«Me he convertido en el escritor que sospechaba que podría ser»
Kepa Murua, poeta y editor
En «El cuaderno blanco», publicado por El desvelo, la escritora colombiana Catalina Garcés selecciona una antología de poemas de Kepa Murua, un poeta esférico, dice –poeta se mire por donde se mire– que nos ofrece una visión panórámica de la extensa obra del autor y editor zarauztarra
¿Por qué una antología ahora, a qué responde: los treinta años escribiendo, la necesidad de echar la vista atrás, de reflexionar sobre su trayectoria?
Algunos de los libros publicados están agotados o son difíciles de encontrar y con este libro, “El cuaderno blanco”, los lectores tienen la oportunidad de acceder a mi poesía. La antología es un resumen que reconoce mis cambios como poeta y mis inquietudes como escritor
Hacer una selección del trabajo propio supongo que será complicado, a veces incluso doloroso (dejar fuera algunos poemas, por ejemplo)? ¿Qué criterios se han seguido?
Concedo libertad a los críticos y los lectores de mis libros para que opinen sobre lo que les sugieren mis textos. Me gusta escucharlos para luego sacar mis conclusiones. En este caso la idea de la antología nace de la escritora colombiana Catalina Garcés; el primer sorprendido por la selección de los poemas, los temas tratados y el título “El cuaderno blanco”, fui yo. Si me hubiera encargado yo, la antología sería otro libro.
Llama la atención el título, «El cuaderno blanco», para un libro en el que todos los poemas ya estaban escritos hace tiempo, ¿por qué?
Es el título de un poema de “Escribir la distancia”, un libro que cambió mi pulso poético. Es la referencia al cuaderno aún por escribir o la página en blanco, son temas recurrentes en mis libros. Cada uno debería escribir su vida.
La antología, como señala en el prólogo Catalina Garcés es una mirada panorámica, un cuaderno de ruta de un viaje, vital y poético, ¿se puede leer así?
Son treinta años de escritura que muestran una poesía intimista que refleja lo que acontece en la sociedad y dentro de mí como testigo de esos hechos. Me sorprende la vitalidad de los poemas. La vida aparece en todas las páginas, incluso cuando se menciona la muerte hay un tono de aceptación de la belleza del mundo. Se puede leer así, pero el lector tiene plena libertad para hacerlo de muchas otras maneras.
¿Cuál es el balance que hace usted viendo esa panorámica, esa trayectoria?
Cuando empecé soñaba con escribir unos cuantos libros. Que se publicaran me costó tiempo, no fue fácil para mí, recibí tantos rechazos como desprecio por lo que hacía. Cuando era joven, además, me daba vergüenza presentarme como poeta; ahora observo que esos temores se han superado y que me he convertido en el escritor que sospechaba que podría ser, aunque al principio no sabía de qué manera lo lograría.
También se habla en el prólogo de que su poesía se caracteriza, entre otras cosas, por un sabotaje del amor romántico. ¿Está de acuerdo? ¿Y cuáles diría usted que son las constantes de su poesía?
En los primeros libros surge un grito frente a la realidad que no me gusta y se aprecia una llamada al amor que se confunde con el deseo. Con el paso de los años la voz se serena y se equilibra ante los temas vitales como son el amor, la amistad, la sociedad en la que vivimos y la vida que llevamos.
En uno de sus poemas dice «No debo hablar de mí /jamás lo hago», sin embargo la poesía, y también la suya (hay, por ejemplo, varios autorretratos), está ligada a lo íntimo, a la experiencia vital. ¿Hay una voluntad de trascender, de que el lector se reconozca en usted?
En muchos poemas relato hechos que no me han pasado a mí directamente, las voces y los registros de mis libros son diferentes y variados, pero con en “El cuaderno blanco” el lector interpreta un viaje poético de un autor cercano con una mirada cómplice.
Por último, después de esta antología y supongo que la reflexión que la acompaña, cuáles serán los siguientes pasos, como se enfrenta a nuevos poemarios, si los va a haber.
Sigo escribiendo, tanto poesía como narrativa, y tengo varios proyectos sobre la mesa. Por ejemplo, diferentes tomos de memorias de poeta metido a editor que me gustaría que se publicasen; ojalá un editor se interese por ellos. Considero que es un documento que retrata el mundo de la edición y la poesía contemporánea, aunque también se habla de política y sociedad. No tengo prisa, si uno tiene un buen libro o un proyecto de calidad que presentar al público tarde o temprano llegará a los lectores. Soy un superviviente que se ha convertido en un experto a la hora de superar diferentes retos.
Publicado en ON, suplemento de los diarios de Grupo Noticias (03/08/2019)
BESTIARIO (DRAGORRIONES, CULEBRACAS, TÓPAROS Y OTROS BICHOS RAROS)
Patxi Irurzun / Belatz
El escritor Patxi Irurzun y el dibujante Belatz dan rienda suelta a su imaginación con esta
colección de bichos raros-raros-raros. Un catálogo estival de criaturas híbridas e imposibles que se recomienda leer en familia
TIGRESTRUZ
El tigrestruz es uno de los animales más miedicas y más veloces del mundo. Es tan veloz el tigrestruz que cuando corre parece que vuela. Tanto que a veces, mientras corre y parece que vuela, se le borran de la piel sus rayas negras.
Cuando está quieto, por el contrario, el tigrestruz es como un balón de baloncesto, porque su piel es dura, de color naranja —con rayas negras— y llena de pequeños poros.
Pero la verdad es que el tigrestruz, como tiene miedo de todo, casi nunca está quieto. El tigrestruz, si estornuda una mosca, se asusta y echa a correr. Echa a correr el tigestruz si ve su propia sombra (y como es tan rápido consigue adelantarla y todo)…
Siempre está corriendo el tigrestuz, y cuando se asusta mucho se aleja varios kilómetros, escarba con sus zarpas en la tierra y en el agujerito que hace, esconde la cabeza. Como los niños pequeños cuando se tapan con las manos la cara y creen que nadie los ve.
El tigrestruz tiene miedo de todo. Tiene miedo de las tormentas, de los cazadores de tigrestruces, del profesor, cuando no se sabe la lección, de los exámenes, de los abusones, de los ladrones, de la policía, de no caer bien a la gente, de los dragorriones y de los meteoritos, de los tigres y de las avestruces, de las tigrestruzas si es un tigrestruz chico, y al revés, de los tigrestruces chicos si es una tigrestruza…
El tigrestruz tiene miedo hasta de sí mismo, de tener tanto miedo y esconder la cabeza. El tigrestruz esconde la cabeza sin darse cuenta, por instinto, pero, en el fondo –nunca mejor dicho—, sabe que cuando la saque del agujero sus problemas seguirán ahí. A veces, de hecho, sus problemas están ahí también cuando tiene la cabeza enterrada. Como cuando hay una tormenta y la piel de balón de baloncesto del tigrestruz se empapa de los pies a la cabeza (bueno, de los pies al cuello).
A veces, el tigrestruz tiene también miedo de que se mueran sus papás, o de morirse él y no saber a dónde va uno cuando se muere, o de los telediarios, o de la gente que grita, o de la que se ríe siempre…
Tener miedo no siempre es malo, ni uno se convierte en un cobarde siempre que tiene miedo.
Tener miedo te puede convertir incluso en uno de los animales más veloces de la tierra.
Tener miedo, en definitiva, a veces lo hace a uno más fuerte, más humano, más tigrestruz.
Publicado en semanario ON, diarios de Grupo Noticias (27/07/19)
BESTIARIO (DRAGORRIONES, CULEBRACAS, TÓPAROS Y OTROS BICHOS RAROS)
Patxi Irurzun / Belatz
El escritor Patxi Irurzun y el dibujante Belatz dan rienda suelta a su imaginación con esta colección de bichos raros-raros-raros. Un catálogo estival de criaturas híbridas e imposibles que se recomienda leer en familia
DRAGORRIÓN
Los dragorriones son unos pájaros gordos como gorrines (de hecho, cuando son crías, que es cuando más gordos están, se llaman dragorrines), pero como solo se pueden ver de lejos, volando muy alto, uno se los imagina chiquitines, como pequeños pajaritos.
Los dragorriones son solo rayas en el cielo. El cielo es su tierra, y al revés, para ellos la tierra es el cielo (y también el infierno). Los dragorriones sueñan con posarse en las ramas de los árboles, o en el borde de los estanques y robar los trozos de pan que los niños echan a las palomas o a los peces. Pero no puede ser. A los dragorriones los echaron hace mucho tiempo a pedradas de los estanques y de los árboles, porque cuando abrían el pico de la boca les salía fuego y provocaban unos incendios terribles y colapsaban las unidades de quemados de los hospitales.
Y eso no podía ser.
Los dragorriones, por todo ello, desde hace muchos años viven en el cielo, en lo más alto del cielo, hasta donde no alcanzan las piedras. Y no dejan nunca de volar.
Por si acaso.
Los dragorriones han aprendido a hacer todo volando. Incluso duermen volando. Hacen pis volando, comen volando, como son muy listos aprenden a leer volando, escuchan música volando… Su canción preferida, claro, es una de Kiko Veneno que dice “Volando voy, volando vengo”.
Los dragorriones hasta se mueren volando. Y entonces es cuando se van al cielo, que para ellos es la tierra, y también el infierno, porque caen desde allá arriba como meteoritos, como rayos de sol al atardecer, como aviones en llamas…
La mayoría de las veces los dragorriones se desintegran antes de llegar a la tierra, pero otras, por si acaso, por no molestar a nadie, cuando se dan cuenta de que van a morir, sobrevuelan las bocas de los volcanes, o los incendios forestales, y sus cuerpos caen en ellos, y durante muchos días, en los pueblos de los alrededores a la gente se le hace la boca agua porque el aire huele a gorrín asado.
Por no molestar a nadie, además, los dragorriones solo hacen pis los días de lluvia.
Da mucha pena cuando muere un dragorrión, un animal tan educado.
Un dragorrión muerto es siempre una raya que se borra en el cielo.
Publicado en semanario ON, con diarios de Grupo Noticias (27/07/2019)
…a hablar de mi libro, en efecto, y ustedes me lo van a permitir, porque es una cuestión de vida o muerte. Diez mil heridas, así se titula, se publicó hace más de tres meses, lo cual quiere decir que es ya un libro viejísimo al que las novedades que han ido llegando imparables a las librerías y sepultándolo en sus estanterías desahuciarán hasta que en septiembre sea ya un cadáver literario.
Hasta ahora he intentado mantenerlo con vida con toda esa serie de maniobras y ejercicios de reanimación que acompañan a la promoción de un libro (presentaciones, entrevistas) y que para un escritor tímido como yo se convierten en un via crucis, que a pesar de todo hay que padecer con una sonrisa como una cicatriz, porque uno por sus libros está dispuesto a todo, a morir incluso (o a ir a firmar a las ferias). Lo cual no quita para que ahora, desde este Gólgota que es el verano, uno no pueda echar la vista atrás sobre cada uno de los pasos de ese calvario.
En cuanto a las presentaciones, por ejemplo, aunque las ha habido multitudinarias (es decir, con unas treinta personas entre el público) también me he encontrado con algún desganado presentador que ni siquiera recordaba el título del libro o me ha tocado hacer un “Berri Txarrak”, es decir, hablar para un solo asistente (y al igual que cuando el grupo de Lekunberri lo dio todo en Nantes ante su único espectador, resultó que fue una de mis mejores presentaciones o en las que más recompensa obtuve, pues me encontré con un lector apasionado, voraz, con olfato y buen gusto -por eso, ejem, ejem, estaba allí, evidentemente-).
Las firmas en las ferias o días del libro son aún peores, a no ser que uno sea un charlatán o un youtuber. Por cierto, lo segundo peor que te puede suceder en una firma de libros es que en la caseta de al lado pongan a un youtuber (o a un cocinero mediático, un presidente autonómico…). Ver las filas interminables, mientras a ti te compra por pena tu libro el propio librero; pensar en los treinta años que llevas leyendo, escribiendo, peleando, para que después cualquier intruso al que la literatura le importa un bledo venda en una mañana todo lo que a ti, con suerte, te va a costar otros treinta años.
Lo primero peor que te puede suceder,sin embargo, es que te confundan con el librero y te pidan el libro de tu autor más odiado. Si no es que tu escritor más odiado está compartiendo caseta contigo y con la mano tonta de echar autógrafos. Siempre, en realidad, los escritores que comparten caseta contigo, además de ser mucho peores que tú, firman más libros. Y los que no lo hacen se dedican a boicotearte, a espantarte a quienes se interesan por tu novela, acercándose en ese momento a saludarte (da igual que hasta entonces te hayan mirado con dos puñales en los ojos) o a darte una chapa insufrible sobre la influencia de Dostoeivski o de Dolores Redondo en su literatura.
Son todas estas cosas -las decepciones, las humillaciones, la frustración, el desgaste, incluso el coste económico, las pérdidas que supone hacer cientos de kilómetros para vender en una buena tarde seis libros de los que te llevas el diez por ciento- de las que los escritores no hablamos, sobre todo en ese mundo feliz que son las redes sociales, o de las que hablamos con eufemismos como “presentación familiar” o “tarde agradable”. Son las diez mil heridas encuadernadas, escondidas entre líneas, que hay detrás de cada libro.
Y luego, claro, que Umbral se puso como se puso, en aquel recordado programa de televisión…
BESTIARIO (DRAGORRIONES, CULEBRACAS, TÓPAROS Y OTROS BICHOS RAROS)
Patxi Irurzun & Belatz.
Publicado en semanario ON (con diarios de Grupo Noticias) 20/07/2019
El escritor Patxi Irurzun y el dibujante Belatz dan rienda suelta a su imaginación con esta colección de bichos raros-raros-raros- Un catálogo estival de criaturas híbridas e imposibles que se recomienda leer en familia.
ELEPEZ
Al elepez, que es un animal en peligro de extinción, le gusta mucho la música. Le gusta tanto que cuando se mete en la cama se enrolla sobre sí mismo y, como tiene la piel dura, negra y llena de surcos, parece un disco de vinilo.
El elepez, además, antes de quedarse dormido empieza a darle vueltas a su cabeza y siempre suena la misma canción:
—¿Por qué soy un bicho raro, por qué soy un bicho raro? —se pregunta, y se lo pregunta muchas veces hasta que la boca se le seca y su estribillo parece el ruido de las motas de polvo en un tocadiscos.
El elepez, que mide unas doce pulgadas, en realidad quisiera ser un poco más pequeño o un mucho más grande. El elepez quisiera ser un pez para hacer burbujas de amor por donde quiera o un elefante para balancearse sobre la tela de una araña.
Al elepez no le gusta ser un bicho raro, y cuando se duerme tiene contrasueños, es decir, sueña con cosas como ir al colegio o a trabajar en una oficina, o que va a comprar al centro comercial, o que ve en la televisión programas de cocina o partidos de fútbol.
—¿Por qué soy un bicho raro, por qué soy un bicho raro? —es lo primero que dice el elepez al despertarse.
Y después se va a hacer cosas aburridas de elepeces, como bucear y usar su trompa como si fuera un periscopio, o salir a la orilla del río y revolcarse en el barro, o saltar de cabeza desde un taburete a una pecera…
Aunque al elepez lo que de verdad le gusta es oír música, porque la música es genial: cuando uno oye una canción que le gusta mucho, sobre todo si la oye en un disco de vinilo, cierra los ojos y se olvida de todo. Hasta de que es un bicho raro.