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En la antología «Cuentos españoles contemporáneos»

Jul 3, 2009   //   by admin   //   Blog  //  4 Comments

Hoy, por pura casualidad (bueno en una de esos egobúsquedas en Google) he descubierto que mi cuento «Los hermanos Dosenuno», fue incluido en el año 90 o 93 (no está muy claro, yo tiro más hacia la segunda fecha, más que nada porque creo que el cuento lo escribí en el 91) en la antología «Cuentos españoles contemporáneos«, de la editorial argentina Colihue. Se trata de una selección de relatos del siglo XX -a partir de 1936- pero lo más sorprendente es que en la nómina figuran Cela, Delibes, Ana María Matute, Ignacio Aldecoa, Juan José Millás, Wenceslao Fernández Flórez… Es increíble ¿no? A mí al menos me lo resulta. Todo parece confabularse, a veces, porque esta noticia me llega casi a la vez que me confirman que el cuento «Ese tocho» será publicado también en breve (en dos o tres semanas) en Argentina (detrás del proyecto andan Mariano Schuster y Néstor Barron).

Esta es la nómina de autores del «Cuentos españoles contemporáneos», con edición de Susana Giglio y Lores Olivato y aquí se puede descargar una edición en PDF y Word.

La Primera Gripe de Adán (Bernardo Atxaga)

Acerca De La Muerte De Bieito (Rafael Dieste)

Navidad Sin Ambiente (Miguel Delibes)

El cuento de nunca acabar (Ofelia Dracs) E

l Niño-Lobo Del Cine Mari (José Mª Merino)

A Modo De Sonata (Alfredo Conde)

La Lengua De Las Mariposas (Manuel Rivas)

El Árbol De Oro (Ana Mª Matute)

El Bonito Crimen Del Carabinero (Camilo José Cela)

El Paraíso Era Un Autobús (Juan José Millás)

El Tren Que No Conduce Nadie (Francisco Garcia Pavón)

¿Cómo Te Quiere Él? (Maruja Torres)

Peor Que La Muerte (Eduardo Vaquerizo)

Televisión Basura (Manuel Vázquez Montalbán)

Con La Técnica De Lovecraft (Joan Perucho)

El Regreso (Rafael Dieste)

El Caracol Del Jardín Misterioso (Raul Torres)

El Inquisidor (Francisco Ayala)

La Confesión (Miguel Angel Mañas)

El Jardín De La Alegría (Francisco Escobar Bravo)

María (Manuel Talens)

El Alma En Pena De Fiz Cotobelo (Wenceslao Fernández Flórez)

Entre El Cielo Y El Mar (Ignacio Aldecoa)

Lenta Es La Luz Del Amanecer En Los Aeropuertos Prohibidos (A. Pereira)

El Caballero (Alvaro Cunqueiro)

La Bondad Del Invierno (Agustin Celis)

Un Curioso Intercambio (Juan José Millas)

El Reincidente (Rafael Sánchez Ferlosio)

Los Chicos (Ana Mª Matute)

Los Límites De La Inocencia (Salvador Company)

Los Hermanos «Dosenuno» (Patxi Irurzun)

Sybil Vane (Carmen Martín Gaite)

Ragnarok en las playas de Ítaca (Rafael Marín)

Modelados En Barro (Alicia Giménez Barlett)

GUíA DEL PERFECTO GAMBERRO SANFERMINERO

Jul 1, 2009   //   by admin   //   Blog  //  5 Comments

Ya solo faltan 5 días para que empiecen las fiestas de mi pueblo: los sanfermines (y uno para que yo cumpla 40 tacos, glup, mañana 2 de julio). Para quienes vayan a acercarse entre el 6 y el 14 de julio a Pamplona, aquí van estas recomendaciones. Por lo demás, en los próximos días probablemente publique un cuento sanferminero inédito, con alguna sorpresa. El reportaje que sigue a continuación lo escribí para Rolling Stone, creo que en 2003, así que no conviene tomarse algunos datos al pie de la letra. Las fotos son de mi amigo el gran Luis Azanza, que me perdone la disposición terrorífica que he hecho en el texto, mis conocimientos técnicos no dan para más.
GUíA DEL PERFECTO GAMBERRO SANFERMINERO

EN PAMPLONA POR SAN FERMÍN… QUE DICE LA CANCIÓN: ESE ES EL LUGAR Y EL MOMENTO ADECUADO PARA CONVERTIRSE EN UN PERFECTO GAMBERRO. PERO NO ES FÁCIL, LA FAMA CUESTA, Y MÁS TODAVÍA LA MALA FAMA, Y ENTRE SER UN PERFECTO GAMBERRO Y UN PERFECTO GILIPOLLAS SÓLO HAY UN PEQUEÑA DIFERENCIA, LA MISMA QUE ENTRE SER UN PATA Y UN PATÁN; HE AQUÍ LA GUÍA IMPRESCINDIBLE PARA MOVERSE POR EL ESTRECHO FILO DE UNA NAVAJA QUE PARECE BLANDERLA UN POCHOLO CON PARKINSON

Cuándo

Las fiestas de San Fermín, a pesar de que lo que diga otra canción (1 de enero, 2 de febrero, así hasta el 7 de julio ¡San Fermín!), comienzan la víspera, el día 6, que es cuando el chupinazo, a las 12 del mediodía, acaricia como un arañazo el normalmente límpido cutis del cielo de julio. Es entonces cuando Pamplona, una ciudad más bien ñoña durante el resto del año, comienza a vivir su aventura canalla. Entonces y solo entonces, porque si el perfecto gamberro intenta adelantarse puede que sea detenido y empaquetado en un tren de vuelta a casa. Así sucedió hace algunos años, cuando se rumoreaba la celebración de unos misteriosos y aterradores encuentros mundiales de punkis y se aplicó pena de destierro a todo el que asomara su cresta unos días antes por la ciudad.
Pero al grano, el asunto es que nada de comenzar a hacer el golfo hasta, al menos, dos o tres horas antes del cohete. A esa hora, aproximadamente, es cuando los indígenas empiezan a calentar motores, con un almuerzo pantagruélico que les llene el estómago para poder echar una grava bien compacta horas después, una vez relleno de kalimotxo. Al gamberro se le recomienda hacer lo propio, zamparse unos buenos huevos con txistorra en cualquier bareto del casco viejo a eso de las nueve de la mañana, y a continuación dirigirse a tomar posiciones en la pequeña plaza del ayuntamiento, bien pertrechado con unas cuantas botellas de vino gasificado (es una chorrada comprar cava, total para tirarlo…) y, atención, sin el pañuelo anudado al cuello, si uno no quiere pasar por un julai. No conviene tampoco aprovisionarse de huevos, pues en los últimos años un auténtico regimiento de policías municipales han establecido controles en los accesos a la plaza y requisan los mismos. A pesar de ello, no han conseguido evitar la entrada de los adolescentes-croqueta, quienes se rebozan unos a otros con harina, huevo, y champán. Presenciar el chupinazo en la plaza es, pues, para gamberros, además de algo guarros, atléticos, puesto que una hora antes ésta se convierte en una lata de sardinas en la que sólo se abren burbujas cuando alguien sufre una lipotimia, o se corta con alguna de las impresionantes montañas de botellas que se van formando. Pero si a uno lo que le va es acabar convertido en un ecce homo, oler sobacos ajenos, berrear, saltar, empaparse, pasárselo como un anormal, la cajita de cerillas que es la plaza consistorial es un buen lugar para prenderle mecha a la fiesta. Y después, a las 12 en punto, estallar junto con el cohete, y con toda la ciudad, que se convierte en un gran manicomio. A partir de ese momento, en el que uno ya puede colocarse el pañuelo, no hay horario, el perfecto gamberro puede empezar a moverse a sus anchas, desparramarse por las callejuelas petadas de bares del casco viejo, escuchar en todos la misma canción (que este año amenaza con ser «Es una lata el trabajar» -bueno, al menos una canción del verano con mensaje-), ir cambiando progresivamente su aspecto, añadirle cuantos accesorios le venga en gana, encasquetándose un orinal, colgándose de la faja vasos de plástico de litro (katxis) destripados… Suerte y al toro.

Qué ver.

Una vez comenzadas las fiestas reina la improvisación, corre el vino (en definitiva es en eso en lo que consisten las fiestas: mucho vino, mucho kalimotxo, mucho sorbete de limón, y cañas, sangría, cubatas…) corre la alegría y sólo durante, normalmente, poco más un par de minutos al día corren los toros por las calles. El encierro, de todos modos, es desde luego una especie de tótem de la fiesta, así que ahí van algunos consejos para gamberros:

Encierro

Lo más probable es que el perfecto gamberro llegue al encierro de empalmada y ciego de pacharán. Allá él. En todo caso es recomendable que intente disimular, pues de nuevo los munipas se encargarán de retirar del recorrido a los borrachos, y como más o menos la mitad de los corredores es probable que lo estén aplicarán una criba que incluya a quienes más den el cante. Dar la nota corriendo el encierro no es recomendable, amigo gamberro, al menos no darla cerca de un morlaco de 700 kilos de peso y con un par de cuchillos jamoneros incrustados en la testuz que pueden despanzurrarte con un leve movimiento, con la de gamberradas que te quedan por hacer. El encierro no es un juego, y si de verdad quieres ser un perfecto gamberro, la opción es apiñarse contra la barrera humana que conforma la policía foral en mitad de la calle Estafeta y en cuanto escuches un cohete apretar a correr en dirección a la plaza. Hay una auténtica competición de velocidad entre quienes quieren entrar los primeros por el callejón y ser recibidos con un ensordecedor abucheo por una plaza abarrotada, sobre todo si entran dando volteretas, o en pelotas, que también gusta mucho, a pesar de los silbidos. Es de ese modo como te conviertes en un pata, que tiene cierto matiz cariñoso, y de paso te infla el ego, que siempre es mucho mejor que que te inflen a hostias si te da por que tus gamberradas sean propias de un patán, tocándole los costillares al toro, o tirándole del rabo como si estuvieras en la feria en una de esas barracas del «Siempre toca». Porque aquí, en ese caso lo que toca son unos cuantos varazos de los pastores, o una mandíbula desencajada por algún «divino», como llaman a algunos corredores, y puede que hasta una denuncia interpuesta por, otra vez, nuestros amigos de la policía municipal

Lugares de interés:

-Fuente de la Navarrería

La fuente de la Navarrería, que en algunas otras guías turísticas, como las australianas, se anuncia como una tracción típicamente sanferminera, se ha convertido en un quebradero de cabeza para los pamploneses (y también para quienes cada año se descalabran arrojándose desde lo alto de ella). Esta pequeña fuente en el corazón de la ciudad, el burgo de la Navarrería, ha llegado a ser desmontada pieza por pieza para evitar que la plazuela se convierta en un guetto guiri, pero fue peor el remedio que la enfermedad, porque yankis, teutones e hijos de la Gran Bretaña trepaban entonces por los balcones de las casas, desde los cuales imitaban del mismo modo a Supermán, incluso en sus parapléjicas consecuencias. No debemos olvidar que tan borracho está quien se lanza como quienes entrelazan sus brazos abajo para recibirlo. Tomando esto en consideración, el perfecto gamberro encontrará en las inmediaciones de Navarrería un buen lugar para hacer calvos desde lo alto de la fuente, para intentar ligarse guiris borrachos o borrachas como cubas (y si fracasa en el intento para regalarse la vista viendo como exhiben orgullosos las trizas de sus pieles desnudas) o para jugar a los fakires sorteando toneladas de botellas de sangría hechas añicos; pero sobre todo este el lugar ideal para vivir completamente ajeno a la fiesta de San Fermín (eso sí, un consejo, justo al lado de la fuente, en el bar Cordovilla, dan unos de los mejores, y más típicos fritos de la ciudad).

-Tendido de sol

Otro buen lugar para desmelenarse es el tendido de sol de la plaza de toros. Allá cualquier cosa es imaginable. El paraíso del gamberro. Lo de menos, aunque el toro es torturado y muere igualmente, es lo que sucede en el ruedo. El espectáculo está en los tendidos. Cánticos, charangas, meriendas… Si es todo un espectáculo ver entrar a las peñas a la plaza, con sus grandes cubos en los que se vierten brebajes mágicos (siempre alcohólicos) y cazuelas con meriendas que ni en El Bulli (magras con tomate, cangrejos al ali-oli, bocadillos de polvorones…) no lo es menos verlos salir como una horda, con esas mismas cazuelas y cubos al hombro, con las pantorrillas apelmazadas por extraños grumos, y el culo ennegrecido por ese barrillo misterioso que se forma durante los sanfermines y que huele como el infierno, a puro destripado y vino peleón (los olores de la ciudad durante estos nueve días no son aptos para narices menores de 18 grandes borracheras: esquinas meadas por doquier, baches asfaltados con potas…). Pero sin duda lo mejor del espectáculo es participar de él. Conseguir una entrada para el tendido de sol no resulta en absoluto fácil, pero siempre hay recursos que no consistan en ser atracado a mano armada por un reventa. Puesto que hay que tener mucho estómago para soportar toda la feria en el tendido de sol, lo normal es que si uno no es un Indurain del alcoholismo, pinche en alguna de las tardes de toros. En ese caso, y por seguir con el símil taurino, hay que estar al quite: frecuentar los locales de las peñas, donde muchos socios dejan sus abonos, buscar a algún mozo con resaca que acuda a las inmediaciones de la plaza para vender su entrada… Si finalmente se consigue ésta, es recomendable acudir a la plaza con una toalla (que se revelará multiusos, válida tanto para limpiarse los morros sucios de chipirones en su tinta, como para cubrirse la cabeza cuando nos arrojen trozos de melocotón) y sobre todo con buen humor, a veces demasiado buen humor, sobre todo si se es chica y se está de buen ver, porque más de uno se empeñará en transparentarte la camiseta con una lluvia de sangría.

Quién

Existe todo un bestiario de personajes sanfermineros, entre los cuales, lamentablemente, el perfecto gamberro sólo es uno más. Como muestra haremos mención de dos de ellos: tenemos en primer lugar el «piesnegro», que siempre va acompañado de una flauta con la que nos atormenta y un perro pulgoso con el que se disputa curruscos de pan. No es un personaje exclusivo de la fiesta sanferminera, pero en Pamplona adopta nuevos comportamientos y costumbres. Su habitat ha quedado notablemente limitado en los últimos años, puesto que acostumbraba a merodear por las «txoznas» o barracas políticas de colectivos (radios libres, homosexuales, antimilitaristas…), que fueron prohibidas el pasado año, o los jardines de la Plaza del Castillo, en unas obras que amenazan con ser eternas. Echaremos de menos, aquí, las duchas a las que eran sometidos, manguera en ristre, por los servicios de limpieza, por la mañana, aunque siempre nos quedará ese espectáculo que es verlos entrar a la plaza de toros una vez finalizada la corrida en busca de restos de las meriendas de las peñas y de culos de botellas.
El otro ejemplar es el rezagado: un tipo, por lo general indígena y de mediana edad, al que los demás no han podido seguir el ritmo durante la noche y que queda solo, dando tumbos hasta el mediodía por la ciudad, en un estado de iluminación conocido popularmente como «momentico». Con la voz rota por farias y carajillos es capaz de hacer reír hasta a la ministra de exteriores, a lo que ayuda indudablemente su aspecto: una garrilla remangada y la otra no, dejando asomar una pantorilla peluda apelmazada con extraños grumos, el peluche de moda colgando de la faja, una txapela descomunal… Una dura competencia para el perfecto gamberro.

Dónde dormir, dónde comer y, por supuesto, dónde beber.

Dormir: conseguir un alojamiento en San Fermín es un trabajo como para McGiver, o como par Rockefeller, pues los precios se disparan, pero afortunadamente los muchos jardines de la capital navarra se convierten en grandes dormitorios al aire libre -y también picaderos, todo hay que decirlo. Pero tampoco es extraño ver a personas, por llamarlas de algún modo, durmiendo la mona en los lugares más insospechados, tirados en mitad de las calles más transitadas o sobre las marquesinas de las villavesas, como se llaman en Pamplona los autobuses. El mejor lugar el Parque de la Media Luna, los peores, por una parte los fosos de la Ciudadela y la Vuelta del Castillo, donde se puede ser achicharrado por los fuegos artificiales, y por otra las murallas, desde la cual cada año se despeña alguien (muy sonoro fue el descalabro de un cura, muy bien acompañado y que redondeó su canita al aire declarando que se había metido «una buena hostia»). Para mochileros, la consigna se encuentra en la terrorífica estación de autobuses, a la que estos años se le ha lavado la cara, pero que sigue siendo sin duda una de las más cutres del mundo.
Comer: aquí las opciones se multiplican: desde comer de plato, a irse de pinchos o zamparse un bocata. Esta es sin duda la apuesta más arriesgada, sobre todo en los puestos callejeros, con ese aceite reciclado miles de veces, esas planchas al rojo vivo colocadas estratégicamente en las calles en que hay avalanchas humanas… Comerse un bocata de txistorra aquí equivale en un 75% a la madre de todas las cagaleras. Para los pinchos, además del frito de pimiento del Cordovilla, antes reseñado, merecen la pena los huevos del Museo, en San Nicolás, y en general cualquiera de las decenas de bares que pueblan esa calle. Comer de plato depende del bolsillo de cada cual y de su habilidad para reservar mesa.
Beber: para esto no habrá ningún problema. El problema será donde no beber, aunque puestos a elegir las calles más animadas son Jarauta, donde se encuentran la mayoría de los locales de las peñas, San Nicolás y la zona de Navarrería. Allá van también un par de recomendaciones: el sorbete de la sociedad Gaztelu-Leku, en la Plaza del Castillo; y un sobrecito de Almax, de venta en cualquier farmacia.

Por último, querido gamberro, recuerda que esto es una guía orientativa y que la mejor forma de pasar unos sanfermines salvajes es dejarse llevar por tus instintos -siempre que tus instintos no sean un problema para los demás-; es decir, no haciendo ni puto caso a esta guía.

Despiece

Las cifras durante los sanfermines, en unas fechas en que en Pamplona todo es desproporcionado, también se multiplican. Por ejemplo, durante el primer fin de semana del año pasado se recogieron 160 toneladas de basura y 50 de vidrio, 15 de ellas tras el chupinazo (es decir 15.000 kilos de botellas) ventiladas en una hora.
En cuanto a los heridos, las atenciones en hospitales suelen rondar las 1000, la mayoría de ellas por traumatismos e intoxicaciones etílicas. En este último es de destacar que la Cruz Roja establece, en un céntrico colegio público, un servicio al que denomina «La coctelera» que intenta descongestionar los hospitales y que se encarga de atender traumatismos leves, cortes y sobre todo «intoxicaciones etílicas» -que no comas etílicos; muchos extranjeros, de hecho, se hacen los borrachos para dormir a cubierto-. Se le conoce como la coctelera porque cada persona que es atendida ha mezclado bebidas distintas.
A pesar de todo eso, de las cifras escandalosas, a las que todos los años lamentablemente se suma algún muerto (encierro, caída de las murallas, paradas cardiorespiratorias…), Pamplona sale bastante bien parada, si tenemos en cuenta que estos 9 días locos de julio cuatriplica su población y es una ciudad entregada por completo a los excesos.

VIAJES (III) ‘HACIENDEROS’ DEL MAR (MALOH, FILIPINAS)

Jun 30, 2009   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Foto tomada de la web de Marc Serena, www.lavueltadelos25.com

Desde Manila viajamos al la isla de Negros oriental, con la idea de hacer varios reportajes sobre niños buceadores, cortadores de caña de azúcar y una guerrilla comunista, pero por problemas de salud y otros, todo se torció y el reportaje, que se publicaría en Zazpika, y cuyo texto sería seleccionado entre los finalistas del concurso Historias de viatges (Premios Constatí, 2004), acabó siendo una crónica de la vida cotidiana en Maloh, un paradisiaco pueblito de pescadores. Aparentemente.

‘HACIENDEROS’ DEL MAR

10 o 12 tifones asolan Filipinas cada año. Ni siquiera entonces los pescadores, como éstos de la pequeña aldea de Maloh, en la isla de Negros, dejan de mirar al mar. Porque el mar es su hacienda, y deben cuidar de ella. Cuando hay temporal, sin embargo, lo único que pueden hacer es esperar. Y mientras esperan, los pescadores cantan en los karaokes, beben ron, continúan viviendo, en definitiva, de espaldas al mundo. Un mundo que igualmente ignora, cada vez más, valores como la solidaridad, todavía en alza en aquel remoto lugar del sudeste asiático.

Tifones y ron

-Nosotros somos «hacienderos»- dicen los jóvenes pescadores del pueblecito de Maloh, en la Isla de Negros Oriental (Filipinas), mientras esperan al borde de la carretera, botella de ron en ristre, algún vehículo que les lleve hasta una aldea próxima, donde se celebra una fiesta.
-Nuestra hacienda es el mar.
Y señalando un horizonte gris de olas alborotadas añaden entre risas:
-Pero hoy el mar está roto.
Es una tarde de agosto, estación de lluvias, y hay tifón. La noche anterior el viento resquebrajó un puente y la carretera que conduce hasta Dumaguete, la capital de la provincia, quedó cortada. Es la única manera de llegar hasta allí, pero a nadie parece preocuparle. Algo más al sur, dicen, la riada arrastró algunas casitas y han muerto cuatro personas. Y lo dicen de la misma manera que hablan del puente, con una alegre, dulcificada por el ron, resignación. La misma con que apenas unos días atrás la familia de un hombre al que un cáncer como un perro rabioso había arrancado los pulmones a mordiscos, retiró el karaoke y colocó en su lugar, a la puerta de la casa, el ataúd para velarlo sin lágrimas, jugando a cartas y bebiendo ron durante una semana. La muerte es insignificante cuando tu hacienda es dueña de tu vida- y no al revés-, cuando se mira al frente y sólo se ve una inmensa hoguera de cenizas líquidas, o un horizonte inabarcable del azul más intenso.

Un cangrejo en el culo

Cuando es eso último lo que sucede, cuando el mar está en calma y los pescadores salen a restañar con sus botes esa herida de luz resplandeciente, desde sus pequeñas embarcaciones Maloh se asemeja a una isla desierta, paradisiaca, pues lo que se distingue son sólo sus palmeras, sus playas de arenas níveas, perladas únicamente por pequeñas esquirlas de corales y conchas multicolor a las cuales, sin embargo, los lugareños no conceden valor. Para ellos es tan extraño recoger corales y conchas como para nosotros lo sería ver a alguien hurgando entre las montañeras de hojarasca otoñal. Quizás porque allí tan sólo acostumbran a remover la arena para enterrar la basura (con la cual, otras veces alumbran pequeñas hogueras que, de paso, marcan el camino de regreso a quienes salen a pescar por la noche); para eso o para desenterrar cangrejos que usarán bien como cebo, bien con unos dudosos y arriesgados fines terapéuticos, en el caso del «bacoco», un pequeño molusco que, aseguran, corta una fiebre que no es nada recomendable sufrir en aquellas latitudes, pues el «bacoco», para que haga efecto, debe de ser introducido vivo en el ano.
Un paraíso sin agua corriente

Para los habitantes de Maloh, en realidad, quizás lo que es extraño no es que un coral o una concha puedan convertirse en pequeñas joyas sino que un turista recale en su aldea y escarbe ávidamente con la mirada en la arena en busca de ellas. Por mucho que, vistas desde el interior, desde la carretera que recorre paralela la isla, las casitas de los pescadores, alineadas en playas de ensueño bajo frugales cocoteros, semejen pequeños bungalows.
A pesar de su apariencia paradisiaca Maloh dista mucho de ser destino turístico, pues carece de agua corriente y potable -e incluso embotellada, es preciso desplazarse a Siaton, la localidad más cercana, si no se desea ser doblegado por una espantosa diarrea tropical-, de línea telefónica -sorprendentemente también de cobertura, en un país en el que la telefonía móvil es dueña y señora- e incluso a veces de electricidad, al menos en la época de lluvias, cuando el suministro queda a merced de los tifones. El turismo, el «progreso», no ha contaminado, no ha globalizado en esta parte del mundo ciertos valores, o cierto modo de entender la vida (lo cual, por otra parte, es muy fácil de decir cuando son otros los que deben de ducharse en cuclillas, vertiendo agua con un cazo sobre el cuerpo).

Los ojos de los pescadores

Una vida que en Maloh transcurre lenta, tranquilamente, con la vista hundida entre las olas, buscando en sus profundidades abisales una señal, o, simplemente, mucho más sencillo, un pez de buen tamaño. Cuando se vive mirando al mar se le da la espalda a la tierra, y los días que no queda otro remedio que arrostrarla, los días de tifón, los pescadores simplemente dejan pasar las horas, esperando a que amaine el temporal: se sientan frente a los karaokes, y los únicos ecos que llegan de la sociedad de mercado son las canciones de grupos de moda que cantan de oído; beben un ron que nunca se les agria dentro; juegan al billar, al baloncesto…; o esperan al borde de la carretera a que pase algún vehículo que les lleve hasta el próximo pueblo, en el que hay una fiesta, que quizás se celebre o quizás no, porque quizás haya corriente o quizás no… Tampoco importa demasiado. Si el tifón corta el suministro eléctrico, incluso si lo hace en el momento álgido de la fiesta, volverán a esperar tranquilamente a que regrese; o si no a que se encienda otra vez el sol para salir al mar y convertir sus ojos en dos pequeños hombres-rana. Esos ojos de los pescadores que tienen un color mezcla de arena, salitre y cielo reflejado en el agua, un color indefinido, erosionado por el mar y el sol, e inquietante, que a veces cuando te miran te hacen sentir más como si fueras el pez, un atún, o un besugo, que esa señal de las profundidades abisales. Ojos capaces de transmitir la sencillez de sus existencias, de encanijarte y culpabilizarte por las ridículas preocupaciones que amargan las nuestras. Filipinas es un país en el que todavía se puede vivir, en cierta medida, sin la presión de problemas trascendentales como una raya en el coche. Un país en el que las mujeres todavía salen a la calle con el cabello húmedo y los hombres se ponen tiernos cuando cantan en los karaokes. Un país en el que los niños juegan en las calles y la llenan con sus risas.

Trabajo infantil

Hay, por cierto, más niños en el colegio de la pequeña aldea de Maloh que en varios de los de nuestras ciudades juntos. Se les puede ver a todos en formación cuando a las cinco de la tarde se escuchan desde el patio de la escuela el sonido de los tambores que precede a la izada de la bandera, al son del himno nacional (que es como de organillo, gitano y cabra, tal vez como deberían de ser todos, para quitarles solemnidad, para reducir la patria a una cancioncita entonada alegremente por un coro de inocentes). La mayoría de esos niños, una vez rotas filas y abandonada la escuela, hará lo que hacen o deberían hacer los niños de todo el mundo, jugar en las calles y llenarlas con sus risas. Son ya muy pocos los que salen de madrugada a pescar en los botes, y ello se debe sobre todo al trabajo de diferentes ONGs locales que luchan contra el trabajo infantil de una manera inteligente, aportando junto a soluciones de carácter más general, como la denuncia, la concienciación, otras más prácticas, como pagar los estudios de niños y jóvenes que de otra forma no podrían ir a la escuela porque en su casa hay que ducharse de cuclillas y salir a pescar todos los días si se quiere comer algo más que cocos. Un trabajo que además comienza a dar frutos, pues hoy muchos de estos jóvenes son maestros o trabajadores sociales en sus propias comunidades.

El viejo y el mar

El trabajo infantil, sin embargo, era hasta relativamente poco frecuente y muchos, los llamados «child-drivers» o niños buceadores salían a faenar por la noches en los «koud koud», pequeños balandros de carácter familiar, desde los cuales se sumergían en el mar para pescar a pulmón libre; otros lo hacían al amanecer en «Likom», barcos de mayor envergadura y más tripulación. Son estas dos las principales técnicas de pesca en la región, junto con los «sahid», barquitas de una sola plaza a los que se puede ver, regresando al amanecer, mientras el mar engulle un sol como una gran naranja ensangrentada. Y de vez en cuando, como hace unos días, justo antes de que el tifón comenzara a rugir, lo hacen con un pez enorme, cuya cola o espada asoma por los flancos del pequeño bote, en una imagen que evoca al Santiago de «El viejo y el mar». Se arremolinan entonces los niños alrededor del botín, palpan temerosos al animal, vuelven a reír, y ahuyentan con su risas el miedo, lo convierten en curiosidad, y después llegan otros pescadores, que felicitan al afortunado sin grandes alardes, con naturalidad, e incluso le ayudan a cargar el pez hasta una balanza próxima, en la que las mujeres calculan el precio que pagarán por él en el mercado en Siaton, un precio ridículo, una broma comparada con el resto de los días en que en las redes sólo caen pequeñas piezas y, muertas como ellas, las horas bajo un sol de justicia; y comienzan después a despojarlo de la piel, a limpiarle las tripas y puede que incluso decidan finalmente no llevarlo al mercado, sino trocearlo y repartirlo equitativamente entre las distintas familias.

Sokatira contra el océano

El concepto de solidaridad está muy arraigado entre los pescadores de Negros. Nunca hay discusiones tras replegar, en una especie de paciente sokatira contra el océano, las grandes redes amarradas desde la orilla. Cada cual parece saber cuál es la medida exacta que debe recoger, e incluso apartan algunos pececillos para los ancianos que ya no pueden tirar de la cuerda ni salir a faenar. Los niños aprenden desde pequeños. Si alguien alarga a alguno de ellos una propina para que compren golosinas, o una botella de Pop-Cola, el refresco nacional, repartirán la compra entre todos, e incluso guardarán una parte si algún compañero se retrasa, o no está presente. Es una inversión de futuro. En Maloh los niños saben que un día serán viejitos que no pueden pelear contra el océano, y que alguien deberá ocuparse de ellos, separarles pececitos de la red. En Maloh, los niños son también hacendados; o «hacienderos», como dicen en Filipinas. Pequeños «hacienderos» del mar que saben que deben compartirlo todo porque no tienen nada, sólo un océano inabarcable, a cuya merced viven y a cuya orilla esperarán tranquilamente a que amaine el temporal, o a que un día las canciones se terminen y alguien retire, a la puerta de su casa, el karaoke y beba ron, durante una semana, en su memoria.

‘AJUSTE DE CUENTOS’ SEGÚN ÁNGEL GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Jun 28, 2009   //   by admin   //   Blog  //  No Comments

Ilustración de Juan Kalvellido (Rompiendo la baraja)

Es como si hubiera sido arrastrado por uno de esos vertiginosos torrentes que al final acaban en una cascada más larga que la lengua de aquel tío al que no le gustó que me saltara el semáforo en rojo y también es como si hubiera realizado el trayecto dentro de un tonel de madera y ya puestos, es como si al final, el tonel se hubiera fraccionado en miles o millones de astillas y cada una de ellas se me hubiera incrustado en el alma.Así es como escribe Patxi Irurzun; esa es su forma de ajustar cuentos porque en cada cuento no hay una moralina a la que agarrarse pero sí que se siente lo que las avispas llevan en el culo, es decir: puro veneno.Irurzun ( es que así no parece que me he tomado con él algunas cervezas, tal vez más de las que recuerdo ahora mismo); decía que Irurzun comienza el viaje montado en un autobús, tiene un periodo de aridez literaria, llega a espiar a una joven pareja sin tener más que un cigarro, rememora la primera vez que se vació fuera de un cuerpo caliente, es un Punki incendiario; también es uno más en POZAL. S.A y llega a ser uno menos en POZAL.S.A, y así y más asá, va recorriendo todas las aristas del extraño poliedro que es el ser humano hasta acabar haciendo sus pinitos con la paleontología.Y es que a Patxi lo que le gusta es remover tierra y sacar cosas de nosotros mismos; esas cosas sucias que todos tenemos dentro y que no no salen en las tertulias televisivas. Uno piensa que está bien que nos ajusten los cuentos al igual que otros nos ajustan la cartera y que sea Patxi quien lo haga, a mí, personalmente, me hace muy feliz..

AUTOMUTILACIÓN

Jun 25, 2009   //   by admin   //   Blog  //  2 Comments

Y luego que no me enfade… Hace unos días colgaba en este blog unas reflexiones sobre la censura, hechas cagando leches para un coloquio en el que iba a participar mi «broder» Vicente Muñoz Alvarez, y en ellos hablaba de los tijeretazos que meten, sin un ápice de sensibilidad ni reflexión, redactores jefes, diseñadores, uno que pasaba por la revista y tenía algo que decir… Para muestra un botón. Ahí abajo el texto que envié, y en rojo las líneas y frases que se han cargado. Cuando lo vi me quedé a cuadros (porque lo vi en la revista, a mí nadie me avisó antes). Y lo que es peor: ni siquiera yo mismo entendía lo que había escrito, el texto no tenía pies ni cabeza, ni gracia alguna (o la menos la gracia que yo pretendía) … Eso sí, el dibujo que acompañaba al texto (porque yo entiendo que es así, y no al revés) ocupaba más de media página. A mí me daba, me da hasta lacha firmar esa página y también me da igual que sea la única colaboración fija que tenga y que no esté mal pagada -bueno, necesitaría quince como esa al mes para vivir dignamente de lo que escribo-, pero en esas condiciones es mejor no hacer nada… He conseguido al menos, o eso me han prometido, que a partir de ahora sea yo el que corte, si hace falta. Veremos.

Neumococos y dibujos animados

A veces me gustaría que mis hijos se comportaran como dibujos animados. Como cuando Caillou se pone enfermo y tiene que tomarse su medicina: al principio protesta un poco, se tapa muy digno la boca, pero después sus papás le explican que si no se traga el jarabe no podrá escupir la ranita que se le ha quedado atravesada en la garganta, Caillou entonces, muy formal, obedece, y al día siguiente su faringitis se ha esfumado y cuando el capítulo se acaba una voz en off dice “A continuación, Caillou entra al coro del colegio”.
Que está muy bien, muy didáctico, pero luego, en el mundo real, tu hijo se pone enfermo y dice que los sobres de medicina pican y que no se los va a tomar y que menuda tontería eso de la ranita, y ahí no hay Caillou ni Pocoyó ni Teo que valgan.
Hace unos días H añadió a su colección de bacterias unos neumococos traicioneros, de esos que esperan a manifestarse violentamente justo la primera semana que tú te coges vacaciones para ir a comprar de una vez el sofá y el dormitorio de la niña (por cierto, el otro día M nos dio un susto… Se despertó y empezó a protestar. “Uy, ¿qué ha dicho?”, me preguntó Malen, y yo “No sé, yo le he entendido que apaguemos ya la tele que mañana tiene examen de lingüística comparada”).
El caso es que de repente, a las siete de la mañana, H empezó a llorar, nos levantamos y su cama parecía una piscina. “Mírale la fiebre”, me dice Malen. Y yo: “Casi 40, igual aprovecho y le caliento el biberón de M en la frente”, por destensar un poco la situación, pero la cosa no estaba para bromas, y acabamos toda la familia en urgencias (que más bien parecía un afterawer para virus).
–¿Ves?, a Teo estas cosas no le pasan –digo yo, por continuar con mi teoría de los dibujos–. Si Teo se pone malo siempre hay un médico que le conoce y le cura en un par de páginas y después le enseña todo el hospital, aquí los bebitos recién nacidos, esos de ahí de la sala de espera que tosen son los niños a los que te has colado, etc.
Nosotros tuvimos que esperar tres horas, para que nos atendieran, después H hizo pis en un bote (le pareció una aventura excitante), y finalmente, tras un análisis de sangre y unas radiografías, aparecieron aquellos neumococos como el Cojo Manteca, destrozando a muletazos el árbol pulmonar de nuestro pequeño.
–Que se tome estos sobres, tres cada día durante una semana –recetó la pediatra. ¡Como si fuera tan fácil! Ya me gustaría a mí ver al papá de Caillou camuflando los antibióticos en zumo de piña, o administrando minidósis con una jeringuilla, que en realidad era un cañón para matar a los bichos malos, o –más bajo no se podía caer– vaciando la hucha para Eurodisney de su hijo y amenazándole con gastarse sus ahorros en contratar a un ogro especialista en hacer tomar a los niños la medicina.Sí, fue una semana dura la de la neumonía, con H en casa, en cuarentena, como un león enjaulado al que ofreces para comer la dieta de la alcachofa. Parecía un capítulo de Los Simpson o de Shin Chan. Son los riesgos a los que uno se expone cuando desea que sus hijos se comporten como dibujos animados.
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