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Sor Kampana me pidió hace ya bastantes meses unas líneas para prologar un artefacto explosivo que estaba preparando en el que recogería toda su obra poética, además de colaboraciones de artistas plásticos y un CD con canciones interpretadas por diferentes grupos o cantantes (como Kutxi Romero, Caldito o La banda del abuelo). Hace unos días, vía Kutxi -que estuvo presentando en una minigira el proyecto con Sor Kampana-) me llegó por fin la caja Aleación expansiva, una auténtica joya, una pieza de coleccionista… El libro Poesías, lamentos y otras visicitudes (Antología poética 1001-2008), incluido en la caja, que recoge todos los libros de poemas de Sor Kampana, tan difíciles de conseguir, es para el que yo escribí uno de los ocho prólogos (además, colaboran Josu Arteaga, Kike Turrón, Kike Babas, Marro -que falleció recientemente-, Natalia Pérez, Rafeta y Rampova). Ahí va:
POETOXICOMANÍA
Todos los caminos llevaban a Sor Kampana, pero yo elegí el –en apariencia- más corto: los versos que Robe Iniesta cantaba como un ventrílocuo, es decir, con las tripas (como se debe cantar o leer cualquier verso de Sor Kampana), en el disco Agila de Extremoduro. Después resultó que todo no era tan fácil: tuve que remover carretadas de libros de poemas insulsos, sin manchas de lefa, sangre o mierda en sus páginas, hasta encontrar alguna de las obras de este poeta de nombre extraño y más leyenda que un bandolero. Las encontré finalmente en la pequeña distribuidora que había en el gaztetxe de Iruñea, antes de que este fuera derribado a hostia limpia por una máquina de demolición y una jauría de perros con casco, que pretendían comerse el corazón de la luna, hasta la que se habían encaramado por el tejado del viejo frontón okupado cinco valientes. Uno de ellos era, precisamente, el que me había vendido Depreversos-perversos y Poesía Asfáltica de Confusión (libro este último, que hoy tengo “desaparecido”, lo mismo que la maqueta Eskorbuto a las elecciones y alguna que otra joya de esas que —nunca he aprendido la lección— no se prestan). El caso es que fue de ese modo como me administré por primera vez el veneno de Sor Kampana. Apuré sus versos hasta polintoxicarme y a partir de ese momento vi brotar serpientes con su nombre (como en la canción de Silvio Rodríguez, “la mato y aparece una mayor”) de las bocas de todos a quienes yo iba encontrándome en las cunetas de los caminos: Josu Arteaga, que me habló de una farra mediterránea y excesiva junto al valenciano (y que él mismo refiere mucho mejor y de primera mano más arriba); Alimotxe, que vino a morírseme a casa unos sanfermines con su nombre colgando de los dientes mellados por las pastillas, los anticuerpos y una vida que se había comido a mordiscos; o Kutxi Romero, uno de mis camellos literarios de confianza, que me pasó más libros de Sorkam y que fue quien me lo presentó, finalmente, un día que el poeta paraba por Pamplona, antes de seguir rumbo a Bilbao, a donde se dirigía a colocar algunos artefactos terroristas —como esta antología expansiva— junto con su inseparable cómplice Pilar. Sor Kampana, contra lo que yo esperaba y contra lo que la leyenda apuntaba, resultó ser un tipo de aspecto juvenil, atlético, y conversación pausada y agradable… Supongo que, en realidad, hay muchos Sor Kampana, pero fijo que todos están en Aleación, que sin duda se va a convertir en mi libro de cabecera, siempre a mano para romperles la crisma a los esbirros del sistema, los funcionarios de la poesía, los perros de la guerra, cuando vengan a comerme el corazón cada vez que me encarame a la luna.
Patxi Irurzun
Aleación expansiva tiene una web, todavía en fase de pruebas, en www.aleacionweb.com
Y este es un poema de Sor Kampana:
DESPERTÉ TOSIENDO
y buscando lombrices encontré a Dios
entre mis excrementos;
Extraño día para mí, pobre ateo
éste en que vi la luz por vez primera,
día desde el que doy gracias y ofrezco oraciones
a mierdas y orines, máximas manifestaciones
de Dios en esta tierra.
Este cuento, incluido en la antología Cuentistas (Ateneo Obrero de Gijón) y en La polla más grande del mundo fue traducido al italiano junto con otros 19 de este último libro, para acompañar a un número de la revista ¿Qué tal?, del grupo De Agostini (¿Qué tal? es una revista para aprendizaje del español). Lo que yo no sé es si habrá ayudado mucho a los italianos a aprender nuestro idioma, o todo lo contrario. El cuento en español se puede leer aquí. La traducción es de Francesca Sammartino.
Il nostro pane quotidiano
Patxi Irurzun
Zarraluki è un paesino piccolo, situato nel più profondo di una valle di montagna al quale è possibile giungere solo grazie a stradine secondarie, tracciati o sentieri nel bosco che si snodano e si stringono come un groviglio di lombrichi. Ogni lunedì se il villaggio non è rimasto isolato dalla neve, un furgoncino percorre la valle e consegna la posta, i giornali…
A Zarraluki c’è una panetteria, sei bambini e una maestra e un panettiere che sono fi danzati. Quasi sempre.
A volte la coppia discute e Txema, il panettiere, si rinchiude in casa sua e accosta la persiana del suo negozio fi nché non si riconcilia con Julia, la maestra. Txema, il panettiere, è un vero professionista e non crede in quei romanzi del realismo magico latinoamericani di seconda categoria nei quali si impastano maddalene con le lacrime, né tanto meno che poi queste diventano vermicelli all’interno dei cuori di chi le mangia.
Txema crede che il suo sia un lavoro molto serio, così serio che per farlo deve essere molto concentrato. Txema sa che se aprisse il suo negozio quando ha discusso con Julia il suo pane non sarebbe lo stesso, sa che ha bisogno di equilibrio nella sua vita perché anche gli ingredienti e il tempo di cottura siano equilibrati, e che se non fosse così i suoi clienti si sentirebbero ingannati. In fondo Txema, senza saperlo, pensa la stessa cosa di quei narratori latinoamericani e nel villaggio succedono le stesse cose dei loro romanzi, infatti i litigi di questa coppia alterano completamente sia la dieta alimentare di tutti gli zarralukitarras, sia il loro stato d’animo.
Ad esempio a Julia, quando litiga con il panettiere, le si inacidisce il carattere e condisce con questo un’insalata di compiti per i sei bambini del villaggio e li sperde per le capitali dell’Asia o mette a cuocere nel pentolone di una divisione da undici cifre le loro risate infantili.
Ai zarralukitarras piace sentire l’eco delle risate dei loro sei bambini nelle strade del villaggio, mentre, quando Txema e Julia discutono, nelle strade di Zarraluki invece di quelle risate si sente solo un vento freddo che fi schia come un serpente velenoso e all’interno delle case il palpito, sempre più lento, dei cuori spaventati degli anziani, che sentono avvicinarsi in pantofole la morte che trascina per la mano i loro genitori e i genitori dei loro genitori con il loro albero genealogico ridotto a una fascetta di rami sulla spalla.
La panetteria di Txema è anche bar e tabacchi e, quando lui e la sua fi danzata discutono, gli zarralukitarras non possono nemmeno veder sfumare tutto quel terrore nei cerchi di fumo di una sigaretta o affogarlo nel fondo di alcuni bicchieri di vino, per cui le relazioni generalmente cordiali tra vicini divertano strane, e in ogni famiglia risuscitano fantasmi che si siedono davanti al camino e raccontano storie di vecchie dispute familiari per le terre o di omicidi e vendette durante le guerre civili.
In poche occasioni, quindi, una coppia ha a disposizione tante persone disposte a risolvere le loro crisi come in questo caso. Quando Txema e Julia discutono, gli zarralukitarras recidono i fi ori più belli delle loro serre e li mandano a casa della maestra o raccolgono il miele più dolce dai loro alveari e lo lasciano alla porta di quella del panettiere. Txema e Julia sanno che sono stati loro e non la dolce metà e a volte li indigna addirittura l’idea che la loro relazione coinvolga in questa maniera tante persone, che tutte queste possano affacciarsi in maniera così indiscreta su di essa, ma in fondo si vogliono bene e fi niscono sempre per riconciliarsi ed è così che Txema torna ad aprire il suo negozio e gli zarralukitarras escono dalle loro case e i fantasmi e la morte in ciabatte tornano alle loro, e nelle stradine del villaggio si sentono di nuovo le risate dei bambini.
Zarraluki, insomma, è un paesino che sembra appartenere a un altro mondo, infatti la sua vita dipende completamente dall’amore.
Ayer colgué en este blog un poema, Marea negra, que era una adaptación de un cuento propio. Hoy, por el contrario, publico un pequeño cuento que escribí adaptando un poema de David González. No sé por qué, cuando lo leí me vino la imagen a la cabeza de un modo que yo consideraba muy narrativo. No es la primera vez que me pasa con David, en mi libro Ciudad Retrete utilicé, con su permiso, algunos de sus poemas de la cárcel para dos o tres lances de la novela. Supongo que en el fondo no hago más que empeorar la cosa, mejorar a David es difícil, por no decir imposible, pero sentía esa necesidad. Os dejo con el poema, primero, y luego con el cuento.
McDONALDS
rue de provence
rue Lafayette
haussmann
mcdonalds®:
un clochard
pelo largo
sucio
grasiento
y despelurciado
con canas
en andrajos
roña en las uñas
pasea entre las mesas
coge una bandeja
y se sienta
entonces
los comensales
chavales jóvenes
en su mayoría
se acercan a él
se inclinan
y en silencio
en completo silencio
depositan
en la bandeja
bolsas
con patatas fritas
perritos calientes
hamburguesas
y vasos de cartón
con cerveza
coca cola®
y café
también monedas
y cigarrillos
respeto
David González, de su libro ALGO QUE DECLARAR (Bartleby Editores, 2007)
RESPETO
Los conozco, a todos esos cabrones, y sé qué van a pedirme en cuanto cruzan la puerta del Mcdonalds
-Un menú infantil -, dice, por ejemplo, Jerome, y lo dice bien alto, sin cortarse un puto pelo -y sin guardar la cola-, pero nadie protesta, porque Jerome es el negro más hijoputa de toda la «banlieu», el que más mierda mueve, costo, farlopa, crack, jaco, lo que quieras…
Aziz, por el contrario, se acerca al mostrador sin meter bulla, pide educadamente una Big Mac, «y que la hamburguesa esté bien tostada», añade, guiñándome un ojo. Aziz es puro fuego. Durante la revuelta dicen que quemó más de cien carros, uno de ellos el de su propio viejo. Libertad, igualdad y fraternidad, sí señor. Y la bofia sin comerse una mierda.
Maxime tuvo menos potra. Los maderos le pillaron en el saqueo de una tienda de electrodomésticos. Se lo llevaron a comisaría y le metieron más hostias que a un pandero. «Basura blanca», le insultaban, cada vez que sacaban su cabezota de una bañera en la que los polizontes habían escupido, se habían cagado y meado.. Al menos se libró del talego, porque con lo único que le ligaron fue con un iPod, menudo gilipollas. Sólo un gilipollas como él puede pedir café y patatas fritas para untar. Claro que Maxime es un gilipollas con una pipa, y eso ya cambia las cosas. Se la agenció en cuanto lo soltaron y está deseando que se vuelva a liar otra vez para volarle la cabeza a algún gendarme.
Sí, los conozco bien, a todos esos cabrones. Delincuentes, terroristas, escoria. Eso es lo que dice el bocarrana de Sarkozy. Pero ellos no están aquí cuando entra Bernard el sintecho, apestando a vino y a mierda, y se desparrama en la mesa de la esquina. Porque entonces, Jerome, Aziz, Maxime, y todos los chavales, toda esa gentuza, se levantan de sus sillas, se acercan al viejo mendigo y dejan en su bandeja vacía una bolsa con patatas, media hamburguesa, lo que sea, lo que tengan.
Sí, los conozco muy bien, a todos esos cabronazos.
Patxi Irurzun
Ayer, en las vallas del aparcamiento que están excavando el Hospital de Navarra, vi desde la villavesa a un señor arrancar airado, casi iracundo, unos carteles, no sé qué anunciaban (mañana tengo que volver a pasar por ahí, a ver si aguanta alguno y lo averiguo), y me dio un poco de miedo que todavía subsistan mentalidades inquisitoriales como esa, pero también me pregunté si yo sería capaz de ponerme en su lugar (esta es una buena pregunta casi siempre), si por ejemplo, el cartel en cuestión convocara a una concentración neonazi, o reivindicara la capital cultural europea de este páramo en el que, en lo tocante a cultura, han convertido algunos –los mismos que impulsan esa capitalidad- Pamplona. Creo que no. La prueba del algodón ya la pasé hace algún tiempo, cuando una persona que me acompañaba, en la Casa del Libro de Madrid, comenzó a desgarrar las páginas de un libro de Alfonso Ussía y a dejarlo luego en su pila, bien surtida por lo demás, mientras justificaba su acción de guerrilla literaria con el siguiente argumento “de todos los libros se aprende algo menos de los de Alfonso Ussía”. Yo, de hecho he utilizado esa frase, que me parece graciosa, en alguna ocasión (creo que en las bases del concurso literario Hijos de Satanás), eso es una cosa, pero de ahí a quemar libros en la plaza del pueblo (con el agravante de que quien azuza el fuego es luego de los primericos que se ponen tras la pancarta de LIBERTAD DE EXPRESIÓN, cuando toca), hay un trecho.
Todo esto lo cuento a propósito de la ira, de cómo esta explota cuando uno menos se lo espera y arranca los carteles que uno fija por dentro de sí mismo, en la valla que protege sus convicciones. Y es que esta semana mi hijo ha tenido una neumonía (por eso venía del hospital) y hacerle tomar la medicina ha sido una auténtica odisea, se negaba en banda, una y otra vez, ahí no había pedagogía ni Supernanny que valiera, y he perdido los nervios varias veces, creo que bordeando el código penal, ese por el que condena a una madre a una orden de alejamiento de su hijo por haberlo abofeteado después de que él le tocara repetidamente los cojones (y eso que –ella- no tiene). Pero es que, en el caso de mi hijo, o se tomaba la los sobres de medicina o los neumococos lo reducían al espíritu de la golosina. Así que a los niños (¡angelicos!, dirán algunos, pero el demonio, aunque caído, también es un ángel) estos días les tengo bastante tirria. Y lo peor de todo es que este jueves, el día 23, tengo que ir a un colegio a hacer unas lecturas. Me dan ganas de arrancar todos esos carteles que anuncian el Día del libro.
Este reportaje, en el que he hablado con los escritores Carlos Castán, Gabriela Wiener, Ángel Petisme, Miquel Silvestre y Miguel Sánchez Ostiz sobre la literatura como venganza o ajuste de cuentas, se ha publicado en Papel literario, el suplemento cultural del periódico malagueño Diario Sur, después de hacer una ronda sin éxito por todos o los más importante suplementos y revistas literarios de este país, sin que ninguno de ellos se dignara ni siquiera a enviar una nota de rechazo. En Papel Literario lo han colgado de un día para otro (con la foto de uno que no sé quién es) y de un día para otro me he enterado de que ese suplemento ya no se publica con Diario Sur por la sencilla razón de que este diario ya no se edita (cosa que no aclaran en la web de Papel literario). «Ahora somos una especie de ONG», me dice su director, vamos, que no pagan un clavel. Las puertas se abren mucho más fácil si haces las cosas por la cara, el dinero, ah, el dinero es otra historia, eso es para repartir con los amiguetes o pagar favores prestados. En Papel literario me dicen que puedo mandarles más reseñas o artículos, y que me los publicaran sin censura (esa premisa no la entiendo muy bien). Y yo, para el caso, lo publico también en este blog y en Hank Over.
VENGANZAS LITERARIAS S.A. Patxi Irurzun
“¿Por qué escribes?” Es lo que pregunta un periodista a un escritor cuando no ha leído sus libros. Una pregunta fácil, a la que se supone una respuesta difícil. Pero ¿qué responde un escritor que sabe que el periodista no ha leído sus libros? Tópicos, frases hechas, titulares trillados: “Escribo porque lo necesito”; “escribo porque no sé hacer otra cosa”; “escribo para que me quieran”… Casi ningún autor es capaz de reconocer que, a menudo, se escribe por pura venganza (o como dice la escritora peruana Gabriela Wiener: “Pocos autores estarían dispuestos a reconocerse como unos cabrones”).
La literatura como legítima defensa
Escribir para ajustar cuentas a un jefe abusador, a un novio que dinamitó tu corazón, a un vecino que se ducha todas las noches a las cuatro de la mañana… Pequeñas y grandes venganzas: escribir también para defenderse de un mundo hostil o del poderoso (la literatura como legítima defensa, dice el navarro
Miguel Sánchez Óstiz, autor de varios dietarios, género en boga, junto con los
diarios, cuadernos de bitácora, autoficción…, todos ellos apropiados para devolver los golpes o al menos hacer inventarios de ellos: “
Vivimos en un mundo en el que el fuerte, o el que se lo cree, se cree también con derecho a propinar empujones a quien le venga en gana, convencido de que quien los recibe está obligado a aguantarlos”)…
Las obras literarias también se edifican con todos esos escombros que deja la vida. A veces, únicamente con ellos. “La literatura o es vengativa o no es nada”, afirma Miquel Silvestre, que publicó en 2008, Spanya S.A., una novela de ciencia ficción levantada también de las ruinas, una venganza a años vista (en ella España es en 2337 un gran vertedero tóxico gestionado por ineptos y corruptos).
Otros, como el cantante y poeta Ángel Petisme, ganador del último Premio internacional de poesía Claudio Rodríguez, son más románticos: “Si hay que ajustar cuentas con algún gilipollas se le reta cara a cara y se le manda al dentista o al hospital literalmente. Si tienes una guerra contra el mundo, la tienes contra ti. La escritura es un ajuste de cuentas sin cuartel contigo mismo, con tus demonios y tus ángeles”.
Romperse las piernas a uno mismo
Eso es algo en lo que todos los autores parecen de acuerdo: lo justo es que el principal damnificado de las venganzas literarias, aquel al que se le rompen las piernas con mayor saña y refinamiento (pues víctima y verdugo son uno mismo y los dos saben donde duele más) sea el propio autor. “En todos los guiñoles burlescos que he montado, el primero que he subido al tablado de la burla he sido yo. No cabe quedarse al margen. De ir a la picota, vamos todos. Lo contrario es un abuso”, dice Sanchez-Ostiz.
El autor, pues, puede hacer que la autopaliza parezca un accidente, a través de la ficción, pero es solo es un disfraz, del que además se va despojando página a página: “En el fondo la ficción también es un streap tease: a nadie expone más un escritor que a sí mismo, nadie, ninguno de sus personajes de su mundo transfigurado, filtrado, queda más en evidencia y es más vulnerable que él”, señala Gabriela Wiener (quien, por cierto, también ha hecho streap tease, ella en su sentido más literal, para recopilar material y experiencias con las que nutrir sus reportajes y libros).
Se trata de hacerse daño, paradójicamente, para curar las heridas, para reconocerlas y palparlas: “El fin último es la sanación, la catarsis, mejorarte como persona y contagiar pasión y ganas de vivir. Uno no escribe para que le quieran y se la chupen. Escribe porque no sabe ser feliz, porque se resiste a la felicidad de la segunda vivienda y el carro nuevo de moda que se ha comprado. Escribe porque folla menos de lo que debería y le sobra tiempo. Si has aprendido a vivir ¿qué necesidad tienes de cantar tus pérdidas?”, dice Petisme.
Vendettas personales
Está claro, hay venganza cuando hay heridas, y la mayoría de las veces estas se las hace uno mismo. Pero qué pasa cuando son otros los que hacen daño. ¿Cómo se revuelve el escritor, es tan sufrido y tan honesto?
Tras la publicación de su novela Las Pirañas, Miguel Sánchez-Ostiz vio cómo en su Pamplona natal se elaboraban listas que identificaban a los personajes de la obra, a menudo erróneamente. “Vengarme, no creo que lo haya hecho nunca, en ninguna novela, lo que he hecho es construir personajes novelescos inspirados en personajes reales, qué duda cabe,
pero más que en sus comportamientos sociales, en sus rasgos o caracteres, fácilmente identificables por el lector, y por el propio interesado, claro, pero también por sus amigos y conocidos. Si tú pintas un canalla, pierde cuidado que ya se encargará alguien de hacerle llegar el retrato al interesado que mejor le convenga al mensajero”.
Carlos Castán, autor de uno de los libros de cuentos más recomendables de 2008, Solo de lo perdido, tampoco ha llevado a cabo vendetta personales a través de sus libros: “No me he vengado ni ridiculizado a nadie en concreto, aunque es posible que sí me haya despachado a gusto con tipos genéricos, con actitudes o con ciudades. Y también puede que de alguna forma haya ajustado cuentas con algún episodio de mi pasado dando mi propia versión sesgada de algo que ocurrió o cambiando el desenlace en una acto de justicia poética totalmente subjetivo”.
Solo para valientes
La venganza personal a través de la literatura no parece, por otra parte, muy rentable. Sánchez-Ostiz dice que las veces que ha intentado devolver los empujones han sido contraproducentes. “No tenía secuaces que aplaudieran la faena. Fue u
n error de óptica, un caso patético de miopía social. Nunca cuentas con la camorra social”.
Quizás por ello, la literatura como arma arrojadiza es solo para valientes. Petisme: «Entiendo la autodefensa del escritor que se siente marginado en un sistema sumamente perverso donde sólo existe lo que se ve en los medios. La decisión de escribir e intentar publicar en sí es un acto de valentía. Miquel Silvestre: “Si piensas en que Quevedo fue a la cárcel por sus sátiras, resulta obvio que siempre es valiente escribir si molestas a los poderosos y ellos sabes quién eres.
A mí lo que me parece cobarde es la autocensura y el pudor. Sánchez-Ostiz: “Si hablas de tu vida, acabas hablando de asuntos que no son del aplauso general y que “molestan”. Eso hay que asumirlo…
Una empresa ruinosa
Venganzas literarias S.A. no es, en definitiva, una empresa rentable, pero todos le reconocen sus méritos, más cuanto mayor es el enemigo al que se enfrentan. “Hay que medir el dolor que se inflige, la indefensión del adversario y la irreversibilidad del acto. Y estar seguro no solo de lo que se afirma sino de que el hecho de hacerlo esté verdaderamente justificado. Tiendo a aceptarlo mejor cuando en el fondo de todo hay odio o tragedia que cuando se trata de ligereza o frivolidad. Por paradójico que parezca, soy más indulgente con las venganzas más sangrantes, que surgen de las entrañas, quizás por considerarlas menos evitables”, diferencia Carlos Castán. Gabriela Wiener coincide con él: “Yo soy rencorosa, a mí me gusta la provocación, intervenir en la realidad y jugar con ella, me gusta desenmascarar, pero intento ser un poco justa, exactamente como en la vida misma, solo ridiculizo a los que creo que se lo merecen”.
La autora de Sexografías da además el que puede ser el quid de toda esta cuestión. Wiener, quien dice adorar las historias privadas bien contadas, las autobiografías llenas de rencor, no cree sin embargo en la pura instrumentalización de la literatura: “La venganza, como otros sentimientos viscerales, puede ser uno de los disparadores para la creación. Pero lo que se haga con ella dependerá del talento”. Y es que, en definitiva, en esta historia, además del escritor justiciero y la víctima, merecedora o no, de su venganza, hay otros implicados sin los que nada tendría sentido: los lectores.