre nosotros a miles de sus congéneres, tanto entre la gente común -los que aparcan en doble fila, los que te llaman “campeón”, etc. – como, sobre todo, entre los masters del universo: banqueros, magnates de la comunicación, jefes de la diplomacia europea, etc. Y así, serían hijoputas también muchos de los expresidentes de los gobiernos mundiales, como el susodicho Bolsonaro. La prueba más clara de ello son los artículos que está escribiendo Rajoy sobre el mundial de Catar. En una primer vistazo pueden provocarnos la risa, pues parecen redacciones de un niño de tercero de primaria, así como despertarnos inquietantes preguntas del tipo “¿Pero de verdad estuvimos en manos de este mermado durante dos legislaturas?”; pero una lectura más detallada por parte de criptógrafos y expertos de la NASA y de la TIA estoy convencido de que desvelaría una serie de mensajes dirigidos a sus compinches los marcianos (Marciano Rajoy, podríamos llamarle) capaces de poner en riesgo la vida inteligente en nuestro planeta y la continuidad de la raza humana. Y no es el único, hay otro expresidente del gobierno, llamémosle X, que recientemente pronunció otra frase: «En democracia, la verdad es lo que los ciudadanos creen que es verdad», que no sé en realidad si es un mensaje encriptado o una desfachatez de los más transparente.

Supongo que Bolsonaro, Rajoy o Felipe González también envían por las noches mensajes al cielo con la linterna de su móvil y que por eso también ponen a buen recaudo los cargadores de sus teléfonos. Pues bien, si Pumuki 2.0 lee estas líneas le pido encarecidamente que deje de habitar las humildes moradas de los mortales comunes y se traslade a casa de estos infiltrados y sea a ellos a los que comience a fastidiar y a robar los cargadores o a infectar con virus troyanos sus dispositivos. Por el bien de la humanidad.


CEBOS

Dic 11, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

“Las aguas procelosas de ese oceáno infinito que es internet están sembradas de cebos para pececitos de colores”. Esa era la frase, algo pomposa, a la que iba dando vueltas para abrir este artículo, cuando me he cruzado con una vecina. Nos hemos saludado al mismo tiempo. Pero ella ha dicho “Hola” y yo he contestado “Hasta luego”. Y lo que pretendía ser una muestra de cordialidad se ha convertido en algo incómodo.

Navegando por la red a menudo sucede algo parecido, uno no sabe si está yendo o está viniendo, si la deriva que toma le conducirá hasta una isla del tesoro o caerá en las profundidades abisales, en esa deep web poblada por torturadores de gatitos, clubs de fans de Hitler o de Díaz Ayuso o sicarios con ofertas de lo más tentadoras para romperles las piernas a todos los anteriores y a otros monstruos marinos. Pilotar por internet, en definitiva, se ha convertido en una actividad de alto riesgo. Detrás de cada ventana emergente, de cada decisión para gestionar las cookies, acecha un navajero cibernético.

Afortunadamente, en la mayoría de los casos los monstruos marinos suelen ser fosforescentes y su comportamiento y sus intenciones resultan tan previsibles y tan torpes que inspiran una mezcla de comicidad y ternura. Es lo que me sucede con esas noticias con titulares a medio camino entre el morbo y el misterio, las cuales suelen venir acompañadas de una foto sobre la que se arroja una sospecha. Por ejemplo: “No sabía que estaba durmiendo con su enemigo hasta que vio esta foto”, y la foto en cuestión suele ser un retrato familiar cuyo significado o amenaza no acabas de comprender o te hace pensar que sufres algún déficit visual o cognitivo. Es el cebo, claro. Tu curiosidad se despereza y empiezas a leer: “Lola Flowers nació en un pequeño pueblo de Wisconsin”. Y a continuación te cuentan cómo era ese pueblo, qué marca de potitos tomaba Lola cuando era pequeña, qué asesinos en serie famosos nacieron en los alrededores. Esto último es importante, los detalles pueden ser soporíferos, pero siempre hay que deslizar entre ellos algo inquietante que te obligue a pulsar en la casilla que te llevará a la siguiente pantalla. Y es entonces cuando la cosa se complica, y a la vez cobra sentido, porque para avanzar hay diferentes iconos y es fácil equivocarse e ir a parar al que no corresponde, de modo que, en lugar de en el segundo capítulo de las peripecias de Lola Flowers, desembocas en una página que publicita un método infalible para hacerse millonario (pese a lo cual quienes te lo venden siguen trabajando). La historia se repite en las doscientas cincuenta y seis páginas siguientes, en las que la historia de Lola discurre a velocidad de tortuga, mientras tú te sientes como el malo de las pelis cuando telefonea a la comisaría y los polis intentan retenerlo con preguntas bobas para localizar su llamada.

Es, en fin, todo mi cutre, pero al menos hay que reconocer el talento de la persona que escribe esos hilos interminables y aburridísimos, por ejemplo cuando al final de la historia, consciente de que solo algunos frikis como yo llegamos hasta ese punto, se permite cerrarla con un punto de humor o de incoherencia, revelando que si Lola se acostaba con su enemigo era solo porque su marido sufría de aerofagia (y por eso se apretaba la tripa en la foto). Y ya está. O no, tal vez a esta historia le falte un cierre más contundente. No lo sé. Soy un mar de dudas. “Hola”, he saludado, de hecho, a la vecina cuando me la he vuelto a encontrar. Y ella me ha contestado: “Hasta luego”.

Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para Magazine On (diarios Grupo Noticias), 26/11/22


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