Cualquiera que disfrute husmeando en las librerías de segunda mano se topará en ellas con este título una y otra vez, en diferentes ediciones. Debieron de venderse en su día millones de ejemplares de Alguien voló sobre el nido del cuco y a ello, sin duda, contribuyó la exitosa versión cinematográfica de Milos Forman, con Jack Nicholson interpretando al rebelde MacMurphy. Ken Kesey, sin embargo, el psicotrópico autor de la novela, abominaba de esa película. Quizás no al extremo de Boris Vian con la adaptación de Escupiré sobre vuestras tumbas, quien falleció de un infarto sentado en la butaca de un cine que la proyectaba. Pero casi.
Kesey consideraba que el director de Amadeus había traicionado el espíritu de su novela (y así era, aunque lo hiciera de un modo magistral), cargando el protagonismo de la misma en MacMurphy-Nicholson y dejando en un segundo plano al narrador de la historia, el Gran Jefe Brondem y a su mundo interior. De hecho, mientras la novela está contada con la voz del Gran Jefe, en la película este no pasa de ser un secundario, a quien solo se escucha pronunciar una reveladora frase, pues hasta entonces todos lo habían considerado sordomudo (en una clara metáfora de la situación de los naciones indias en Estados Unidos). También contribuyó, claro, al rechazo de la película por parte de Kesey el hecho de que los productores del film desestimaran el guión propuesto por él o que el escritor, de todos modos, vendiera los derechos de su libro sin demasiado margen de maniobra para intervenir.
Los experimentos, con LSD
Alguien voló sobre el nido del cuco, recordemos, nos cuenta la lucha de un grupo de enfermos psiquiátricos contra el despótico trato de su enfermera, la todopoderosa Gran Enfermera Ratched, lucha que se desatará con el ingreso de MacMurphy, un pequeño delincuente, exveterano de la guerra de Corea, que simula trastornos mentales para eludir la prisión y los trabajos forzados. MacMurphy alentará al enfrentamiento y la desobediencia a sus compañeros — a veces con consecuencias funestas— en una historia tras la que palpita el cuestionamiento de una sociedad, como la de los Estados Unidos de los años 60 (la novela se publicó en 1962), conservadora, uniformadora, castrante y controladora.
La idea para escribir Alguien
voló sobre el nido del cuco, en la que una de las formas de sometimiento de
los pacientes es la farmacología, se le ocurrió a Ken Kesey tras participar
como cobaya humana en un experimento auspiciado por el gobierno de los Estados
Unidos sobre los efectos de los psicotrópicos, en el transcurso del cual el
escritor conoció el ácido lisérgico o LSD, de cuyas virtudes se convertiría en
uno de los principales profetas, dándose la paradoja de que una de las herramientas
de liberación de la contracultura, las drogas, se propagara desde la
administración (recordemos, además, que la propia CIA experimentó con el ácido
lisérgico como elemento de control mental, antes de que los beats primero y luego los hippies le
dieran un uso recreativo).
Un viaje fluorescente al Más Allá
Ken Kesey, uno de los abanderados, precisamente, de la generación beat —aunque quizás no tan conocido como Jack Kerouac, Willian Burrougsh o Allen Ginsberg— estuvo al frente de los The Merry Pranksters, los Alegres Bromistas, un grupo de jóvenes que en 1964 (es decir dos años después de la publicación de Alguien voló sobre el nido del cuco) recorrieron los Estados Unidos de costa a costa a bordo de un fluorescente autobús, al que bautizaron como “Further”, es decir, “Más allá”, en un psicodélico viaje en el que ofrecían catas públicas de LSD. El conductor del “Más Allá” fue Neil Cassady, el espídico muso de la generación beat, inmortalizado en la novela En el camino de Jack Kerouac, y a la tripulación se sumó también el grupo de música Greateful Dead. Tom Wolfe, por su parte, el autor de La hoguera de las vanidades, hizo la crónica del accidentado viaje (tan solo doscientos metros después de iniciarse el autobús se quedó sin gasolina) en Ponche de ácido lisérgico, uno de los libros señeros del llamado periodismo gonzo, aquel que hacía crónicas desde dentro, en primera persona y sin eludir la experiencia propia.
No fue el de Wolfe el único testimonio del lisérgico itinerario de los Alegres Bromistas, ellos mismos llevaban consigo algunas cámaras, aunque a la postre estas sirvieron más bien como elemento disuasorio cada vez que la policía les daba el alto, alegando que su comportamiento se debía a que estaban rodando un documental, pues las imágenes del mismo acabarían perdidas en un desván, del que finalmente las rescatarían y restaurarían Alison Elwood y Alex Gibney, que estrenarían en 2011 Magic Trip, en donde podemos ver —no resulta difícil encontrarlo en internet— a Kesey, Cassady y compañía en pleno viaje, nunca mejor dicho.
¿El libro o la película o los dos?
Volviendo a Alguien voló sobre el nido del cuco, el libro contiene uno de los finales más hermosos y redentores de la literatura, que no vamos a contar aquí, y que quien quiera conocer tendrá que leer, tras buscar la novela en alguna de esas librerías o ferias del libro de segunda mano. La abundancia de ejemplares de la misma en esos lugares, por cierto, no deja de resultarnos en este club de lectura de verano sorprendente. Se supone que si están allí es porque alguien se los has quitado de encima. Quizás la explicación se deba a que quienes se desprenden de ellos ya han visto la película, cuando lo lógico, en la mayoría de los casos debería ser lo contrario: “No, ya he leído el libro”, no vaya a ser que nos pase lo mismo que a Boris Vian al ver la adaptación cinematográfica. En el caso de Alguien voló sobre el nido del cuco, de hecho, si bien la película de Milos Forman es notable, la novela de Ken Kesey resulta imprescindible.
Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias) 08/08/20
Los irurzunólogos acérrimos se acordarán sin duda de Putoso
y sus hermanos quinientillizos, quienes ya han aparecido al menos en dos
ocasiones en esta sección, Rubio de bote.
Putoso es un enorme oso de peluche que nos regalaron cuando nació mi hijo mayor
y que, desde entonces, está con nosotros, siempre en medio (de ahí su nombre). Fue
alumbrado en un parto múltiple en algún taller clandestino de Asia o en alguna
maquila en Centroamérica y separado de sus 499 hermanos apenas nació,
dispersados todos ellos por centros comerciales y jugueterías de todo el mundo.
No obstante, en una ocasión yo me encontré a uno de los quinientillizos abandonado
junto a los contenedores de basura que hay junto a mi portal. Al verlo, subí
rápidamente a casa a tramitar los papeles de la adopción (es decir, a
preguntarle a mi mujer si podía recogerlo), pero para cuando logré convencerla
resultó que alguien se me había adelantado.
Escribí unRubio de botesobre eso y al cabo de unos meses un lector de esta página se acercó a mí en la villavesa y me confesó que había sido él el que se hiciera cargo del hermano de Putoso, pero que los papeles de la adopción no estaban en regla (es decir, que él no había conseguido convencer a su mujer) y tuvo que deshacerse del peluche. También sobre eso escribí un artículo, preguntándome qué habría sido del pobre oso sintecho, y a partir de entonces comencé a recibir en mi correo fotos de gente que había visto putosos —así comenzamos a llamarlos— por todo el mundo: colgados por las orejas en el tendedero de un patio de Tudela, durmiendo en un albergue de Bilbao, con una polla de goma anudada a la cintura en una película guarra…
Después, durante un tiempo los putosos estuvieron hibernando
o en algo suyo de osos, pero recientemente he vuelto a recibir varios correos
en los que me informan de su reaparición en París. Aunque originalmente llegaron a la ciudad de
la luz (yo no sé por qué se llama así si siempre llueve) gracias a la
iniciativa del dueño de una librería que los desperdigó por calles y cafés para
dar a conocer su negocio, en los últimos meses, al parecer, las mesas de muchas
terrazas han sido ocupadas por ellos para mantener la distancia social entre
los clientes. La cuestión es que a mí me alegró mucho ver a gran parte de la
familia putosa reunificada, tras tantos años calamitosos, y además dándose la
vidorra padre, tomando cafeolés todo el día o leyendo por las noches Libertad para los osos de John Irving.
Quise compartir por eso mi felicidad con mis lectores y colgué las fotos de la
nueva y bohemia vida de los quinientillizos en las redes sociales, pero al cabo
de unas horas alguien me hizo saber que en realidad las condiciones laborales
de los peluches no eran tan placenteras como yo suponía, pues debían pasar las
noches al raso y someterse a los caprichos de los trasnochadores (quienes, por
ejemplo, se fotografiaban junto a ellos haciéndose mortadelos); o que —aquellos
que dormían en la librería— eran encerrados en un cuarto en el que se
almacenaban las cajas con las novelas de los youtubers o los alfonsoussías
franceses. Por si fuera poco, junto con esta triste noticia adjuntaban otra
foto de putosos que no habían sido capaces de superar ese estrés y
—presuntamente— se habían suicidado de manera colectiva en una playa nórdica
enterrando sus cabezas en la arena y esperando la subida de la marea (la foto
es además la portada del último trabajo del grupo noruego de rock progresivo
Airbag). Yo, sin embargo, estoy convencido de que esa imagen es un fake o se ha interpretado mal y de que
muy pronto comenzarán a llegar fotos de putosos recogiendo kiwis o esquilando
ovejas en Nueva Zelanda —es decir, en las antípodas de Noruega—, luchando, en
definitiva, por conseguir una vida más dichosa.
Publicado en magazine ON (diarios grupo Noticias) 01/08/20
Existe un tipo
de literatura juvenil de la que disfrutamos, sin complejos, lectores de
cualquier edad. No sabría muy bien cómo llamarla, entre otras cosas porque
podría caer en el error de etiquetarla y ponerle por nombre esos engendros que
el marketing utiliza para reducirla a un producto e imbecilizarla: Young adult, New adult… Yo me estoy refiriendo a títulos como El guardián entre el centeno, de John Salinger, La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, El diario completamente verídico de un indio
a tiempo parcial, de Sherman Alexie,
Un puñado de estrellas, de Rafik Schami, el Diario de Anna Frank o
incluso algunas novelas de Baroja
como Zalacaín el aventurero o El árbol de la ciencia…Probablemente ninguno de estos autores escribió estos libros
pensando exclusivamente en los jóvenes; y seguramente por eso interesaron tanto
a los jóvenes, a diferencia de esas novelas juveniles que se escriben como si
fueran una hoja de cálculo y que ofrecen una visión edulcorada de la juventud; una visión en la que lo políticamente
correcto borra por completo todo el mundo en el que los jóvenes se
desenvuelven: sus primeros contactos con el sexo, con las drogas y el alcohol,
la agresividad, incluso la violencia con la que se enfrentan al mundo de los
adultos, a las imposiciones, a una vida que se les echa encima con intención de
reducirlos, de hacerles olvidar cuanto antes su sospechosa y amenazante
condición de jóvenes.
Delincuencia y lucha de clases
En el caso de la novela juvenil por antonomasia, Rebeldes, S.E. Hinton (¿qué demonios significan esas dos iniciales?) rizó el rizo, porque no solo escribió una novela en la que por primera vez todo eso estaba presente (la rebeldía y el ímpetu juveniles, el doloroso y súbito tránsito a la edad adulta, y, por otra parte, la delincuencia y la lucha de clases) sino que además quien la escribía sabía perfectamente de qué hablaba, pues Hinton firmó esta novela cuando tan solo contaba ¡17 años!
En Rebeldes
se nos narra la historia de
Poniboy, un joven quinceañero que vive con sus dos hermanos (al igual que en
otros libros juveniles, como las aventuras de Pippi Calzaslargas, se excita de ese modo otro de los sueños
juveniles: la ausencia de padres y de autoridad, la independencia y la libertad
total) y que se desenvuelve en un ambiente enconado, con diferentes bandas
juveniles enfrentadas. Poniboy pertenece a los greasers, los chicos de extracción humilde del East Side, cuyos
mayores enemigos son los socs, los
pijos del West Side (toda la estética de la novela remite a películas como West Side Story, Rebelde sin causa o Grease,
esta última con una visión casi paródica del tema). La novela lo tiene todo para llamar la
atención de un chaval: peleas, huidas, amores imposibles, cadáveres hermosos,
redenciones, incluso los extraños nombres de sus protagonistas: Poniboy,
Sodapop, Two-Bit…
Rebeldes y guapetones
Y a ello se suma, hablando de cine, que en su adaptación a la gran pantalla, a cargo de Francis Ford Coppola, en 1983, estos fueron interpretados por un ramillete de jóvenes, guapetones y tan desconocidos como prometedores actores: Matt Dillon, Patrick Swayze, Tom Cruise, Rob Lowe, Ralph Macchio, Emilio Estévez, Michael J. Fox (en el reparto aparecía, en contrapartida, incluso el mismísimo Tom Waits), con lo cual el éxito estaba garantizado; o mejor dicho, la prolongación del éxito, pues la novela se publicó quince años antes, en 1967, cuando, como hemos dicho, la autora contaba tan solo con diecisiete años (tras las iniciales S.E. —esto no lo hemos dicho aún— se ocultaba los nombres Susan Eloise, pues la joven escritora dudaba de que nadie fuera a creer que alguien de su edad y, sobre todo, una mujer, firmara aquella historia plena de violencia e incorrección política). En todo caso, Rebeldes se convirtió inmediatamente en un fenómeno, en un superventas, para “desgracia” —hablando en términos creativos— de su autora que, como sucede a menudo en estos casos, ha vivido toda la vida lastrada por el peso de ese éxito.
Tras Rebeldes S.E. Hinton escribió otras obras y secuelas de su novela, como La ley de la calle, también llevada al
cine por Coppola, y a cuyo elenco se sumaron actores, digamos, con otro perfil,
como Mickey Rourke o Nicholas Cage; pero sin conseguir nunca
alcanzar el éxito arrollador de su primera obra, lo cual la sumió en una
depresión durante algún tiempo.
Autores de un solo éxito
Susan Eloise Hinton podría, en ese sentido, contarse entre esas autoras one hit wonder, de un solo éxito, como Anna Frank y su diario (por razones obvias), Harper Lee y Matar un ruiseñor (de quien también nos ocuparemos en otra entrega), o J. D. Salinger y El guardián entre el centeno (aunque el enigmático Salinger también ha entregado a la imprenta algunos cuentos memorables). De hecho, si bien Salinger merecería otra sesión del club de lectura dedicada íntegramente a él, no nos resistimos a citar algunas curiosidades sobre su memorable novela que, por otra parte, se anticipó a Rebeldes a la hora de abordar sin tapujos algunos aspectos de la cultura juvenil, como la sexualidad o el lenguaje desenfadado. Al contrario que la novela de S.E. Hinton, El guardián entre el centeno, que en otros países de habla hispana se titulo El cazador oculto, no tiene una adaptación cinematográfica, pero se resarce ampliamente con los numerosas canciones que han dedicado a la novela grupos, en su día, rabiosamente juveniles, como Guns N’ Roses (Catcher in the Rye),Green Day (Who Wrote Holden Caulfield?), The Offspring (Get It Right) o Beastie Boys (Shadrach). Sin olvidar, hablando de música, la desgraciada influencia que tuvo la novela en un mal lector de la misma, Mark David Chapman, que como es bien sabido esperó a la policía leyéndola después de haber asesinado a John Lennon.
Dos recomendaciones más
No me gustaría acabar estas líneas sobre novelas-juveniles-que-pueden-leer-y-disfrutar-lectores-de-todas-las-edades sin citar brevemente dos por las que siento especial debilidad: El diario completamente verídico de un indio a tiempo parcial, de Sherman Alexie, un autor nativo norteamericano, con una obra tremendamente recomendable en la que los protagonistas de sus cuentos y novelas son, como él, indios spokane, cuyas historias transcurren en reservas en las que tratan de evadirse del racismo y la marginación bebiendo, jugando al baloncesto o, como es el caso del protagonista de esta novela, dibujando cómics —sin caer por ello en la resignación ni el victimismo— y en las que no falta un toque de humor. En el caso de El diario completamente verídico de un indio a tiempo parcial hay dos argumentos que hacen inevitable su lectura: que la revista Time la haya colocado en el puesto número uno de la lista de mejores libros juveniles de todos los tiempos; y, sobre todo, que la Asociación de bibliotecarios estadounidenses la haya incluido en otra lista: la de libros que han recibido más peticiones de censura.
Contra la censura precisamente, y contra la desaparición de algunos de algunos de sus vecinos, la agobiante presencia de policía secreta y la falta de libertad en la Siria de los años 60, escribe un periódico mural en las paredes del barrio antiguo de Damasco el protagonista de Un puñado de estrellas, de Rafik Schami, una obra emocionante y hermosa (que, al igual que la de Sherman Alexie, se articula en forma de diario), y que es, en definitiva, como todas las anteriores, una novela para jóvenes rebeldes de todas las edades como ustedes y como yo.
Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (25/07/20)
¿Y, cari, te
acuerdas de aquellas otras vacaciones, en Navidad, que fuimos a Madrid, al
parque de atracciones? ¿Cuando nos subimos a los columpios voladores? ¡Qué frío
hacía! ¡Y a quién se le ocurre! Como no había nadie en la cola, para allí que
os lanzasteis como becerros tú y los niños —yo no, porque ya sabes que a mí las
alturas me dan yuyu—… De hecho, me monté renegando, como siempre. Y luego
aquello comenzó a subir y a subir y a llenarse de niebla y parecía que nos
estaban metiendo al fondo de un frigorífico. Pero aún fue peor cuando la
atracción empezó a dar vueltas y a coger velocidad.
—El aire era un
lanzador de cuchillos miope— dijo la niña, que ha salido medio poeta, como tú.
Bueno, en realidad
lo dijo después; entonces, allí arriba, ella y el niño lloraban como
condenados. No era para menos. Recuerdo que a mí me dolían tanto las orejas que
me las tocaba todo el rato, para ver si todavía seguían enteras. Y que me
aguantaba las ganas de vomitar solo para no descalabrar a nadie abajo, a donde
las potas iban a llegar convertidas en barras de hielo. También recuerdo que tú
empezaste a hacer gestos al operario. Y que los niños le gritaban
“¡Bájanooooos!”, pero el atontado aquel nos hacía señales con el pulgar hacia
arriba, porque se creía que le estábamos pidiendo más vueltas…
Así que allí
estuvimos, olvidados al fondo de la nevera, casi un cuarto de hora,
hipotérmicos perdidos.
Mira que fuimos
canelos… Pero lo que nos hemos reído, después, recordándolo, ¿eh, cari?
Este verano habrá
que hacer turismo así, recordando.
Me acuerdo ahora también, por ejemplo, del día que nos conocimos,
tú y yo, en aquel concierto de Kiko Veneno, otro verano, y que después nos
fuimos a las barracas porque tú querías subirte a la noria. De solo pensarlo,
el bocata de txistorra que me había zampado en las txoznas me hizo el
pino-puente dentro de la tripa. Pero no dije nada. Estabas tan guapa… En la
noria aquella al menos no hacía frío, pero yo me mareé igual, cuando llegó a lo
más alto del todo y el mundo se puso del revés y las nubes bajaron al suelo. A
pesar de todo, a mí se me ocurrió que aquel era un buen momento para besarte y
lo intenté —pálido como estaba debí de parecerte un vampiro—, pero la boca se
me llenó de serpentinas y de fuegos artificiales y de kalimotxo de ese en polvo
y tuve que apartarme para vomitarlo todo barandilla abajo.
Siempre he sido un
romántico.
A ti, de todos
modos, no te importó, no corriste de vuelta con tus amigas cuando bajamos de la
noria. Esa noche la pasamos juntos de
bar en bar, bailando y derramando cubatas. Cada vez que me pongo gel
hidroalcóholico en las manos —ahora lo hago a todas horas, te lo juro—me
acuerdo de esa noche. Y me acuerdo también de que, al volver a casa, nos
entretuvimos por el camino, enamorados de la vida. Al final fuiste tú la que me
besó, porque a mí la boca aún me sabía a pólvora y me olía a baño químico y porque
me daba miedo subir otra vez a las alturas. Pero lo hice, y en el cielo de tu
paladar se me pasó el vértigo —ya ves, al final tú nos has hecho a todos un
poco poetas—.
Y así hasta hoy, cari.
Este verano habrá que aguantarse y quedarse en casa, bueno, aquí, en el
hospital, qué le vamos a hacer. La vida es también una noria, y ahora nos toca
estar abajo —o arriba, yo ya no sé muy bien—, pero luego todo esto pasará, la
rueda volverá a girar y se acabará otra vez el yuyu, ya verás. Y entonces nos
iremos de vacaciones, a algún parque de atracciones, con los niños. Y yo
renegaré cuando me hagáis subir al Shambhala. Y luego en casa nos reiremos
mucho recordándolo…
¿Te acuerdas de aquella vez, en la montaña suiza de Igeldo, que el niño se tragó un abejorro? ¿Y de aquel parque acuático, cuando me entró la cagalera bajando por el turbotobogán? ¿Eh, cari, te acuerdas?…
La semana pasada acabábamos la primera entrega de este repaso por los libros que se han ocupado del RRV (Rock Radikal Vasco) citando La mejor banda del mundo, de Anjel Landa y Crisóstomo Amezaga, una obra que está a caballo entre la biografía y la ficción. El libro, de hecho, comenzó siendo una novela. Sin embargo, se puede decir que el RRV no ha tenido apenas reflejo, o al menos el reflejo que se merece, en la literatura de ficción. No son muchas las novelas en las que aparece, ni siquiera como música de fondo(esta es una de las carencias y debilidades que, por ejemplo, le achaca Iban Zaldua a un libro como Patria, una obra vendida a mansalva como el relato definitivo de una época y en la que sin embargo, extrañamente, ningún protagonista escucha la música de esa época: Kortatu, Barricada, La Polla Records…). Sí aparece, sin embargo, en algunos otras novelas y cuentos, sobre todo en euskara, como Galdu arte, de Juan Luis Zabala, o en las obras de Xabier Montoia, que como decíamos la semana pasada fue el primer cantante de Herztainak, o estuvo al frente de M-ak… Pero en general da la impresión (aunque seguro que hay muchos más libros de ficción que se nos escapan) que hay un pequeño vacío en ese sentido y por eso nos gustaría citar otra novela sobre Eskorbuto, o, en concreto, sobre uno de sus componentes: Pasión y muerte de Iosu Expósito, de Beñat Arginzoniz, en la que, en una narración impregnada de poesía, se relata con una imágenes muy evocadoras los últimos días de la vida del guitarrista y cantante de la banda.
Una novela impresionante, como lo es también Agua para los muertos, que el propio Arginzoniz dedica a un componente de otro grupo que sigue la estela de Eskorbuto, Subversión X, y cuyo cantante, Jabi Arroyo, acompañó precisamente a Iosu Expósito en sus últimos días de vida (y que, posteriormente, llevó una vida bastante similar, marcada por la toxicomanía, la delincuencia y la autodestrucción, aunque, en este caso, con un final feliz; Arroyo, de hecho, es hoy en día uno de los más activos reivindicadores de la memoria histórica del grupo de Santurtzi, impulsando iniciativas como el gran mural que se pintó en honor de Eskorbuto recientemente).
Qué dura es la vida
del artista
Con Eskorbuto tuvieron sus más y sus menos otro de los grupos referenciales del RRV, La Polla Records, a quienes, al parecer, Iosu Expósito robó una guitarra durante un concierto en el que compartieron cartel. Se cuenta que el rifirrafe dejó también un intercambio de temas con recado entre un grupo y otro (Cuidado, por parte de Eskorbuto, y El avestruz, de La Polla). La cuestión es que, si bien el grupo de Agurain no tiene una biografía propiamente dicha, Evaristo Páramos, su icónico cantante, una de las mentes más lúcidas y rápidas del rock vasco, ha generado abundante bibliografía que podemos incluir en este repaso de la literatura del RRV. Páramos fue, de hecho, uno de los primeros en animarse con la pluma. Publicó Por los hijos lo que sea en 2001 , una colección de relatos con estética de cómic (el propio Evaristo ha renegado en más de una ocasión de este libro que originalmente fue concebido como tal, como un cómic; el libro, a pesar de todo, tenía varios e interesantes hallazgos literarios), a los que siguieron, años más tarde, una serie de desconcertantes publicaciones , Cuatro estaciones hacia la locura y Cuatro estaciones en la locura, en las que Evaristo relata en forma de diario, entre otras cosas, su aproximación al esotérico mundo de las runas o el tarot.
Aunque, sin duda, para esta bibliografía mínima del RRV la obra que más nos interesa es la titulada Qué dura es la vida del artista, un anecdotario del grupo en el que el cantante de La Polla Records repasa muchos de los momentos vividos con el grupo, sus orígenes, las giras, las subidas y bajadas, todo ello con la sorna y el desparpajo que caracteriza al que es, sin duda alguna, uno de los letristas más atinados del rock vasco (la universalidad y permanencia de sus mensajes así lo demuestran).
Barricada y RIP
Continuando con los grandes grupos del RRV, tenemos la biografía de Barricada, Electricaos, escrita por David Mariezkurrena y por Fernando F. Garayoa, un exhaustivo trabajo que recorre treinta años de carrera del grupo de la Txantrea, y a la que solo le faltan los capítulos finales, con la separación de la banda, la carrera de El Drogas en solitario, la perdida de la voz de Boni…, pero únicamente porque sus autores no eran adivinos y el libro se escribió antes de todos esos acontecimientos… Un gran trabajo, en todo caso, editado a todo lujo y muy recomendable. A él, relacionado con el universo Barricada, cabe sumar los trabajos que El Drogas ha publicado en los últimos años: el libro de poemas Tres puntadas(con prólogo de un servidor) y el dirigido al público infantil Las zapatillas de volar .
En cuanto a RIP, uno de los grupos a menudo injustamente en la segunda fila del RRV, hace poco ha sido editado un disco-libro o disco-fanzine titulado Larga vida a RIP, que, como reza su sinopsis, “reconstruye la trayectoria de la banda a partir de los testimonios de Txerra y de muchas de las personas que estuvieron al lado de RIP. Un relato crudo y feroz que narra las vivencias del cuarteto de Mondra, contextualizado en la Euskal Herria de los 80-90”, y que incluye un CD con versiones de diferentes bandas: Arkada sozial, Rat-zinger, Habeas Corpus e incluso dos temas inéditos grabados por Txerra, uno de los supervivientes de la banda.
Para ir acabando, aparte de libros como los ya citados dedicados a grupos concretos (y de otros, por ejemplo, Flores en la basura, que escribió Roberto Moso, el cantante de Zarama), también es interesante resaltar otros que han abordado el RRV desde un punto de vista más general, más académico incluso, dentro del género del ensayo.
De concierto en concierto y de mani en mani
Y así, tenemos en primer lugar el más antiguo de todos, Negación punk en Euskal herria, firmado en los 90 por Huan Porrah, un autor andaluz —Huan Porrah es una transcripción fonética de Juan Porras— y que es un primer intento por analizar el RRV como manifestación o expresión de un movimiento de negación, o de rebelión más amplio; el libro era o partía en realidad de una tesis doctoral, al igual que otro más reciente, de Jakue Pascual, Movimiento de resistencia: años 80 en Euskal Herria, Contexto, crisis y punk, del cual también vamos a reproducir parte de la sinopsis porque resume muy bien no solo lo que es el libro en sí sino además, efectivamente, todo este contexto en el que brotó el RRV: “Huelgas, conflictos obreros, agitación, guerra sucia, crisis, represión, paro, desilusión, heroína y bombas. La de los ochenta es una década llena de emociones, de cruda realidad y de sueños. Entre pelotazos, controles, botes de humo y porrazos, el no future desesperanzador y la utopía movilizadora, se abre paso en Euskal Herria una nueva generación, un potente y heterogéneo movimiento de resistencia compuesto por jóvenes de distintas adscripciones ideológicas. Abertzales, antimilitaristas, libertarios, ecologistas, feministas… se unirán en torno a una tupida red de medios contrainformativos y gaztetxes; rularán de concierto en concierto y de mani en mani”.
Jakue Pascual completa el trabajo con una segunda
parte titulada Radios libres, fanzines y okupaciones en la Euskal Herria de los años
80. Movimiento de resistencia II.
Tanto Movimiento
de resistencia de Jakue Pascual, como Negación
punk en Euskal Herria, de Huan Porrah están publicados por Txalaparta, al
igual que Party & Borroka,de Ion Andoni del Amo, que viene a
analizar cuál ha sido el rastro que la cultura del rock radikal ha dejado en
nuestra música, o cómo quizás llegó incluso a convertirse en algo hegemónico,
eclipsando la aparición de otras tendencias o corrientes, otras nuevas formas
en las que también la música funcionaba como aglutinador de la rebeldía y la
radicalidad.
Viviendo a toda velocidad
Para finalizar, esta vez sí, podemos concluir que al intentar abarcar todo lo que, desde la literatura, se ha aproximado de alguna manera a este fenómeno o a este movimiento de lo que se dio en llamar Rock Radikal Vasco, seguramente nos hemos dejado más de una y de dos referencias (por citar, aunque solo sea rápidamente alguna otra: Lluvia, hierro y Rock’n’Roll : Historia del rock en el gran Bilbao(1958-2008), de Álvaro Heras-Gröh). Seguramente también todavía queda mucho por escribir. No existe, por ejemplo, una gran enciclopedia o guía que recoja toda esa gran eclosión de grupos que se dio en los ochenta, por una parte porque sería casi imposible, pues cada barrio y cada pueblo, casi cada cuadrilla, prácticamente, tenía su propio grupo, y, por otra, porque también eran años de confusión, en los que se vivía sumidos en una especie de niebla y en los que nadie se preocupaba o pensaba en dejar constancia de aquello que estaba sucediendo, sino en -como cantaban Barricada- vivir a toda velocidad, como un ciclón.
Tal vez sea, en fin, la literatura de ficción —esta es una opinión personal—, las novelas, los cuentos —y en esas estamos algunos (Tratado de hortografía — Patxi Irurzun—) quienes tengan que reparar todo ello y quienes hagan nuevas aportaciones para reconstruir aquella época y aquellas vivencias que, de todos modos, el RRV expresó sin parangón a través de la música.