DELIBASIC
Publicado en «Rubio de bote», magazine ON (diarios Grupo Noticias), 17/09/22
En septiembre, al empezar el año, en el mundo del tiempo al revés hacemos nuestras macabras apuestas sobre qué famosos resucitarán en los próximos doce meses. Es sencillo acertar, porque en el ambiente hay indicios y pistas que ayudan a intuir, a menudo con un nudo en el estómago, quién regresará desde el otro lado del reloj de arena. Por ejemplo, nadie lo menta en nuestras apuestas, por no envenenarse la saliva con su nombre, pero desde hace años es evidente que no falta mucho para que a Francisco Franco le desconecten los cables y poco a poco su salud mejore y un día se levante de la cama y se vista de generalísimo y vuelva a firmar penas de muerte con el brazo incorrupto de Santa Teresa de Jesús y sea aclamado de nuevo por un millón de personas en la Plaza de Oriente —aunque en ella solo quepan apretadas doscientas mil— y así, milagro a milagro, muerto a muerto, vaya retrocediendo en el tiempo hasta la época en que solo era un insignificante cabo culón y con voz de pito, pero con un camino empedrado por miles de cadáveres a sus espaldas.
No, por supuesto, en nuestra cuadrilla, por salud mental, preferimos vaticinar que este año será Elvis quien regrese. Estará gordo como una nutria, o como Axl Rose, pero merecerá la pena verlo descender desde los salones de boda de Las Vegas hasta convertirse de nuevo, guapo y con las caderas en llamas, en el rey del rock. Claro que esa tal vez no es una apuesta segura, porque Elvis en realidad no puede resucitar, Elvis está vivo, lo dice un buen amigo.
«¡Entonces Mirza Delibasic!», lanza su apuesta otro.
Y de repente a todos nos viene a la cabeza la imagen del escolta yugoslavo moribundo, dibujando en el aire volutas de humo con la misma elegancia que antes daba asistencias, o pisando la nieve mientras huye al anochecer del cerco de Sarajevo junto con otros locos del baloncesto para jugar su último partido, mientras la guerra silba una canción de muerte sobre sus cabezas… Será duro ver los ojos tristes y enfermos del Delibasic de los últimos días, pero para nosotros esos días serán también los primeros, y en poco tiempo lo tendremos otra vez sobre la pista, convertido de nuevo en el jugador más elegante que haya pisado jamás una cancha, todo ello en una época en la que los deportistas fumaban y no había raya de tres ni francotiradores, cuando el baloncesto era tan romántico que servía para poner nombres a los grupos indies (Tachenko no está mal, pero Delibasic habría sido mucho mejor).
De mismo modo —continuamos la ronda de apuestas— alguien nombra a Janis Joplin, y la sangre bombea de vuelta en la jeringuilla un escupitajo de heroína pura, y Janis despierta y regresa al escenario para hacer el amor con todos los que están abajo; u otro se acuerda de Alfonsina Storni, y la poeta camina hacia atrás sobre sus pasos, borrando las huellas suicidas de sus pies en la playa; o hay también quien apuesta por Isadora Duncan, y el glamuroso e interminable fular de esta flota de nuevo en el aire, antes de enredarse en la rueda de su coche deportivo y estrangular a la bailarina…
Cualquier cosa con tal de coger aliento, de buscar una ráfaga de belleza en ese aire rancio e irrespirable al que los cachorros verdes ladran con espuma en la boca sus consignas y sus himnos mientras agitan sus banderas y jalean a Benjamin Button, orgullosos de este mundo miserable, de esta estafa de vida en la que nacer, incluso resucitar, es una sentencia de muerte.