Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias) 19/08/23
“Tranquilo,
que eso nos ha pasado a todos”, trataba de animar una de las
cocineras, que había salido a la barra para dejar una ración de
bravas, al joven camarero. La cara del chaval era un poema (nunca he
entendido esta expresión, en realidad habría que especificar un
poema de quién, ¿de Lorca, de Gloria Fuertes, de Borja Semper?). El
camarero estaba muy nervioso. Abrió dos o tres cámaras frigoríficas
hasta que encontró la botella de vino blanco. Y al servirnos la
ronda el pulso le tembló.
Le
pagamos con tarjeta y tuvo que preguntar a un compañero cómo
funcionaba el datáfono. El otro se lo explicó con desgana, como si
esa parte del trabajo no entrara en su contrato o como si él ya
hubiera pasado por ese trago tiempo atrás y hubiera tenido que
apañárselas solo. Ahora, que los demás también apechugaran.
Nos
dimos cuenta entonces, mientras bebíamos con recelo los primeros
sorbos del vino y comprobábamos que no sabía a lavavajillas, de que
el joven camarero había comenzado a trabajar ese mismo día. Y de
que seguramente nunca había estado antes a ese lado de la barra.
Un
ratito después el camarero veterano volvió a dirigirse al
debutante. “Ahora tienes media hora de descanso”, le dijo. Pero
no era que se hubiera vuelto majo de repente, sino que en realidad
esos treinta minutos también iban a ser un alivio para él, tal y
como se ocupó de dejar bien claro en cuanto el chico salió del bar:
“¡Madre del amor hermoso, menudo pipiolo!”.
Apuramos
el vino y nos fuimos. Unos minutos después nos encontramos al pobre
camarero debutante en la calle, sentado en un banco, solo, muy
quieto, como si de esa manera pudiera conseguir que su reloj no se
moviera. Daban
ganas de abrazarlo. Abrazarlo era también abrazarse a uno mismo
¿Quién no había pasado alguna vez por una situación como esa? Un
primer trabajo en el que todo es nuevo y desconocido y en el que no
das pie con bola; la sensación de desear con todas tus fuerzas estar
en otro lugar; las noches aplastantes sin pegar ojo, que pasan, sin
embargo, en un suspiro, y en las que no dejas de pensar que al
levantarte tendrás que volver al infierno; la lotería, un incendio
en el bar, un nuevo confinamiento… como única escapatoria a ese
callejón sin salida; el asco infinito de tener que volver a
preguntar al día siguiente cada duda a un anormal…
En
fin. La cara del camarero debutante, pensé, en realidad no era un
poema, sino una tragedia griega. Estuve a punto de decirle estas
palabras de Esquilo: “Lo que deba ser, será”. Pero para mí que
Esquilo escribió esa tontada su primer día de trabajo. Así que me
callé. Y nos fuimos a tomar otro vino.
ESTUPOR Y TEMBLORES, de Amélie Nothomb y SUPERSAURIO, de Meryem El Mehdati
Una de las satisfacciones, entre otras muchas, que proporciona la lectura es la exploración: los libros a menudo contienen entre sus páginas sendas y señales que nos llevan a otros libros u autores. Yo, al menos, no puedo evitar la tentación, cuando un escritor que me gusta y al que estoy leyendo menciona a otro escritor que le gusta o al que está leyendo, de tomar ese atajo y dirigirme a su encuentro, anotar su nombre, buscar sus libros… Otras veces encontramos en algunas de nuestras lecturas reminiscencias, huellas de lecturas anteriores, o, sin que haya aparentemente premeditación, las lecturas que encadenamos comparten un mismo tema, escenario o preocupación. Y en ocasiones sucede que se producen casualidades cósmicas, como que dos libros emparentados entre sí caen entre nuestras manos al mismo tiempo, sin que tengamos constancia previa de esa relación (ya mencionamos en una entrega anterior cómo al terminar la lectura de Autokarabana, de Fermin Etxegoien, nos encontramos con la sorpresa de que en el libro que le sucedió en la mesilla de noche, Galdu arte, de Juan Luis Zabala, los personajes frecuentaban el mismo bar que los de Etxegoien).
Emperadores
y Masterchef
Las dos novelas que comentamos hoy, Estupor y temblores, de Amélie Nothomb, y Supersaurio, de Meryem El Mehdati, son otro ejemplo de todo lo dicho hasta ahora. Leí ambas con apenas unas semanas de diferencia, lo cual me sirvió para establecer los puntos de conexión entre ellas (aunque tampoco había que ser muy sagaz, porque El Mehdati reconoce entre sus lecturas deudoras la obra de Nothomb, y creo incluso que llega a citar Estupor y temblores en Supersaurio).
La
primera que cayó en mis manos fue la novela de la escritora belga.
El título de la misma, Estupor y temblores, alude a la manera
en que los súbditos nipones deben comportarse y mostrar su sumisión
en presencia de su emperador, algo que se hace extensivo en la obra a
los superiores de las empresas, convertidos en Japón en seres cuya
autoridad es incuestionable, como si fueran jurados de Masterchef
(bueno, esa autoridad es piramidal, es decir, el trabajador se
convierte en súbdito de su encargado, pero este a su vez lo es de su
jefe de sección, etc.).
Amélie
Nothomb pasó sus primeros años de infancia en Japón, país por el
que siempre ha sentido una deuda emocional, que intentó saldar
regresando al mismo en busca de una oportunidad laboral que acabaría
convirtiéndose en una pesadilla. Eso es lo que nos cuenta en esta
deliciosa novelita de apenas ciento cincuenta páginas, como la
mayoría de las que Nothomb publica, al ritmo de una por año, desde
mediados de los 90, en buena parte gracias al éxito de Estupor y
temblores, su obra más conocida.
Una
pesadilla laboral
En
la novela Nothomb es contratada en una empresa en calidad de
intérprete, pero, tras una serie de humillaciones y degradaciones
que se inician desde el primer minuto en que comienza a trabajar −y,
al parecer, a convertirse en propiedad de dicha empresa−,
acabará sirviendo cafés, haciendo fotocopias o limpiando retretes.
Asistimos a un proceso de destrucción de la individualidad, de
cualquier forma de autonomía o iniciativa personales, que en el caso
de la protagonista llega al ensañamiento por su condición de mujer
y extranjera que −esa
parece ser la justificación del maltrato−
desconoce los códigos y la cultura nipones y debe aprender mediante
una férrea y sádica disciplina a someterse a los mismos.
Estupor y temblores es un retrato demoledor del mundo del trabajo y la autoalienación del trabajador japonés, que a veces hace preguntarse hasta qué punto cae en la hipérbole o la caricatura (al respecto hay que señalar, por una parte, que la lectura de la novela es ágil y divertida; y, por otra, que quizás necesitaríamos conocer la perspectiva de los propios japoneses; de hecho,Estupor y temblores no pareció hacerles mucha gracia y Nothomb fue declarada persona non grata en el país del sol naciente).
La
cadena trófica
La historia que se nos cuenta en Supersaurio, por su parte, guarda varios paralelismos con Estupor y temblores, podríamos decir incluso que es un Estupor y temblores canario o una fan-fiction o fanfic de dicha novela (los fanfics son recreaciones o variaciones de obras de otros autores, y Meryem El Madhit, y la narradora de Supersaurio con la que comparte nombre, practicaron el género); podríamos decirlo si no fuera porque Supersaurio es una obra que despega y gana altura por sí misma, alentada por su poderosa voz propia, su particular humor y su fuerza narrativa. Pero es cierto que en Supersaurio, como en Estupor y temblores, nos encontramos con la historia de una joven que inicia su andadura en la jungla del mundo laboral (en su caso en las oficinas de una cadena de supermercados canarios) y que todo cuanto encuentra a su paso son trampas mortales, jefes y compañeros como fieras acechantes, sedientos de una sangre que consideran que les pertenece porque la víctima es una especie inferior en la cadena trófica (en el caso de Meryem esa inferioridad viene determinada por varias circunstancias: mujer, joven, de clase trabajadora e hija de inmigrantes); como es cierto, igualmente, que en ambas novelas las protagonistas deciden aguantar el pulso y soportar todas las degradaciones, finalizar su contrato como una muestra de dignidad y orgullo (en el caso de Nothomb reivindicándose a sí misma como japonesa; y en el de El Medhati desafiando a todos cuantos cuestionan que pueda desempeñar o tener derecho a desempeñar un puesto de trabajo que no le corresponde); o que las dos novelas desarrollan una historia de amor/odio/admiración/desprecio hacia un superior: la bella y fría como un cerezo congelado Fubuki Mori, en Estupor y temblores, y en Supersaurio el policía bueno del capitalismo Omar, por una parte, y, por otra, la pérfida Yolanda).
El
ascensor social descacharrado
Supersaurio
comparte además con la novela de Nothomb el recurso, como una tabla
de salvación, del humor, y la fluidez de la historia, que se asienta
sobre un tono desenfadado y peleón, como vemos en uno de sus párrafo
iniciales:
«Crecer
aquí es que la guagua se te vaya en la puta cara y se te venga el
mundo abajo porque esto no es Madrid, donde el metro pasa cada cinco
minutos. Aquí la 91 pasa una vez cada hora si tienes suerte. El
trayecto desde Las Palmas (de Gran Canaria) a Puerto Rico (de Gran
Canaria) son 73 kilómetros de ida y otros 73 kilómetros de vuelta
que te toca comerte todos los días de lunes a viernes. C.
Tangana
llora en la limo, tú en los asientos delanteros de la guagua un
viernes por la tarde».
Un
tono, como vemos, en
el
que también late un mensaje de fondo contra las mentiras de la
meritocracia y
el ascensor social o una reivindicación de la conciencia de clase
(reivindicación que, ya era hora, también reconocemos últimamente
en más obras como La
mala costumbre,
de Alana
S. Portero).
Hay, en realidad, muchos más matices y profundidades en la lectura de Supersaurio que podríamos destacar, más allá de una comparación con Estupor y temblores (Superaurio es, de hecho, a nuestro juicio, una de las mejores novelas que hemos leído últimamente), pero nos apetecía señalar esos vasos comunicantes y cómo la literatura en ocasiones crea recorridos y casualidades felices que nos ponen en contacto con otras lecturas, autores o géneros desconocidos. Meryem El Mehdati, por ejemplo, cita, para nuestra sorpresa, como su mayor influencia un fanfic de la escritora vasca, Irati Jiménez:Marauder! Crac. Y tampoco sería, en fin, descabellado pensar que alguno de los personajes de la autora de libros como Bat, bi, Manchester, frecuentara el mismo bar que los de las novelas antes citadas de Fermin Etxegoien o Juan Luis Zabala.
Publicado en magazine ON (diarios grupo Noticias) 20/08/23
INTXAURRONDO. LA SOMBRA DEL NOGAL, de Ion Arretxe.
Ion Arretxe tardó casi treinta años en reunir fuerzas para escribir este libro, en el que cuenta la detención y torturas brutales que sufrió a manos de la Guardia Civil en 1985, en la misma operación en que sería asesinado Mikel Zabalza. Ambos fueron acusados falsamente de pertenecer al mismo comando de ETA, a pesar de que los dos jóvenes ni siquiera se conocían. Tampoco llegaron a coincidir nunca durante aquellos días en el infierno, es decir, en el tristemente conocido cuartel de Intxaurrondo, a cuyo mando estaba por entonces el infausto general Enrique Rodríguez Galindo.
Mucho más que un libro testimonial
Podríamos decir, por todo ello, que nos encontramos ante un libro
testimonial, pero en realidad Intxaurrondo. La sombra del nogal
es mucho más que eso, porque Ion Arretxe consigue convertir su
brutal experiencia en una reseñable obra literaria, en la que no
faltan, en medio de la barbarie y de la asfixia, momentos en los que
coger aire gracias a la intención y los indudables logros estéticos
del libro e incluso al humor que lo salpica.
Seguramente esa distancia establecida por los años transcurridos y la literatura era la única manera de contar una historia como esta, a lo cual se suma la ausencia de rencor e incluso la voluntad de reconciliación personal, no correspondida desde la otra parte, habida cuenta de que no solo nunca se han juzgado ni ha habido interés alguno en juzgar los hechos, sino que además los culpables y responsables han sido premiados y promocionados, como en su día el general Galindo o recientemente Arturo Espejo, instructor de la causa y uno de los responsables de la custodia en Intxaurrondo de Ion Arretxe y Mikel Zabalza.
Te tendrán diez días en sus manos
Ion Arretxe tenía veintiún años cuando fue detenido en Rentería
en la madrugada del 26 de noviembre de 1985 y llevado al cuartel de
Intxaurrondo, donde sería sometido a torturas durante una pesadilla
que, al amparo de la ley antiterrorista, hubo de sufrir despierto a
lo largo de diez días. Pero primero, antes de ser trasladado a
Intxaurrondo, la Guardia Civil lo condujo a un paraje de Endarlaza
−probablemente el mismo en el que aparecería el 15 de diciembre el
cuerpo sin vida de Mikel Zabalza− donde lo sometieron a
ahogamientos en el río Bidasoa durante los cuales, tal y como relata
el propio Ion en el documental Non dago Mikel?,
de Amaia Merino
y Miguel Ángel
Llamas, sintió que su
cerebro se escindía de su cuerpo, convertido en una esponja que
empapada por el agua se hinchaba dentro de su cráneo, en una
experiencia que identificó con la muerte. De hecho, tras ser llevado
desde ese lugar a Intxaurrondo, Arretxe entró en el cuartel más
muerto que vivo.
Todo, sin embargo, no había hecho más que empezar.
Mediados de los 80 en Rentería
A lo largo de Intxaurrondo. La sombra del nogal el autor nos va contando detalladamente esta y otras de las torturas que padeció (la bolsa, la bañera, los golpes en la cabeza con el listín telefónico, la interrupción del sueño, las humillaciones, chantajes y amenazas…). Lo hace en pequeños párrafos, con un lenguaje sencillo y directo, no exento por ello de un peculiar lirismo y una honda sensibilidad, de frases cortas, a veces reiterativas, pero a la vez con un significado distinto en cada ocasión, que también utilizó en otras de sus obras como Parole, parole o Los mismos bares, en los que rememora su infancia y juventud en Rentería. Arretxe va intercalando en Intxaurrondo de esa manera, junto con el relato de sus interminables y angustiosas horas en manos de la Guardia Civil, otros flases en los que vamos descubriendo cómo era la vida de un joven de veintiún años en Galtzaraborda, su barrio, a mediados de los ochenta, es decir, en aquel ambiente denso, viciado por las plagas de la heroína y el paro, pero sobre todo por la violencia política, que todo lo condicionaba (el día anterior a las detenciones de Ion Arretxe, Mikel Zabalza, la novia de este, su primo y dos de sus hermanos, ETA había asesinado a dos militares en Donostia, y, solo unas horas antes, a un guardia civil en Pasajes; la detención de los jóvenes probablemente respondiera a una operación improvisada e indiscriminada −ninguno de los detenidos tenía relación con la banda armada−).
Las puertas del infierno
Ion Arretxe es, en medio de ese panorama desesperanzado, un estudiante de Bellas Artes interesado en los libros, la música, la ilustración, el cine, que recuerda a lo largo de las páginas del libro un viaje de estudios al Meditarráneo, o al que vemos escuchando a grupos como Hertzainak, La Polla Records, Odio, RIP o Los Rumberos de Astigarraga (grupo que nunca llegó a grabar nada, pero al que reinvidica también en otras de sus obras, Relatos), participando en fanzines, grupos de teatro, pululando por todo el hervidero político y social de la época, recuperando anécdotas (como cuando un punki de Rentería consiguió poner por los altavoces del campanario de una iglesia una cinta del grupo local Basura, para desesperación de las patrullas policiales que ocupaban las calles)… Un estudiante, Ion Arretxe (a quien no debemos confundir con el prolífico escritor de novela negra y libros de viajes Jon Arretxe), que acabaría con el tiempo convertido en artista polifacético: director artístico, dibujante, actor o escenógrafo en numerosas películas (Acción mutante, Rey gitano, Marujas asesinas, Kalabaza tripontzia, Todo es mentira…), guionista de cómic (fue autor de las conocidas tiras publicadas en El Jueves Grouñidos en el desierto ), ilustrador, amigo y reivindicador de uno de los autores de culto de novela negra, Carlos Pérez Merinero, o escritor, como ya hemos señalado, de meritorios libros, además de este Intxaurrondo. La sombra del nogal. Una obra esta en la que, repetimos, a pesar de la crudeza de la experiencia narrada, prevalece la delicadeza literaria y nos franquea las puertas del infierno con un extintor en la mano.
La muerte de Manolete
Es de esa manera como a lo largo de las páginas del libro podemos enfrentarnos a diferentes situaciones de deshumanización y bestialidad que nos son descritas. Por ejemplo, la escena en la que Arretxe es sacado del piso en el que es torturado a un patio de la casa cuartel y unos niños, hijos del cuerpo, lo insultan y golpean, azuzados por los agentes que custodian al detenido, los cuales lo presentan ante los pequeños como un feroz etarra; cuando el mismísimo Galindo participa en los interrogatorios retorciendo los testículos al detenido; cuando una psicóloga pretende hacer creer a este, ante la evidencia de su inocencia, que todo cuanto ha padecido es fruto de una locura transitoria, de una desorientación mental, intentando de ese modo que no denuncie los malos tratos tras ser liberado; o, por acabar con una nota de humor −negro− cuando los torturadores, acaso para comprobar la veracidad de la información obtenida en sus interrogatorios o acaso por un ejercicio de puro cinismo, hacen firmar al detenido una declaración en la que este reconoce haber asesinado al torero Manolete.
Un libro, en definitiva, de lectura casi obligatoria, y un autor quizás no lo suficientemente conocido, con una obra que va más allá de su valor documental o que consigue convertir el testimonio en primera persona de unos hechos y una época en literatura y a esta en memoria, verdad y reparación (“Yo no conocí a Mikel Zabalza”, señaló Arretxe en un acto de homenaje a este. “Sin embargo, de algún modo, me convertí en su voz”).
Ion Arretxe (Rentería, 1965) murió en 2017, solo dos años después de que su obra Intxaurrondo. La sombra del nogal fuera publicada.
Publicado en magazine ON (diarios Grupo Noticias), 12/08/23
CUARTO DE DESECHOS, DE CAROLINA MARÍA DE JESÚS y otros libros de literatura cartonera
Son innumerables los escritores que murieron en la pobreza o el olvido (Edgar Allan Poe, Joseph Roth, Emily Dickinson, Franz Kafka…) pero también, en algunas ocasiones, se ha dado el caso contrario, autores que consiguieron a través de su escritura huir a unas circunstancias extremadamente adversas o ascender socialmente y sobreponerse a un destino que solo había deparado para ellos miseria y analfabetismo. Mohamed Chukri, el escritor bereber, autor de el impresionante El pan desnudo llegó a comer tierra de pura hambre y no aprendió a leer y escribir hasta los veinte años. James Ellroy, el aclamado autor de novela negra, vivió durante su juventud en la indigencia y fue adicto al crack, antes de convertirse en un escritor de éxito gracias, entre otras obras, a aquellas en las que cuenta la historia del asesinato y la violación de su madre (Mis rincones oscuros o La dalia negra). Distinto es el caso de Miguel Hernández, a quien el mito literario ha retratado siempre como un humilde pastor iletrado, de formación autodidacta, pero que en realidad provenía de una familia de clase media, acudió a la escuela durante más de diez años −es decir, algunos más que la mayoría de los niños de su época− y solo escribió y leyó sonetos a las cabras en situaciones puntuales. Y es que a menudo, incomprensiblemente, en las solapas de los libros con las biografías de los autores luce mucho una peripecia vital tormentosa, con una lista interminable de trabajos precarios que seducen y predisponen favorablemente a los lectores pero que estos nunca desearían para sí mismos y que en el fondo no tienen nada de románticos.
Haz como que
estás soñando
En el caso de Carolina María de Jesús,
la autora de la que nos ocupamos hoy, no hay duda sobre su extracción
social y sus padecimientos. Su libro Cuarto de desechos es un
minucioso diario en el que recoge todos los pormenores de su vida en
una favela de Sao Paulo a mediados del siglo XX: cuánto dinero ha
conseguido cada día (la palabra cruzeiro, la moneda brasileña, es
una de las que más se repiten en las entradas, convirtiendo a menudo
la obra en un cuaderno de contabilidad), cómo ha obtenido ese
dinero (recogiendo papel por las calles de la ciudad), qué ha
sucedido en la favela de Canandé (por lo general Carolina refiere
riñas entre vecinos, y entonces el diario se torna una especie de
crónica periodística de sucesos) o anotando el tiempo que ha
dedicado cada jornada a escribir.
Carolina María de Jesús concibe la literatura como la única salida a su alcance para escapar del lugar en el que vive, ese cuarto de desechos, como lo llama, recurriendo a lo largo del libro en repetidas ocasiones a una metáfora en la que la Sao Paulo es una casa con diferentes estancias y en la que la favela le correspondería el lugar al que es arrojada la basura, todo lo que la ciudad rechaza o considera inservible. Carolina sueña con que un día publicará sus libros y el éxito de los mismos le permitirá comprar una casa en otra de las estancias, por ejemplo en la sala de visitas, es decir, en alguno uno de los barrios de clase media de Sao Paulo (no es lo único con lo que la escritora sueña o con lo que se evade: “Yo recojo papel, pero no me gusta. Entonces pienso: haz como que estás soñando”, escribe, por ejemplo, en una de las entradas del diario).
El día a día en
la favela
Milagrosamente, los
sueños, las plegarias literarias de Carolina María de Jesús serán
atendidas. Un día de abril de 1958 Audalio Dantas, un
periodista que se encuentra en Canondé realizando un reportaje, se
topa con la recicladora abroncando a unos hombres que han invadido un
parque infantil y a los que reprende amenazándolos con sacarlos en
su libro. El olfato periodístico de Dantas se agudiza y, tras
entablar conversación con Carolina, esta le acompaña a la favela en
que vive y le muestra los más de veinte cuadernos en los que va
recogiendo el día a día del cuarto de desechos de la ciudad (y
también alguna obra de ficción, que, por el contrario, no
despiertan especial interés en el reportero). Dantas lee los diarios
de Carolina y hace una selección de doscientas páginas que serán
publicadas dos años más tarde por una prestigiosa editorial y que
acabarán convirtiendo el libro en un éxito literario internacional
y a Carolina en un personaje al que pasean como a un animal exótico
(¡una vecina de la favela que lee y escribe!) por redacciones de
periódicos y estudios de televisión.
Los números, los
cruzeiros en las anotaciones contables de Carolina María de Jesús
se multiplican y al cabo de un tiempo consigue, como siempre ha
deseado, abandonar la favela, un lugar que en el fondo siempre ha
detestado, así como a quienes la habitan. El sentimiento es
recíproco, y el día que Carolina hace la mudanza es despedida entre
insultos y lanzamientos de piedras por parte de sus vecinos. Lo
cierto es que el personaje de Carolina se hace en algunos momentos
odioso para el lector, convertida a menudo en una especie de
metomentodo o policía de la moral que utiliza su escritura como una
amenaza, antes que en la voz de la favela. Carolina más bien vuelve
esa voz contra esta, chantajea, como hemos visto, constantemente a
sus vecinos, les advierte de que los citará en sus libros, anota
cada uno de los comportamientos que considera reprochables…
Cuarto de
ladrillos
No siempre es así, por supuesto, y también podemos encontrarnos a lo largo de las páginas de Cuarto de desechos a la cronista despotricando contra los políticos paracaidistas, que solo se dejan caer por la favela en períodos electorales y lanzando promesas que nunca cumplen; o las entradas del diario retratan la figura de una mujer valiente, emprendedora, dueña de su vida, un rara avis en la favela, madre soltera que rechaza una y otra vez la tutela de un hombre en su vida y reivindica y ostenta constantemente su libertad.
Cuarto de
desechos aparece acompañada en la edición de Txalaparta que
hemos manejado, la más reciente de la obra (marzo de 2023), por otra
selección de los diarios titulada Cuarto de ladrillos, en
la que se da cuenta del ascenso social de la autora, la cual anota
las entrevistas que va concediendo, los viajes de promoción, su vida
en la nueva casa y el nuevo barrio. “Pareciera que mi vida estaba
sucia y ahora la están lavando”, escribe en una de las entradas.
A
los diarios acompañan además dos relatos, dos obras de ficción,
pero la importancia tanto de estos como de los cuadernos
autobiográficos de Carolina no radica en lo artístico, sino en lo
testimonial, en lo que tiene de radiografía social de un lugar como
la favela, la periferia de la periferia, una geografía casi siempre
ausente en las obras literarias o explorada desde el exterior. Y así
las entradas de dichos diarios rara vez pasan del apunte sin ningún
tipo de alarde estético o literario (de hecho, cuando Carolina lo
intenta se vuelve jactanciosa, por ejemplo en unas primeras y
desconcertantes páginas, que no anticipan en absoluto el tono
sencillo, elemental, del libro, y en la que escribe frases como “He
ablucionado a los niños”).
La
literatura cartonera
No es Cuarto de desechos el único libro en el que la favela se convierte en escenario literario (tenemos Ciudad de Dios, de Paulo Lins, en el que se basaría la famosa película) o los recicladores de basura en protagonistas (Avenida de los misterios de John Irving, Una soledad demasiado ruidosa de Bohumil Hrabal, o −si se me permite el atrevimiento y el honor de figurar junto a estos autores−, Atrapados en el paraíso de Patxi Irurzun), pero la particularidad de Cuarto de desechos es que la propia autora y narradora de la obra es una de esas recicladoras (en Amor y basura, por su parte,el checo Ivan Klima cuenta una historia en la que el proceso es inverso al de Carolina María de Jesús: el protagonista, un trasunto del propio Klima, pasa de ser escritor a barrendero).
Junto
a todos estos libros merece la pena citar, por último, un fenómeno
que se ha dado en las últimas décadas y que une igualmente la
literatura con la basura o el reciclaje: la literatura y las
editoriales cartoneras.
Las
editoriales cartoneras surgen hacia los años 80 en Latinoamérica de
la mano de proyectos como Eloísa Cartonera, en Buenos Aires, o La
espada rota, en Caracas. En ellas, los propios trabajadores de la
basura manufacturan, con papel y cartón reciclado, obras literarias
que, en el caso de Eloisa Cartonera, ceden desinteresadamente sus
autores (en su catálogo se pueden encontrar obras de Cesar
Aira o Ricardo
Piglia). Se trata, pues,
de un proyectos literario y de integración social y laboral, que
ofrecen al lector libros, por lo general de pequeño formato, únicos,
singulares, con la portada pintada a mano, etc.
Estas
pioneras editoriales (Eloisa Cartonera todavía existe) fueron el
modelo para proyectos similares que comenzaron a surgir en diferentes
lugares del mundo, y así hoy son cientos las editoriales cartoneras,
repartidas por países como México, Bolivia, Mozanbique, China…
algunas de ellas con particularidades propias (en algunas los autores
son los propios cartoneros, otras trasladan su ámbito de trabajo a
prisiones, etc.). En España, sin ir más lejos, existen varias,
como Meninas cartoneras o La verónica cartonera, que convoca su
propio premio literario. Y también, por supuesto, en Sao Paulo, la
ciudad en la que Carolina María de Jesús vivió, trabajó como
cartonera y escribió sus diarios. No es descabellado pensar,
por ello, que de haber existido en época de la autora, esta hubiera
trabajado y publicado sus obras en una de estas editoriales. Lo que
no sabemos es que suerte habría corrido en ese caso Cuarto de
desechos, convertida hoy en día en un clásico de la literatura
brasileña y traducida a varios idiomas.
“Esto es novela negra, no rosa” Jon Arretxe, escritor
Hay
un hombre en Arbizu (Navarra) que lo hace todo: viajero, cantante de
ópera, fue también profesor de universidad…. pero, por encima de
todas las cosas, Jon Arretxe es escritor. Touré, el detective
africano protagonista de su saga literaria de novelas negras, cuya
novena entrega, Tiempos
para la Lyrica,
acaba de publicar, salta a la pequeña pantalla en una serie que ha
comenzado a rodarse recientemente en el barrio bilbaíno de San
Francisco.
Un trabajo seguro, una jornada de ocho horas, un sueldo fijo… Al
escritor basauritarra Jon Arretxe siempre le ha horrorizado la idea
de acomodarse. Por eso se aferra a la literatura, que le proporciona
la incertidumbre y la emoción de saber, o no saber, mejor dicho, qué
sucederá con cada libro nuevo. Ha perdido la cuenta de cuántos
lleva publicados −son
más de treinta−,
aunque sí recuerda algunos que fueron determinantes: el diario
viajero Tubabu, con el que comenzó todo: Ostiralak,
sus historias gamberras de estudiantes, que se convirtieron en un
inesperado best-seller gracias al que, en el año 2000, pudo
dejar su trabajo como profesor universitario y dedicarse
exclusivamente a escribir (“Llevo un siglo viviendo de la
literatura”, bromea); o 19 cámaras,
el primero de la serie de Touré, el sui generis
detective burkinés cuyas aventuras serán ahora llevadas a la
pantalla, tras ocho entregas literarias, a las que suma ahora la
novena novela de la saga, Tiempos para la Lyrica.
Detective Touré, la serie basada en sus libros, que Arretxe escribe y publica originalmente en euskera, comenzó a rodarse el pasado cinco de junio en el barrio de San Francisco de Bilbao, el territorio natural del investigador burkinés. Y su creador se encuentra “superfeliz” con esta adaptación de sus novelas, que le ha permitido estirar el chicle para poder seguir manteniéndose durante una temporada sobre el alambre de la literatura, gracias a lo que califica como una inyección económica, pero también de alegría y de moral.
Un puto negro
Arretxe inventó el personaje de
Touré siguiendo el consejo del algunos colegas escritores, que le
animaron a crear una saga. “Yo ya había escrito novela negra, pero
normalmente me cargaba a todo el mundo. Me planteé hacer algo
original, distinto, un protagonista que durara más de una novela y
no fuera el típico policía o expolicía blanco, con problemas con
el alcohol… Y así surgió Touré, un inmigrante africano, no sé
muy bien por qué… bueno, ahora sí lo sé”.
Durante mucho tiempo Arretxe creyó
que el origen de Touré lo debía a sus viajes por África y la
admiración y el amor que siente por el continente y sus gentes, pero
una charla con su psicosomatólogo le hizo ver que en realidad la
razón estaba más cerca, en su propia casa: “Mi hijo es negro”,
dice. “Y ahora comprendo que fue por eso. Y me doy cuenta además
de que en mis novelas, que comencé escribiendo con la idea de hacer
algo divertido, con una trama que enganchara, el componente social ha
ido ganando peso, y de que, en el fondo, lo que quería era
denunciar, defender a gente que es como mi hijo, algo de lo que antes
no era consciente. Mi hijo tiene ya diecisiete años y hasta ahora ha
sido un chaval de Arbizu, euskaldun, uno más, pero ahora ya ha
empezado a salir fuera a estudiar, y, desgraciadamente, para mucha
gente va a convertirse en un puto negro”, se lamenta el escritor.
En bici por el desierto del Sáhara…
Los viajes, de todos modos, sí han tenido una importancia fundamental en la trayectoria literaria de Arretxe, que fue viajero antes que escritor. “Comencé a viajar antes de cumplir los veinte, cuando estudiaba Filología Vasca en Deusto, donde también empecé a trabajar como profesor de euskera y a ganar algo de dinero. En aquella época no escribía, sí que leía, claro, aunque tampoco era una gran afición, pero al final iba acumulando tantas historias en la cabeza que aquello tenía que salir por algún lado. El libro clave fue Tubabu. Cuando lo escribí llevaba ya viajando unos diez años, pero eran viajes no muy largos, de un mes, en vacaciones, y llegó un momento en que aquello no me llenaba, así que dejé aquel trabajo, cogí la bicicleta y decidí cruzar el desierto del Sáhara en bici, anduve por Marruecos, Mali, Senegal… Fueron tres meses en los que me pasó de todo y, como tenía la sensación de que debía contar aquello, escribí un diario de viajes. Lo presenté a un premio, que fue la primera beca Igartza, lo gané, y el libro tuvo mucho éxito, porque por entonces apenas había novela de viajes en euskera, a pesar de que los vascos hemos sido bastante viajeros. A partir de ahí, desde Tubabu, todos los años he escrito por lo menos un libro. Fue el momento clave, si no hubiera sido por aquel libro y por aquel premio seguramente ahora no sería escritor”, confiesa Arretxe.
…y la noche estudiantil de Gasteiz
Llegó un momento, sin embargo, en que el escritor se aburrió de la literatura viajera y decidió dar un giro que terminaría por afianzar su apuesta por la literatura. Fue la publicación de Ostiralak, un libro sobre la vida estudiantil en Vitoria, las noches de los jueves, etc. que escribió, no obstante, como un divertimento, sin demasiadas pretensiones. “No me parecía en absoluto mi mejor obra, hasta entonces mis libros de viajes se habían vendido bien, pero no como para vivir de ellos, y esto de repente se convirtió en un gran éxito, se dispararon las ventas, sobre todo como lecturas para institutos, algo que me sorprendía, porque no era ni literatura juvenil, ni educativa, ni nada, al contrario, era una apología del gamberrismo, pero, sin querer, parece ser que acerté con los gustos de los jóvenes. Se vendieron miles y miles de ejemplares, hasta el punto de que me planteé intentar vivir solo de la literatura. Por entonces yo trabajaba de profe en la universidad en la facultad de Educación Física de Vitoria y lo dejé para vivir del cuento”, ironiza.
Revolución en San Francisco
Pero más allá de sus golpes de fortuna literaria, Jon Arretxe es un
obrero de la narrativa: recorre incansable y omnipresente festivales,
ferias del libro, centros educativos, mima a cada uno de sus lectores
o potenciales lectores, considera a cada uno de ellos un pequeño
tesoro… Y con la adaptación televisiva de Touré espera sumar más
adeptos.
Aunque es consciente de que la literatura y el cine son lenguajes
diferentes y la serie se tomará sus licencias le alivia saber que
hay ciertas líneas rojas que no se han franqueado. Una de ellas es
conservar el hábitat natural de Touré, el barrio de San Francisco,
revolucionado estos días con el rodaje de Detective Touré,
que inicialmente constará de seis capítulos.
Arretxe conoce bien San Francisco, donde ha escrito buena parte de
las novelas de la saga: “En los
últimos años he cogido la costumbre de escribir in
situ, en el lugar en el
que transcurren las novelas. La primera vez fue un libro de aventuras
en el Amazonas: me fui a un pequeño poblado y me salió de un tirón,
me pareció mucho más sencillo que escribir en Arbizu, donde llevo
viviendo desde 2004. Yo en Arbizu miro por la ventana, veo San
Donato, Urbasa, Aralar, y me digo “¡Es precioso!”, pero con eso
no me salen novelas negras, igual podría escribir poesía, pero no
es lo mío… Con Touré, la primera vez, me dejaron un piso en San
Francisco, cuando empecé a husmear por allí, y así surgió 19
cámaras… San
Francisco es un barrio supervivo, en el que siempre pasan cosas,
basta con estar mirando con el balcón para que te broten historias y
personajes… Y sigo con ese método. A Touré me lo he llevado a
los barrios de París, a Barbier, Bellville, o a Madrid, a Lavapiés,
Vallecas…”.
La muerte de Touré
En Tiempos
para la Lyrica, la
última entrega de Touré, este regresa a San Francisco, donde se
encuentra con un panorama desolador. La alusión en el título a la
conocida frase de Bertold Brecht, tiene un doble sentido, con la
inclusión del nombre de ese medicamento, Lyrica, cuyos envoltorios
de plástico no es raro ver últimamente tirados en las aceras del
barrio bilbaino, donde estas pastillas se han convertido en moneda de
cambio entre yonkis y sintechos.
Preguntamos al escritor si Touré
tiene fecha de caducidad. “Si me canso de él, lo mato”,
contesta, pero luego añade: “Pero igual entonces alguien me mata
a mí, porque noto que la gente le ha cogido cariño, y yo también,
aunque le hago sufrir mucho. A veces me echan la bronca, pero yo les
digo que esto es novela negra, no rosa, y que para gente como Touré
la vida es así, son supervivientes natos, para los que conseguir
veinte euros es todo un logro, con ellos hacen maravillas… Yo
muestro la realidad con toda su crudeza. De todos modos, espero que
tarde mucho el momento en que me aburra del personaje, creo que
todavía durará mucho”.
Hay pues Touré para largo, y
además, ahora, por partida doble, en los libros, y, dentro de poco,
en la pequeña pantalla.
Jon Arretxe Pérez (Basauri, 1963). Es doctor en Filología Vasca, licenciado en Educación Física y ha completado, en los conservatorios de Bilbao y Vitoria, sus estudios de piano y canto. La ópera es otra de sus grandes pasiones y ha formado parte de los coros de las óperas de Bilbao (ABAO) e Iruñea (AGAO), en esta última también como solista. “Comencé de niño y cuando lo retomé, mi profesora no me dijo que cantara bien, pero sí que tenía una voz de bajo poco frecuente”. Como escritor ha firmado decenas de libros. Se inició con la literatura de viajes con libros como Tubabu o Griot; su serie de novelas de estudiantes Ostiralak, Ostegunak, Larunbatak, se convirtió en un fenómenos de ventas, al igual que sus novelas juveniles e infantiles (Harresi handirantz, Beti iparralderantz…). Autor de novela negra, su serie sobre el detective Touré, será llevada próximamente a la pequeña pantalla, una noticia que le hace feliz. Asegura estar en el mejor momento de su vida y haber disfrutado a lo largo de la misma de las oportunidades que esta le ha ofrecido: la música, el deporte, los viajes o la literatura.