El autor y Berta Bernarte, que presentó el libro tras ser convenientemente sobornada con jamón. Foto: Luis Azanza
Este ha sido un fin de semana rejuvenecedor. Hemos hecho hasta botellón. El viernes empezaron las fiestas de Sarriguren y fuimos al chupinazo. En una foto del periódico salimos en plan ¿Donde está Wally? En el recinto ferial, que está al lado de donde van a mear los perros, había unos piratas que enrolaron en su tripulación a toda la chiquillería, y una carpa en la que repartían bocatas de salchicha para los pequeños mientras sonaban canciones jevis, y un alcalde bebiendo cerveza en vaso de plástico, muy tranquilo, quizás ya sabiendo que al día siguiente continuaría siendo alcalde. Hacía mucho frío, eso sí, y nos quedamos pajaricos, cuando volvíamos a casa después del toro de fuego.
¿Donde está Patxi? Foto: Diario de Navarra
Al día siguiente los niños no ajustaron su reloj interno al horario de fin de semana y se levantaron temprano,pero estuvo bien, porque había que presentar el libro, preparar el jamón… Primero fui a recoger a mi editora
Clea Moreno Szypowska a la estación. Es emocionante ir a esperar a una estación, y que además todavía se pueda fumar. Fumar, mirar un reloj de esos enormes, ponerse un poco nervioso con los retrasos… Parace una película en blanco y negro. Clea apareció cansada,después de una semana de presentaciones en Barcelona, el viaje… Venía con una maleta enorme en la que cabía todo ese cansancio descuartizado como un cadáver del que debía deshacerse. Aparcamos en la Rotxa, junto al río y ya había gente preparando los calderetes. En Pamplona todo estaba muy animado también. Los artistas comenzaban a tomar el barrio. Antes de ir a
La hormiga atómica nos pasamos por alguna librería a dejar marcapáginas. En
Abarzuza, Marcela nos dijo que habían vendido todos los libros. ¡Bien!
El autor y su cómplice escandalizados por el libro que ellos mismos presentaron Foto: Luis Azanza
Después fuimos a La hormiga atómica. Por allí ya andaba
Javi, en representación de
La Franziska, grandes siempre, que son los que me han hecho la promoción del libro arrojadizo (el video, por cierto, ya lleva casi cuatro mil reproducciones).
Luego fue llegando la familia,
Anabel con el jamón, los niños correteando por ahí, entre libros de
Chomski y
La Internacional Situacionista... Fue una cosa muy familiar la presentación, el libro se caía de la mesa una y otra vez. Es un libro con mucha vida.
Berta Bernarte estuvo brillante, qué soltura y qué risas nos echamos, y qué bonito todo lo que dijo sobre mi libro. Berta y yo hemos compartido muchos minutos en el mismo lado de la barrera, aguantando embestidas de «moglacos» que bufaban mucho, y poco más, pero a los que al final nos los quitábamos de encima con el capote de la risa y con bolsas de gominolas de Schleker. Me hizo mucha ilusión que estuviera otra vez sentada a mi lado. A última hora apareció por ahí el gran
Jorge Nagore, que también fue compa de padecimientos y cornadas de esa que da el hambre y que también sacaba cada dos por tres la muleta de su ingenio, que lo tiene por arrobas, para espantar a la bestia, solo que él en vez de gominolas se tragaba doblados los luckistrais.
Goio González Barandalla, del colectivo
Malatextos, que también vino, y que nos regaló el título para la antología
Hankover en su día, me dijo antes que Jorge me había citado ese día (11 de junio) en su
columna de Diario de Noticias, y eso es como que te suban a los altares.
Después de dar buena cuenta del jamón, nos fuimos todos a echar un pote al Cordovilla, porque sale en el libro y nos pillaba cerca. Allá Luis Azanza nos sacó unas fotos, con el tino y la buena vista que le caracterizan, y por esta crónica van desparramadas.
Berta Bernarte adivirtiendo a los padres de los menores presentes de que iba a pronunciar palabras como lefa o cimbel Foto: Luis Azanza
Luego llevé a Clea a la estación de autobuses y nos despedimos hasta el viernes. Clea se fue con su gran maleta, en donde lo que no cabe es todo el valor de esta chica polaca y menudita. Hay que ser muy valiente para emprender una aventura como
Eutelequia con la que está cayendo. Ojalá podamos ayudar en sacar adelante la nave.
Y de ahí a comer, con Anabel, los niños, mi madre, mi hermana y mis primos. Como hacía buen día nos sentamos en una terraza de la Plaza del Castillo. Yo me hubiera tomado a gusto una jarra de cerveza, pero tenía que conducir y además tampoco la habría gozado, porque mi hija Malen, a la que le acabamos de quitar el pañal y el chupete, todo a la vez, quería bajar a los baños del bar cada dos minutos, y si no se dedicaba a perseguir palomas por la plaza, como vaca sin cencerro. A gusto nos hubiéramos echado una siesta, como un borracho que pasaba por ahí y se tiró sobre el hierbín, un mes antes de la fecha prevista, pero había que volver a Sarriguren porque habíamos quedado para tomar café con algunos padres de compañeros de Hugo, con lo que también estuvimos más tarde haciendo botellón como adolescentes pero menos excesivamente, relajados, hablando de nuestras cosas, o sea, los niños mientras estos correteaban o se meaban -los más pequeños- por ahí. Después, ya de noche (que gozada, estos días tan largos, cuando a la diez todavía hay luz), otra vez toro de fuego, tiovivo y alguna que otra litrona más y a casa.
Por el camino, a a trote cuto, a Hugo, que, agotado y con sueño, iba medio en trance le salió alguna de sus frases, como «La vida no es una carrera». Malen llegó dormida y nos ahorramos muchos quebraderos de cabeza.
Esta mañana los niños nos han dejado dormir la mona, porque como estaban cansados se han levantado tarde, o sea a las 9 de la mañana. Yo he bajado a comprar curasanes y comprobar si era cierto lo del
XL Semanal, que aparecía reseña de ¡Oh, Janis!, y sí, ahí estaba, mostrándose impúdica ante un millón y medio de lectores. Si uno de cada cien se comprara la novela agotaríamos veinte o treinta ediciones. Al volver a casa, he encendido el ordenador y tenía un mensaje de
Francisco Javier Irazoki en el que me daba la enhorabuena por el artículo sobre mi libro en
El mundo. Yo no sabía nada, así que le he preguntado a Google y he visto que habían sacado algo también en
ABC vía Agencia EFE. Una mañana de gloria, pues (ahora solo falta que me hagan caso también los peródicos nacionales progres, para los cuales de momento no existo, y eso que Clea dice que esta es una novela anarquista). Aparecer en los papeles no sé en qué se traducirá, yo estoy muy contento pero soy algo escéptico -quiero ver por una vez la faja esa de segunda edición y saber qué se siente- pero de momento me ha servido para recuperar el contacto con algún compañero de los tiempos de los fanzines, como
Kastelló, para que dos o tres desconocidos me pideran ser amigos en el facebook y para que por la calle me felicitara el electricista que estuvo apañándonos la casa cuando nos mudamos.
La camarera del bar Cordovilla muy interesada por este libro en el que se glosan sus fritos de pimiento. Foto: Luis Azanza
A la hora de comer, Malen se ha quedado dormida y hemos aprovechado para leer los periódicos y echar una siesta también nosotros. Es la primera en meses, aunque la idea era adecentar un poco la casa (que parece una leonera o, como dice Anabel, un hospital robado). Las casas son como organismos vivos, animales depredadores, como los pulgones que traen en un sinvivir a mi amigo y vecino Luis, en su huerta, cuando te descuidas un poco te invaden los juguetes, las pelusas, los montones de ropa para planchar crecen exponecialmente…
Nos hemos quedado toda la tarde en casa, que en el fondo es lo que nos gusta. Ahora, por fin los niños están dormidos y a Anabel, que acabó los exámenes hace dos días y aún no había podido leerse la novela, la oigo pasar páginas y reírse en la cama. Ha sido, en definitiva, un gran fin de semana.
Y también dicen, sobre ¡Oh, Janis!, que es » una novela muy imaginativa y desternillante en la que su autor ha logrado convertir en literatura todo el cachondeo y la irreverencia de las páginas de El Jueves» (José Ángel Barrueco en «Escrito en el viento«) o que Dick Grande es una especie de Torrente vasco (Mario Crespo, en la reseña de abajo). Para acompañar esas palabras qué mejor que algunos de los dibujos picantes que ha incluido en el libro Miguel Ángel Moreno Gómez, el ilustrador de Eutelequia
¡OH, JANIS! EN ‘EL VIENTO QUE AGITA LA CEBADA’ de Mario Crespo
Patxi es un gamberro. No un gamberro común, un gamberro con creencias, con causa. He leído dos de sus libros (Ajuste de cuentos y éste) un puñado de cuentos y algún que otro artículo. En todos sus textos subyace un ramalazo confesional de su pasado, de su adolescencia, de las pajas y los granos, de las pedradas y los hurtos, de los conciertos y los magreos, que nos recuerda que el Patxi escritor es un niño travieso y juguetón que incomoda a sus padres con sus ganas de llamar la atención y agitar la cotidianeidad de la que sus personajes son víctimas.
¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis! Memorias de una estrella del porno (amateur) es Paxti Irurzun en todo su esplendor. El personaje de Dick Grande y su historia, la del macho español criado en una ciudad provinciana y conservadora que se convierte en semental e ídolo de masas, nos lleva por medio mundo mientras persigue a Janis, la primera mujer que le descubrió el sexo de verdad, una prostituta de La Habana, y nos ofrece un submundo de bajos fondos desde donde el autor percute los cimientos de la sociedad occidental en general, la española en particular y la vasconavarra más en concreto.
No es sólo el sexo explícito narrado desde un punto de vista frívolo y jocoso lo que lleva a devorar la primera parte de la novela, sino la manera de avanzar y sumergir al lector en los avatares y desdichas de Dick. Por momentos lo escatológico, descrito con precisión, nos recuerda a un Torrente más vasco que español, pero guarro, al fin y al cabo. Tanto que consigue momentos realmente hilarantes en los que se puede reír a carcajadas.
La soltura con la que avanza una prosa poblada de comas y frases que se deslizan por las páginas como Dick por los barrios de Manila, hacen de estas doscientas páginas una entretenida novela pretendidamente punk y ochentera en la que el estilo, las referencias y la jerga sumergen al lector en el sueño de Dick. Un sueño que, como vemos en el giro final del epílogo, no sabemos lo que tiene de sueño. Recurso éste, el del giro final, que también utilizara el autor en su relato para la antología Viscerales, “Reliquias y jorobas”. Quizá lo menos me haya gustado es el, a mi entender, excesivo uso de paréntesis que acotan descripciones.
O sea, en la radio. Hace un par de semanas fui a
La ventana de la SER (Navarra) (creo que el programa se llama así, como su hermano mayor) a una entrevista en la que estuve muy a gusto y me vi muy suelto, y si no me lo invento porque no queda huella en la red de ella. De esta, otra, ayer en
Eguzki Irratia, en el magazine
Pasealeku, sí hay podcast, y
aquí lo cuelgo. Yo empiezo a balbucear hacia el minuto 30.
Por cierto, que la Eguzki bien podría ser el piso en el que transcurre uno de los capítulos de ¡Oh; Janis! en el que el protagonista se asoma a la plaza de la Navarrería con la careta del kiliki Verrugas y en plena faena, o sea atizándole a una alemana de piel langostina «con la verga sí, con el palo no». Ya había estado antes en esa radio, pero no la había visto después de la reforma y ha quedado de lo más cuki. La Eguzki, radio libre pirata y sobreviviente de la vieja Iruña, para seguir siéndolo mantiene su campaña de captación de eguzkideak o socios, por cierto también.
Me encanta la radio, yo siempre he oído mucha radio, la Eguzki, Radio 3, Pérez Conde, Don Goyo, Caravana de hormigas, Rosa de sanatorio y José Luis Moreno-Ruiz, Radio 5 todo noticias por las mañanas, Carne Cruda (ver a Javier Gallego en acción hace unos meses fue un puntazo), los partidos de Osasuna de Chus Luengo y los de Martínez de Zuñiga, y los de un señor hace años del que se me ha olvidado el nombre, uno que se murió, seguro que Jorge Nagore lo recuerda…
Después de la entrevista me dí un paseo por la feria del libro, la mayoría de los puestos estaban cerrados, pero no el de Abarzuza, y estuve un rato hablando con la librera, que siempre me trata muy bien, y lleva mis libros a su tienda de la Cuesta de Santo Domingo, y me lee, y es medio fan… Más maja… Bueno, pues le quedaban solo tres y me dijo que se estaba vendiendo bien. Yo, por si acaso, no quise saber cuánto es bien, me fui a casa y puse la radio. Y tan feliz, oyes.