Publicado en magazine ON (diarios grupo Noticias) 01/08/20
Existe un tipo
de literatura juvenil de la que disfrutamos, sin complejos, lectores de
cualquier edad. No sabría muy bien cómo llamarla, entre otras cosas porque
podría caer en el error de etiquetarla y ponerle por nombre esos engendros que
el marketing utiliza para reducirla a un producto e imbecilizarla: Young adult, New adult… Yo me estoy refiriendo a títulos como El guardián entre el centeno, de John Salinger, La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, El diario completamente verídico de un indio
a tiempo parcial, de Sherman Alexie,
Un puñado de estrellas, de Rafik Schami, el Diario de Anna Frank o
incluso algunas novelas de Baroja
como Zalacaín el aventurero o El árbol de la ciencia…Probablemente ninguno de estos autores escribió estos libros
pensando exclusivamente en los jóvenes; y seguramente por eso interesaron tanto
a los jóvenes, a diferencia de esas novelas juveniles que se escriben como si
fueran una hoja de cálculo y que ofrecen una visión edulcorada de la juventud; una visión en la que lo políticamente
correcto borra por completo todo el mundo en el que los jóvenes se
desenvuelven: sus primeros contactos con el sexo, con las drogas y el alcohol,
la agresividad, incluso la violencia con la que se enfrentan al mundo de los
adultos, a las imposiciones, a una vida que se les echa encima con intención de
reducirlos, de hacerles olvidar cuanto antes su sospechosa y amenazante
condición de jóvenes.
Delincuencia y lucha de clases
En el caso de la novela juvenil por antonomasia, Rebeldes, S.E. Hinton (¿qué demonios significan esas dos iniciales?) rizó el rizo, porque no solo escribió una novela en la que por primera vez todo eso estaba presente (la rebeldía y el ímpetu juveniles, el doloroso y súbito tránsito a la edad adulta, y, por otra parte, la delincuencia y la lucha de clases) sino que además quien la escribía sabía perfectamente de qué hablaba, pues Hinton firmó esta novela cuando tan solo contaba ¡17 años!
En Rebeldes
se nos narra la historia de
Poniboy, un joven quinceañero que vive con sus dos hermanos (al igual que en
otros libros juveniles, como las aventuras de Pippi Calzaslargas, se excita de ese modo otro de los sueños
juveniles: la ausencia de padres y de autoridad, la independencia y la libertad
total) y que se desenvuelve en un ambiente enconado, con diferentes bandas
juveniles enfrentadas. Poniboy pertenece a los greasers, los chicos de extracción humilde del East Side, cuyos
mayores enemigos son los socs, los
pijos del West Side (toda la estética de la novela remite a películas como West Side Story, Rebelde sin causa o Grease,
esta última con una visión casi paródica del tema). La novela lo tiene todo para llamar la
atención de un chaval: peleas, huidas, amores imposibles, cadáveres hermosos,
redenciones, incluso los extraños nombres de sus protagonistas: Poniboy,
Sodapop, Two-Bit…
Rebeldes y guapetones
Y a ello se suma, hablando de cine, que en su adaptación a la gran pantalla, a cargo de Francis Ford Coppola, en 1983, estos fueron interpretados por un ramillete de jóvenes, guapetones y tan desconocidos como prometedores actores: Matt Dillon, Patrick Swayze, Tom Cruise, Rob Lowe, Ralph Macchio, Emilio Estévez, Michael J. Fox (en el reparto aparecía, en contrapartida, incluso el mismísimo Tom Waits), con lo cual el éxito estaba garantizado; o mejor dicho, la prolongación del éxito, pues la novela se publicó quince años antes, en 1967, cuando, como hemos dicho, la autora contaba tan solo con diecisiete años (tras las iniciales S.E. —esto no lo hemos dicho aún— se ocultaba los nombres Susan Eloise, pues la joven escritora dudaba de que nadie fuera a creer que alguien de su edad y, sobre todo, una mujer, firmara aquella historia plena de violencia e incorrección política). En todo caso, Rebeldes se convirtió inmediatamente en un fenómeno, en un superventas, para “desgracia” —hablando en términos creativos— de su autora que, como sucede a menudo en estos casos, ha vivido toda la vida lastrada por el peso de ese éxito.
Tras Rebeldes S.E. Hinton escribió otras obras y secuelas de su novela, como La ley de la calle, también llevada al
cine por Coppola, y a cuyo elenco se sumaron actores, digamos, con otro perfil,
como Mickey Rourke o Nicholas Cage; pero sin conseguir nunca
alcanzar el éxito arrollador de su primera obra, lo cual la sumió en una
depresión durante algún tiempo.
Autores de un solo éxito
Susan Eloise Hinton podría, en ese sentido, contarse entre esas autoras one hit wonder, de un solo éxito, como Anna Frank y su diario (por razones obvias), Harper Lee y Matar un ruiseñor (de quien también nos ocuparemos en otra entrega), o J. D. Salinger y El guardián entre el centeno (aunque el enigmático Salinger también ha entregado a la imprenta algunos cuentos memorables). De hecho, si bien Salinger merecería otra sesión del club de lectura dedicada íntegramente a él, no nos resistimos a citar algunas curiosidades sobre su memorable novela que, por otra parte, se anticipó a Rebeldes a la hora de abordar sin tapujos algunos aspectos de la cultura juvenil, como la sexualidad o el lenguaje desenfadado. Al contrario que la novela de S.E. Hinton, El guardián entre el centeno, que en otros países de habla hispana se titulo El cazador oculto, no tiene una adaptación cinematográfica, pero se resarce ampliamente con los numerosas canciones que han dedicado a la novela grupos, en su día, rabiosamente juveniles, como Guns N’ Roses (Catcher in the Rye),Green Day (Who Wrote Holden Caulfield?), The Offspring (Get It Right) o Beastie Boys (Shadrach). Sin olvidar, hablando de música, la desgraciada influencia que tuvo la novela en un mal lector de la misma, Mark David Chapman, que como es bien sabido esperó a la policía leyéndola después de haber asesinado a John Lennon.
Dos recomendaciones más
No me gustaría acabar estas líneas sobre novelas-juveniles-que-pueden-leer-y-disfrutar-lectores-de-todas-las-edades sin citar brevemente dos por las que siento especial debilidad: El diario completamente verídico de un indio a tiempo parcial, de Sherman Alexie, un autor nativo norteamericano, con una obra tremendamente recomendable en la que los protagonistas de sus cuentos y novelas son, como él, indios spokane, cuyas historias transcurren en reservas en las que tratan de evadirse del racismo y la marginación bebiendo, jugando al baloncesto o, como es el caso del protagonista de esta novela, dibujando cómics —sin caer por ello en la resignación ni el victimismo— y en las que no falta un toque de humor. En el caso de El diario completamente verídico de un indio a tiempo parcial hay dos argumentos que hacen inevitable su lectura: que la revista Time la haya colocado en el puesto número uno de la lista de mejores libros juveniles de todos los tiempos; y, sobre todo, que la Asociación de bibliotecarios estadounidenses la haya incluido en otra lista: la de libros que han recibido más peticiones de censura.
Contra la censura precisamente, y contra la desaparición de algunos de algunos de sus vecinos, la agobiante presencia de policía secreta y la falta de libertad en la Siria de los años 60, escribe un periódico mural en las paredes del barrio antiguo de Damasco el protagonista de Un puñado de estrellas, de Rafik Schami, una obra emocionante y hermosa (que, al igual que la de Sherman Alexie, se articula en forma de diario), y que es, en definitiva, como todas las anteriores, una novela para jóvenes rebeldes de todas las edades como ustedes y como yo.
La semana pasada acabábamos la primera entrega de este repaso por los libros que se han ocupado del RRV (Rock Radikal Vasco) citando La mejor banda del mundo, de Anjel Landa y Crisóstomo Amezaga, una obra que está a caballo entre la biografía y la ficción. El libro, de hecho, comenzó siendo una novela. Sin embargo, se puede decir que el RRV no ha tenido apenas reflejo, o al menos el reflejo que se merece, en la literatura de ficción. No son muchas las novelas en las que aparece, ni siquiera como música de fondo(esta es una de las carencias y debilidades que, por ejemplo, le achaca Iban Zaldua a un libro como Patria, una obra vendida a mansalva como el relato definitivo de una época y en la que sin embargo, extrañamente, ningún protagonista escucha la música de esa época: Kortatu, Barricada, La Polla Records…). Sí aparece, sin embargo, en algunos otras novelas y cuentos, sobre todo en euskara, como Galdu arte, de Juan Luis Zabala, o en las obras de Xabier Montoia, que como decíamos la semana pasada fue el primer cantante de Herztainak, o estuvo al frente de M-ak… Pero en general da la impresión (aunque seguro que hay muchos más libros de ficción que se nos escapan) que hay un pequeño vacío en ese sentido y por eso nos gustaría citar otra novela sobre Eskorbuto, o, en concreto, sobre uno de sus componentes: Pasión y muerte de Iosu Expósito, de Beñat Arginzoniz, en la que, en una narración impregnada de poesía, se relata con una imágenes muy evocadoras los últimos días de la vida del guitarrista y cantante de la banda.
Una novela impresionante, como lo es también Agua para los muertos, que el propio Arginzoniz dedica a un componente de otro grupo que sigue la estela de Eskorbuto, Subversión X, y cuyo cantante, Jabi Arroyo, acompañó precisamente a Iosu Expósito en sus últimos días de vida (y que, posteriormente, llevó una vida bastante similar, marcada por la toxicomanía, la delincuencia y la autodestrucción, aunque, en este caso, con un final feliz; Arroyo, de hecho, es hoy en día uno de los más activos reivindicadores de la memoria histórica del grupo de Santurtzi, impulsando iniciativas como el gran mural que se pintó en honor de Eskorbuto recientemente).
Qué dura es la vida
del artista
Con Eskorbuto tuvieron sus más y sus menos otro de los grupos referenciales del RRV, La Polla Records, a quienes, al parecer, Iosu Expósito robó una guitarra durante un concierto en el que compartieron cartel. Se cuenta que el rifirrafe dejó también un intercambio de temas con recado entre un grupo y otro (Cuidado, por parte de Eskorbuto, y El avestruz, de La Polla). La cuestión es que, si bien el grupo de Agurain no tiene una biografía propiamente dicha, Evaristo Páramos, su icónico cantante, una de las mentes más lúcidas y rápidas del rock vasco, ha generado abundante bibliografía que podemos incluir en este repaso de la literatura del RRV. Páramos fue, de hecho, uno de los primeros en animarse con la pluma. Publicó Por los hijos lo que sea en 2001 , una colección de relatos con estética de cómic (el propio Evaristo ha renegado en más de una ocasión de este libro que originalmente fue concebido como tal, como un cómic; el libro, a pesar de todo, tenía varios e interesantes hallazgos literarios), a los que siguieron, años más tarde, una serie de desconcertantes publicaciones , Cuatro estaciones hacia la locura y Cuatro estaciones en la locura, en las que Evaristo relata en forma de diario, entre otras cosas, su aproximación al esotérico mundo de las runas o el tarot.
Aunque, sin duda, para esta bibliografía mínima del RRV la obra que más nos interesa es la titulada Qué dura es la vida del artista, un anecdotario del grupo en el que el cantante de La Polla Records repasa muchos de los momentos vividos con el grupo, sus orígenes, las giras, las subidas y bajadas, todo ello con la sorna y el desparpajo que caracteriza al que es, sin duda alguna, uno de los letristas más atinados del rock vasco (la universalidad y permanencia de sus mensajes así lo demuestran).
Barricada y RIP
Continuando con los grandes grupos del RRV, tenemos la biografía de Barricada, Electricaos, escrita por David Mariezkurrena y por Fernando F. Garayoa, un exhaustivo trabajo que recorre treinta años de carrera del grupo de la Txantrea, y a la que solo le faltan los capítulos finales, con la separación de la banda, la carrera de El Drogas en solitario, la perdida de la voz de Boni…, pero únicamente porque sus autores no eran adivinos y el libro se escribió antes de todos esos acontecimientos… Un gran trabajo, en todo caso, editado a todo lujo y muy recomendable. A él, relacionado con el universo Barricada, cabe sumar los trabajos que El Drogas ha publicado en los últimos años: el libro de poemas Tres puntadas(con prólogo de un servidor) y el dirigido al público infantil Las zapatillas de volar .
En cuanto a RIP, uno de los grupos a menudo injustamente en la segunda fila del RRV, hace poco ha sido editado un disco-libro o disco-fanzine titulado Larga vida a RIP, que, como reza su sinopsis, “reconstruye la trayectoria de la banda a partir de los testimonios de Txerra y de muchas de las personas que estuvieron al lado de RIP. Un relato crudo y feroz que narra las vivencias del cuarteto de Mondra, contextualizado en la Euskal Herria de los 80-90”, y que incluye un CD con versiones de diferentes bandas: Arkada sozial, Rat-zinger, Habeas Corpus e incluso dos temas inéditos grabados por Txerra, uno de los supervivientes de la banda.
Para ir acabando, aparte de libros como los ya citados dedicados a grupos concretos (y de otros, por ejemplo, Flores en la basura, que escribió Roberto Moso, el cantante de Zarama), también es interesante resaltar otros que han abordado el RRV desde un punto de vista más general, más académico incluso, dentro del género del ensayo.
De concierto en concierto y de mani en mani
Y así, tenemos en primer lugar el más antiguo de todos, Negación punk en Euskal herria, firmado en los 90 por Huan Porrah, un autor andaluz —Huan Porrah es una transcripción fonética de Juan Porras— y que es un primer intento por analizar el RRV como manifestación o expresión de un movimiento de negación, o de rebelión más amplio; el libro era o partía en realidad de una tesis doctoral, al igual que otro más reciente, de Jakue Pascual, Movimiento de resistencia: años 80 en Euskal Herria, Contexto, crisis y punk, del cual también vamos a reproducir parte de la sinopsis porque resume muy bien no solo lo que es el libro en sí sino además, efectivamente, todo este contexto en el que brotó el RRV: “Huelgas, conflictos obreros, agitación, guerra sucia, crisis, represión, paro, desilusión, heroína y bombas. La de los ochenta es una década llena de emociones, de cruda realidad y de sueños. Entre pelotazos, controles, botes de humo y porrazos, el no future desesperanzador y la utopía movilizadora, se abre paso en Euskal Herria una nueva generación, un potente y heterogéneo movimiento de resistencia compuesto por jóvenes de distintas adscripciones ideológicas. Abertzales, antimilitaristas, libertarios, ecologistas, feministas… se unirán en torno a una tupida red de medios contrainformativos y gaztetxes; rularán de concierto en concierto y de mani en mani”.
Jakue Pascual completa el trabajo con una segunda
parte titulada Radios libres, fanzines y okupaciones en la Euskal Herria de los años
80. Movimiento de resistencia II.
Tanto Movimiento
de resistencia de Jakue Pascual, como Negación
punk en Euskal Herria, de Huan Porrah están publicados por Txalaparta, al
igual que Party & Borroka,de Ion Andoni del Amo, que viene a
analizar cuál ha sido el rastro que la cultura del rock radikal ha dejado en
nuestra música, o cómo quizás llegó incluso a convertirse en algo hegemónico,
eclipsando la aparición de otras tendencias o corrientes, otras nuevas formas
en las que también la música funcionaba como aglutinador de la rebeldía y la
radicalidad.
Viviendo a toda velocidad
Para finalizar, esta vez sí, podemos concluir que al intentar abarcar todo lo que, desde la literatura, se ha aproximado de alguna manera a este fenómeno o a este movimiento de lo que se dio en llamar Rock Radikal Vasco, seguramente nos hemos dejado más de una y de dos referencias (por citar, aunque solo sea rápidamente alguna otra: Lluvia, hierro y Rock’n’Roll : Historia del rock en el gran Bilbao(1958-2008), de Álvaro Heras-Gröh). Seguramente también todavía queda mucho por escribir. No existe, por ejemplo, una gran enciclopedia o guía que recoja toda esa gran eclosión de grupos que se dio en los ochenta, por una parte porque sería casi imposible, pues cada barrio y cada pueblo, casi cada cuadrilla, prácticamente, tenía su propio grupo, y, por otra, porque también eran años de confusión, en los que se vivía sumidos en una especie de niebla y en los que nadie se preocupaba o pensaba en dejar constancia de aquello que estaba sucediendo, sino en -como cantaban Barricada- vivir a toda velocidad, como un ciclón.
Tal vez sea, en fin, la literatura de ficción —esta es una opinión personal—, las novelas, los cuentos —y en esas estamos algunos (Tratado de hortografía — Patxi Irurzun—) quienes tengan que reparar todo ello y quienes hagan nuevas aportaciones para reconstruir aquella época y aquellas vivencias que, de todos modos, el RRV expresó sin parangón a través de la música.
Publicado en magazine ON (diarios Grupo Noticias) 18/07/2020
RRV, o Rock Radikal Vasco. Esa era la etiqueta
que se colgó a aquellos grupos de punk, rock, ska, reggae, que en la década de
los 80 brotaron como bonguis a lo largo y ancho de toda Euskal Herria (Hertzainak,
Eskorbuto, Barricada, La Polla Récords, Kortatu, RIP, Tijuana in blue, Cicatriz…)
y de la que todos ellos renegaban, pero que el tiempo ha demostrado que, cuando
menos, resultaba muy práctica.
La lista y la discografía del RRV son extensas,
pero no sucede lo mismo en cuanto a su bibliografía—al menos comparándolo con la magnitud que para muchos de nosotros tuvo
el RRV en nuestras vidas—. Hoy, y en la siguiente entrega de este club
de lectura de verano, vamos a intentar hacer un somero repaso (no están todos
los que son pero son todos los que están, etc.) a los libros que de una u otra
manera, desde la biografía, el ensayo o la ficción, se han acercado a este fenómeno.
Hertzainak, la confesión radikal
Una de
los primeras obras dedicadas a grupos del rock radikal fue esta biografía oral
que publicaron a mediados de los 90 Pedro Espinosa y Elena López y que se
reeditó veinte años después por la editorial Pepitas de Calabaza, con nuevas
fotos y testimonios, ilustraciones, y con un apéndice final en el que aparece
todo el cancionero de la banda. Hertzainak fue un grupo clave dentro del RRV, que
quizás no tuvo el tirón que han tenido o han mantenido con el paso del tiempo
otros como Kortatu, Eskorbuto o Barricada, pero que fue pionero y en el que
estaba contenida toda aquella explosión de furia y creatividad. Ellos fueron,
por ejemplo, quienes volcaron por primera vez al euskara el punk y el ska. Eran
—puestos a usar etiquetas manidas— los The Clash vascos. Alrededor de Hertzainak
se gestaron las procesiones ateas de Vitoria, las radios libres, el Euskadi
Tropical… Herztainak era una especie de colectivo, un planeta alrededor del
cual giraba otros satélites, otros grupos como Cicatriz, Potato (grupo al que
pertenecían los autores de Hertzainak, la confesión radikal),
Ruper Ordorika, Karra Elejalde —que escribió alguna de las letras de
Hertzainak—, Gamma, el cantante original de la banda, que con el tiempo
acabaría siendo el escritor Xabier Montoia… Un grupo, en definitiva, que
aglutinaba muy bien todo el espíritu rebelde, festivo y combativo de la época y
que se recoge muy bien en este libro, con ese formato de biografía oral, es
decir, en el que no hay un narrador sino que aparecen diferentes personas que
han tenido relación con la banda y que van contando sus vivencias y recuerdos
relacionados con ella.
Eternas cicatrices
Una de las autoras de Hertzainak, la confesión radikal, Elena López, lo es también de otro libro pionero, Del txistu a la telecaster, uno de los que abrió el camino en cuanto a un estudio, un recuento, una crónica del rock vasco, que se antojaba de todos modos inabarcable, a pesar de las referencias a decenas de grupos. Quizás los que más presencia tienen en estas páginas son Cicatriz, de hecho el título está extraído de unas declaraciones de Natxo, el cantante del grupo, en las que decía que ellos aspiraban a sustituir el txistu y el tamboril por la telecaster (un modelo de guitarra eléctrica).
Y por seguir el hilo, Cicatriz también tiene su propia biografía, Eternas cicatrices, esta más reciente, de 2016, pero tras la que está el trabajo de toda una vida por parte del autor, Juan Carlos Azkoitia, un fanático de la banda que ha dedicado dos décadas de su vida a escribir este libro, en el que recoge la trayectoria de seguramente el grupo más salvaje de Euskal Herria (recordemos que se formó en un pabellón psiquiátrico o que prácticamente todos sus miembros murieron como consecuencia de las drogas). Cicatriz, después de todo, encarnan la crónica de una década, los 80, y de una juventud que pasó por ella como un ciclón, arrasando con todo y a menudo consigo mismos: heroína, botes de humo, delincuencia… Una juventud inconformista y autodestructiva que, desde luego, no recorrió de puntillas ni mirando para otro lado la época, difícil, convulsa, cambiante que le tocó vivir.
Eternas cicatrices adopta igualmente el patrón narrativo de la biografía oral (aunque recoge además una especie de memorias inconclusas de Natxo Cicatriz) y por sus páginas vemos desfilar, entre otros muchos, a otro de los capos del rock radikal: el comandante Muguruza, de cuyas andanzas en diferentes grupos, como Kortatu o Negu Gorriak , también se han recogido testimonio en algunos libros.
Kortatu
y las pegatinas de los bares
El estado de las cosas. Kortatu. Lucha, fiesta y guerra sucia (2013) fue escrito por los periodistas Roberto Herreros e Isidro López, dentro de una colección llamada Cara B que publicó durante una temporada la editorial Lengua de Trapo, en la que se analizaban discos significativos de diferentes grupos (por ejemplo, el Omega de Morente y Lagartija Nick; o, en el caso de Kortatu, El estado de las cosas, el último del grupo en castellano). Más allá de lo musical, este libro es también un análisis del contexto social y político en el que se compuso el disco, e incluso de las claves que hicieron que surgiera el propio rock radikal vasco. Bernardo Atxaga describe en el prólogo, de una manera muy visual, lo que fue aquella época, resumida en la imagen de algunos bares con las paredes llenas de pegatinas de todo tipo: ecologistas, feministas, presos, radios libres, gaztetxes… “Un maremágnum de cosas y —como escribe el propio Atxaga— afectando a todo, marcándolo todo, la violencia”.
Hay algún otro libro más referido a Kortatu, o, mejor dicho, en este caso a Negu Gorriak, como es Ideia Zabaldu Tour 95, en el que la autora, Garbiñe Ubeda, hace la crónica de una gira del grupo por Europa.
Eskorbuto, demasiados enemigos
Otro de los grupos que ha generado abundante literatura es Eskorbuto (y todo indica que la seguirán generando, a juzgar por la proliferación de pintadas con el nombre del grupo que todavía siguen descosiendo las paredes de muchos barrios y que no creemos que esté haciéndolas alguien de sesenta años). Eskorbuto es, de hecho, quizás el grupo que con el paso del tiempo va adquiriendo más categoría de leyenda, hasta tal punto que, en efecto, la mayoría de sus seguidores son jóvenes que no los conocieron en vida y que nunca estuvieron en ninguno de sus conciertos (Eskorbuto, además, no se prodigaron mucho). Buena muestra del interés que desata la banda son el documental Generación Anti Todo (2018), de Iñigo Cobo, o la anunciada película de ficción Demasiados enemigos de Aitor Gutiérrez que producirá Alex de la Iglesia.
En cuanto a la literatura, el primer libro dedicado a Eskorbuto, después de algunos fanzines y dossieres o del propio periódico que el grupo editó en su maqueta Ya no quedan más cojones, Eskorbuto a las elecciones, fue seguramente Historia Triste, de Diego Cerdán, una biografía bastante completa del grupo, que incluía algunas memorias del propio Iosu Expósito, todas las letras de las canciones, recuerdos de personas que estuvieron próximas a ellos —Fermín Muguruza, Roberto Mosso…—, fotos inéditas o artículos periodísticos de algunos de quienes más y mejor han escrito sobre el rock radikal: Pablo Cabeza, Josu Arteaga, Óscar Beorlegui…
Historia triste se publicó en 2001 y posteriormente aparecerían más biografías, como parafraseando una de las canciones del grupo, Rock y violencia, de Roberto Ortega, que se publicó en tres tomos, o más recientemente La mejor banda del mundo, de Anjel Landa y Crisóstomo Amezaga, un libro que está a caballo entre la biografía y la novela y que además tiene la particularidad de que Amezaga es el fundador de una de las compañías discográficas por las que anduvieron deambulando Eskorbuto: Discos Suicidas; es decir, que los conoció de primera mano y tuvo que sufrirlos, porque los Eskorbuto no se andaban con chiquitas y, por ejemplo, entraron en una ocasión en las oficinas de la casa discográfica para llevarse por la fuerza el máster de uno de sus discos y venderlo a otra compañía.
Recuerdo que la primera vez que terminé de leer Las ratas, una de las novelas fundamentales de Miguel Delibes, de quien este año se celebra el centenario de su nacimiento, volví a la primera página y empecé de nuevo el libro. Yo era un niño raro, lector, lo cual agradezco, porque eso me ha permitido juntarme, como hacen las trayectorias de las balas perdidas, con otros niños raros como yo, y así, hace apenas unos meses, Kutxi Romero, el cantante de Marea, lector voraz y por tanto niño rarísimo, me confesó que a él le había sucedido lo mismo con esta novela. Hay libros que deseas que nunca terminen (del mismo modo que hay libros que deseas que terminen en la segunda línea, lo malo es que por lo general estos suelen tener más de seiscientas páginas y vienen prescritos por agentes comerciales que se hacen pasar por críticos literarios; pero me estoy desviando); hay libros que deseas que nunca terminen, decía, ni siquiera aunque te obliguen a leerlos, como, de hecho, me sucedió con Las ratas o con otros de aquellos, como el Lazarillo de Tormes, La perla, de John Steinbeck, Rebeldes, de Susan E. Hinton o El misterio de la cripta embrujada, de Eduardo Mendoza, que conformaban nuestras lecturas en las clases de literatura de la escuela o el instituto.
My
tailor is rich
Hay quien dice que la vocación lectora se trunca a menudo
por obligar a los niños y a los adolescentes a leer obras “difíciles” para su
edad, pero a nadie le parece mal que los chavales tengan que aprender inglés o
a hacer raíces cuadradas. El resultado suele ser que las lecturas obligatorias
se rebajan al nivel de un chimpancé o de un crítico literario/agente comercial,
lo cual es absurdo, del mismo modo que los profesores de matemáticas no se limitan
a mandar a sus alumnos sumas y problemas de trenes hasta que pueden librarse de
la asignatura ni los profesores de inglés se pasan años haciéndoles repetir Good morning o My tailor is rich. Hace
apenas unos días, por ejemplo, volví a leer Las
ratas, de Miguel Delibes, y me
sorprendió algo que, probable y paradójicamente, en aquellas primeras lecturas,
me hubiera pasado desapercibido: la riqueza de su vocabulario. Entonces,
supongo, lo que me atrapó fue la figura del niño cazador de ratas, de aquel niño
sabio que se mantenía intacto, puro, en mitad de una naturaleza y una sociedad
hostiles; o la de El Ratero, que se aferraba a un modo de vida que moría y se
resistía a abandonar su cueva (Las ratas
es, entre otras muchas cosas, la historia de un intento de desahucio, una lucha
desigual entre el poder y el individuo); o esas escenas sórdidas que Delibes
como nadie sabe dibujar con trazos, por el contrario, limpios y claros, como la
de Simeona, pidiendo al Nini que la humille, que le escupa… Hoy en día, supongo,
se sacrificaría todo ello porque Delibes lo cuenta escribiendo palabras como
relejes o cachaba que los niños no van a entender, por mucho que para eso estén
los diccionarios, del mismo modo que para lo otro están las calculadoras o los
diccionarios de inglés.
Un
mundo que agoniza
No se puede negar, en todo caso, que Miguel Delibes escribía hace ya más de medio siglo (Las ratas se publicó en 1962) sobre un mundo, el rural, que agonizaba y junto con él las palabras que lo contaban. Tengo la impresión, en ese sentido, de que Delibes es un escritor que ha envejecido mal, o, más bien, al que se ha llevado al asilo y ya apenas nadie va a visitar. Todo eso se habría solucionado, tal vez, si le hubieran dado, como merecía, el Premio Nobel (tal vez no se lo dieron porque no tenía otras habilidades, como absorber dos litros de agua por el culo). La obra de Delibes es, sin embargo, larga y variada y junto a sus novelas rurales hay otras que transcurren en el medio urbano, que nos hablan de un mundo que, en lugar de agonizar, empieza a conformarse y de las dificultades de los desplazados o recién llegados al mismo.
Entre ellas, se cuenta por ejemplo otra de las joyas del
escritor vallisoletano: El príncipe
destronado. El pequeño protagonista de esta novela, Quico, un niño de tres
años, es, en efecto, otro desplazado: su hermana acaba de nacer y de llegar a
una casa en la que, hasta ese momento, él era el centro de atención, atención
que Quico trata de recuperar a toda
costa. La gracia del libro, como la de todos los libros, es el punto de vista,
que en esta ocasión es la de este pequeño príncipe destronado, quien desde su
mirada inocente (y a veces no tanto) eleva la historia a una mirada sobre las
relaciones matrimoniales o sobre la posguerra española, sus vencedores y
vencidos.
En El príncipe destronado refulge, tal vez como en ninguna de las novelas de Delibes, uno de sus registros que a menudo se obvian (seguramente eclipsado por la fatalidad y la profunda impotencia y tristeza de otras obras como Los santos inocentes): el humor, desperdigado en realidad por toda su obra, también en algunas escenas de Las ratas, como aquella en la que el Nini se venga de un desaire vertiendo gasolina en un pozo y haciendo creer a sus propietarios que bajo sus pies tienen un yacimiento de petróleo; o en otra de sus novelas menos conocidas, Las guerras de nuestros antepasados, en la que el protagonista, un recluso condenado por homicidio, responde al nombre de Pacífico.
Delibes
y el cine
El príncipe destronado, al igual que varias de las novelas de Delibes, fue llevada al cine por Antonio Mercero, con el angelical niño Lolo Rico interpretando a Quico; Antonio Giménez-Rico haría lo propio con Las ratas en 1997. Y existen además adaptaciones de El disputado voto del señor Cayo, Mi idolatrado hijo Sisí (bajo el título Retrato de familia, en donde podemos ver a un bisoño Miguel Bosé), El camino… Aunque, sin duda, entre todas las adaptaciones fue la de Los santos inocentes de Mario Camus la más aclamada (¿quién no recuerda a Paco Rabal repitiendo aquello de “¡Milana bonita! u orinándose en las manos para curar sus heridas; o al pamplonés Alfredo Landa haciendo de perro humano; ambos recibieron ex aequo el premio a la mejor interpretación masculina en Cannes).
Tampoco el teatro ha sido ajeno a la literatura de Miguel Delibes y sus Cinco horas con Mario podrían convertirse en el caso de la actriz Lola Herrera en Cinco décadas con Mario, pues lleva años representando este monólogo, en diferentes etapas, desde su estreno en 1979.Cualquiera de estas adaptaciones serían, seguramente, hoy más provechosas en una clase de literatura que la lectura de uno de esos libros tontines para que los escolares no abominen de la literatura, esa literatura que algunos niños raros comenzamos a amar con las novelas de Miguel Delibes.
Publicado en semanario ON con diarios de Grupo Noticias (04/07/20)
Para mi sorpresa y estupefacción, hace unos meses cuando comentamos en un club de lectura La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, uno de los universalmente reconocidos clásicos de la literatura de humor, a la mayoría de los participantes el libro no les hizo ninguna gracia e Ignatius J. Reylli, su estrambótico protagonista —esto es más comprensible—, les resultó un personaje repulsivo. Sin embargo, conforme a lo largo de la tertulia fuimos recordando algunas de sus peripecias las carcajadas comenzaron a escaparse con la misma libertad que Ignatius abre su válvula pilórica y deja fluir en cualquier circunstancia y lugar sonoros regüeldos.
Hacer reír por medio de la literatura es ciertamente una misión complicada. A no ser que se consiga sin pretenderlo, cosa que a mí me pasa mucho con ciertos best-sellers cuyas fajas, adornadas con calificativos disuasorios como “Trepidante”, “Imprescindible”, “Fenómeno literario”, en realidad no hacen sino disimular la fofez e inconsistencia de esas obras. Pero no nos desviemos con apreciaciones personales. La cuestión es que los libros humorísticos parten a menudo con una clara desventaja, y es ese valor casi sagrado que se le otorga a menudo a la literatura. ¿Para qué va a perder uno el tiempo con un libro de chistecitos cuando hay cientos de novelas que te conmocionarán, harán temblar los cimientos de nuestra sociedad, cambiarán tu vida?
Long-seller Bueno, lo cierto es que a miles de personas en todo el mundo La conjura de los necios también les cambió la vida. Existe una legión de devotos y reincidentes lectores que han convertido la obra en un long-seller, es decir, un éxito prolongado en el tiempo —de hecho Anagrama, la editorial que la publica en España sigue vendiendo un buen número de ejemplares casi cuarenta años después de su primera edición—, que la conmemoran en celebraciones como el Ignatius day convocado en Madrid en 2015, o que se disfrazan cada año en la cuna del autor y escenario de la novela, Nueva Orleans, de alguno de sus personajes, como el Patrullero Mancuso, a quien también rindió tributo un grupo de rock español adoptando su nombre, del mismo modo que Fernando Arrabal, quien podría figurar como uno de los personajes de la novela, subtituló Homenaje a La conjura de los necios su obra de teatro Tormentos y delicias de la carne.
Al autor de La conjura de los necios, por su parte, más que cambiarle la vida, su novela se la arrebató, pues se suicidaría once años antes de que esta viera la luz en 1980, convencido de que había escrito una obra maestra y de que, sin embargo, esta pasaría desapercibida.
Una historia tristísima Esta novela que tantas risas ha desatado arrastra consigo, por tanto, una historia tristísima —como tantas otras, por otra parte: ¿cuántas grandes novelas dormirán el sueño eterno en cajones, junto a pilas de notas de rechazo, mientras Alfonso Ussía publica un libro tras otro?— ; una historia tristísima, en la que resplandece a la vez una luz de tenacidad y justicia poética. Fue Thelma Toole, la madre de Jhon Kennedy Toole, quien finalmente conseguiría que La conjura de los necios se publicara después de llamar a la puerta de una decena de editoriales, algunas de las cuales, dirigidas por una suerte de Nostradamus a la inversa las rechazaron con el siguiente argumento: “Tiene estilo literario, pero las novelas cómicas no se venden”. Otras ni siquiera dieron acuse de recibo.
Finalmente, Thelma asaltó en una conferencia al escritor Walker Percy, antes quien se presentó, cual todopoderosa agente literaria, vestida de dama sureña y haciendo pasar por su chófer a su propio hermano. El escritor, caballeroso, recogió el manuscrito, aunque sin demasiado entusiasmo, pero su mujer, que sí sintió curiosidad por la obra y se descacharró con ella, le animó a leerla. Y a partir de entonces, todo vino rodado: Percey consiguió que se publicaran sus dos primeros capítulos de la novela en una revista literaria, apareció al poco completa en una pequeña editorial, obtuvo el Premio Pulitzer al año siguiente…
Es innegable que a este, ahora sí, meteórico éxito, contribuyeron paradójicamente las circunstancias que antes se lo negaron: la madre coraje que hace justicia al genio muerto e incomprendido, el suicidio de este, los incomprensibles y burriciegos rechazos editoriales… En este punto es conveniente aclarar, eso sí, que en realidad Jhon Kennedy Toole no sufrió tales rechazos, pues a lo largo de su vida tan solo ofreció a un editor su novela, que nunca se negó a su publicación sino que fue dilatando la misma con interminables correcciones, sugerencias, reproches… Hay quien dice incluso que en realidad no está claro que el suicidio de Toole se debiera a la desazón por esa espera y esa falta de confianza de su editor, y en su muerte confluyeran otras tribulaciones personales, pero eso nunca lo sabremos, pues el escritor se llevó el secreto a la tumba, entre otras cosas porque su sobreprotectora madre destruyó la nota de despedida que él dejó.
La relación entre Toole y su madre tiene su reflejo —aunque sea, evidentemente, deformado por el esperpento— en la que mantiene el protagonista con su progenitora en la novela, y, naturalmente, en La conjura de los necios encontramos ecos biográficos. Por ejemplo, al igual que Ignatius, el autor trabajó en una fábrica textil y, aunque de modo puntual, vendiendo comida en un carro callejero, si bien la mayor parte de su vida se ganó esta como profesor universitario. A esto último le debe seguramente Ignatius su logorrea académica o su devoción por Boecio. Pero, en realidad, tal y como confesó el escritor, el personaje de Ignatius está inspirado en un amigo suyo al que describe de este modo: “El bigote, el sobrepeso, alto, torpe, adoraba los perritos calientes, estaba obsesionado con la filosofía medieval, era un intelectual pero al mismo tiempo tenía un punto grotesco: era conocido por tirarse pedos en público”.
Bueno, igual tan amigos no eran.
La conjura de los necios y el gafe del cine La conjura de los necios, por lo demás, está conjurada en lo que respecta a sus adaptaciones para el cine. Hasta tres veces intentó llevarla a la gran pantalla el director Harold Ramis, pero en todas ellas los actores que iban a encarnar a Ignatius —entre ellos John Belussi, el granuja a todo ritmo de los Blues Brothers— fallecieron cuando el guión estaba en sus mesillas de noche, en dos de los tres casos junto a abundantes dosis de speedball, eso también.
Y hablando de finales abruptos, estamos acercándonos al de este artículo y aún no hemos contado de qué va el libro. En realidad, se podría decir, y es algo que se le ha achacado a menudo, no va de nada, es un libro en el que no pasa nada, si atendemos a los estándares de lo que debe ser hoy en día una novela de éxito: no hay crímenes ni romanos ni escenas de sexo torrencial… Y precisamente como no pasa nada de eso, pasa de todo, o es más sencillo detenerse, arrimar a los extravagantes personajes esa lupa que nos revela que de cerca todos somos raros. La conjura de los necios es, en fin, una novela picaresca, rabelesiana, una sátira bajo la cual discurre una crítica feroz y amable —el personaje de Ignatius tiene en su singularidad algo de muñeco de ventriloquía, con bulo para poder arremeter contra todo: el capitalismo, el comunismo, el sueño americano…—. Pero lo mejor, por supuesto, es que sean ustedes quien lo descubran, quienes tengan la osadía de enfrentarse a una obra que, es cierto, tiene tantos seguidores como detractores, a los últimos de los cuales, como hemos dicho, las peripecias de Ignatius, del Patrullero Mancuso, de la señorita Trixie… no les hacen la más mínima gracia. Hay que arriesgarse, no obstante. A veces reírse, y hacer reír —y si es con un libro ya ni les cuento— exige mucho sacrificio, del mismo modo que para ser un holgazán, como Ignatius, hay que trabajar duro. En eso está la gracia.