Punto de vista cumple diez años. Para celebrarlo, el Festival Internacional de Cine Documental de Navarra, que en esta edición se celebra entre los días 8 y 14 de febrero en el Baluarte de Iruñea, presenta un programa de lujo que es en realidad una tarta de cumpleaños trufada de luminosas velas. Un cumpleaños feliz para un festival que, como decía Jean Vigo, lleva una década ayudándonos a abrir los ojos y ver más allá de las apariencias.
Patxi Irurzun
Y en el centro del pastel, La Región Central, la sección oficial, a la que este año concurren nueve largometrajes y ocho cortos, procedentes de catorce países diferentes y elegidos entre 1378 trabajos. Una variada selección que va desde el cine comprometido políticamente y el retrato social a las propuestas más artísticas y rompedoras del cine de no ficción. Varias de ellas son además estrenos y se contará con la presencia de la mayoría de sus autores, e incluso con el protagonista de uno de ellos, el ruso Oleg Karavachiuk, que aparece en Oleg y las raras artes, filme dirigido por Andrés Duque. Karavachiuk, de 94 años, es toda una leyenda en su país, la única persona que tiene licencia para tocar el gran piano que los zares dejaron custodiado en el Museo Ermitage. No será el único piano histórico que suene en esta fiesta de cumpleaños, pues en la gala final Iñar Sastre se sentará ante el Chassaignes Frères vertical que se guarda como oro en paño en una de las estancias del Hotel la Perla de Iruñea y que perteneció a Pablo Sarasate. Para poner la guinda, la mítica película La región central que da nombre a la sección oficial será proyectada el jueves 11 con presencia de su autor, Michael Snow, quien además impartirá una clase magistral al día siguiente.
Al margen de las películas a concurso, cabe destacar la retrospectiva dedicada a [José] Antonio Maenza, en la sección Heterodocsias, en la que las sesiones serán dramatizadas con voces de actores, tal y como dejó indicado el cineasta “maldito” turolense; el homenaje póstumo a Pío Caro Baroja, con proyecciones, coloquios o la docu-entrevista realizada por Oskar Alegría; la primera retrospectiva dedicada a Jean-Daniel Pollet; el ciclo Ten Years Older, sobre la relación entre el Tiempo, su paso, sus heridas, sus huellas, y el cine; o las sesiones especiales con presencia de autores como José Luis Guerín, Luis Ospina, Claire Simon, o la pamplonesa Ainara Vera que junto con Victor Kossakovsky, ha dirigido Mira, mi rey, la película que cerrará Punto de Vista el domingo 14, cuando el jurado de a conocer el palmarés.
Por otra parte, El séptimo vicio, el programa de cine de Radio 3 dirigido por Javier Tolentino emitirá una serie de programas a las 22:00h dedicados al festival desde la librería Katakrak, que contarán con las actuaciones en directo de músicos como El Drogas (día 8), Tonino Carotone (día 9), Je t’ aime (día 10) y Belize (día 11)
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Cortometrajes sirios rodados por niñas refugiadas
Un festival de cine documental como Punto de Vista no podía ser ajeno a una de las situaciones más dramáticas que se viven en nuestros días, como es la de los refugiados, y en esta edición antes de cada sesión de la sección oficial, se proyectarán los cortometrajes rodados en el campo de refugiados sirios de Za’atari, en Jordania, el segundo más grande del mundo, donde viven 50.000 niños, y también en la ciudad jordana de Irbid, al norte del país. Las autoras de los cortos, fruto de los talleres de cine impartidos por la profesora norteamericana Laura Doggett son jóvenes de entre 15 y 18 años y a modo de diario muestran las vidas personales de sus protagonistas en esa ciudad provisional en la que la guerra les ha obligado a crecer.
Se abre el telón y a través de una grieta el tiempo, de un calendario con forma de vagina, reaparecen los Lendakaris Muertos, con su nuevo parto en forma de CD-DVD: Cicatriz en la Matrix. Vienen desde el futuro (hoy es el futuro) y se teletransportan a una cabina telefónica en Euskal Herria y en plena década de los 80. Los veteranos de la kale borroka regresan a sus años mozos, con canciones para cantar con un mechero en la mano (y en la otra un cocktail molotov). Pero —antes de que la delegada del gobierno ponga manos en el asunto— “esto no va de apología del terror”: las mechas que prenden este artefacto son, como siempre, la ironía y el punk.
Nadie mejor que los Lendakaris saben cómo patear el culo al vocabulario y al abecedario del rock radikal vasco. Vuelven los descacharrantes dobles sentidos, en todos los sentidos: canciones para partirse la caja y canciones para partir a los de la caja (bueno a los del banco). Hay que reírse de la realidad, de los desahucios (“Y sin embargo, te quiero”), por no llorar. O por no coger el kalashnikov.
Vuelve el punk gamberro y absurdo, que es la forma más seria de hacer punk. Van dos y se cae el del medio. Vuelven los Lendakaris con Cicatriz en la Matrix y a muchos su nuevo trabajo les sorprenderá, les parecerá ciencia ficción, pues, lo nunca visto, en él hay una canción tecno, una canción que dura 7 segundos y otra, dividida en 2 partes, que dura casi 5 minutos y que cuenta la historia de un hombre que se enamora de Urrusolo Sistiaga al ver su foto en un cartel de los terroristas más buscados del 83 (insistimos, señora delegada: “Esto no va de apología del terror”).
Lendakaris Muertos. Cicatriz en la Matrix. Se cierra el telón.
Patxi Irurzun
PD 1: Este disco no va a gustar a los que aplauden en los aviones, a las húngaras chungas que ponen zancadillas a los refugiados, a quienes se resisten a dejar de tener la porra por el mango, ni a Paloma San Basilio.
PD 2: Si algo no te ha quedado claro búscalo en puto Google.
“Nos entretenemos con el folklore o con la tragedia del otro, según el tour–operador”
Bea Cantero. Escritora
Tours turísticos por hospitales, niños bomba que se inmolan misteriosamente, la localidad navarra de Noain convertida en un epicentro de la economía mundial… Bea Cantero, se estrena con Los niños bomba (Premio Café 1916), una novela disparatada que podría ser distópica si no se pareciera tan inquietantemente a la realidad.
Y se estrena además con buen pie. Los niños bomba es el primer texto largo que escribe Bea Cantero (Valladolid 1973), bibliotecaria en Noain desde hace años, y con él ha logrado el Premio Café 1916 en Palma de Mallorca. La novela, publicada por Sloper, analiza, sin renunciar al humor, temas como la gestión de nuestros miedos, nuestra intimidad o nuestro ocio.
–Los niños bomba tiene una leve apariencia de distopía, aunque a veces la realidad (o lo surreal) se empeña en superar a la ficción y ya existen “visitings” a favelas, basureros… Por no hablar de los realitys…
Hay lectores que lo han leído como distopía y otros no. Me parece interesante que pase eso. Pero lo cierto es que Los niños bomba es, como dices, bastante realista. No sé si hay «visitings» en nuestra sociedad, pero sí podría haberlos; hay condiciones para que las visitas turísticas a hospitales sean algo habitual y próspero. Los turistas son/somos una especie que recorre y habita el mundo con una mirada entre cándida y letal que hace posible que se den con naturalidad cosas impensables. Todo es turistizable. Todo es consumible. Todo puede entretener. En Los niños bomba los resultados de la analítica de un enfermo se graban para ser emitidos en un programa de televisión con apuestas, aplausos, lágrimas…, pero sí, fuera de Los niños bomba, en nuestro mundo, hay visitas organizadas a los campos del Gulag en las que te dan trajes de rayas para hacer más genuina la experiencia. En fin, que lo mío no es precisamente un alarde de imaginación.
Para tratar estos temas ha empleado también un tono en ocasiones humorístico, gamberro… ¿Cree que esa es la única manera seria de contar ciertas cosas, de enfrentarse a algunos temas que trata como el miedo, el dolor?
Creo que se pueden, y se deben, abordar desde diversas perspectivas. De hecho el problema es que suele darse la monoóptica y, así, el tema de la enfermedad se tiende a trabajar en términos de drama, de buenos sentimientos… Yo elegí tratarlo como si no importara, como si no fuera una locura visitar hospitales para pasar la tarde, o ser sujeto de experimentación médica para merecer el subsidio de desempleo. Decidí hacer lo que hacemos cada día, seguir impasibles, irnos de vacaciones a una Grecia asolada y desolada y volver morenos, con fotos y diciendo que aquello es precioso. Decidí ver qué pasa cuando el dolor, el paro, el miedo, el terrorismo o la muerte se banalizan. Y lo que pasa es que uno se ríe, si acaso, para no tirarse al tren. Porque lo que pasa, en el fondo, es que nadie le importa mucho a nadie.
– Los niños bomba a los que alude el título quedan como un paisaje de fondo, nos deja escuchando el tic-tac de sus detonadores sin comprender muy bien la situación…
Efectivamente, es el paisaje de fondo y es intencionado que quede incierto. Quería crear con “los niños bomba” una atmósfera de terror, fascinación y absurdo. No me interesaba abordar la acción terrorista, sino su tratamiento mediático y la reacción que provoca en los telespectadores.
Antes hemos mencionado algunos de los temas del libro, la gestión de nuestros miedos y dolores, también de nuestra intimidad o de nuestro tiempo libre. Partía con la idea de escribir sobre todo ello.
Quería pensar sobre ello. Son temas contemporáneos. Creo que nuestra sociedad está desbordada de palabras y el campo semántico de la salud, el cuerpo y la enfermedad es uno de los más empleados. Qué efectos tiene esto me interesaba.También la cuestión de la intimidad me importa. La intimidad es abolida cuando el derecho a mirar y la obligación de transparencia se imponen. Los turistas son gente maravillosa a la que le da lo mismo todo. Por eso van a otro país y, desnortados, se suman a un funeral para «conocer» otros rituales, obviando que eso no es un programa de la tele sino que es un grupo de gente en duelo. A mí no sé si me apetece que vengan veinte australianos a mi entierro. El tiempo libre lo dedicamos a mirar a los otros pero, en muchas ocasiones, con una mirada superficial e invasiva, con la mirada del turista express o la que ofrece un noticiero, sin crear lazos reales con el sujeto observado, sin intentar comprenderlo realmente. Nos entretenemos con el folklore o con la tragedia del otro, según el tour operador.
En lo más anecdótico ha convertido la localidad en que trabaja, Noáin, en un importante centro logístico mundial…
Para mí Noain es un lugar muy especial. Llevó trabajando muchos años allí y el proyecto de la biblioteca y del centro cultural es construir un lugar especial. Noain como epicentro económico mundial no es sino otra construcción posible.