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Hoy Xabi Larrañaga, habla de Dios nunca reza en su columna de la contra de Diario de Noticias:
FORZA ITALIA!
EN Dios nunca reza, el profundo, desnudo y muy entretenido diario de Patxi Irurzun, el escritor confiesa su deseo de que pierda la selección española de fútbol. No tengo el libro a mano -ando lejos-, pero por lo que recuerdo en él explica que prefiere que gane otro equipo no por ser nacionalista, sino precisamente porque con el cuento de la Eurocopa le obligan a serlo. Supongo que también influirá la evidencia sociológica de que en general la bandera rojigualda no despierta aquí arriba los amores que enciende allá abajo. Ni el himno, ni el ejército, ni el cani, cani, cani Sergio Ramos.
Me gustó esa confesión porque en los tiempos que corren, o sea que frenan,cuando pretenden prohibir hasta el silbido, cada vez resulta más difícil ser uno mismo con su opinión libre y sincera en bastantes tribunas. España sería un país más acogedor si cualquiera pudiera ascender en la escala social,intelectual y política sin necesidad de esconder su verdadera manera de sentir y pensar para ser aceptado. Falta la posibilidad de ser ciudadano ejemplar limitándonos a cumplir la ley, no el mandato patriótico de turno.
Y no, no es ofensivo ni maleducado querer la derrota de la neollamada Roja. Un murciano quizás lo sueñe porque lo que en realidad juzga ofensivo es el dinero público que reciben esos deportistas; y maleducado,tanto forofismo institucional. También lo puede desear un apátrida cansado o nacionalista periférico, ¿y? ¿Acaso en Madrid aplauden a la selección catalana de algo?La opción italófila para mañana no conlleva odiar a nadie, pues incluso el menos español de nosotros tiene amigos españoles, y yo a mucha honra. Tampoco se desprecia una cultura o un idioma, ni siquiera el propio. Basta el poema del brasileño Lêdo Ivo para entenderlo: «Mi patria no es la lengua portuguesa. Ninguna lengua es una patria. Mi patria es la tierra tierna y untuosa donde nací, y el viento que sopla en Maceió». Así que menos balones fuera: ¡Aupa Malta y Liechtenstein!
Reboto este post del blot Tentativa (s) en el que se menciona mi dietario Dios nunca reza y se reproduce un párrafo del mismo, sobre el que el autor hace algunas interesantes reflexiones:
ELECCIONES
Hace algunos días discutíamos con dos amigos sobre la imágenes de los perfiles en las redes sociales, sobre la elección de las imágenes con que nos identificamos en las redes, más bien. La superficialidad, las exageraciones, las poses, el divismo: el autobombo. Si algunas de esas imágenes representan algo en particular, tal vez algún aspecto de nuestras personalidades o si quizás formaron parte de algún momento importante de nuestras vidas.
Una conversación distendida, entretenida, con la profundidad y la seriedad de cualquier charla de café. En un momento determinado nos reímos de uno de ellos -de las imágenes que suele usar en sus perfiles-. Nos preguntamos por qué algunas veces elegimos esos símbolos grotescos para que nos representen. Si es que realmente nos identificamos con ellos, nos parecen ocurrentes o si por lo menos nos gustan. No obtuvimos ninguna respuesta satisfactoria a esos cuestionamientos y dejamos el tema concluyendo que la elección de la imagen era banal. Quien escoge un símbolo ridículo es porque se pasa la consigna por el forro y se ríe de todo eso -se dijo-.
Como suele pasar siempre la respuesta más adecuada a un interrogante cualquiera nos llega cuando menos lo esperamos. Hoy, releyendo un libro de Patxi Irurzun que me gusta mucho, encontré un párrafo que me susurró una respuesta posible:
Y he recordado también la última vez que escuché esa canción -tal vez esa ha sido la fisura que ésta ha encontrado para herirme -, fue en una proyección de diapositivas que nos hizo en el trabajo Iñaki Otxoa de Olza, el montañero que falleció hace unos meses en el Himalaya. Le invitó un compañero, amigo íntimo del alpinista, un compañero que lo único que pretendía era que mi jefe se rascara el bolsillo para la siguiente expedición de Iñaki (por supuesto, mi jefe no lo hizo, aunque luego, cuando él murió, se sumó al coro de plañideras y escribimos en la revista un artículo muy emotivo, mencionando los proyectos que el montañero tenía en mente -un artículo que ni siquiera escribió su amigo, mi compañero, porque lo acababan de despedir-).
El caso es que Iñaki nos habló de sus sueños, de lo que significaba para él la montaña, de los compañeros que había visto caer desde el techo del mundo, de las veces que él había estado a punto de hacerlo y cómo se había levantado. Yo le escuché con cierta desconfianza, nunca me ha atraído el frío, la nieve, el sufrimiento como superación, desafiar a la muerte por placer, cuando hay tanta gente que tiene que pelear por no perder la vida cada día.
«¿Qué significan esos aros que llevas en las orejas, cada uno es un ochomil?» fue lo único que se me ocurrió preguntarle. Iñaki dijo: «No en realidad no significan nada, simplemente me gusta llevarlos, sirven para definirme, para que determinadas personas vean que no tengo nada que ver con ellas», contestó. Para definirse, posicionarse, enfrentarse, ponerse en guardia frente a los enemigos… Esas eran sus armas. *
Pequeña conclusión y paráfrasis: Hasta que no lo necesité, el párrafo había sido casi invisible. De algún modo todos los que hacen bien su trabajo son invisibles. En una cultura que nos exige vivir en los medios y en las redes, la invisibilidad es un don. Algo de ese espíritu vive en los escritores que me gustan -los que elijo-, esos que no salen a buscarte desde monstruosos aparatos editoriales sino que se los encuentra, finalmente, cuando son necesarios.
Lunes 4 de agosto de 2008
«Era un día como los demás: lento, feroz y hambriento de víctimas humanas», he leído hoy, en un libro de Albert Cossery. Me gusta ese autor. Me gusta un escritor que sabe escribir frases que resuenan como disparos y en las que la pólvora deja en el aire un olor que recuerda hacia qué lugar apunta, a quiénes defiende, quién debe inquietarse y quién colocarse en su bando. Hace unas semanas, sin embargo, ni siquiera sabía que Albert Cossery existía, en realidad ya no existe, lo conocí precisamente al leer su necrológica en un periódico. «El príncipe de la pereza», lo llamaban. Y contaban que había vivido 50 años en la habitación de un modesto hotel de París, sin apenas salir de él, y que en sus libros retrataba a los mendigos, los locos, las prostitutas, de su Egipto natal.
Yo me pregunté cómo era posible que descubriera a un autor como él, del que me interesaba su universo -y ahora que lo leo, también cómo escribe- tan tarde, y casi de casualidad, mientras puedo repetir, sin haber hecho ningún esfuerzo por aprenderlos, los nombres de los jugadores reservas de Osasuna.
He leído esa frase de Cossery en su libro de cuentos «Los hombres olvidados de Dios«, en el hospital, mientras esperaba a que a mi hermano le hicieran unas placas de la tibia y le atendieran después en la consulta. Tengo que leer de ese modo, casi a hurtadillas, aprovechando los huecos, los tiempos muertos que me dejan los días de torbellino. A veces me parece que hay una fuerza invisible y misteriosa que intenta apropiarse de nuestro tiempo libre, rellenarlo con una sustancia gris y viscosa, que evite que pensemos en otras cosas distintas a «qué tengo que comprar, qué echan hoy en la tele, a quién ha fichado Osasuna».
En el hospital mi hermano y yo hemos estado casi dos horas esperando, la primera de ellas de pie. Nadie le ha cedido el sitio porque estamos en traumatología, y las personas que están sentadas también tenían piernas y brazos escayoladas.
Hace unos días, en San Fermín, esa era la mejor sanidad del mundo, podía atender a todos los heridos del encierro sin ninguna dificultad, trasladarlos en un tiempo récord desde la Plaza hasta este hospital, dar partes de heridos a todos los medios de comunicación en los que todo estaba bajo control. Si hoy Albert Cossery hubiera estado en la sala de espera podría haber recogido todo ese aire infernal que se respiraba -hacía calor y la gente estaba malhumorada- convertirlo lentamente primero en palabras, moldearlas con la precisión de un soplador de vidrio y después lanzarlas al aire, dejando en el aire una estela brillante, justo antes de que esos objetos hermosos se estrellaran, haciéndose añicos contra la cabeza de alguien, algún consejero de salud, la alcaldesa, no sé muy bien quién, la responsabilidad en estos casos también es una sustancia gris y viscosa, indefinida.
Finalmente han atendido a mi hermano. Dicen que le harán una bota ortopédica para que pueda caminar y que tiene dos opciones. Si la solicita en una ortopedia le cobrarán 150 o 200 euros; si no quiere pagar tienen que ingresarle para que sea el hospital quien la solicite y los gastos corran a cargo de la seguridad social. A Kafka creo que también le habría gustado estar en la sala de espera de ese hospital.
De regreso a casa, hemos visto desde el coche, a un hombre tirado en una acera, en una calle lejos del centro, por la que apenas transitaban peatones. Parecía borracho, pero también podría estar muerto, y el sol caía sobre su cabeza con rayos afilados como una guillotina, mientras los coches y los peatones pasaban junto a él, sin detenerse.
Nosotros tampoco lo hemos hecho, pero hemos llamado al 112. Durante los últimos días las noticias han hablado de varios bebés olvidados en coches y ancianos muertos por golpes de calor. Y el termómetro del coche marcaba 35 grados. Tal vez aquel era uno de esos hombres olvidados de dios de los que habla Albert Cossery, y dios no iba a mover un solo dedo por él, dios nunca se arrepiente de sus errores, ni asume sus responsabilidades, dios es también la sustancia gris y viscosa, indefinida, el vacío… Dios nunca reza por nosotros, no tiene a quién hacerlo. Pero nosotros podemos todavía ayudarnos, debemos hacerlo, porque, como escribe Cossery: «Nadie puede decir qué tipo de horrores están a punto de nacer ni precisar los nuevos desastres que amenazan la vida de los hombres».
De‘Dios nunca reza’ (Patxi Irurzun). Alberdania 2011
Jueves 19 de junio de 2008
Hoy, por fin, después de varios meses de lluvia y frío ha salido el sol en esta la ciudad sin primavera. Así que esta mañana he vestido a Urko con la ropa de verano que le compramos hace unos días y con la que está tan guapo y nos hemos ido los tres, su madre, él y yo a la ikastola . Normalmente suelo acompañarle yo, me gusta hacerlo, levantarlo por la mañana es uno de los mejores momentos del día, después lo llevo al baño, elijo su ropa, despierto a mi mujer… Es como si me correspondiera a mí arrancar el motor de la casa y eso me hace sentir importante. Pero hoy es el penúltimo día de colegio de Urko y Malen también quería venir, grabar en video, despedirse de la profesora, los otros padres… Dentro de unos días nos cambiamos de barrio. De la Rotxapea a Sarriguren, en las afueras de Pamplona, una ciudad nueva, de bloques de VPO. Nosotros ahora vivimos de alquiler. Me va a dar pena irme de aquí. Estamos a diez minutos de la Plaza del Ayuntamiento. A Sarriguren solo se puede ir en coche, o en autobús… Es algo raro. El barrio en el que crecí estaba lleno de descampados, silletas, bajeras vacías que se convertían en videoclubs, que luego se convertían en centros de estética que luego se convertían en bares, eso nunca fallaba… Era un barrio de las afueras, y ahora, nos vamos a las afueras de las afueras, a un nuevo barrio de descampados, silletas, bajeras vacías… A eso le llaman progreso pero nosotros cada vez estamos más lejos. Y hay algo que me inquieta en todo ello.
Por la tarde, después de trabajar he ido a una charla sobre los obreros de Zanon, una fabrica de porcelana en Argentina ocupada por sus propios trabajadores y gestionada ahora por ellos mismos. El sindicalista que ha hablado ha dicho que tuvieron que hacerlo porque el capitalismo – «ese monstruo», ha dicho, qué curioso- no tiene reparos en sacrificar a los más débiles cuando hace falta. Y también que quizás nosotros no lo percibimos todavía, pero intuye que se nos avecina una crisis parecida a la que ha sufrido su país. Bueno, ellos al menos han salido adelante. Aunque han tenido que pelear duro. Se pasaron varios meses acampados frente a la fábrica, sobreviviendo gracias a la solidaridad de obreros de otras fábricas, los maestros de sus hijos… Por ejemplo, cerca de la fábrica ocupada había una cárcel para presos peligrosos. En una ocasión estos dejaron de comer dos días para dar sus raciones a los trabajadores de Zanon. A cambio los obreros de Zanon les ofrecieron material necesario para construir un lugar cubierto en el que recibir a los familiares, durante las comunicaciones (hasta entonces debían hacerlo en el patio). Desde ese día cooperativistas y presos se han convertido en uña y carne. Cuando la policía intenta desalojar a los obreros los presos hacen un motín en la cárcel, o si hay un motín en la cárcel los obreros de Zanon disparan con tirachinas bolas de porcelana a los antidisturbios desde su fábrica. A la policía últimamente se le ve menos por allí…
He vuelto a casa algo más animado. Cuando he llegado Urko y Malen estaban en la bañera. La tripa de mi mujer asomaba entre un mar de espuma y Urko estaba recostado sobre ella. Y en el pasillo, los últimos rayos de luz del día se derramaban dorados y cálidos, iluminándolo todo.
DIOS NUNCA REZA. Patxi Irurzun (Alberdania, Irún, 2011)