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CLUB DE LECTURA DE VERANO 2023

Jul 2, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

PUNKI, de Juarma…

Foto; Vanessa Beltrán

En una de las obras del escritor y dibujante Juarma, Abrázame hasta que esta vida deje de dar puto asco, una recopilación de sus antológicas viñetas, se lee “Se vienen cositas…” y bajo esa frase aparece la imagen de la muerte con una guadaña al hombro. Un pildorazo de cruda y fatal realidad que Juarma consigue que no se nos atraviese en la garganta haciéndonoslo pasar con el trago del humor negro. El dibujo podría ser además un buen resumen de lo que vamos a encontrarnos si nos acercamos a la literatura o a la obra gráfica de este talentoso escritor y dibujante granadino: punk, existencialismo y muchas sonrisas dibujadas en el rostro del lector a navaja o con la punta afilada de un rotring.

Trainspotting “granaíno”
Juan Manuel López, Juarma, nació en 1981 en Deifontes, una pequeña localidad de los Montes Orientales de Andalucía. Hasta hace apenas dos años era conocido sobre todo por sus dibujos e historietas, que publicaba en revistas como El Jueves, el TMEO o en los fanzines que él mismo se encargaba de fotocopiar y enviar por correo (algo que todavía sigue haciendo), pero en 2021 su primera novela, Al final siempre ganan los monstruos que la escritora Cristina Morales describió en una “bragafaja” promocional como “Trainspotting en un pueblo de Graná”− se convirtió en todo un fenómeno literario tras ser publicada por la editorial Blackie Books (aunque en realidad la novela apareció antes en una edición de otra pequeña editorial llamada Camping Motel Ediciones, con una tirada limitada que se agotó rápidamente).

Al final siempre ganan los monstruos era una afinada y a la vez desgarrada novela coral −algo así como si Iosu y Jualma de Eskorbuto resucitarán para grabar un concierto con la Orquesta Sinfónica de Andalucía −que transcurría en Villa de la Fuente, un trasunto del Deifontes natal del autor en el que el “no future” es la marca de nacimiento para buena parte de los jóvenes de este pueblo imaginario que dibuja una tan real como desoladora estampa del mundo rural contemporáneo. En Villa de la Fuente, como en tantas otras pequeñas localidades de España, no hay trabajo, ni oportunidades, todos los caminos está cerrados, pero la cocaína entra a mansalva, y en ella, y en el trapicheo, la pequeña delincuencia, el alcohol, la violencia… encuentran consuelo para su desesperanza los chavales y perpetúan su autodestrucción los treintañeros.

Blackie Books

A ritmo de Eskorbuto y Piperrak

Punki es la siguiente pieza del puzle que Juarma está componiendo con el mapa de este territorio mítico, en un ambicioso proyecto que tendrá media docena de entregas y que lleva camino de convertirse en un hito literario, una especie de domésticos y contemporáneos Episodios nacionales. Si la primera de esas entregas era, como decíamos, una novela coral, en esta ocasión el autor fija su mirada en uno de los protagonistas, Álex, al que vemos en dos planos: uno, en su primera juventud, cuando el punk y los primeros coqueteos con la farlopa se convierten en un refugio para sus problemas familiares y amorosos; y otro en el que lo encontramos siendo ya un adulto a la deriva, luchando contra la adicción, el divorcio y contra sus demonios interiores y los fantasmas de su pasado. La intención confesa de Juarma es entregarnos una cinta de casete, con su cara A y su cara B. Y lo cierto es que en ambas resuenan auténticos trallazos, una voz literaria rabiosa y pegadiza que no podemos dejar de escuchar porque toda la tragedia personal del personaje se nos cuenta a la vez con un registro en el que no faltan el humor y la ternura. En Punki hay, sí, muchas lonchas de cocaína, mucho cubata de discoteca de pueblo, hay peleas, sale −hablando de violencia, en este caso acústica−, hasta Melendi… pero en realidad todo ello forma parte de un atrezzo hiperrealista para traer al frente una historia de amor, de incomunicación, de extrañeza, de una sensibilidad echada por tierra por la brutalidad de las circunstancias y de esa vida que da puto asco y frente a la cual todos necesitamos ser abrazados.

Por lo demás, emociona imaginar que probablemente esta novela Juarma comenzó a escribirla, tal vez sin saberlo todavía, cuando era solo un chaval que bebía litronas con otros como él en el banco de un parque de Deifontes mientras escuchaban a Eskorbuto, Piperrak y otros grupos de punk kalimotxero y la gente decente pasaba a su lado y murmuraba qué pena de muchachos o vaticinaba que ninguno de ellos llegaría nunca a hacer nada de provecho.

…y SOLO QUERÍA BAILAR de Greta García

Foto: José Toro

Álex, el protagonista de Punki, y Pili, la narradora de Solo quería bailar, la novela que comentaremos a continuación, podrían perfectamente haberse encontrado en alguno de sus rules por cárceles, centros de desintoxicación, pueblos y escenarios de mala muerte de Andalucía. Y tal vez habrían cruzado una mirada de complicidad o compasión, pues lo que ambos padecen o lo que condena a ambos a una vida perra y violenta es la falta de amor o la incapacidad o la falta de habilidades y de oportunidades para obtenerlo o recibirlo. Las dos son además novelas rabiosas, pirómanas, pero sofocadas por la ternura y el humor.

Las tres aspiraciones de Pili

En el caso de Solo quería bailar, su autora, Greta García (Sevilla, 1992) afila este último componente, el humor, para contar otra historia tremenda, otra tragedia, la de una bailarina encarcelada tras haber cometido algún tipo de atrocidad que no se desvela, ni lo haremos nosotros, hasta el final de la obra. Un humor que se torna descacharrante, una especie de lubricante contra una vida que da por culo, y perdón por la expresión, pero es por mantenernos a tono con la novela, en la que la escatología y las referencias a la cavidad anal son recurrentes. Solo quería bailar, de hecho, se abre con una escena en la que la protagonista acude a la enfermería de la prisión en que cumple condena porque no puede extraer de su cuerpo un cepillo de dientes con el que ha estado hurgando en su retaguardia; o en uno de los pasajes del libro podemos leer: “En mi vida he tenío tres grandes aspiraciones: ser bailarina, matar a gente y tener un ano enorme donde metérmelo to”

Quizás eso, el humor, sea uno de los mayores logros de la novela, de la que se ha destacado también su oralidad, el hecho de escribir como se habla −en este caso en Sevilla− burlando para ello convenciones ortográficas, utilizando vocabulario local… Algo que sin ser nuevo (lo podemos encontrar en otras novelas recientes, como Panza de burro, de Andrea Abreu, que también reseñamos en este club de lectura, o en otras literaturas, como en la novela ¡Nel tajo!, de la francesa Anne F. Garreta, pero también en cumbres clásicas de la novela, en este caso gráfica, como las historietas del Makinavaja de Ivà); algo, decíamos, que sin dejar de ser en el fondo natural, parece sorprender todavía a algunos, acaso como consecuencia de una especie de secular mirada supremacista no solo hacia los acentos sino también a los temas locales o periféricos (hace ya veinte años, por ejemplo, si se me permite la intrusión, a mí mismo me rechazó un libro un importante grupo editorial −el mismo, por cierto, que recientemente en uno de sus periódicos destacó como una virtud el uso de la oralidad y las hablas locales en la nueva literatura española− arguyendo que tenía “demasiado vocabulario vasco-navarro”). Greta García, en todo caso, consigue, gracias a un minucioso trabajo de pulido, establecer una convención entre la lengua literaria y la oral que evita que la novela se “makinavajice” en exceso y lastre su lectura.

Tránsito editorial

A mandíbula batiente

Sucede lo mismo con el humor. La novela podría haberse convertido en un largo stand up comedy, en una sucesión de chistes o gags más o menos tremendos o sobrados que acaban por acumulación desarmándose o perdiendo su gracia y su carácter transgresor, pero la voz narrativa de la protagonista no llega a ese punto, no se amontona, y Solo quería bailar nos ofrece innumerables momentos de carcajadas a mandíbula batiente.

El humor y la oralidad no nos deben despistar, sin embargo (de hecho, subrayar la forma por parte de la crítica tal vez haya sido precisamente eso, una maniobra de despiste para que no reparemos en el fondo), y no debemos olvidar que en la novela subyace −o quizás ni siquiera eso, porque resulta bastante frontal− un ataque a ciertas instituciones y un mensaje subversivo que nos invita a la acción directa (si antes decíamos que Juarma tal vez comenzó a escribir, de manera inconsciente, su novela en su adolescencia kalimotxera, en el caso de Greta García, bailarina como la protagonista de esta su primera novela, cabe imaginar que el chispazo para escribir la misma pudiera brotar de su desesperación frente a la burocracia a la hora de solicitar una ayuda o beca en alguna institución oficial que más pareciera una tómbola o un chiringuito).

Dos novelas en fin, Punki y Solo quería bailar, incendiarias y al tiempo refrescantes, perfectas para leer este verano.

Publicado en magazine ON, suplemento semanal de diarios Grupo Noticias (01/07/2023)
@patxiirurzun



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