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Club de lectura de verano 2023

Jul 17, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

CLAUS Y LUCAS, de AGOTA KRISTOF

Filosofia.: (Kristof).-Claus Y Lucas.

Claus y Lucas. Lucas y Claus. Desordenando las letras de un nombre se compone el otro, los nombres de los dos gemelos que protagonizan estas tres impresionantes novelas de la escritora húngaro-suiza Agota Kristof. Esos nombres que se confunden deliberadamente −o no−, sin que podamos asegurar con certeza quién es quién, si se trata de dos personajes, de uno solo o, en el fondo, de un trasunto de la propia autora.

Es interesante, por esto último, comenzar hablando de la vida de Agota Kristof. Vida y obra. Así era, después de todo, cómo aprendíamos la literatura en la escuela, no sin su parte de razón, pues casi siempre la peripecia vital de los escritores tiene su reflejo, su prolongación o su catarsis en sus libros y en los personajes de los mismos. Aunque también es cierto que, por el contrario, en otras ocasiones es conveniente diferenciar y no juzgar una cosa por la otra: denostar, por ejemplo, una cumbre de la literatura universal como Viaje al fin de la noche a causa de los devaneos filonazis de Céline o buena parte de las novelas de Mario Vargas Llosa pensando en su ideario político o sus enamoramientos de la pichula. Pero ya nos ocuparemos de ello en su momento, volvamos ahora con Agota Kristof.

Vida y obra

La escritora húngara (Csikvánd,1935) huyó cuando tenía veintiún años de su país y del régimen totalitario bajo el cual transcurrió su adolescencia. Lo hizo a pie, junto a su marido, atravesando montañas nevadas con un bebé de cuatro meses en brazos, para instalarse en Neuchâtel (Suiza). Allí trabajaría durante cinco años en una fábrica de relojes (suponemos que tratándose de Suiza la otra opción habría sido hacerlo en una de chocolate), una experiencia que describió como traumática −hasta tal punto que llegó a asegurar que habría sido mejor pasar dos años en un gulag soviético− y de la que, no obstante, se resarció escribiendo una novela titulada Ayer, protagonizada, casualmente, por un exiliado que trabaja en una alienante fábrica de relojes y que convive con una mujer a la que no ama. Kristof, de hecho, terminaría divorciándose de su marido al cabo de esos cinco annus horribilis como operaria e iniciando su carrera como escritora, en francés, una lengua que nunca llegó a dominar por completo, tal y como ella misma confesó, lo cual paradójicamente forjó su singular estilo literario.

La escritora nos cuenta todo esto en una brevísima biografía titulada La analfabeta, que es, además, un complemento casi imprescindible para la lectura de Claus y Lucas, pues con ella conseguimos trenzar varios de los hilos que quedan sueltos en las tres novelas que componen la lectura que hoy nos ocupa. En lo que se refiere al idioma y al estilo, las carencias de la autora determinan una escritura sencilla, compuesta por medio de frases cortas, numerosos diálogos y una sintaxis básica, como un esqueleto o un andamio sobre el que se sostiene con firmeza una obra a la que, además, tiene la habilidad de dotar de la voz de dos niños, los dos gemelos que la protagonizan, cuya personalidad inquietante, rayana en la insensibilidad, acaba destilando un tono frío y despersonalizado que, a pesar de ello, resulta adictivo.

Agota Kristof. Una vida sin adjetivos | EL PAÍS Semanal | EL PAÍS

Kristof, por lo demás, no es la única escritora que encuentra su voz en una lengua que no es la materna. El irlandés Samuel Beckett escribió Esperando a Godot en francés; o el ruso Nabokov Lolita en inglés (aunque en realidad este último supo escribir y leer antes en esta lengua que en la suya propia). Agota Kristof, por el contrario, aprendió su idioma literario siendo adulta, y si traemos aquí a colación esta circunstancia es porque Claus y Lucas nos habla, entre otras cosas, de ello, del conflicto o la bipolaridad que surge entre todo lo que la autora tiene que dejar a sus espaldas al emigrar −su país, su familia, su lengua y su cultura− y la nueva identidad que debe construir.

Claus y Lucas, Lucas y Claus

No existe, en realidad, una obra con ese nombre, Claus y Lucas, este es el título bajo el que se agrupan en su edición en español las tres novelas protagonizadas por los dos gemelos: El gran cuaderno, La prueba y La tercera mentira. La primera de ellas, El gran cuaderno, es seguramente la más conocida y en sí misma una obra literaria autónoma y suficiente −o sobresaliente− para convertir a la autora en una de las grandes escritoras de la literatura europea. Las otras dos, por el contrario, exigen o precipitan la lectura de todo el pack.

A lo largo de las páginas de El gran cuaderno en ningún momento es posible desgajar a un gemelo del otro: hablan en plural, van juntos a todos los sitios, llevan a cabo en comandita sus ejercicios de crueldad, inmovilidad o silencio (algunos de los cuales la autora revela en La analfabeta que ella misma practicó siendo niña, durante sus años en un internado). La individualidad de los gemelos está anulada y Claus y Lucas, Lucas y Claus son un único personaje, sobre el que el lector arroja la sospecha de una esquizofrenia latente o la invención de un amigo o hermano imaginario que venga a suplir una pérdida traumática… La novela, en la que se suceden episodios perturbadores de tortura, abusos sexuales, autolesiones…, nos narra la historia de los dos niños, abandonados a su suerte junto a una abuela despegada y despiadada, todo ello en un escenario histórico impreciso y atemporal de totalitarismo y guerra en el que los gemelos deben aprender a sobrevivir estableciendo sus propias y rígidas leyes, entre las cuales también están las de la escritura, pues van anotando sus progresos en un cuaderno, escrito en primera persona (del plural) y con brevísimos episodios que son los que nosotros leemos al tiempo horrorizados e hipnotizados. “Debemos escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos”, sentencian los gemelos en su cuaderno, y se imponen a sí mismos la norma de evitar hacer juicios o utilizar palabras que definan sentimientos. El registro literario resulta, en consecuencia, aséptico y de una gelidez pavorosa, pero a la vez consigue, extrañamente, reducir la sordidez y el tono macabro. Agota Kristof da, en definitiva, con una fórmula literaria mágica.

Koaderno handia - Agota Kristof - txalaparta.eus

En medio de tanta crueldad, no obstante, se deslizan también momentos de empatía, pues los gemelos endurecen sus almas hasta insensibilizarlas, pero también recubriéndolas con la armadura de una moral propia de acuerdo con la cual se sienten obligados a socorrer a quienes son más débiles que ellos y sufren abusos, como su vecina Cara de Liebre (también es cierto que, con esa explosiva mezcla de compasión e indolencia, finalmente le rebanarán el cuello y quemarán su cuerpo sin inmutarse, cuando Cara de Liebre les pide que acaben con su sufrimiento).

Una madeja enmarañada

En la segunda entrega de la trilogía, La prueba, los gemelos se separan y se convierten en adultos: Claus cruza la frontera y Lucas continúa viviendo bajo los rigores de un régimen totalitario. Kristof, de hecho, abandona ahora la primera persona y recurre a un narrador omnisciente −es decir, un Gran Hermano− aunque manteniendo siempre el tono perturbador y despersonalizado. Pese a ello, es en esta parte de la narración donde nos encontramos, como un diamante brillando entre el lodo, con seguramente su pasaje más emocionante, el que nos describe la trágica relación de amor paterno-filial entre Lucas y el hijo de una de sus amantes, que reconoce como propio.

La prueba, por otra parte,funciona también como una transición hacia la tercera novela, titulada La tercera mentira, en la que los gemelos se reencuentran y sus personalidades vuelven a confundirse, en una madeja en la que no sabemos a ciencia cierta si se resuelven o se enredan los hilos que han quedado sueltos a lo largo de la trama. El recuerdo personal que tengo al respecto es que en el momento físico de la lectura las piezas del puzle encajaban, pero apenas levantaba la vista del libro, una vez terminado el mismo, todo volvía a desordenarse. Me resulta complicado saber si esa fue la intención de la autora, escribir sobre los imprecisos y confusos límites de la identidad, sobre cómo componen la suya o se acumula caóticamente todo lo que perdió o dejó atrás a lo largo de su vida y lo que tuvo que aprender y completar −una nueva lengua, un nuevo mundo y una nueva manera de expresarlo−, es decir, si la imposibilidad de distinguir a Lucas y a Claus, a Claus y a Lucas es magistralmente premeditada, o si las dos novelas que siguen a El gran cuaderno son solo un error involuntariamente genial, una pifia monumental, un laberinto endiablado del que Agota Kristof no supo salir y en el que nos obliga a acompañarla, siguiendo la inercia inevitable de El gran cuaderno y disfrutando en el extravío de una experiencia literaria única e inquietante, que ningún lector que aún mantenga cierta capacidad de asombro debería perderse.

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