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GAINSBOURG IN MEMORIAM

Ene 22, 2024   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
GAINSBOURG Y YO - Patxi Irurzun Patxi Irurzun

Publicado en Rubio de bote, colaboración quincenal para magazine On (diaarios Grupo Noticias) 06/01/24

Hace unas semanas murió Gainsbourg, nuestro conejo enano bélier. Algunos de ustedes se acordarán de él, porque lo he convertido en protagonista de esta página en más de una ocasión.

Me lo encontré una mañana tumbado en una esquina de la jaula, inmóvil, con los ojos detenidos, mirando hacia la luz de la ventana, la boca abierta y sus dientecillos asomando a través de ella. Cuando lo cogí para ver si todavía le latía el corazón, estaba frío. Me pareció, además, que apenas pesaba, como si estuviera vacío por dentro, como si en realidad fuera una copia en 3D de sí mismo. Alrededor de su cuerpo sin vida revoloteaba un moscardón gordo y zumbón.

Los moscardones son los cuervos de las mascotas domésticas.

Recuerdo que, al principio, no sentí pena, sino una especie de alivio, más por mí mismo que por el propio conejo. Pensé que ya no tendría que limpiarle más el cagadero. Y puede incluso que consiguiera vender la jaula en eBay. Tal vez fuera porque llevaba ya un tiempo esperando este momento. Hacía meses que Gainsbourg estaba sordociego. Y en las últimas semanas le había salido una especie de tumor en el culo, tenía incontinencia, se meaba en aspersión por toda la jaula y fuera de ella… Pero después me invadió un sentimiento de congoja y de culpa que todavía hoy, cuando cada mañana encuentro un hueco en el lugar el que estaba su jaula, perdura y me roe el corazón como si este fuera una zanahoria.

No puedo parar de preguntarme, desde aquel día de su muerte, si cuando compré a Gainsbourg, siendo solo un gazapo, lo salvé, le ofrecí una vida cómoda y sin sobresaltos, o por el contrario lo condené a una reclusión y un celibato perpetuos; si acaso lo privé de su “conejidad” y lo convertí en un animal triste y sin otras expectativas que salir unos minutos cada día de la jaula, arañarme las pantorrillas mientras cocinaba, roer el cable del ordenador −acaso para que no escribiera más columnas sobre él−, darle de vez en cuando un revolcón a Bardot, el mono de peluche que le compramos para que se desfogara…

¿Cómo habría sido Gainsbourg en otro ambiente? ¿Determina el medio, las condiciones de vida, nuestra personalidad? Tal vez, no sé, Gainsbourg era un conejo aventurero y follador y yo le había cortado las alas, lo había hecho infeliz.

En fin, ya da lo mismo, ya es tarde para lamentarse y para cambiar nada. Puede que ahora Gainsbourg, en el cielo de los conejos, si lo hay, sea un conejito libre y alegre o tenga siempre alguien que le compre zanahorias frescas y le corte las uñas antes de que parezcan garfios.

Espero que sí.

Descansa en paz, Gainsbourg, amigo, fuiste un buen conejo.

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