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ODIADORES

Sep 24, 2018   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
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Publicado en Rubio de bote, colaboración para el magazine semanal ON (diarios Grupo Noticias) 22/09/2018

 

 

Lo mejor es no leerlos. Los comentarios en la página de reservas del hotel que acabas de contratar para tus vacaciones, digo. Porque siempre vas a encontrar alguno que diga que las sábanas estaban llenas de cascarrias, que lo de “Se admiten mascotas” se refiere a las cucarachas del tamaño de mastines que se pasean por las habitaciones o que la comida sabe a rayos y la sirven unos camareros con cara y modales de afiliados de VOX en mitad de una Diada.

La parte buena de todo eso es que te plantas en el hotel como un reportero de guerra, parapetado con chaleco antibalas, mosquitera y potabilizador para el agua, y a nada que el establecimiento cumpla unos mínimos de habitabilidad, te parecerá que estás en el Hilton (claro que al revés también pasa y puede ser que la piscina climatizada que anuncia en su web el Hotel Jilton sean en realidad unos cuantos niños gritones meándose en tu bañera).

—Tiene que haber alguien que se dedique a ello —me digo—, alguien al que le paguen para escupir toda esa bilis en Booking o en Tripadvisor  sobre las reseñas de la competencia. ¿Será alguien del gremio, un negro literario? ¿Una especie de inspector de la Guía Michelín al revés? ¿Alguien que se pase la vida en un verano perpetuo, a la caza de la fideuá de bufet más reseca y los zumos de máquina más flatulentos, de la alcachofa de ducha con menos presión, del colchón que te succione con más fuerza? ¿Cuál será su esperanza de vida?…

Reconcomido por todas esas dudas existenciales me dirijo a una oficina de empleo para iniciar este reportaje de investigación, pero estoy a punto de abandonarlo a las primeras de cambio porque a sus puertas me encuentro a un montón de personas gritando “¡Viva el rey!”. Después, recuerdo que me pasó lo mismo ayer en el centro de salud, y el otro día cuando pasé por delante del comedor social. “¡Viva el rey!”, gritaban todos con lágrimas en los ojos, “¡Viva el rey, mecagoendiós!”, gritaba enardecido un actor a la puerta de un juzgado, “¡Viva el rey!” grita todo el mundo en el mercado, cuando echa gasolina, en el banco, al sentarse en la taza del baño…

Así que vuelvo más tranquilo sobre mis pasos y entro de nuevo a la oficina del INEM.

—Sí, sí, los haters y los trolls están muy solicitados —me responde muy amablemente un funcionario, tres días después, cuando regreso tras pedir mi cita previa, y me explica que hater quiere decir odiador (“Odiador, qué bonito. Amo la palabra odiador. Donde esté un buen odiador que se quiten todos los haters”, pienso yo).

Pero nos los piden para todo, no se crea, no solo para lo de los hoteles —continúa el funcionario—. Hay trolls para comentar las noticias y columnas de los periódicos digitales, haters que destrozan los libros de autores de otras editoriales (estos tienen menos salida porque hay muchos escritores que ya lo hacen gratis y también porque se lleva más la tendencia contraria, es decir, ensalzar como obras maestras novelas que son porquerías como una catedral de grandes)…

—¿Y que hay que hacer para ser un troll? —le interrumpo, y ya me imagino a mí mismo frente al ordenador, escribiendo con el pelo peinado para arriba y teñido de lila y con orejas puntiagudas de goma.

—Huy, no se lo recomiendo, hay mucha lista de espera, ¿no ve que la gente viene ya muy preparada, con lo de las redes sociales y eso?…

—Vale, vale —me despido, dando por concluida la investigación, pero antes de que pueda levantarme el funcionario me retiene un poco molesto, agarrándome por el brazo y pregunta:

—¿Qué se dice?

—¿Viva el rey? —contesto yo.

CÁSCARAS

Sep 8, 2018   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
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Publicado en Rubio de bote, colaboración para magazine semanal ON (diarios Grupo Noticias) 08/09/2018

 

Cuando yo era pequeño lo habitual era tirar al suelo los envoltorios de las chuches, por ejemplo, de aquellos chicles Cosmos que te dejaban la lengua negra, o de los Cheiw (“Deme cinco chicles”. “¿Cheiw?” “No, chinco”); o las cáscaras de las pipas. Comíamos muchas pipas. Comíamos pipas a todas horas. Había parques enteros y  cines de barrio enmoquetados con sus cáscaras. Ahora ya casi no se comen pipas. Las palomas del parque ya no hablan conmigo. Y nadie siente dejar este mundo sin probar las pipas Facundo. Tampoco hace ya nadie rimas publicitarias de ese tipo, tan rotundas y efectivas: “¿Qué tal? Muy bien con Okal”. “¿Qué hora es? ¡La hora 103!”.  Ahora los publicistas se ponen estupendos, sin darse cuenta de que después hay un comercial que tiene que vender su creatividad de mierda. Recuerdo hace unos años el anuncio de un coche con “ziritione”. ¿Qué era el ziritione? Nada. La ocurrencia de un copy que después no tenía que recibir a quienes se acercaban al concesionario a preguntar: “¿Y este coche tiene ziritione?”. “Claro, ejem, todos nuestros coches tienen ziritione”. “¿Pero qué es exactamente el ziritione?”. “Eh, bueno, sí, la satisfacción que da conducir nuestros coches”. “¿Qué satisfacción: el asiento te masajea el culo, el coche te aplaude si haces un adelantamiento correcto…?”. “No, je, je, eso si quiere puedo hacerlo yo cuando usted lo pruebe”. “¿Lo primero o lo segundo”. “Lo de aplaudir, claro”. “Pues vaya”…

Tiene que ser en todo caso difícil ser publicista en estos tiempos, competir contra tantos hombres y mujeres-anuncio, que trabajan gratis, que pagan en realidad por pasear sus camisetas con las marcas —LEVIS, NIKE, ESPAÑA…—,  en letras que vería hasta Rompetechos con conjuntivitis.

Pero estábamos hablando de la basura. Ahora, si nuestros hijos tiran un papel al suelo los obligamos, como buenos ciudadanos que somos, a recogerlo y a llevarlo a la papelera; o al contenedor azul. Bueno, si el papel está sucio, ¿va al azul o al orgánico?… Da igual, la basura está, en todo caso, perfectamente clasificada y las aceras limpias de cáscaras y de plastones de chicles. Todo está bajo control. ¿Todo? ¡No! En realidad generamos más porquería que nunca. Cartón, plástico, plástico para envolver el cartón, cartón para envolver el plástico que envuelve al cartón… Y la guardamos bajo la alfombra, en los vertederos, que ahora se llaman centros de tratamientos de residuos, o enviándola a África, donde junto a las minas expoliadas de coltán se levantan montañas de inmundicia electrónica, contaminante y  cancerígena. Un crimen perfecto y circular. La mierda, en todo caso, acabará por comernos a todos. El principal problema de la humanidad en el siglo XXI será la basura (aparte de Albert Rivera o Pablo Casado, quien, por cierto, propuso un plan Marshall para África; para mí que se refería a eso, a enviarles comida caducada y ordenadores descacharrados).

Hablando de electrónica, hace unos días aparecía en el telediario una horda de adolescentes a los que sus padres llevaban a la estación para viajar rumbo a un festival veraniego de música. Y los abnegados progenitores sacaban de los maleteros de sus coches para meterlos al del autobús los equipajes, en los que a los “mochileros” no les faltaba de nada: ordenadores portátiles, consolas, palos selfie, aparte de sillas y mesas de camping, tablas de surf… Tenemos artefactos, con sus envoltorios y su ziritione, para todo: tampones con bluetooth, sandalias con capota para los días de lluvia, gafas inteligentes para picar cebolla… Y no podemos vivir sin ellos. En lugar de irnos de vacaciones nos vamos de mudanza. Nuestra huella ecológica es la de un dinosaurio en vías de extinción. Pero “a mí plin, yo duermo en Pikolín”. Con mucha suerte, acabaremos todos comiendo pipas otra vez. Y sus cáscaras.

 

SALVAJE

Ago 25, 2018   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments
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Publicado en semanario ON 25/08/18 . Ilustración: PEDRO OSÉS (incluida en la novela PAN DURO, Patxi Irurzun)

 

Era su semana salvaje. Así la llamaba. La esperaba como una fiera hambrienta a su presa, tachando a zarpazos en el calendario los días que faltaban para sus vacaciones.

Al llegar el verano, cada año, conducía hasta el viejo caserón familiar en un pueblo abandonado y se convertía en uno más de los animales —arañas, ratas, culebras— que se enseñoreaban de aquellas ruinas.

Una vez allí, se abría camino entre la maleza y la basura, los huesos, las botellas y latas vacías, las hojas amarillas de otros años y subía las escaleras de la casa, que crujían temblorosas. Abría después el grifo de la cocina, escuchaba el glugú de las cañerías y veía caer aquella agua marrón, oxidada, que parecía sangre sucia. Entraba por último en su habitación, retiraba las telarañas y las cagadas de ratón de la cama, cambiaba las sábanas, se tumbaba sobre el viejo colchón y, simplemente, esperaba, hasta que su cuerpo le dijera qué quería hacer.

Algunos días, no quería hacer nada, se quedaba allí, tirado en el catre, escuchando aquel silencio colosal, que solo interrumpía el ladrido de algún perro a lo lejos, el rumor entre las zarzas de una culebra o, al anochecer, el viento ululando allá en lo alto de La Cerda;  otros días ponía la música a todo volumen, Black Sabbath, Beethoven, Pink Floyd, se tomaba una pastilla y miraba cómo temblaban las paredes, cuando las pateaban los elefantes rosas; o leía durante horas, e iba arrancando las páginas a medida que lo hacía y arrojándolas a la cuadra por un agujero en el suelo, que también utilizaba a veces para  orinar o defecar, si no le apetecía salir de la habitación. A veces, se limpiaba el culo con los libros que no le gustaban, que eran la mayoría. Otras, se masturbaba frenéticamente, como un mono, como un bonobo, hasta que las sábanas se acartonaban y el vello del vientre y del pubis se le convertían en un remolino de semillas secas; u olisqueaba como un Narciso en celo sus manos, después de hurgarse la hendidura entre las dos nalgas.

Bebía mucho. Y arrojaba las botellas vacías por la ventana.  Algunas noches, cuando se emborrachaba, bajaba desnudo a recorrer las calles vacías del pueblo y hablar con los muertos, o a asesinarlos con un cuchillo jamonero; otras, subía a la montaña, desafiando a aquella Cerda, como la llamaban, que decían que devoraba a quienes se perdían en ella, desorientados entre la niebla o tragados por un desfiladero. Esperaba acurrucado bajo un árbol, temblando de frío y excitación, hasta el amanecer, hasta que veía pasar a algún excursionista sonriente y confiado. Y después, regresaba al caserón, donde dormía durante horas, como una fiera que ha saciado su apetito.

Un día antes de que finalizaran sus vacaciones, cada año, abandonaba la casa y hacía noche en la ciudad más próxima, en un hotel, siempre el mismo hotel, donde ya lo conocían y lo esperaban y no se asustaban de su aspecto. Sentía un enorme placer al asearse, después de tantos días sin hacerlo, al dormir en sábanas limpias, al comer un menú de cincuenta euros… A veces pensaba que hacía todo aquello solo para eso, para disfrutar de aquellos momentos, de una cerveza fría y bien tirada,  de la lectura de un periódico del día,  pero, sobre todo, de aquella ducha en el hotel, bajo la que permanecía durante más de una hora, dejando que el agua caliente y el vapor limpiaran en su piel la tierra, el semen, la sangre, todos los rastros de su semana salvaje.

 

Patxi Irurzun

DÓBERMAN  (Cuento de verano)

Jul 29, 2018   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

 

 Foto. Mavi Villatoro
Publicado en la colaboración quincenal Rubio de bote para magazine ON (diarios grupo Noticias), 28/07/2018

 

—Dos dóberman negros —dijo El Txino.

Estaban en la piscina del pueblo, sobre las toallas, remoloneando con la indolencia adolescente de animales salvajes en reposo. Enfrente de El Txino, June permanecía tumbada boca abajo y la curva de su espalda era un valle repleto de promesas.  Junto a ella,  Unai, también tumbado boca abajo, traducía aquella metáfora de una manera más mundana: con una erección que llegaba hasta Nueva Zelanda.

—Y ya sabéis lo que dicen de los dóberman —continuó El Txino, el único muchacho del pueblo.

Pero nadie había escuchado aquella leyenda urbana (a pesar de que el resto de la cuadrilla eran veraneantes venidos de diferentes ciudades), de modo que se hizo un silencio expectante.

—Que se vuelven locos. Que el cerebro no para de crecerles nunca y acaba estrujado contra los huesos del cráneo —explicó El Txino.

Todos pudieron ver entonces a los dos dóberman negros correteando por el mismo lugar en el que se encontraban,  buscando y destrozando a los bañistas, arrancando de cuajo sus extremidades, comiéndose sus deditos como si fueran fingers de pollo con ketchup…

—¿Y entonces cómo vamos a entrar por la noche a la piscina, si dejan sueltas a esas fieras asesinas, listo? —preguntó Diego, un chico de la capital, que se parecía a Javi, el de Verano Azul.

—Yo sé cómo. Ya lo he hecho otras veces. ¿Quién se apunta? —dijo El Txino.

La espalda de June se contrajo en un respingo, como un acordeón que emitía una tonadilla alegre y audaz.

—¡Yo voy! —dijo.

—Yo paso —contestó desganado Diego.

Hubo otro silencio, en el que cada cual calibró los riesgos, las alianzas que le convenían.

—¿Nadie más? —preguntó El Txino, quien en realidad había organizado todo aquello para impresionar a otra de las chicas del grupo, la cual no parecía muy interesada en la aventura.

—Yo también voy —dijo finalmente Unai, a quien, por el contrario,  dos o tres dedos amputados a cambio de un trocito del corazón de June le parecía un buen trato.

Quedaron a medianoche junto a la tapia de la piscina. Hacía una noche estupenda,  templada, perfecta para bañarse a la luz de las estrellas.

—Por aquí —comenzó a trepar El Txino la tapia por un tramo en el que en la parte superior no había esquirlas de botellas rotas.

Unai desde abajo le observaba nervioso, preguntándose dónde ocultaba los chuletones con cloroformo. El Txino les ayudó a subir, primero a June y después a él. Desde lo alto del muro, vieron resplandecer a la luz tenue de una farola el agua de la piscina, estremecida por una leve y agradable brisa.

—¿Dónde están esos dóberman locos? —preguntó June.

El Txino sonrió.

—En la cabeza de Diego y todos esos caguetas —contestó.

Después saltó al otro lado, corrió hacia la piscina, se quitó el bañador al borde de la misma y se zambulló desnudo en el agua.

—¡Venid, está cojonuda! —gritó.

June y Unai bajaron también a la hierba y se acercaron a la piscina, avergonzados, sin mirarse.  June saltó primero, con el bikini puesto. Después lo hizo Unai. El agua estaba buenísima. Las estrellas sobre sus cabezas parecía que pudieran cogerse con las manos. De repente, se activaron los aspersores y algunos de los chorros salpicaron sus cabezas. Se rieron. Aquello era un pequeño paraíso. Su pequeño y secreto paraíso. Al cabo de unos minutos, June se colocó junto a Unai y apoyó uno de sus brazos en el hombro del muchacho, para mantener el equilibrio, mientras con la mano contraria comenzaba a quitarse la parte inferior del bikini.

—La noche es para los valientes —pensó entonces Unai.

Y rodeó con su brazo la espalda repleta de promesas de June.

 

 

 

 

 

LOS CÓMICS SON PARA EL VERANO

Jul 15, 2018   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

 

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Publicado en magazine ON (Diarios Grupo Noticias 14/07/2018)

 

—¡Hala, ahora a leer tebeos!

Eso es lo que dijo, con cierto recelo, una señora cuando al club de lectura llevé por primera vez un cómic. Luego resultó que el tebeo era Maus, de Art Spiegelman, y la señora se hizo fan incondicional del noveno arte, al que además ahora también podemos llamar novela gráfica para que los adultos no nos sintamos culpables por leer tebeos.

Yo también llegué al cómic tarde, sin otro recorrido detrás que Mortadelo y Filemón o Maki Navaja. Fue como vivir una segunda adolescencia. Como cuando entraba al viejo cuarto de los ficheros de la biblioteca e iba recorriendo por orden alfabético los autores, hasta que, en la B,  me detuve en Bukowski y después Bukowski me llevó a Fante y Fante a Dalton Trumbo y así.

Con los cómics volví a sentirme de ese modo, muchos años después: un explorador, entre las baldas de la biblioteca: Joann Sfar, Paco Roca, Marjane Satrapi, Patxi Gallego, Alison Bechdel, Guy Delisle… Todavía me queda mucho camino por recorrer pero con la humildad del recién llegado, del diletante, del rubio de bote, me gustaría recomendar desde esta página tres cómics para este verano.

El primero es El tesoro de Lucio, de Belatz. Publicado por Txalaparta, esta estupenda novela gráfica es una biografía del irreductible anarquista navarro —tal vez el último anarquista vivo— Lucio Urtubia. La leyenda de Lucio es conocida (estuvo, entre otras peripecias,  a punto de hundir, falsificando cheques de viaje, al poderosísimo City Bank), pero quizás en este cómic Belatz ha sabido retratar como nadie la personalidad del cascantino, o al menos eso dicen quienes conocen a Lucio, y ha conseguido, sobre todo, transmitir su mensaje,  el legado, el verdadero tesoro de Lucio, e inspirar nuevos brotes (“Lucio es el puto amo”, dice La Chula Potra que dijo su hijo de doce años tras leer el cómic). Puede, en fin, que gracias a este cómic, Lucio no sea el último anarquista vivo sino el primero de los que vengan detrás.

El segundo cómic es Los puentes de Moscú, publicado por Astiberri, en el que Alfonso Zapico dibuja la entrevista a Fermín Muguruza que le hizo Eduardo Madina (el  joven socialista vasco a quien una bomba de ETA arrancó de cuajo una de sus largas piernas de voleibolista) para la revista Jot Down, y que acabaría convirtiéndose  en un emocionante y generoso encuentro, en una ejemplar muestra de empatía entre distintos, que en el fondo, se parecen mucho más de lo que creían. En la entrevista de Jot  Down, que yo leí en su día boquiabierto, desconociendo que Zapico estuvo presente y después la glosaría en una novela gráfica, se revelan algunas anécdotas como que el  técnico de sonido de Kortatu y Negu Gorriak era hermano de Yoyes, o el hijo del general Galindo fan de esos grupos. Un país pequeño, el nuestro, en el que estar tan próximos solo ha servido para herirse con más saña, en lugar de para hablarnos sin levantar la voz. Alfonso Zapico, ha tenido esa virtud: ser testigo de esa conversación y escuchar  a quienes la mantenían con la limpieza de un papel en blanco.

Por último, en Arde Cuba (Grafitto editorial) el fabuloso dibujante pamplonés Agustín Ferrer reconstruye el estallido de la revolución cubana a través de la figura de un decadente Errol Flynn (quien ya no es la estrella de cine que en las fiestas de Holliwood epataba a sus invitados tocando el piano con el pito; bueno, eso ya era algo decadente), y que recala en la isla caribeña con la intención de entrevistar a Castro en Sierra Maestra. Un trepidante cómic, de corte histórico, que consigue trasladarnos a uno de esos momentos en que está a punto de pasar algo gordo.

Son solo tres recomendaciones, pero hay muchas más esperándoles en las baldas de librerías y bibliotecas, así que ya saben:

—¡Hala, ahora a leer tebeos!

 

 

 

 

 

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