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HIMNOS Y BANDERAS

Oct 3, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
'God Save the Queen', la historia de la canción prohibida por la BBC en 1977 con la que hoy se ríe de un político pro-Brexit

Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias), 01/10/22

Hace unos días fui a ver un partido de baloncesto entre dos selecciones nacionales. Había un speaker animando el cotarro. “¡Un fuerte aplauso para las animadoras!”, vociferaba. O: “¡Atentos a la pantalla!”, mientras una cámara iba buscando entre el público a parejas que tenían que darse un piquito, para regocijo del resto de los espectadores…

“¡Y ahora todo el mundo en pie para escuchar los himnos!”, saltó de repente. El speaker no dijo: “¡Y ahora vamos a escuchar los himnos!”, y cada uno que los escuchara —o no los escuchara— como le viniera en gana. Ni siquiera pidió por favor que nos levantáramos. No, lo ordenó. Y para mi sorpresa casi todo el mundo no solo le obedeció diligentemente sino que además muchos comenzaron a ondear las banderitas que habían dejado antes del partido sobre cada asiento. Yo me quedé de piedra. Y sentado, claro. Un poco avergonzado, eso sí, porque nunca me ha gustado llamar la atención. Por mí los himnos nacionales podían prohibirlos. Y ya de paso los speakers. Y las banderitas. Se supone que hay que guardar respeto a todos esos símbolos, pero yo no sé por qué. Para mí una muestra de respeto sería que nadie me obligara a guardarles respeto; o incluso que yo pudiera faltarles al respeto al himno o a la bandera, ya que estos también me lo faltan a mí (de hecho, el tipo que estaba a mi lado se pasó todo el partido agitando su banderita y metiéndomela de vez en cuando en el ojo, que es para lo que valen las banderas).

Unos días después, no sé si ustedes se han enterado, se murió la reina de Inglaterra. Y eso puso en marcha toda una parafernalia patriótica y una exaltación de la monarquía —esa institución feudal, antidemocrática y hortera— aterradoras. Los medios se han pasado horas y horas entonando un God save the queen interminable, un mantra catódico gracias al cual hemos podido interiorizar que en el Reino Unido no hay republicanos ni nadie que esté contra los fastos y el despilfarro. Un día lo cronometré y el teleberri, que lo emitieron in situ, dedicó más de media hora a la muerte de Isabel II. Escribí un tuit mostrando mi extrañeza y hubo quien me lo afeó diciendo que los periodistas tenían que estar allá donde estuviera la noticia. Pero, claro, digo yo, eso es relativo y todo tiene que ver con la dimensión que se quiera dar a esa noticia. Por ejemplo, durante lo que ha durado esta orgía monárquica habrán muerto varias personas en accidentes laborales y ninguna cadena ha dedicado nunca a ello un telediario entero en directo desde el lugar del siniestro, que yo sepa. ¿Tienen menos importancia esas muertes? Pues parece que sí, porque al final resulta que es más importante que ellas la muerte de una persona que está por encima del resto, por la cara, sin que nadie la haya elegido ni haya hecho otro mérito que nacer en determinada familia, lo cual en el fondo —dar una dimensión desmesurada a esa noticia, no digo que no haya que hacerse eco de ella— viene a justificar esos privilegios injustos y ese anacronismo que es la realeza.

A los funerales de la reina de Inglaterra acudió, por supuesto, la nueva primera ministra británica, Liz Truss, a la cual pudimos ver hace poco declarando en un debate electoral que a ella no le temblaría el pulso si tuviera que apretar el botón nuclear. Era un debate con público, y buena parte de este, en lugar de romper a gritar muerto de miedo, aplaudió. Solo les faltó ponerse en pie y entonar el himno nacional.

DELIBASIC

Sep 19, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios Grupo Noticias), 17/09/22

En septiembre, al empezar el año, en el mundo del tiempo al revés hacemos nuestras macabras apuestas sobre qué famosos resucitarán en los próximos doce meses. Es sencillo acertar, porque en el ambiente hay indicios y pistas que ayudan a intuir, a menudo con un nudo en el estómago, quién regresará desde el otro lado del reloj de arena. Por ejemplo, nadie lo menta en nuestras apuestas, por no envenenarse la saliva con su nombre, pero desde hace años es evidente que no falta mucho para que a Francisco Franco le desconecten los cables y poco a poco su salud mejore y un día se levante de la cama y se vista de generalísimo y vuelva a firmar penas de muerte con el brazo incorrupto de Santa Teresa de Jesús y sea aclamado de nuevo por un millón de personas en la Plaza de Oriente —aunque en ella solo quepan apretadas doscientas mil— y así, milagro a milagro, muerto a muerto, vaya retrocediendo en el tiempo hasta la época en que solo era un insignificante cabo culón y con voz de pito, pero con un camino empedrado por miles de cadáveres a sus espaldas.

No, por supuesto, en nuestra cuadrilla, por salud mental, preferimos vaticinar que este año será Elvis quien regrese. Estará gordo como una nutria, o como Axl Rose, pero merecerá la pena verlo descender desde los salones de boda de Las Vegas hasta convertirse de nuevo, guapo y con las caderas en llamas, en el rey del rock. Claro que esa tal vez no es una apuesta segura, porque Elvis en realidad no puede resucitar, Elvis está vivo, lo dice un buen amigo.

«¡Entonces Mirza Delibasic!», lanza su apuesta otro.

 Y de repente a todos nos viene a la cabeza la imagen del escolta yugoslavo moribundo, dibujando en el aire volutas de humo con la misma elegancia que antes daba asistencias, o pisando la nieve mientras huye al anochecer del cerco de Sarajevo junto con otros locos del baloncesto para jugar su último partido, mientras la guerra silba una canción de muerte sobre sus cabezas… Será duro ver los ojos tristes y enfermos del Delibasic de los últimos días, pero para nosotros esos días serán también los primeros, y en poco tiempo lo tendremos otra vez sobre la pista, convertido de nuevo en el jugador más elegante que haya pisado jamás una cancha, todo ello en una época en la que los deportistas fumaban y no había raya de tres ni francotiradores,  cuando el baloncesto era tan romántico que servía para poner nombres a los grupos indies (Tachenko no está mal, pero Delibasic habría sido mucho mejor).

De mismo modo —continuamos la ronda de apuestas— alguien nombra a Janis Joplin, y  la sangre bombea de vuelta en la jeringuilla un escupitajo de heroína pura, y Janis despierta y regresa al escenario para hacer el amor con todos los que están abajo; u otro se acuerda de Alfonsina Storni, y la poeta camina hacia atrás sobre sus pasos, borrando las huellas suicidas de sus pies en la playa; o hay también quien apuesta por Isadora Duncan, y el glamuroso e interminable fular de esta flota de nuevo en el aire, antes de enredarse en la rueda de su coche deportivo y estrangular a la bailarina…

Cualquier cosa con tal de coger aliento, de buscar una ráfaga de belleza en ese aire rancio e irrespirable al que los cachorros verdes ladran con espuma en la boca sus consignas y sus himnos mientras agitan sus banderas y jalean a Benjamin Button, orgullosos de este mundo miserable, de esta estafa de vida en la que nacer, incluso resucitar, es una sentencia de muerte.

DEMONIOS DE VERANO

Sep 5, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
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Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias) 03/09/22

Siempre que planificamos las vacaciones familiares reservamos dos o tres días para ir a un parque de atracciones o acuático, no vaya a ser que los niños se nos mueran de aburrimiento o de hipotermia en los museos o nos maten de vergüenza a nosotros preguntando en voz alta, delante del Cristo de Velázquez, quién es ese tipo en calzoncillos.

Los niños, la verdad, ya no son tan niños y al mayor ya no conseguimos llevarlo con nosotros ni a punta de pistola, prefiere quedarse en casa haciendo perolas de pasta y fregando la víspera de nuestra vuelta las manchas de kalimotxo del suelo. Lo cual quiere decir que a la pequeña, que antes solía montarse en las atracciones con su hermano, hay que acompañarla cada vez que quiere subir a una montaña rusa terrorífica, una caída libre desde la estratosfera o un tobogán de agua rompehuesos.

En realidad sospecho que la verdadera atracción para ella es vernos a nosotros tragando saliva durante las dos o tres horas de espera que preceden a cada lanzamiento por uno de esos artefactos o escuchar nuestros alaridos de pánico una vez que ya no hay vuelta atrás y comienzan los loopings y los descensos en picado. Hace años, en los parques de atracciones, recuerdo que yo no gritaba, no sé por qué. Supongo que porque me daba vergüenza. Ahora que ya no me puedo contener me doy cuenta de todo lo que me estaba perdiendo. Gritar descendiendo una montaña rusa te saca los demonios de dentro, aunque sea solo durante unos segundos.

La pena es que conforme uno se hace mayor soporta peor el traqueteo. Lo he podido comprobar este verano en un parque en el que sorprendentemente el tiempo de espera resultaba razonable. La contrapartida era que cuando uno —un cincuentón como yo, quiero decir— se ha subido ya a cuatro o cinco atracciones, tu cuerpo, que es sabio, dice basta, te hace saber que ya has llegado al límite y no soportará más vaivenes en el cerebro ni más mecanismos de retención aplastándote las costillas o la barriga.

Todo ello no llega un día de repente, no obstante, sino que vas percibiendo señales. El año pasado, en un aquapark, había dos socorristas dentro de la piscina esperando mi salida de uno de esos tubos retorcidos e interminables —dos socorristas que una vez que comprobaron que yo emergía con todos mis huesos en su sitio volvieron a sus sillas, mientras el resto de personas seguían zambulléndose sin que esos socorristas mostraran especial preocupación—. O cuando uno mira a su alrededor en las colas cada vez le cuesta más encontrar a alguien con las nieves del tiempo plateando sus sienes.

“Este es el último año que vengo”, me digo siempre en esas ocasiones. Y después, alzo la vista, veo pasar sobre mi cabeza las vagonetas, revoloteando enloquecidas, y escucho los gritos de los demás, mientras imagino las preocupaciones de las que se liberan con cada uno de esos gritos. En la primera fila hay una chica que va a repetir curso, pienso, por ejemplo. A su lado, un chaval cuyos padres acaban de separarse. Una mujer que sospecha que va perder el trabajo expulsa su rabia con un grito afilado como un cuchillo. Un hombre de mi edad piensa en la muerte mientras se precipita por el raíl. Todos sus temores salen del pecho y se disuelven en el aire, entre vapores de adrenalina. Todos los demonios mueren en el cielo del verano.

¿Cuánto quieres que le duela?

Ago 22, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
LA POLLA MÁS GRANDE DEL MUNDO - Patxi Irurzun Patxi Irurzun
Ilustración de Juan Kalvellido para el libro «La polla más grande del mundo»

Hace unos días, buscando por la red un artículo que escribí hace unos años y había extraviado, me encontré con un viejo blog que abrí durante unos días y después dejé morir. Se llamaba “¿Cuánto quieres que le duela?”.

Fue en la época dorada de los blogs, en la que incluso hubo quien hizo fortuna registrando algunos con el nombre de una multinacional o una entidad bancaria, las cuales acudían después al rescate pagando jugosas cantidades (era un poco como el viejo oeste, uno entraba en blogspot y wordpress y si Coca-Cola o BBVA no estaban “cogidos”, podía abrir un blog a su nombre y empezar a darle a la tecla, haciendo, por ejemplo, publicidad de La Caixa o de Pepsi). Yo mismo tuve mi momento de gloria, cuando registré uno al que llamé “La polla más grande del mundo”.

En realidad ese era el título de un libro en el que recopilaba algunas de mis columnas, y también un chiste (malo) que se explicaba en la portada del mismo, en la que aparecía una caricatura mía tirando de la correa de una gallina de dos metros. Lo que pretendía con el blog era promocionar el libro, y lo cierto es que tuvo ¡un millón de visitas!, pero no tardé mucho en darme cuenta de que quienes entraban a la página no estaban interesados en la literatura, precisamente (a pesar de lo cual intenté atraerlos a mi terreno convirtiendo el blog en una novela en la que una estrella del porno amateur contaba su auge y caída, y que resultó igualmente un gatillazo).

La cuestión es que la época dorada de los blogs nos permitía a los letraheridos, a pesar de todo, ese tipo de juegos literarios: crear alter egos, blogs de ficción, novelas por entregas, tanteos en los que uno nunca sabía de qué dependía conseguir lectores o no. “¿Cuánto quieras que le duela?”, fue otro de esos intentos fallidos. Esto era lo que decía la cabecera del blog:

“¿Tu encargado es gilipollas? ¿Tu ex va por ahí diciendo que te huelen los pies? ¿Tu vecino se ducha siempre a las cuatro de la mañana?… ¿A que te gustaría ajustarles las cuentas (sin que te empapelen por ello, claro)? Déjalo en nuestras manos. Somos especialistas en trabajitos sucios. Hacemos que parezca un accidente. Difamamos, robamos fortunas, sacamos los colores… Cualquier perrería que puedas imaginarte (ni siquiera tienes que imaginártela, nosotros lo hacemos por ti). Tú solo tienes que enviarnos algunos datos sobre la víctima y, por un sucio puñado de euros, nosotros le damos su merecido. Por escrito, eso sí. Convertiremos a tu odiado enemigo en un personaje de ficción, el protagonista de un cuento, un ser repulsivo donde los haya… lo que tú nos pidas. Envíanos un email y… ¡que se joda!”.

Es decir, una empresa de venganzas literarias. Aunque no recibí ningún encargo, estoy convencido de que era una buena idea (de hecho, años más tarde algunos, como Ferreras e Inda, hicieron fortuna copiándomela). Poco después, los blogs agonizaban, sustituidos primero por Facebook, después por Twiter (esto nunca lo entendí, la gente prefería ceñirse a la dictadura de los ciento cuarenta caracteres que tener la libertad de explayarse sin límites) y de ahí al unga-unga literario de Instagram.

Pero esa es otra historia.

Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias), 20/08/22

AGOSTAZOS

Jul 25, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Ligres y tigones

Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias). 23/07/22

Iba a comenzar este artículo diciendo que el agostazo de este año (ya saben, los agostazos, esas decisiones políticas que se toman cuando todo el personal está anestesiado por el tinto de verano) se vaticina de campeonato, pero me doy cuenta de que en realidad el cambio climático y la era de la sobreinformación han propiciado que tengamos agostazos en junio, octubre, abril, de tal modo que nuestras tragaderas sean ya enormes bocas de alcantarilla por las que entra cualquier cosa.

Durante estas últimas semanas, sin ir más lejos, hemos oído al ministro de la guerra decir que doblar el gasto militar es una inversión social; a un banquero que en esta crisis vamos a empobrecernos todos, incluidos ellos (¡pobrecicos!, ¡apadrina un banquero!); a la Comisión Europea calificar la energía nuclear como energía verde; o al presidente del país afirmar que los infames sucesos en la frontera de Melilla en los que murieron decenas de personas estuvieron “bien resueltos” por los cuerpos de seguridad.

Todo nos lo tragamos y lo digerimos, al tiempo, además, que los surtidores de las gasolineras despachan oro líquido o las sandías se han convertido en  artículos de lujo. Cuando a uno lo atracan todos los días se acostumbra, ya ni reacciona, levanta las manos en un acto reflejo y deja que le vacíen la cartera mientras habla del tiempo o del fútbol con su asaltante.

Hace algunos años existía un recurso periodístico estival llamado serpiente de verano: avistamientos de ligres, reses cimarronas fugadas de algún festejo taurino, posados en bikini de folklóricas recauchutadas… Noticias chuscas o insustanciales que se estiraban durante días e incluso semanas para llenar páginas de periódicos en época de sequía informativa y que a menudo servían también como cortinas de humo entre las que deslizar subidas del pan. Hoy no hace falta porque ese tipo de reptiles culebrean a sus anchas por las redes sociales y se engordan a menudo con una credulidad pavorosa.

En un vistazo rápido a Twiter me encuentro, por ejemplo, con alguien que afirma con rotundidad científica que a partir de los cuarenta años los testículos se descuelgan a un ritmo de un centímetro por año (y aunque hay quien razona diciendo que de ser así los jubilados irían dejando surco en las playas, muchos otros dan por bueno el dato). Es, claro, una enormidad, seleccionada para abrir paréntesis y echarnos unas risas, pero, del mismo modo, durante los incendios que asolaron Navarra a finales de junio pudimos encontrarnos con tuits que aseguraban que en el parque Senda Viva habían muerto abrasados todos los animales y con otros bulos que corrieron como el fuego en la rastrojera. Me pregunto quién inventa ese tipo de mentiras. Y por qué lo hace. Claro que tampoco es de extrañar si tenemos en cuenta que hay periodistas profesionales que se dedican a poner todo al rojo vivo difundiendo igualmente noticias falsas. Cloacas informativas, campañas de difamación y acoso, fábricas de mentiras democráticas… Nada nuevo que no supiéramos o no hubiéramos visto antes, aunque algunos parezcan ahora haberse caído de un guindo. Lo de Ferreras (que informó en su programa sobre una cuenta bancaria de Pablo Iglesias, sabiendo que esta no existía, tal y como han desvelado los audios del siniestro comisario Villarejo) es grave, pero es también otro agostazo, otro culebrón estival que, fuera de la burbuja de las redes sociales y mientras quede tinto de verano en la nevera, me temo que a muy poca gente le importa y que no tendrá mayor recorrido. Como mucho, diría yo, hasta agosto.

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