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DÓBERMAN  (Cuento de verano)

Jul 29, 2018   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

 

 Foto. Mavi Villatoro
Publicado en la colaboración quincenal Rubio de bote para magazine ON (diarios grupo Noticias), 28/07/2018

 

—Dos dóberman negros —dijo El Txino.

Estaban en la piscina del pueblo, sobre las toallas, remoloneando con la indolencia adolescente de animales salvajes en reposo. Enfrente de El Txino, June permanecía tumbada boca abajo y la curva de su espalda era un valle repleto de promesas.  Junto a ella,  Unai, también tumbado boca abajo, traducía aquella metáfora de una manera más mundana: con una erección que llegaba hasta Nueva Zelanda.

—Y ya sabéis lo que dicen de los dóberman —continuó El Txino, el único muchacho del pueblo.

Pero nadie había escuchado aquella leyenda urbana (a pesar de que el resto de la cuadrilla eran veraneantes venidos de diferentes ciudades), de modo que se hizo un silencio expectante.

—Que se vuelven locos. Que el cerebro no para de crecerles nunca y acaba estrujado contra los huesos del cráneo —explicó El Txino.

Todos pudieron ver entonces a los dos dóberman negros correteando por el mismo lugar en el que se encontraban,  buscando y destrozando a los bañistas, arrancando de cuajo sus extremidades, comiéndose sus deditos como si fueran fingers de pollo con ketchup…

—¿Y entonces cómo vamos a entrar por la noche a la piscina, si dejan sueltas a esas fieras asesinas, listo? —preguntó Diego, un chico de la capital, que se parecía a Javi, el de Verano Azul.

—Yo sé cómo. Ya lo he hecho otras veces. ¿Quién se apunta? —dijo El Txino.

La espalda de June se contrajo en un respingo, como un acordeón que emitía una tonadilla alegre y audaz.

—¡Yo voy! —dijo.

—Yo paso —contestó desganado Diego.

Hubo otro silencio, en el que cada cual calibró los riesgos, las alianzas que le convenían.

—¿Nadie más? —preguntó El Txino, quien en realidad había organizado todo aquello para impresionar a otra de las chicas del grupo, la cual no parecía muy interesada en la aventura.

—Yo también voy —dijo finalmente Unai, a quien, por el contrario,  dos o tres dedos amputados a cambio de un trocito del corazón de June le parecía un buen trato.

Quedaron a medianoche junto a la tapia de la piscina. Hacía una noche estupenda,  templada, perfecta para bañarse a la luz de las estrellas.

—Por aquí —comenzó a trepar El Txino la tapia por un tramo en el que en la parte superior no había esquirlas de botellas rotas.

Unai desde abajo le observaba nervioso, preguntándose dónde ocultaba los chuletones con cloroformo. El Txino les ayudó a subir, primero a June y después a él. Desde lo alto del muro, vieron resplandecer a la luz tenue de una farola el agua de la piscina, estremecida por una leve y agradable brisa.

—¿Dónde están esos dóberman locos? —preguntó June.

El Txino sonrió.

—En la cabeza de Diego y todos esos caguetas —contestó.

Después saltó al otro lado, corrió hacia la piscina, se quitó el bañador al borde de la misma y se zambulló desnudo en el agua.

—¡Venid, está cojonuda! —gritó.

June y Unai bajaron también a la hierba y se acercaron a la piscina, avergonzados, sin mirarse.  June saltó primero, con el bikini puesto. Después lo hizo Unai. El agua estaba buenísima. Las estrellas sobre sus cabezas parecía que pudieran cogerse con las manos. De repente, se activaron los aspersores y algunos de los chorros salpicaron sus cabezas. Se rieron. Aquello era un pequeño paraíso. Su pequeño y secreto paraíso. Al cabo de unos minutos, June se colocó junto a Unai y apoyó uno de sus brazos en el hombro del muchacho, para mantener el equilibrio, mientras con la mano contraria comenzaba a quitarse la parte inferior del bikini.

—La noche es para los valientes —pensó entonces Unai.

Y rodeó con su brazo la espalda repleta de promesas de June.

 

 

 

 

 

LOS CÓMICS SON PARA EL VERANO

Jul 15, 2018   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  No Comments

 

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Publicado en magazine ON (Diarios Grupo Noticias 14/07/2018)

 

—¡Hala, ahora a leer tebeos!

Eso es lo que dijo, con cierto recelo, una señora cuando al club de lectura llevé por primera vez un cómic. Luego resultó que el tebeo era Maus, de Art Spiegelman, y la señora se hizo fan incondicional del noveno arte, al que además ahora también podemos llamar novela gráfica para que los adultos no nos sintamos culpables por leer tebeos.

Yo también llegué al cómic tarde, sin otro recorrido detrás que Mortadelo y Filemón o Maki Navaja. Fue como vivir una segunda adolescencia. Como cuando entraba al viejo cuarto de los ficheros de la biblioteca e iba recorriendo por orden alfabético los autores, hasta que, en la B,  me detuve en Bukowski y después Bukowski me llevó a Fante y Fante a Dalton Trumbo y así.

Con los cómics volví a sentirme de ese modo, muchos años después: un explorador, entre las baldas de la biblioteca: Joann Sfar, Paco Roca, Marjane Satrapi, Patxi Gallego, Alison Bechdel, Guy Delisle… Todavía me queda mucho camino por recorrer pero con la humildad del recién llegado, del diletante, del rubio de bote, me gustaría recomendar desde esta página tres cómics para este verano.

El primero es El tesoro de Lucio, de Belatz. Publicado por Txalaparta, esta estupenda novela gráfica es una biografía del irreductible anarquista navarro —tal vez el último anarquista vivo— Lucio Urtubia. La leyenda de Lucio es conocida (estuvo, entre otras peripecias,  a punto de hundir, falsificando cheques de viaje, al poderosísimo City Bank), pero quizás en este cómic Belatz ha sabido retratar como nadie la personalidad del cascantino, o al menos eso dicen quienes conocen a Lucio, y ha conseguido, sobre todo, transmitir su mensaje,  el legado, el verdadero tesoro de Lucio, e inspirar nuevos brotes (“Lucio es el puto amo”, dice La Chula Potra que dijo su hijo de doce años tras leer el cómic). Puede, en fin, que gracias a este cómic, Lucio no sea el último anarquista vivo sino el primero de los que vengan detrás.

El segundo cómic es Los puentes de Moscú, publicado por Astiberri, en el que Alfonso Zapico dibuja la entrevista a Fermín Muguruza que le hizo Eduardo Madina (el  joven socialista vasco a quien una bomba de ETA arrancó de cuajo una de sus largas piernas de voleibolista) para la revista Jot Down, y que acabaría convirtiéndose  en un emocionante y generoso encuentro, en una ejemplar muestra de empatía entre distintos, que en el fondo, se parecen mucho más de lo que creían. En la entrevista de Jot  Down, que yo leí en su día boquiabierto, desconociendo que Zapico estuvo presente y después la glosaría en una novela gráfica, se revelan algunas anécdotas como que el  técnico de sonido de Kortatu y Negu Gorriak era hermano de Yoyes, o el hijo del general Galindo fan de esos grupos. Un país pequeño, el nuestro, en el que estar tan próximos solo ha servido para herirse con más saña, en lugar de para hablarnos sin levantar la voz. Alfonso Zapico, ha tenido esa virtud: ser testigo de esa conversación y escuchar  a quienes la mantenían con la limpieza de un papel en blanco.

Por último, en Arde Cuba (Grafitto editorial) el fabuloso dibujante pamplonés Agustín Ferrer reconstruye el estallido de la revolución cubana a través de la figura de un decadente Errol Flynn (quien ya no es la estrella de cine que en las fiestas de Holliwood epataba a sus invitados tocando el piano con el pito; bueno, eso ya era algo decadente), y que recala en la isla caribeña con la intención de entrevistar a Castro en Sierra Maestra. Un trepidante cómic, de corte histórico, que consigue trasladarnos a uno de esos momentos en que está a punto de pasar algo gordo.

Son solo tres recomendaciones, pero hay muchas más esperándoles en las baldas de librerías y bibliotecas, así que ya saben:

—¡Hala, ahora a leer tebeos!

 

 

 

 

 

ESCÚPELE A LA CARA

Jun 17, 2018   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  1 Comment
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Publicado en Rubio de bote, magazine ON (diarios Grupo Noticias), 16/06/2018

 

En alguna otra ocasión ya he contado por aquí mis peripecias baloncestísticas, pero nunca había revelado que una vez jugué contra los Lakers. Eran los Lakers de La Culebra, un pueblo de Chiapas, pero bueno, yo me sentí como si enfrente tuviera igualmente a Magic Johnson. Fue en 2005, durante un viaje que hice con el sindicato CGT a una comunidad zapatista, en la que iban a volver a pintar un mural —el mural de Taniperla— que el ejército había destruido años atrás y que, por arte de magia y de los observadores internacionales que estuvieron presentes cuando los militares asaltaron el pueblo, había reaparecido en diferentes lugares del mundo: San Francisco, Barcelona, Munich, Alsasua… Por entonces yo trabajaba en la biblioteca de esta última localidad —que últimamente también se ocupa militarmente de vez en cuando— y escribí un reportaje sobre ese mural trotamundos, gracias al cual la CGT me ofreció la posibilidad de acompañarles en su viaje a La Culebra. Además, el sindicato haría entrega a la comunidad de los fondos que habían recaudado para levantar allí un hospital.

Tras unos días en San Cristóbal de las Casas, que por entonces era la frontera entre la realidad y los sueños, nos internamos en el Desierto de la Soledad, como llamaron a aquel lugar los monteros que deforestaron gran parte de la Selva Lacandona en el siglo XIX, trabajando para los madereros tabasqueños en régimen de semiesclavitud. Los mismos monteros que aparecen en algunos libros de B. Traven, el autor de El tesoro de Sierra Madre, quien pasó buena parte de su enigmática vida entre los indígenas de Chiapas, y cuyas cenizas fueron esparcidas no muy lejos de allí, en el río Jataté.

En nuestro caso nos dirigimos al caracol zapatista de La Garrucha, también conocido como “Resistencia hacia un nuevo amanecer”, una especie de centro administrativo en territorio rebelde, el lugar donde debíamos entregar el dinero. A pesar de esto último, el recibimiento fue algo frío. Tuvimos que aguardar algunas horas, antes de que la Junta de Buen Gobierno decidiera si aceptaba ese dinero. En el caracol, además de atender a güeros como nosotros, se solucionaban todo tipo de demandas, quejas, litigios de campesinos, algunos de los cuales habían caminado durante días para llegar allí, así que tuvimos que esperar religiosa o, más bien, zapatistamente nuestro turno.

A la mañana siguiente, una vez hecha por fin la donación, continuamos el viaje hasta La Culebra. Allí, entre los actos organizados para festejar la reaparición del mural de Taniperla se incluía un campeonato de baloncesto. Tras eliminar a Las payasas (no lo digo en plan faltón, eran realmente un grupo de payasas italianas) nos tocó enfrentarnos a los Lakers. Cuando los vimos se nos saltó la risa. Para completar un Magic Johnson nuestros rivales debían ponerse uno encima de otro y encima de este otro uno más. Iban descalzos (sobre una pista que era una placa ardiendo) y habían pintado a mano sobre sus camisetas raídas o directamente sobre la piel aquello de Lakers. Pero nos dieron una paliza terrible y una lección de humildad. Nunca había visto a nadie correr de aquella manera.

Cuando acabó el campeonato comenzaba ya a caer la noche. Nos tumbamos exhaustos sobre la pista de baloncesto, que acumulaba el calor de todo el día.   El sol, como un gran balón de color naranja, se ocultaba tras los tableros negros, con una estrella roja en el centro. En el cielo brillaban miles de estrellas más y sus destellos se confundían con los de las luciérnagas,  posadas en las copas de los árboles. Fue entonces cuando vi escrita, en uno de los murales que adornaban los barracones, aquella frase de B. Traven, que sin duda los Lakers tenían como lema y que, desde entonces, hice también mía: “Persiste. Continúa luchando. No te rindas. Escúpele a la cara a la muerte y vuélvete hacia el otro lado. El sol todavía está en el cielo, rodeado de estrellas”.

 

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MIS PRIVILEGIOS

Jun 2, 2018   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  1 Comment

 Publicado en Rubio de bote (magazine ON, diarios grupo Noticias) 02/06/2018

 

Sí, es verdad: tengo privilegios por saber euskara. Me sentí privilegiado cuando me enamoré en euskara de mi mujer. O cada vez que puedo leer en esa lengua a Iban Zaldua o Karmele Jaio. Cuando escucho a Mikel Laboa o a Berri Txarrak. Cada vez que puedo atender en euskara a los usuarios vascohablantes de la biblioteca en la que trabajo. Siento que es un privilegio cada día que oigo a mis hijos hablar en la lengua que perdieron mis abuelos. Me siento privilegiado sabiendo que sé euskara –con todas mis carencias—  gracias a todos los esfuerzos que he tenido que hacer y a todas las dificultades que he tenido que superar.

Supe —es muy triste— que donde yo vivía se hablaba otra lengua que también era la mía  demasiado tarde, cuando tenía diez o doce años, a pesar de mis apellidos (una casualidad del destino) o del nombre de la casa de mi madre: Casa Oberena. Todavía tardaría varios años más en pisar por primera vez un euskaltegi y la primera estuvo a punto también de ser la última, pues me tocó hacer un antzerki, un teatrillo,  y jugar al balón con un señor con barba. Aguanté, a pesar de todo, un par de años, hasta que me salió un trabajo a turnos en una fábrica, un trabajo agotador que me quitaba hasta el habla. Después, cuando me despidieron, me tomé la revancha y me fui a un barnetegi, un internado, durante nueve meses. Como un embarazo. Allí conocí a mi mujer y me enamoré de ella. Durante nuestros primeros meses juntos solo hablamos en euskara. Después, un día, de repente, el corazón eligió otra lengua para nosotros, el castellano, nuestra lengua materna, y no pudimos hacer nada en contra. No tengo, sería absurdo, nada en contra del castellano (al contrario, soy licenciado en Filología Hispánica, he escrito más de treinta libros en esa lengua, es la materia prima de mi trabajo, a la que amo, con la que disfruto y me sorprendo a mí mismo cada día; es la lengua que hablo habitualmente). No creo tampoco que ningún euskaldun tenga nada en contra del castellano, porque sabe y no tiene que explicar a nadie que es también su lengua, una de sus lenguas.

Cuando nacieron mis hijos quisimos matricularlos en una escuela infantil en euskara. No fue posible, porque en Pamplona solo había dos, entre más de una quincena, a pesar de que la demanda era mucho mayor. Tuve que manifestarme y pagarme el autobús para ir a las manifestaciones para que en el colegio público de mi hijo abrieran una línea en ese modelo (a la que finalmente se apuntaron el doble de niños que en los demás). He tenido que escuchar, hace solo unos días, en una cafetería, que los padres que decidimos educar a nuestros hijos en euskara los adoctrinamos, hablándoles en esa lengua desde que comenzamos a darles el biberón…

Siento por todo eso mucha tristeza cuando oigo, sin embargo, a algunos decir que “quieren imponernos el euskara”. Me parece injusto y falso. Dicen también que no  tienen nada contra el euskara pero a muchos incluso les cuesta pronunciar su nombre y prefieren llamarlo vascuence; pero lo menosprecian y se mofan de él…  Algunos de ellos incluso dicen que lo aman. Y es que hay amores que matan. El euskara es una lengua minorizada y, por tanto, amenazada. Una lengua que hay que fomentar y proteger e incluso discriminar positivamente, que es lo lógico y lo que recomiendan algunos de los organismos europeos a los que apelan quienes hoy convocan la manifestación contra la política lingüística del Gobierno de Navarra.  Para ellos la mejor política lingüística es que no haya ninguna; o la de antes, cuando alguno de los directores generales de esa área incluso desconocía una de las dos lenguas de su comunidad. El euskara, en definitiva, no es una lengua que se habla para fastidiar a quien la ignora, sino para enamorarse, para desenamorarse, para protestar, para educarse y trabajar en ella, para cantar, leer, escribir… Para dar el biberón. Como cualquier otra lengua. Como cualquiera que no tiene, por el contrario, la obligación de justificarse una y otra vez por existir.

CARTAS AL DIRECTOR: INTRUSOS

May 6, 2018   //   by Patxi Irurzun Ilundain   //   Blog  //  2 Comments

Publicado en «Rubio de bote», colaboración quincenal para magazine ON (diarios Grupo Noticias) / 05/05/2018

 

Desde EDEMA, la asociación de Escritores de Mágico-Realismo y Amanescismo-Berlanguista, queremos una vez más mostrar nuestra más honda y yamaha preocupación por las cada vez más frecuentes e intolerables muestras de intrusismo profesional que amenazan nuestra supervivencia como creadores y también la de nuestras ingles.
Ya, maja.
Anteriormente tuvimos que denunciar la situación de precariedad a la que nos vemos abocados y a patadas en un país en el que gran parte de sus habitantes intenta y a menudo consigue vivir del cuento (familia real, consejeros de cultura, turismo y culturismo, jueces y fiscales de la Audiencia Nacional, coachs, youtubers, tertulianos e influencers…, todo el mundo menos quienes de verdad nos dedicamos a escribir cuentos), pero ahora la situación ha dado otra inverosímil vuelta de rosca con el golpe de estado ejecutado por la realidad contra la ficción.
La gota que ha colmado el vaso ha sido la reciente noticia que hemos conocido según la cual uno de nuestros más desleales y entrometidos competidores, la Guardia Civil, ha creado su propio territorio mítico, es decir, para los legos y playmobils en literatura, un lugar imaginario convertido en escenario de, a menudo, esperpénticos relatos. El Macondo de García Márquez, el Obaba de Atxaga, el Comala de Juan Rulfo, el Zarraluki de Patxi Irurzun, el condado Yoknapatawpha de Faulkner (¡por supuesto!), … y ahora el benemérito Sant Esteve de les Roures.
Pero pongámonos en antecedentes (penales): en un informe enviado por la Guardia Civil al juez Llanera sobre acciones contra cuerpos policiales tras el referéndum del 1 de Octubre en Catalunya se informaba de una aldea poblada por irreductibles payeses en la que se había registrado más de trescientos incidentes violentos. Una auténtica proeza, sobre todo teniendo en cuenta que este pueblo es tan pequeño que no se ve en los mapas (aunque bebiendo cava y pegando patadas en el culo a los picoletos lo conozca hasta el Papa). Que no existe, vamos. O que no existía hasta que la Guardia Civil se lo inventó, porque ahora, gracias al ingenio de miles de internautas, muchos de ellos, evidentemente, asociados a EDEMA, Sant Esteve de les Roures tiene sus propias redes sociales con miles de seguidores, universidad, metro o está hermanado con otros territorios míticos como Arralde, el pueblo ficticio en el que transcurría la serie Goenkale y al que otro juez, Baltasar Garzón, envió a la policía (a la de verdad) para prohibir una comida popular de apoyo a los presos de ETA.
Se ha producido un efecto rebote, además, en otros intrusos en la literatura surrealista como el perito en el juicio contra los jóvenes de Altsasu, presunto experto en el “tema vasco” e inventor del partido político “Jeroa bai” o el fiscal creador del movimiento “Seji”, aunque nada comparable a ese episodio relatado por un agente en el que cuenta como a uno de los acusados no pudieron detenerlo porque fueron a buscarlo a casa y su padre se lo impidió, “¿Está el chaval?”, “Sí, pero si es para irse con la guardia civil que no sale”, “Ah, vale, pues ya si eso venimos otro día”.
Si a todo esto le sumamos presidentas de comunidades autónomas a las que en un Eroski se les caen cremas antiedad al bolso (lo peor no nos parece el robo, si no que alguien con esa responsabilidad crea que esas cremas sirven para algo), directores de bancos que se dedican a asaltarlos, policías que obligan a desnudarse a quienes visten de amarillo… ¿qué nos queda a los escritores amanecista-berlanguianos y mágico-realistas y a nuestras ingles? ¿Tal vez dedicarnos al realismo sucio o social? ¿Opositar para jueces? ¿Presentarnos a las elecciones? No nos sigan dando ideas, no nos sigan dando ideas…

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