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UNA SEMANA CON GAINSBOURG

Feb 12, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

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Sábado, 4 de febrero: Este mañana al levantarme, Gainsbourg, mi conejo enano belier, de repente se ha puesto a hablar y me ha pedido que le ponga en el bebedero un chupito de licor de hierbas y que baje al estanco a por Gitanes. Yo le he hecho caso, y después él se ha pegado todo el día fumando y cantando el Gernikako arbola por soleares y al acostarme me ha dicho que me quiero mucho pero en francés, Je t’ aime, y con una voz de carretero que me ha dado un poco de grima.

Domingo, 5 de febrero. Me he pasado toda la noche dándole vueltas a lo del conejo. Es la primera vez que me habla, pero eso no me ha extrañado mucho. Después de todo, el presidente del gobierno es ahora el hombre del tiempo, las compañías eléctricas las dirigen exdirectores de la Guardia Civil, Belén Esteban vende más libros que Vargas Llosa y Vargas Llosa sale en las revistas de cotilleos más que Belén Esteban, así que ¿por qué un conejo no va a ser políglota? No, lo que me ha parecido raro es que Gainsbourg me echara los tejos. Yo creo que es que me ha confundido con otro conejo, porque para no poner la calefacción ni tener que vender el riñón que me queda (el otro lo utilicé para la factura de la luz) por casa llevo puesta una bata gorda de felpa gris.

Martes, 7 de febrero. Hoy Gainsbourg me ha dicho que quiere ser youtuber. Me ha dado un disgusto terrible. A mí me gustaría que fuera poeta, o rockero y que Marino Goñi le grabara un disco. “Además, ¿qué te crees que no lo he intentado yo, que no te he grabado ya y lo he subido al Facebook? Pues nada, tres tristes megustas”, he intentado desilusionarlo. Pero él erre que erre, así que al final le he dejado el móvil y se ha ido a la calle a llamar caranchoa a los que pasaban.

Miércoles, 8 de febrero. Gainsbourg la ha liado parda. Ayer, después de salir de casa, entró en la tienda de chuches, se compró una bolsa de conguitos, se la zampó entera,  se cagó dentro de ella y después fue invitando a todos los niños con los que se encontraba. Todo eso, por supuesto, lo grabó y lo subió a youtube. Hoy tenía cuatro millones de visitas y ahora aquí estamos los dos, sentados junto a la puerta de casa bebiendo chupitos de licor de hierbas y esperando a que venga la policía.

Jueves, 9 de febrero: Han llegado de madrugada, han echado la puerta abajo y se han llevado a a Gainsbourg esposado.  Gainsbourg estaba borracho y se ha ido cantando “Bugs Bonnie & Clyde”, tan feliz, pero yo me he quedado muy preocupado, porque no se lo llevaban por lo del video sino por un delito de odio y apología del terrorismo. He corrido a revisar sus tuits y no he encontrado ningún chiste sobre Carrero Blanco ni nada. No sé qué ha podido hacer o decir, el caso es que ahora está en Madrid, en la Audiencia Nacional.

Sábado, 11 de febrero. Por fin me han dejado ver a mi conejito. Pobrecito, estaba todo despeluchado y con los ojos llenos de legañas.  Le he preguntado de qué le acusan y me ha dicho que de desearle la muerte a Donald Trump y a Franco. “¡Pero si Franco ya está muerto!”, he dicho yo, y él ha contestado: “Eso es lo que tú te piensas”. Luego le he preguntado a ver dónde ha puesto eso y él me ha dicho que no lo ha puesto en ningún lado, que solo lo ha deseado, y yo que a ver entonces cómo se han enterado y él que hay métodos muy efectivos. Me he quedado muy triste. A Gainsbourg se le veía deprimido y desmejorado. Mañana lo trasladan a Alcalá Meco. Podré venir a visitarle la semana que viene. “Tráeme Gitanes”, me ha pedido al despedirnos

Patxi Irurzun
Publicado en Rubio de bote, magazine  ON (diarios de Grupo Noticias, 10/02/2017)

HOMBRES

Ene 30, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Resultado de imagen para paraguas abandonadosPublicado en Rubio de bote, colaboración quincenal en ON (magazine de diarios de Grupo Noticias) (27/01/2017)

Llovía bíblicamente, en la calle no se veía un alma y había paraguas abandonados a cada paso, como si toda la humanidad hubiese salido corriendo precipitadamente a embarcarse en una moderna arca de Noé y yo me hubiese convertido en el único náufrago del planeta.

El primero de ellos, el primer paraguas que vi,  fue uno de niño. Un pequeño paraguas de plástico transparente, con barquitos estampados y timones de madera carcomidos por una gusanera de temblorosas gotas de agua. Estaba boca abajo, con la punta metálica enganchada en la rejilla de una alcantarilla. El viento era un lanzador de cuchillos y aquel paraguas parecía repeler todas sus embestidas, con su esqueleto palpitante y devolviendo al aire un aullido entrecortado, como el sonido de la hélice de un helicóptero de salvamento.

Era una imagen inquietante. Miré a mi alrededor, esperando encontrar a alguien, al dueño de ese paraguas, quizás un niño, o una niña a la que el viento había hecho caer. Pero no vi a nadie. Continué caminando, recostado casi sobre el vendaval, hasta llegar al puente. El río bajaba torrencial, furioso, escupiendo espuma y palos, con un agua marrón oscura, que por un momento me pareció sangre. Unas horas antes un hombre había arrojado al agua el cadáver de su compañera. El día anterior, otro había acuchillado a su propia hija, una niña de dos años… Todos los días había hombres que golpeaban a mujeres, las violaban, las asesinaban…  Y yo era un hombre. Me pregunté en qué me convertía eso. Si la violencia formaba parte de mi naturaleza. Siempre me había rebelado ante esa idea. Yo no tenía nada ver con esos hombres. Todos los hombres no éramos así. Pero mi forma de rebelarme había sido callar, creer que yo no debía avergonzarme por lo que otros hombres hacían.  Ahora me daba cuenta de que quizás estaba equivocado. Miré fijamente la corriente. Vi remolinos de agua desde los que trepaban hasta mi oído voces, chistes de los que me había reído aunque no me hicieran ninguna gracia, frases recubiertas de fango: “Mujer tenías que ser”, “Cuántas pollas habrá comido esa para llegar hasta ahí”…; y vi también burbujas que reventaban sobre la superficie de aquel agua ensangrentada, como pequeños y masculinos estallidos de ira, y ramas que cegaban en el ojo del puente, del mismo modo que los celos, la inseguridad, la falta de autoestima y de madurez cegaban a algunos hombres…

Volví sobre mis pasos. Continuaba lloviendo a mares y el viento era el soplido de una diosa enfurecida. El paraguas con la imagen de barcos y timones carcomidos por el agua  seguía boca arriba, aprisionado por la reja de la alcantarilla. Pronto observé que no era el único paraguas abandonado. Había paraguas por todas partes: encalados en las copas de los árboles, desarbolados en los charcos, olvidados en las papeleras… Y de repente, me di cuenta. ¡La mayoría de ellos eran paraguas de mujer! Como si solo a ellas les hubiera sido permitido subir a aquella moderna arca de Noé y salvarse de este diluvio de sangre, de este genocidio diario y doméstico, dejando atrás un mundo oscuro, tenebroso, habitado solo por hombres en silencio.

AÑOS DE PINGÜINO

Ene 16, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

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Publicado en «Rubio de bote», magazine On (diarios Grupo Noticias) 14/01/17

Cuando uno se convierte en padre tiene que tener claro que durante diez o doce años no va a poder ir tranquilamente al baño. Se acabó la intimidad. Hay algún conducto secreto que conecta tu estómago con los pies o el cerebro de tus hijos, quienes se abrirán la barbilla o querrán solucionar sus dudas existenciales (por ejemplo, “Aita, ¿los robots hacen pis?”), justo en ese pingüinesco momento en que tienes los pantalones en los tobillos.

Las relaciones paterno-filiales se componen de normas no escritas de ese tipo, de señales, códigos, gestos que uno aprende pronto a distinguir y respetar.  Uno sabe, por ejemplo, que existe un momento en que los niños llegan en sus juegos a un límite de euforia,  persiguiéndose atropellada y alegremente, y en el que el siguiente paso va a ser un tropezón, una caída, unas risas que se tornan en un abrir y cerrar de ojos en lágrimas o sangre. Es como una dolorosa metáfora de la condición humana, como si la dicha tuviera un límite que no está permitido sobrepasar y por cuyo exceso hay que pagar con huesos rotos o jarrones hechos añicos. Y uno lo ve, sabe que algo va a pasar, y sin embargo a menudo no interviene con determinación porque no quiere ser siempre el aguafiestas, así que tiene que conformarse después con una de esas frases, “Si es que se veía venir, si es que ya lo sabía yo…”,  que suenan a bruja Lola, a pitoniso nocturno y alevoso, de nueve cero dos, y que ya no solucionan nada.

Uno sabe también que la primera frase de tu hijo cuando sale al mediodía del colegio va a ser un cariñoso “¿Qué hay para comer?” y que ese día suele haber lentejas y que ya está la bronca armada; o que la comida que aborrecen en tu casa en otras les sabe a gloria; o que incluso los socorridos spaguetis pueden fallar si uno se pone creativo y decide echarles exóticos condimentos como cebolla o perejil, “eso verde qué es, qué asco”…

Y uno, que antes era un lirón,  aprende además a dormir levemente, con un sensor que le hace dar un bote en la cama cuando escucha toses o náuseas o cuando no escucha nada en las habitaciones de los niños;  y que entre las rayas blancas de los pasos de cebras hay abismos; o que algunos dolores muy fuertes solo se curan con besos…

Pero dentro de ese mundo de gestos y señales, de dietas y coreografías infantiles hay algo, un movimiento característico que resulta especialmente gozoso e hipnotizante. Me refiero a cuando los niños van caminando, en un acto espontáneo, del que ni siquiera son conscientes, dando pequeños y rítmicos saltitos, pinpán, pinpán, como si el suelo fuera una pandereta que ellos pudieran tocar con los pies. No se me ocurre una imagen que exprese mejor la felicidad, la despreocupación, la alegría de vivir. Debería ser patrimonio inmaterial de la humanidad. Desgraciadamente, llega una edad, a los diez o los doce años en que esa manera de caminar por la vida nos avergüenza y dejamos de hacerlo, sin comprender que luego nos pasaremos el resto de nuestros días intentando recuperar el paso. Yo no sé cómo todavía no han inventado en ningún centro de terapia o en ningún gimnasio una disciplina que incluya ese ejercicio (pero tampoco vamos a dar ideas, no vaya a ser que se ponga de moda, como la marcha nórdica, y luego tengamos que ver por la tele al presidente del gobierno dando saltitos, lo cual sería ya excesivo).  Por suerte, quienes tenemos hijos pequeños, si bien aún nos quedan algunos años de pingüinos en los que seguiremos sin ir tranquilamente al baño, también podemos permitirnos todavía el lujo de coger  de vez en cuando a los niños de la mano y, cuando nadie nos mira —y aunque nos miren—, acompasar despreocupada y alegremente nuestro paso al suyo, pinpán, pinpán…

TOMA FALSA

Dic 31, 2016   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Vale, entonces esta de prueba para el sonido y luego ya grabamos la buena ¿no?… Probando, probando, uno, dos, uno, dos, es-pa-ña, tracatá… Queridos súbditos, yo soy rey y vosotros no, esa es la cuestión, that is the question, por eso yo estoy aquí, y vosotros ahí, mirándome, da igual qué canal pongáis porque en todos salgo yo. Me dirijo a todos vosotros ustedes desde este Palacio Real que es la casa de todos los españoles pero en la que solo podemos vivir la reina, las infantas y yo (bueno y luego ya todas nuestras chachas, chóferes, seguratas, jardineros, chefs… pero nadie más, porque si no esto no sería el Palacio Real sino la casa de Tócame Roque, me entendéis ¿no?)

Quiero desearos a todos y todas un felizaño-urteberrion-feliçany-felizanonovo, lo digo así para que nadie se moleste y porque España es un crisol de culturas: qué bien se come en el País Vasco y los catalanes qué emprendedores que son y los gallegos qué jodidos, siempre contestan con una pregunta, pero pesados también, pesados son todos un rato, la verdad, con sus lenguas autonómicas, con lo fácil que sería entendernos todos con el inglés, mirad a mí qué bien me ha ido. Y es que sin inglés no eres nadie, ni en la Universidad de Georgewton ni cuando vas a la ONU ni a esquiar a Aspen ni nada. Más inglés y menos filosofía en los colegios, ah, no, que eso ya lo estamos haciendo…

Bien, ahora venía lo de ponerse solidario. Esta parte me gusta mucho porque yo, lógicamente, de todo esto no tengo ni puñetera idea, ya sería la monda, un rey que no puede ponerse la calefacción ni comprarse unos entrecots, me entendéis ¿no? Lo único lo de los desahucios, eso sí que me afecta de verdad, más que a nadie,  porque, a ver, si un día vienen a echarme a mí no va ser la policía ni los del banco, van a venir  con una guillotina, y eso quién te lo valora, eh, quién… Pero bueno, al grano, el caso es que esta parte solidaria me gusta mucho porque yo transmito muy bien, mirad: “No podemos olvidarnos en estas fechas de quienes peor lo están pasando”,  diré, por ejemplo, y me morderé los carrillos y los ojos se me pondrán brillantitos y moveré muy enérgico las manos, “los parados, ese 34% de niños en riesgo de exclusión social y ese 17% en situación de pobreza severa” (¿Qué? ¿Que mejor que no de datos? Vale, vale…).

Tampoco —seguiré luego— quiero olvidarme de aquellos que están sirviendo al país lejos de nuestras fronteras en misiones de paz, con sus tanques y sus armas,  y contra los tanques y las armas que les vendemos a nuestros enemigos, pero en misión de paz… Y luego, ya para acabar, un clásico, la lacra del terrorismo: condenamos enérgicamente,  blablabá, o se está con nosotros o se está con ellos, blablablá; y lo de que la justicia y aparcar en el carril bus es igual para todos, ay qué risa; y lo de la corrupción, muy mal, está todo lleno de corruptos, este es un país de corruptos y de cuñados… En fin, lo de todos los años. Menudo rollo, menudo país me ha tocado, dan ganas de irse y no volver a pisarlo. O de ponerse algún día aquí delante y decir alguna barbaridad, que abdico, o que me cambio de sexo, o hacer una peineta, o un “lo siento mucho, no volverá a pasar”. Me entendéis ¿no? Pero no, claro, no puedo, yo soy un rey moderno, demócrata de toda la vida, franco, responsable, preparado, guapo, alto, solidario, multicultural, con barbita, soy un rey de puta madre, ya lo sé yo, no hace falta que os lo pregunte, probando, probando, uno, dos, uno,  dos,  es-pa-ña, tracatá….

Publicado en «Rubio de bote», magazine semanal On de diarios de Grupo Noticias 30/12/16

CONTINENTE SUMERGIDO

Dic 19, 2016   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

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El hombre-pez de Liérganes, según cuenta el Padre Benito Jerónimo Feijoo en su Teatro crítico universal,  desapareció un día del año del señor de 1674 mientras nadaba en la ría de Bilbao y cinco años más tarde fue atrapado en la bahía de Cádiz.  Los pescadores que lo atrajeron hasta sus redes lanzándole trozos de pan lo tomaron por un tritón, un ser mitológico mitad humano-mitad pez, pues tenía el cuerpo cubierto de escamas, hasta que pronunció balbuceante una sola palabra: el nombre de su pueblo natal, Liérganes. Llevado hasta esta localidad cántabra, el hombre-pez se dirigió por su propio pie hasta su casa, donde su madre y sus hermanos, que lo daban por muerto, lo reconocieron alborozados y entre ellos vivió apáticamente, sin mostrar interés por nada humano y terrestre, nueve años más, al cabo de los cuales volvió a desaparecer, sumergido en las aguas del misterio, pues nunca volvió a saberse de él.

¿Qué sucedió durante esos cinco años en que Francisco de la Vega Casar,  que así se llamaba este portentoso nadador, permaneció desaparecido? ¿Se convirtió en un habitante de la Atlántida, el misterioso continente sumergido, del que durante siglos no hemos sabido nada hasta que dibujaron a Bob Esponja?  ¿Regresó a él al cabo de esos otros nueve años?… La respuesta quizás sea más mundana y, seguramente, el hombre-pez estuvo vagabundeando por toda la península durante años, durmiendo a la intemperie y comiendo a salto de mata, gracias a la caridad y los pequeños hurtos. Las escamas de su piel serían consecuencia de una enfermedad cutánea, fruto de la mala alimentación y la falta de higiene y casi con toda certeza, como sucede a menudo con quienes viven en la calle, sufriría alguna enfermedad mental. De su vida anterior lo único que habría salvado sería el hábito y el gusto por la natación y practicándolo habría sido como cayera en las redes de los arrantzales gaditanos.

Las leyendas tienden a embellecer o maquillar los granos de la realidad (por ejemplo, ¿de verdad a Fidel Castro lo intentó matar la CIA seiscientas veces? Pues entonces o el comandante era el supercomandante o menudos paquetes los de la CIA…) y del mismo modo tampoco hoy existe una Atlántida neoliberal habitada por felices parados de larga duración que se mueven durante lustros como peces bajo el agua de las ayudas sociales o por sintechos que se alimentan con platos precocinados que cuelgan de las ramas de árboles submarinos.

La realidad es mucho más hiriente y palpable y existe, efectivamente, ese continente sumergido, pero es bien distinto; un continente oculto pero real en el que, tal y como relataba en su Facebook hace poco el periodista Emilio Silva, algunos chavales almuerzan “bocadillos solidarios”: bocatas que recogen, discreta y gratuitamente, en cafeterías de institutos y que se sufragan con aportaciones de profesores y asociaciones; chavales que solo se duchan con agua caliente después de las clases de gimnasia; una “generación plato único” —como la bautizamos aquí hace tiempo—que tiene que hacer sus deberes con forros polares y a la que solo hace visible las llamas de los contenedores. Modernos tritones, lamias chapoteantes en la charca cenagosa de la precariedad, que durante estas vacaciones navideñas se van a quedar sin almuerzo y tendrán que buscar trozos de pan mojado en un mar de incertidumbre y desigualdad.

 

Publicado en Rubio de bote, ON, suplemento de Grupo Noticias 17/12/16

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