Club de lectura de verano 2023
TRILOGÍA SUCIA DE LA HABANA, de Pedro Juan Gutiérrez
A Pedro Juan me lo llevé a Manila en 2002. Me refiero a su libro, claro, él estaría por entonces en su azotea de Centro Habana a lo suyo, el ron, la literatura, las mulatas y la supervivencia, sin tener ni idea de que yo existía. Lo que no podía ni imaginarme era que apenas un par de años después me encontraría pateando las calles que el escritor frecuentaba y mencionaba en sus obras, San Lázaro, Campanario, Industria, y buscando su cabeza pelona entre los transeúntes, para, en el caso de que Pedro Juan se me apareciera, invitarlo a un trago o solicitarle una entrevista.
El olor de La Habana auténtica
A veces los libros nos dan señales, funcionan como pitonisos, nos echan las cartas, dibujan para nosotros los mapas de los lugares que aún no sabemos que un día recorreremos.
En aquel año, 2002, yo había ganado un certamen literario que convocaba El País y cuyo premio consistía en seis mil euros que había que gastar −esa era la única condición− en un solo viaje. Me fui al basurero de Payatas, en Manila, donde viven ochenta mil personas y trabajan, en turnos de día y noche, diez mil. En mi maleta llevaba la Trilogía sucia de La Habana, cuyos relatos solía leer hipnotizado cuando regresábamos a la casita en la que nos alojábamos, a pesar de que el hedor que aquellas páginas de Pedro Juan exhalaban −el de los retretes comunitarios y desbordados, el de la sangre fresca de las cuchilladas, el olor intenso de la transpiración y los humores sexuales flotando en el aire denso de La Habana hambrienta y sin jabón del período especial− no sirviera precisamente para quitarme de encima aquel otro que yo traía del vertedero de Payatas pegado a la piel.
Lo que olí, viví y sentí en Payatas sería largo de contar, y además ya lo hice en un libro, Atrapados en el paraíso; pero, por resumir: Atrapados en el paraíso ganó algún que otro premio y me convirtió durante algún tiempo en un escritor de viajes, gracias a más premios y carambolas literarias, en una de las cuales me encargaron redactar una guía turística de… ¡La Habana!
Un libro de extranjis
De modo que allá estaba de nuevo. Aunque esta vez sin Pedro Juan guiándome. Durante mis caminatas por las calles de la capital cubana, Ánimas, Obispo, Trocadero, nunca me topé con el escritor, seguramente porque en el fondo nunca dejé de ser un paracaidista, un intruso que jamás llegó a atravesar la piel de la ciudad. Nunca vi, por ejemplo, a los pajilleros que se masturbaban en el malecón y en los cuentos de la Trilogía sucia de La Habana, mientras las parejas templaban en lo oscuro; o nunca subí las escaleras de un solar como aquel en el que vivía Pedro Juan, con sus habitaciones hacinadas y su trasiego de personajes desquiciados y lúbricos…
En realidad, lo más cerca que estuve del escritor fue el día que un jinetero se me acercó en la Plaza de Armas con una bolso lleno de libros y yo le pregunté, sin mucha esperanza, si tenía algún pedrojuán. Para mi sorpresa, el tipo rebuscó entre su material y me mostró un ejemplar de Animal tropical, publicado en 2002 por la editorial habanera Letras Cubanas. Para entonces Pedro Juan Gutiérrez ya era conocido en Europa, donde su trilogía se había convertido en un fenómeno editorial, el Bukowski caribeño (hay bukowskis africanos, bostonianas, murcianos… como luego veremos); en Cuba, sin embargo, sus obras, que retrataban sin concesiones ni tapujos la realidad de la isla, eran silenciadas o circulaban en ejemplares de pequeñas tiradas como la que el jinetero me ofrecía, la cual, añadió, se editaba solo para que nadie pudiera acusar al régimen castrista de atentar contra la libertad de expresión.
Por supuesto, compré aquella joya, a precio de baratija; tal vez lo fuera, no lo sé, no tengo en realidad ni idea del valor que tiene, yo en todo caso lo guardo como oro en paño en mi biblioteca, en cuyas estanterías acompaña a El rey de La Habana o al libro que hoy comentamos, Trilogía sucia de La Habana, que en realidad es una compilación de tres libros de relatos: Anclado en tierra de nadie, Nada que hacer y Sabor a mí, narrados por un personaje llamado Pedro Juan (excepto algunos de los cuentos de la tercera de las colecciones, curiosamente la titulada Sabor a mí).
El Museo de la Revolución y las azoteas
Pedro Juan, o el alter ego de Pedro Juan llamado Pedro Juan, narra a un ritmo frenético y desinhibido, con un lenguaje desnudo y sudoroso, su día a día: nos lo encontramos oliéndose excitado sus propias axilas en su cuarto de un rascacielos destartalado de Centro Habana, al que los ciclones deshacen como arena entre sus manos las paredes; o “resolviendo”, o sea, buscándose la vida, recogiendo por ejemplo latas de conserva de la basura, que lava y vende después a quienes compran bolas de helado en la calle pero no tienen dónde colocarlas; bebiendo ron con Superman, un viejo actor erótico que en su época más fecunda eyaculaba litros de esperma sobre el público, sin ni siquiera tocarse la pinga, sólo con mirar a una pareja que le ponían entre bambalinas haciendo el amor; nos lo encontramos, a Pedro Juan, haciendo él mismo el amor, muchas veces y muy seguidas y con muchas mujeres; o visitando a las santeras, hablando con las prostitutas, emborrachándose con homosexuales y otros proscritos… trazando en definitiva, un fresco hiperrealista de La Habana de mediados de los noventa, la que si uno no tenía una venda en los ojos también podía ver desde las ventanas del Museo de la Revolución, en las azoteas en las que los turistas estupraban jineteras, los vecinos de otras azoteas arrojaban envueltas en el Gramma sus propias heces porque les habían cortado el agua o los más afortunados alimentaban con mondas de patatas un cerdo con las costillas afiladas como cuchillos, como un cristo en la cruz.
Oficio: revolcador de mierda
Pedro Juan nos lo muestra todo, ya no quiere callarse, ya se ha callado demasiado tiempo o ha escrito lo que otros querían que escribiera −durante años trabajó como periodista bajo una férrea censura−, no, ahora solo quiere contarnos la realidad, sirviéndose para ello del recurso de la literatura o la ficción. “Tomas la realidad tal como está en la calle. La agarras con las dos manos y, si tienes fuerza, la levantas y la dejas caer sobre la página en blanco. Y ya. Es fácil. Sin retoques (…) Ese es mi oficio: revolcador de mierda (…) Y no es que busque algo entre la mierda. Generalmente no encuentro nada. No puedo decirles: Oh, miren, encontré un diamante entre la mierda…”, escribe en uno de sus relatos. Pero miente, por pura modestia. El realismo sucio de Pedro Juan trae consigo también entre todas esas líneas emborronadas de ron y roña, entre todas esas páginas de sexo animal y cruda escatología, hondas reflexiones sobre la condición humana o violentos empujones al lector que lo obligan a mirar al abismo de su alma.
Es ese realismo sucio, precisamente, pero también esas cuchilladas existencialistas hasta las cachas, lo que ha emparentado a menudo a Gutiérrez con Bukowski, empezando por su propia editorial, Anagrama, que cita al escritor californiano en la contraportada de la trilogía, abundando en un recurso promocional y de la crítica literaria, que encuentra bukowskis en todos aquellos autores que escriban sin pudor sobre beber, follar o que utilicen las palabra “joder” o “puto” más de tres veces. Y así, es un bukowski africano Mohamed Chukri, o se convierte en heredera del viejo indecente la estadounidense Otessa Moshfegh, por no hablar de que se ha calificado como bukowskismo murciano la obra del autor cartagenero Luis Sánchez Martín.
Un trago con Pedro Juan
Al bukowski tropical, por lo demás, acabaría finalmente cruzándomelo años después, pero no en La Habana, sino en internet, a cuenta de algunos poemas suyos que publiqué en mi fanzine digital Borraska y que él me cedió amablemente en un email escrito en un tono cordial y pausado que no tenía mucho que ver con el Pedro Juan de sangre caliente de sus cuentos; aquel Pedro Juan al que, en el fondo, tampoco estoy tan seguro de que me hubiera atrevido a invitar a un trago de ron si me lo hubiera topado en alguna de las esquinas de aquellas calles de Centro Habana de nombres hermosos y terribles, Dragones, Cuchillo, Zanja…