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UN MICRORRELATO SANFERMINERO (Y UNA PARRAFADA/ DESAHOGO SOBRE CONCURSOS LITERARIOS)

Jun 17, 2009   //   by admin   //   Blog  //  7 Comments
Con Ernesto y Carla Badillo tomando unas birras en el Café Iruña

A veces me da la venada y me presentó a algún concurso, lo reconozco (este blog lo abrí, además de para autobombo, como trastienda literaria, para enseñar todas mis vergüenzas y miserias).
Cada vez menos, lo de los concursos, pero cada vez peor, porque antes si tenía algo escrito que cuadraba con las bases lo enviaba, pero últimamente, en alguna ocasión, he llegado a escribir alguna cosilla ex-profeso para un certamen. Como hace unos días para uno de microrrelatos de San Fermín. Y así va la cosa, salen abortos como el de abajo. Y encima claudicando, los microrrelatos no me gustan demasiado, eso de ceñirse a un número de caracteres, de comprimir la historia… La historia tendrá que salir como sea, y si sale comprimida, porque a ella se lo pide el cuerpo, vale, si no…
Los microrrelatos, como fórmula o moda a impulsar me parecen una rendición ante estos tiempos de prisa y de pasar por todo por la superficie, algo propio de esa gente que dice que no encuentra tiempo para leer -y sí para tragarse cuatro horas de tele, por ejemplo; no todos claro-.
Pero me estoy dispersando, el caso es que en este concurso en particular me ha dolido no llegar ni siquiera a estar entre los 20 finalistas (¿tan malo soy? Yo que he escrito tantos cuentos sobre sanfermín…), y quedarme sin el dinero y las botellas de vino y sin esa minicuota de popularidad (la fotito en el periodico, alguna entrevistilla en una radio local…) de la que renegamos con una falsa modestia pero que tanto nos sube el ego y la autoestima.
Y a la vez me ha aliviado no ser ni siquiera seleccionado, permanecer en la sombra, uno, porque después de presentarlo he visto que en el jurado había alguien a quien conozco y con el que me escribo, y dos, porque incluí mis datos, mi ridiculum vitae -creo que equivocadamente- junto al microrrelato. No me hubiera gustado nada que luego hubiera suspicacias (aunque sean moneda corriente los amaños, los favores prestados y devueltos y otros pufos en muchos concursos literarios; algún día contaré alguna cosita sobre alguno que conozco de primera mano).
Por cierto, que en este tipo de concursos modestos, a veces queda como mal que resulte ganador un autor con «carrera» (o que «hace la carrera» literaria), con varios libros editados, algún otro premio, «Deja a los demás», recuerdo que pensaba yo cuando empecé a presentar cosas, pero ahora lo veo desde otra perspectiva, uno se pasa la vida escribiendo, con derechos de autor escamoteados, yendo a todos los sitios por la cara… ¿Por qué no puede optar a, por una vez o de vez en cuando llevarse quinientos euros?, ¿por qué tiene más derecho un «aficionado» o «uno que está empezando»?…
Bien, seguimos dispersos. El caso es que por lo demás, al microrrelato de abajo, le fueron cortando las alas ya desde que pensé la idea, primero con esa gilipollez consitorial de homenajear a Hemingway con un concursode dobles, por ejemplo, segundo cuando soprendido, descubrí unos días después de escribirlo en la Estafeta a una estatua humana que bien podría ser el protagonista de mi texto. Contra esto no pude hacer nada, pero lo primero modificó algo mi texto, y me alegro, ese es mi pequeño consuelo porque mi claudicación ante los concursos no es para tanto, puedo escribir cuentos ex-profeso para un concurso, pero no cuentos ex-profeso para ganar un concurso, con los ingredientes, la perspectiva esperada, o tópica (¿se puede premiar un concurso de cuentos sobre invierno en el que no nieve?). Espero que no sea el caso, este certamen de microrrelatos y quienes lo han impulsado pintan bien, veremos, mañana, cuando den el fallo. De momento, aquí tenéis un microrrelato que no va a ganar.

EL GITANO RUBIO

Clin-clin, me encanta oír las monedas cuando caen al vaso, “zenkiú”, digo después, y también “Goua San Feumín”, y los payos se parten la caja, y me echan más dinerico. Ya hasta me he quitado de la reventa. Vengo de par de mañana, me pongo junto a la estatua, y enseguida empiezan a hacerme corro.
-Este sí que se le parece de verdad- dicen.
A mí me costó caer. Todo empezó el día 7. Estaba tomándome una cerveza fresca y cuando le pegué el último trago…
-Clin-clin- oí.
Me había quedado muy quietico, con los ojos cerrados y, al abrirlos, ahí estaban: unos cuantos pasmados mirando, un rato a mí y otro algo a mis espaldas. Me volví y vi entonces la estatua. “He-ming-way”, leí en la placa. No había oído hablar de él en la vida, aunque fuera clavadico a mí. Después ya me han ido explicando: “uno que bebía mucho” o “un escritor yanqui o inglés, no sé”…

Lo que no he encontrado todavía es a nadie que me diga de qué hablaba en sus libros. Pero no me importa, yo a lo mío, “zenkiu, Goua San Feumín”, digo y ellos, clin-clin, siguen llenándome el vaso.

A este paso a Hemingway lo hacen santo en Pamplona, de momento lo han puesto a rezar: «Que alguien se lea mis libros en esta ciudad, señor, que alguien se lea mis libros en esta ciudad»

EL ESCENARIO DEL CRIMEN / TOMTUM REVOLUTUM

Jun 15, 2009   //   by admin   //   Blog  //  4 Comments

Fotos Luis Azanza
Hacía frío, nuestras bocas humeaban como el cañón de un revólver recién disparado y yo intentaba disimular mi erección, mientras mirábamos toda aquella ropa tirada sobre la hierba y las gotas de sangre congelada a su alrededor.
La teniente Davidova y yo habíamos hecho un viaje en coche de más de dos horas para llegar hasta allí. Durante muchos kilómetros solo vimos un manto interminable de nieve, como un sudario que cubriera el mundo entero, y la carretera en una línea recta e infinita, por delante, despejada por los quitanieves, con pájaros que se posaban sobre el asfalto, en busca de un poco de calor, y que morían golpeados por el capó del Lada.
¡Crac¡ –se escuchaba, y yo sentía que eran los huesos de mi conciencia los que se astillaban. Pero no podía evitarlo, no podía dejar de imaginar, cada vez que la teniente Davidova agarraba la palanca de cambios, escenas que a mi mujer no le gustarían nada.
Después, la nieve desapareció y el paisaje de la tundra se volvió oscuro y yo pensé que podría apartar de mi mente aquella bruma de fiebre helada. Pero al llegar al escenario del crimen, apareció la ropa desperdigada sobre la hierba y los remolinos que esta dibujaba, como pliegues de sábanas revueltas en una cama sin hacer y todavía caliente.
Y fue entonces cuando, tras realizar una primera inspección, la teniente Davidova me miró y dijo:
-Creo que va ser un día muy largo, Mijail, quizás tengamos que quedarnos a pasar la noche en el hostal del pueblo.

Este microrrelato formar parte, con él me estreno, del proyecto Literatura Caffenol (fotos y microrrelatos -aunque no me gusta mucho esa palabra-) del blog colectivo Tomtum Revolutum que el fotógrafo Luis Azanza y otros locos como Berta Bernarte, Susana Barragués… idearon en una noche de borrachera, que es cuando surgen las grandes ideas.

DENTRO DEL CÍRCULO DE ILUMINACIÓN

Jun 15, 2009   //   by admin   //   Blog  //  1 Comment


Eva Orúe, en su sección de Divertinajes, Círculo de Iluminación, hace un extenso repaso de la pasada Feria del libro de Madrid. Ella fue la moderadora del debate sobre El libro peor vendido, y también habla de él en La resaca, como se titula su artículo, en el que cortesmente (puesto que yo mismo le envié la información) cita mis frustrados intentos por figurar en esa dudosa categoría de los worstseller. Esto es lo que dice: 

En otra división

Tal y como les conté la semana pasada, el miércoles día 10 moderé una mesa redonda en la Feria del Libro en torno a la cual cinco editoriales querían reflexionar sobre su fracaso más sangrante, su worstseller.

Pues bien, no sé qué repercusión tendrá en las ventas de esas obras, pero la iniciativa despertó el interés de los medios, que siempre compran una buena idea: Cadena SER (Hora 25), TVECuatro, El País, ABC y Público, entre otros, informaron de la cita, si bien alguno lo que hizo fue aprovechar la convocatoria para escenificar uno de los cara a cara más improbables de feria: Carlos Jiménez-Arribas, autor del worstseller Viaje al ojo de un caballo, frente a Ildefonso Falcones.

Por gracioso que resulte, no me parece un titulo envidiable, ese de autor que menos vende. Y sin embargo, hay varios candidatos. Con fair play y sentido del humor, Patxi Irurzun presenta sus credenciales en su blog Ajuste de cuentos. Y al hacerlo nos recuerda que hay muchos escritores de talento que por la razón que sea no han tenido el reconocimiento que merecen.


Aunque lo que de verdad tiene chicha, en mi opinión, de este artículo de Eva Orúe es lo siguiente:


Es costumbre, tal vez lo sepan, que el miembro de la familia Real que participa en ese acto sea obsequiado con libros por los responsables de las casetas en las que se detiene. Casetas que, previamente, han sido visitadas por un trabajador de la Casa Real para sondear las intenciones de los feriantes. Luego, cuando el royal de guardia se aleja, otro enviado pasa y pregunta: «¿Qué se debe?». Excuso decirles que, normalmente, le responden que nada. Como me dijo uno en esta feria, «me contento con ser Proveedor de la Casa Real».

Pero, a veces hay alguien que rompe la norma no escrita. Este año, un grupo de expositores respondió a la pregunta, a lo que ser ve retórica, presentando la factura. Y en pago recibieron la devolución de los libros que habían entregado a la infanta

HE ESCRITO UN LOSER-SELLER

Jun 12, 2009   //   by admin   //   Blog  //  8 Comments


Ni siquiera para worstseller. Como dije hace unos días había propuesto La polla más grande del mundo para el debate que con ese argumento, los libros peor vendidos, se iba a celebrar en la Feria del libro de Madrid, y envié para ello una carta a mis editores de Baile del Sol, que participaban en el debate y que me prometieron leer. Sin embargo, no hay rastro de La polla en ninguna de las numerosas notas y noticias que hablan sobre este debate en diferentes medios y el escritor Carlos Jiménez Arribas y su Viaje al ojo de un caballo me han usurpado la antigloria, merecida y esforzadamente, eso sí. Dando la cara.  Por cierto, el libro de Jiménez tiene muy buena pinta y también su blog Veinte días en Mongolia.

Un nuevo fracaso, el mío, pues, pero creo que coherente, tratándose del libro peor vendido no habría sido justo un efecto rebote o aparecer en el telediario. Yo diría, pues, que ‘La polla más grande del mundo’ –y el resto de mis libros- es más que un worstseller un loser-seller (si es que eso existe). Os dejo con mi carta:

 

¿Y no podías haberle puesto otro título?

 Mi libro La polla más grande del mundo -no sé si por suerte o por desgracia para mí- no es autobiográfico. Es algo que tengo que aclarar cada vez que lo presento, o hablo o me preguntan sobre él. Y también que no es un libro pornográfico. Está claro que elegir un título como ese no fue una decisión del todo acertada. Y mira que mi madre  me lo advirtió: ¿No podías haberle puesto otro título, hijo? Según ella, con ese título sus amigas no podrían preguntarle al librero si tenía La polla más grande del mundo.

¿Por qué lo hice, pues, porque elegí un título tan chabacano? Por marketing. Porque quería que todas las miradas se volvieran hacia mí. Como el niño que está venga hacer monerías en mitad de una habitación llena de gente  y de repente alza la voz para gritar teta-culo-pedo-pis. Pensé que de ese modo, por fin, me harían caso, y entonces podría mostrarles de lo que era capaz. Una operación publicitaria, en definitiva, en toda regla, aunque un tanto inmadura y sin duda fracasada, que ha tenido efectos contrarios a los deseados: en los periódicos no han reseñado el libro, las librerías lo han escondido… Y todavía recuerdo la pasada feria del libro de Pamplona, cómo por los altavoces todos los libros presentados eran voceados con sus correspondientes títulos y al mío era simplemente «el último de Patxi Irurzun» (y eso que el spiker era un muchacho con rastas, con un aspecto de los más transgresor).

Todos estos inconvenientes los intenté sortear con acciones de guerrilla promocional, como sacar mi polla aprisionada bajo las pilas de novedades y colocarla sobre  pijamas de rayas. También quise hablar de él en una columna que tenía en una edición local del periódico ADN,  una columna que no llegó nunca a publicarse (ni esa ni ninguna más), en teoría porque la había usado para autopromocionarme (también hice alguna alusión a la familia real y al Diario de Navarra, grupo que pertenecía la mismo grupo informativo que ADN, pero ese no era el problema, me dijeron).

Está claro que un título como este, además de inapropiado, estaba gafado. Y que, desde luego, no es ilustrativo respecto al contenido del libro. La polla más grande del mundo es solo uno de los 70 cuentos, de todo tipo y estilo, que lo componen y ni siquiera ese es un cuento autobiográfico o pornográfico, sino que hace referencia a una gallina de dimensiones monstruosas. Un chiste, vamos, que ya explica la portada de Kalvellido

El escritor Miguel Sánchez-Ostiz, por su parte,  ya puso por escrito la inconveniencia de un título como este:

Patxi Irurzun acaba de publicar unos relatos tan duros como hermosos, Ajuste de cuentos, y no hace mucho otros reunidos en La polla más grande del mundo, que es un título que invita a no leerlo o a despreciarlo. Y sin embargo en sus páginas late un humor zumbón y una forma de mirar más pacificadora que otra cosa, en un mundo hostil para quien parece estar condenado a ser un perdedor. Junto al vitriolo, Irurzun expresa un sentido de la belleza de lo cotidiano y pequeño, una emoción común y compartible.  

Creo por todo eso que La polla más grande del mundo es un digno aspirante a Libro peor vendido, aunque en mi defensa y la de mi puesto de trabajo (trabajo en una agencia de publicidad), la estrategia de marketing no era tan descabellada y el blog del mismo título que que abrí para promocionar el libro se acerca ya a las 200.000 visitas. No me pregunten, eso sí, cómo ni por qué llegan hasta ese blog,  los pajilleros, perdón los internautas.

TRIGESIMOQUINTA CRISIS (Cuento inédito).

Jun 11, 2009   //   by admin   //   Blog  //  3 Comments

JUAN KALVELLIDO

Pa-paaa-parabá….

La alarma del móvil suena todos los días a las 8 de la mañana.

Parapa-papaaa-parabá.

«Satisfaction». El tema peor elegido para un momento como ése. He terminado por aborrecerla, pero no tengo ni idea de cómo cambiar la melodía. Soy un desastre.

Pa-paaa-parabá….

Isabel siempre remolonea varios minutos. Yo entonces suelo mirarla. Me gusta mirarla. Es muy guapa y creo que nunca me acostumbraré ello. A veces me pregunto qué hago yo junto una mujer como Isabel. Sé que ella también suele preguntarse qué hace con un tipo como yo. Pero lo hace de otro modo.

Isabel suele despertarse de buen humor, a pesar de todo. La oigo cantar en la ducha, mientras hago la cama. Vivimos en una habitación de un piso compartido y para abrir los armarios antes hay que recoger la cama plegable. Todo muy confortable.

Cuando Isabel vuelve a la habitación y comienza a vestirse la tumbo desnuda sobre el colchón y abro sus piernas, o la abrazo por detrás y coloco mi pene entre sus nalgas. Hace unos días fui yo quien remoloneó un poco y cuando ella volvió de la ducha se metió otra vez en la cama y echamos un polvo memorable. Pero normalmente ya nunca sucede nada. A no ser que Isabel se enfade, que se queje de mi halitosis o que me diga que es tarde y vamos a perder el autobús. Apenas hacemos el amor, últimamente, o cuando lo hacemos la noto distante, deseando que termine cuanto antes. Eso me hace desgraciado. Intento creerla cuando dice que no se siente cómoda porque los compañeros de piso pueden oírnos, que todo cambiará en cuanto tengamos nuestra propia casa, pero sé que algo se ha roto o se ha perdido entre nosotros y que ya nunca volverá a ser igual. Lo más curioso de todo es que, precisamente ahora que apenas tenemos relaciones sexuales, Isabel lleva un par de semanas de retraso.

—Nada —dice, al volver de la ducha. —Sólo he manchado un poco.

Nos quedamos en silencio. Hemos hablado muchas veces de tener hijos. Nos hemos reído imaginándolos, pero ahora no es el momento. No tenemos dinero, ni casa. Yo ni siquiera tengo trabajo.

Isabel es dependienta. Suelo acompañarla todos los días a la tienda. Después recorro las oficinas del paro y las ETT. Cuando me echaron del periódico creí que conseguir trabajo sería más fácil. Que sería como hacía unos años. Entonces entraba en una ETT y salía con la dirección de una fábrica o un almacén para empezar esa misma tarde. Pero ahora tengo 35 años, estoy en el límite para trabajar como operario, y sólo me llaman para vigilante por 600 euros al mes. Brutos.

—Con las horas extras puedas llegar a los 800—suelen decir.

Yo les contesto que no me interesa. Llevo ya casi 3 meses en paro, vivo en un piso compartido y dentro de poco seré padre, pero no estoy tan desesperado.

Así que sigo buscando trabajo. Suelo empezar el recorrido por las oficinas del paro. En ellas apenas renuevan las ofertas pero la desidia de los funcionarios me resulta menos hiriente. Es lo que cabe esperar de ellos. Pero en las ETT de vez en cuando me entran ganas de escupir a alguna de esas niñatas que te piden los datos si mirarte a la cara. Voy de una oficina a otra de mala gana. Después me dedico a callejear, como un vagabundo. Entro en las tiendas de discos y en las librerías. Me siento mal, como si estuviera perdiendo el tiempo, escondiéndome, engañando a alguien… Después compro el periódico y lo abro por la página en la que iba mi columna. La leo y pienso que yo la habría escrito mucho mejor. Eso me hace sentirme maltratado.

Al mediodía voy a buscar a Isabel a la tienda. Cada vez me cuesta más.

—¿Qué tal ha ido? —me pregunta.

—Mal —le contesto, encogiéndome de hombros.

Ella no dice nada, pero yo sé que se disgusta. Cree que no lucho lo suficiente. Y tal vez tiene razón. Pero estoy cansado. He luchado mucho, durante muchos años, por lo que de verdad me interesa. Para nada. Así que me parece lógico no esforzarme todo lo que debiera por algo que no me interesa en absoluto. Lo cual no evita que me sienta culpable por ello.

Yo ya ni siquiera le pregunto qué tal le ha ido a ella. Isabel odia su trabajo. Tampoco hablamos mucho, últimamente, porque cada vez que lo hacemos terminamos discutiendo y empeorándolo todo todavía un poco más. Al menos seguimos sentándonos uno junto al otro cuando comemos juntos fuera de casa. Solemos hacerlo dos o tres veces por semana, en algún chino. Necesitamos estar a solas de vez en cuando, aunque sea para sentir que todavía estamos el uno al lado del otro. El piso compartido nos ahoga.

Yo, de todos modos, regreso a él por la tarde e intento escribir. Pero no lo consigo, siempre termino releyendo lo que escribí hace tiempo. La semana pasada volví a casa de mi madre a coger algunas cosas y revolviendo en mis armarios encontré varias carpetas con las redacciones del colegio, los cuentos y pequeños reportajes que escribía cuando era un niño. Al principio me parecieron muy graciosos, pero luego me entraron ganas de llorar, con esas lágrimas que se derraman hacia dentro como cuchillos. Me sentí estafado por la vida. Escribir ha sido lo único que he hecho durante toda ella y todo lo demás siempre ha estado determinado por eso. Pero ahora me parece que no he hecho más que perder el tiempo, que no sé hacer otra cosa —ni siquiera cambiar la melodía del móvil— y que escribir sólo ha servido para apartarme de la vida real. Incluso cuando la vida real ha sido escribir: me echaron del periódico por un cuento en el que aludía en términos «inapropiados» a alguien, por lo visto, demasiado poderoso. Ni siquiera llegaron a publicarlo, pero discutí con el redactor jefe. Todo lo demás vino rodado. Primero mis reportajes dejaron de interesar. Después me quitaron la columna. Y finalmente me despidieron. Eso fue hace tres meses. Desde entonces me pongo frente al ordenador y experimento un rechazo casi físico. Sólo consigo escribir historias en las que yo soy el protagonista y me compadezco de mí mismo. Son, en realidad, las mismas historias que cuando tenía 15, 20, 30 años y me encontraba triste, solo y asustado. He escrito el mismo cuento 35 veces, pero ahora ya no sirve, no es suficiente. De modo que casi siempre termino tumbándome en la cama, esperando a que Isabel vuelva del trabajo, o aprovecho para ducharme tranquilo, sin miedo a que se gaste el agua caliente. También me lavo los dientes. No me gusta que Isabel me diga que me huele la boca. Me siento sucio y repulsivo, como si hubiera un cadáver en mi interior, como estuviera muerto para ella. Me froto la lengua con energía y contengo las arcadas. Y a pesar de todo, cuando Isabel vuelve no consigo que me bese como antes.

Después de cenar vamos al cuarto de estar. El televisor siempre está encendido así que yo suelo aprovechar para leer un poco. Isabel y yo tenemos que compartir un pequeño sofá. Ella se tumba y coloca sus piernas sobre las mías, que permanezco sentado. Le masajeo los pies y de vez en cuando intercambiamos alguna broma. Es uno de los mejores momentos del día, pero los dos sabemos que tal vez no sería así si en el cuarto no estuvieran también los compañeros del piso. Es como si tratáramos a toda costa de ocultar las grietas que empiezan a dibujarse en nuestra relación. Después, cuando nos vamos a la cama, es distinto. Todavía seguimos acostándonos en la misma cama, pero cada vez nos giramos antes hacia nuestro lado. A veces cuando ella lo hace primero le acaricio el pelo, la espalda, y a ella le gusta, pero si intento ir más lejos noto que se incomoda. Algunas veces discutimos y a veces hasta lloramos, y la mayoría de las veces no es porque nos hagamos daño el uno al otro, sino por nosotros dos, porque estamos asustados, porque todavía nos queremos pero sabemos que algo no va bien.

Cuando eso sucede me siento terriblemente desgraciado, maltratado y estafado por la vida.

Y sin embargo todas las noches, justo antes de dormirme, enredo durante varios minutos en el móvil y me duermo convencido de que al día siguiente, a las 8 de la mañana, en él sonará una melodía distinta, más satisfactoria.

Patxi Irurzun, 2004. 

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