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Club de lectura de verano: Papillon

Jul 17, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

PAPILLON
(HENRI CHARRIÈRE)

 Y OTROS LIBROS DE LITERATURA CARCELARIA

Henri Charrière, el ladrón que escapó de la cárcel ocho veces

Publicado en magazine ON (diarios Grupo Noticias) 17/07/21

A lo largo de mi vida he leído un montón de libros, pero luego la mayoría se me olvidan. A veces se me olvida incluso el libro que estoy leyendo en ese momento. Pero algunos, muy pocos, permanecen en mi memoria como una de esas marcas hechas sobre cemento fresco. Es el caso de Papillon, de Henri Charrière, que leí siendo adolescente y al que, además, nunca he vuelto, a pesar de la honda impresión (nunca mejor dicho) que dejó en mi memoria; o quizás precisamente por eso, por no borrar o tapar el recuerdo de aquella lectura con otra que resulte decepcionante. A veces sucede, un libro que nos ha impresionado en una época de nuestra vida en otras no nos deja huella alguna (o nos hace preguntarnos por qué nos gustó tanto entonces, cómo hemos cambiado, si ha sido para mejor, si acaso no nos habremos hecho ya viejos, resabiados, conformistas…).

Papillon es, además, uno de los pocos libros prestados, tal vez el único, que nunca he devuelto a su dueño (lo cual, de todos modos, no compensa todos los libros, algunos muy preciados, que yo he prestado y de los que nunca he vuelto a saber). Una tontería, o un acto de puro fetichismo, porque ¿para qué conservar un libro que no tienes intención de volver a leer?

Puede ser una imagen de texto que dice "EL ARCA papillo DE Henri PAPEL Charrière n"

Las peripecias de Papillon
El caso es que recuerdo con gran viveza muchos de los pasajes de este clásico de la literatura de aventuras y carcelaria: los leprosos, que acogen a Papillon en una de sus fugas (cómo al darle la mano a uno de ellos se desprende de esta un dedo); Papillon desde lo alto de un acantilado estudiando las mareas, lanzando cocos para ver cuáles de ellos se rompen contra las rocas y cuáles viajan mar adentro, hacia la libertad; los escondrijos de dinero y armas en lo más recóndito de las anatomías; las autolesiones para acceder a la enfermería y evadirse desde esta, tras seducir al enfermero; la huida por la selva, fortalecido por las hojas de coca, siguiendo a un “mugalari” que camina a saltitos, como un animal; los días felices y plenos de amor, acogido por una tribu indígena (¿Por qué se “fugó” también Papillon de aquel pequeño y escondido paraíso, en busca de nuevos padecimientos? ¿Fue quizás para poder contárnoslo después?)…

Cito de memoria algunos de esos episodios, pero la novela de Charrière es una sucesión de peripecias increíbles que dejan al lector sin aliento y al mismo tiempo lo convierten en un fiel acompañante del narrador, al que sigue —como si sus hojas de coca fueran las del libro, que devora de manera adictiva— sin desfallecer por su periplo en penales siniestros, intrincadas selvas tropicales, infectas celdas de castigo, manicomios, chalupas con vías de agua, saltos al vacío…

Un preso ejemplar
Papillon narra una historia real, la del convicto francés Henri Charrière, acusado (injustamente, según él) de asesinar a un proxeneta en París y enviado a una de las terribles prisiones de la Guayana francesa, concebidas como auténticos pudrideros de hombres o ataúdes de piedra, de las que Papillon (su apodo, que lo debe a una gran mariposa con las alas extendidas —papillon, en francés— tatuada en su pecho) intenta huir una y otra vez, a pesar de que lo que le espera sea con toda probabilidad la muerte u otra mazmorra en condiciones todavía, aunque parezca imposible, más duras que la anterior.

Si la obligación de todo preso es la de fugarse, Papillon fue un preso ejemplar. Condenado en 1931, obtendría la libertad en 1945, tras varias huidas, capturas,  castigos, condenas a trabajos forzados… hasta que finalmente consiguió escapar, ayudado por las mareas y tras darle muchas vueltas al coco —nunca mejor dicho—, y llegar a un país sin acuerdo de extradición con Francia, Venezuela, donde se establece y se convierte en un rutilante empresario de la noche, primero, y después, tras publicar su novela, en 1969, en el autor de uno de los best-sellers más vendidos de todos los tiempos (éxito del que disfrutaría brevemente, pues murió, en Madrid, cuatro años después).

El fenómeno literario en que se convirtió Papillon no es de extrañar, pues el libro cuenta, por una parte, con el aval de su endiablado ritmo narrativo y con esa sucesión de aventuras que hacen de él molde para innumerables clichés del subgénero carcelario, tanto literario como cinematográfico: la tenacidad, el equilibrio mental para salir vivo de una celda de castigo, arrugando los ojos ante los hirientes rayos de sol; fingirse loco o enfermo para ser internado en un hospital o un manicomio, desde el que la huida es más sencilla; el director de la prisión que dice a los reclusos que nunca saldrán vivos de esta…

(La novela de Charrière ha sido llevada, por cierto, dos veces al cine, primero en 1973, con buena parte de la película rodada en Hondarribia*, e interpretada, entre otros, por Steve MacQueen y Dustin Hoffman, y con guión de Dalton Trumbo, el autor de Johnny cogió su fusil, novela que ya comentamos hace tiempo en estas páginas; y en 2017, con Rami Malek, el actor que encarnaría a Freddie Mercury en Bohemian Rhapsody, haciendo de Louis Dega, el compinche de Papillon).

Por otra parte, Papillon, la novela, desprende autenticidad, es un relato autobiográfico (Charrière confesó que tres cuartas partes del mismo eran vivencias personales, pero que el resto las había extraído de las de algunos de sus compañeros de penal), todo lo cual lo acaba convirtiendo primero en un incontestable testimonio, una denuncia del inhumano sistema carcelario francés y finalmente, en un alegato a favor de algo que, en realidad, no solo debería ser la obligación de todo preso sino también de cualquier ser humano: la búsqueda incansable e irrenunciable de la libertad.

La literatura carcelaria
Probablemente Papillon sea, junto con El conde de Montecristo, una de las cumbres de la literatura carcelaria, pero son innumerables las novelas que han llevado a sus páginas el mundo penitenciario (demasiadas como para hacer en las pocas líneas que nos quedan un resumen exhaustivo de este subgénero — sobre todo si quien lo hace es alguien que se olvida de la mayoría de los libros que lee—), aunque sí conviene distinguir entre obras, como el Quijote, escritas en prisión —es innumerable asimismo la lista de escritores que han sido encarcelados: Voltaire, Jean Genet, Oscar Wilde, Ken Kesey, Dostoievski, Miguel Hernández, Marqués de Sade…— y aquellas cuyo tema es la propia cárcel. Entre estas últimas me vienen a la memoria Archipielago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn, algunos capítulos de las memorias de Giacomo Casanova (cuya descripción de la celda anegada en agua recuerda a la que hace Reinaldo Arenas en Antes que anochezca), En el patio de Malcolm Braly, en la que se relata la vida en el legendario penal de San Quintín, El astrágalo de Albertine Sarrazin, o más próximos a nosotros, la descarnada Carne apaleada, de Inés Palou, o Kartzelako poemak de Joseba Sarrionandia

David de San Andrés (antes David González) – Culturamas

Pero me gustaría acabar citando al (injustamente) desconocido para el gran público poeta asturiano David González, el cual escribe, refiriéndose a la cárcel: “En este sitio/nadie cuenta estrellas por la noche”. El poema se titula Seamos realistas y pertenece a su libro Los mundos marginados. Poemas de la cárcel, que les recomiendo encarecidamente —cualquier libro de este autor, en realidad— y que se puede leer aquí:

https://www.babab.com/biblioteca/books/david_gonzalez.pdf

* Gracias a Edu Mendibil por la información

BURDO

Jul 12, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

(Estampa madrileña)

Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias) 10/07/21

Vale, yo soy, jurídicamente hablando, un iletrado, un analfabeto,como Pablo Casado, pero me quedé patidifuso el otro día cuando leí una noticia que decía que Tribunal Superior de Justicia de Madrid había rechazado una querella contra Rocío Monasterio, la pija macarra esa de Vox, porque consideraba que el presunto delito de falsificación que había cometido había sido tan burdo que no colaba. Es decir, para poder llevar a cabo un proyecto, la susodicha presentó al Ayuntamiento de Madrid un sello falso del colegio de aparejadores, pero -dicen los jueces- el timo era tan perceptible a simple vista que no inducía a error y por lo tanto no existía delito de falsedad documental. Cágate lorito. Es como si yo me salto un STOP, me para la Guardia Civil y cuando me piden el permiso de conducir les enseño el carnet de los jóvenes castores. “Ah, si es usted lector del Don Miki, siga, siga, caballero”, me permitirán amablemente, sin duda, proseguir mi camino. O como si monto un estudio de tatuaje y estampo en la piel de mis clientes calcomanías. “Ah, se siente, estaba claro que os estaba tangando”, me defenderé cuando ellos reclamen. Estoy pensando incluso en atracar un banco con una pistola de agua, si, por lo que sea, la cosa sale mal, siempre puedo alegar que he comprado mi arma en los chinos, como es bien perceptible por su color verde fosforito, incluso puedo dispararle, como prueba irrefutable, al señor juez un chorrito de agua en la cara y él tendrá que tragar. Por la misma regla de tres, de hecho, me pregunto si esa decisión judicial no es también tan burda y la tomadura de pelo tan clara que carece igualmente de valor legal.

Casi al mismo tiempo que la sorprendente, desde mi ignorancia, sentencia, corría por las redes sociales un vídeo en el que se veía a la susodicha Rocío Monasterio paseándose chulescamente por el madrileño barrio de Lavapiés y en el que unos jóvenes desde una terraza se lo reprochaban y le decían que se largara, que ella allí no pintaba nada y que ese era un barrio trabajador, a lo que Monasterio respondía desafiante y sarcástica: “Sí, sí, ya veo, seguid trabajando”. En la mente de esta señora un trabajador no tiene derecho a la libertad -es decir, a tomarse una caña-, es un esclavo de un ingenio azucarero que debe estar produciendo las veinticuatro horas del día, y al que ella, terrateniente y cayetana, pasa revista.

En otra terraza de Madrid picaba yo algo precisamente hace unos días (entre las cazuelas una bautizada Ayuso, “en reconocimiento a su apoyo al sector de la hostelería”, rezaba la carta) mientras a mi lado otra pija ahogaba sus penas en alcohol y las desahogaba después escupiéndoselas a sus amigos, que escuchaban estoicamente sus lamentos por un amor despechado. Costaba creer que alguna vez había querido a la persona de la que hablaba, pues se refería a ella con cariñosos apelativos como mediocre, pigmeo, gilipollas… Aunque la guinda del pastel fue cuando dijo que siempre había sido un paleto de provincias, “un puto paleto de provincias”, remarcó, en un alarde de refinamiento y cosmopolitismo. Recuerdo que me pregunté si esa chica con el corazón partido y podrido votaría a Monasterio, o a Ayuso, o a algún otro partido nacionalista, aunque no sé, porque después de sus lamentos amorosos comenzó con otros de carácter laboral y dijo que trabajaba en PRISA. En fin, era todo tan burdo…

Club de lectura de verano: Karmele Saint-Martin

Jul 10, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Patxi Irurzun

Los rayos paralelos, y otros cuentos
KARMELE SAINT-MARTIN

Karmele Saint-Martin, Carmen San Martin, Carmela V. de San Martin, Carmela V. de Saint-Martin, Carmela Saint-Martin… Con todos esos nombres firmó sus obras la escritora pamplonesa. Como si no acabara de encontrar acomodo, de sentir el reconocimiento que merecía una obra literaria que hasta el día de hoy sigue siendo en buena medida desconocida a pesar de sus méritos literarios y la contundencia y actualidad de buena parte de, sobre todo, sus relatos, con los que bien podría girar hoy en día por semanas y festivales de literatura negra, por ejemplo.

(Karmele Saint-Martin fue el último de los nombres literarios que adoptó y por eso es el que mantenemos aquí, aunque quizás con el que más se prodigara o al que haya que recurrir para encontrar muchos de sus libros sea Carmela Saint-Martin).

Vínculos familiares
Su nombre real era María del Carmen Navaz Sanz. Nacida en Pamplona en 1895, era hija de María Ana Sanz, directora durante años de la Escuela Normal de Maestras de Navarra y pionera pedagoga, que reivindicó la promoción de la cultura y la lectura como fuente de aprendizaje, fuente de la que Karmele bebió desde su más tierna infancia. Uno de los hermanos de Karmele fue José María Navaz Sanz, amigo de Federico García Lorca o Luis Buñuel (a quienes conoció en la Residencia de Estudiantes) y actor de La Barraca, además de prestigioso oceanógrafo y jugador y entrenador de Osasuna en la década de los 20 del pasado siglo. La figura de José María Navaz ha sido rehabilitada y reivindicada recientemente en libros como Tras la pista de Federico García Lorca, de Joseba Eceolaza (en la que se sigue el rastro del poeta en una visita a Navarra) o Rojos. Fútbol, política y represión en Osasuna de Mikel Huarte, aunque curiosamente en ninguno de los dos se establece el vínculo familiar con la escritora.

José María Navaz Sanz (izqda.) con Federico García Lorca.

Un toque ligeramente negro
Karmele, no obstante, publicó nueve libros de relatos, dos novelas y algunas obras de literatura infantil, y ganó o fue finalista de prestigiosos premios literarios como el Leopoldo Alas para libros de cuentos, el Premio Doncel o el Premio Sésamo.

Y eso a pesar de que comenzó a escribir, o al menos a publicar, de manera tardía, con casi cincuenta años, tras la muerte de su marido Rufino San Martín,  de quien tomó y afrancesó su apellido literario y junto al que se instaló primero en Madrid y posteriormente en Donosti, donde hoy una de sus calles homenajea a la escritora, distinción de la que carece en su ciudad natal (al menos su madre, María Ana Sanz, nombra desde hace décadas un centro educativo público en el barrio de la Txantrea).

Karmele Saint-Martin publicó su primera colección de relatos en 1959, con un título que es una declaración de intenciones: Ligeramente negro. Muchos de los cuentos de Saint-Martin tienen, efectivamente, un toque que los aproximan a la literatura negra, son cuentos poblados por personajes marginales o grotescos, con episodios truculentos, revanchas, arrebatos violentos, asesinatos, suicidios, estallidos de locura… Formalmente, sus relatos se caracterizan por sus finales sorprendentes y cerrados, giros que dan un sentido inesperado o resuelven la tensión creada, y que en ocasiones recuerdan a los de algunos autores del siglo XIX, maestros del género como Edgar Allan Poe o especialmente Guy de Maupassant. Y, en ellos, como en los de Maupassant, también late en ocasiones cierto tono zumbón, en el que el desasosiego y la burla revolotean junto a nuestra oreja.

Los rayos paralelos
En el libro que nos ocupa, Los rayos paralelos, publicado cuando la autora ya tenía más de ochenta años, esta recupera algunos relatos que ya habían aparecido —aunque no todos— en otras de sus colecciones, por eso, por su carácter compilatorio, lo hemos elegido (del mismo modo podríamos haber elegido otra antología, Cruel Venecia, publicada por el Gobierno de Navarra y con edición de J. L. Martín Nogales, que incluye un estupendo y completo estudio sobre la autora y su obra).

Y así, podemos encontrar en Los rayos paralelos cuentos afilados como navajas, es el caso de Celos, una historia en la que ese sentimiento de posesión se enquista durante años y en la que, en apenas unas intensas páginas, aparecen muchos de los elementos antes mencionados: la violencia, el suicidio, la locura…

O Tablas, uno de los relatos sobre los que sobrevuela la influencia de Maupassant, en concreto la de sus cuentos de guerra. En él se nos narra el encuentro entre un pelotón de soldados liberales y una partida de carlistas, que los oficiales al mando, cansados de los horrores y la crueldad de la contienda,  saldan de manera amistosa, simulando que ese encuentro nunca se ha producido.

No faltan tampoco cuentos con elementos fantásticos, como La exposición, que bien podría haber servido de inspiración para una película como Noche en el museo, pues en él nos topamos con el vigilante nocturno de un museo que ve cómo las piezas de la exposición Oro del Perú cobran vida y él mismo se convierte en un ídolo inca.

Y hay, además, cuentos de aventuras, misterio, terror (especialmente reseñable Mi santa madre, en el que aparecen en una cámara frigorífica colgados de unos ganchos varios cadáveres), u otros protagonizados por enanos, gordas — orgullosas de serlo—, niños en sillas de ruedas…

El ciclo vasco
En sus últimas colecciones de cuentos Karmele Saint-Martin se interesó por temas relacionados con la cultura, la historia y el folklore vascos. Por ejemplo, con Las seroras vascas (no es una errata, la seroras eran sacristanas que se dedicaban a cuidar iglesias y ermitas) o con el que tal vez sea su libro más conocido, Nosotras, las brujas vascas, que prologó Julio Caro Baroja y algunos de cuyos relatos recuerdan, por cierto, a otros, como La dama de Urtubi, que el tío de este, Pío Baroja, incluyó en el que fuera su primer libro, Vidas sombrías.

Karmele Saint-Martin es, en fin, una autora injustamente olvidada o no lo suficientemente reconocida y que merece, sí, una calle en su ciudad natal —aunque ya me veo que entonces surgiría un enconado debate sobre qué nombre elegir para la placa, ¿Karmele, Carmela?, algo que podría solucionarse utilizando el título de alguno de sus cuentos: Calle las Gordas, Calle Dos navajazos, Calle Mi santa madre… creo que a ella le haría cierta gracia eso—; y es también y, sobre todo, una autora que merece la pena ser leída.  Que es, a fin de cuentas, de lo que se trata aquí.

Entrevista a Miguel Sánchez-Ostiz sobre «Pío Baroja, a escena»

Jun 30, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
gara-2021-06-29-Entrevista
Foto: Gara

“Lo del Baroja anarquista me parece un timo de campeonato”

Publicado en Gara/Naiz (30/06/21)

En “Pío Baroja, a escena” Miguel Sánchez-Ostiz ofrece una exhaustiva biografía de Pío Baroja a partir, sobre todo, de los alter ego o contrafiguras del escritor vasco. Un ensayo que añade casi el doble de páginas a su anterior edición y con el que Sánchez-Ostiz da por concluida su pesquisa barojiana.

Patxi Irurzun. Iruñea

En esta nueva edición de “Pío Baroja, a escena”, publicado por Renacimiento (la anterior es de 2006) el autor navarro ha podido ampliar la información sobre algunos episodios de la biografía de Baroja, como su detención tras el golpe militar de 1936, pero también se ha visto obligado, por imperativo legal,  a suprimir citas que ya había incluido en otro ensayo barojiano anterior, Tiempos de tormenta. Le ha costado a Sánchez-Ostiz hacer esta entrevista.  Saturado de Baroja y barojianos, nos deja, sin embargo, un magnífico ensayo, que nos ofrece una imagen de Baroja alejada de la hagiografía y que pone en escena las luces y sombras de un escritor que todavía décadas después de su muerte sigue despertando interés y abundante bibliografía, entre la cual la que aporta Sánchez-Ostiz (junto a Pío Baroja, a escena ha publicado también recientemente Otoñal y barojiana) ocupa un lugar destacado, por mucho que a algunos les pese.   

¿Cuál ha sido la peripecia de este libro
¿Peripecia? Una no, sino muchas y enojosas todas. El editor padeció también alguna, muy fea, porque, a juzgar por el sanedrín del Palmar de Itzea no es correcto publicarme, nada, y el que me publica la paga. El libro estaba para publicarse hace dos años, pero un tropiezo legaloide me obligó a repasarlo entero, con pocas ganas, y, por ejemplo, a suprimir citas de un inédito barojiano que ya había publicado en 2007, en mi ensayo en Tiempos de tormenta, a requerimiento de un despachazo de abogados de Madrid. Es decir, un ambiente muy grato.  Aprovecho su pregunta para avisarle, si es que es usted artista, de que tenga cuidado: la ley de propiedad intelectual funciona mejor para los ricachones, si a usted le sisan algo, dese por jodido.

¿Por qué  publica de nuevo la obra y que añade a la edición anterior?

Decidí publicar de nuevo Pío Baroja a escena por una cuestión de amor propio: metí demasiadas horas de trabajo y esfuerzo en este libro como para digerir como si nada que hubiese desaparecido no ya de la circulación, sino de la faz de la tierra, porque apenas se veía en libreros de viejo. Entre una cosa y otra, esta versión tiene el doble de páginas, entre añadidos, supresiones, correcciones, datos nuevos… Y podría aportar más.

¿Su interés por Baroja cuándo se despierta, recuerda cuando lo leyó por primera vez, y qué es lo que le convirtió en lector suyo?

Alrededor de mis dieciséis años leí algo, poco, luego con los tomos de las memorias, hacia 1975, me interesé algo más y lo leí conforme conseguía algunas primeras ediciones –yo fui bibliófilo porque el mundo me hizo así… etcétera–, pero no fue hasta los ochenta y noventa cuando lo leí entero para escribir sobre él. Baroja nunca fue para mi un autor de referencia, en mis veinte años leí a otros autores que me han aportado mucho más.

Pío Baroja, a escena es una reconstrucción biográfica del escritor a través de sus contrafiguras o alter ego, pero él tendía a salir a esa escena con mucho maquillaje, pintándose más guapo, a veces obviando a otros, ¿cómo ha sido ese trabajo de reconstrucción de la vida del escritor, se puede discernir esa vida real y la literaria, la de esas contrafiguras?

El trabajo fue grato, el de la primera redacción, costoso a ratos porque me faltaban medios materiales, aunque me ofrecieran en carta toda la ayuda para consultar páginas inéditas. Las representaciones de Baroja hablan por sí solas.

Baroja era una persona con muchas contradicciones, el anarquista en pantuflas, el hombre de acción que escribía sus libros de aventuras basándose en lecturas, el andarín solitario que prefería caminar acompañado… ¿Cuántos barojas hay?

Lo de anarquista me parece un timo de campeonato, porque ir a votar en el referéndum de 1947 no es de muy anarquista, la verdad. ¿Cuántos barojas hay? Todos los que la afición y la cátedra quieran, menos el descaradamente antisemita o el reaccionario sin recato, como los desvergonzados rojigualdos de hoy, porque esos no existen o lo hacen de una manera tan episódica que queda oculto.

Respecto a su literatura, y también ligando con lo anterior, en Pío Baroja, a escena se señala que Baroja era un autor de una literatura que hablaba sobre lo maravilloso cotidiano ¿tenía Baroja esa capacidad de fijarse en aspectos de las cosas cotidianas que a otros pasan desapercibidos, el husmeo, el callejeo…? ¿Diría que ese era uno de los rasgos más acusados de su literatura?

Era un folletinista de vocación. Eso dejó escrito. Y el folletín funciona con esos rasgos que en mi ensayo explico relacionados con el fantástico social termino acuñado en Francia por Pierre Mac Orlan.

¿Qué tiene Baroja para que tanto tiempo después siga siendo un autor que genera tanto interés?

Una serie de equívocos relacionados con hacerle paladín de las libertades en general y la enorme facilidad de su lectura, algo que va a más, conforme la capacidad lectora disminuye. Por citar a alguien que acertó con la obra una enorme galería de inadaptados, Luis Martín Santos, es más fácil leer a Baroja que a Martín Santos en Tiempo de silencio una obra de una calidad que la pone muy a la cabeza de la literatura en castellano del siglo XX.

Uno de los episodios de los que más se ha hablado sobre Baroja es el de su detención en julio del 36. En su libro añade las aportaciones de Mikelarena sobre aquellos días, ¿qué es lo más reseñable sobre todo eso?

Que ni él ni su herederos contaran aquel episodio como en realidad sucedió, contrastando todos los testimonios, pudiendo haberlo hecho.

El motivo de esta trapisonda biográfica y autobiográfica lo ignoro porque lo sucedido no daña en absoluto la imagen del escritor, la de sus biógrafos sí.

Para acabar, hace poco decía que ahora para usted a veces releer es como leer por primera vez. Y “Pío Baroja, a escena” se publica casi a la vez que “Otoñal y barojiana”. ¿Da con esto por cerrado sus libros sobre el autor? ¿Y aunque ya no escriba nada sobre él seguirá leyéndolo?

Así es, con estos dos libros de ensayos doy por concluida mi pesquisa barojiana. Me he comprometido a dar una charla sobre el espejo de tinta de Baroja, en otoño próximo, y ahí acabará mi historia barojiana. Otra cosa es que se me crucen las ganas de escribir algún guiñol burlesco tipo Escopeta Nacional, sobre la tropa barojiana, pero no sé, ando metido en otros asuntos de más enjundia, y el cieno barojiano apesta. Y como digo en uno de los capítulos de mi también reciente Otoñal y barojiana, no pienso leer una línea más de Baroja en lo que me quede de vida, me encuentro saturado de barojistas y barojianadas y he retirado todos sus libros de mi actual biblioteca, así como todos los documentos gráficos que tenía a la vista con propósito de venderlos, si es que me dan algo, claro, y hasta la medalla que me dieron los Baroja como barojiano de primera en un asador tolosarra, pero unos rumanos chatarreros me han dicho que no vale gran cosa, que es ful.

DÍAS DE RADIO

Jun 28, 2021   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Magazine. Un territorio donde lo imposible se hace posible | EITB Iflandia


Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias)/ 26/06/21

Anteayer habré tenido el honor (perdón por el pequeño sindiós de los tiempos verbales, pero este artículo se entrega con unos días de adelanto) de ser el último invitado del programa “Iflandia” de Radio Euskadi, que comandan Kike Martín y Félix Linares, y que ha sido durante años ese territorio “donde lo imposible se hace posible” y en el que muchos de quienes nos dedicamos al a veces ingrato mundo de la cultura hemos encontrado acogida y refugio, mientras en otros lugares nos daban con la puerta en las narices o ni siquiera sabían que existíamos.

El gran Kike Martín se jubila y con él su querida “Iflandia”. No es la única jubilación que ha tenido lugar durante estas últimas semanas entre históricos de la radio pública: en Radio 3, por ejemplo, también dejaremos de disfrutar de periodistas como Julio Ruiz, después de cincuenta años de su “Disco Grande”, de Javier Tolentino y su referencial programa sobre cine “El séptimo vicio” o  de José Miguel López y su “Discópolis” (“una escuela de cultura y hermamiento entre pueblos, además de una fuente de placer” como lo definía en una red social la bibliotecaria  -ella también de referencia- Villar Arellano).

No conozco los detalles, pero en algunas de las declaraciones que he leído se deja entrever que estas jubilaciones no han sido precisamente voluntarias, a pesar de lo cual los afectados las diculpan deportiva y generosamente diciendo que hay que dar paso a  los jóvenes.

Y da pena, porque todos ellos están en todavía en plena forma: en el mundo de la cultura la maestría se adquiere por acumulación y la experiencia es mucho más que un grado, siempre que uno no se acomode ni pierda la curiosidad, como es el caso; o como añadía Villar Arellano: “Un país que desprecia la experiencia y antepone el relevo por encima de la sabiduría se ve abocado a la autocomplacencia y a la mediocridad. Quizá lo llamen innovación, reformulación, nuevas sinergias… o algún anglicismo de nuevo cuño, pero es un paso atrás: es perder perspectiva, amplitud y crítica”.  

Dar paso a los jóvenes está muy bien, criaturas al poder, como cantaban Eskorbuto, es lógico y ley de vida, son ellos los que tienen que venir a ponerlo todo patas arriba, pero no lo es tanto que para eso haya que desaprovechar todo un caudal de sabiduría y experiencia del que esos mismos jóvenes pueden beber, aunque sea después para vomitarlo. Si es que realmente ese -el relevo generacional- es el verdadero motivo, porque también cabe la sospecha de que estas jubilaciones en realidad sean una manera de ir acotando esos pequeños refugios en las ondas a través de los cuales la cultura minoritaria, los artistas emergentes o las propuestas a contra corriente de las modas y las exigencias del mercado pueden respirar.

El Gobierno de Navarra, por otra parte, y ya que hablamos de radio, acaba de conceder hace unos días una licencia a la emisora Radio Marca, un faro de la cultura, como todos sabemos, tras un concurso que inicialmente estaba reservado a asocionaciones sin ánimo de lucro y que pasó después a dirigirse a radios comerciales, todo ello en detrimento de emisoras libres o comunitarias como Eguzki Irratia. A este paso -a mi me pasa a menudo, en realidad- cada vez que encendamos la radio, por mucho que movamos el dial lo único que vamos a oír va a ser: ¡Gooooool! Pero el gol será en propia puerta.

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