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Club de lectura de verano 2022

Ago 29, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

RÉQUIEM POR UN CAMPESINO ESPAÑOL, de Ramón J. Sender

Biografia de Ramón J. Sender

Me temo que la novela de la que nos ocupamos esta semana, seguramente la más conocida de Ramón J. Sender, el popular autor oscense, hoy en día sería desechada sin contemplaciones por la mayor parte de editores y agentes literarios. La considerarían demasiado corta, con unas hechuras escuchimizadas para competir en estanterías y escaparates con los aplastantes best-sellers, con las musculosas novelas de romanos o de policías o con los tochos firmados por presentadoras de televisión, cocineros o directores de la Oficina del Español. Y además, ¿a qué precio vendes un libro tan delgadito para que sea rentable económicamente? Eso te dirían. O en otras palabras: donde estén destacadas contribuyentes al mundo de la literatura como Paz Padilla que se quiten los equivalentes actuales de El viejo y el mar, de Hemingway, La Perla, de John Steinbeck, Seda, de Baricco, El balneario, de Carmen Martín Gaite, etc.

Una anatomía perfecta
Réquiem por un campesino español tiene cincuenta o sesenta páginas. En la mayoría de sus ediciones ocupan más los estudios introductorios que la propia novela. En realidad, podríamos decir que es más bien una novela corta, o un cuento largo, o que está en tierra de nadie, a medio camino entre ambas cosas. Da lo mismo. La novela tiene la extensión que necesita, ni más ni menos. La que le pide el cuerpo, que para eso su anatomía literaria es perfecta.

Publicada en 1953, apareció por primera vez en México con el título de Mosén Millán, uno de los protagonistas principales de la obra. El otro es el joven Paco el del molino, cuya misa de réquiem aguarda para celebrar Mosén Millán en una iglesia vacía, a la que solo acudirán quienes propiciaron un año atrás la detención y posterior fusilamiento del mozo en el pequeño pueblo en que transcurre la acción. Durante esa tensa espera el cura rememora la vida de Paco, que ha crecido a las faldas de su sotana, ha sido de niño su monaguillo, a quien ha casado, al que ha intentado hacer desistir cuando se ha enfrentado a los señoritos y terratenientes del pueblo, a quien finalmente ha visto morir, o, mejor dicho, ser asesinado, después de que él mismo lo haya delatado… 

Un trágico final que de manera paralela a los recuerdos de Mosén Millán se anticipa en el romance popular, las coplas que va intercalando en la narración el monaguillo que asiste al cura en la misa de réquiem y que dibujan la figura del héroe, Paco el del molino, y su muerte digna, fiel a sus principios, frente al silencio, la pasividad y la falta de arrepentimiento del sacerdote, como símbolo del papel cómplice de la Iglesia durante el golpe militar. 

Réquiem por un campesino español by Ramón J. Sender

La complejidad de lo sencillo
Esos diferentes planos desde los que se nos cuenta la historia se sobreponen de una manera prodigiosa. Sender nos hace pasar de uno a otro sin que se note el cambio de marcha, del mismo modo que con una facilidad pasmosa es capaz de en apenas unas páginas, con solo algún detalle —por ejemplo, una frase puesta en boca de alguno de los personajes: “En Madrid pintan bastos”— resumir los acontecimientos políticos que sacuden a España: la llegada de la República, la colectivización de las tierras, la reacción fascista, las delaciones, las detenciones y ejecuciones… Una transición que recuerda a esa emocionante escena de Up, la película de dibujos animados, en la que en apenas uno o dos minutos vemos pasar ante nuestros ojos toda la vida de Carl Fredricksen, el anciano vendedor de globos.  

La aparente sencillez con que narra Sénder se apoya, no obstante en un dominio de complejos recursos literarios como el mencionado antes, la intercalación, a modo de cantar de gesta, del romance en boca del monaguillo, o la presencia de una especie de coro griego que en la novela forman quienes acuden al “carasol”, ese mentidero en el que todo cuanto acontece en el pueblo adquiere resonancia, se transmite como a través de un teléfono roto o para el caso una red social de hoy en día, magnificándose, deformándose, manipulándose y asentando como verdad lo que a menudo es pura patraña. En ese carasol, además, nos encontramos con la Jerónima, un personaje cómico —o tragicómico, más bien— y asalvajado, cuyas intervenciones contribuyen a rebajar la tensión dramática: “Soltera, pero con llave en la gatera”, se define, por ejemplo, a sí misma.

Libre e indomable
Y está además el uso de símbolos y alegorías: el potro de Paco, entrando triunfante en la iglesia y paseándose libre e indomable ante Mosén Millán y los terratenientes; el coche del oportunista don Cástulo, que sirve tanto para transportar al joven campesino a su viaje de novios como para llevarlo al paredón; los acompañantes de Paco en el momento de su asesinato, que recuerdan a los dos ladrones que flanquean a Cristo en la cruz… 

No es esta última la única ocasión en que se contrapone la figura del joven, como una representación de los auténticos valores del cristianismo, a los de la iglesia, como institución posicionada a favor del poderoso y enemiga de los pobres. De hecho, los valores morales de Paco, sus anhelos de justicia social y su preocupación por los desfavorecidos, se despiertan cuando siendo monaguillo acompaña a Mosén Millán para dar una extremaunción hasta unas humildes cuevas del pueblo cuya miseria impresiona al muchacho, mientras deja indiferente, por el contrario, al sacerdote. 

Artefacto literario
Tal vez por todo ello, por no arrebatarle al verdadero héroe de la novela su merecido protagonismo, Sender desplaza finalmente del título original a Mosén Millán, a pesar de que la figura de este sea el eje alrededor del cual gira la obra, y la misma será finalmente nombrada como todos la conocemos hoy en día, Réquiem por un campesino español, un título con un eco mucho más épico, al que, por buscarle un inconveniente, habría que reprochar que de todos modos el tono en que es narrada la novela está alejado de toda solemnidad y la lectura de la misma resulta en todo momento deliciosa y nos conduce con una naturalidad en el fondo terrible al corazón de la tragedia.  Réquiem por un campesino español fue llevada al cine en 1985 por Francesc Betriu, con un reparto de lujo (Antonio Banderas, Fernando Fernán Gómez, Antonio Ferrandis…, incluso Labordeta se cuela en el reparto, interpretando al pregonero), que, sin embargo, se encuentra con la desventaja insuperable de tener que competir con el libro, un artefacto literario perfecto,  a pesar de su longitud, o que precisamente se vuelve todavía más valiosa por ello, y convierte a esta novela de Ramón J. Sender en una pequeña obra maestra. 

Club de lectura de verano 2022

Ago 23, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

NARRACIONES EXTRAORDINARIAS, de Edgar Allan Poe

Edgar Allan Poe - Wikipedia, la enciclopedia libre

Si existe algún escritor que se pueda considerar un icono pop es desde luego Edgar Allan Poe. Hay camisetas, tazas, bolsos con su rostro estampado —y eso que guapo, lo que se dice guapo, no era— y, como veremos más adelante, es posible encontrar reminiscencias de sus obras en infinidad de canciones, películas, cómics, series de televisión…

Puede que muchos de quienes llevan camisetas de los Ramones no sean capaces de tararear ninguna de sus canciones, pero en el caso de Poe, sus cuentos y poemas (El cuervo, Los crímenes de la calle Morgue, Annabel Lee, El corazón delator, El gato negro…), una vez leídos, no se despegan ni con agua hirviendo de nuestra memoria ni de las entretelas de nuestro tembloroso corazón… A ello contribuyen varias cosas: el uso de imágenes poderosas (por poner un ejemplo, una gran cuchilla balanceándose y descendiendo en cada vaivén sobre el pecho de un hombre amarrado al suelo, en El Pozo y el péndulo, relato que, por cierto, transcurre en una mazmorra de la inquisición en Toledo), la impresionante capacidad del autor para crear atmósferas (las claustrofóbicas catacumbas de El barril de amontillado) o el magistral uso psicológico del ritmo y el lenguaje (el latido creciente y enloquecedor de El corazón delator, o el estribillo incesante de El cuervonevermore, nevermore— cuya traducción al español se la debemos a uno de los más ilustres “poélogos”: Julio Cortazar)…

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Espeluznos y terrores atávicos
En la literatura de Poe hay algo que interfiere de una manera casi eléctrica con nuestro cerebro. Tal vez tenga que ver con la presencia en sus obras de elementos que apelan a nuestros espeluznos y terrores más atávicos. Son recurrentes, por ejemplo, las escenas de enterramientos o emparedamientos en vida (en tres de los cuentos que ya hemos mencionado: El gato negro, El corazón delator o El barril de amontillado); el temor a enloquecer o la consciencia de estar haciéndolo; la aparición de seres o entes de naturaleza desconocida; la existencia de un doble o un doppelgänger que usurpa nuestra personalidad…

Pero no se trata solo de eso, sino, sobre todo, del modo en que Poe maneja todos esos materiales, se desliza sobre los surcos de la mente de sus protagonistas, desciende a los precipicios de sus almas o convierte estas, sus cerebros y sus corazones, en los nuestros propios. De eso y de la manera en que Poe concibe el género del relato, como un organismo vivo en el que cada palabra, cada frase es una víscera sin la cual las demás no funcionarían, todo el conjunto estaría tullido, cojearía, perdería el equilibrio, se estrellaría, dejaría de respirar…

Crímenes y detectives
En cuanto a Narraciones extraordinarias, en realidad no es un libro que fuera publicado como tal mientras Edgar Allan Poe estuvo vivo, sino un título que se repite en diferentes antologías posteriores, sin que los relatos de las mismas siempre coincidan. Y es también un título redundante, que, por una parte, alude a la temática común de los cuentos, y, por otra, a la calidad de los mismos, pues los cuentos de Poe siempre son, efectivamente, extraordinarios.

Por lo demás, Poe no solo escribió cuentos de terror, que son los que tienden a compilarse en las diferentes ediciones de Narraciones extraordinarias, también firmó relatos de ciencia ficción, de humor, de misterio… Y así, en estas antologías no suele fallar uno de los relatos más famosos del escritor, Los crímenes de la calle Morgue, un cuento de detectives; o mejor dicho, tal vez el primer relato de detectives; o mejor mejor dicho, seguramente el primer relato de un tipo de relatos de detectives: los crímenes de habitación cerrada que se resuelven por un método racional o deductivo y que encontrarán continuidad en el Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, la Miss Marple de Agatha Christie, o su émula televisiva la ceniza Jessica Fletcher, que allá donde va aparece un muerto. Personalmente tengo un anécdota con este cuento, que leí durante un viaje a París en el que me alojé en un hotel de la calle Lamartine, la cual apareció sorpresivamente citada en el relato (es decir, lo leí sobre el terreno). Esa casualidad me provocó un escalofrío, como si yo estuviera dentro del relato. Y esa noche, claro, soñé con gorilas.

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Aunque hablando de estar dentro de un cuento de Poe, él mismo parece haber ideado el misterioso y novelesco final de su vida: fue hallado por las calles de Baltimore delirando, con ropas que no le pertenecían, tras haber pasado unos días en paradero desconocido. Murió en un hospital días después, repitiendo su propio nevermore, el nombre de un tal Reynolds, de quien nunca se ha sabido a ciencia cierta si era el nombre del explorador que inspiró uno de sus personajes (el de su única novela, La narración de Arthur Gordom Pym) o tal vez uno de los agentes electorales que reclutaban en los bares a incautos dispuestos a votar repetida y fraudulentamente a cambio de unos tragos. A Poe, al parecer, beber le afectaba de una manera extraordinariamente rauda y perjudicial y se ha especulado, respecto a su desaparición, con el delirium tremens y la posterior muerte por alcoholismo.

El Poe pop
Hemos dejado para el final lo referido a la influencia de la obra y el universo de Poe en otras expresiones artísticas o en la cultura pop. Más allá de su repercusión en la propia literatura, desde los simbolistas franceses, pasando, como hemos visto, por la literatura de misterio o policial hasta la ciencia ficción (Julio Verne escribió una secuela de La narración de Arthur Gordon Pym titulada La esfinge de los hielos), más allá de eso, hay cientos de películas y series inspiradas en relatos y poemas de Edgar Allan Poe: La caída de la casa Usher (1929), de Jean Epstein; El cuervo (1935), de Lew Landers, con Bela Lugosi y Boris Karloff; Historias de terror (1962), de Roger Corman, con Vincent Price (el actor de películas de terror de bajo presupuesto que también puso la cavernosa voz en el Thriller de Michael Jackson); o algunas de las Historias para no dormir de Narciso Ibañez Serrador (quien escribió el prólogo de una de las numerosas ediciones de Narraciones extraordinarias), por citar solo algunas.

En cuanto a la música, el rostro de Edgar Allan Poe es uno de los que aparecen en la portada del famoso disco Sargent Pepper’s de los Beatles (cada miembro del grupo debía elegir a varios personajes y fue John Lennon quien incluyó al escritor), aparte de que también es citado en una canción de otro disco del conjunto británico: I am the Walrus. Además, una de las mejores canciones de Bob Dylan, Just like Tom Thumb’s Blues, está en parte inspirada en Los crímenes de la calle Morgue, al igualque el tema Murders in the rue Morgue de Iron Maiden. Y, en castellano, están por supuesto la adaptación del poema Annabel Lee que hizo Radio Futura en la canción homónima, y la Trova de Edgardo de Silvio Rodríguez.

Por último, Los Simpson homenajearon al escritor en uno de sus capítulos, La casa del árbol del terror, una adaptación sui generis de El cuervo en la que Bart es el cuervo, Marge es Leonor y Homer Simpson interpreta al poeta, en cuyo caso no sé si se puede realmente llamar un homenaje, pero sí lo convierte en la expresión máxima, en la confirmación —más allá de las camisetas, las bolsas o las tazas estampadas— de que Poe es efectivamente un icono pop, cuyo legado permanece y sigue latiendo como el corazón delator de un genio como ha habido pocos en la historia de la literatura universal.

Club de lectura de verano 2022

Ago 13, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

CARNE APALEADA, de Inés Palou

Publicado en magazine On (diarios de Grupo Noticias), 13/08/22

“Cuando la tercera edición de este libro estaba a punto de entrar en máquinas se ha hecho pública la noticia de la muerte de su autora. Inés Palou ha muerto en circunstancias particularmente trágicas y con su desaparición Carne apaleada parece adquirir un sentimiento aún más hondo de testimonio del dolor humano”.

Esa es la nota que se lee en la edición de 1976 de Círculo de lectores de la novela que hoy traemos a este club de lectura, Carne apaleada, una obra testimonial sobre la experiencia carcelaria de la autora. Efectivamente, Inés Palou murió arrollada por un tren, cuyo paso esperó tumbada sobre las vías. Antes, en una carta de despedida a su editor, José Manuel Lara, había dejado escrito: “Le pongo en bandeja de plata el próximo Premio Planeta”, pues al parecer Palou aspiraba al galardón con una obra titulada Operación Dulce. Inés Palou no ganaría el Planeta aquel año (lo hizo Mercedes Salisachs con La gangrena), pese a lo cual Operación Dulce vendió miles de ejemplares, como ya había sucedido anteriormente con su predecesora, Carne apaleada. Inés Palou no era una escritora vocacional ni con pretensiones literarias, pero su corta experiencia en el mundo editorial le había bastado para comprender que el morbo vendía.

9788432021824: Carne apaleada

Cárceles de mujeres
En el caso de Carne apaleada son varias las circunstancias que contribuyeron a ese morbo y en consecuencia al éxito de la novela. En primer lugar, la peripecia vital de la propia autora, una mujer de buena familia, con estudios y un trabajo estable como administrativa, que de manera inesperada, tras realizar una estafa empresarial inducida por su jefe —o al menos eso es lo que ella defiende—, acaba en prisión, inmersa de lleno en el mundo carcelario y delictivo. En segundo lugar, Carne apaleada nos abre las puertas a un universo desconocido, el de las prisiones de mujeres, al que la literatura apenas se había asomado (sí, por el contrario, a las cárceles de hombres, en obras como Papillon, de Henri Charrière o las novelas de Jean Genet). Por último, la novela de Inés Palou aborda otro tema hasta entonces tabú, como es el de las relaciones lésbicas, a través de la historia de amor que la protagonista —Berta, un trasunto nada disimulado de la autora— mantiene con otra presa llamada Senta, a la cual está dedicada la novela. A ella, de manera particular, pero también a todas las compañeras con las que Palou se topa, a las cuales ve entrar y salir de las diferentes prisiones por las que transcurre su periplo carcelario; a esas mujeres  “que no son tan malas como parecen”, apostilla en la dedicatoria.

Y así, en Carne apaleada, además de fugas, traslados, peleas, se nos narran también las historias de estas presas y las circunstancias vitales, económicas y sociales que han determinado su destino. Por las páginas de la novela desfilan ladronas, asesinas (en buena parte de los casos, de sus maridos maltratadores), presas políticas, incluso una hija bastarda de la familia real (o al menos eso es lo que afirma ella y al parecer también los inconfundibles rasgos endogámicos de su borbónico rostro), a todas las cuales Palou siempre retrata de una manera compasiva y solidaria, y reconoce como víctimas de una sociedad y un sistema penitenciario injustos.

Novela de denuncia
De hecho, el propósito final del libro, y así lo subraya la autora en varias ocasiones a lo largo del mismo, es denunciar las condiciones inhumanas de las prisiones y el fracaso del régimen carcelario como medida de rehabilitación y reinserción, que ella misma sufre en su propia y apaleada carne, pues ingresa en prisión sin ningún contacto previo con el mundo del hampa, como consecuencia de un error, un engaño, una mala decisión, y sale de la misma convertida en una delincuente habitual, que acaba reincidiendo de manera inevitable tras cada una de sus puestas en libertad (en la novela se nos narran también esas recaídas, los robos y estafas en joyerías de Berta/Palou, su deambular como fugitiva por diferentes ciudades; un retrato de ambientes criminales que retoma en su siguiente obra, Operación Dulce, en la que relata los pormenores de un atraco a un banco).

Solo la propia Inés Palou sabrá las razones por las que decidió acabar con su vida, pero es probable que le aterrara la idea de no pertenecer a ninguno de esos dos mundos: al mundo carcelario, en cuyo hábitat de todos modos consiguió hacerse respetar y desenvolverse con naturalidad (tal vez incluso ser realmente ella misma o vivir su amor con cierta normalidad); ni al mundo que quedaba al otro lado de las rejas, en el que quienes han estado presos nunca llegan a librarse por completo de sus cadenas.

El astrágalo
Carne apaleada fue llevada al cine en 1978 de la mano de Javier Aguirre, que señaló en la película el trágico final de Inés Palou, interpretada por  Esperanza Roy y acompañada en el reparto, entre otras, por Bárbara Rey en el papel de su amante Senta.

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Aunque para vida de película la de otra escritora, en este caso francesa, con una historia y una novela similar a la de Inés Palou: Albertine Sarrazin, la autora de El astrágalo.

El astrágalo fue publicado unos años antes que Carne apaleada, en 1965, y es probable que contribuyera de alguna manera al éxito de la novela de Inés Palou, pues se convirtió en un best-seller en el país vecino. En la obra se cuenta la vida de Anne (de nuevo un indisimulado alter ego de la autora), una joven de vida corta y turbulenta y final también trágico, aunque a diferencia de Inés Palou sus andanzas al margen de la ley dan los primeros pasos desde que es solo una niña: huésped habitual de reformatorios, violada en uno de ellos cuando solo contaba diez años, se fugaría de otro saltando un muro y fracturándose un hueso del pie —el astrágalo, de ahí el título del libro— y sería recogida por un conductor, un expresidiario (ya es mala pata, nunca mejor dicho) que introduciría a la muchacha en el mundo de la delincuencia organizada y la prostitución… De todo ello —bajos fondos, alcohol, prostíbulos, pero también de su carácter bohemio e indomable— da cuenta Sarrazin tanto en El astrágalo como en La fuga o Diarios de prisión, obras que le otorgan una fama literaria de la que apenas pudo disfrutar, pues murió con solo veintinueve años sobre una mesa de operaciones como consecuencia de una serie de errores médicos agravados por su propio deterioro físico y un precoz alcoholismo. 

Son, en definitiva, El astrágalo y Carne apaleada, dos novelas cuyo valor reside más en lo testimonial que en lo literario, a pesar de lo cual ambas autoras no carecen de cierto e intuitivo don para la narración, a la que aportan frescura, valor, rebeldía y, desde luego, un trazo de verdad y denuncia que solo es posible desde su experiencia personal, trágica, dolorosa, pero a la que, en cierto modo (como si todo lo vivido y padecido tuviera sentido para poder ser escrito), resarce la literatura, una vez más. 

CLUB DE LECTURA DE VERANO 2022

Ago 1, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

LA SENDA DEL PERDEDOR,  de Charles Bukowski

Puede ser una imagen de texto que dice "Charles Bukowsky L senda Círculo del perdedor"
PUBLICADO EN MAGAZINE ON (DIARIOS DE GRUPO NOTICIAS) 30/07/22

Todavía conservo mi primer Bukowski. Es una edición de La senda del perdedor del Círculo de lectores (por cierto, con errata incluida en su portada, pues el apellido del autor aparece escrito como Bukowsky). En mi casa solía ser yo quien elegía los libros del Círculo. El vendedor, que pasaba cada treinta días, traía junto con el libro seleccionado la revista con la oferta para el próximo mes y la ficha para elegir la nueva compra. Esta normalmente permanecía en blanco hasta el momento en que aquel vendedor volvía a tocar el portero automático, con lo cual había que rellenarla a toda prisa en el espacio de tiempo en que “el del Círculo” tardaba en subir las escaleras. “¡Patxi, elige tú!”, me apremiaba entonces mi madre, pues yo era el único que a lo largo de aquel mes se había tomado la molestia de ojear la revista. Aquello tenía una ventaja, y era que las prisas impedían a mi madre supervisar mi elección y desechar lecturas inapropiadas para mi edad. Por entonces tendría trece o catorce años y los de Bukowski no eran precisamente libros juveniles —o tal vez sí—.

Un puñetazo en la mandíbula
Sea como fuere, recuerdo que La senda del perdedor me impactó como un puñetazo en mi mandíbula lectora, desencajando todo lo que yo hasta entonces entendía que era la literatura. Fue —extrapolándolo a la música—  como pasar de escuchar Parchís a los Sex Pistols. Sin transición. De Los Hollister, Julio Verne o El pequeño Nicolás a todos aquellos autores a los que Bukowski abrió la puerta: Henry Miller, Céline, Hubert Selby J., los beats… y John Fante, por supuesto.

“¿Pero se puede escribir así?”, recuerdo que me preguntaba mientras devoraba con ansiedad adolescente las páginas de La senda del perdedor. “¿Se puede hablar del sexo, la masturbación, el alcohol, el acné… —de todo aquello que a un adolescente le preocupaba— de este modo tan desenfadado, tan desabrido y tan divertido al mismo tiempo? ¿Se puede escribir de la misma manera que se lanza un uppercut o un corte de mangas?”

Charles Bukowski: ¿por qué fue llamado el último “poeta maldito”?

La pesadilla americana
Se podía. Bukowski lo hacía en esa novela, que de todos modos probablemente sea su novela más comedida, la menos y a la vez la más bukowskiana, porque en ella está la precuela de todas las demás: Mujeres, Cartero, Factotum… En  las páginas de todas estas novelas —que se publicaron antes que La senda del perdedor— el niño que mira con desconfianza el mundo de los adultos o escucha sus conversaciones escondido debajo de la mesa camilla —de esa magistral manera arranca la novela que nos ocupa— acaba convertido en lo que siempre había sospechado: un fracasado que da tumbos de bar en bar, de pensión en pensión, de un trabajo de mala muerte en otro…

La senda del perdedor, por el contrario, es una novela de iniciación, en la que Bukowski evoca su infancia y su primera y atormentada juventud; una novela en la que ya se advierte que el sueño americano es una pesadilla (hay una escena demoledora en la que durante una fiesta de graduación el protagonista va vaticinando el futuro que aguarda a cada uno de sus compañeros —lavaplatos, basurero, ladrón— mientras los profesores les entregan sus diplomas y peroran sobre la América de las oportunidades y el arcoíris al final del camino de baldosas amarillas); una novela, en fin, en la que se perfila el famoso alter ego del autor, Henry Chinaski, ese perdedor, solitario, borracho, fanfarrón, adicto al sexo y las apuestas de caballos, que odia el mundo y ama la música clásica y que escribe compulsivamente poemas y relatos para desahogar toda su perplejidad, su descreimiento y su ira.

Charles Bukowski Cultura Inquieta6

Algo más que folleteo y borracheras
El mundo de Bukowski/Chinaski, así visto, aparentemente no es muy atractivo —excepto para todos aquellos que mostramos inclinación hacia lo sórdido y hacia la épica del fracaso—, pero hay en su escritura algo hipnótico, un trozo de cristal medio sepultado en un vertedero en el que se refleja el sol de una manera deslumbrante.

Yo desde luego me sentí inmediatamente iluminado por esa luz y comencé a seguirla con devoción, en la biblioteca, donde las fichas de los libros de Bukowski aparecían manoseadas, mucho más que las demás, lo cual me demostraba que había toda una legión secreta de bukowskianos que lo leían a escondidas, pues lo cierto era que, según iría descubriendo, Bukowski era un autor desprestigiado, al que los críticos ignoraban o desdeñaban, como una suerte de escritor de segunda categoría, popular, para adolescentes o pajilleros, del mismo modo que despreciaban a los escritores emergentes en los que la influencia del viejo indecente era obvia, y a los que calificaban de imitadores o epígonos (en realidad calificaban de epígono de Bukowski a cualquier escritor que introdujera en sus novelas escenarios como una fábrica o un bar de barrio; y en realidad si calificaban a esos jóvenes escritores de epígonos era porque reconocían la originalidad de Bukowski). Aquellos críticos, en fin, se fijaban más en el trozo de cristal del vertedero, que consideraban solo la esquirla de una botella rota, que en la luz que desprendía, es decir, la poesía, la belleza y la reflexión sobre la condición humana que a menudo se agazapaba tras el realismo sucio y los relatos de borrachos y folleteo de Bukowski.   

La admiración por Bukowski, por otra parte, se veía irremediablemente contenida por el innegable e hiriente machismo que rezumaban sus historias, que resulta indefendible, si bien, y sin que ello lo justifique, cabe decir que Bukowski no era solo un misógino sino también un misántropo, y que si en sus historias las mujeres a menudo se cosifican o se reducen a trozos de carne, los hombres tampoco salen bien parados, convertidos casi siempre —empezando por el propio Chinaski— en personajes embrutecidos, repulsivos o con el cerebro hecho puré por la batidora de la estupidez humana.

La huella de Bukowski
Todo ello no parece invitar a leer a Bukowski, precisamente, ni a reivindicarlo, pese a lo cual lo considero uno de los autores, sino el que más, que, para bien o para mal, ha dejado su huella literaria con mayor profundidad, casi como una marca de fuego, sobre mi lomo de escritor y lector.

Creo también que es incuestionable la impronta de Charles Bukowski en la literatura de las últimas décadas: su estilo descarado y desmitificador; su poética de lo cotidiano, lo pequeño y lo feo; su humor prevaleciendo sobre la sordidez y el desencanto (el pesimismo de Bukowski era el de un optimista bien informado); su posicionamiento a favor de los perdedores, los invisibles  (“Prefiero oír hablar de un vagabundo norteamericano de hoy que de un dios griego muerto”, escribió), los torpes, los que tropiezan, los que la cagan, los que tienen almorranas, espinillas, sueños que no se van a cumplir, en fin, las personas corrientes…

Por no hablar (bueno, en realidad sí hablaremos de ello) de que leer a Bukowski merece la pena aunque solo sea para descubrir a través de él a John Fante, cuyas maravillosas novelas, como Espera a la primavera, Bandini, fueron rescatadas del olvido como consecuencia del famoso prólogo que un Bukowski convertido ya en una especie de estrella pop de la literatura mundial escribió para una de ellas: Pregúntale al polvo, de la que nos ocuparemos aquí la semana que viene.  

CLUB DE LECTURA DE VERANO 2022

Jul 29, 2022   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

ESPERA A LA PRIMAVERA, BANDINI, DE JOHN FANTE

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PUBLICADO EN MAGAZINE ON (DIARIOS GRUPO NOTICIAS) 06/08/22

No sé si el nombre artístico de Rigoberta Bandini, la vencedora moral de la preselección para Eurovisión, debe algo al alter ego del escritor estadounidense John Fante, autor de la memorable saga protagonizada por Arturo Bandini y compuesta por las novelas Espera a la primavera, Bandini (1938),  Pregúntale al polvo (1939), Sueños de Bunker Hill (1982) y Camino de Los Ángeles (1985), y a la que podría sumarse La hermandad de la uva (1977) si el escritor no hubiera cambiado el nombre a sus protagonistas, aunque estos podrían ser perfectamente Arturo y su padre, Svevo Bandini.

Imagino que sí, que lo de Rigoberta es un homenaje, puesto que este escritor que en ocasiones ha sido calificado, no sé si con mucho tino, como padre o abuelo del realismo sucio, tiene una cofradía de rendidos admiradores que lo convierten en eso que se llama un escritor de culto (un término confuso, porque  hay cultos casi secretos y otros que tienen millones de fieles). No es, en todo caso, la cantante catalana la única artista que rinde tributo con su alias a los libros de Fante, algo más cerca tenemos también a Xabi Bandini, del grupo navarro de rock Kerobia.

¿Brillan las estrellas bajo tierra?
Aunque el primer fan y quien consiguió rescatar del olvido a Fante, tal y como señalábamos en la pasada entrega de este club de lectura, fue Charles Bukowski, que prologó la reedición en 1980 de una de sus dos mejores novelas —junto a esta que comentamos hoy—: Pregúntale al polvo. Bukowski se había convertido por entonces en una rutilante estrella de la literatura underground  (si es que eso es posible: ¿brillan las estrellas bajo tierra?) y todo cuanto tocaban sus dedos, ya fuera poesía, relatos o prólogos se transformaba en mandanga de la buena.

Esto es lo que escribe el viejo Buk sobre John Fante: “Las líneas se encadenaban con soltura  a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia (…). La esencia misma de los renglones daba entidad formal  a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He ahí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan fenomenal como imprevisto”.

Una historia de macarronis
Esas palabras pueden aplicarse de la misma manera a la novela inmediatamente anterior de Fante, Espera a la primavera, Bandini. En ella se nos narran las vicisitudes de una humilde familia italo-norteamericana (macarronis, como se refiere a ellos el autor, que puede hacerlo porque él también es de origen italiano) durante los años de la depresión y en el espacio temporal concreto de un invierno de nieves perpetuas en Colorado, que impiden a Svevo, el padre, trabajar como albañil. A lo largo de las deliciosas —que no ñoñas, están en realidad muy lejos de ser ñoñas— páginas de la novela seguiremos los pasos a los diferentes miembros de la familia, en particular a Svevo y a Arturo, su hijo mayor, un muchacho preadolescente fantasioso y enamoradizo, atormentado unas veces por la religión católica y otras consciente de lo ridículo de algunos aspectos de la misma (cada vez que se confiesa Arturo se quita de encima setenta u ochenta pecados mortales: blasfema constantemente, tiene pensamientos sucios con las chicas, se pelea con sus hermanos, deshonra a menudo a sus padres, a los que odia y culpa por su pobreza e incluso por su origen… Y todo ello porque puede hacerlo, porque puede conmutar esas penas de muerte por dos padrenuestros y un avemaría una vez que el cura borre con su absolución el historial delictivo, como si fuera un palimpsesto).

Svevo, por su parte, el padre, es un albañil borrachín y jugador, asustado por sus responsabilidades familiares y por sus propios sentimientos, los cuales como buen macho italiano debe reprimir (a pesar de lo cual en la novela, tal y como señala Kiko Amat en el prólogo para la compilación de la saga que editó en 2016 Anagrama, los personajes masculinos de Fante lloran mucho, de manera inusual para la época). Un hombre, Svevo, derrotado por la vida que se ve repentinamente deslumbrado por las atenciones de todo tipo que le dedica una viuda ricachona, a cuya mansión él acude a repararle la chimenea.

Dinero quemado
Pero están también los hermanos de Arturo, el pequeño Federico y el santurrón August. Y, por supuesto, María, la madre de la familia, la mujer sufriente y rota que sin embargo es la que saca fuerzas de flaqueza para plantarse en la tienda en la que los Bandini acumulan deudas desde hace tiempo o para arañar los ojos a su marido cuando este le es infiel con la viuda Hildegarde, en una traición que no solo lo es a su matrimonio sino también a su propia dignidad y a su clase social (María reaccionará arrojando los billetes que Svevo lleva a casa al fogón de la cocina).

Espera a la primavera, Bandini utiliza un narrador en tercera persona, pero en las otras novelas de la saga será el pequeño Arturo quien alce el vuelo y narre sus andanzas y sueños de convertirse en escritor en la soleada California, mientras malvive en pensiones de mala muerte, algo que nos recuerda inevitablemente el universo bukowskiano y por lo que se le ha comparado a menudo con él o se le ha colgado esa etiqueta de abuelo o padre del realismo sucio. Bukowski es desde luego deudor de Fante, pero este último arma a sus personajes con una compasión de la que carece el primero. Fante, además, no necesita recurrir a la fanfarronería, a la sobreactuación (con Bukowski el lector debe asumir que el alter ego del autor, Henry Chinaski, es un personaje, casi una caricatura, mientras que Fante consigue que veamos a los suyos como personas de carne y hueso), por no hablar del estilo del escritor macarroni, en el que incluso las palabras malsonantes y las blasfemias están escritas con elegancia, se emplean cuando corresponden, no buscan epatar, o en el que el humor, la ternura y la poesía laten siempre como un corazón bajo la tinta.

De estas otras novelas de la saga es sin duda Pregúntale al polvo la que habría que leer obligatoriamente. Sueños de Bunker Hill, por su parte,fue dictada por un Fante ya octogenario y ciego a su mujer; Camino de Los Ángeles se publicó de manera póstuma;  y ambas, en realidad,  están algo alejadas de la brillantez de los otras dos obras protagonizadas por Arturo Bandini que hemos comentado aquí.  Fante, de hecho, no conoció en vida el éxito como novelista (al contrario que su hijo, Dan Fante, tras una azarosa vida, eso sí), aunque sí fue un reconocido y bien pagado guionista de Hollywood, donde trabajó en películas como La gata negra (Walk on the wild side), la adaptación de la novela de  Nelson Algren.

Fante y Tarzán
Por lo demás, Pregúntale al polvo fue llevada al cine en una película de 2006 titulada Pregúntale al viento (el inexplicable cambio en el título ya vaticinaba que se trataba de una adaptación fallida), con Salma Hayek y Colin Farrell como protagonistas; y Espera a la primavera, Bandini, tuvo también su versión cinematográfica en un film de 1989 en el que Ornella Muti se pone en la piel de María, Joe Mantegna en la de Svevo y Faye Dunaway en la de la viuda Hildegarde.

John Fante moriría en 1983, tras agonizar en un hospital de California al que Bukowski acudió en alguna ocasión a visitarle y rendirle tributo y en cuyos pasillos se escuchaban los alaridos que el actor y campeón olímpico de natación Johnny Weissmüller, ya moribundo, profería creyéndose Tarzán, a quien tantas veces había interpretado en el cine. Una mezcla de realidad y ficción, de confusión entre el personaje y la realidad, que podría haber sido perfectamente un relato de Bukowski o de su maestro John Fante.

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