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GOOD MORNING!

Sep 24, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments


 

Publicado en ON, suplemento de diarios de Grupo Noticias (23/09/2017)

 

Qué día más raro. Primero me he levantado, he desayunado y al bajar al portal me he encontrado con una foto de mí mismo en el buzón. Bueno, eso tampoco es tan raro, desde que mi novela Potra se convirtió en un best-seller, me llaman como abajofirmante y para defender todo tipo de causas nobles, y la última ha sido esta campaña a favor de la castellanización de adultos. Pero, vaya, tenía que haber sido precisamente hoy, que tengo el examen del EPA. Me ha dado mucha vergüenza ir por la calle y verme a mí mismo en marquesinas animando a la gente a estudiar castellano (“Con el castellano ligarás”, reza el lema que acompaña mi careto) y después tener que presentarme en la escuela de idiomas a ver si de una vez me saco el título. Por si eso fuera poco, era el penúltimo más viejo en el examen. La mayoría eran jóvenes, recién salidos del instituto, escolarizados desde la guardería en el modelo E. Les pasa lo contrario que a mí, hablan español con soltura, pero son incapaces de escribir dos líneas seguidas sin que el diccionario les ponga una denuncia por trato vejatorio. Yo, por el contrario y como veis, me defiendo bien escribiendo, pero a la hora de hablar se me cruzan los claves y me sale el inglés: es lo que he mamado desde baby,  lo que he escuchado en casa, en el cole, en la calle, en la tele, en todos los lados.

En fin, confío en que ahora que soy famoso, me den un EPA honorífico o algo. Me lo merezco. Han sido muchos años de academias, pasándole la pelotita a un desconocido, “Me llamo Juancho”, haciendo teatrillos, cantando canciones de los Hermanos Cubero o de Extremoduro, leyendo a Patxi Irurzun, veraneando en internados… Pero no me quejo, al castellano le debo muchas cosas. Por ejemplo, conocí a mi mujer  en uno de esos internados. Me enamoré en castellano. Luego a los ocho meses nos pasamos otra vez al inglés porque así nos gritábamos mejor. Ahora estamos recuperando lo nuestro y nos escribimos whatsapps en español e intentamos no dirigirnos a los niños con engendros como “Common pa’casa”.

El caso es que después del examen me he dado una vuelta por el casco viejo y todo seguía siendo raro, era uno de esos días en que hay de todo a la vez, mercado medieval, maratones, batukadas, manifestaciones a favor y en contra del referéndum… En el mercado medieval me he comprado unas gominolas con sabor a Sol y Sombra y una piedra que dicen que corta el sudor (y como hacía calor y tenía la camiseta con corronchos me la he frotado en las axilas) y luego me he arrimado a una de las manis.

Yo estoy a favor del referéndum, espero que no me pase nada por decirlo, que no me llegue una citación o me lleve detenido la Europolice. Parece como si votar fuera solo un derecho para nosotros, para quienes queremos independizarnos de Europa, y no para los que desean seguir en la Unión. Y luego están los que dicen que en la Constitución Europea no hay nada que nos impida expresar democráticamente nuestras ideas soberanistas. No, claro, lo que nos impide es ejercerlas. Es como si tú quieres ser músico y tus padres te dicen que vale, pero que prohibido cantar o tocar un instrumento. Así que la única solución que veo yo es comprarte una guitarra (española) e irte de casa. También me hacen mucha gracia los que dicen que estamos vulnerando los derechos de casi la mitad (que en realidad es menos) de los españoles, los que se sienten europeos. Pues a todos esos demócratas equidistantes (ahora es guay ser equidistante, antes era lo peor que podían decirte) les pregunto yo si alguna vez les ha preocupado que durante décadas la voluntad de la otra mitad (que en realidad es más) haya estado sometida. Por no hablar de todos esos compañeros de profesión y de todo esos progres y de toda esa gente tan revolucionaria y de todos esos indignados permanentes de las redes sociales que estos días, cuando por primera vez tienen delante de sus morros una revolución (pacífica y serena, además) y un acto de desobediencia civil masiva, callan o si hablan es para ponerse en evidencia.

En fin, que se me calienta el morro.  Para acabar, he decidido volver a casa, entre otras cosas porque me han empezado a picar los sobacos una barbaridad, he puesto la tele, he visto en la tele a Mariano Rajoy haciéndose la picha un lío con uno de sus trabalenguas (él era el otro más viejo en el examen, creo que lo tiene aún peor que yo en el oral) y eso es todo,  así ha transcurrido este día tan raro, buenos días,  good morning!

LA LEY DEL CEMENTO

Sep 10, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en Rubio de bote, semanario ON 09/09/2017. Foto: fotograma de Secretos del corazón (Montxo Armendariz). Antiguas pasarelas de Pamplona

 

 

El  skyline de Pamplona recortándose sobre el parque de la Media Luna, con el río Arga como una culebra de agua a sus pies, que es además el skyline de mi infancia, está amenazado por la construcción de varios rascacielos, lo cual me hace pensar también que Gainsbourg, mi conejo enano belier, suele sentarse siempre en el punto más elevado de su jaula.

Algunas veces subo andando desde la Txantrea y veo las torres de la catedral, la muralla, las lomas grises sobre el río, la cruz del Seminario; otras, paseo por la Media Luna y diviso de un solo golpe todo el paisaje de mi niñez, el que fue mi territorio: desde mi colegio, los Escolapios, hasta mi casa, en los bloques beige de Orvina 3. Y siento que todo se me remueve por dentro, que los recuerdos brotan, vuelven a mí, se abren como palomitas de maíz en el microondas de la memoria.  Y apoyado en la barandilla verde, con el barranco de la mediana edad a mis pies, veo pasar como una película escenas de los primeros años de mi vida.

Me veo a mí mismo, cruzando las pasarelas sobre el Arga, y a aquel gran perro lobo viniendo de frente,  y recuerdo cómo me arrojé al agua antes de que se me comiera mi corazón en piel de gallina; aquellas pasarelas, que tampoco son las mismas de hoy, a las que en invierno quitaban las tablas de madera para que no se las llevasen las crecidas, de modo que quedaban solo los bloques de piedra; recuerdo también que nosotros debíamos saltar de uno en uno esos pilones, con el rumor hipnótico del agua  bajo las Jhon Smith llamándonos por nuestro nombre, cuando el Pisahuevos nos mandaba, en clase de gimnasia, a hacer “el cross de Beloso”, así lo llamábamos.

Me veo, algo más allá, subiendo a los trampolines del Club Natación, para tirarme del cuarto con carrerilla o del tercero de cabeza. Y la pista de baloncesto, en la que encesté mis mejores canastas, cuando nadie miraba. Me veo en la chopera detrás de las gradas, entre la piscina y los caballos de Goñi, jugando, muerto de vergüenza, a verdad o atrevimiento. Veo, entre la piscina y las pasarelas,  el hueco donde estuvo el antiguo lavadero, y recuerdo cuando el suelo de madera carcomida me tragó, se hundió bajo mis pies, aunque yo fuera el más flaco de la clase. Veo las volutas de humo de los primeros cigarrillos, en el banco detrás de los bomberos donde nos juntábamos, después del colegio, a jugar  —bote-bote Lázcoz, arenado Juangarcía…—, a mirar revistas prohibidas, a fumar…;  veo también otro humo más negro, elevándose desde el fortín de San Bartolomé cuando nos colábamos en él y hacíamos fuego con las papeletas de propaganda electoral. Veo la muralla, desde la que arrojábamos bolas de nieve a las villavesas que subían por la cuesta de Labrit, o castañas pilongas a los del colegio del al lado, los alumnos de Salesianos.  Veo, más allá, el puente de la Magdalena, y recuerdo cómo me sentía seguro, a salvo de los navajeros, cada vez que lo atravesaba, de vuelta al barrio conflictivo. Veo Irubide, mi instituto, y recuerdo lo feliz y lo tímido que fui en él, las fiestas, las huelgas, las chicas…

Veo todo eso, desde la barandilla verde de la Media Luna, desde el skyline de la ciudad que es su memoria y la mía y en el que, dicen, quieren incluir varios rascacielos, sin que nada pueda al parecer impedirlo, porque el pacto está sellado con cemento; lo veo y pienso qué verán, qué sentirán, desde las ventanas más altas, quienes ocupen esas torres, con sus magníficas vistas, por las que pagarán mucho dinero y que sin embargo, nunca les pertenecerán, al menos como me pertenecen a mí y le pertenecen a la ciudad. Veo todo eso y pienso también en Gainsbourg, mi conejo enano belier, a quien su instinto de dominación o de protección, no sé,  lo hace buscar siempre el sitio más elevado de la jaula, y no le importa que este sea el mismo lugar en el que hace sus necesidades, con tal de estar allí, en lo más alto, aunque sea sentado sobre sus propias cagarrutas.

 

AUTOTURISMOFOBIA

Ago 27, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

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Publicado en semanario ON (26/08/17)

 

Yo me acuso y me desprecio a mí mismo por haber echado al plato más de lo que podía comer en el buffet libre; por haberme sacado selfies en los monumentos más emblemáticos de las ciudades que he visitado (y por haber incluido con absoluta naturalidad el término selfie en mi vocabulario); por no planificar las paradas del viaje en coche y detenerme siempre y sin querer, cuando ya tengo el culotabla, en el área de servicio más cutre…

Yo me acuso, en fin, de ser turista de vez en cuando, que es siempre que puedo. Como casi todos, creo. Por eso me sorprende y no entiendo como a la serpiente de verano sobre lo que se ha dado en llamar turismofobia todo el mundo le pone el cascabel sin que les tiemble el pulso, con opiniones firmes, sin medias tintas, con el tono airado y gritón y el dedo acusador. Y que nadie muestre dudas, ni tenga contradicciones.

Yo las tengo.

Por un tubo.

Me pregunto, por ejemplo, si puedes manifestarte contra el turismo en tu ciudad un día y al siguiente hacer la mochila e irte a los Pirineos o a la India, supongo que parapetado con la excusa de que tú no eres un turista sino un viajero. Y del mismo modo que digo eso digo también que no considero que hacer pintadas en un autobús turístico, ni siquiera pinchar ruedas de bicicletas, te convierta en un terrorista.  Todo lo contrario, me parece que esas acciones han abierto de manera eficaz el melón de un problema evidente y al que, sin embargo, no se había prestado atención porque durante años ha sido la gallina de los huevos de oro: un tipo de turismo depredador e insostenible, o sostenido sobre la precariedad de los trabajadores del sector, el deterioro progresivo en la calidad de vida de la población autóctona y la esquilmación de recursos naturales.

¿Qué es más vandálico, tirar confetis en un puerto deportivo o lanzarse desde un balcón a la piscina del hotel? ¿Los turistas que se cagan en mitad del paseo marítimo son también nuestros amigos? ¿Qué quiere decir “turismo de calidad”, esa especie de mantra que alcaldes, consejeros de turismo repiten a menudo contraponiéndolo a estos comportamientos? ¿Van a prohibir en Donosti calzarse sandalias con calcetines?…

Me pregunto si en realidad tras esa expresión, turismo de calidad, no se esconde también cierto clasismo. Si tras esa expresión y tras la demonización del turismo, de un tipo de turismo, no se agazapa la idea de que los pobres no deberían tener derecho a viajar, a disfrutar de sus vacaciones.

Muchas preguntas y mucho ruido por respuesta, en la redes sociales, en los debates-espectáculo de la televisión —con expertos como Terelu Campos—, en los periódicos (por cierto, cada vez es más difícil conseguir un periódico en ciudades de veraneo, hay que andar y andar hasta encontrar un quiosco, la gente ya no lee la prensa ni de vacaciones, luego que aumenta la turismofobia)…

Una pequeña parte de la solución, supongo, la que nos atañe a los turistas de a pie, pasa por aplicar el sentido común (por ejemplo, no darte duchas de media hora en los hoteles, del mismo modo que no lo harías en tu casa), pero el problema del turismo, de ese turismo autodestructivo y salvaje, seguramente tiene que ver con aspectos de la macroeconomía, del capitalismo voraz, con los modelos de consumo y los comportamientos individualistas fomentados en las últimas décadas y ante los cuales uno se siente muy pequeñito, impotente, con tantas posibilidades de propiciar cambios como de que la palabra autorretrato sustituya al anglicismo selfie.

 

DIARIO DE UNA ACTIVISTA

Ago 18, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Resultado de imagen de avioneta hazteoirPublicado en «Rubio de bote», semanario ON 12/08/2017

 

Ave María Purísima. Antes que nada, padre: le ruego que sea cuidadoso y una vez que termine mi confesión, elimine este correo. Mire, que usted es muy manazas. Como bien sabe, desde hace unas semanas recorro nuestro país a bordo del autobús de gritaloalto.org, en calidad de community manager. A usted todo eso le sonará a chino, pero las nuevas tecnologías para una persona con mi discapacidad son una bendición del cielo y yo me manejo en ellas con soltura, aunque no han faltado desalmados a los que les parece muy gracioso que una persona muda sea la portavoz en internet de gritaloalto.org.  Que Dios los perdone.

Hace ya casi un mes que salimos de casa y a mí me parece que ha pasado toda una vida. No soy la misma persona, mis convicciones se han tambaleado y por eso le escribo, buscando consuelo y si soy digna de él, perdón. No sé muy bien por dónde empezar, me siento confusa, así que me ha parecido conveniente adjuntarle algunos extractos de mi diario personal:

Lunes, 8 de mayo: Por fin ha llegado el día. Arrancamos. Conmigo viajan Jesús María, el presidente de nuestra organización y Fer, el chófer, un chico con el pelo largo y algún trozo de piel entre los tatuajes. También tiene un piercing en la lengua. A mí no me parece ni medio normal, pero Jesús María me ha dicho que nos vendrá muy bien alguien con ese aspecto de delincuente. El autobús es fosforito y tiene unos rótulos enormes en los que se lee: “SER HOMOSEXUAL O TRANSGÉNERO NO ES OBLIGATORIO. TAMBIÉN PUEDES SER NORMAL”.

Jueves, 11 de mayo: Tres días parados. Nos han denunciado por un delito de odio. Apenas salimos del autobús porque fuera siempre hay radicales y separatistas gritando. Qué feos son todos. Poco a poco me voy acostumbrando a la convivencia, a ver a Fer paseándose sin camiseta, peinándose ese pelazo, pasando su lengua con piercing por el papel de liar cuando prepara esos cigarrillos tan raros… Me acuerdo a menudo de mi difunto, me pregunto qué pensaría él si me viera ahora. Él siempre decía que el mío era un trabajo callado, en casa, preparando su agenda, sus conferencias, sus facturas. Creo que todo esto no le haría mucha gracia.  

Domingo, 14 de mayo: De nuevo en la carretera. Jesús María tapó con unas pegatinas la primera frase de nuestro mensaje y ahora los jueces han estimado que no hay nada ofensivo en él. En realidad fui yo quien le dio la idea. Jesús María me lo agradeció efusivamente, me dio dos besos, y yo me ruboricé como una adolescente. Por la noche tuve sueños raros.

Jueves, 18 de mayo: La misión está siendo un éxito. Allá por donde pasamos hablan de nosotros. Hasta nos han salido imitadores y ya hay varios autobuses de otras organizaciones circulando por las carreteras. Ayer coincidimos en un área de servicio con uno a favor de la III República y otro de antitaurinos. Estuvimos cenando todos juntos, contando anécdotas de nuestros viajes, las veces que nos han apedreado o nos han pinchado las ruedas. A mí me pareció muy bonita esa hermandad y ese respeto por las ideas y las vidas de los demás. A Jesús María no y se fue a dormir pronto. Fer y yo nos quedamos un poco más, bebimos alguna cerveza, liamos algún cigarrillo. Después, al subir al autobús, sucedió: Fer me agarró por la cintura, yo me volví hacia él y nos besamos. Ahora entiendo lo del piercing

Sin pecado concebida.  Estimada María Jesús: he preferido no seguir leyendo su pecaminoso diario, entre otras cosas porque las confesiones virtuales no tiene valor y no puedo absolverla, aunque sí ayudarla, pues tiene usted razón, soy un manazas y, como a estas alturas ya sabrá, envié por error una copia de su email a nuestro presidente y de acuerdo con la junta de gritaloalto.org,  hemos decidido suspender la campaña del autobús y sustituir este por una avioneta y a usted como portavoz. Lo siento. Que Dios la perdone a usted también.

 

 

YO TAMBIÉN BUSCO TÍTULO

Jul 30, 2017   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  2 Comments

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Artículo publicado en «Rubio de bote», colaboración para semanario ON, diarios de Grupo Noticias (29/07/17)

 

A veces suelo parar a desayunar en una cafetería en la que los cruasanes me saben a gloria. Es un sitio algo apartado, para llegar a él hay que desviarse por una carretera estrechita y, como lo de los cruasanes es un secreto a voces, casi siempre está llena de coches aparcados de mala manera en los arcenes. Para solucionar todo ese caos, la cafetería habilitó un parking en su parte trasera. Es una explanada bien señalizada y espaciosa, algunos festivales de música tienen menos plazas disponibles, pero a pesar de todo, por no andar los cincuenta metros que la separan de la cafetería, la mayoría de los coches siguen aparcando en la carretera, junto a la puerta del local.

He observado conductas similares en otros lugares, en los parkings de supermercados o en calles en las que no hay dificultades para encontrar sitio, pero en las que algunos conductores optan por la doble fila (o incluso a veces por la doble fila delante de una plaza vacía).

Los coches sacan a menudo nuestros comportamientos más rastreros. Y retratan a quienes los manejan. Los hombres con la imaginación pequeña se compran coches grandes. Quienes no tienen gran cosa que decir conducen coches ruidosos. Aquellos que…

(¡CAS-CA-RRA-BIAS, CAS-CA-RRA-BIAS!, escucho de repente voces dentro de mi cabeza, y veo también a un coro de niños que me señalan con el dedo)

Vaya, pues es verdad, disculpen la interrupción. ¿Un columnista debe estar necesariamente siempre enfadado? ¿Firma con hiel una cláusula en la que se le obliga a refunfuñar en cada una de sus colaboraciones? ¿Se siente más guay juzgando siempre las conductas de los demás? ¿Y ese tonito de superioridad moral? ¿Se aplica él el cuento, es un ciudadano, un padre, un votante ejemplar? ¿Para correctamente en todos los STOP?

Es más,  ¿para qué servimos en realidad los columnistas? En la mayoría de los caso, una de dos, o el columnista tiene su parroquia de lectores, con lo cual leerlo viene a ser lo mismo que ir a un mitin del partido al que ya sabe que va a votar; o, dos,  lo leen de manera morbosa aquellos que no lo pueden ni ver, que sienten repugnancia por lo que escribe y piensa, solo para reafirmarse en ese asco intelectual (a mí me pasa mucho con Pérez Reverte, y otros más próximos que no voy a nombrar para que no se exciten y por si me los cruzo un día por la calle —encima cobarde—).

Por no hablar de que en realidad un columnista en realidad está atado de manos, pies y lengua.  Ninguno lo admitirá, pues todos nos vemos a nosotros mismos como espíritus libres y enfants terribles, pero si el columnista fuera sincero y coherente consigo mismo, si escribiera realmente lo que quiere o como quiere, acabaría en un juzgado o en la calle (lo sé porque esto último me ha pasado varias veces y lo primero casi una).

Escribir columnas es una cosa de señores mayores enfadados o de escritores fracasados que mueven patéticamente el sonajero de su pluma. Las columnas, en fin, las deberían escribir jóvenes de veinte años y hablarnos de la última vez que hicieron el amor o contarnos a quién le meterían una buena yoya. Por lo demás, la cafetería en cuestión tampoco es para tanto, sus cruasanes saben a gloria celestial pero sus cafés convierten mi estómago en un infierno, como en casi todos los demás sitios.

(Samplers empleados para escribir esta columna: Señor mayor enfadado/Javier Marías (en cualquiera de sus columnas semanales); El hombre más airado de Holloway/ Nick Hornby, en Cómo ser buenos;  Busco título/ Cabezafuego, en Somos droga: toda esta columna ha sido en realidad una burda imitación de esa genial canción en la que el músico se aburre de la misma a mitad del tema y la mata cortándole el cuello con un histriónico rap).

 

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