Hace algún tiempo a veces yo era director de un banco. Yo era EG. Ese que recoge con una mano 900.000 euros, que se sepa, al año, más trienios, más blindajes… mientras con la otra ondea una banderita donde se lee Banca Cívica, Obra Social, Transparencia (hay que escribirlo así, con mayúsculas, para que cuele)… Sí, yo era EG, y esto lo digo totalmente en serio. Lo era a ratos. Un negro. El que le escribía algunas cartas: “Muy rico el vino que me enviaste”, “Muy interesante el libro que me regalaste”, cosas de ese tipo, y también discursos, cuando se jubilaban algunos empleados, prólogos para libros…
Una vez hice uno para el libro de un amigo íntimo suyo. Me pareció una cosa muy fea. Encargar a un negro que te escriba el prólogo para un amigo. Pero bueno, era mi trabajo, y mis buenos ochocientos euros al mes que me pagaban por eso (el ‘sueldazo’ se lo debía a un jefe progre que teníamos en la agencia de comunicación en la que trabajaba, uno que de joven contaba que era troskista y que el día que se murió Pinochet trajo bollos para celebrarlo).
Otra vez me pidieron que escribiera unas palabritas para el presidente del gobierno foral y a la sazón de la caja de ahorros, y como metí un par de metáforas, me lo tumbaron porque decían que nadie iba a creerse que aquello lo hubiera escrito él. Esto también va en serio. Como lo de incluir estrofas de Eskorbuto o de La Polla en todos aquellos bodrios por encargo, que a veces sí colaban.
En el prólogo para su amigo EG se despide diciendo “Mañana sol ¡y buen tiempo!” Era una pequeña venganza, una tontada, que no compensaba, que no servía para limpiarme. Porque con aquel trabajo yo me sentía sucio. Era como un mal chiste, uno esos en los que se te aparece el genio de la lámpara y cuando te pregunta qué quieres tú dices tocar muchos culos y te convierte en taza de baño. Yo quería vivir de lo que escribía y acabé firmando cartas con el nombre de otro, de uno de esos tipos que siempre había odiado, y también escribiendo anuncios de hipotecas o depósitos financieros. Pero el jefe progre me dijo el primer día que no me preocupara, que me iba divertir mucho, que allá se pasaban el día riéndose, y también que el dinero no iba ser un problema (se lo olvidó decir que no iba a serlo para él).
Otro mal chiste. Cuando ganas miles y miles de euros al año , cuando dejas un Chillida en el hueco de la escalera como si fuera la bolsa del Eroski, no te preocupa nada, y te pasas la vida riéndote, sí, riéndote de los otros, claro. Como EG. El otro día, al leer lo de los 900.000 euros, me entraron ganas de coger una metralleta y plantarme en Carlos III. Primero pensé en que ojalá me hubieran pagado a mi proporcionalmente los raticos que me pasé siendo él, pero luego me cabreé, me cabreé mucho, me pareció insultante, indecente, más aún teniendo en cuenta que eso no era ningún chiringuito, era una caja de ahorros (ahora ya no sé qué es ni de quién es), de la cual ha salido dinero a espuertas, por ejemplo, en dietas secretas que deberían ser un fotomatón, un retrato para estampar en la carta de dimisión, pero que sin embargo Barcina y famiglia han utilizado para venderse como los campeones de la austeridad y, de paso, para reírse otra vez, para reírse de todos nosotros. Aquí lo que interesa y para según quién prescribe de un día para otro.
Es como si yo voy a casa de EG (vamos de Enrique Goñi, yo soy un parado, sin prestación ni subsidio ni renta básica ni nada, ya no tengo nada que ocultar, ni miedo ni vergüenza de nada –he ahí una buena idea, el paro te puede quitar muchas cosas, pero te da otras, te da libertad para según qué e ideas sobre en qué emplear el tiempo o la rabia o hacia donde apuntar con el dedo-), como si voy a la casa de Barcina, decía, o de mi jefe, apando con todos los Oteiza o Chillidas que encuentre por ahí, en el cuarto de las escobas, y si me detiene la policía va y digo “Vale, no voy a volver a hacerlo”. “¿Y los cuadros?” “Los cuadros me los quedo, eso ya forma parte del pasado, ahora voy a ser buen chico”, “Ah, bueno”, “Ah, bueno, no, como voy a ir algo más justillo de vez en cuando volveré pasarme y me llevo algún otro ¿vale?”. “Pues vale”.
Lo mismo lo mismo no es, dirán algunos, porque yo soy un ladrón y ellos lo hicieron todo por lo legal. Son corruptamente legales. Y además, la justicia es igual para todos, salta el otro, el suegro de Urdangarín. Pero eso habrá que verlo. También sentí ganas de entrar en la Zarzuela con una metralleta, o mejor con un auditor, uno de verdad, el otro día, cuando la Casa Real dijo que hacía públicas sus cuentas. Estos ya ni siquiera se cortaron un pelo a lo hora de reírsenos a la cara, lo anunciaron el Día de los Inocentes (aunque últimamente cualquier noticia del periódico parece una inocentada).
Más indecencia, más insultos. “Robespierre, vuelve”, circulan por ahí unos logos, para hacer camisetas, pegatinas… Y cuánta razón que llevan, pero no pasará nada, no parece que vaya a pasar nada, mientras nos quede todavía un Barça-Madrid. “Jessica, vuelve”, lo dijo el otro día Paquirrín, esa es todavía la consigna. No pasó nada tampoco un día que debería ser un hito de la historia moderna, el día que a la democracia, o lo que fuera esto, se le dio la puntilla, el día que Papandreu huyó hacia delante con el órdago de un referéndum y todos los demócratas de toda la vida, los nuestros los primeros, se echaron las manos a la cabeza, dijeron que era una locura, eso de preguntar a la gente. ¿Qué sabe la gente? ¿Qué pinta la gente en todo esto? La gente solo somos los negros que escribimos sus mentiras, datos de las agencias de calificación, soldados de infantería, los que tenemos que exponernos a las balas para que los palacios y los hemiciclos y los consejos de administración sigan a salvo, lejos de la crisis, y las máquinas registradoras sigan haciendo clin-clin. (Esto Miguel Sanz no podría decirlo porque es una metáfora, o igual no, quizás ya hay en marcha otra guerra, otra de verdad, con muertos de verdad, con bombas y tiros y eso, no muertos de los otros, de hambre, o de infartos, o de desahucio, muertos de asco e impotencia; las guerras, por lo demás, ya se sabe, reactivan la economía, las hacen por nuestro bien, y ya hay misiles que van de aquí para allá y nos los ponen en los telediarios todos los días para que vayamos acostumbrándonos).
En fin, hay quien dice que la revolución será twiteada, pero no sé, quizás sea más práctico lo que—hablando de guerras— escribía Dalton Trumbo en ‘Jhonny cogió su fusil’, aquello de sí, sí, dadnos los fusiles (o las metralletas) cuando montéis la próxima guerra, esta vez quizás sepamos a dónde apuntar. De momento, ya vamos afinando la puntería con el dedo.
Llevo unos días haciendo de escritor. No siempre es lo mismo hacer que ser. Quiero decir que yo soy siempre escritor, sobre todo cuando estoy en mi casa escribiendo, que es cuando más escritor soy, pero -que me estoy liando-, el caso es que llevo unos cuantos días haciendo vida literaria, vida pública, digamos, como si fuera un profesional, uno de los buenos, uno de esos escritores que un día están en la tele, otro en el chat de un periódico, al siguiente en la entrega de unos premios.. uno de esos que uno se pregunta cuándo escriben… Durante estos días he tenido un club de lectura, una presentación, he grabado un video … ¡Si hasta he ganado un premio! Ha sido el Villa de Murchante, con un relato titulado «Peaje». Estoy muy contento, por supuesto, hacía tiempo que no me ponía en plan cazarecompensas, pero todavía no he perdido facultades y me he llevado la bolsa, aunque esto suele ser a menudo un capricho del azar y uno no acaba de entender del todo cómo funciona. Esta vez, mi cuento ha resultado ganador entre 1255 relatos. Hace poco presenté otro cuento a un concurso de una revista de literatura muy moderna y muy festivalera y ni siquiera fue elegido entre la primera criba de doscientos cuentos. Y a mí me gustaba bastante más este cuento que el ahora afortunado. Si uno se para a pensar, ponerse a concursar en plan atleta con la literatura es ridículo, pero a veces hay que pagar este peaje. Nadie -bueno, yo al menos- se hace cazarecompensas por vocación, sino por necesidad.
El viernes que viene iré a Murchante a recoger el premio, a tartamudear mientras leo el cuento, y conoceré a Fernando Iwasaki, que ha ejercido como jurado del certamen.
Por lo demás, el viernes presenté en la FNAC de Zaragoza, ‘Dios nunca reza, con Dani Sancet y mi editor Jorge Giménez Bech, que vino a acompañarme desde Irún, y pude conocer al cantautor Joaquín Carbonell, toda una institución en Aragón (le paraba la gente por la calle para hacerse fotos con él), a quien yo también acompañaré dentro de unos días en Pamplona cuando venga a presentar «Pongamos que hablamos de Joaquín«, una biografía de Sabina, el que fuera su amigo, cualquier cosa menos hagiográfica. En la FNAC yo, entre otros, salía anunciado en un cartel debajo de una gran foto de Alberto Olmos, a quien últimamente parece que persigo o él sin saberlo a mí, igual porque le debo dos hostias, como el propio Olmos escribió en su odiado y admirado blog.
Al día siguiente, muy pronto (a eso de las cinco y media de la mañana) viajé con Dani Sancet y todo el grupo Insolenzia, hasta una masía en el Maestrazgo turolense para rodar un videoclip de en el que yo hago de Dick Grande, el protagonista de mi novela ¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis! pero cuando el personaje todavía es barrendero, no estrella del porno, y mejor, porque hacía un frío que todavía estoy entumecido (aunque a los del grupo sí que les tocó desnudarse, y esa fue la parte fácil del video). Ha sido toda una experiencia la del vidrioclip, casi 24 horas del tirón rodando (bueno, yo en realidad solo tenía unas tomas, y acabé de todos modos baldado), pero sobre todo compartir una vez más unas horas con los insolentes y ver desde dentro cuánto cuesta hacerse un hueco, también en el mundo del rocanrol, y cómo resisten y arriesgan y se dejan la piel algunos, como Dani Sancet y los suyos y encima sin perder nunca el buen humor. A su lado (sobre todo por esto último, yo que de natural soy más mustio) uno se siente intruso y fuera de lugar, a pesar de que tengamos muchas cosas en común. Mucha gente no sabe, no valora, no tiene ni idea, de cuánto trabajo hay detrás de un disco, o de un libro, cuánta ilusión y si esto no les vale cuánto tiempo invertido, desde luego mucho, muchísimo más que pinchar en descargar y esperar a tener ese disco, o ese libro entre tus manos.
Por fin, el domingo por la noche, volví a casa, que es donde yo de verdad estoy a gusto, todavía pude acostar a uno de los niños, la otra ya había caído roque, y después lo hice yo, como un tronco, y mientras dormía tuve pesadillas pensando en que la vida literaria continuaba, y yo ya no era escritor, ni siquiera cazarecompensas, tan solo escribía en mi blog, y contaba qué me había pasado en presentaciones, rodajes, entregas de premio, como si a alguien le importara algo todo eso.
Hace unos días, en un blog, alguien comentaba, refiriéndose a mí, que un escritor que ha ido a tu mismo instituto es un escritor como de broma, y eso me recuerda también otras frases, como esa de El Drogas que decía que sabemos más de Belén Esteban que de nuestras abuelas, igual es que a veces es mejor no preguntar, por lo que nos pueda tocar, e ir a a presentaciones de libros en las que un escritor serio, o sea uno que no haya ido a tu instituto, hable del cielo de China, porque el de aquí ya lo vemos todos los días y además a veces llueve (poco, últimamente).
Hace unos días, también, leí una entrevista con el escritor Ismael Martínez Biurrun, que decía que él es amo de casa y padre y escritor, o sea, como yo, y lo difícil que es explicar eso a algunas personas, y me acordé también de un pasaje de Luz de noviembre, por la tarde, de Eduardo Laporte, en que contaba cómo su amigo X era incapaz de entender que Eduardo quisiera ser escritor, que ese fuera su trabajo, o su inversión, «ya, pero además de eso, a qué te dedicas», suele ser lo que viene después».
Es difícil también decir «Soy escritor», cuando vender quinientos libros es un pequeño éxito, tu techo. Según Alberto Olmos (quien reconoce que «lógicamente» le debo dos hostias, que no le voy a dar, lógicamente, «pues ya las iba a dejar pasar yo», dirá más de uno), según Olmos, uno no puede decir soy escritor si solo vende 500 libros, o si no sale en la portada de Qué Leer, y yo antes no sé, pero ahora que se me está acabando el paro me parece que tiene mucha razón, yo lo que soy es padre de familia, amo de casa y parado, esa es la realidad, y luego ya un escritor que con suerte vende quinientos libros, que no sale en la tele, ni escribe en los periódicos, ni da conferencias, ni chupa pollas, ¡hala!, ya está haciendose el maldito, para qué hombre, eso no te pega, tú eres un escritor tímido, uno que ha ido a mi instituto, tú no puedes llegar lejos, qué vas a contar, ¿que llueve?, menuda tontería, menuda aldeanada, eso no nos interesa, lo que nos interesa es China, y los escritores serios, los que escriben libros de verdad, etcétera.
Un mes antes de que Nirvana publicaraNevermind, de que yo ni siquiera supiera que ese grupo existía ni qué era el grunge, me compré por fin la camisa de leñador. Aquella camisa de leñador fucsia. Solía verla cada vez que pasaba por delante de Ortega, una tienda en la Calle Mayor de Pamplona en la que vendían ropa de trabajo. Me preguntaba quién llevaría aquellas camisas. Quizás alguna brigada nocturna de tala, en los arcenes de una autopista de montaña. Me daba lo mismo. A mí me encantaba. Pero me daba vergüenza entrar a pedirla, primero, y una vez que la compré, salir con ella a la calle. Todo me daba vergüenza y miedo en aquella época: las chicas, el trabajo, el paro, la policía, la gente, el teléfono, las drogas, yo mismo, yo sobre todo… A veces me pasaba semanas enteras sin salir de casa, encerrado en mi habitación, escribiendo cuentos y oyendo discos, con el pelo sucio y aquella camisa de leñador que ni siquiera me quitaba para dormir. La camisa era mi armadura. Con ella puesta podía hacer astillas todos mis problemas, mi timidez, convertir en leña todos mis complejos y levantar refugios de palabras, cabañas en el bosque bajo los que me resguardaba de la intemperie de la soledad.
En aquella época, comenzaron a verse los primeros canales de televisión de otros países. En casa solíamos poner la MTV en alemán. Había un presentador con el pelo largo y aros en las orejas que se llamaba Nino y que ponía videos de Aerosmith, Europe, Bon Jovi… Yo salía de vez en cuando de mi habitación para verlos y mis hermanas no me gritaban que bajara la voz. Ninguno de nosotros entendíamos nada de lo que decían, pero a ellas les gustaba Nino y a mí el AOR. Y el hard rock. Y el punk. El reggae. El heavy metal. El blues… Tenía más de quinientas cintas, la mayoría de ellas grabadas, de grupos como Eskorbuto, Leño, Iron Maiden, Led Zeppelin, Barricada, Meat Loaf, Hertzainak, Dire Straits, Bob Marley… Pensaba que lo había escuchado ya todo y que todo estaba inventado. Y de repente un día, Nino puso aquel video: un gimnasio lleno de humo, unas animadoras vestidas de negro, moviendo desganadamente los pompones, un barrendero viejo y rijoso cabeceando al ritmo de la música, aquella música, sobre todo aquella música, como una válvula de escape, la espoleta de una bomba de mano a punto de estallar, un mantra de guitarras sucias, como mi pelo, y atormentadas, como yo… No sé cuantas veces oí ese año aquella canción, aquel disco. Muchas. Como se escuchaban entonces los discos. Aprendiéndolos de memoria. Recitando cada estrofa, cada rasgueo de guitarra como una oración. Nosotros que no creíamos en nada… Recuerdo las navidades de aquel año, cuando Nino hizo un resumen de los mejores discos y volvió a ponerSmells Like Teen Spirit. Mis hermanas y yo cabeceando en el cuarto de estar. La mente llenándose de niebla y sangre al compás de la canción, del mantra, de la oración de los descreídos… Yo con mi camisa de leñador, talando de cuajo los nudos que crecían en en mi corazón en piel de gallina, en mi estómago muerto de hambre de vida, cercenando las ramas podridas, arrancando las raíces, despejando la espesura que me separaba del mundo, al otro lado de la puerta de mi habitación y de casa, degollando los monstruos del miedo y la introversión.
No convertí, sin embargo, a Nirvana ni al grunge en mi religión… No lloré, ni sentí que mi corazón se abrasaba cuando Kurt Cobain se extinguió como una llama. No escuché todos sus discos. No me masturbé pensando en Courtney Love. Nunca tuve curiosidad por saber en qué o quién se convirtió el niño desnudo nadando detrás del billete. Nunca me compré vaqueros rotos, porque yo ya hacía años que los tenía rotos, de puro viejos, y remendados varias veces. Nirvana no salvó mi vida, pero siempre supe, cuando escuché por primera vez aquella canción, que jamás había escuchado nada parecido. Y que era la primera vez que me sucedía algo así. Y, sobre todo, a partir de entonces comencé a salir a la calle, alguna que otra vez, con mi camisa de leñador fucsia.
Y aún no se ha acabado… Voy a trote cuto. Justo ahora pillo un hueco, entre ganchito y ganchito.(Dentro de nada empezarán a venir sobrinos, la familia, para celebrar el cumple de mi hija).
Me he vuelto a apuntar a euskera, una vez más, esta después de una buena temporada, así que ando totalmente desentrenado y el martes cuando fui a clases estaba como un flan. Y pensar que hubo un tiempo que controlaba, hasta leía y escribía y una vez incluso hice una entrevista, con sus nominalizaciones y sufijos bien puestos.
Al día siguiente (el miércoles) tocaba viajar a Madrid a presentar DIOS NUNCA REZA. Fui en tren, de churro, pues al ir a recoger el billete mi localizador no cuadraba y tuve que andar jugando al Scrabble con el tipo de la ventanilla hasta que di con la combinación acertada, nunca mejor dicho. Durante el viaje descansé, pero no me sirvió de nada porque a mi lado viajaba una entrañable ancianita con dos maletones más grandes que ella con la que tuve la buena acción del día y hube de bajarlas al andén y luego arrastrarlas hasta la puerta de Llegadas. Como soy un tirillas, acabé doblado, pero el espíritu me hizo músculo. Es muy raro este mundo en el que vivimos, en el que cuando ayudamos a otra persona, para una tontería como esta, nos sentimos superhéroes, con una identidad que no nos corresponde. Es tan raro como cuando la gente te da las gracias por dejarles pasar en el paso de cebra. Pero, hombre, si es tu derecho, tú eres el que tiene prioridad, por qué me das las gracias. La gente que me da las gracias en el paso de cebra me pone de mal humor, y me pone de mal humor ponerme de mal humor por eso.
Bueno, el caso es que ya en Madrid fui a comer con mi amigo Esteban Gutierrez a Barriga Llena y ahí estuvimos, haciendo honor al nombre del restorán, dando buena cuenta de los nachos, enchiladas, micheladas y demás aliteraciones con picante. Y luego, paseo, a mirar libros… En Antonio Machado nos encontramos con nuesta editora, Clea Moreno, que andaba de un lado a otro, tramando cosas y enredanco a gente para nuevos proyectos. Nos presentó al escritor Carlos Pardo, que trabaja en esa librería.
Con Jorge Giménez, de Alberdania, y Eduardo Laporte, en Tipos Infames
Más tarde quedamos con Eduardo Laporte, que me iba a presentar en Tipos Infames, y nos vimos por fin los gepetos, después de mucho email intercambiado y mucho en común, literaria y vitalmente. Eduardo me cayó bien, es como es un sus emails y en su blog. No sé, tenía la sensación de conocerlo ya. En Tipos infames, ya con la gente de Alberdania, presentamos DIOS NUNCA REZA, y ahora es cuando me pongo colorado, porque me están diciendo cosas muy bonitas sobre el diario que acabo de publicar. Jorge Giménez Bech introdujo el tema, explicó por qué se habían decidido a publicarme (y otra vez los colores) y luego Eduardo más de lo mismo. Eduardo sufrió, aunque en otra época, el mismo jefe tóxico que yo, del que hablo, entre otras muchas cosas (él no estan importante) en el libro, e hicimos un poco de exorcismo. Estuvo muy bien, Eduardo, y animó la cosa y no dejó hueco para incómodos silencios, consiguiendo que al final la presentación se convirtiera en una tertulia entre los que estábamos a un lado y a otro de la mesa. Eduardo ha escrito un libro, también sobre experiencias propias, sobre la memoria, Luz de noviembre, por la tarde (Demipage) que está teniendo muy buena acogida y del que hablaré otro día porque lo tengo preparado para leer (quise hacerlo en el autobús de vuelta pero no pude, por la noche uno leyendo en un autobús es alguien raro, con ganas de incordiar; en el tren de ida, por cierto, me leí Travolta tiene miedo a morir, de David Benedicte, que me pareció una novela maravillosa).
En Tipos Infames los libreros me dijeron que habían recibido el día anterior el libro y que les estaba gustando mucho. Estoy teniendo muy buenas reacciones entre las personas que leen el dietario, me dicen que con él se rien, lloran, se emocionan, se sienten reflejados… Me alegra mucho saberlo y que me lo digan, claro. Hay algunos comentarios de antiguos compañeros de trabajo que me están haciendo muy feliz, que me dicen que el libro en cierto modo es terapéutico, les ha ayudado a cerrar heridas y dejar atrás una etapa (la lista de damnificados por esa toxicidad de mi ex-jefe es larga). Pero también hay otras personas que no son juez y parte que me hablan de la emoción que les produce leer DIOS NUNCA REZA. Me da un poco de vergüenza alardear así, pero juro que es verdad. El que no me crea, quizás tiene que comprárselo y leerlo, ja, ja.
Con Eduardo Laporte, un poco achispados y sobre mí una luz muy a tono con el título del libro
Bien, después de la presentación estuve tomando unas cervezas con Eduardo Laporte y algunos de sus ilustres e ilustrados amigos, y con Gonzalo Aróstegui (otro escritor pamplonés-madrileño) que me acompañó hasta el metro para irme a Avenida América y coger el autobús de la una de la madrugada de vuelta a Pamplona y llegué por los pelos (y eso que tengo pocos). Dormir en el autobús, misión imposible, y justo cuando había al menos conseguido una duermevela, sonó el teléfono, a las dos y media. Kutxi, ponía. Y era Kutxi, sí. Resulta que estaban de promoción de su nuevo disco, el de Marea, EN MI HAMBRE MANDO YO, y se enteró de que yo también había caído por los madriles, así que llamó para ver si aún andaba de cañas y quemar madrid. Pero yo al día siguiente tenía cole (o sea, mis hijos), así que quedamos para vernos un día y cambiar cromos (tu disco por mi novela, etc). Por cierto, que los Marea están que lo rompen, nueve horas se pegaron el otro día firmando discos. Yo con 9 minutos ya me sentiría todo un superventas.
Sin dormir, pues, llevé a los niños al cole, me metí por fin un rato en la cama y luego otra vez al cole, preparar la comida, arf, arf, llevarlos otra vez a clase, dormir otro poco, arf, arf, recogerlos de nuevo, llevarlos con mi mujer, arf, arf, y a la primera sesión del Club de Lectura de la Biblioteca de San Jorge, que voy a coordinar. Más nervios. Vinieron veinte personas y la cosa pinta muy bien. Espero aprender mucho.
Luego, pasadas las nueve vuelta a casa y ¡si!, la niña estaba aún despierta, así que pudimos celebrar su cumpleaños los cuatro, pinchando una palmera de chocolate con tres velas. Un momento íntimo, como cuando comimos en el suelo comida turca, la primera noche en la nueva casa.
Ya por la noche, en el ordenador, vi que habían detenido a un rapero, Pablo Hasél, por hacer apología del terrorismo con sus letras. Lógicamente lo busqué en Internet, y vi que algunos de sus videos tenían de fondo dibujos de mi gran amigo Juan Kalvellido, «Tú siempre con los más revoltosos», le escribí un email. Yo no conocía a Pablo Hasel. Gracias, jueces de la Audiencia Nacional. Por cierto, que lo que he leido de él explicando la detención, y lo que he oído, sus canciones, me parecen muy bien. Es increíble que todavía pasen cosas como estas. Yo, señores jueces de la Audiencia nacional, también quiero me pasen cosas como esas, a ver cuántos libros vendo. Increible también, aunque distinto, es lo de Agustín Fernández-Mallo con la viuda de Borges. Hay cartas de apoyo para ambos, y me parece que firmar en una queda muy guay pero hacerlo en la otra ya es más jodido ¿verdad? Y no hablemos ya de los de Sarrionandia y el Premio Euskadi. Menos mal que todavía nos queda Miguel Sánchez Ostiz para decir las cosas claras.
En fin, hoy ha sido día para la logística doméstica, compras, limpieza, y esta tarde a celebrar el cumple de la niña, ya con todas las de la ley, o sea, con ganchitos y eso.
Arf, arf.
Por lo demás, la vida sigue, espero que un poco más tranquila.