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CLUB DE LECTURA DE VERANO 2023

Jul 2, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

PUNKI, de Juarma…

Foto; Vanessa Beltrán

En una de las obras del escritor y dibujante Juarma, Abrázame hasta que esta vida deje de dar puto asco, una recopilación de sus antológicas viñetas, se lee “Se vienen cositas…” y bajo esa frase aparece la imagen de la muerte con una guadaña al hombro. Un pildorazo de cruda y fatal realidad que Juarma consigue que no se nos atraviese en la garganta haciéndonoslo pasar con el trago del humor negro. El dibujo podría ser además un buen resumen de lo que vamos a encontrarnos si nos acercamos a la literatura o a la obra gráfica de este talentoso escritor y dibujante granadino: punk, existencialismo y muchas sonrisas dibujadas en el rostro del lector a navaja o con la punta afilada de un rotring.

Trainspotting “granaíno”
Juan Manuel López, Juarma, nació en 1981 en Deifontes, una pequeña localidad de los Montes Orientales de Andalucía. Hasta hace apenas dos años era conocido sobre todo por sus dibujos e historietas, que publicaba en revistas como El Jueves, el TMEO o en los fanzines que él mismo se encargaba de fotocopiar y enviar por correo (algo que todavía sigue haciendo), pero en 2021 su primera novela, Al final siempre ganan los monstruos que la escritora Cristina Morales describió en una “bragafaja” promocional como “Trainspotting en un pueblo de Graná”− se convirtió en todo un fenómeno literario tras ser publicada por la editorial Blackie Books (aunque en realidad la novela apareció antes en una edición de otra pequeña editorial llamada Camping Motel Ediciones, con una tirada limitada que se agotó rápidamente).

Al final siempre ganan los monstruos era una afinada y a la vez desgarrada novela coral −algo así como si Iosu y Jualma de Eskorbuto resucitarán para grabar un concierto con la Orquesta Sinfónica de Andalucía −que transcurría en Villa de la Fuente, un trasunto del Deifontes natal del autor en el que el “no future” es la marca de nacimiento para buena parte de los jóvenes de este pueblo imaginario que dibuja una tan real como desoladora estampa del mundo rural contemporáneo. En Villa de la Fuente, como en tantas otras pequeñas localidades de España, no hay trabajo, ni oportunidades, todos los caminos está cerrados, pero la cocaína entra a mansalva, y en ella, y en el trapicheo, la pequeña delincuencia, el alcohol, la violencia… encuentran consuelo para su desesperanza los chavales y perpetúan su autodestrucción los treintañeros.

Blackie Books

A ritmo de Eskorbuto y Piperrak

Punki es la siguiente pieza del puzle que Juarma está componiendo con el mapa de este territorio mítico, en un ambicioso proyecto que tendrá media docena de entregas y que lleva camino de convertirse en un hito literario, una especie de domésticos y contemporáneos Episodios nacionales. Si la primera de esas entregas era, como decíamos, una novela coral, en esta ocasión el autor fija su mirada en uno de los protagonistas, Álex, al que vemos en dos planos: uno, en su primera juventud, cuando el punk y los primeros coqueteos con la farlopa se convierten en un refugio para sus problemas familiares y amorosos; y otro en el que lo encontramos siendo ya un adulto a la deriva, luchando contra la adicción, el divorcio y contra sus demonios interiores y los fantasmas de su pasado. La intención confesa de Juarma es entregarnos una cinta de casete, con su cara A y su cara B. Y lo cierto es que en ambas resuenan auténticos trallazos, una voz literaria rabiosa y pegadiza que no podemos dejar de escuchar porque toda la tragedia personal del personaje se nos cuenta a la vez con un registro en el que no faltan el humor y la ternura. En Punki hay, sí, muchas lonchas de cocaína, mucho cubata de discoteca de pueblo, hay peleas, sale −hablando de violencia, en este caso acústica−, hasta Melendi… pero en realidad todo ello forma parte de un atrezzo hiperrealista para traer al frente una historia de amor, de incomunicación, de extrañeza, de una sensibilidad echada por tierra por la brutalidad de las circunstancias y de esa vida que da puto asco y frente a la cual todos necesitamos ser abrazados.

Por lo demás, emociona imaginar que probablemente esta novela Juarma comenzó a escribirla, tal vez sin saberlo todavía, cuando era solo un chaval que bebía litronas con otros como él en el banco de un parque de Deifontes mientras escuchaban a Eskorbuto, Piperrak y otros grupos de punk kalimotxero y la gente decente pasaba a su lado y murmuraba qué pena de muchachos o vaticinaba que ninguno de ellos llegaría nunca a hacer nada de provecho.

…y SOLO QUERÍA BAILAR de Greta García

Foto: José Toro

Álex, el protagonista de Punki, y Pili, la narradora de Solo quería bailar, la novela que comentaremos a continuación, podrían perfectamente haberse encontrado en alguno de sus rules por cárceles, centros de desintoxicación, pueblos y escenarios de mala muerte de Andalucía. Y tal vez habrían cruzado una mirada de complicidad o compasión, pues lo que ambos padecen o lo que condena a ambos a una vida perra y violenta es la falta de amor o la incapacidad o la falta de habilidades y de oportunidades para obtenerlo o recibirlo. Las dos son además novelas rabiosas, pirómanas, pero sofocadas por la ternura y el humor.

Las tres aspiraciones de Pili

En el caso de Solo quería bailar, su autora, Greta García (Sevilla, 1992) afila este último componente, el humor, para contar otra historia tremenda, otra tragedia, la de una bailarina encarcelada tras haber cometido algún tipo de atrocidad que no se desvela, ni lo haremos nosotros, hasta el final de la obra. Un humor que se torna descacharrante, una especie de lubricante contra una vida que da por culo, y perdón por la expresión, pero es por mantenernos a tono con la novela, en la que la escatología y las referencias a la cavidad anal son recurrentes. Solo quería bailar, de hecho, se abre con una escena en la que la protagonista acude a la enfermería de la prisión en que cumple condena porque no puede extraer de su cuerpo un cepillo de dientes con el que ha estado hurgando en su retaguardia; o en uno de los pasajes del libro podemos leer: “En mi vida he tenío tres grandes aspiraciones: ser bailarina, matar a gente y tener un ano enorme donde metérmelo to”

Quizás eso, el humor, sea uno de los mayores logros de la novela, de la que se ha destacado también su oralidad, el hecho de escribir como se habla −en este caso en Sevilla− burlando para ello convenciones ortográficas, utilizando vocabulario local… Algo que sin ser nuevo (lo podemos encontrar en otras novelas recientes, como Panza de burro, de Andrea Abreu, que también reseñamos en este club de lectura, o en otras literaturas, como en la novela ¡Nel tajo!, de la francesa Anne F. Garreta, pero también en cumbres clásicas de la novela, en este caso gráfica, como las historietas del Makinavaja de Ivà); algo, decíamos, que sin dejar de ser en el fondo natural, parece sorprender todavía a algunos, acaso como consecuencia de una especie de secular mirada supremacista no solo hacia los acentos sino también a los temas locales o periféricos (hace ya veinte años, por ejemplo, si se me permite la intrusión, a mí mismo me rechazó un libro un importante grupo editorial −el mismo, por cierto, que recientemente en uno de sus periódicos destacó como una virtud el uso de la oralidad y las hablas locales en la nueva literatura española− arguyendo que tenía “demasiado vocabulario vasco-navarro”). Greta García, en todo caso, consigue, gracias a un minucioso trabajo de pulido, establecer una convención entre la lengua literaria y la oral que evita que la novela se “makinavajice” en exceso y lastre su lectura.

Tránsito editorial

A mandíbula batiente

Sucede lo mismo con el humor. La novela podría haberse convertido en un largo stand up comedy, en una sucesión de chistes o gags más o menos tremendos o sobrados que acaban por acumulación desarmándose o perdiendo su gracia y su carácter transgresor, pero la voz narrativa de la protagonista no llega a ese punto, no se amontona, y Solo quería bailar nos ofrece innumerables momentos de carcajadas a mandíbula batiente.

El humor y la oralidad no nos deben despistar, sin embargo (de hecho, subrayar la forma por parte de la crítica tal vez haya sido precisamente eso, una maniobra de despiste para que no reparemos en el fondo), y no debemos olvidar que en la novela subyace −o quizás ni siquiera eso, porque resulta bastante frontal− un ataque a ciertas instituciones y un mensaje subversivo que nos invita a la acción directa (si antes decíamos que Juarma tal vez comenzó a escribir, de manera inconsciente, su novela en su adolescencia kalimotxera, en el caso de Greta García, bailarina como la protagonista de esta su primera novela, cabe imaginar que el chispazo para escribir la misma pudiera brotar de su desesperación frente a la burocracia a la hora de solicitar una ayuda o beca en alguna institución oficial que más pareciera una tómbola o un chiringuito).

Dos novelas en fin, Punki y Solo quería bailar, incendiarias y al tiempo refrescantes, perfectas para leer este verano.

Publicado en magazine ON, suplemento semanal de diarios Grupo Noticias (01/07/2023)
@patxiirurzun



“La extrema derecha supo reciclarse e introducirse en los aparatos del Estado”

May 1, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
Jacobo Rivero (@JkbRivero) / Twitter

Jacobo Rivero, autor de “Dicen que ha muerto Garibaldi”

El escritor, periodista y documentalista madrileño denuncia en su primera novela alguno de los tentáculos de la extrema derecha, en una obra a caballo entre la ficción y el documentalismo. En ella narra el asesinato de un aficionado de la Demencia, la hinchada de Estudiantes, a través de una investigación que nos lleva desde finales de los 70 a la actualidad. Dicen que ha muerto Garibaldi se presenta el jueves 4 de mayo en Donostia (restaurante Garraxi, Egia, 19:00h) y el 6 de mayo en Agurain (Zabalarte Etxea, 12:30h)

Patxi Irurzun. GARA/NAIZ

¿Se puede decir que en esta novela ha fusionado sus dos grandes pasiones: el baloncesto y el activismo social?

En cierta manera sí, es un libro muy autobiográfico porque la acción discurre alrededor del asesinato de un ex alumno del Ramiro de Maeztu que es aficionado del Estudiantes. Cuenta un periodo de tiempo que compartí. Y también tiene una parte importante de denuncia política, así que sí, he fusionado, como dices, dos de mis pasiones.

¿De dónde parte la idea de “Dicen que ha muerto Garibaldi”, se le ocurre a partir de esos nuevos “Episodios nacionales” que está publicando la editorial Lengua de trapo o ya la tenía en mente?

Tenía la idea desde un viaje que hice en 2012 a Estambul. Allí se me encendió la lucecita. Luego pensé que el formato “episodios nacionales” era una buena forma de contar los últimos cuarenta años, desde la Transición hasta ahora, alrededor de una trama criminal. También tenía algunas entrevistas y fue después de terminar Bulbancha, mi anterior libro sobre la música de Nueva Orleans, que me pareció que había llegado el momento de pasar a la novela.

Por contextualizar un poco la trama de la novela, ¿dónde se sitúa, con qué acontecimientos históricos se relaciona?

Está situada en Madrid. Tiene que ver con los atentados de la extrema derecha a finales de la década de 1970, la evolución de esa gente en tramas posteriores de corrupción urbanística –como el incendio del Palacio de Deportes en 2001− y su vinculación también con redes internacionales dedicadas a la extorsión y la violencia contra activistas sociales.

Dicen que ha muerto Garibaldi” es una obra de ficción, pero también se cruzan personajes y acontecimientos reales, podría ser en ese sentido una novela histórica, a la vez es una novela negra… ¿Cómo ha mezclado ese cóctel?

Hay mucho trabajo de documentación. Muchos de los acontecimientos que se cuentan son reales, también todo lo que tiene que ver con la información de archivos que se incorpora a la investigación. Mezclarlo con una trama de ficción ha sido un reto.

Efectivamente la novela da la impresión de estar exhaustivamente documentada, incluso el tono a veces parece remitir a eso, una especie de dossier o de informe periodístico o policial aunque a la vez mantiene un ritmo narrativo muy ágil- . ¿Cómo ha sido ese trabajo de investigación?

Ha sido fascinante, por un lado desde una mirada periodística pero también con un trabajo de encaje muy artesanal. Trabajé con diferentes carpetas de información que quería unir y que resultasen coherentes y entretenidas para el lector. Por eso digo que es una novela policíaca y a la vez un libro documental. He tirado mucho de archivo propio, de búsqueda en hemerotecas, y de entrevistas con personajes reales. Algunos aparecen con su verdadero nombre y otros no.

Uno de los personajes principales del libro es colectivo, la Demencia, la afición de Estudiantes, que usted conoce bien. Llama la atención cómo dentro de la misma hay diferentes ideologías políticas. Es casi un reflejo de la sociedad o de aquella época, la transición…

Es más de aquella época, actualmente la Demencia tiene un cuerpo y una idiosincrasia más claramente de izquierdas que en aquellos tiempos. En el momento que se cuenta aquello era un batiburrillo bastante curioso, aunque siempre prevaleció un espíritu muy ácrata. El libro también quiere hablar de un Madrid donde ocurrían muchas movidas, no solo lo que se ha llamado la “Movida oficial”, sino otras que pasaban a pie de calle o instituto.

¿En qué ha quedado todo aquel carácter transgresor de la Demencia?

Creo que sigue siendo una hinchada bastante ocurrente y que pone más en valor la diversión que el resultado. Creo que la Demencia ha envejecido bien.

No hemos hablado todavía de uno de los temas de fondo de la novela, la permanencia o la infiltración del franquismo en muchos sectores de la sociedad. ¿Su intención era denunciar o alertar sobre todos esos tentáculos de la ultraderecha?

Totalmente. La extrema derecha supo reciclarse e introducirse en los aparatos del Estado. Ese ocultismo de años ahora ha salido a flote en los últimos tiempos y hay ejemplos a diario. Denunciarlo me parece casi una obligación como periodista y escritor.

¿Cómo se ha sentido en este formato, a caballo entre la ficción y lo documental?¿Le interesa o le ve posibilidades para seguir indagando o desvelando algunas miserias de la historia reciente del estado español?

Mi idea es seguir rascando en este formato. No a corto plazo porque ando con dos proyectos muy diferentes pero sí a medio. Me he sentido muy cómodo y me he divertido mucho escribiendo este libro. Quiero reivindicar muchas historias olvidadas y complejas a través de la ficción y la novela. Este es el primer paso, pero habrá más.

El futuro ya está aquí

May 1, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments


Publicado en magazine ON, suplemento semanal de diarios Grupo Noticias (15/04/23)

En el año 2000, cuando fuéramos viejos de treinta años, iríamos a trabajar en coches voladores y comeríamos ajoarriero en pilulas y el milenio traería, como advertían Miguel Ríos y Aldous Huxley, “un mundo feliz, un lugar de terror, simplemente no habrá vida en el planeta”.

Era, y es, una de las profecías clásicas de la ciencia ficción: el apocalipsis, un fin del mundo agónico e inevitable provocado por un chispazo nuclear o por un exterminio de la raza del mono a manos de androides o de inteligencias artificiales que superan las de sus creadores y se rebelan ante ellos.

Pues bien, para algunos el futuro ya está aquí y, aunque de momento esas inteligencias artificiales solo hacen cosas inofensivas e incluso divertidas, como convertir al papa en una estrella del trap maqueándolo con un plumas blanco, en breve veremos cómo son capaces también de recrear nuestras voces, nuestros físicos, nuestros gestos y movimientos, de fabricar replicantes que pueden acabar actuando al margen de nuestra voluntad y en contra de nuestros principios y los de la civilización, de alterar, en fin, el curso de los acontecimientos o de hacer indistinguible lo virtual de lo real −a veces parece, incluso, que ya estamos en esa pantalla, y que sujetos como Josep Borrell, Vladimir Putin o los presentadores de Masterchef solo pueden ser avatares de un videojuego en el que quien disputa la partida es un chimpancé−.

En el mundo del arte y la cultura existe una especial inquietud ante esta revuelta de las máquinas. ¿Cómo seremos capaces de distinguir un cuadro hiperrealista de Antonio López de otro creado por una IA, una inteligencia artificial? ¿Cuánto tardaremos en leer la primera novela escrita por un robot? ¿Hay ya una factoría que crea músicos en serie y que se llaman todos Pablo?…

Personalmente me pongo en modo pitosino y vaticino que, por el contrario, las inteligencias artificiales pueden suponer un acicate para los creadores y una nueva edad de oro de la cultura, obligada por una parte a poner esas herramientas a su servicio (el abrigo del papa, después de todo, no lo creó una máquina, sino alguien que le pidió a esa máquina que lo creara) y por otra a competir con esas IA. Es decir, los artistas tendrán que esforzarse más para conseguir obras en las que su voz propia sea singular y reconocible, obras originales, inimitables, incluso con imperfecciones que las hagan humanas, irreplicables por un patrón o un algoritmo. En realidad, ya existen cientos de películas, canciones, libros creados industrialmente, a partir de fórmulas mágicas, que acaban convirtiéndose en productos destalentados y previsibles cuya única función parece ser la de favorecer la siesta de quien las consume. Por ejemplo, los telefilms de sobremesa de domingo. ¿Existe algo peor que comenzar a ver una película y saber desde el principio qué va a pasar −chico conoce a chica, pertenecen a mundos distintos, se repelen, es decir, acabarán juntos−?

Un artista con talento y con un mundo y una voz propios no tiene por qué temer, pues, a la máquina, del mismo modo que a un maestro por vocación no debería preocuparle que sus alumnos hagan trabajos con ChatGPT, pues conoce las capacidades de cada uno de ellos y puede distinguir quién ha copiado y quién no o en qué ha beneficiado o ha perjudicado a cada cual hacerlo.

Todo ello expresado desde mi absoluto desconocimiento de la tecnología y sus límites, pues igual resulta que me equivoco y la inteligencia artificial también es capaz de sustituirme a mí y este artículo que ustedes están leyendo también podría haberlo escrito un androide.

EL ANTIBAR

May 1, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

Publicado en magazine ON, suplemento semanal de diarios Grupo Noticias (01/04/23)

Hace unos días estuve en el antibar. A la puerta del mismo había un gorila, lo cual ya daba alguna pista, pero como en vez de repartir soplamocos iba entregando a cada persona que entraba unos auriculares, nos pudo la curiosidad. Una vez dentro del garito, observamos que los auriculares desprendían luces de diferentes colores −amarillo, verde y azul− y no tardamos en caer en la cuenta de que cada una de estas dependía de la música que escuchabas a través de esos auriculares, la cual tú mismo podías seleccionar manipulando un botón. En el amarillo, rock, en el azul, electrónica, y en el verde, reguetón.

En principio, parecía una buena idea, así cada cual podía escuchar su música preferida o incluso enviar señales a los demás sobre sus gustos, si lo que pretendía era hacer amigos o incluso follamigos. También resultaba bastante divertido ver a los diferentes grupos y descubrir la heterogeneidad de los mismos, pues en la misma cuadrilla podías encontrarte con alguien rascando en el aire una guitarra imaginaria junto a otro que perreaba y al lado de los anteriores a uno más haciendo el robocito.

El problema era cuando querías decirle algo a alguno de tus acompañantes, porque tenías que quitarte los auriculares, y entonces descubrías varias cosas: que la mayoría de la gente canta fatal; que el rock es imbatible frente a otros estilos cuando se trata de corear las canciones; y, lo más inquietante de todo, que en realidad ¡nadie hablaba con los demás! (más allá de un “Ahora vuelvo, que me estoy meando viva”).

De acuerdo, todos hemos estado en bares en los que la música estaba alta o a los que hemos entrado precisamente por la música, a escucharla o bailarla, en lugar de a hablar de Dostoievski, pero también es cierto que a la mañana siguiente nos hemos levantado afónicos porque hemos tenido que gritar, sobreponer nuestra voz a la de King África o la de Evaristo, incapaces de refrenar la necesidad de comunicarnos; o que incluso cuando solo hemos bailado, la música era una comunión, algo que compartías con el resto, te gustara más o menos, creyeras más o menos en ella, te sintieras excomulgado si lo que sonaba te horripilaba, porque también podías mostrar tu disconformidad, tu falta de fe, boicoteando la canción, apoyándote en la barra o convirtiendo tu manera de mover el esqueleto en una chirigota, en una danza de la muerte que ridiculizaba esa música. Lo importante, en realidad, lo que había que respetar, no era la música, sino el bar, el bar como institución social, como espacio de encuentro, incluso como patria o ideología común…

En el antibar, por el contrario, la música, los auriculares, se convertían en la negación de buena parte de todo eso, en otro tentáculo más de la hidra del individualismo propio de esta sociedad tecnológica en la que vivimos y en la que las redes solo sirven para atraparnos y aislarnos del resto, no vaya a ser que nos juntemos y se nos ocurra algo. ¡Hala, cómo se pone! Bueno, sí, en realidad supongo que quien entra a ese local lo hace, como lo hicimos nosotros, de manera puntual, por curiosidad o como experiencia zoológica; o que, en realidad, los dueños del local ofrecen ese servicio para reducir decibelios o sortear alguna normativa municipal.

En realidad, si cuento todo esto es porque el otro día escuché en la radio que el año que viene el bono cultural para jóvenes incluirá también los espectáculos taurinos. Es decir, la tortura animal convertida en cultura y como incentivo para despertar entre la chavalería los aspectos más creativos y sensibles de su personalidad. ¡Toma antibar! Va más allá, de hecho, que el antibar: es como si en este añadieran otro color a los auriculares −rojo sangre, por ejemplo− e incluyeran un canal en el que se pudieran escuchar canciones de José Manuel Soto. ¡La anticultura!

El mundo, en fin, se va a la mierda.

SIEMPRE HAY ALGÚN BAR LAS VEGAS

Mar 20, 2023   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments


De colmenas y recuerdos - Zenda

Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias), 17/03/23

Todos tenemos un pasado más o menos oscuro. Yo, por ejemplo, durante unos años estuve trabajando en una agencia de publicidad. Fue una época de mi vida horrible. Me he acordado de ella cuando buscando en una tienda un producto para blanquear las juntas de las baldosas me he topado con uno llamado Baldosinín. Y también de que en medio de aquel horror lo más terrible era cuando me tocaba un naming (es decir, inventar un nombre para un producto financiero, un medicamento, una feria industrial…; no sé, por cierto, por qué razón en el mundo de la publicidad a todo se le ponía un nombre en inglés, naming, briefing, brainstorming, si luego todos los premios en los festivales se los llevaban los argentinos).

Cada vez que me tocaba inventar un nombre la cabeza me echaba humo. A pesar de lo cual salí bien parado, si me comparo con un compañero que se pasó seis meses dedicado en exclusiva a bautizar una hipoteca inversa y que al final daba pena, el chaval, hablando solo en voz alta (bueno, la verdad es que además era rapero) y diciendo palabros que solo él entendía, como “acetopih” (luego ya te explicaba que era hipoteca al revés).

Aquello no tenía nada que ver con Camilo José Cela en la película de La Colmena, en la que Matías Martín, el personaje al que interpretaba, también se dedicaba al naming y al que los neologismos le salían como churros. “Soy inventor de palabras. Bizcotur, dícese del que sobre ser bisojo y mal encarado, mira con aviesa intención, se la regalo”, decía.

En el café en el que transcurría la escena, por cierto, los clientes también buscaban nombres con las yemas de los dedos por debajo de las mesas, que en realidad eran lápidas de cementerio. Y, de hecho, cuando en la agencia te tocaba un naming te caía un muerto encima. La cabeza echaba humo y total para nada, para que el tren de vapor descarrilara, porque al final lo que uno acababa aprendiendo era que al cliente le daba lo mismo lo que tú le dijeras: él solo te contrataba para comprobar que aún se podían proponer nombres más absurdos que el que tenía en mente desde el principio y que, en realidad, no pensaba cambiar por nada del mundo.

Y es que no se puede luchar contra algunas cosas. Por ejemplo, contra un bar Manolo o un bar Las Vegas (“Siempre hay algún bar que se llama Las Vegas”, canta Diego Vasallo). Un bar Las Vegas o un bar Manolo, con sus servilletas por el suelo, el camarero que deja en la mesa la cazuela con las alubias del menú del día a diez euros, la tarta de chocolate que ha cogido sabor a cebolla en el frigo… Un bar Manolo solo se puede llamar bar Manolo (bueno, como mucho valen acrónimos del tipo bar Jonay, o sea, Jonatan+Yerai). Del mismo modo que en una pensión Manoli habrá que salir a mear fuera de la habitación o se oirán crujir las camas durante toda la noche y los gemidos y las flatulencias y las risas de los vecinos atravesarán como fantasmas las paredes. Es una cuestión de marca. Tú serás inventor de palabras, pero la señora Manoli es la que cambia las sábanas en su pensión y quien sabe que en ellas está dibujado todo el mapamundi de los sentimientos humanos, sus miserias, sus cazcarrias, los castillos en el aire, las lágrimas ahogadas en la almohada, los secretos que solo quien duerme en una pensión Manoli, y no en otra, está seguro de que le van a guardar. Cada uno, en definitiva, bautiza a sus hijos como quiere y el niño será Ceferino por mucho que el médico, o el publicista de turno, digan que han tenido que ponerle Oxígeno y que, si no, se muere o que la empresa se hunde.

Por lo demás, yo opino que Matías Martín/Camilo José Cela regaló “bizcotur” porque sabía que era una mierda de palabra.

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